Ya subí al blog -por ejemplo, aquí, y aquí– reflexiones sobre la derrota del Frente para la Victoria en las elecciones pasadas. Y aquí dije algo sobre el valor, y las limitaciones, de las autocríticas, especialmente cuando no son, estrictamente, «auto».
Hoy leo un texto jugado en el blog del veterano militante, y amigo en el ciberespacio, Juan Salinas. Que me lleva a este posteo de Gabriel Fernández, el director de La Señal Medios. Los dos se refieren a la relación entre Cristina Fernández, La Cámpora y el movimiento obrero. Los blogs de ambos son muy visitados, pero, como yo tuve en algún tiempo una relación muy estrecha con el brazo político del sindicalismo peronista, tengo ganas de copiar los párrafos que me impresionaron, con los que estoy bastante de acuerdo, y también de hacerles algunas reservas y observaciones. Una parte del debate que el peronismo (y el progresismo en que muchos de nuestros votantes y Gabriel F. se referencian) se deben.
Dice Juan:
«Los mejores militantes jóvenes del kirchnerismo que conocí en estos años son delegados sindicales. Que fueron sistemáticamente ninguneados. Gabriel Fernández se queja de la falta de tacto de la conducción del movimiento en el trato con ellos y con sectores de identidad peronista histórica. Concuerdo con él y advierto que hay un consenso general al respecto entre militantes kirchneristas de paladar negro mayores de 45/50 años.
Consenso acerca de que la debacle comenzó silenciosamente a causa del horrendo modo en que se produjo el rompimiento con Hugo Moyano (recuerdo que Cristina criticó a la CGT -que nunca pisó como Presidenta- desde la UIA) por asuntos tan menores como las candidaturas que el camionero pretendía para Piumato y Plaini. Y, para colmo, porque esas candidaturas no le fueron concedidas a los gremialistas que rompieron con Moyano y reiteraron su fidelidad al movimiento, ni a quienes siempre apoyaron al “modelo” desde la CTA. Ambos sectores siguieron sufriendo el destrato del poder… sin por ello pasarse de bando, como tantos inventos de Néstor y de Cristina: Massa, Lousteau, Insaurralde, Bossio…
Para decirlo de modo brutal: Sin el movimiento obrero, el kirchnerismo no será más que una reedición del mejor alfonsinismo, y La Cámpora, una Franja Morada más radical«.
Dice (entre otras cosas) Gabriel Fernández:
«… Por estas horas, como ratificando el decir de sus adherentes duros en las semanas recientes, Cristina Fernández de Kirchner se refirió a los “dirigentes sindicales”. Lo hizo con dos asertos esenciales, en pocos minutos de charla grabada por un celular: son todos más o menos parecidos, los metió en la bolsa, y son ajenos, pues los derechos los defiende cada miembro del pueblo sin intermediarios, cada integrante “empoderado”.
Late allí –CFK no lo dice, seamos honestos- pero late, otra dualidad con intensidad política: kirchnerismo – peronismo. De la objeción al reclamo por el impuesto a las ganancias se pasa, en lo tácito, a recriminar ausencias e indisciplinas. Alejamientos. Pero más por debajo aún se palpa, al menos lo siente quien vivió varios períodos y no sólo el más reciente, aquél antiguo disconformismo, aquella lejana incomodidad, de las capas medias del movimiento para con los sindicalistas.
Esto no lo hace saber nuestra líder más votada y sin dudas portadora de logros gubernamentales extraordinarios que hemos marcado sin cesar en estas páginas, pero si lo manifiestan con total franqueza los militantes más duros de su vertiente: «ahora no reclaman, ahora donde están, son unos traidores, pactaron con Macri», etc. Usted los lee continuamente, o usted dice y escribe esas mismas cosas, y sabe a lo que nos referimos sin exagerar.
… Vamos un tranco hacia atrás. Un puñado de dirigentes se desprendió del movimiento nacional hace varios años. Grave error que puede equipararse con el deletéreo concepto de traición. Pero resultaron eso: un puñado de dirigentes que en modo alguno representan a los centenares y más de sindicatos y sindicalistas que permanecieron firmes junto al gobierno nacional y popular. Para empezar entonces, una generalización es injusta, aunque además errónea. Si el conjunto del sindicalismo hubiera aceptado la coordinación de las corporaciones, empezando por Clarín, el gobierno de Cristina hubiera caído antes de los comicios del 22 de noviembre.
Luego, es pertinente señalar que tras la fuga de esos pocos sindicalistas, el gobierno impulsó la creación de una agrupación juvenil asentada en empleados del Estado. Esto hay que decirlo, porque no es eso lo que está mal: ser militante no es ser ñoqui, ser militante es entregar la vida cotidiana al mejoramiento del país. Eso son los pibes a los cuales hacemos referencia. El problema es que un agrupamiento de esa naturaleza, no está en condiciones de conducir hegemónicamente un movimiento bravío como el peronismo y mucho menos, de disciplinar al gremialismo en la Argentina.
No se trata de un deber ser. Es una realidad. La mayoría de los sindicatos argentinos no traicionaron nada en este período. Han crecido gracias al proceso industrializador impulsado por el kirchnerismo, lo han agradecido y han movilizado… hasta que se lo permitió esa hegemonía juvenil. Porque créase o no, en este período los sindicatos integraron a una masa enorme de nuevos militantes de base; delegados, activistas, pibes que también se lanzaron a bregar por un mundo mejor… pero que poseen diferencias sociales con los antedichos.
Meses atrás, cuando todavía el debate en el movimiento se asentaba en quién sería el candidato y si se ganaba en primera o segunda vuelta, un dirigente sindical de extrema confianza dijo a este periodista “estuve pensando; está muy bueno lo de los patios de la Rosada cuando habla Cristina, muy bueno… pero ¿sabés qué? ¡Son patios blancos!”. Le pregunté que quería indicar y explicó: “Nuestros pibes no pueden entrar, van y quedan afuera, después ya no van, es todo de La Campora, y nada más, son chicos macanudos, pero están dejando fuera a trabajadores de su misma edad, que quieren ir a ¡respaldar a Cristina! Ahí tenemos un problema”, señaló, perspicaz.
Y más. En diálogo más reciente con un sincero –en privado- militante de la famosa agrupación juvenil en cuestión, aseveró: “También ¿era necesario que tuviéramos todos todos los cargos en las listas y la mayoría de los funcionarios en los ministerios?”. Está claro. Quien suponga que esto es propaganda de La Nación que lo crea y entonces no se habla más, la verticalidad se impone para todos y todas y no se discute nada. Pero el movimiento nacional discute, corcovea, se enoja y plantea. Porque si no, los errores se repiten.
… No renegamos de nuestras palabras: hemos señalado oportunamente que el pueblo argentino vota populismo de centroizquierda y podemos realizar una narración ajustada, comicio por comicio en el orden ejecutivo nacional, que refrenda el comentario. Alguien dirá que los sindicatos no encarnan claramente ese perfil de centroizquierda. Entonces señalamos: no conocen a los gremios y a sus dirigentes que quedaron de este lado de la línea; no son nazis, ni fascistas ni corporativistas. Son compañeros con ideas bastante avanzadas y ya muy distantes de Moyano, ni qué hablar de Barrionuevo o Venegas. No los conocen porque muchos militantes de las capas medias también se guían por la orientación que reciben de los medios concentrados.
Pero además: no hay populismo sin sindicatos. Lo que es decir, como hemos indicado: no hay proyecto nacional sin movimiento obrero. La ausencia de Moyano se hizo sentir por su capacidad para arrastrar a la UTA, por la incapacidad propia para retener a la UTA, pero sobre todo por el destrato oficial hacia los sindicatos que se afirmaron en la defensa del Proyecto Nacional y Popular sin recibir un reconocimiento adecuado.
… Todo este texto tiene la intención de amalgamar lo que se está desperdigando porque ya está visto que con una sola vertiente –el kirchnerismo- aunque sea la más votada y la más movilizada, no se logra vencer … Si el kirchnerismo no es un peronismo, como pretenden algunos entusiastas, entonces el kircherismo es una agrupación de clase media motorizada por individuos desorganizados que se juntan en una plaza convocados desde las redes sociales para efectuar demandas justas. Eso está muy bien pero con eso no se ganan las elecciones ni la hegemonía cultural nacional. La responsabilidad siempre recae en el liderazgo mayor. Entonces, este es un texto, también, destinado a respaldar a Cristina Fernández de Kirchner. A plantearle que sin el peronismo y sin el movimiento obrero organizado, ella pasaría de ser la jefa del movimiento en general, a la jefa de La Cámpora. Y lo que queremos es que asuma integralmente el liderazgo.
Pero el liderazgo está relacionado con la persuasión. Cada sector debe sentirse reconocido por el conductor, porque cuando hay zonas de exclusión la intensidad militante baja y los compañeros no saben bien qué hacer para apoyar un proceso que apoyan. Es común entre los dirigentes que arriban al peronismo desde la izquierda malinterpretar nuestra historia y presuponer que este movimiento es elementalmente vertical. No lo ha sido, ni con Perón, no lo es ni puede serlo, pues sus variados componentes encarnan fuerzas reales que batallan por salir a luz, expresarse y obtener cuotas de poder decisorio.
… Desde Jauretche y Scalabrini hasta Ubaldini, desde Cooke hasta Laclau, desde Rearte hasta Ongaro, desde Walsh hasta Ferla, desde el programa de Huerta Grande hasta los 23 puntos de la CGT, desde Perón hasta Cristina pasando por Néstor, por sólo citar un puñado, se registran dentro del peronismo tremendos y violentos debates democráticos –si, como discute nuestro pueblo, con energía y participación- que a su vez encarnan intereses profundos y vigorosos. La anulación de esos cruces a través de la hegemonía verticalizada sobre una agrupación, que además carece de la organización social de base adecuada, resulta letal y fuerza que los planteos emerjan descoordinados por aquí y por allá. El intento de encauzar esa trayectoria en pensadores como Ricardo Forster, una simplicación costosa.
Es claro que Cristina es jefa y cabalmente representativa. Es claro que La Cámpora es numéricamente importante y ha canalizado una militancia joven y valiosa. Lo que no es claro es porqué la líder y sus compañeros no dialogan con el resto del movimiento para incluirlo y potenciar así su propio desarrollo. Ahora bien, si quienes ocupan ese lugar recurren a la sencilla caracterización de toda disidencia como traición (a este periodista, por caso), estaremos condenados a configurarnos como una vertiente de los sectores medios altamente movilizados pero sin posibilidades cabales de victoria ante deficiencias para abarcar el arco social propio.
Y además, sesgando hacia un detalle: ¿quién fue el genio que desde Canal 7 dispuso en los últimos tres años que en los actos públicos y masivos del oficialismo se enfocara sólo las banderas de La Cámpora? ¿Creyeron que no se notaría que volcaban la cámara cuando arribaban el Evita, el Kolina, los sindicatos, los agrupamientos sociales? La dirección periodística de las transmisiones de esos magníficos eventos logró transformar enormes movilizaciones populares en festivales de muchachos porteños. Lo cual se constituyó en un verdadero festival para los medios concentrados.
… Algo más para terminar: es preciso sacudirse esa prevención social en contra de los sindicatos. Ese gesto cultural que aleja porque lleva a percibir ajenidad sobre un espacio vertebral del movimiento nacional y popular, y por lo tanto del Proyecto que con gallardía el kirchnerismo ha llevado adelante.
Los cambios los hacen los pueblos. Las franjas militantes contribuyen a acompañar, esclarecer y organizar. Cuando se alejan y pretenden decirle a los pueblos todo lo que tienen que hacer, están sustituyendo sus organizaciones, pero sobre todo sus ritmos, sus culturas, sus representaciones genuinas. Estamos a tiempo de ensamblar lo propio. Somos una potencia extraordinaria. Podemos ser una totalidad sin abandonar nuestras concepciones parciales«.
Reproduje estos párrafos porque creo que dicen cosas ciertas. Y que conviene que se digan a los militantes, los de La Cámpora, los de otras organizaciones, los del peronismo territorial y los de los gremios. No tiene mucho sentido -es poco realista- decírselas a CFK, ni a los dirigentes sindicales.
Ante todo, porque, como el mismo G.F. señala, la historia del peronismo no se adapta a un «relato». Contradicciones, enfrentamientos entre Perón y Evita con sindicalistas hubo desde el mismo comienzo del peronismo. Esto no niega, atención, que la esencia del peronismo, y su garantía de supervivencia cuando cae en el ´55, fueron, son, los sindicatos. Las «organizaciones libres del pueblo», con recursos y poder, que pueden enfrentar a los patrones y al Estado en defensa de sus intereses.
Entonces, la mirada realista que pido no es la de Maquiavelo sino más vieja, de Aristóteles: el poder personal de un «monarca», de un líder, de un presidente siempre va a tener conflictos con la autonomía de los sectores medios: señores feudales, ciudades autónomas, sindicatos… La sabiduría política consiste en manejar esos conflictos sin destruir al conjunto, ni debilitar el poder necesario.
Cristina, es cierto, no ha mostrado mucho tacto para manejarse con los independientes. Ni con los que se independizan en cuanto tienen la chance: Alberto Fernández, Sergio Massa, Martín Insaurralde,… siguen las firmas. Una gran parte de la responsabilidad la tiene lo que llamé en otros posteos «el Batallón Chupamedias». Recordemos que el mismo Perón, cuando Presidente, dijo una vez que estaba rodeado de alcahuetes…
Como sea, esas son batallas pasadas. Toda autocrítica debe comprender que las que viene son distintas: CFK ya no es Presidente. De paso, creo que G.F. exagera con el video que distribuyeron las redes sociales K y que subí arriba. Cristina ahí no hace más que una de sus acostumbradas exhortaciones. Los que la aman, que son muchos, la aplaudirán con entusiasmo, como lo hacen al final. Los que no la aguantan, que también son muchos, seguirán pensando lo mismo.
La relación de Cristina con la dirigencia sindical y con la del peronismo territorial dependerá de un sólo dato básico: ¿cuántos votos conserva, cuántos tendrá? Eso, más allá de los mitos y las consignas, ha sido siempre así en el peronismo: el que decide es el pueblo.