Este blog ha registrado hace un mes su opinión: para nosotros, los argentinos, no hay una diferencia significativa previsible de antemano entre un triunfo de Trump y uno de Biden.
Estoy convencido de eso porque, aunque Joe y el Donald son muy diferentes, y expresan coaliciones de intereses y visiones del mundo bien distintas, cualquier presidente, cualquier gobierno, está limitado en sus opciones por la realidad. Y Argentina en particular, América Latina en general, no están en el menú de decisiones inmediatas que el presidente de los EE.UU. tendrá que tomar el 20 de enero, cuando siga o se haga cargo.
Y las decisiones inmediatas son muy importantes, claro -Maquiavelo insistía en esto- pero no son las estratégicas. Esto es obvio, pero a los que nos apasionamos por la política nos cuesta admitirlo.
A pesar que en nuestro país tenemos ejemplos a patadas. Alberto representa, en muchos aspectos, lo opuesto al Mauricio. Pero los cambios en la vida de los argentinos de a pie no han sido tan abismales. Más les cambió la vida la pandemia…
Otro ejemplo, un poco más lejano en el tiempo: Néstor Kirchner, cuando llegó a la presidencia, tomó un camino opuesto, en sus políticas fundamentales, a ese otro gobernador peronista que fue presidente, Carlos Menem. Pero no cambió el capitalismo concesionario que era y es el legado distintivo del Turco.
Pero eso es tema de otro posteo. El punto de éste (como ese anterior, en realidad) es que aquí en Argentina tenemos -por esa costumbre de apasionarnos por temas en los que no tenemos la más remota posibilidad de influir- trumpisttas y antitrumpistas. Para ser más preciso, tenemos un bando que odia a los que están a favor de Trump porque son fachos, y el otro odia a los que están en contra de Trump, porque son progres.
Por eso traigo al blog un reflexivo artículo del director de la Señal Medios, Gabriel Fernández. Un periodista de impecables credenciales «nac&pop» que revalora en forma positiva estos cuatro años del hombre de pelo naranja.
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«DONALD TRUMP / Cuatro años
Se cierra el ajetreado y bien visible gobierno de Donald Trump. No vamos a abordar acá las perspectivas futuras sino lo ocurrido en los cuatro años precedentes.
Los lectores saben que no tenemos problema en rectificar los diagnósticos cuando estos se revelan equivocados. Muchos conocen los planteos que efectuamos a lo largo de la década reciente sobre el decurso de los acontecimientos internacionales.
Sin anestesia y después de repasar el periodo más reciente del decenio indicado, ratificamos: bajo la gestión Trump se desarrolló el período más pacífico de la historia humana contemporánea. Sin guerras globales y sin invasiones.
Esto permitió un sinceramiento de los lugares mundiales que cada protagonista ocupa. Así, la Multipolaridad es una realidad consolidada y las posibilidades de sojuzgamiento norteamericano y europeo sobre otras naciones son mucho más acotadas que en el tramo previo.
Como señalamos en los comienzos de la administración del polémico mandatario estadounidense, las energías de su país se fueron volcando internamente con el objetivo de recuperar la industria y el empleo, en detrimento de las aventuras bélicas externas.
Estas se habían convertido en todo un drenaje de recursos del Estado en beneficio de corporaciones privadas de armamentos y mercenarios conducidas por los orientadores del capital financiero internacional. La transferencia de recursos productivos hacia la renta explica la caída del PBI norteamericano antes de Trump.
Es decir, lejos de ser el gobernante mundial, el imperio integral, Estados Unidos ha devenido en una gran nación, lo cual es algo bien distinto. Se cumple así ese anticipo planteado por el presidente ruso Vladimir Putin hace unos tres años.
Ya no fueron posibles acciones equivalentes al arrasamiento de Kuwait, la destrucción de su legítimo propietario Irak, el desmembramiento brutal de la República Libia. Operaciones realizadas por mandatarios republicanos y demócratas bajo el influjo del Consenso de Washington.
En lugar de caracterizarse por un hecho relevante, el cierre de época se visualizó en lo no ocurrido: Siria. Allí, pese a las pretensiones del supra poder norteamericano y europeo, el Papa, Rusia, Irán y por detrás China y su célebre portaaviones, dijeron No. Lo dijeron porque podían decirlo.
Trump, que sacó cuentas claras, comprendió que sería ruinoso afrontar con actitud belicista la situación en el Mar de China Meridional y facilitó el reordenamiento de la zona admitiendo la comandancia china de la polémica entre los seis países involucrados.
Algo semejante sucedió con Corea del Norte. No sólo se dejaron de lado los aprestos guerreristas sino que se fomentó, de común acuerdo entre las grandes potencias, un mejoramiento de los vínculos con los sureños en base al mismo epicentro político antedicho.
Esas potencias, Estados Unidos, China, Rusia e Irán, bajo la mirada atenta de Jorge Bergoglio, dejaron pasar (mordiendo sus nudillos) las provocaciones pergeñadas por el Estado Profundo que se desliza al interior del Norte: bombardeo a la refinería saudí, asesinato del general Qasam Soleimaini, golpe de Estado en Bolivia, entre otros episodios.
Cualquiera de los sucesos enumerados hubiera sido un gran argumento en el tramo precedente, cuyo último representante fue el anterior mandatario yanqui Barack Obama. Y todos ellos fueron agitados por los medios internacionales como guerras inminentes que sería imposible evitar.
A los protagonistas, con excepción del líder vaticano cuyo perfil filosófico lo protege de polémicas altisonantes, les sirvió lo ocurrido. Y lo aprovecharon. Mientras reconstruían sus vidas interiores en paz relativa, sostuvieron los cruces verbales para afirmar sus banderas nacionales.
Estados Unidos, Rusia y China persistieron en la esgrima dialéctica porque la misma les permitía a todos identificar el mal por fuera, mientras no necesitaban lanzar un solo misil con destino certero. De allí que muchos errores de diagnóstico que señalamos en estos tiempos, sean comprensibles.
A decir verdad la opinión pública popular en el orden planetario ha tenido pocas vías de registro para semejante transformación. No sólo los grandes medios del capital financiero batallaron en la confusión, sino que los realizados en Rusia, Venezuela, Irán, América latina, aceptaron el convite y designaron a Trump como el demonio mientras por lo bajo agradecían su inacción global.
Los conflictos encapsulados han sido el factor distintivo. Mercenarios disfrazados de islámicos hostigando a los pueblos del Medio Oriente, Israel empeñado en aniquilar Palestina, Hong Kong y sus algaradas financieras independentistas, el calor perpetuo de la frontera indo pakistaní, los ataques chinos para lograr su disciplinamiento, ciertos quiebres horizontales en algunas naciones africanas. Y algo más.
Todos esos litigios son graves en sí mismos pero ninguno alcanza dimensión para disparar una conflagración mundial. En simultáneo, la llamada guerra comercial no es más que un tire y afloje rudo y persistente en la cual todos se cuidan de no trascender el borde que hundiría al rival.
No abundaremos aquí sobre deudas y portadores de papeles, ni acerca de los volúmenes estructurales que conducen a los adelantos científico técnicos. Ya volveremos sobre eso. Ahora queremos situar el análisis en el cuatrienio que finaliza, sin perder de vista los antecedentes, para forjar una imagen lo más transparente posible de la actualidad.
Una parte de Europa se va transformando en un museo turístico que intenta sortear este proceso garantizando un buen nivel de vida sin reflexionar acerca del modelo a seguir. Eso se percibe nítidamente en sus pensadores “pospandemia” tan en boga: todos, etéreos. Otra zona, especialmente Alemania, considera que su rol histórico no ha terminado.
El capital financiero que gobernó el planeta por tantas décadas arrecia con sus medios de comunicación, las indicadas provocaciones belicistas y el hipócrita re descubrimiento de las luchas por derechos parciales que él mismo cercenó. Estas últimas, mayoritariamente justas en sí mismas, son extremadas para promover quiebres al interior de los protagonistas de la Multipolaridad.
La pandemia puso en pausa el proceso narrado. Está resultando una buena ocasión para los intentos de reposicionar el Antiguo Orden. No obstante pensamos que el sendero es indetenible debido al tremendo grosor de los bloques productivos emergentes. La Argentina tiene un buen lugar para cumplir en el nuevo diseño.
Es preciso no olvidar que La Idea surgió por estos pagos.
Es preciso no olvidar, además, que nuestro país tiene una capacidad de arrastre sub continental importante. No a través de la dominación; mediante el ejemplo.
Trump termina su mandato a los gritos y en paz con el mundo. Confundir un puñado de insultos con un enfrentamiento nuclear, a la vista del potencial armamentístico de todos los actores, es grave si lo que se desea es analizar el presente. Mucho más, claro, si lo que se busca es incidir sobre él.»
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Comparto la visión de Gabriel sobre el Donald: un astuto hombre de negocios que sabe que las guerras salen caras. Y que, con el fracking, asegurarse el control del petróleo de Oriente Medio ya no es necesario. Menos aún el de Venezuela.
Para lo que viene, sólo agregaré que la irrupción de Trump en la política estadounidense expresó un cambio a mi entender irreversible: una parte muy grande, decisiva, de su población estaba pagando -ellos también- los costos de la globalización. Y no quiere seguir haciéndolo.
Pero sobre esto volveré, cuando terminen de contar los votos.
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