Alimentando los chanchos chinos

julio 30, 2020

Sobre el tema de los criaderos de cerdos para exportar a China ya se discutió bastante, y se va seguir haciendo, cómo no. En AgendAR publicamos una nota, a favor, desde una mirada comprometida, naturalmente, con la producción. Pero eso no quiere decir que uno no es consciente de los costos indirectos, o, como se dice ahora, de las «externalidades».

La tarea de la política es tomar decisiones sopesando beneficios y costos. Tratando de llegar al «bien común», como se decía antes, pero sabiendo que siempre hay costos. En estas líneas, Aldo Duzdevich -al que ya otras veces le robé material para el blog que no tengo tiempo de desarrollar (además, él escribe mejor)- expone lo que debe ser el criterio decisivo: el trabajo de los argentinos.

«La tarea de gobierno consiste en administrar un permanente equilibrio entre demandas ilimitadas contra recursos limitados. Todos tenemos algún tipo de demanda propia o ajena por la cual reclamar al gobernante. Y muchos suponen que el gobierno tiene una bolsa de recursos casi ilimitada con la cual darnos respuesta. Voy a dar un solo ejemplo; este año el 62% del total del presupuesto nacional, unos 50 mil millones de dólares, se destinarán a pagar muy magras jubilaciones. Solo el 40% de los recursos son propios del sistema, el resto se obtiene por otros impuestos. Aclaro que el impuesto a los ricos que estamos por sancionar va a recaudar con suerte 3 mil millones de dólares.

Ahora sumemos al gasto normal del estado, los costos no previstos de la pandemia. El IFE, los ATP, los créditos a tasa cero, los gastos en salud. El IFE solo, cuesta 1500 millones de dólares mensuales.

¿Y de donde sale este dinero? Los recursos en pesos salen de los impuestos y otras contribuciones. Pero además el país necesita dólares, para pagar las importaciones. La mayoría de ellas insumos para la industria, maquinarias y por supuesto cientos de miles de productos terminados.

Entonces antes de empezar estas discusiones con los promotores del “No a los chanchos”, deberíamos exigirle que digan que otra idea genial tienen para obtener recursos genuinos para que el estado pueda atender sus ilimitadas demandas en pesos y dólares. 

Veganos contra omnívoros

El otro día mi nieta de cinco dijo: “Nosotros somos omnívoros”. Que gran revelación, yo creía que por esto tan gaucho de los asados, me correspondía ser carnívoro, nombre casi cercano a lo caníbal. Omnivoro me encantó; suena políticamente correcto. Pero bueno, digamos que el 95 % de los argentinos (mientras podemos) somos omnívoros. Aunque con Macri bajó el consumo de carne y subió el del mate cocido, pan y fideos, y no fue por onda vegana, justamente.

Entonces esta es la primera discusión a despejar. Si el planteo que se hace por change.org. es en contra de criar animales para el consumo de los omnívoros, se trata de un debate filosófico o ético muchísimo más amplio. No importa ya, si los chanchos son chinos o de los pueblos originarios.

Así que despejemos la cancha y centremos la discusión. Partimos de la base que, hasta hoy, la ley, y las costumbres argentinas y chinas permiten criar y faenar animales para consumo humano.

Del viejo chacarero al productor agropecuario

Muchos de nuestros abuelos de inmigración europea, trajeron su cultura al campo. Pusieron frutales, amplios parrales, gallineros, chiqueros para cerdos y hasta palomares. Carneaban, hacían factura casera, comían huevos frescos y ordeñaban una o dos vacas.  Pero, un día sus hijos quisieron estudiar o trabajar, y se fueron al pueblo y de a poco los viejos también fueron tras ellos. Tal vez, algún hijo decidió hacerse cargo del campo. Pero ese joven ya no es aquel viejo chacarero, ahora es un productor agropecuario, que analiza costos y beneficios y decide, por ejemplo, que sembrar soja y maíz es más rentable que criar vacas o cerdos. Luego llegaron los pools de siembra y los feedlot como un paso más hacia la gran empresa agraria. Y muchos directamente alquilaron sus campos y se mudaron a las grandes capitales para desde allí votar a su Larreta preferido.

La agro-industria

Los peronistas nos hemos pasado la vida explicando y proponiendo que en lugar de la vaca en pie había que exportar carne elaborada. Y que en lugar de trigo tenemos que vender al mundo fideos, galletitas y comidas congeladas. 

Somos un país donde nuestra principal ventaja comparativa es la extensión y fertilidad de nuestro suelo. Pero, ser meros exportadores de materias primas nos mantuvo siempre en desventaja frente a los países industriales, por eso que se llama “detrimento de los términos de intercambio”. Le vendíamos carne y cueros a los ingleses y ellos nos vendían calzados y maquinarias. 

Los problemas de China

China es hoy la primer potencia industrial en expansión mundial. Y el trato con ellos tampoco es demasiado diferente. Cambiamos soja por celulares y computadoras (entre otras cosas).

Los chinos no son amantes de las milanesas de soja. La soja la usan para alimentar cerdos y pollos. En 2018 China sufrió una epidemia de peste porcina que los obligó a sacrificar una enorme cantidad de vientres. Aclaremos que se trata de una enfermedad que afecta solo a los animales. Aquí durante años hemos tenido brotes de fiebre aftosa que no representa ningún peligro para el ser humano.

Uno no le desea el mal a nadie; pero esa crisis de producción porcina en China, aparece como una gran oportunidad para otros países. Obvio el primero en aprovecharla fue Trump, y en 2019, EEUU aumento en 684% sus exportaciones de carne porcina a China. Porque Trump será anti-chino pero no zonzo. Los zonzos son todos nuestros que compran cualquier discurso.

Cristina y el viagra de los gorditos

Durante su gobierno Cristina Fernández dio gran impulso a la producción agro-industrial porcina.

Su intervención más festejada fue el 28 de enero del 2010 en Casa Rosada al anunciar un subsidio a la producción porcina, allí dijo entre risas: «Acá me acaban de agregar un dato que yo desconocía…. y es que la ingesta de cerdo mejora la actividad sexual. No es un dato menor, además yo estimo que es mucho más gratificante comerse un cerdito a la parrilla que tomar viagra».

El 27 de junio del 2012, en Juan Llerena, San Luis, Cristina inauguró el criadero de cerdos modelo Yanquetruz,  en el cual  ACA (Asociación de Cooperativas Argentinas) invirtió 18 millones de dólares. Allí dijo la presidenta: “Hoy todavía estamos teniendo que importar carne de cerdo. Este emprendimiento es un paso más para que no tengamos que depender externamente. Y tenemos que pensar no sólo en sustituir importaciones, sino también pensar en exportar.”

Cristina que siempre se interesó por los detalles ejemplificó que: una tonelada de alimento compuesto por soja y maíz cotiza alrededor de 1.000 pesos. Con tres toneladas de ese alimento se obtiene una de carne de cerdo, que tiene un valor de 8.000 pesos la tonelada. Además, procesado en frigorífico, al elaborar pulpa de jamón ese monto se eleva a 21.000 pesos y, asimismo, la tonelada de jamón crudo puede cotizarse en más de 40.000 pesos (en pesos 2012).

Tecnología de punta en San Luis

Yanquetruz es un criadero modelo de cerdos de 5000 madres. El sistema consiste en la disposición de una gran sala de maternidad donde se hace la cría y una vez transcurridos los 30 días de vida, el lechón se traslada a otra nave donde permanece hasta lograr el peso buscado. En esa sala, no existe contacto con el exterior: el aire es filtrado, atemperado y purificado; los alimentos son productos de calidad y el espacio responde a las estrictas normas de ‘bienestar animal’, lo que contribuye a lograr el mayor nivel de genética del animal.

El criadero posee un sistema cloacal subterráneo, que termina en cuatro bio-digestores que producen biogás. El mismo es utilizado como combustible en los motores que generan electricidad y calor produciendo energía eléctrica que autoabastecen el establecimiento y entregan el excedente al Sistema Integrado Nacional.  Además, los bio-fertilizantes que se desarrollan durante el proceso (aguas ricas en nitrógeno, fósforo y potasio) son distribuidos en los campos cercanos. El establecimiento ocupa 80 personas en forma directa y cuatro veces más en forma indirecta.

Incrementar en un 50% la producción

Aclaremos que existen varias plantas de este nivel en otras provincias, por lo tanto la tecnología es conocida y probada. No hay que experimentar nada. En 2017, Argentina presentó toda la documentación respectiva ante la Organización Mundial de Sanidad Animal para que el país pueda ser declarado oficialmente libre de Peste Porcina Clásica (PPC), que se viene trabajando hace muchos años.

Para aumentar la producción, hacen falta varios millones de dólares de inversión y un comprador del producto que hoy sería la República China. Actualmente hay 400 mil chanchas madres en producción. La propuesta china sería incorporar 15000 madres por etapa, (serían tres Yanquetruz). Hasta llegar a las 60 mil madres.

Es importante también destacar que el INTA creó un modelo tecnológico de confinamiento de cerdos de bajo costo para pequeños establecimientos. Su instalación cuesta una tercera parte respecto de uno mediana o altamente tecnificado y supera la productividad obtenida en los sistemas tradicionales a campo. Con el cual los pequeños y medianos productores también podrían participar del negocio.

Finalmente digamos que exportar cerdos a China será agregar una nueva fuente de ingreso de divisas y de generación de empleo para varios miles de argentinos.

Yo entiendo que, desde su refugio palermitano, la ex-militante PCR, Beatriz Sarlo, manifieste su desconfianza con todo lo que tenga olor a chancho. Pero Beatriz, considerá que no todos pueden vivir de las letras y las becas de investigación. Hay millones de argentinos y argentinas que necesitan apenas un trabajo digno, aunque sea darle de comer a los chanchos pro-chinos. «


Saliendo (a medias) de la cuarentena

julio 13, 2020

Otra vez reproduzco aquí algo que escribí hoy para AgendAR. El motivo -además de pereza- es que me parece que tiene un contenido especial para los politizados.

Hoy, lunes 13 de julio, a la mañana, está previsto que Horacio Rodríguez Larreta reciba a Axel Kicillof en la sede de Parque Patricios. Se repitió muchas veces que el jefe del gobierno porteño y el gobernador bonaerense se enfrentan a realidades distintas. En este caso, no. Los dos tienen el mismo problema en el Área Metropolitana Buenos Aires, que forma una sola aglomeración urbana, donde vive cerca del 40 % de la población argentina, en la que –todos los días en condiciones normales- varios millones de personas cruzaban el límite de sus jurisdicciones, la Avenida General Paz y el Riachuelo, en un sentido y en el otro.

El problema es que ayer se registraron 2.387 nuevos casos de coronavirus entre sus dos jurisdicciones. Más del 90% de ellos, más del 90% de todos los nuevos contagios que se detectan en Argentina, son del AMBA. Son cifras parecidas a las de los días anteriores, y la tendencia es a aumentar.

El panorama no es tan negativo como esto haría suponer. En la Ciudad Autónoma los casos de contagios se duplican cada 20 días; a principios de julio, era cada 18 días, y hace un mes, cada 11. En la provincia de Buenos Aires también se registra una mejora lenta: actualmente los casos se duplican cada 15 días; a principios de mes, era cada 13.

En resumen: la curva de contagios no se ha «disparado», pero sigue creciendo, y el virus causante circula entre la población del AMBA, más allá de cualquier posibilidad de aislar contagiados y sus contactos. Es posible que ya estemos en el «pico», pero nadie puede asegurarlo. A pesar de eso, en la ciudad, la provincia y la Nación, se está planeando seriamente en cómo flexibilizar la cuarentena a partir de este viernes 17. ¿Motivos?

Se puede decir, simplificando, que la sociedad lo ha decidido, y los gobiernos lo aceptan resignadamente. Pero es necesario precisar lo que estamos diciendo.

No nos referimos a las manifestaciones y protestas. Aunque para algunos hayan servido para expresar su hartazgo con la cuarentena, y en otros dar rienda suelta a sus delirios favoritos, el hecho es que se trató de hechos políticos. Sirvieron más para mostrar que hay opositores enardecidos contra el gobierno nacional que cualquier posición sobre las medidas de aislamiento.

Tampoco estamos diciendo que una mayoría «se cansó» de la cuarentena. No podemos saberlo. Y en realidad, si se hiciera un plebiscito en la población, es probable que ganaría una propuesta de una cuarentena más o menos restringida. Pero todo eso es irrelevante: cuando un porcentaje importante de la población, no menor al 30% -eso sí es medible en forma aproximada, por registros de tránsito, fotos aéreas, ubicación de celulares- en el conjunto de la Capital y el Gran Buenos Aires, ignora las disposiciones del aislamiento, estas son insostenibles.

Salvo que se acuda, como tuvo que hacerse en Chile y en otros países en algún momento, al toque de queda y al empleo de fuerzas militarizadas. Eso sería concebible sólo en el caso de un aluvión de fallecimientos. Si no, es políticamente imposible.

Hemos presentado el cuadro en forma dramática porque la situación lo es. Pero es necesario ponerlo en contexto.

Hoy hace 115 días que el gobierno nacional decretó el Aislamiento Obligatorio. Para un país que no es famoso en el mundo por el cumplimiento estricto de leyes y reglamentaciones, esa disposición se acató con un alto grado de disciplina y responsabilidad. Inclusive, la famosa y envenenada «grieta» no impidió que gobernantes opositores colaboraran con eficacia. ¿Tal vez esa fama, que hemos fomentado nosotros mismos, sea injusta?

Ahora, ninguna cuarentena es perfecta, ni siquiera en teoría. Los trabajadores de la salud, los que preparan y distribuyen alimentos, medicamentos, combustibles, quienes hacen el reparto a domicilio, los que trabajan en las tareas rurales y en el transporte de cargas, las fuerzas de seguridad,… tienen que salir y trabajar. Es irónico, pero esto sirvió para darnos cuenta que muchas de las tareas imprescindibles están entre las peor pagadas… Como sea, todos ellos son seres humanos, y posibles transmisores del contagio.

También, por supuesto, la cuarentena golpeó con dureza la economía de todos. El Estado hizo un esfuerzo muy importante y lo sigue haciendo para aliviar la situación, pero seamos realistas… Un ingreso familiar de emergencia de 10 mil pesos no soluciona mucho. Y el pequeño comerciante, el muy pequeño empresario, el trabajador independiente… Todos los argentinos hemos sido afectados (la mayoría de los habitantes del planeta, en realidad), pero conforme pasan los días y los gastos y las deudas se acumulan, la decisión de respetar la cuarentena, afloja en millones de argentinos.

Además, en todos los grupos humanos hay un porcentaje de imprudentes. Y de los que se tientan en serlo si ven que cada vez más otros lo son, y «no pasa nada». Se puede decir que todo estaba implícito en la naturaleza de este virus, como lo señalamos aquí ya hace meses: gran facilidad de contagio, muy bajo porcentaje de casos fatales, especialmente entre los mas jóvenes.

Es justo decir que la decisión original de la cuarentena y su escalonamiento en distintas fases en las provincias y municipios fue -con todos los errores humanos inevitables- prudente. Y exitosa. Es probable que, si vemos lo sucedido en otros países, haya ahorrado decenas de miles de vidas de argentinos (Seguramente, en algunos países se manejó mejor que aquí ¿alguien se está anotando para el Guinness?).

Pero eso es historia. Aparentemente, los gobiernos con responsabilidades en el AMBA han tomado la decisión de flexibilizar. Y en AgendAR nos sentimos impulsados a hacer dos advertencias. Una de ellas ciertamente los epidemiólogos ya la tienen evaluada, pero…

Hasta donde se sabe hoy -todavía hay tantas cosas que no se saben de esta pandemia- las probabilidades de contagio son mucho más altas en locales cerrados, haya o no contacto físico. Las reuniones numerosas, las clases en los colegios (los niños y jóvenes tienen baja probabilidad de enfermarse gravemente, pero son tan transmisores como cualquiera) y el transporte público son los focos de peligro más importantes.

La otra advertencia es menos obvia… hasta que nos detenemos a pensar. La flexibilización de la cuarentena no hará reanudad la actividad económica por sí misma a ningún nivel siquiera cercano al anterior al 20 de marzo (donde estábamos en recesión, recuerdan?). Gran parte de la sociedad -el que escribe esto y su familia entre ellos- seguirá tomando precauciones razonables: los shoppings, las grandes tiendas, los locales de espectáculos, los gimnasios, el turismo, la gastronomía… tendrán una afluencia de público mucho menor… La digitalización y el teletrabajo seguirán creciendo… ¿Cuántas grandes empresas invertirán en la construcción o el alquiler de oficinas, de cadenas de locales para el público? Profesionalmente, yo no se lo recomendaría en este año, al menos. Es inevitable que el Estado deba coordinar con empresarios, gremios, coocperativas, movimientos sociales, un papel muy activo para estimular la economía. Y resucitar a las pymes, que no volverán a abrir si no pueden redefinir su lugar en esta realidad que ya estamos viviendo.

Nuevamente: bienvenidos a la «nueva normalidad».


Mirando tras la pandemia

julio 12, 2020

Estos párrafos los escribí como introducción a un artículo de Sami Naïr que publicamos hoy en AgendAR. Pasa que el franco argelino piensa, naturalmente, desde Europa. Yo pienso desde aquí, y comparto en este politizado blog.

«Hay dos formas de encarar lo que está pasando en el mundo que se pueden descartar por ingenuas. Una, es creer que el coronavirus va a cambiar, mágicamente, las realidades del poder, económico o político, en el mundo. Dos ejemplos de lo que decimos: aunque casi todas las economías nacionales sufren una brutal recesión, no hay, hasta ahora, una «ola de defaults». Las deudas se renegocian, más o menos como antes de la pandemia. Nuestro ministro de economía se está enfrentando a ese dato.

Otro: Bolsonaro, por todo el desastroso manejo que ha hecho de la situación sanitaria en Brasil, y el rechazo que despierta en importantes sectores en su país y en el mundo, no ha sufrido una caída completa en su popularidad. Todavía tiene un porcentaje de apoyo -¿30%?- que evita el juicio político al que algunos les gustaría someterlo.

Por otro lado, también es irreal pensar que esta pandemia, cuyo antecedente más cercano es de 100 años atrás, en un mundo que no tenía la red de comunicación instantánea y estrecha que nos envuelve, pasará sin consecuencias, y volveremos a la «normalidad de antes».

Hasta ahí, lo que nos animamos a decir.» La bola de cristal está fallada.


Una familia inmigrante, en un 9 de Julio

julio 9, 2020

Esto me lo hizo llegar hoy una amiga. Lo escribió José Bleger, un psiquiatra argentino que murió casi medio siglo atrás, y que era prestigioso en esos años. Pero esto no lo conocía. Quiero compartirlo con ustedes, en este Día de la (relativa) Independencia.

«No me acuerdo del nombre del barco, pero sé positivamente que llegó a puerto en la madrugada de ese invierno de 1927.

Ahora me acordé: Flandria, se llamaba y se hundió en el viaje de vuelta. Lo del año es fácil porque los años no eran tan fáciles de confundir, aunque últimamente…

Y lo de la fecha, porque mi abuelo materno David Basewicz no era hombre de dejar pasar por alto fechas de honda significación: jamás en su vida olvidó el cumpleaños de cada una de sus cinco hijas, empezando por la mayor -Luba, mi mamá- y siguiendo por Esther, Myriam, Tamara y Shulamit.

Sí, las fechas siempre fueron importantes para Don David, como supieron llamarlo por décadas los vecinos que le compraban glostora y yilets, o jugaban con él a las damas en esa pobre casa de la calle Rojas.

Y ese día de invierno del 27… ¡imagínense! Un barco cargado de inmigrantes viajando en tercera porque no existía la cuarta, recibidos en puerto con todos los honores que únicamente se le deparan a grandes dignatarios. Los barcos de guerra con gallardetes por toda la arboladura y su tripulación completa formada en cubierta saludando marcialmente. Una batería de cañones que dispara una salva de veintiun cañonazos, mientras la banda de la Gloriosa Armada Argentina, reforzada por los bronces de la no menos Gloriosa Prefectura Naval toca marcha tras marcha.

Acodado en la barandilla del puente más bajo, mi abuelo David, fugitivo de sus viejos conocidos, el hambre, la guerra y el antisemitismo europeos y mudo de emoción ante el recibimiento que les hacía el Nuevo Mundo, se dio vuelta y les dijo a mi abuela Raquel y a sus cinco hijas: «en este mundo lleno de odio, un país que recibe así a sus inmigrantes es algo único y maravilloso. Respétenlo durante toda la vida y jamás se olviden de rendirle homenaje y de celebrar este Día de la Llegada de la Familia Basewicz».

Es por eso que cada año mi familia materna, ya con tres generaciones bien criollas, se junta, celebra, brinda y rinde merecido homenaje a la República Argentina, país que sabía recibir como ningún otro a sus inmigrantes.

Desde 1927, año tras año, sin fallar jamás. Como un sólo hombre. Y cada 9 de julio.»


Algo de política en serio

julio 6, 2020

Este texto está en el blog desde hace más de 8 años. En una de las páginas indicadas arriba, la Patria Americana-, acompañando algunas declaraciones políticas de un grupo de amigos que en un momento más propicio trabajamos para una unidad más estrecha en la América del Sur, una charla de Marco Aurelio García, canciller de Lula y uno de los políticos brasileños más lúcidos, una conferencia clave del argentino oriental Methol Ferré. Pero este material es de naturaleza distinta. Aquí Perón hablaba como presidente en ejercicio, dirigiéndose en forma reservada a la cúpula militar de ese momento para indicar la dirección estratégica que pretendía que la Argentina tomara (Se mantuvo confidencial en los archivos del Ejército hasta 1967).

Perón no pudo realizar esos objetivos. La Historia caminó en otra dirección. Pero las realidades económicas y geopolíticas siguen estando ahí. Por eso la imagen que puse arriba se refiere al Pacto ABC original. Su nombre oficial era Pacto de No Agresión, Consulta y Arbitraje, entre Argentina, Brasil y Chile, países que lo firmaron el 25 de mayo de 1915 para fomentar la cooperación exterior, la no agresión y el arbitraje.

Lo vuelvo a poner en la página «cotidiana» del blog porque hoy Juan Gabriel Tokatlian -uno de los pocos estudiosos de la política internacional que publica en los medios, y evita decir banalidades- comenta este discurso de Perón en Página 12. Agrego también la frase final de Tokatlian, que suscribo «Fue en aquel discurso del 1953 que Perón aseveró (por primera vez): “el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados”. De no actuar con audacia este primer cuarto del siglo XXI nos puede sorprender con otro dilema como naciones: inviables o realizables

ooooo

Discurso pronunciado por el señor presidente de la nación general Juan Domingo Perón en la Escuela Nacional de Guerra – Buenos Aires, 11 de noviembre de 1953

Invitado por el señor Ministro de Defensa Nacional, General de División D. Humberto Sosa Molina, a escuchar una conferencia que dictaría a los cursantes el señor Director de la Escuela Nacional de Guerra, General de División D. Horacio A. Aguirre, el Excelentísimo señor Presidente de la Nación, General de Ejército D. JUAN PERÓN, asistió el 11 de noviembre de 1953 al mencionado Instituto Superior, en compañía del señor Ministro invitante. Terminada la conferencia del señor General Aguirre, el primer magistrado hizo uso de la palabra y vertió los conceptos que se transcriben:

Señores:

He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.

Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.

Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos.

Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.

La evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad.

Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad.

Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.

El mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido, por lo menos en una escala tan extraordinaria.

Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual.

Es tal la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.

Si ése es el futuro de la humanidad, estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.

Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida.

Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.

El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima; valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos.

La lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.

En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.

Eso es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.

Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.

Nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo.

Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja frente a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas, o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.

Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.

Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado a lo largo de la historia de todos los tiempos que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza.

Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima pero que tienen un extraordinario poder, jueguen ese poder para despojarnos de los elementos que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades.

Ahí está el problema planteado en sus bases más fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.

Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista, como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días.

No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.

Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa futura en común.

Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.

Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más o menos abstracta e idealista.

Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto; analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del continente en una unión de distintos tipos.

Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú.

Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias.

Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria.

Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires, en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile.

Es decir que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión.

Eso fracasó por culpa de la Junta de Buenos Aires.

Hubo después varios que fracasaron también por diversas circunstancias.

Pasó después el problema a ser propugnado desde el Perú, y la acción de San Martín también fracasó.

Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.

Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer Congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra.

Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.

Llegamos a nuestros tiempos.

Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el continente.

Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes al año 2000, y llegar en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino, mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.

Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo.

Quizá, en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o que lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.

Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.

Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lúcidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes.

Porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.

Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizá el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos.

Porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.

Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente.

Porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendría ninguna importancia.

Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otro Estado.

En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.

No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en los ministerios militares, ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones.

Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regía sus decisiones o designios.

Nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente.

Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomaban los demás países.

Nosotros no teníamos iniciativa.

No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizá explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.

Yo no digo que nosotros vamos a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.

Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesite para sustentar una política.

Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonías, de mando y de dirección.

Para ser país monitor -como sucede con todos los monitores- ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan.

El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación, y los demás van a seguir aunque no quieran.

De manera que la hegemonía no se discute; la hegemonía se conquista o no se conquista.

Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simple y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país; y en tercer término, al resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.

Por eso, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros: primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo.

En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa, diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos; y que la defensa absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.

Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún un país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa unidad económica.

Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, a base de una unidad económica.

Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza que tenemos la obligación de soñar para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.

La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá -en el momento actual- la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva.

Estos son países reservas del mundo.

Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.

Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega.

Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.

Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.

Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.

Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos.

Tampoco olvidé de trabajar sobre los gobiernos, y durante los seis años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el general Ibáñez.

Getulio estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea, y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. lbáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder de igual manera.

Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto, para dar el hecho por cumplido, porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran.

Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa.

¡Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino a Chile!

¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la internación de ganado los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos!

Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de este tipo.

Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre roto chileno y que producimos nosotros, o que consumimos nosotros y producen ellos.

Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.

Por esa razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos. Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.

Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.

Señores, sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: es Itamaraty, que allí constituye una institución supergubernamental.

Itamaraty ha soñado, desde la época de su Emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.

Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un buen proceder de parte nuestra.

Debe desmontarse todo el sistema de Itamaraty y deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que el Brasil entre a una unión verdadera con la Argentina.

Nosotros con ellos no tenemos ningún problema -como no sea ese sueño de la hegemonía-, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente.

Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ése tampoco va a ser un inconveniente.

Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.

Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros porque procedemos bien.

Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento; por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.

Cuando Vargas subió al gobierno me prometió que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado.

Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: -Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso.

Yo agarraba cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.

Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando yo le dijera a mi pueblo que quería hacer eso, yo sabía que mi pueblo querría lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia política internacional en el pueblo y existe una organización.

Además, la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.

Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación.

Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola.

Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.

El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.

Claro que él creyó que eso en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes.

Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo imponerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea, en la que había que ponerse los pantalones y jugarse frente a la política internacional mundial, frente a su pueblo, a su Parlamento y a los que había que vencer.

Naturalmente, yo esperé.

En ese ínterin es elegido presidente el general Ibáñez del Campo; la situación para él no era mejor que la situación de Vargas, pero en cierta manera llegaba plebiscitado, en todo lo que puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones sui generis, porque allá se inscriben los que quieren, y los que no quieren, no.

Es una cosa muy distinta a la nuestra.

Pero él llega al gobierno naturalmente.

Tan pronto llega al gobierno, yo le informo lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dice: de acuerdo, lo hacemos. ¡Muy bien!

El general fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos, pero antes de hacerlo, como yo tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y le dije: -vea, usted tendrá que ir a con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos metimos a realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión.

El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile.

Naturalmente, ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.

Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: Tengo aquí todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien como lo hemos planeado, y quizás al hacerse esto se facilite la acción a Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto.

Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las Cancillerías, discutimos un poco, poca cosa y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió.

No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etcétera.

Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: -que estaba en contra de los pactos regionales, que ésa era la destrucción de la unanimidad panamericana….

Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez.

Al darle los buenos días, me preguntó: -¿Qué me dice de los amigos brasileños?

Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los límites a que había llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves da Fontoura.

Claro, yo me callé; no tenía más remedio.

Firmé el tratado y me vine aquí.

Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de 0 Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo: -Me manda el presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil; que políticamente no la puede dominar; que tiene sequías en el Norte, heladas en el Sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso; que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al ministro.

Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos.

Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.

Bien, señores. Yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la historia, porque yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado.

Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos, no he sido yo solo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos al -baile del cretinismo.

Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que, cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.

Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo.

Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países.

Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los grandes conflictos y no para los pequeños conflictos.

Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.

Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y lo conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.

En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino.

La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.

La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más.

No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus características. Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los demás problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.

Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.

Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común: primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.

Chile, aun a pesar de la lucha que deben sostener allí, ya está unido con la Argentina.

El Paraguay se halla en igual situación.

Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del triunfo de nuestra política.

La unión continental a base de Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabaja por esto.

Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquéllos, ésa es nuestra mayor esperanza.

Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice; y ésa es nuestra acción y ésa es nuestra orientación.

Muchas gracias.

JUAN DOMINGO PERÓN


Las batallas son cartón pintado

julio 2, 2020

Hace tiempo que no subo al blog material ajeno. Aunque algunos textos me impresionaron, creo que tienen más repercusión donde están. Pero encontré por casualidad este texto de un historiador militar gringo que no conocía, y quiero compartirlo. El tipo sabe de lo que habla.

«La guerra es el proyecto más complejo, y también física y moralmente más exigente que emprendemos. No hay obra artística ni musical, catedral o mezquita, red de transporte intercontinental, acelerador de partículas, programa espacial o investigación para la cura de una epidemia mortal que reciba siquiera una fracción de los medios y el esfuerzo que dedicamos a hacer la guerra. O a recuperarnos de ella y preparar futuras contiendas durante años o incluso décadas de paz temporal. La guerra es mucho más que un relato hecho de batallas decisivas. Aun así, la historia militar tradicional las presenta como momentos clave que han propiciado el auge o la caída de un imperio en un sólo día, y la mayoría aún cree que las guerras se ganan así, en una hora, o en una tarde sangrienta. O quizás en dos o tres.

Hay que entender la partida a fondo, no basta con fijarse en el resultado. Y esto es difícil por el poder de seducción de las batallas.El espectáculo de la guerra nos fascina, y no hay mejor escenario ni actores más dramáticos que los del campo de batalla. Las batallas nos atraen por el placer visual, nos entusiasma el sonido de una trompeta acompañando el avance de los legionarios romanos con sus armaduras, o un rey llamando a la carga a su caballería. Las grandes batallas son un teatro a cielo abierto con decenas de miles de actores: samuráis bajo cometas señuelo, un impi zulú que corre por la frondosa hierba hacia la línea de fuego de los Casacas Rojas. Las batallas comienzan con ejércitos vestidos de rojo, azul o blanco, banderas ondeando al viento. O con un frente de barcos de guerra con sus velas hinchadas, nubes blancas surgiendo de los cañones en sus bordas. O un batallón de tanques a la carga por la estepa rusa. Lo que viene después es más difícil de entender.

La idea de la batalla decisiva de la que depende una guerra y los conflictos bélicos como puertas de la historia responden a nuestro deseo infantil de interpretar la guerra moderna en términos heroicos. Las historias populares todavía se escriben al estilo de tambores-y-trompetas, con vívidas descripciones de combate alejadas de la pura logística, del sufrimiento diario, y carentes de crítica a las sociedades que producen armas de destrucción masiva que envían a lejanos campos de batalla donde se lucha por causas de las que el soldado medio nada sabe.

Los medios audiovisuales sacan provecho de lo que el público quiere ver: coraje en estado puro y días sangrientos y decisivos, la emoción de la violencia y el espectáculo vividos de forma indirecta. Éste es el mundo de la guerra como entretenimiento inmaduro, de los Malditos bastardos (2009) de Quentin Tarantino, o de Brad Pitt en Corazones de acero (2014). No es el mundo de los nazis reales ni de la guerra real.

Las batallas también tientan a generales y hombres de Estado con la idea de que un duro día de lucha puede ser decisivo, y se nos permite así obviar el desgaste, algo que todos despreciamos como moralmente vulgar y carente de heroísmo. Tememos descubrir sólo indecisión y tragedia en una trinchera de barro, o en listas de muertes acumuladas tras años de esfuerzo y resistencia. En su lugar, elevamos las batallas a la cumbre del heroísmo y los generales al nivel de genios, algo que la historia no puede refrendar, aunque algunos historiadores lo intenten, aclamando como éxitos incluso batallas que fueron un fracaso. Prusia ha sido arrasada, y aun así Federico es el más grande de los alemanes. Francia ha sido derrotada y toda una era se bautiza en honor a Luis XIV, y otra a Napoleón. Europa está en ruinas, pero los generales alemanes son retratados como genios con panzers.

Estemos o no de acuerdo con que algunas guerras fueron necesarias y justas, deberíamos afrontar la triste realidad de que generalmente las más trascendentales se ganaron gracias al desgaste y a las masacres humanas, no a soldados heroicos o genios al mando. Ganar una guerra es mas difícil que todo eso. Cannas, Tours, Leuthen, Austerlitz, Járkov… En todos estos casos una sola palabra evoca duras imágenes. Pero la victoria en estas batallas tan desiguales no aseguró la victoria en la guerra. Aníbal ganó en Cannas, Napoleón en Austerlitz, Hitler en Kiev. Al final todos ellos perdieron, y de manera catastrófica.

En la batalla hay heroísmo, pero en la guerra no existen los genios. La guerra es demasiado compleja para que la controle la genialidad. Decir lo contrario no es más que idolatría de sofá, y queda muy lejos de la explicación real de la victoria y la derrota, que son fruto de la preparación para la guerra a largo plazo y la inversión en ella de cuantiosos recursos nacionales, burocracia y resistencia. Sólo así pueden la valentía y un mando firme unirse con la suerte en la batalla e imponerse, aunando el peso de lo material con la fuerza de voluntad para soportar las pérdidas y aun así ganar largas guerras. Invocar a los genios nos impide entender la complejidad de la guerra.No son los genios los que ganan las guerras modernas, sino el desgaste y el debilitamiento. La solidez estratégica y la resolución son más importantes que cualquier comandante. Fuimos testigos de tal fortaleza y resistencia en la Rusia de 1812, en Francia e Inglaterra durante la I Guerra Mundial, en la URSS y EEUU durante la II Guerra Mundial, pero no así en Cartago, la sobredimensionada Alemania nazi o el vasto Japón imperial. La habilidad para absorber las derrotas iniciales y seguir luchando fue más importante que cualquiera de las decisiones que pudieron tomar Aníbal, Grant o Montgomery. Sí, incluso Napoleón fue considerado como un genio de la batalla por Clausewitz, a pesar de que perdió por desgaste en España y de que la campaña de la Grande Armée en 1812 en Rusia fue una calamidad. Waterloo no supuso su derrota decisiva, pues ésta había llegado un año antes. Fue su anticlímax.

Los perdedores de las guerras más importantes en la Historia Moderna lo fueron porque sobreestimaron su destreza y no consiguieron superar la solidez estratégica y la capacidad de aguante del enemigo. Los ganadores absorbieron derrota tras derrota y siguieron luchando, superando la sorpresa inicial, los terribles reveses y el atrevimiento de genios al mando. Elevar a generales a la categoría de genios fomenta el engaño de que las guerras modernas serán cortas y se ganarán rápido, cuando la mayoría de las veces son guerras de desgaste. La mayor parte de la gente piensa que el desgaste es inmoral. Pero así es como se ganan la mayoría de las guerras, se derrota a los agresores y el mundo se reordena una y otra vez. Más nos valdría aceptar la idea del desgaste, explicárselo a los que mandamos a luchar e involucrarnos sólo en las guerras que valen este terrible precio. En su lugar, el desgaste nos genera inquietud, y nos quejamos de que es trágico además de ineficiente, aunque así es como los Unionistas acabaron con la esclavitud en EEUU, y los Aliados y la Unión Soviética derrotaron el nazismo.

Si, con humildad y conciencia moral de sus terribles costos, decidimos que merece la pena tomar parte en una guerra, deberíamos valorar más el desgaste y luchar menos. Hay tanto espacio para el valor y el carácter en una guerra por desgaste que en una batalla. Hubo mucho valor y carácter en ambos bandos tanto en Verdún como en Iwo Jima. El carácter cuenta en combate. El sacrificio de los soldados en Shiloh, Járkov o el valle de Korengal no fueron actos miserables, insignificantes, o moralmente inútiles. La victoria o la derrota por desgaste, con explosivos y ametralladoras a lo largo del tiempo, no aniquilan toda moral y significado humano.»

Esto lo escribió Cathal J. Nolan, profesor de Historia Militar en la Universidad de Boston. Es el autor de ‘La seducción de la batalla: una historia de cómo se han ganado y perdido las guerras’ (2017).

¿Por qué lo traje en este tiempo de «paz»? Por algo que dijo otro gringo, Clausewitz, que algo entendía del asunto «La guerra es la continuación de la política por otros medios». Entonces, estas observaciones sobre la guerra son válidas también para la política.


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