Una frase usual en la fauna politizada (nosotros) es: «Lo mejor que tiene el kirchnerismo son sus enemigos«. Es superficial y cínica, como mucho de la discusión politizada, pero apunta a algunas realidades muy concretas (eso también es frecuente).
El sentido más obvio es que la presencia de algunas figuras y algunos intereses en la «vereda de enfrente» de este gobierno, hace que para muchos que cuestionamos algunas de sus políticas y de sus métodos, resulte más fácil – y más legítimo – apoyarlo. Un ejemplo, importante pero uno más en una larga lista: Si sabemos – es público y notorio – que el fondo buitre Elliott Management financia ataques a esta administración, dentro y fuera de Argentina, el contenido de esos ataques queda desvalorizado. No sólo por la asociación con el que los paga – una variante particularmente corrupta y depredadora del negocio financiero – sino además porque resulta evidente que van a manipular los datos y sesgar sus conclusiones de acuerdo a sus intereses. Y nadie tiene tiempo y recursos para investigar en detalle todas las acusaciones.
Otro aspecto de lo mismo es la repetición por algunos figurones y por los medios opositores de las mismas profecías de desastre económico, o de ataques berretas (Sabsay gritando «¡Que la Presidenta me muestre su título de abogada!«; a los que conocemos un poco de la política en otros países nos recuerda a los que exigen que Obama muestre su partida de nacimiento).
Dejando de lado el rencor histérico que despierta en no pocos «lo K», y más allá de la validez o no de los argumentos económicos, es extraño que los profesionales de la comunicación de ese lado no se den cuenta que la repetición obsesiva del mismo mensaje lo convierte en un ruido de fondo, le va restando eficacia en el tiempo. Probablemente ha contribuido a crear, es cierto, en los argentinos hostiles o indiferentes al gobierno una especie de vago consenso sobre lo malo que es. Pero esa atmósfera colectiva influye muy poco en sus actos. Las manifestaciones de protesta, los cacerolazos, se diluyen al poco tiempo. Y en lo decisivo, el voto… los resultados electorales del 2011 debieron haber sido muy claros para marcar los límites del ruido mediático. Nadie cree que el 54 % de los argentinos son kirchneristas fervientes, no?
Resulta evidente que ese año votaron por Cristina Fernández muchos que en sus casas hablaban mal de su gobierno. Estoy razonablemente convencido que este año sucederá lo mismo con el candidato del Frente para la Victoria. Porque el empeño que ponen sus adversarios en demonizar al kirchnerismo, aparentemente les impide percibir que más importante es convencer que hay una opción mejor (Creo que hay motivos para esto, pero eso será para otro posteo).
Hay otro sentido, más profundo, que está detrás de la frase «Lo mejor que tiene el kirchnerismo son sus enemigos«. La experiencia kirchnerista forma parte, por su origen y por sus apoyos fundamentales, de la historia del peronismo. Y comparte necesariamente su «desorganización organizada», la ausencia de estructuras formales y de criterios estrictos de pertenencia. A mi amigo Manuel Barge le gusta compararlo con un enjambre.
Ahora bien, esa experiencia kirchnerista está muy alejada en el tiempo, y en las circunstancias de la Argentina y del mundo, del peronismo fundacional. Desde la Constitución de 1949 a la naturaleza del liderazgo, resulta imposible reproducir elementos básicos de la experiencia de 1945/55.
Es real que ser el «Partido de los de Abajo», que sus votos vienen, en su gran mayoría, de los sectores más pobres y desprotegidos de nuestra sociedad, condiciona su naturaleza. Pero no asegura los objetivos – recordemos la experiencia menemista – ni mucho menos determina los instrumentos. Para dar un ejemplo: el gobierno K ha avanzado muy poco, y eso en la etapa más reciente, en la creación de Empresas del Estado, que fueron herramienta esencial del peronismo histórico.
El planteo que estoy haciendo es que han sido sus enemigos, o circunstancia adversas, los que forzaron al kirchnerismo a sus avances más significativos y también a forjar sus propias herramientas. La nacionalización del sistema previsional y la estatización de los fondos de las AFJPs, se da en noviembre 2008, a cinco años y medio de haber accedido al gobierno. Es conocido que la relación con el Grupo Clarín fue un largo idilio, cuyo punto culminante fue la prórroga de la concesión de las licencias de radio y TV para CableVisión. Fue cuando Clarín ataca al gobierno durante el enfrentamiento con las patronales rurales en 2008, que se inicia el proceso que lleva a la Ley de Medios.
Fue el fracaso del – bastante irresponsable – experimento con la inclusión del Grupo Petersen en Repsol lo que llevó a la recuperación de YPF. Y la política con los ferrocarriles – que tanto impacto tiene en el escenario actual – es hija directa de la tragedia de Once, en febrero 2012, y sus repercusiones.
Esto da para mucho más, pero ya es un posteo largo. Lo que quiero señalar antes de cerrar es algo con consecuencias prácticas. Y que me permite hacer una recomendación profesional para la campaña presidencial, y hasta para las locales, como la que ahora se reanuda en la Capital.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de anunciar que la Argentina deberá aplicar un programa de reducción fiscal y devaluación del tipo de cambio para retormar la senda del crecimiento económico.
Es por eso que digo que su Directora Gerente, Christine Lagarde, que nos sonríe desde el encabezamiento, debe ser considerada el mejor cuadro del kirchnerismo. Al margen de, como dije antes, de las medidas que se tomen. Estamos hablando de la campaña electoral.
Porque el oficialismo, que está convencido que encarna la justicia social y el amor por los pobres, entre otras cosas, debe tomar en cuenta dos elementos: que algunos argentinos no comparten esos valores. Y que otros no creen que el kirchnerismo sea eso. Y que entre esos dos sectores suman bastantes, cómo no.
Entonces, para polarizar, debe elegir cuidadosamente en torno a qué. Si quiere hacerlo desde el «kirchnerismo puro», podrá juntar aproximadamente un 10 % de los votos totales.
En cambio, si hay algo que la mayoría de los argentinos tiene grabado en su memoria con carga negativa, son las palabras «ajuste», «devaluación», y similares. Y el Fondo Monetario Internacional no despierta buenos recuerdos, tampoco.
No es que los candidatos de la oposición saldrán a agitar esas banderas. No son tan idiotas, al menos la mayor parte de ellos. Pero les cuesta rechazarlas con firmeza, por temor a los intereses mediáticos que los sponsorean.
Y la experiencia kirchnerista puede mostrar legítimamente que se resiste a recurrir a esas medidas. Y que, cuando recurre a ellas – porque devaluar está devaluando y nunca ha dejado de hacerlo – lo hace con moderación, para los antecedentes argentinos, y procurando atenuar sus consecuencias.
Recomiendo, entonces, a los candidatos del oficialismo el identificarse con el rechazo a las políticas que favorece públicamente la compañera Lagarde. Aún donde es muy difícil el triunfo, como en la Capital, es la identidad más solida para la construcción política.