Daniel Arias, como saben, cuestiona el entusiasmo argento por el Super Étendard y los Exocet. Más al punto: cuestiona la costumbre de nuestras Fuerzas Armadas de comprar armamento -muchas veces anticuado u obsoleto, en lugar de desarrollar nuestra propia industria militar. En este capítulo se sirve de las enseñanzas de una guerra larga y muy sangrienta, la última gran guerra del siglo XX.
(Para los interesados en acceder fácilmente a esta serie. En un futuro no muy lejano pensaré un método. Por ahora, si cliquean en la categoría (a la derecha) «ciencia y técnica», los encontrarán en orden inverso. Los más recientes arriba. En el último año, son la mayoría de esa categoría).
64. Juicio por las armas: “La Guerra de los Tanqueros”

Estábamos hablando del AM-39 Exocet. Lector@s indisciplinad@s, Uds. me hacen ir de tema. Les pido disciplina.
En la versión argentina, santificada en 2002 por el difunto Bob Kress, un 60% de efectividad acumulada para el misil francés en menos de un mes no está nada mal. Aún si ese número se debe al efecto sorpresa, estamos hablando bien del misil: tiene una firma de radar escueta, vuela muy bajo y es razonablemente rápido. Y aunque con 5 casos no se hace una estadística seria, aquel mayo de 1982 fue excelente para los franceses. Le terminaron vendiendo el AM39 a 11 países, y a casi 3 veces el precio vigente el día anterior al ataque al Sheffield. ¡Qué márketing que les hicimos!
Ahora bien, ¿podemos no ser víctimas del mismo? Estamos hablando de las virtudes no del avión portador en sí, sino de la tríada radar de búsqueda Agave a bordo, de la computadora Etna y del señor misil de marras. Bien habríamos hecho en adquirir ese “combo” y montarlo en (vamos a provocarte, lector) un Hércules, que tiene un alcance de 3800 km, con una versión patrullera marina capaz de más de 11 horas de autonomía.

Prueba de que hay pirados que llevan un Exocet en aviones enormes y de gran autonomía.
La foto de arriba muestra al misil de nuestros amores disparado por un turbohélice francés, un patrullero marino Bréguet Atlantic francés con una “firma de radar” apenas inferior a la de la cancha de River. La extraña protrusión ventral no es un sanitario de emergencia, sino un radomo de localización y búsqueda de submarinos y barcos.
En nuestro caso, ¿acaso los Hércules de la FAA no se la pasaron la guerra entera volando bajo el radar inglés, rompiendo el bloqueo más de 33 veces para abastecer Puerto Argentino? ¿Acaso la Gloriosa Chancha no fungió incluso de “piquete radar”, para detectar efectivos de la Task Force, lo que implicaba subir brevemente desde 15 a 3000 metros sobre el mar decenas de veces? Y en sólo una ocasión un Hércules argentino fue detectado, saliendo de Puerto Argentino, y derribado por Harriers.
Si lo que la Argentina quisiera hoy es un avión chico y “baja firma de radar” para llevar el Exocet y sus adjuntos electrónicos, no está condenada al SUE, o a su versión SEM. Con algunos de los genios técnicos de la Armada (el capitán Julio Pérez no pudo ser el único o el último) podría llevar ese misil, si tan encaprichada está con él, en varios de sus otros aviones de ataque, patrulla o transporte, a elegir.
No me quiero desviar del tema: desde lo del Sheffield, el amor argentino por el AM39 Exocet es muy parecido al que tenemos por nuestra primera novia: perfecto, inolvidable, pero no resiste la realidad o el tiempo. Y ojo, admito que el misil se ha perfeccionado bastante desde que “lo volvimos marca”. Sigue en producción, cada vez más lleno de yeites, entre ellos un motor principal a turbina, en lugar de un vulgar cohete sólido, lo que le da 182 km. de alcance. Una turbina usa el oxígeno atmosférico, no tiene que cargarlo en forma de oxidante químico: ergo, más kilometraje. Acuérdese cuando remotorice sus misiles.
Pero… “Pa’ conocer un rengo/hay que verlo caminar”, recomendaba el Martín Fierro. ¿Cómo caminó el AM39 Exocet en una guerra en la que un contendiente disparó 400 de estos misiles?
Hay que consultar un experto. No mucho después de mayo de 1982, en la tremebunda y larga guerra de Irak contra Irán, el mayor era don Saddam Hussein. No por democrático (que no lo era en absoluto) ni por laico (que lo era un poco), Saddam fungía entonces de niño mimado de EEUU, la Unión Europea y la URSS, Arabia Saudita y los Emiratos por la sola virtud de su enemistad con Irán y el ayatollah Khomeini. En la limitada visión de Occidente, Saddam era la solución árabe contra el rebrote islámico persa. Creo que lo querían hasta en Andorra, a Saddam.
Qué desquiciado, aquel amor. Mientras guerreaba bravamente contra los iraníes malos, entre 1986 y 1988 Saddam el bueno erradicó 4500 aldeas y ciudades kurdas. Lo hizo entre fusilamientos, bombardeos convencionales y uso masivo del viejo gas mostaza de la Primera Guerra, seguido por cosas más modernas como el tabún, el VX, el Sarín y otros aerosoles órganofosforados percutáneos, de esos que paralizan toda la musculatura estriada, incluida la respiratoria. Y así mató a 180.000 de sus compatriotas.
Dado que la guerra con Irán se establecía entre dos monoproductores petroleros sin la menor diversidad económica, cada país buscó eliminar las exportaciones de crudo de su enemigo. Por la ubicación de cada contendiente en el mapa, el de Irak, país con un único puerto (Basrah), fluía en parte hacia Occidente por ductos terrestres. Pero el de Irán debía llegar forzosamente a sus compradores asiáticos casi enteramente por mar, de modo que la navegación era el talón de Aquiles más evidente del régimen chiíta.
Y aquí está el asunto: destruir barcos iraníes en la estrechez del Golfo Pérsico, pensó la Fuerza Aérea Iraquí, debía ser como cazar en el zoológico. Entusiasmada por “las estadísticas argentinas”, que Aérospatiale exhibía a troche y moche, compró Exocets aire-mar a lo pavote y disparó no menos de 400 de estos misiles contra blancos inermes e inmensos: buques tanqueros y plataformas petrolíferas iraníes, la terminal petrolífera de la isla de Kharg y el campo petrolífero Darius, amén de la central nuclear (incompleta, por suerte) de Bushehr, e incluso el destructor de un país aliado de Irak, el USN Stark. Y sin embargo, Irán siguió exportando petróleo. Pese a que sus barcos se ligaron 400 misilazos. Algo no cierra.
Estamos hablando de una de las guerras entre estados nación más largas del siglo XX, estática y de trincheras como la Primera Guerra, con casi un millón de muertos sumados por ambas partes. Las imágenes de los pibitos iraníes de 13 años cargando contra las ametralladoras iraquíes, “en busca del martirio”, todavía no se borran. Una guerra empezada 2 años antes que la nuestra de Malvinas y terminada recién en 1988. Frente a aquella megatragedia, nuestra feroz agarrada con los ingleses casi es una nota a pie de página.

Los iraquíes no quisieron saber nada del lerdo e inerme SUE, y le exigieron a Francia un mejor avión para el Exocet. Obtuvieron 60 Mirage F-1 con el radar Cyrano. Irán derribó 33 en un año.
Los iraquíes no conocen el concepto de aviación naval: peleaban desde aeródromos terrestres para impedir que los tanqueros de Irán pudieran llegar siquiera al “choke point” natural del Golfo, el estrecho de Ormuz, donde hay sólo 54 km. entre orillas, y la occidental pertenece a emiratos en general muy antichiítas.
Como grandes clientes, habían alquilado 5 SUE a los franceses, pero lo encontraron lento y sin capacidad alguna de autodefensa aérea: los iraníes le tumbaron uno en días. Saddam devolvió a Mitterrand los otros 4, pidió algo más serio y obtuvo el Mirage F1, que además de ser muy supersónico viene con el radar Cyrano, mejor aún que el Agave. Pero el misil, tan prestigiado y puesto en valor por Argentina, tan lleno de “vulevú con soda” por haberse cargado al Sheffield, al Atlantic Conveyor y al Vince en menos de un mes, se lo quedó. “Éste es mío”, habrá dicho, y se habrá imaginado hazañas magníficas y grandiosas.
No sucedieron. Antes de la caída del Shah, Irán tenía una aviación envidiable, con unos 60 cazas de superioridad aérea F-14 Tomcat. Sí señor@s, la última creación del “Kaiser von Kress”, el que certificó que el Vince la ligó. El Irán del Shah era el único país suficientemente rico y/o corrupto para comprarse esas joyas de aviones. Que pese a la falta de repuestos sucedida tras la caída del Shah en 1979, seguían siendo peligrosísimos, en parte porque los volaba gente experta, en parte por no haber operado jamás desde portaviones. Durante la guerra, los Tomcat voltearon 160 jets iraquíes a costa de apenas 12 pérdidas, 6 de las cuales fueron por accidentes y desgaste del material.
La lista de derribos de los F-14 iraníes admitida por los EEUU (supongo que con cierto gozo antieuropeo) comprende 58 MiG-23, 33 Mirage F1, 23 Sukhoi 20/22, 9 MiG-25, 5 Tupolev 22, 2 MiG 27, 1 helicóptero Mil Mi-24, 1 Mirage 5, 1 B-6D, 1 Aérospatiale Super Frélon y dos aviones no identificados.
Mis respetos póstumos a don Bob.
Los pilotos irakíes, comprensiblemente aterrados, preferían disparar sus Exocet desde su máximo alcance y fuera de todo control visual. Así, de puro precavidos nomás, le surtieron dos misilazos al destructor yanqui USN Stark, en 1987. Otra que “friendly fire”. Meses después, con la fragata USN Samuel Roberts reventada también por sus extraños “aliados”, los americanos se pudrieron y empezaron preventivamente a tirarle a todo avión iraquí que se acercara demasiado.

Jalil Zandi, as de la aviación iraní con 11 derribos en la Guerra del Golfo. Detrás, el avión cumbre de Bob Kress: el F-14, que en este baile destruyó todo lo que Europa y la URSS le pusieron delante.
Fuera del F-14, su ancho de espadas tecnológico, la llamada “Guerra de los Tanqueros” Irán la peleó, por oposición, con armas muy primitivas y casi de contacto, la más eficaz de las cuales fue el uso de lanchas rápidas de la Guardia Revolucionaria, llenas de tipos peludos con cara de loco y armados con lanzacohetes antitanques portátiles RPG. Luego, a sus sorpresivas lanchitas, los iraníes añadieron el minado de las aguas de los emiratos hostiles.
Sólo en el últimísimo año de la guerra Irán tuvo acceso a algo menos “edad de piedra”: el misil antibarco chino llamado Silkworm por la prensa occidental, que no sabe pronunciar “Hai Ying”, su nombre en mandarín, y cuyo significado alude más a águilas que a gusanos. Este pajuerano en el Golfo era un “sea skimmer” (cuete de vuelo rasante) que corría con años luz de retraso respecto del misil francés. Era tosco de aviónica, por no hablar de su propulsión: el combustible líquido lo volvía casi más peligroso en el punto de impacto que en el de lanzamiento.
Con un porte inmanejable (2,3 toneladas), el Hai Ying no viajaba en avión por motivos evidentes. Tenía apenas 85 km. de alcance y un patrón de vuelo parecido al Exocet (primero, inercial, y luego, autoguiado por radar monopulso), pero no a 2 sino a 20 metros de altura. Eso sí, llevaba una carga explosiva moldeada, o “hueca” como también se dice, de 500 kg., tres veces mayor que la de un AM 39 Éxocet, pero con un patrón de explosión muy asimétrico, hecho para romper grandes blindajes. Hasta ahí, todo tecnología de 1944. Pero justamente por eso un brutal Hai Ying hundía tanqueros, un Exocet, no.
Y si podía con tanqueros de doble casco de 100.000 toneladas, el Hai Ying daba también para reventar el casco de un portaviones de batalla yanqui, ¿o no? E incluso, en un día de suerte, el recipiente de presión de algunos de sus 8 reactores nucleares también. El Enterprise, justamente, andaba demasiado en zona. Algún almirante yanqui le habrá tratado de explicar las cosas al presidente Reagan. No habrá sido fácil.
Por supuesto, al ser un armatoste chino copiado de un vetusto misil soviético (el Termit), el Hai Ying era baratísimo, abundante, y el Reino del Medio lo entregaba a Irán sin miedo a que la OCDE lo acusara de dumping. Y los ayatollahs, muy contentos con la generosidad de Beijing, como pasó por aquel entonces a decirse Pekín. Aparentemente, Beijing viene a ser un “upgrade”.
Ambos bandos reventaron un total de 340 barcos. Los iraquíes atacaron 39 tanqueros, siempre desde distancia máxima y sin saber jamás a qué mongo le tiraban. Las víctimas de Exocets y Hai Yings pertenecen por eso a 39 banderas de oportunidad distintas, y como no soy el Lloyd’s, ignoro cuántos estaban charteados para Irán y cuántos para Irak. La lista de marineros muertos en esta rara guerra debe provenir de casi todo país existente en aquellos tiempos. Nadie la redactó, que yo sepa. Simples laburantes.
La futilidad de todo ello se resume en que ningún contrincante logró estrangular la capacidad de exportación del otro, aunque el 35% del crudo embarcado mundial todavía hoy atraviesa esas aguas tan estrechas y vigiladas, y aunque las naves charteadas por Irak iban en convoy y custodiadas por grandes buques de guerra estadounidenses. Custodios que en realidad, ante los ojos de la Guardia Revolucionario, gracias a su nuevo misil “todo por dos pesos”, pasaron de patovicas a blanco principal.
El que quiera buenas estadísticas analíticas de la Guerra de los Tanqueros, puede consultar aquí:
El correlato de esta rara guerra marítima en aguas cerradas es similar a la de las operaciones terrestres entre Irán e Irak: los contendientes perdieron hasta la camisa y ninguno conquistó nada, pero los fabricantes de armas de la UE, EEUU y la URSS se forraron. La retirada más bien rápida de la flota de Reagan y el fin de la guerra coinciden con la aparición del Hai Ying y de Beijing, que ya no Pekín, en escena mundial. Fue una situación que muchos no pudimos aquilatar en su verdadero significado, en aquel momento. Mirada desde 2017, fue como si en una mesa de póker muy reñida pero entre gente normal se hubiera sentado, silenciosamente, un luchador de Sumo. Las reglas del póker siguen iguales… pero el juego cambia.
Desde aquel 1988, y tras redefinir drásticamente lo que los occidentales llamábamos “capitalismo salvaje”, el Partido Comunista Chino viene comprándose el planeta pelando antes la chequera que el garrote. Con el show de 1988 en el Golfo alcanzó. Ése es el arranque de esta etapa en la que vivimos ahora: la chinificación de la Historia.
En lo que nos interesa a nosotros, en esta guerra el SUE fue rechazado “in limine” y el AM39 Exocet en 1987 y 1988 estuvo muy lejos de repetir su performance malvinera. Probablemente porque en aguas abiertas, un radar de guiado final discierne blancos con más claridad, pero lo cierto es que 400 misiles en manos de Saddam no cambiaron nada. Por el contrario, generaron “fuego amigo” entre cazas y barcos de escolta yanquis. Ninguna guerra carece de estas confusiones, pero cualquier gresca de choborras en un bar parece de una claridad cartesiana en comparación con el caos del Golfo.
Lo interesante es que fue un misil chino (invendible en cualquier feria de armas finolis) lo que hizo que el presidente Ronald Reagan mudara su Enterprise a aguas más amables. Lo que pone la novedad ya no en el producto, sino en el vendedor.
Ahora me dejo de barbudos y vuelvo a nuestro problema de compras. Porque me temo que ha llegado otro de esos momentos de la historia argentina en que la OTAN nos llena de chatarra.
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