Están pasando algunas cosas en el mundo, además de la Crisis. O en la sombra de la Crisis. Dos, en particular, son tan visibles que ni siquiera los argentinos, siempre zambullidos en nuestras luchas internas, podemos pasarlas por alto. Una: La primera potencia militar del planeta, que tiene además la primera economía… todavía, cambia de presidente y, al hacerlo, ajusta (el verbo lo pensé con cuidado) su política. Otra: el presidente de la que fue, hasta hace no mucho tiempo, la segunda potencia militar, y todavía es una jugadora importante en el tablero del mundo, hizo ayer un modesto anuncio: «Se podría decir que hemos regresado a América Latina, dijo Medvedev a los periodistas». Seguro que lo sabemos: leemos los diarios, aunque sea por Internet. ¿Pero tenemos herramientas para analizarlas, que no estén condicionadas por esas internas nuestras?
No pretendo pontificar, y mucho menos «dejar de lado las ideologías». Como el sol, siempre están. Lo que quiero es tirar algunas ideas e iniciar una discusión o, más bien, retomarla. Porque tengo que reconocer que he sido un poco irónico (mi debilidad) con el Presidente Chávez (vean, por ejemplo, «lo cortés no quita lo cuahtémoc«, hace un año). Varios visitantes de este blog me lo cuestionaron. Es cierto, tengo un prejuicio con el antiimperialismo verbal («perro que ladra no muerde» decía mi madre). Pero hay dos hechos que reconocí aquí y en otros sitios: la experiencia Chávez es la más parecida, de las vigentes hoy en Latinoamérica, a lo que fue el primer peronismo, del ´45 al ´55 (algunos dirán que eso no lo hace necesariamente bueno, pero los argentinos podemos entender su fuerza). Y Argentina y Venezuela han sido y deben ser aliados naturales, con cualquier gobierno en cualquiera de las dos.
Igual, hay una realidad nueva. Mi objeción básica al proyecto Chávez es que él, como algunos líderes árabes del siglo pasado, Nasser, Khadafy, parece privilegiar los símbolos antes que las construcciones pacientes. El Gasoducto del Sur no es más real que la soñada República Árabe Unida. El Banco del Sur, la misma Telesur, la Alternativa Bolivariana… sus aspiraciones vuelan muy por encima de los hechos. No está mal para los hijos de Don Quijote levantar sueños y causas nobles, pero es necesario enraizarlas en los hechos. Y lo nuevo es que ahora aparece un hecho concreto. Está bien, la gira de Medvedev abarcó también a Perú, Cuba y el mismo Brasil. Pero en ningún lado se ha avanzado tanto en compromisos específicos, nucleares, tecnológicos, de provisión de armas como con Venezuela. Y el temperamento eslavo del señor Putin no incluye la exhuberancia tropical. Sus pasos tampoco tienen nada que ver con las especulaciones políticas internas que pueden mover a un Ahmadinejad.
No es la primera vez, como lo ha recordado, que Rusia se acerca al Caribe. Y la experiencia anterior no salió bien. Pero hay que tener presente que la situación es muy distinta. Por eso, la reacción de U.S.A. (la falta de reacción inmediata) también es diferente. Durante 30 años, la relación de Cuba con la vieja U.R.S.S. la convertía en un soldado de la Guerra Fría entre las dos grandes potencias que disputaban por el mundo. Hoy la relación es, tanto para Rusia como para Venezuela, un elemento más del juego en el gran tablero global, que permite a ambas, inclusive, usar esa relación como otra pieza en las que mantienen con los Estados Unidos. Casi un juego de la vieja geopolítica. Pero cabe que empecemos a preguntarnos cómo pueden integrarse esas alianzas en la deseada Unión Sudamericana de Naciones, en la propuesta Comunidad de Defensa.
De las relaciones con U.S.A., no valen los resúmenes apresurados. Es un tema demasiado complejo y demasiado importante. Tenemos que entender, y vencer, la «vocación satelital» de buena parte de nuestras clases medias y altas (originada, pienso como Ferla, más que en los intereses materiales, en un complejo de inferioridad. Pero eso da para un ensayo muy largo). Y también superar la ingenuidad deliberada de los que creen o simulan creer que se lucha por los intereses nacionales coreando consignas. Un antiimperialismo de hinchada, bah.
Como una pincelada, nomás, probemos ver la realidad como la ve la diplomacia de ellos. En la página del presidente electo, Barack Obama, se puede encontrar el orden en que retribuyó los saludos de los mandatarios del mundo (le agradezco a Alberto Asseff que envió un mail a propósito):
Los primeros agradecimientos fueron para los 6 grandes países que con EE.UU. conforman el G-7: Alemania, Canadá, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido.
Inmediatamente a continuación, se comunicó con los mayores países emergentes y con los aliados estratégicos: China, India y Brasil, España, Australia, Corea del Sur, México e Israel.
Luego, Obama habló con tres países claves en el contexto de los intereses planetarios de los yanquis: Turquía, Filipinas y la pequeña Georgia, ese ariete en el flanco ruso.
En el cuarto plano saludó a Argentina, Chile, Irlanda (son muchos los norteamericanos descendientes de ese país), Palestina (el equilibrio en el Cercano Oriente necesita que se consolide ese Estado) y Kazakhstán (la más grande, rica en petróleo, de las ex Repúblicas soviéticas).
Luego siguieron los presidentes de Colombia, Nigeria, Senegal, África del Sur y el Secretario General de las Naciones Unidas. Y así sucesivamente, con los países que habían enviado sus congratulaciones.
Indicaría que hoy estamos en la clase media, desde el punto de vista de sus intereses. No sería demasiado importante, sino fuese que coincide con la realidad, desde nosotros. Tomémoslo en cuenta, entonces.
Y para concluir, por ahora, les dejo la frase final del editorial del New York Times en que le pide a Obama diseñe rápido una nueva política para América Latina (No es una buena noticia: mientras no la tenían, los gobiernos de Sud América gozaron de un cierto margen de libertad). El estilo es de ese realismo anglo que, confieso, les envidio un poco:
«Si hay todavía una duda sobre la necesidad de una nueva política para la región, considérense estos hechos: América Latina provee un tercio de nuestras importaciones de petróleo, la mayoría de los inmigrantes que llegan y prácticamente toda la cocaína. Y ah, sí, es nuestro vecino de al lado«.