Extinguiendo el dominio

enero 22, 2019

Ayer lunes 21 el presidente Macri anunció, al regreso de sus vacaciones, que estaba firmando el decreto de necesidad y urgencia por el que entra en vigor un «Régimen Procesal de la Acción Civil de Extinción de Dominio».

Simplificando -los medios tienen todos los detalles, así que no es necesario que me extienda aquí; estamos en enero, amigos- este DNU permite, en principio, que en el fuero civil se disponga confiscar propiedades, que presuntamente provengan de la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo, aunque no haya una sentencia en el ámbito penal.

En seguida reaccionaron desde la oposición diciendo -también hago síntesis- que este DNU era inconstitucional y que su aplicación causaría una catarata de juicios y de futuras indemnizaciones para los perjudicados. Y que -¡sorpresa!- era una maniobra electoral.

Tengo que decir que la primera parte de las críticas me parece válida. Pero la segunda parte la hace irrelevante.

Es cierto que los operadores judiciales de Mauricio conocen mucho más de jueces que de derecho, y la Dra. Carrió -que algo recuerda de su paso por la facultad- está para dar imagen de prolijidad para su público. No para preparar legislación que pueda afectar intereses.

Pero, amigos, ¿alguien puede dudar que a 10 meses de las elecciones presidenciales -que vienen difíciles- Macri, o cualquier presidente en cualquier país, va a desaprovechar la ocasión de lanzar una medida que suena muy bien en sus votantes (los que podrían quedarle)?

¡Obvio que es electoral! Para marcarlo, Marcos dispuso una ofensiva en las redes sociales. Como si hiciera falta: este tema tiene mucha repercusión «orgánica» (así se llama a la viralización espontánea).

Lo que me sorprende -hasta me desconcierta- es la actitud de esos opositores ¿Cuál es el mensaje político que están tratando de dar? Mostrar la inconsistencia de los defensores fanáticos de la constitución y las garantías… cuando tienen enfrente a un gobierno que no les gusta, no sirve para nada. El rigor jurídico y la consistencia no abundan entre nosotros, en ambos lados de la grieta. Hay distinguidas excepciones, pero no son bloques electorales.

Esta inquietud me lleva a escribir en este pausado blog. Ofrezco una idea, bastante obvia, por otro lado, a la oposición. El oficialismo ya lo tiene a Durán Barba 🙂

Estaba pensando que un boga con tiempo libre podría echar un vistazo a la «Ley Modelo de la Unidad de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito» (UNODC), que fue lanzada en 2011 como una iniciativa del Programa de Asistencia Legal para América Latina y el Caribe (LAPLAC). También podría ver la ley RICO (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations) de los EE.UU.

No para copiarlas, por supuesto, el entorno legal y las circunstancias son muy distintas. Pero si para tomar nociones de técnica jurídica. Están más pensadas, y hay jurisprudencia con la RICO, bastante sofisticada, que este engendro de Mauricio.

Si este DNU ha sido pensado para poner el reflector en casos de corrupción atribuidos a los tres mandatos anteriores, bueno, en los tres años de este mandato hay material para hincar el diente, al menos el mediático. Y con este giro que se ha incorporado en alguna legislación internacional, que cuando interviene el Estado los delitos son imprescriptibles, se podrían investigar casos como el de Sevel, de Manliba, hasta algunos blanqueos…

La reflexión que quiero transmitir es que las formas tradicionales de financiamiento de las campañas electorales, las que han usado desde Cambiemos y el Frente para la Victoria, hasta radicales y conservadores en los tiempos de Yrigoyen, ya no son adecuadas. El que las use en adelante, estará corriendo un riesgo cada vez mayor, cualquiera sea su ideología.

Y mi sugerencia práctica es preparar un proyecto de ley para que lo lance un candidato del palo. Que lo presente cuando este DNU de ayer empiece a empantanarse… Pero siempre antes de la elección de octubre.


Un saludo para Reyes

enero 6, 2019

Mi amigo Fernández Baraibar envió este texto hace un rato. Me llegó, se decía en otro tiempo. Como soy un anarquista 2.0 -mi lema es «la propiedad (intelectual) es un robo»- lo subo a este descuidado blog. Gracias, Julio.

«Llegaron ya, los Reyes y eran tres

Recibí de Aldo Duzdevich el vídeo de los Reyes Magos, con Los Fronterizos, Jaime Torres y Domingo Cura. Lo escuché y miré. Me produjo una honda vibración interna, una mezcla de orgullo, pena y angustia que me humedecieron los ojos. Quedé sorprendido por ese efecto. Inmediatamente se lo envié a algunos amigos como saludo del Día de Reyes y recibí de una querida amiga el siguiente comentario:

– Estoy llorando.

– Sí, es muy emocionante. Son todos jóvenes. Están lejos, en Alemania, le contesté

– Sobrecogedor, diría, fue su respuesta.

Lo subí a este muro y los comentarios que estoy recibiendo son, en su mayoría, muy parecidos al de mi amiga.¿Qué tiene ese vídeo que desata esa especie de congoja, de melancolía y, a la vez, de íntimo orgullo?

He estado toda la tarde pensando una respuesta.

Creo que hay varios elementos.

El primero, obviamente, es la belleza de la obra y su interpretación. Pero además ese sonido se vincula en la memoria a una lejana adolescencia, cuando apareció la excepcional Misa Criolla y Navidad Nuestra. Vivíamos aún el impulso industrial y obrero que el peronismo había impuesto al país y que la reacción oligárquica no había podido detener. Atravesábamos un momento en nuestra cultura en el cual el folklore del interior del país se había convertido en música de moda, moda que tenía en Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Los Cantores del Alba, Los Quilla Huasi y una incontable cantidad de extraordinarios intérpretes individuales su «star system», sus héroes y heroínas.

Una moda que se manifestaba en la aparición de la guitarra en las ruedas adolescentes, en las que, quizás por primera vez en el país, las zambas, las chacareras, las guaranias, las chamarritas y las tonadas, la música de todo el país, se cantaba a lo largo y lo ancho del mismo. Y en donde una generación de «teen agers», como ya se había comenzado a decir, se preparaba para vivir horas tormentosas, dolorosas, brutales, descubriendo la historia patria, sus luchas y sus fracasos. Todo eso evoca esta canción.

Y no sólo eso. Esos hombres jóvenes, Jaime Torres, Gerardo López, Domingo Cura hoy están muertos y en el vídeo los vemos jóvenes, llenos de vida, alegres y orgullosos. Y Félix Luna y Ariel Ramírez también son ya muertos gloriosos y forman parte del acerbo cultural argentino. Somos conocidos en el mundo por esos hombres y su obra.

Y además se grabó lejos de Salta o de Jujuy o de San Juan o de Corrientes. Se grabó en Alemania, en una iglesia varias veces centenaria. Y es imposible dejar de pensar en las navidades, nevadas, alegres, pero lejanas y extrañas, de Suecia, donde rigurosamente escuchábamos cada 24 de diciembre el disco, el único disco, que habíamos llevado en nuestro equipaje al partir de un desangelado aeropuerto de Ezeiza en reconstrucción, con andamios y escombros, cuando nos fuimos. Y lo escuchábamos porque queríamos, muy conscientemente, que nuestras hijas llevasen para siempre en su memoria que esa era nuestra música de Navidad. Que «Nu är det Jul igen» o «Heliga Natt» también las cantábamos con ellas, porque de esa manera agradecíamos al lugar y la gente que nos había dado cobijo, pero que nuestra Navidad era Navidad Nuestra.

Y el orgullo de saber que así ocurrió, que nuestras hijas vuelven a escuchar a estos muertos inolvidables, a estos ángeles criollos, morenos y alados de música junto con sus hijos.

Y el orgullo de sentir que el arrope, la miel y el poncho de alpaca real es el regalo que en esta parte del mundo se le hace a los dioses que tienen la costumbre de nacer, pobres como una araña, en un miserable pesebre.

No sé. Posiblemente sea eso.

Buenos Aires, 6 de enero de 2019


El largo adiós de Mauricio Macri

enero 4, 2019

Como ya es una característica de mis (infrecuentes) posteos reflexivos, empiezo con precisiones. «El largo adiós de Mauricio Macri» se refiere, también, al hecho que me parece muy improbable que su nombre esté el 27 de octubre de este año en alguna boleta como candidato. Tengo claro -no puedo dejar de verlo, porque es evidente en los sondeos- que es hoy uno de los dos candidatos presidenciales instalados en la conciencia de una mayoría larga de los votantes. Y que es el único candidato posible de la actual coalición Cambiemos. Pero el proceso de desgaste que comenzó el año pasado y que considero inevitable que continúe en éste, creo que lleva a que en algunos meses deje de ser candidato a la reelección. «Perder no es peronista», ni tampoco antiperonista; salvo para la pequeña minoría que termina votando con una convicción ideológica firme.

Una indicación clara de su deterioro es el tan comentado adelanto de las elecciones en provincia de Buenos Aires. Más allá que se haga o no, aún más allá de la existencia de una intención real o que sea una maniobra de distracción, muestra bien claro que una candidatura presidencial de Macri «tira para abajo» las boletas que acompaña.

Pero puedo estar equivocado en mi pronóstico: el futuro es imprevisible por naturaleza, y el Mauricio ha mostrado mucha más voluntad de poder que el desdichado De la Rúa. Sobre todo, no es lo importante. Pues un título alternativo en el que pensé era «La larga agonía de la Argentina globalizada», en un eco del seminal trabajo de Halperín Donghi «La larga agonía de la Argentina peronista». Expresa mejor lo que yo pienso del momento que vivimos.

Pero no lo elegí, por dos motivos. Halperín puso su énfasis en el conflicto de «legitimidades irreconciliables». Es válido, y lo sigue siendo: todavía hoy la política argentina se divide en dos sectores, dos discursos, que no aceptan la legitimidad de los valores del otro. Pero alguna formación en economía que tengo, y la historia reciente, me llevan a pensar que un gobierno que no da una mínima previsibilidad a las variables económicas -empezando por los precios, el dato más inmediato para cualquier persona, y el valor del dólar, la moneda que funciona como reserva de valor para los argentinos- es como un gobierno que pierde una guerra. Pierde legitimidad para gobernar, sin importar cuánta gente esté de acuerdo con su discurso o sus valores.

Eso es lo que está sucediendo, creo. El de Macri ha sido el tercer gobierno que se esfuerza, conscientemente, en adaptar la economía y la sociedad argentina a las reglas de juego de la globalización financiera, lo que algunos han llamado el «capitalismo tardío». El tercero desde 1975, cuando se interrumpe en nuestro país el proceso, irregular pero sostenido, de crecimiento industrial que empezó antes del peronismo pero al que éste le puso impronta política y social.

Esos gobiernos son el primero de la dictadura que comienza en 1976, con el ministro de Economía de Videla, Martínez de Hoz; el de Carlos Menem, con origen y apoyos peronistas y su ministro de Economía, Domingo Cavallo; y éste, el de Macri, con un equipo mucho menos coherente que esos dos anteriores.

(Un aparte que pueden saltearse sin perder nada del argumento: Elijo la fecha de 1975 porque -los registros estadísticos son abrumadores- es el año en que se interrumpe el crecimiento industrial argentino, que hasta ese momento era comparable con la mayoría de los países «exitosos». Y también porque por ese tiempo comienzan a descartarse en Occidente las protecciones arancelarias a las industrias locales y el «estado de bienestar». Las reformas que inicia Thatcher en Inglaterra (y el experimento de los «Chicago Boys» en Chile).

No pretendo establecer una teoría de la historia argentina. Ya tenemos demasiadas. Es plausible pensar que en nuestro país se enfrentan dos proyectos contrapuestos desde 1810. O aún antes. Pero se corre el riesgo de sumar mucho palabrerío sin conexión con la realidad. Puede hacer ver en la expedición de Juan de Garay -casi totalmente paraguaya- una manifestación del imperialismo europeo. Y querandíes nacionales y populares).

Como sea. Los dos intentos anteriores fracasaron, con un altísimo costo social. Con esto me refiero al hecho evidente que no lograron establecer una «normalidad» aceptable para una mayoría -o una «primera minoría»- de los argentinos, que perdurase más allá de las relaciones de poder vigentes en un momento dado. Que siempre van a cambiar. Valdría la pena tomar en cuenta que el que tuvo origen y apoyo peronista fue el que duró más, pero es otro tema.

Lo decisivo es que Macri no ha conseguido esa «normalidad aceptable» ni siquiera después de haber obtenido un triunfo -así lo apreciaron oficialistas y opositores- en las elecciones de 2017. Hoy, los números son inapelables: aún en el improbable caso que fuera reelecto, con la hostilidad de una parte muy numerosa de los argentinos, se vería obligado a reestructurar la deuda externa que él mismo contrajo. No es la forma adecuada para ubicarse en la globalización financiera, que depende, por definición, de las expectativas de beneficio de los fondos de inversión y de especulación.

Pero dije que tenía dos motivos para no hablar de una agonía de la «Argentina globalizada». El otro, es por la misma razón que pienso que el título de Halperín de 1994 resultó inapropiado. Es cierto que la experiencia peronista de 1945/55 correspondió a una Argentina y un mundo que ya no existían. Y que las estructuras y las relaciones sociales que formó y lo habían formado se estaban transformando, desnaturalizando, para muchos, en las entonces frescas reformas del menemismo. Pero la historia siguió, como siempre. Y mostró que en una parte muy grande de los argentinos el peronismo tenía raíces profundas.

La experiencia kirchnerista fue -por supuesto- muy distinta de la del peronismo fundacional. No sólo la Argentina y el mundo eran muy diferentes. Tampoco existió la voluntad o la capacidad de realizar transformaciones profundas como las de ese tiempo. Pero en campos tan importantes como diversos, la valorización de la soberanía, la defensa del mercado interno, un (prebendario) proteccionismo industrial, la prioridad dada al consumo, la inversión en ciencia y tecnología, hasta un estilo «igualitario plebeyo» (esto último si compartido con el menemismo) se parecía más al peronismo fundacional que a cualquier otra experiencia posterior.

Mi conclusión no es determinista, entonces. El «experimento macrista», como lo bautizó un amigo, peronista ortodoxo él, fracasó. Pero el desesperado deseo de ser «un país como (se imaginan que son) los demás» sigue muy presente y poderoso en (otra) parte muy grande de los argentinos. Hasta Néstor Kirchner tuvo que hacer campaña en 2003 prometiendo «un país normal». Y Cristina Kirchner triunfó en 2007 con una promesa de «normalidad». En ese sentido, la elección de 2011 fue una anomalía. Basada en que la oposición no tenía candidato. Que la economía marchaba, en la sensación de los votantes, y de la mayoría de los grupos económicos, muy bien. Y tampoco se prometió desde el oficialismo ninguna revolución, ese sueño húmedo de los militantes.

Esas dos pulsiones, para llamarlas de alguna manera, siguen existiendo. El problema no es tanto, me parece, «la grieta». El nuestro es un pueblo que ama y odia con mucha facilidad, pero hace décadas que la violencia no es aceptable para las mayorías. Cualquier mayoría.

La clave es que esas «dos Argentinas» -en realidad una sola, con ideales contradictorios- siguen vigentes. Mezcladas en las mismas provincias, los mismos barrios, las mismas familias. Cualquier proyecto debe apoyarse y expresar una de ellas, o es una alquimia de políticos y publicistas sin posibilidad alguna de triunfo. Pero debe tener en cuenta la existencia de la otra, si quiere gobernar. Y, volviendo al plano práctico con el que empecé, debe tener un proyecto económico viable en la actualidad. La «receta globalizadora» aparece cada vez más desvinculada de cualquier política concreta y sólo sigue firme y dogmática en el discurso de sus voceros. Pero las distintas heterodoxias -hoy está de moda llamarlas «populistas»- no tienen receta. Tal vez esa sea su mejor característica.