Cavallo y el dólar de marzo

marzo 9, 2024

El 14 de enero pasado escribí en este blog (antes lo había planteado en otros sitios) «La recesión inducida no va a detener la inflación en pocos meses. Ya la mayoría de los que analizan la actividad económica -y yo mismo, por lo que valga- evaluamos que en marzo, dentro de dos meses, el dólar estará «barato», con el nivel actual de devaluación».

Les tengo una mala noticia, Peluca, Toto: el dólar ya está barato. Para ser preciso, los precios locales ya están altos para los extranjeros. Ya no se cruzan uruguayos y paraguayos a comprar nafta. Y los turistas europeos encuentran que están más o menos como allí (como en los Países Bajos, eh, no como en la «barata» España). La comida y el transporte están abajo, todavía, pero la ropa y los artefactos… No conviene comprarlos aquí).

Y en estos días Domingo Cavallo, el Señor del 1 a 1 peso-dólar,  aconsejó públicamente incrementar el ritmo del «crawling peg» -la devaluación mes a mes- para que no se atrase el valor del dólar oficial y se genere un desincentivo a liquidar los ingresos de los exportadores, y “aventar, de esa forma, el riesgo de un salto devaluatorio en los próximos meses”.

El problema con este consejo -el Mingo lo sabe, pero esta vez él no tiene que hacerse cargo- es que aumentar el ritmo de la devaluación es también aumentar la inflación. Los precios de casi todo en Argentina aumentan al ritmo del dólar, porque casi todo tiene insumos importados: desde los combustibles a la salud.

No voy a jactarme de este pronóstico. La situación era previsible, y fue prevista por otros. Ya había sucedido durante la Convertibilidad, a partir de 1994/95. Lo único nuevo es que este deterioro de la competitividad local se produjo tan rápido, en semanas en lugar de años. Pero, como sabemos, Luis Caputo es el Messi de las finanzas.

Lo que no es tan previsible -porque no depende de la economía, sino de la sociedad y de la política- es cuánto tiempo se sostendrá esta situación y que le seguirá.

Para mi análisis de este escenario, y algunas especulaciones, los invito a leer ese post del 14/1, aquí. Ahí critico también la inclinación del peronismo -en sus gestiones después de la etapa fundacional- por «sentarse» en el precio del dólar. En el capitalismo -es decir, en el mundo real- lo mejor para la economía -para el desarrollo agroindustrial- es una moneda propia subvaluada. Por algo China la mantuvo así todo lo que pudo. Ahí planteo que la coalición que reemplace a este experimento Milei-Caputo deberá tenerlo en cuenta. Pero no se confundan: ese post termina con esa frase que uso tanto: El que viva lo verá.


El sindicalismo y la larga supervivencia de la Argentina peronista

febrero 18, 2024

En 1998 el historiador Tulio Halperín Donghi -el más importante de los modernos- publicó un ensayo «La larga agonía de la Argentina peronista». Basado en una conferencia que dio en 1994, así que el tema viene de largo.

No lo volví a leer desde hace bastantes años, y por eso me voy a enfocar, solamente, en cómo influyó en mi pensamiento. No lo tomé en cuenta -o no mucho- para el análisis político. Porque no pienso en términos de «esencias» abstractas. Para mí el peronismo es la suma de los hombres y mujeres que se piensan a sí mismos como peronistas, los candidatos que votan y las políticas que apoyan. Y todo ello ha ido cambiando a lo largo de las décadas. Pero aún hoy esa suma de distintos y a veces contradictorios proyectos y sentimientos, es la fuerza política más numerosa de nuestro país. Se vio en las últimas elecciones.

Ahí también se vio que es la opción política que despertó más rechazo entre los -aún más numerosos- que no se identifican como peronistas. Eso también ha sido una constante.

Al punto: mi mirada, digamos «histórica», influida por T. H. D., es que el peronismo fundacional, 1945-55, fue decisivo para la construcción de una estructura socio-económica que siguió desarrollándose hasta 1975. El golpe militar de 1955 fue sangriento y represivo, pero no la modificó sustancialmente, aunque esa fue la pretensión de sus autores.

(No por casualidad, coincidió con el mismo período «los 30 años gloriosos» de los estados de bienestar de la Europa Occidental. El peronismo puede leerse como un «estado de bienestar con características argentinas»).

Esa periodización que asumo es una simplificación, claro. La industrialización argenta comienza con Justo, después que la Gran Depresión de los ´30 destruyò para siempre a la Argentina próspera -para las clases altas y medias- que exportaba carne y trigo a Europa. Y las luchas pos-55 entre peronistas y antiperonistas, entre «azules» y «colorados», entre los entusiasmados con Cuba y los anticomunistas «occidentales y cristianos» no fueron triviales.

Pero dos factores fundamentales de esos 30 años fueron, en gran parte, obra de Perón: una industria dinámica, aunque protegida, volcada sobre todo al mercado interno, y un sindicalismo fuerte y organizado. Identificado en su mayoría con el peronismo.

A pesar de sus antagonismos feroces, era una sociedad creativa y más justa que la actual. Y en crecimiento, hasta 1975.

No creo que sea casualidad que su declive comienza al mismo tiempo que el del «capitalismo renano», las socialdemocracias europeas. Pero tampoco debe pensarse en un mecanismo global. Argentina no está en Europa. Y no ha conseguido encontrar sus propias políticas económicas sostenibles, como lo lograron, al menos por unas cuantas décadas, los europeos.

Entre nosotros, el efímero «rodrigazo» de mediados de 1975 sirve para marcar una divisoria de época.

Lo que siguió da para una historia larga, que ya han escrito muchos otros. Lo que me interesa señalar aquí es que lo que ha sobrevivido mejor -no bien, mejor que otros elementos de esa sociedad- es el sindicalismo.

Con la estructura y, en la mayoría de los casos, la doctrina que les dio Perón. Y también con las obras sociales -las empresas de servicios- que les dio Manrique, en esa Argentina de los ´60. «Sindicalismo con características argentas» entonces. Pero más parecido a los sindicatos europeos y yanquis que a cualquier otro en la América del Sur.

Como sea, hoy me parece importante destacar que en esa «larga agonía» del modelo industrial peronista, los sindicatos se han mantenido, y peleado.Mucho mejor que otros. En cada crisis de los últimos 50 años he escuchado a mis amigos industriales llorar por la destrucción irreversible que experimentaban. Pero no se organizaron, ni aportaron a alternativas políticas. Las grandes empresas se limitan a comprar «hecha» la política, y conseguir favores del Estado.

Los sindicatos golpearon para negociar mejor. En ese «rodrigazo» que recordé, forzaron el alejamiento del siniestro López Rega. En el «Proceso» de 1976-83, las luchas sindicales empezaron a desafiar la dictadura bastante antes que las protestas políticas. Siguieron bajo Alfonsín, claro, pero fueron bastante domesticadas por el «Turco» Menem y la memoria de las hiperinflaciones. Igual, fue entonces cuando el apellido Moyano empezó a hacerse conocido, cuestionando la «pax menemista» desde el Movimiento de Trabajadores Argentinos, el MTA.

Este es un post, no un libro de historia. Solo unos pantallazos para ilustrar mi opinión: la Argentina peronista, la de 1945-55 ya no existe y no será reconstruida, salvo como metáfora. Y tampoco la que perduró por 20 años más. No hay máquinas del tiempo (Toynbee apuntó que en las crisis históricas aparecen salvadores que ofrecen volver a un tiempo mítico, pero es solo propaganda).

Igual, el pasado no se borra (aunque otros «salvadores» lo intenten). Supervive, forma parte, en el presente. Y, como comprueba el actual presidente, sigue peleando. Para obligarlo a negociar. El derrumbe del gobierno actual, si se produce, será causado -como en el caso de los anteriores experimentos industricidas- por el fracaso de sus propias polítcas.


Perón: «Yo les pregunto a ustedes ¿han visto alguna vez un dólar?» Hoy contestamos «SIII!»

febrero 15, 2024

Es evidente que Milei ha incorporado un lugar común de los consultores en comunicación: un dirigente político debe asumir que está siempre en campaña. Ayer, además de prometer blanqueo («tabula rasa») a todos los que le juren lealtad, y castigo eterno a los «traidores», volvió a mencionar una de las consignas con la que enamoró a muchos votantes, la «dolarización».

Como es un tema importante, y está planteado por enamorados y odiadores en vena ideológica y confusa, quiero acercar algunos hechos en este post. Que tratará de ser breve.

Hoy existen en el mundo varios países que han renunciado a tener moneda propia y adoptaron el dólar. Todos ellos son pequeños, pobres … y unitarios (esto tiene mucho que ver, sí).

También, hay otro grupo de países, entre medianamente y muy prósperos -varios son potencias industriales-, algunos federales, que renunciaron a la moneda propia. Adoptaron el euro, y un Banco Central Europeo. Previamente, claro, habían construido un Mercado Común, con una legislación y aranceles muy extensos y estrictos.

Pero el presidente argentino actual, sabemos, adhiere a la Escuela Austríaca de economía, que mira a esas instituciones como atentados contra la pureza ideológica de los «mercados» y la libre iniciativa de los empresarios. Para peor, el peluquín es devoto de su secta más delirante, que abomina de los bancos centrales, y promete cerrar el nuestro.

Al punto central: otro economista, Martín Lousteau, le contestó a Milei, afirmando que está preocupado porque la dolarización es «irreversible».

Yo sostengo que no. La dolarización es otras 2 cosas que empiezan con i: «idiota» e «imposible entre nosotros en su forma total».

Y una de las razones porqué es imposible en forma total, es que en Argentina hubo y hay una dolarización parcial, creciendo desde hace largas décadas.

Cuando Perón hace la pregunta que recojo en el título ante una manifestación en la Plaza de mayo, en 1948, pocos argentinos habían visto un dólar. En ese tiempo, sólo una pequeña minoría viajaba al exterior. Hoy, nadie ahorra en pesos (salvo los que especulan con tasas, por lapsos brevísimos). Y la moneda elegida por la inmensa mayoría para ahorrar -depositado en el exterior, en cajas de seguridad, en cuentas bancarias o en «canutos») es el dólar, porque es fungible: se acepta en todos lados.

En la práctica, Argentina tiene 2 monedas: el peso, para los sueldos y los gastos corrientes, y otra, el dólar «cara grande» para ahorrar y para los gastos importantes, como compra de inmuebles. Ya ven, existe esa «libre competencia de monedas», que prometían el peluquín y la Pato.

Por supuesto, a todo el mundo hoy le gustaría cobrar sus sueldos en dólares -como hacen, por ahora «en negro», los programadores y otros que trabajan para el exterior. Pero si el Estado nacional pudiera pagar sus gastos, sueldos, jubilaciones, compras, en dólares… significaría que sus ingresos estarían en equilibrio con gastos.

Porque el Estado argentino no puede emitir dólares, y nadie se los va a prestar para cubrir gastos. Ni siquiera al Toto Caputo. En realidad, menos que menos al Toto Caputo.

Y si Javo trata de aumentar los impuestos para equilibrar los gatos… los «argentinos de bien», esos que lo aplaudieron hace poco en la primera clase de un vuelo de línea… dejarán de aplaudirlo.

Si hay algo que los argentinos de bien odian, es pagar impuestos. Si trata de cobrarlos -ya le pasó recién con las retenciones a los productos del agro que figuraban en el capítulo fiscal de la difunta «Ley Ómnibus»- será un populista cualquiera.

Por supuesto, los estados provinciales resistirán cualquier intento del gobierno central de equilibrar el presupuesto nacional a costa de ellos. En última instancia, emitirán «bonos», cuasimonedas. Que aceptarán los que no tengan otro remedio: sus empleados, los proveedores y pymes pequeñas,… Bah, lo mismo que tendrá que hacer el Estado nacional, si intenta la fantasía de «dolarizar» sin recursos genuinos.

Este problema es estructural a la economía argentina, por lo menos desde 1975. Y nuestra dirigencia política ha fracasado en resolverlo. Por eso los votantes terminaron eligiendo a alguien de quien muchos dudaban si no estaba loco. Los aparentes cuerdos no lo resolvían.

Hay señales que en la dirigencia joven se va tomando conciencia. En su campaña en las PASO, uno de ellos -Juan Grabois, nac&pop y bergogliano si los hay- habló de «realización». De equiparar el peso, no con el dólar, sino con el Real brasileño, razonablemente estable.

Una idea interesante, pero no es la solución. La Patria Grande está muy bien, pero es difícil que Lula acepte que un argentino emita Reales.

Ya que este post empieza con una frase de Perón -hay tantas- rescato al final una de sus consignas básicas: «Cada argentino debe producir al menos lo que consume». Pero ha caído en el olvido. Como también el hecho evidente -salvo para los «austríacos» más delirantes- que el Estado puede y debe ser un auxiliar eficaz de la producción. De «derecha» a «izquierda», comparten la convicción que el Estado es Papá Noel. La diferencia es a qué niños o niñes debe traerle más regalos.


Los precios se sinceran: «¡Vamos a seguir subiendo!»

enero 14, 2024

En estas líneas no voy a pontificar sobre economía. Ni tampoco (mucho) sobre la inflación. Son observaciones informales sobre la estrategia que en su primer mes aplica el gobierno de Milei. Bah, el ministro Luis «Toto» Caputo y su socio, el presidente del Banco Central (que sigue abierto).

Ya dije hace unos días en las redes que -por toda la «blitzkrieg» político / comunicacional de esta administración, la única medida concreta con impacto real y profundo sobre la economía argentina era, hasta ahora, la devaluación masiva -118%- del «dólar oficial». El tipo de cambio con el que se hacen exportaciones e importaciones. Es decir, el «dólar real», para nuestra economía. Los financieros son para los que quieren transferir al exterior, y el «blue» es el valor de referencia, relevante para los que quieren y pueden ahorrar en una moneda estable y fungible. El chiquitaje.

(El tuitero Federico Muti me recordó otra medida con consecuencias inmediatas: la baja de tasas que dispuso el Banco Central. Tiene razón. Y si uno piensa, en términos de política antiinflacionaria, es una medida que contradice a toda la ortodoxia y a la heterodoxia no delirante. Pero refuerza un rasgo que ya es parte de nuestra cultura: los argentinos ahorramos en dólares. O en bienes, aquí o en el exterior, que se tasan en dólares).

Ahora, seamos justos, hasta con el Toto. Un «dólar oficial» a un precio bastante inferior a la mitad del que los interesados en adquirirlo estaban dispuestos a pagar (y lo pagaban, a «arbolitos», en «contado con liQui», etc.) resultaba en el largo y no tan largo plazo, insostenible. Ese «dólar bajo», o «barato» surgía de una decisión política más o menos consciente de los gobiernos kirchneristas (Y coincidía con la que sucedió en la práctica en la gestión Menem. Casi una característica de los gobiernos peronistas posteriores a la etapa fundacional).

El punto es que en los hechos, ese dólar barato era un estímulo a la subfacturación de exportaciones y a un «festival de importaciones», reales o ficticias. Ningún negocio, ni siquiera el narcotráfico, dejaba tanto beneficio como conseguir los dólares al precio oficial y venderlos en el mercado clandestino.

En el plano estructural, más importante, las divisas «baratas» actúan contra la producción nacional y favorecen la importación. Por algo China, el capitalismo más exitoso de los últimos 40 años mantuvo subvaluado el yuan todo lo que pudo.

Seamos justos también con los gobiernos kirchneristas y el semikirchnerista de Alberto Fernández: se daban cuenta de esto, pero demoraban todo lo que podían las devaluaciones a las que los obligaba la inflación, por un justificado temor a las consecuencias sociales y electorales de una devaluación masiva.

El último ministro de Economía de la gestión anterior -Sergio Massa- se daba cuenta de que esto ya eta insostenible, y ensayó complicadas alquimias para corregirlo: autorizaciones para exportar con un 70% al dólar oficial y un 30 con un dólar «libre», un «dólar soja», un «dólar turista» más caro,… Estas medidas equivalían a una devaluación en cámara lenta, para que los ingresos, y el conjunto de la actividad económica, tuvieran tiempo para adaptarse al nuevo valor. Probablemente, se preveían otras medidas que harían más racional el mercado cambiario, después de las elecciones.

Pero la inflación no se detenía, y la sociedad -para ser precisos, una mayoría de los votantes- eligió a un candidato que prometía «motosierra» y dolarización.

Lo segundo queda en el horizonte lejano, y la motosierra se puso en marcha, lo bastante para herir a muchos e irritar a más, pero todavía sin gran impacto en el gasto público.

Atención: no quiero minimizar la importancia del enfrentamiento que se está dando entre, por un lado, el gobierno y quienes por convicción u oportunismo lo apoyan y los sectores de la ex coalición Juntos por el Cambio que están de acuerdo con sus políticas, aunque no con Milei.

Y por el otro, el núcleo opositor que se está armando con (la gran mayoría de) el peronismo, el progresismo, los radicales nostálgicos de Alfonsín, y unos cuantos conservadores-liberales prudentes. Junto a, y hoy encabezados por, las estructuras sindicales y los movimientos sociales. La puja entre estos dos sectores será, probablemente, la que defina la política y el futuro de Argentina.

Pero el futuro llega un día a la vez, y lo que va a decidir el humor social, y la tolerancia con el gobierno actual, será el factor que contribuyó más a debilitar al anterior: la inflación.

El argumento que usan el gobierno y sus simpatizantes -y que todavía funciona, hasta donde puedo apreciarlo, en gran parte de quienes lo votaron- es el del «sinceramiento». El dólar habría recuperado su «verdadero» valor, cerca o por encima de los 1.000 pesos. Y también los combustibles, cuyos precios, estaban reprimidos por el kirchnerismo. Igual los medios de transporte…

El problema con este argumento, que todo economista -bah, cualquiera que piense unos minutos- debería tener presente, es que todos los precios -y en especial, los de las divisas y de los combustibles- son costos de producción de otros bienes. O sea, deberán «sincerarse» a su vez.

Los mileístas lúcidos -hay algunos- lo saben, pero se aferran a su convicción que, si el maldito Estado no crea moneda, el Mercado, en su infinita sabiduría, encontrará el equilibrio de precios. Saben, y dicen, que viene una etapa muy dura -sobre todo para otros- pero ese día feliz llegará, tarde o temprano.

Esto significa -que la política económica Milei-Caputo necesita, para moderar la inflación, de una recesión padre, que baje el consumo lo bastante para que el nivel de precios baje. Oferta y demanda. Esto no está en discusión, en realidad. Lo señalan desde hace rato con alarma los economistas de Este Lado. Y los del Otro lo describen con algún eufemismo, como «los sacrificios necesarios».

Como política económica, es muy primitiva. Sus impulsores habrán memorizado los textos de economía de sus autores- preferidos. Pero parecen no saber nada sobre «monopolios naturales», ni siquiera haber leído a Joan Robinson, que hace unos 60 años escribió sobre «competencia imperfecta». Sorprendentemente, hasta parecen ignorar la diferencia entre bienes de demanda elástica -sensible a las variaciones de precios- y de demanda inelástica, como los alimentos. O creen que se resuelve en la competencia entre dos marcas de galletitas.

Atención: estoy tan convencido de la necesidad que haya en la economía real mecanismos de mercado. Y puedo  aceptar que en teoría la libre competencia, si la hubiera, conduciría, después de muchas quiebras y cierre de empresas, a un equilibrio de precios, tarde o temprano.

El término operativo es «tarde». Demasiado tarde, para Caputo y su presidente. Porque les tengo una mala noticia: la Argentina es un país rico, aunque la pobreza y la indigencia hayan crecido mucho en estos 10 años. Es rico comparado con sus vecinos sudamericanos, pero el dato clave aquí no es el PBI per cápita. Es que hay muchos argentinos ricos y muchos más acostumbrados a un nivel de gastos que incluye una alta proporción de insumos importados.

Y que- aunque para una mayoría de restos argentinos clase medieros sus ingresos van a disminuir… algún «canuto» tienen, y no bajarán abruptamente su nivel de consumo.

O sea: la recesión inducida no va a detener la inflación en pocos meses. Ya la mayoría de los que analizan la actividad económica -y yo mismo, por lo que valga- evaluamos que en marzo, dentro de dos meses, el dólar estará «barato», con el nivel actual de devaluación.

Y en marzo liquidan las grandes exportadoras, los productores agrarios hacen sus cálculos… No estoy diciendo nada nuevo, ni original. Simplemente, sumo lo elemental que conozco de economía y de política, y encuentro que el experimento Milei-Caputo -que Manuel Saralegui llama «el segundo tiempo macrista» tiene fecha cercana de vencimiento. Lo que lo reemplace, el que viva lo verá.


La primera semana de Milei y Caputo. Las primeras consecuencias

diciembre 17, 2023

Después de los anuncios del martes, dije en la red X (ex twitter) «El que compró Milei, recibió Caputo«. Justificado, pero es una simplificación. Entonces lo desarrollo aquí, que para eso está el blog.

Empiezo por resaltar lo obvio: las medidas anunciadas en el mensaje grabado del Toto y las posteriores, no sólo no tienen nada que ver con lo que Milei propuso en su campaña (era esperable, diría benévolamente el Papa) ni con su ideología. No hay dolarización (salvo en el lejano horizonte), no hay anarco capitalismo (Ni hablemos del mercado de órganos y la libre portación de armas). Hay impuestos y retenciones, que son el impuesto más fácil de cobrar. 

Pero eso no es todo. Tampoco tienen relación estas medidas con la expertise de Caputo. El ministro de Economía es un «trader», como dijo el Financial Times. Desde el Estado, es alguien que busca fondos, un endeudador. Es lo que hizo en el gobierno de Macri. Y volverá a hacer -es su profesión- cuando y si tiene la oportunidad.

Entonces, estas medidas, que están lejos de ser un plan económico, sí muestran como ve este gobierno la situación de nuestra economía. Y también en qué dircióega quieren ir.

La megadevaluación, de un 118%, y el ajuste fiscal, tendrán un costo social elevado. Como lo admiten hasta los medios oficialistas, habrá más pobreza, desempleo y una fuerte recesión que el gobierno espera que, en un plazo de ¿seis?, meses, servirá para contener la inflación. En el proceso, se licuarían las jubilaciones, los sueldos del Estado nacional y también las Leliqs.

Y aunque -como digo arriba y es evidente- aumentará la pobreza, el esquema no necesita castigar especialmente a los más pobres. Su nivel de consumo actual ya es muy bajo. El ajuste está destinado a recaer sobre las numerosas, diversas y frágiles clases medias argentinas.

Es un ajuste ortodoxo y, salvo por esto último, primitivo. Si quieren buscar antecedentes, no los busquen en la gestión de Massa, de Guzmán, ni tampoco en la de Macri, de la Rúa o Menem. Lo más parecido sería lo que intentó Federico Pinedo (el abuelo economista) en 1962. Y no le salió bien, dicho sea de paso.

Mi planteo es que esta política inicial del actual tándem Milei-Caputo es la forma que eligen para enfrentar una realidad concreta. «No hay plata» es más que la frase en una remera; es el factor que condiciona, y condicionará por largos meses, todo lo que hace este gobierno.

Atención: no es que en Argentina «no hay plata». El país cuenta con muchos recursos, aunque su infraestructura esté envejecida en gran parte. Muchos argentinos/as son muy prósperos, y tienen ahorros, generalmente en dólares. Y también lo registran organismos internacionales- hay miles de millones de dólares en depósitos e inmuebles en el exterior propiedad de argentinos.

El que está sin guita y endeudado hasta… el cuello, es el Estado nacional. Desde abril de 2018, cuando culminó la fuga masiva de los fondos de inversión y otros especuladores, solo el FMI, por la interesada generosidad de Trump le prestó una cantidad importante (47 mil millones usd). Que ahora exige que le siga devolviendo (una cuota vence ahora en enero).

El gobierno debe pasar la gorra ante diversos organismos internacionales para evitar caer -otra vez- en default técnico. Y apelar a la generosidad del tío Xi para que China renueve su swap de monedas.

El camino de un nuevo endeudamiento está cerrado, por ahora. Ningún fondo de inversión apostará a la Argentina, después de la experiencia que tuvieron con Macri y el mismo Caputo. Tampoco se interesarán, estimo, en privatizaciones, hasta y si este gobierno demuestre que puede afirmarse. ¿En 2025, 2026?

¿Estoy diciendo, como el oficialismo, que «no hay alternativa»? No. Por supuesto que las hay, y la tarea de los gobiernos es encontrarlas y, si pueden y saben, llevarlas adelante. Pero una mayoría de la sociedad argentina, exasperada por la larga inflación y un discurso oficial que había perdido contactó con su realidad, decidió apostar a Milei (Un «clima de época» algo tuvo que ver. En los Países Bajos -sociedad distinta de la nuestra si las hay- triunfó ampliamente en estos días un personaje parecido). Y Milei eligió a Caputo para diseñar las primeras, y decisivas, medidas:

Una devaluación brutal, que -se sabía -no había lugar para la fantasía inicial de la gestión macrista «el mercado ya la descontaba»- iba a dar un gigantesco impulso a la muy alta inflación en marcha, más el impuesto PAIS y retenciones para todos y todas. La nueva fantasía libertaria también fue al canasto.

Por ahora, y hasta donde puede medirse, el sector de la sociedad argentina que votó a Milei parece aceptar este ajuste como inevitable. Y los grandes empresarios -que, no estaban entusiasmados con Milei, salvo casos particulares, después de su triunfo electoral le abren una cuota de expectativas (no de inversiones, todavía). Don Paolo Rocca, el sr. Techint, ha hablado de un reseteo de la economía argentina.

Y el reseteo está en marcha: este esquema, en principio, favorece a los sectores que exportan: las cerealeras, los productores agrarios de la zona núcleo, las petroleras y gasíferas -que no necesiten una previa inversión estatal considerable en infraestructura-, algunas pocas empresas de base tecnológica, los que brindan servicios digitales a clientes en el exterior,… Y a esos sectores les cobran impuestos, retenciones, para cubrir los gastos del Estado. Y conseguir el equilibrio fiscal que será la única «ancla» antiinflacionaria de este esquema.


 Sectores desfavorecidos, más francamente: los que se van a arruinar, son las empresas, y sus trabajadores, que dependen del mercado interno. También está «en capilla» las empresas y los muchos trabajadores de la obra pública.

Las terminales automotrices y la industria autopartista, y sus obreros, dependen en altísima proporción del «comercio administrado» con Brasil, lo que es anatema para un consecuente discípulo de la escuela austríaca. Pero Milei ha demostrado, ya que no dejará que la consecuencia sea un obstáculo para gobernar.

Ahora, la pregunta clave -que también se hacen los grandes empresarios- es si la sociedad va a tolerar este reseteo. Las encuestas, por lo que valgan, indican que la mayoría está dispuesta a aceptar el ajuste. Pero esas mismas encuestas también indican que la mayoría cree que hay que ajustar a otros.

Por mi parte, tengo tambièn otra duda, sobre la sustentabilidad económica -no sólo social- de este esquema. Porque la inflación sigue y se acelera. Aunque se deje de emitir, existe la inflación inercial, que el mismo Milei aceptó que perdurará al menos por seis meses. Y ya en febrero, el dólar oficial, que hoy -PAIS mediante- aparece como «muy alto» puede parecer «atrasado», Aparecerá así en marzo, cuando los productores agrarios y las cerealeras decidirán si venden o guardan la cosecha de soja.

El «crawling peg», la módica devaluación de 2% mensual que el esquema prevé, no va a alcanzar a compensar la inflación. Serán necesarias más medidas y parches. Fue la historia del Plan Pinedo de 1962, Bah, ha sido la historia de casi todas las devaluaciones argentinas.

No soy el único que ve eso, por supuesto. Francisco Jueguen, periodista consustanciado con la mirada de su medio, La Nación, cita ayer a una «fuente del mercado»: «(Ya) se bajó la palanca de las importaciones. Por ejemplo, a YPF le postergaron toda la compra de lubricantes y materiales para la destilería. Para Tierra del Fuego hubo pocas divisas también. “Y la devaluación sin programa fiscal y sin ancla de precios se la come la inflación en febrero. Van a tener que volver a devaluar”. Agrego que en ese caso, el esquema volvería al inicio. Pero sin Caputo.


Francos anticipó un dólar «razonable» a 650 ¿Cuán verde es mi gobierno?

diciembre 5, 2023

Este blog estuvo concentrado en estas semanas en la política. Está bien, siempre fuimos un país original en ese rubro, y en el último tiempo nos destacamos. Pero me sentí con ganas de escribir algo más cercano a las preocupaciones de la gente de a pie.

Por todo el humo en torno a Caputo y las Leliqs, fue el futuro ministro del Interior, Guillermo Francos, quien anticipó la que será -si no hay otro cambio repentino- la noticia a la que más gente le prestará más atención: dólar oficial a $ 650.

A un día, no fue desautorizado por Milei. Así, además de un precio «razonable» (?) indicaría que el libertario no considera posible o prudente que sea el mercado el que fije ahora el tipo de cambio.

Pero esta información es muy incompleta. No dice de donde saldrán las divisas que se necesitarán para pagar las importaciones que se hagan a ese precio (o cualquier otro). Tampoco dice si se tratará de mantener como «ancla» -es el valor clave en la estructura de precios actual de nuestra economía, después de todo-.

Esto sería muy contradictorio con la ideología y las declaraciones del nuevo presidente (además de imposible, si no hay dólares para sostenerlo).
Entonces, casi seguramente hará lo que se resignaron a hacer los gobiernos de Cristina Kirchner (después de 2012), Mauricio Macri y Alberto Fernández: devaluar, periódicamente, al ritmo de la inflación (o un poquito más lento).

Como sea, el anuncio de Francos tuvo una traducción inmediata para los actores de la economía cotidiana: importadores, distribuidores y comerciantes: el costo de los insumos importados aumentará, ya, un 70%. Combustible para la inflación: todo aumenta, aún lo que no se importa.

Para economistas, y gobernantes, este es el desafío y la amenaza fundamental de nuestra situación: cualquier valor del dólar, aun el más «alto» para los la estructura de precios del momento, en poco tiempo, si sigue la inflación, estará «atrasado».

Esto ha sido así en nuestro país durante los últimos 65 años. Aún en un período de relativa estabilidad de precios -1991 a 2001, la inflación, más baja, seguía. Y al no actualizar el tipo de cambio, se hizo insostenible. Y estalló.

Milei, como todos los presidentes de estas décadas, se enfrentará a ese problema. Y ni los préstamos del exterior, ni las maniobras de especuladores financieros, servirán.


La dolarización fue el «mito necesario» de Milei ¿Cuál puede ser el de Massa?

septiembre 29, 2023

Sobre el «irresistible ascenso» de Javier Milei se ha escrito mucho. También por este bloguero, eh. Si ponen su apellido en el Buscador, a la derecha, quedarán abrumados por la cantidad de posts que lo mencionan. Algunos, de antes del 13 de agosto.

Pero el tema de este post es sólo un factor del fenómeno. Uno puramente local, y, creo, decisivo para que una cuarta parte de los empadronados para votar y un 30% de los votos válidos se inclinaran por el peluquín.

(No es que no haya «componentes importados» en ese ascenso. En otro momento volveré a escribir sobre una tendencia que se manifiesta en el mundo, o al menos en Occidente -la cultura, no el bloque de poder).

Ese factor local decisivo es la inflación «desbordada» que soportamos. Llamarla hiperinflación o no, es una cuestión de criterios (hoy, en la mayoría de los países, se llama así cuando supera el 100% anual). En nuestra realidad social y económica, el desborde ocurre cuando se escucha decir, en sectores con niveles de ingresos muy distintos, «Ya no se puede saber si algo es caro o barato».

En la economía, significa que los precios en moneda local ya no sirven para evaluar costos ni inversiones. En la sociedad, desordena las vidas y las expectativas de la gente común.

Resulta más tolerable, por cierto, para los que tienen ingresos en monedas «fuertes» -dólares, euros,… También se aguanta mejor si son ingresos mensuales en pesos pero en montos altos (en este septiembre que termina, ¿el piso sería 1 millón y medio?) y un sólido corsé ideológico. Pero el «clima», la sensación de «ya no se puede seguir así«, se extiende por la sociedad, sin que tenga, al comienzo, un contenido político concreto.

Milei, un economista con habilidades de «influencer», encontró la dolarización. Una idea que no tiene nada que ver con las de Murray Rothbard, un autor olvidado que le dio su discurso ideológico, ni con las de la escuela austríaca de economía, de la que aprendió las ecuaciones que repite.

La dolarización era una propuesta que había sido lanzada entre nosotros hace más de 30 años por economistas serios en un momento de desesperación, ante las hiperinflaciones que se sucedieron entre 1989 y 1991.

Una propuesta que sería imposible de ejecutar, salvo, justamente, después de una hiperinflación terminal. Pero -como ya dije en este blog- esa fantasía es un punto fuerte de Milei, especialmente en los sectores más humildes.

Claro que una mayoría muy amplia de argentinos y argentinas prefiere que sus billetes tengan las caras de San Martín o Belgrano, en lugar de algún prócer gringo poco conocido. Pero más quieren que sus billetes no se evaporen en sus bolsillos. La candidata de Juntos por el Cambio se ha dado cuenta de esto, y trata de agitar también esa fantasía con un planteo algo distinto, «la libre competencia de monedas». Bueno, tampoco La Libertad Avanza es muy precisa en los mecanismos de lo que promete.

Sucede que esa competencia de monedas -la coexistencia del peso y el dólar- ya existe en Argentina. El peso lo usamos para pagar sueldos y los gastos de todos los días. Ahorramos en dólares -salvo los bancos y las grandes empresas que pueden tener un gerente de finanzas para cambiar día sus colocaciones- y también se compran y venden los inmuebles en esa moneda. Desde hace bastantes años, además. La causa es, justamente, esa inflación crónica.

Los que hablan de la libre competencia de monedas -en LLA o en JxC- piensan que el dólar terminaría reemplazando al peso. Y sí. El dólar y los patacones, los lecor,… que emitirán los estados provinciales. Y los bonos que emitirá el Estado nacional. Porque la dolarización no resuelve, como nos recuerdan maternalmente desde el FMI, el problema de cualquier estado cuyos gastos son mayores que sus ingresos.

Pero en este post escribio sobre la campaña ¿Qué puede hacer Sergio Massa, que, además de candidato, es el presidente en ejercicio?

Bueno, en primer término, lo que está haciendo. Lanzar medidas que auxilian en algo a (casi) todos los sectores perjudicados por la inflación y los otros problemas estructurales de nuestra economía: los trabajadores en blanco, los informales, los jubilados, los productores regionales, las empresas que necesitan importar para producir,… «El señor de los alivios», lo llama el ingenioso Marcelo Falak.

Por supuesto, Massa sabe -a esta altura, todos lo saben o suponen- que esos alivios alimentarán la inflación. Y, en economía, lo que todos creen es lo que pasa, en el corto plazo. Lo confirma el dólar «blue», ese barómetro de las tormentas argentinas.

Entonces, ¿puede ofrecer, él también, la ilusión, la esperanza de una moneda con la que a fin de mes un argentino/a pueda comprar lo mismo que compraba en los primeros días?

STM tiene una dificultad estructural: es el ministro de Economía, el que toma las decisiones ahora. Bullrich carga con la memoria de un gobierno del que fue ministra, un poco menos de 4 años atrás. Milei es el que puede ofrecer fantasías, sin molestas realidades que lo incomoden.

Hay algo que puede hacerse. La coexistencia de distintas monedas es, como dije, una realidad argentina de larga data. El problema con el dólar es que lo emite otro país (Fíjense que Milei no plantea la emisión privada de monedas, como otros libertarios económicos. Es loco pero no boludo, dirían en mi barrio).

Hace tiempo propuse en mi blog y en algunas conversaciones privadas la introducción de un «peso fuerte» basado en una «canasta» de los precios de los productos que Argentina exporta: soja, cereales, … No es una solución mágica, por supuesto; no existen. Ni siquiera es una solución: sería sólo una forma en que el Estado nacional y los ciudadanos adquirieran la costumbre y la disciplina de algunos compromisos en valores estables, sin mecanismos indexatorios.

Pero volvamos a la campaña: más allá de la discusión técnica de pros y contras, sería complicado introducir «sobre la hora» una nueva moneda. Pero un economista liberal y muy ortodoxo, recordó estos días que Argentina ya tiene otras monedas legales, además del deteriorado peso papel.

Son el Peso Oro y el Peso Plata, que establece la ley 1.130, del  3 de noviembre de 1881 y que no ha sido derogada. Los veteranos recordarán un rastro de esta vieja realidad monetaria en la inscripción que tenían los billetes del peso moneda nacional: «El Banco Central pagará al portador y a la vista..

El oro como patrón de valor para la moneda tiene un inconveniente: es rígido. Atarse al oro le causó graves problemas a la libra esterlina después de la I Guerra Mundial. Y Nixon lo descartó en 1972 para el dólar. A nosotros podría convenirnos, sin embargo, para nuestras exportaciones: tiene, en general, una relación inversa con el valor del dólar: cuando éste sube, el oro baja. Y viceversa.

Pero esto no es una discusión técnica, por Dios! Es la sugerencia de un símbolo. Para la campaña electoral, y -más allá de estas semanas- para el peronismo. Porque en este siglo la mayor parte de su dirigencia y de su funcionariado -tanto los que eran kirchneristas como los que no- se inclinaba a pensar que no era tan grave que aumentaran los precios si al mismo tiempo aumentaban los sueldos. El valor de la moneda nacional… era una preocupación de los «liberales». Ahora, la moneda nacional está en peligro, y la patria también.


Keynes lo vio venir a Milei. No a los keynesianos, lamentablemente

septiembre 10, 2023

Hoy publicamos en AgendAR el texto original de la (larga) entrevista que le hizo The Economist a Javier Milei. Nos pareció de interés, porque las versiones locales que vimos estaban muy recortadas. A mí, por caso, me sirvió para enterarme que sus ideas las tomó de Murray Rothbard, un economista yanqui de mediados del siglo pasado.

Filosóficamente, yo lo asociaba, y lo asocio, con Ayn Rand y su ética del egoísmo. Pero el punto de este post es que me hizo pensar en la mejor cita de John Maynard Keynes (o por lo menos, la más citada). La comparto:

“…las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando son correctas como erróneas, tienen más poder de lo que comúnmente se entiende. De hecho, el mundo está dominado por ellas.

Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto. Locos con autoridad, que escuchan voces en el aire, destilan su histeria de algún escritorzuelo académico de unos años antes…»

(La encuentran completa en esta página, sobre El papel de las ideas para algunos famosos economistas. Para tranquilizar a los lectores mileístas, si alguno, confirmo que también tiene citas de von Mises y Friedman).

En cualquier caso, me parece innegable que don Keynes lo tenía calado a Milei. Tal vez por suerte para él, no previó a los keynesianos -que no han leído su Teoría General- pero plantean que siempre se puede estimular más la economía imprimiendo dinero.


Pensando en voz alta, mientras el dólar sube

agosto 9, 2023

Esto que estoy escribiendo es un eco, con pocos cambios en fechas y algunos números, de otras notas que publiqué en este blog y en el portal que edito, AgendAR. Que a su vez se referían a escritos anteriores, míos y de otros. Es apropiado que sea así, porque la inflación argentina es también una larga repetición de políticas -contradictorias- y de argumentos. Aquí actualizo, un poco, y resumo, un texto que escribí en este blog, y en AgendAR, el 21 de julio del año pasado, el último mes A. M. (antes de Massa):

Primero: la hipótesis que maneja el ministerio de Economía -que estas rachas de alza del «Blue», el dólar ilegal, están fogoneadas, es razonable. Y probable. Es un mercado muy chico, además de clandestino. Con unos pocos millones de dólares -menos de lo que cuesta un día de campaña nacional- se mueve. Si el Central no tiene reservas disponibles para controlarlo.

Pero ese no es el problema que tiene el gobierno. No es el que tiene la Argentina. El hecho es que la gran diferencia entre el (los) tipo (s) de cambio oficial (es) y el precio que tanto especuladores como ahorristas están dispuestos a pagar por el billete estadounidense crea expectativas de megadevaluación. Además, esa perspectiva de un aumento brusco de la cotización desalienta la liquidación de exportaciones y estimula el anticipo de importaciones.

¿Les suena la frase «festival de importaciones»? La había usado hace un año la vicepresidenta. Y también hay razones estructurales para ese festival. En las cosechas del verano 2021/22, cuando la sequía todavía no había impactado sobre las importaciones, los precios globales de las commodities que exportamos estaban, en promedio, entre los más altos de la historia reciente, y también los volúmenes exportados. Las liquidaciones de las divisas por los exportadores acompañaban ese crecimiento. Pero las reservas del Banco Central no crecían, y faltaban divisas para las importaciones necesarias.

¿Y por qué son necesarias? Esta lista también fue confeccionada hace un año, y los ejemplos son arbitrarios. Pero era y es válida para ilustrar la necesidad de importar para mantener en marcha la economía argentina:

  • Siete de cada diez autopartes que se utilizan para la producción local de autos terminados vienen del exterior.
  • Un 55% de las drogas que tienen como insumo las farmacéuticas locales para la producción de remedios es importado.
  • El 90% de los celulares y LCDs que se ensamblan en Tierra del Fuego cuentan con tecnología extranjera.
  • Los tubos de acero sin costura que fabrica Techint para exportar al mundo necesitan del mineral de hierro importado.
  • Cabrales requiere de los granos de café y Arcor del cacao para sus chocolates. Ninguno tiene sustitución local.
  • Seis de cada diez insumos que se importan no tienen un proveedor local que pueda abastecerlos, según la Cámara de Importadores de la República Argentina (CIRA).
  • Nueve de cada diez empresas grandes utilizan al menos un insumo importado y el 67% de las pymes requieren de un proveedor externo porque no tienen alguien que localmente pueda abastecerlos.

Así, en mayo del año pasado las importaciones llegaron a casi 9 mil millones de dólares. Este año, donde ahora sí muerde el impacto de la sequía más larga registrada en nuestro país, ¿es de extrañar que el gobierno deba apretar cada vez más fuerte el «cepo» a las importaciones que Macri debió comenzar a aplicar en 2019?

En una situación de desequilibrio como ésta, que no es nueva ni especial en la historia argentina -ni en la de casi todos los países, si vamos al caso- hay una solución habitual en el sistema capitalista (en la versión estadounidense, la china, la turca, la…): devaluar la moneda local. Eso desalienta las importaciones y estimula las exportaciones. (China usó mucho la subvaluación del yuan, y EE.UU. se quejaba. Turquía la está usando en estos días).

Pero Argentina no puede usarla. Porque ya el peso argentino se está licuando. Hay una obviedad que debemos recordar, para evitar el error que repito en el título: El dólar no sube, es el peso que baja.

Por eso el gobierno no puede devaluar, en el sentido en que se usa como herramienta económica. Porque la inflación está constantemente «corriendo el arco». Un dólar a $ 600, que hoy se percibe como alto y lo es, en unos meses parecerá, será «barato». Como dije, esta historia ya la vivimos los argentinos, entre 1958 y 1991. Supongo que Cristina Kirchner la tenía en mente, cuando recomendó a Alberto Fernández leer «Diario de una temporada en el quinto piso» de Juan Carlos Torre, la historia del derrumbe del gobierno de Alfonsín.

La «solución» que se aplicó entonces no dejó buenos recuerdos para una mayoría de los argentinos. Pero está claro que no es la única solución posible: muchos países han aplicado diferentes políticas para controlar la inflación, desde Brasil a Israel, en estas últimas 4 décadas. Distintas versiones de planes antiinflacionarios. (También Argentina en 1952, para el caso).

Ninguna versión es indolora ni brinda resultados rápidos. En un país con altísima inflación, como el nuestro, hasta hay sectores importantes de la economía -como la comercialización- que se han adaptado y obtienen sus utilidades en ese marco. Y los perjudicados por el aumento de precios -la inmensa mayoría de la población- exiguen que se recompongan sus ingresos.

Entonces, un plan antiinflacionario en serio se puede aplicar cuando derrotar la inflación se convierte en la prioridad absoluta de casi todos los sectores sociales. Como sucedió aquí después de la segunda hiper de Menem La cuestión, entonces, es cuándo se llega a este punto. Está claro que hace un año las d irigencias evaluaban que las mayorías sociales -y buena parte de los grupos económicos- no estaban dispuestas a soportar los costos de un plan antiinflacionario. Y probablemente tenían razón (muchos piensan que es necesario ajustar… a los otros) ¿Lo están ahora? Si no, en mi opinión ese momento no tardará mucho. Nada desordena tanto la vida de tantos como el aumento desordenado de los precios que estamos viviendo.

Eso sí, el reclamo profundo es detener la inflación enloquecida, no prometer que se hará. Las medidas de un plan antitnflacionarios no figuran, ni deben figurar, en las camapañas electorales. Salvo quienes están muy lejos de la posiblidad de gobernar pueden agitar fantasías como la dolarización. Para que sus votantes se imaginen que van a ganar lo mismo, pero en dólares, no en pesos.

Si esto es así, lo que se empieza a elegir este domingo y finalizará en octubre, noviembre, es quienes deberán soportar los costos de moderar la inflación y en qué proporción. Algo a tomar en cuenta: las consecuencias no deberían sufrirlas los más pobres. No por razones de humanidad, sino técnicas. Sus consumos básicos demandan un porcentaje mucho menor de importaciones que las de los sectores medios y altos. Por algo, todos los planes del FMI -no una institución humanitaria, por cierto- insisten en salvaguardias para los más vulnerables.

Eso presenta un problema político para cualquier gobierno. Porque son los sectores altos, y los medios -mucho más numerosos- los que gritan más fuerte. Cavallo no se ve forzado a renunciar en 2001 por los que gritaban en la Plaza por el desempleo y la pobreza, que venían de mucho antes. Se va cuando son sus vecinos en Avenida del Libertador los que estaban pateando la puerta de su departamento.

Resumo y repito: si estoy en lo cierto, lo que se vota este domingo, y en octubre y noviembre, es quiénes decidirán el reparto de los costos. Quienes lo hagan -no será una sóla persona, sino muchas en distintas posiciones de poder- deberán sumar inteligencia, decisión, «muñeca» y humanidad, o los costos serán mucho máyores de lo necesario. Como han sido otras veces. Conviene elegir bien.


Dolar «blue» a 418. Cayendo desde el quinto piso

abril 18, 2023

El año pasado alguien le recomendó -estoy seguro que ya recordaré quién- al presidente Alberto Fernández leer «Diario de una temporada en el quinto piso» de Juan Carlos Torre, una crónica del derrumbe de la economía en los últimos años del gobierno de Alfonsín.

Supongo que la intención era que no lo repitiera pero… Técnicamente la situación actual no tiene porqué terminar en una hiper, pero esta inflación enloquecida se le parece, y las intrigas internas la agravan.

Bueno, para descripciones deprimentes ya están los medios y no tienen porqué leerlas en este blog. Me siento obligado a ofrecer alguna idea, por lo que valga. No vale mucho porque no estoy donde se toman las decisiones.

Aclaro algo necesario, para los que no dominan los números de la economía real: el dolar «blue» y todos los dólares «financieros» juntos suman una pequeña parte de los montos que se manejan con el dólar oficial en las exportaciones e importaciones. Pero no sólo es un factor psicológico en el país bi-monetario,sino que hace que no haya negocio que dé tanto beneficio como conseguir dólares a precio oficial y venderlos a lo que está dispuesto a pagar el mercado.

Para solucionar esto Massa ha recurrido a crear distintos tipos de cambio, «dólar soja», «dólar agro», «dólar tarjeta». Pero son parches.

Dicho esto, vuelvo a publicar el final de una discusión algo técnica y aburrida que subí al blog en noviembre del año pasado, aquí

«Cualquiera que examine los números en serio, encuentra que las distorsiones que provoca la existencia de distintos tipos de cambio con brechas tan grandes entre ellos, han destruído el sistema de precios, en su papel de referencia para la inversión y la planificación, tan completamente como en la vieja Unión Soviética. Sin pasar por el socialismo, eso sí.

¿Entonces, qué? Quisiera estar equivocado, pero no puedo evitar pensar que es una situación insostenible. El «decisionismo» de Massa, su disposición a aceptar soluciones de compromiso, son preferibles a la inacción, pero no resuelven el problema. Vale preguntarse, también, si el gobierno actual tiene el poder político para tomar la decisión de «racionalizar» el sistema cambiario. Que inevitablemente significará un salto en el valor del dólar oficial. La devaluación tan temida…

Así, creo que una devaluación del tipo de cambio oficial es necesaria e inevitable. Lo racional y humano sería planear con anticipación, y con acuerdos discretos, las medidas para evitar en lo posible los perjuicios a los sectores más vulnerables y a la producción. Pero planear lo racional y humano no es fácil en una sociedad polarizada…» Sobre todo si no hay unidad política en el gobierno.