Algo más sobre Verbitsky, la Iglesia y las guerras internas

noviembre 30, 2010

El post anterior, apenas una observación sobre una notable afirmación de Horacio Verbitsky «la tragedia argentina de la década del 70 puede explicarse como una guerra civil al interior de la Iglesia Católica«, tuvo hasta ahora pocos comentarios. Pero bien montados. Me obligaron a repensar lo que yo escribí, y llegué a la conclusión que debo precisar mejor mi enfoque, aunque más no sea para que la discusión se encauce. Estoy muy lejos de alcanzar conclusiones; ni siquiera de un estudio con alguna profundidad; esto es un blog, después de todo.

El aspecto más interesante, para mí, es la influencia de las ideologías modernas sobre la jerarquía y los niveles medios de la Iglesia Católica. No ignoro que hay factores originados en la Iglesia misma, y que tiene muy poco que ver con la tesis de «la donación de Constantino» y otros resabios medievales: Por un lado, la tarea de refirmación de la autoridad papal sobre los episcopados nacionales, en que la Iglesia se empeñó en toda la primera parte del siglo XX; por el otro, la reaparición de la «opción por los pobres», esa apelación a un cristianismo más puro que resuena periódicamente en el catolicismo.

Pero la forma en que esas fuerzas se expresaron en nuestra historia reciente, eso tiene que ver – sostengo – con el impacto de las ideologías. Argentina fue un caso extremo, y por lo tanto su estudio puede echar más luz sobre el tema. Y sobre nuestras tragedias.

Por la «Derecha», para llamarla de algún modo, influyó poderosamente desde los ´30 en adelante, en particular desde el Congreso Eucarístico de 1934, y hasta el «Proceso» de 1976/83, la ideología de la Nación Católica, sobre la que, es cierto, Verbitsky ha llamado la atención. Pero es un error creer que su vigor en Argentina, como en muchos otros países católicos, nace de una usina eclesiástica. Y, por supuesto, nada tiene que ver con el fascismo, que se ha convertido en un término para denominar lo que disgusta a todo buen progre.

Si se quiere identificar con una experiencia extranjera, se puede encontrar similitudes con el franquismo. En realidad, en ambos casos se trata de la reacción del sector católico tradicional («un hijo militar, un hijo cura…») en una sociedad en transformación acelerada al impacto de la Modernidad. Y, como toda reacción ciega, termina en versiones diferentes y más eficaces de la Modernidad que rechazaba: en España, los tecnócratas del Opus, Adolfo Suárez y Felipe González; en Argentina, Martínez de Hoz, Alfonsín y Menem.

Por la «Izquierda» – un término aún menos adecuado, en este caso – hay un fenómeno muy publicitado en su momento de los ´60 que me parece significativo, como síntoma, al menos: «el diálogo entre católicos y marxistas«. Como le decía hace un par de años a un amigo que ha conservado más de su fe y de ciertas ilusiones, y que quería contribuir a reanudarlo «Recuerdo que como fruto de esos intercambios, bastantes católicos se hicieron marxistas. Y algunos sacerdotes abandonaron los hábitos. No me acuerdo de ningún marxista que se haya convertido al cristianismo como resultado de esos diálogos. Los que lo hicieron, como nuestro común amigo Víctor, fue como resultado de otras experiencias«.

Atención: esto habla más de un «clima de época» que de filosofía. Y no me parece, por los casos de los que conozco algo, que la decisión de apelar a la violencia, la lucha armada, que fue decisiva en muchos sacerdotes y pensadores católicos de los ´60, y el apoyo que encontraron en algunos obispos, tuvo que ver con una aproximación ideológica al marxismo. En todo caso, esa se dió bastante después de la decisión de tomar las armas.

Se ha escrito sobre García Elorrio, los jóvenes católicos que se unieron para fundar Montoneros… pero creo que falta bastante estudiar sobre el asunto. No soy historiador; como preferencia personal, me gustaría que los que lo hicieran tuvieran la lucidez política para entender su grave error; y la generosidad humana para reconocer la nobleza de los que estuvieron dispuestos a sacrificarse por una causa.


Verbitsky, la Iglesia y las guerras internas

noviembre 29, 2010

Mi amigo Ezequiel Meler acaba de publicar un post donde disecciona, con afilado bisturí, a «una militancia que concibe la “batalla” como eminentemente comunicativa, discute poco, debate menos, y rara vez se permite el lujo de cuestionar«. Y agrega «El blanco, entonces, pasaron a ser los multimedios … El rostro del mal dejó de ser el de los empresarios inescrupulosos, o incluso el del Fondo Monetario y el Departamento de Estado, y pasó a ser el de… Héctor Magnetto«. Es corto, centrado, y lo recomiendo de corazón.

Pero hay algo que quiero observar: concentrarse – de todas las formas del poder – en el de los medios masivos, y reaccionar un poco histéricamente contra aquel que construye o encarna un «relato» opuesto a aquel al que uno se aferra… no es algo característico de las «nuevas flores» kirchneristas.

Me parece que es un defecto habitual en el pensamiento político argentino. Con raíces en la práctica de la Corona española de prohibir que muchos libros llegaran a América, asumido por Mariano Moreno cuando decide suprimir los pasajes inconvenientes de Rousseau, y fortalecido en las últimas décadas por lecturas mal digeridas de Gramsci. Como un ejemplo muy cercano, me interesa señalar que para muchos amigos peronistas o «nacionales» tradicionalistas, el «Magnetto», la encarnación del Mal, es… Horacio Verbitsky.

No pretendo banalizar el tema. Magnetto es el CEO de un grupo económico que – quizás sólo comparable a Techint – ha mantenido un proyecto de poder político coherente a lo largo del tiempo. Son expresiones emblemáticas de lo que solía llamarse «burguesía nacional» (el hecho que el Grupo Clarín tenga una fuerte participación de Goldman Sachs, y Techint mantenga sus raíces italianas, sólo los confirma como típicos del capitalismo argentino actual).

Y Horacio Verbitsky es, además de un talentoso periodista, un cuadro político que – luego de la derrota de la vía armada con la que tuvo un compromiso juvenil – consiguió organizar en el espacio de los Derechos Humanos, con conexiones aquí y en el exterior, un instrumento político de primer nivel, apoyado en un trabajo serio y consecuente.

Pero el hecho que ambos, H. M. y H. V., con sus muy distintas realidades, sean actores políticos con sus propios proyectos, no justifica, me parece, que los que no estamos de acuerdo con ellos reaccionemos ante sus «relatos» como una damisela de una película de los ´30 frente al monstruo de Frankestein.

Estas reflexiones surgen de la lectura de un reportaje de Magdalena Ruiz Guiñazú (otra que se las trae) a don Horacio en el Perfil del domingo. Es muy jugoso y aporta ideas valiosas. El Observatorio Nacional del Delito y la Violencia, encarado con seriedad, sería una herramienta fundamental para cualquier gobierno.

Pero lo que me dejó pensativo – y que es el meollo de ese reportaje – fueron las observaciones de Verbitsky sobre el rol de la Iglesia en la violencia de los ´70. Cierto, nada que no se pueda encontrar en sus libros, y el interés de Verbitsky en diseccionar las políticas y los mensajes del Episcopado es muy conocido (Una de las agudas plumas que supo reunir Julio Ramos decía que era inminente un episodio de conversión, porque si no, no se explicaba esa atención obsesiva).

Lo llamativo es que en ese reportaje Horacio Verbitsky sintetiza en una frase una realidad que los que vivimos los primeros pasos de ese tiempo de violencia conocemos, pero que no tiene cabida en ninguno de los relatos al uso, el de la izquierda dura, el de la izquierda mansa y el de la derecha:

«Se puede decir (y no es una exageración) que la tragedia argentina de la década del 70 puede explicarse como una guerra civil al interior de la Iglesia Católica«.

Tengo que decir que estoy seguro que es una exageración, y por eso, que es falso. No fue una guerra interna entre católicos. Pero es muy cierto, y significativo para demoler la propaganda superficial de los que quieren, desde un lado y otro, hacer uso de la historia, que hombres de la Iglesia, obrando como tales, tuvieron un rol fundamental en la formación de los que iban a matar en ambos bandos. Un rol mucho mayor que el que tuvieron los cubanos y los franceses. Y mucho más comprometido, por supuesto, que el de soviéticos y norteamericanos.


Adiós a Miguel Fitzgerald

noviembre 29, 2010

Murió el 25 de noviembre, a los 85 años. Me enteré hoy, y quiero recordarlo aquí. Era un aviador argentino – de origen irlandés, como se podría esperar – que el 8 de septiembre de 1964, con un pequeño avión Cessna, voló hacia las islas Malvinas y enarboló una bandera argentina. Él lo contaba así:

“Varias veces hube de desistir de mi intento de volar hasta las Malvinas… Si hubiera anunciado mi intención, declarándola en la hoja de vuelo, no habría sido autorizado a salir. El mismo día que cumplí los treinta y nueve años besé a mi mujer y a mis hijos y me encaminé hacia mi avión «Cessna 185», cuyos asientos había sustituido por tanques de combustible y en el que había un equipo de radio y un teléfono. Con provisiones de chocolate y café levanté vuelo hacia Río Gallegos, capital de la provincia de Santa Cruz, siguiendo en seguida y en línea recta hacia el archipiélago malvino, que se halla a quinientos cincuenta kilómetros.

Navegando entre nubes, advertí algunos claros que me permitieron fijar la situación de las islas, orientándome entre la isla Gran Malvina y la isla Soledad cuando vi el canal de San Carlos. La bandera británica ondeaba sobre la residencia del gobernador, mostrándome la dirección de los vientos, cosa que aproveché para aterrizar, después de describir varios círculos sobre la población. Tomé tierra en un campo de carreras de caballos.

Inmediatamente icé la bandera argentina en un poste. Llegaron cinco personas que me preguntaron en inglés si deseaba o necesitaba algo. Les dije que solo queda entregarles un pliego que llevaba destinado al representante del gobierno británico en el archipiélago. Así lo hice. Diez minutos después levanté nuevamente el vuelo para dirigirme a Río Gallegos…”

Al que le interese, hay más datos en esta entrada de Wikipedia, y, más jugosos, aquí y aquí, dos posts de un blog de Monte Grande, donde nació la idea de esa patriada.


Formosa, Mariano Ferreyra, la justicia y el poder

noviembre 29, 2010

En el post anterior, que subí el viernes, dije todo lo que podía decir – desde los hechos que conozco – sobre las muertes que provocó la represión a un corte de ruta en Formosa. Un tema sensible: tuvo y tiene mucho eco en la blogosfera politizada, lo que habla bien de ella. Quiero mencionar sólo dos recientes, muy distintos entre sí pero que me impresionaron por su seriedad: el de Ezequiel Meler, que hace la historia, el de Omixmoron, que da una necesaria discusión política.

No me acordaría del de un bloguero bien intencionado, pero que no conoce mucho de la historia del peronismo, que dice «Gildo Insfran fué un tipo formado en el Comando de Organización de Brito Lima, la corriente de derecha peronista que abrevaba en el soporte intelectual del Gallego Alvarez«. Más que «soporte intelectual», yo recuerdo muchos cadenazos y algún tiro. Pero aunque eso no tiene que ver con lo que pasó hace pocos días, se vincula con lo que quiero decir ahora.

Porque no voy a hablar de las víctimas, los dos de la comunidad qom y el policía. Como mencioné al principio, no tengo hechos nuevos. Mi post tuvo, hasta ahora, 36 comentarios, lo que para un fin de semana es mucho, y la mayoría de ellos inteligentes, pero cuando aportan datos, éstos se refieren al problema indígena, las sociedades precolombinas, o la extensión del cultivo de soja.

Todas esas cosas tienen que ver con lo que ocurrió en La Primavera, especialmente la extensión de la frontera del cultivo de soja. Pero ninguna de ellas es un justificativo para el homicidio. Los que murieron por estar en ese corte de ruta no se diferencian de Carlos Fuentealba, que no era de una comunidad indígena sino de la de los docentes.

Recuerdo esta obviedad, porque el hecho que el gobernador de Formosa es un aliado del gobierno nacional, incentivó en la oposición, razonablemente, la intención de «dejar pegada» a la presidente con el crimen. Y en muchos militantes kirchneristas estimuló la culpa – emoción al que el progresismo suele ser vulnerable – y, con una explicación menos sicológica, marcar una responsabilidad que atribuyen a sectores del peronismo tradicional que no les caen simpáticos.

Como acostumbro, voy a precisar lo que pienso. Me parece lamentable la situación de Formosa, una de nuestras provincias más pobres y donde aparecen, especialmente entre los indígenes, algunos de los cuadros de indigencia y exclusión más graves. En particular, me molesta que el camino más fácil a la prosperidad, en algún caso a la riqueza, sea el manejo de los resortes del estado provincial y la buena relación con las fuerzas de seguridad. Creo que el Estado nacional y el resto de la sociedad tienen una deuda con esa provincia, simplemente como parte de la Argentina.

Pero eso no tiene nada que ver con una supuesta obligación del gobierno nacional de «hacer justicia». La justicia, o lo que pasa por tal, en este mundo imperfecto, la hacen los jueces. Si señalé, como lo hice en el post anterior, que el gobierno nacional debía presionar al gobierno de Formosa para que no impidiese sus mecanismos – no veo que el camino deba o pueda ser diferente a lo que sucedió en Neuquén o, antes, en Catamarca.

Lo planteo así, primero, porque veo en compañeros cuya opinión respeto el deseo de un protagonismo en el tema del gobierno nacional, que yo no encuentro necesario ni conveniente. No es misión de la dirigencia política hacer justicia en casos individuales. En todo caso, acompañarán e impulsarán como políticos un reclamo social… si hay organizaciones que empujen los procesos legales.

Especialmente lo planteo así, porque esta voluntad de llevar la justicia a rincones menos favorecidos de nuestra patria no puede hacerse ignorando la voluntad y la legitimidad de los procesos democráticos, cuando existen, en esos lugares. Me huele a una versión moderna del viejo jacobinismo porteño.

La historia de las intervenciones federales ha sido en general lamentable, desde la opinión de los pueblos de las provincias intervenidas. Es una lástima, pero tienden a preferir el corrupto conocido al que viene de afuera. Y aún en aquellos casos que el que viene a traer la justicia desde lejos lo hace sin sombra de interés personal, la historia tampoco muestra buenos resultados. Desde Castelli a Guevara, terminan en derrotas.

Si menciono en el título al caso de Mariano Ferreyra, es porque me parece que brinda un ejemplo de lo que se puede lograr, y lo que no. La causa por la que ese militante cayó, la de los trabajadores tercerizados del Roca, parece estar acercándose a un buen final, gracias a la lucha de esos trabajadores, y también al respaldo de Moyano. En cuanto al crimen en sí, la Justicia procesó con prisión preventiva a los siete detenidos por ese crimen, y la fiscal pide que se cite a declarar a José Pedraza. ¿Justicia burguesa? Sociológicamente, así es. Eso sí, considero que es preferible a ninguna, y sobre todo preferible a una justicia pequeño burguesa.


Formosa: Clarín induce a error

noviembre 26, 2010

Propongo esta forma de decirlo, porque ahora que vuelve un toque de «caniche´s style» (Artemio dixit), me parece mejor que el crispado «Clarín  miente«. Y además es más exacto. Este título «Sectores kirchneristas reclaman la renuncia del gobernador de Formosa» no miente. Pero induce a error, como lo hace toda esa nota, para reforzar el planteo de Ricardo Kirschbaum, editor general de Clarín, que afirma «Cristina debe hacer equilibrio entre los reclamos de sus aliados, como D’Elía y Bonafini –del ala más radicalizada del oficialismo–, y el peronismo provincial, al que necesita retener«.

No es así. Yo, que no me considero kirchnerista – y menos del ala más radicalizada – considero que la Presidente y el gobierno nacional deben – y pueden – apretar muy duro al gobierno de Formosa. Y creo que somos muchos los que pensamos así.

Apretarlo, no intervenirlo. La intervención federal es como las armas nucleares; debe usarse sólo como últimísimo recurso, porque no se sabe – o si sabemos, por nuestra experiencia histórica – dónde terminan. Pero el Poder Ejecutivo está hoy en condiciones – sobre todo en una provincia tan pobre como esa – de forzar la puesta a disposición de la justicia de los autores materiales e intelectuales de esa represión.

Me parece que vale la pena ampliar, y precisar, lo que estoy diciendo, porque hace a dos temas importantes de nuestra realidad.

1) No tomo partido en la disputa por tierras entre la comunidad indígena, el gobierno provincial y los propietarios individuales. Porque no vivo en Formosa ni tengo información completa ni directa de ese conflicto en particular, y tampoco sufro de la compulsión de alguna izquierda por apoyar causas nobles y lejanas de las que acaba de enterarse.

Algo conozco de las diferencias de clase en nuestro interior no urbano. Y también de algo más sutil: la hostilidad hacia las comunidades indígenas de muchos criollos – cuya mezcla de genes europeos y de viejos americanos es en promedio idéntica – pero piensan que aquellos se aprovechan de un «cuento» para sacarle dinero al estado.

Prefiero entonces que sea la propia comunidad qom la que relate su lucha, como lo hacen en este blog los de La Primavera/Navogoh. Que, en todo caso, cuenten con la simpatía de un descendiente de los pueblos originarios de las tierras altas de Galicia (que hicieron sus propios malones, en las guerras irmandiñas).

Pero lo que no debemos admitir es el uso de las policías bravas como herramienta de control social. Tan inadmisible como el uso de las patotas en las internas sindicales. Creo que hoy es realista para nuestra sociedad comenzar a exigirlo. La represión de La Primavera, como la reciente en Bariloche, no debe servir para para la indignación fácil y el uso político, sino impulsarnos en la tarea de obligar a que los gobiernos provinciales hagan que sus policías sean eso: policías, y no patotas mal pagas financiadas «por izquierda».

Porque por toda la leyenda negra de la Bonaerense – que se la ganó, seguro – hoy tiene más control interno y social que la mayoría de las policías de las otras provincias, incluso alguna mucho más rica que Formosa.

2) Algunos ex-aliados del gobierno, como Tumini, y otros que lo siguen siendo, como blogueros cuyos sentimientos son respetables, creyeron ver aquí una ocasión para exigir a la Presidente que se defina entre la causa noble de los derechos humanos, en particular de los pueblos originarios, y los gobernadores corruptos del PJ. Es el razonamiento – no absurdo, hay que reconocer – en que se basa Kirschbaum para marcar «las contradicciones que cruzan este heterogéneo tinglado armado por el ex presidente Néstor Kirchner«.

Lamento contradecir a todas estas buenas personas, pero dudo mucho que Cristina Fernández elija definitivamente entre ambas cosas. Que, por supuesto, no son parte de ningún armado, sino del peronismo hoy. Incluye – y debe incluir – tanto a los gobernadores, legitimados por el voto de sus pueblos, de las provincias pobres que desde 1946 son parte fundamental del peronismo – hoy hay que agregar, dicho sea de paso, a algún radical K – como a muchos, muchísimos compañeros con deseos de justicia y reparación.

Y no voy a prenderme en comentarios sobre la «incorporación de sectores medios urbanos nostálgicos del Frepaso». Que los hay, seguro, pero no aparecen con ellos en el peronismo los anhelos de justicia y reparación. Ya los tenía, por ejemplo, Evita (que tuvo choques con algunos gobernas, recordemos).

El peronismo – bah, cualquier partido de masas, con un proyecto de poder nacional – debe incluir, y respetar, las estructuras locales, y aceptar de entrada su legitimidad, en tanto ellas respeten la libre expresión popular. Las comunidades indígenas deben ser apoyadas en sus necesidades, apremiantes, y también en el esfuerzo por conservar su identidad, si quieren hacerlo.

Al mismo tiempo, tiene que evitar crear motivos de enfrentamiento con sus vecinos criollos – que, no nos olvidemos, tienen más o menos la misma mezcla de sangres – convirtiendo a esas comunidades en una especie de reserva turística al uso yanqui, administrada por ONGs.  En esta tarea de respeto, puede contar con el apoyo de sacerdotes católicos, los que trabajan en esos lugares, que tal vez cuenten con menos obispos pero con más futuro en la Iglesia.

Todo esto – que hay muchos que pueden decirlo con más información que yo – no tiene nada que ver con el problema de la actitud del gobierno nacional ante la represión en Formosa. No exijamos al gobierno nacional que se rodee solamente de políticos llenos de buenas intenciones y que siempre han hecho cosas correctas. Ese es el camino troskista, que termina en un «dirigente» escribiendo proclamas para sí mismo.

Es realista, vuelvo a lo del comienzo, exigirle que tome medidas concretas para que las policías provinciales no repriman con ferocidad las protestas, ni sirvan de patota para intereses privados. Como lo ha conseguido, con las inevitables falencias humanas, en el ámbito nacional. Para eso se necesitan fondos para capacitarlas y mejorar sus ingresos, frecuentemente miserables. Pero algún escarmiento, en el gobierno de Formosa, por ejemplo, también es necesario.


El F. M. I., como Troilo, siempre está volviendo

noviembre 25, 2010

El título se debe, lo confieso, a mi debilidad por el tango y las frases irónicas. También podría haber dicho que el Fondo, como el sol, siempre está. Y sería cierto: el Fondo Monetario Internacional cumple desde hace décadas el rol de auditor de última instancia del capitalismo financiero global, administrado por los países más poderosos. Las reformas siempre serán cosméticas mientras deba cumplir esa función dentro de ese sistema. Que está crujiendo, seguro, pero pasarán bastantes años antes que se afirme un reemplazo.

Pero esta no es una reflexión sobre la economía internacional. Apenas si un post breve sobre el regreso del F.M.I. al escenario local, de la mano de un pedido del gobierno para que lo asesore en armar un índice de precios nacional. Y también, igualmente interesante, sobre la relativa ausencia del tema en la bloguería kirchnerista. Sólo el aguante estoico a las tapas de Clarín y al amable chichoneo de los troskistas (Que podrían decirles como Sócrates que «Dios nos ha puesto sobre vuestra militancia, como un tábano sobre un noble caballo, para picarla y mantenerla despierta«. Pero no lo van a hacer).

Tengo que decirles, compañer@s, que limitarse a hacer eco a las rapsodias de Ricardo Forster sobre lo maravilloso que es el kirchnerismo («la distribución más equitativa de la renta material y simbólica«), cómo es amado por el pueblo, y las inagotables maldades y torpezas de la Oposición, puede llegar a hacerse aburrido con el tiempo. A pesar, claro, de los generosos aportes de esa oposición.

Quiero destacar que yo escribí hace sólo tres días que el acuerdo tentativo con el Club de París para pagar sus acreencias sin someterse a la revisión del F.M.I. era un triunfo político de la Presidente, que se había empeñado personalmente en la negociación. Sigo pensando así: las razones que di mantienen su vigencia. Y sólo en las fantasías de los que nunca han tenido responsabilidades de gobierno existen los triunfos sin costos y sin compromisos.

No creo, aclaro, que haya sido un trueque explícito. Lo veo antes como parte de una intencionalidad de Cristina Fernández, que – al contrario que Néstor Kirchner – se interesa en el posicionamiento internacional, más allá de los acuerdos concretos. Y en el mundo real… siguen existiendo los países poderosos y su auditor, el F.M.I. Por supuesto, uno puede dedicarse a cuestionarlos, y asumir el rol de «tábano», como en su momento lo hizo Fidel y ahora Chávez. Pero Argentina no es lo bastante pequeña para ese papel.

Si esto no se ha explicado mejor, en un gobierno que ha mejorado su manejo de la comunicación, es, me parece, por cierta inhabilidad progre para hablar de realpolitik. Y al hecho que Boudou, como Timerman, padece de la patética sobreactuación del converso.

No me parece desastroso que el trofeo simbólico para el Fondo sea el actual INDEC. Su intervención en el 2006 ha sido señalada ya por demasiada gente – inclusive algunos tan comprometidos con la gestión K como Horacio Verbitsky – como uno de sus graves errores. Sólo quiero agregar que contribuyó además a trivializar el debate económico, porque hasta los críticos de la política económica de Kirchner tendieron a concentrarse en cuestionar la destrucción de un «termómetro» antes que en el diagnóstico o en el «tratamiento». Pero es lamentable que se haya pasado por alto a las Universidades argentinas pretextando una expertise en el tema medición de la inflación que el F.M.I. no tiene.

Y eso me acerca a la raíz de mi preocupación. Hoy El Cronista publica La Banelco, 9 años después. Es un buen recordatorio de un episodio… aleccionador. Pero no toca un elemento muy importante: Esa ley de Flexibilización Laboral, cuya aprobación motivó los sobornos y el escándalo que fue el comienzo del fin del gobierno de la Alianza, fue adoptada a instancias del Fondo. Las entidades empresarias no la habían pedido. Las prácticas de tercerización y precariedad en el trabajo ya eran tan corrientes como ahora. Más, ayudadas por el desempleo masivo. Los técnicos del Fondo la exigieron como un símbolo de la voluntad de restaurar la confianza a los inversores.

El F.M.I. es – valga repetir lo obvio – un organismo político. Uno puede opinar lo que quiera del nivel de sus técnicos, pero, como buenos funcionarios públicos, harán lo que les dicen sus jefes. Y ellos deben responder, como buen político, a sus públicos. En lo que hace a Argentina – donde no se juegan intereses demasiado importantes de los países poderosos ni de sus inversores – van a pesar los prejuicios y los mitos de la «opinión pública internacional». O sea, las clases medias y altas de esos países. Para el gobierno argentino, lo mejor será recordar un proverbio muy viejo: El que come con el diablo, debe usar una cuchara larga.


Algo más sobre Rosas, y un debate entre peronistas

noviembre 24, 2010

Como buen argentino, me fascina la Historia, y puedo discutir horas sobre ella. Por eso mismo, trato de no dejarme tentar, porque sé que esas discusiones nunca se terminan, y a menudo nos distraen de la porción de Historia más larga e importante: la que empieza en el presente.

Pero a veces echan luz sobre lo que sino sería más difícil de ver. Cuando empecé esta serie de posts, dije que me interesaba cuestionar el planteo de Luis Alberto Romero porque encontraba en él una nueva versión, una ofensiva renovada del pensamiento «portuario» contra el «sentido común» nacional incorporado en la gran mayoría de nuestro pueblo y en buena parte de sus intelectuales. Se abrió un debate interesante, que era lo que quería; las batallas culturales se ganan en el tiempo, no en una discusión. Además, Ezequiel Meler ya lo ha empezado a demoler a L.A.R. acá.

Lo hubiera dejado ahí, como recomendaba el Bernardo, pero encontré La batalla de Obligado que Horacio González publica en Página 12. Y no puedo resistir la tentación. Eso sí, me apuro a aclara que esto no tiene nada que ver con la crítica a Romero. Horacio no sólo es un hombre del «campo nacional»; es un militante peronista de siempre, además de ser uno de los estudiosos que aportan mucho al pensamiento argentino y latinoamericano. Y quiero añadir que es un gran tipo, con el que compartimos un compadrazgo muy informal y muy laico.

En realidad, mi problema habitual con H.G. es que su lenguaje filosófico es demasiado complejo y técnico para un tipo de barrio como yo, que pasé por la Universidad para conseguir un título y ganar más guita (eran otros tiempos). Francamente, la mayor parte de lo que escribe no lo entiendo. No es el caso de este artículo que linkeo: es un trabajo de historia política muy informado y bien desarrollado, y además muy comprensible. Y me vinieron muchas ganas de discutírselo.

Horacio define claramente lo que piensa sobre esa batalla y el conflicto en el cual se enmarca «La Vuelta de Obligado fue una epopeya nacional notable … Demostró y demuestra que hubo y hay una “cuestión nacional”. Demostró y demuestra que los proyectos de modernización cultural no deben estar hipotecados a los poderes mundiales que se arrogan mensajes civilizatorios aunque se presentan con incontables coacciones«. Pero también siente necesario decir «Demostró y demuestra que es posible conmemorar una proeza nacional y popular sin aprobar el régimen político bajo el cual ocurriera«.

Porque también siente que debe recordar que «Rosas no carecía de pensamientos políticos elaborados, aunque no solía expresarlos en público … Era lector de viejos textos ultramontanos y de ciertos clásicos. Alguna vez ha citado a Burke y a De Maistre, se sabe que cuida una valiosa edición de la Etica a Nicómaco y se guía por pasmosas encíclicas papales.

Además, tiene Rosas una concepción del absolutismo político que no es de floración espontánea, sino que proviene de su familiaridad con textos sobre El Príncipe, escritos por consejeros finamente reaccionarios, entre otros –como lo prueba Arturo Sampay– un teórico de las monarquías del siglo XVIII, Gaspard Réal de Curban. Viviendo como exilado en el farm inglés … condenó a la Comuna de París en 1871, empleando la expresión “comunistas” con el mismo valor que le adjudicaron los credos reaccionarios del siglo XX»

«Rosas fue más astuto que lo que Marx imaginaba cuando en sus escritos de 1850 sobre la India especulaba que la “astucia de la razón” debía hacerse responsable de la crisis de la dominación británica en países de ultramar, donde el imperialismo debía penetrar ampliamente para luego crear él mismo la contradicción que lo derrocaría.

Concreto, Rosas tiene la astucia del gran propietario de tierras, mimético con la lengua de sus subordinados, que arma milicias propias y que, sin dejar de ser un empresario ganadero moderno, lo es preservando más arcaísmos culturales que los que toleraban Marx y Sarmiento. Por eso libra batallas de autonomía territorial pero sin concepción antiimperialista o libertaria, sino más bien autocrática. En nada se desmerece con esto ninguna batalla, en la medida que no hay hecho que no sea paradójico»

Horacio, creo que aquí, dejándote llevar por tu elocuencia (y tu fastidio con un personaje que si viviera hoy estaría en CARBAP, … hasta que se metiera en política, claro. Ahí se haría peronista) estás pasando muy rápidamente por la diferencia entre el teórico de la liberación y el que conduce a su pueblo, que vos mismo apuntás claramente. Marx consideraba que el colonialismo europeo iba en el «sentido de la historia» al colonizar la India, porque provocaría la transformación del subcontinente que luego se rebelaría contra sus amos. Rosas, más concreto, peleó contra ese colonialismo europeo. Y esa batalla, la ganó.

Pero H.G. se siente obligado a advertir: «El movedizo psicoanalista esloveno Slavoj Zizek se deslumbró con Rosas como lo había hecho antes Pedro De Angelis, aunque un siglo y medio después. Dice precisamente que Rosas es el ser paradójico que impulsó la unidad nacional sin ser demócrata, que era un republicano jacobino que sin embargo hablaba como un conservador y que, en suma, fue una persona de derecha que cumplió objetivos de izquierda. No son interesantes hoy estos pensamientos. Las paradojas existen … pero si son mal planteadas, pueden dar una explicación “rosista”, por lo tanto antediluviana, a hechos interesantes ocurridos durante el período de Rosas. Marx, como se sabe, juzgó a Bolívar como un anacronismo político que impedía el reinado universal de las precondiciones revolucionarias en el mundo. Las raíces de este error “europeísta” fueron muy bien explicadas por el pensamiento de la “izquierda nacional” y del socialismo latinoamericanista de José Aricó, hace ya muchas décadas. Pero la razón absolutista de Rosas no significa lo mismo que la imaginación libre del vasto Bolívar»

El debate entre H.G. y Zizek… está en otro plano, en el que no me interesa meterme. Lo que me parece importante es que discutamos en el peronismo el rol de la ideología – que lo tiene, claro – y el de la práctica política en la formación de la conciencia de los hombres y de los pueblos.

Es cierto que en el pensamiento político de Rosas – lo señalé en el post – había un fuerte componente reaccionario. No tanto como la enumeración del artículo hace pensar; las «pruebas» de Sampay parecen, cuidadosamente examinadas, un poco flojas. También había, lo recoge Halperín Donghi, una corriente republicana y americanista, como señala aquí Gabriel Di Meglio: «La valiente defensa de las tropas de Mansilla fue saludada efusivamente en distintos países americanos, incluidos los EE UU. El gobierno de Rosas ganó mucho prestigio como defensor de América frente a la prepotencia europea. Y se fortaleció un rasgo clave de la ideología rosista: el americanismo criollista, parte de la herencia de las revoluciones de independencia en toda América, que construyeron la idea de un continente libre y republicano frente a una Europa despótica«.

Pero no caben dudas que, visto tanto desde sus intelectuales contemporáneos, los de la Asociación de Mayo, como desde los de Carta Abierta, Rosas era un conservador duro.Y? Lo que lo separa de pensadores como Burke y De Meistre es la misma que la que lo separa de Marx. Él era un patriota y un político realista que había llegado al poder y quería conservarlo. Para ambas cosas necesitaba apoyarse en la mayoria de su pueblo – que entonces como ahora eran los humildes – y construir con ellos una relación de lealtad que en su caso duró más de veinte años. Y defendió la soberanía y la unidad nacional, sembró las bases de la prosperidad de Buenos Aires – que ya antes de su caída, como reconoció Sarmiento, era mayor que cualquier otra región en la América del Sur – sin aplastar a las provincias como lo hicieron los gobiernos posteriores…

Que le faltó hacer mucho? Sí. De quién no podría decirse lo mismo? Que nunca se le ocurrió hacer una reforma agraria? Seguro. Y tampoco nunca se le ocurrió hacerse un tatuaje del Che Guevara. Serán mis tendencias conservadoras, pero siento que ambas cosas – en un gobernante de su tiempo y su realidad socio-económica, con la ganadería como la actividad principal – serían del mismo nivel de pavada.

Mi planteo, entonces, es que la ideología es un componente tan importante como la clase – con la que está muy relacionada, como enseñaba Marx – en la formación del pensamiento de los hombres, y las mujeres. Pero no determina lo que hacen, salvo estadísticamente. La libertad y la voluntad humana existen, y ellas hacen la historia. Perón, siempre práctico, medía la política exclusivamente  por sus resultados. Un predicador anterior, más poético, decía «Por sus frutos los conoceréis«.


cortesía a un colega: «Luche y Vuelve»

noviembre 23, 2010

No quiero interrumpir el interesante aunque desordenado debate que se inició con mis dos posts sobre «Soberanía» y que todavía sigue en la columna de comentarios del último. Además, me parece que hasta ahora están volcados más hacia el pasado, y todavía no leí nada sobre algo que apuntaba en el post más reciente: las realidades económicas que están empujando para que China se aproxime a ser el mercado dominante que Inglaterra fue para nosotros hasta 1930.

Pero mi amigo Mario Gurioli, del Frente de Agrupaciones Peronistas, que si mal no recuerdo era parte de Proyecto Sur, me acercó este afiche, que copio abajo, y siento que debo acceder a su pedido de divulgar. Entiéndanme, no comparto la estrategia de Proy. S., a la que veo testimonial, y el ruso Mario, aunque es un valioso compañero, que podría contar muchas cosas de esa sigla cuando tenia otro significado, tiene una visión demasiado «fundamentalista» del peronismo para mi gusto.

Porque cuando una consigna está bien pensada, ya sea por Albistur, Durán Barba o un amigo de Gurioli, está bien pensada. Y, además, es cierto que tiene que ver con la soberanía.


Soberanía – 2da. Parte

noviembre 22, 2010

Me pareció que valía la pena empezar a escribir una entrada sobre «Soberanía» con una discusión histórica sobre Rosas. Porque el Restaurador representa un desafío abierto a todo lo que es hoy «políticamente correcto», las piedades de nuestro mundo postmoderno. No era democrático, no era progresista, ni siquiera estaba contra la pena de muerte o aceptaba las políticas de género.

Aún si se lo juzga por los valores de su tiempo – criterio que el indigenismo made in Europe rechaza aplicar a otras figuras – hay que reconocer que miraba con profunda desconfianza a las luces de la Civilización, y – aunque apreciaba intelectualmente las libertades y derechos burgueses – no creía que nuestro país estaba listo para su aplicación. Requirió para gobernar la suma del poder público, y ya anciano y exiliado en Inglaterra, escribió que las convulsiones sociales de Europa iban a requerirla, tarde o temprano.

El nacionalismo tradicionalista de los ´30 y sus sucesores se engañaron, sin embargo, al identificar a Rosas con la Reacción. Como político realista, el gobernador de Buenos Aires y encargado de las relaciones exteriores de la Confederación siempre estuvo consciente de la necesidad de contar con el apoyo de las masas populares, y a la vez brindar estabilidad a las clases propietarias y cultivar buenas relaciones con las potencias, en la medida que todo eso hiciera a la construcción de un poder nacional, que identificaba con el suyo, claro. Pero – al contrario de, por ejemplo, Perón – no se esforzó en elaborar y transmitir una doctrina, ni en actualizar su discurso a los tiempos cambiantes.

Por eso mismo, la actitud frente a Don Juan Manuel sirve para definir, más allá de las ideologías, qué valor se da a ese término, soberanía, y en general, al patriotismo más concreto. Porque el territorio actual de la República Argentina y su unidad se consolidaron durante los 20 años de su gobierno (aunque luego se hayan agregado los territorios indígenas que ganaron, más que políticos y generales, el ferrocarril y el Remington).

Seguro que a muchos de los argentinos hoy vivos les hubieran gustado otras políticas que las de Rosas – dejemos de lado que no se pondrían de acuerdo con cuáles. Lo importante es que ninguna política o Constitución tienen sentido si no hay un Estado Nación donde aplicarlas. También, creo, hay un elemento emocional que se siente o no, al contemplar con los ojos de la mente las flotas de guerra de Inglaterra y Francia avanzando por el Paraná y, tiempo después, rindiendo homenaje al pabellón argentino con 21 cañonazos (Rafa nos cuenta aquí lo que sintió J. B. Alberdi). Algo parecido a lo que se siente, o no, ante la pintura de Beresford rindiendo su espada a Liniers. Otro que no era progre, ni siquiera nac&pop.

Los hombres y mujeres de la política deben ser juzgados, finalmente, por lo que hicieron y no por su ideología. La unidad territorial y la independencia política que consolidó son logros de Rosas que, creo, no pueden ser negados. También es cierto que la Argentina que dejó no se destacó por la capacidad de desarrollar una política autónoma acorde a sus posibilidades e intereses. Y, al menos para mí, es una excusa débil decir que fue traicionado. Si los gobernadores federales contemplaron, ecuánimes, su derrota; si sus dos jefes militares y territoriales más importantes, uno, Urquiza, lo derrocó y el otro, Oribe, se mantuvo indiferente, significa que en 20 años no pudo hacer la organización política ni un ejército nacional.

Pero todo eso es el pasado, que debe ser un trampolín, o prólogo, como decía el Willy. Todo lo anterior me parece interesante si nos ayuda a evaluar políticas, con el criterio de si favorecen, o no, la soberanía nacional.

Como ya he dicho otras veces, en nuestra época – lo que quiere decir desde el final de la Segunda Guerra – el destino de los países medianos, como el nuestro, que no tienen la desgracia de estar ubicados en zonas estratégicas – por ejemplo, entre el Mediterráneo Oriental y los Himalayas – se decide por la sabiduría o el error de sus políticas económicas, más que por ningún otro factor.

Empiezo la discusión por dos casos recientes. Uno de ellos sobre el que el gobierno de la Presidente Cristina Fernández ha hecho mucho hincapié. Y – saben qué? – me parece con razón. Me refiero a las tratativas con el Club de París para pagar sus acreencias sin someterse a la revisión del F.M.I. Por supuesto, los medios están llenos de evaluaciones sobre el asunto, sobre si es beneficioso o no desde el punto de vista financiero. Como no tengo la capacidad de ver el futuro que distingue a muchos periodistas argentinos. no podré decir nada sobre eso antes de ver los números y los plazos definitivos.

Tomo en cuenta que fuerzas políticas afirman que la deuda «externa» es inmoral e ilegítima. Además, es cierto. Espero que no se considere un prejuicio antiestatista o antibanqueros si digo que, en la mayoría de los casos, cuando un Estado se endeuda, operan otras consideraciones que el más eficiente manejo de fondos. Frecuentemente, una de las consideraciones son las comisiones que se otorgan a los intermediarios. Otras, sortear limitaciones presupuestarias. En Argentina tenemos experiencia en eso. Pero es irrelevante. Ecuador, que planteó jurídicamente la cuestión, está pagando un porcentaje de su deuda un poco mayor que nosotros. La experiencia demuestra que el único camino para que un país deje de ser deudor es convertirse en acreedor. A nosotros nos falta bastante.

La no revisión por parte del F.M.I. ha sido un hecho político significativo. Para que la actual Sra. Europa, Ángela Merkel, aceptara considerar la posibilidad que el auditor de última instancia que tienen los bancos alemanes para procurar que los bonos griegos, irlandeses, españoles… que tienen en sus balances no sean sólo papel impreso, no interviniera en el caso de un acreedor relativamente menor, sentando así un precedente incómodo, fue necesaria una firme voluntad política y habilidad diplomática. Amigos que estuvieron en Berlín en ese momento me lo confirmaron. Aunque no sería necesario; con imaginarse lo que pensarán los humillados irlandeses

Ahora, para poner otro ejemplo, uno que sirve además para marcar la diferencia entre batallas tácticas y desarrollos estratégicos, los invito a leer esta nota que John Paul Rathbone, editor para Latinoamérica del Financial Times publicó esta semana: «La baja en los mercados de América Latina pone a prueba la tesis del «decoupling». ¿Es hora de revisar la noción de que los mercados emergentes se han disociado de la crisis global? Tal vez, al menos en América Latina.

El lugar común de los inversores solía ser que cuando EE.UU. se resfriaba, América Latina caía con neumonía. El hecho evidente que la región surgió en gran medida indemne de la crisis financiera muestra que esto ya no es cierto – pero sólo porque el continente se ha ligado a China en su lugar, a través de la exportación cada vez mayor de sus productos básicos, y los vínculos comerciales con Asia.

Durante la semana pasada, por ejemplo, no era la tambaleante economía de los EE.UU. la que derrumbó a los mercados latinoamericanos.

Más bien, fue la perspectiva de tasas de interés más altas en China, junto con las problemas de la eurozona, lo que hizo caer las acciones de América Latina durante ocho sesiones consecutivas. El rendimientos de los bonos subió y las monedas cayeron porque los inversores sacaron dinero de la región»


Soberanía

noviembre 20, 2010

Un tema importante. En lo que hace a la política, es quizás el tema más importante. En una nación que no es soberana, sus ciudadanos no hacen política. A lo sumo, intrigas. Pero se escribe tanto sobre el asunto, y no me gusta repetir. Lo que voy a hacer es invitarlos a echar algunas miradas en direcciones opuestas: al pasado y al futuro.

Para empezar por el pasado, me resulta más estimulante debatir con alguien que tenga un enfoque adverso al mío. Voy entonces a lo que Luis Alberto Romero publicó en LaNación. Romero, aunque escribe panfletos algo obvios como éste, es un historiador profesional y sabe armar un argumento.

Reconoce méritos que no se pueden dudar. Cita a Tulio Halperin Donghi, que hace 40 años dijo: «Rosas defendió encarnizada y a la larga eficazmente la independencia política de la región, en la época de la «política de las cañoneras», cuando nadie podía asegurar cuáles serían los límites del colonialismo europeo. Rosas puso esos límites«. Magnífica síntesis, por un liberal.

Sacude con habilidad a su competencia: «Los escritores neorrevisionistas baten el parche y despiertan sentimientos e imaginarios de un nacionalismo hondamente arraigado en nuestra sociedad. A la vez, por qué no, realizan un buen negocio editorial. Como de costumbre, anuncian la revelación de un episodio que la «historia oficial» ha mantenido oculto. En realidad, el episodio de la Vuelta de Obligado puede ser leído en casi cualquier libro que se ocupe del período«.

Y luego va a su planteo ideológico central: «¿Fue «nacional» esta acción? … me parece dudoso. Los revisionistas y neorrevisionistas comparten una idea, de origen alemán, acerca de la existencia de una nación eterna, existente desde siempre y animada por el «alma del pueblo», el volkgeist. Una idea importada, pensada para otras realidades, que nuestro nacionalismo aceptó con entusiasmo y aplicó a nuestro caso. Los historiadores profesionales sabemos que las naciones no existen desde siempre, sino que se construyen. Casi siempre son impulsadas por Estados…

En 1845 el Estado nacional argentino todavía estaba en construcción; toda la Cuenca del Plata era un hervidero, y ni siquiera estaba claro qué parte de ella -¿Uruguay, Paraguay?- sería argentina. Muchos conflictos estaban pendientes de resolución y era difícil saber cuál de los intereses en pugna sería el «nacional». Nuestros neorrevisionistas dan por sentado que Rosas defendía el interés nacional. Quizá. Pero en la época había opiniones diferentes sobre cómo organizar el país, especialmente entre correntinos, entrerrianos y santafecinos, por no mencionar a uruguayos y paraguayos, cuya independencia Rosas cuestionaba.

En cambio es seguro que Rosas, bloqueando el Paraná e impidiendo la libre navegación de los ríos, sostuvo los intereses de Buenos Aires… Rosas defendió con energía el monopolio portuario porteño, de cuyas rentas, no compartidas, vivía la provincia. Contra Rosas estaban quienes creían que la libre navegación de los ríos los beneficiaría. El conflicto se dirimió luego de Caseros … el Pacto de San Nicolás en 1852, y la Constitución Nacional en 1853, abrieron el camino a la libre navegación.

Transformar una derrota en victoria. Hacer de una batalla donde primaron los intereses particulares de Buenos Aires un jalón en la construcción de la Nación. Todo eso es algo más que una opinión, poco rigurosa pero aceptable en un terreno por definición opinable, como lo es el pasado. Tal manera de ver las cosas constituye una parte central del «sentido común» nacionalista, muy arraigado en nuestra cultura, a tal punto de haberse convertido en una verdad«.

Hay una falacia muy evidente, y se muestra en lo que es la intención muy clara de este artículo: identificar la idea nacional en política con el concepto de una nación «existente desde siempre».  Las naciones se construyen, es cierto, y sus fronteras tienen que ver con accidentes históricos tanto como geográficos. Pero el elemento fundamental de esa construcción es voluntad y firmeza. Rosas la mostró como encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, según el testimonio del General San Martín, de los gobernantes europeos y americanos, y todo aquel argentino no cegado por el odio.

Pero corresponde darle a Romero la razón donde la tiene. El revisionismo – una corriente que tiene ella misma una historia larga y muy diversa – logró una victoria: la noción que hay intereses nacionales, de todos los argentinos – intereses que en su momento Rosas defendió – y que han sido atacados por Inglaterra a lo largo de dos siglos hoy forma parte del «sentido común» de la mayoría de los argentinos, sean peronistas o no, inclusive de los que no están politizados ni se piensan a sí mismos como parte de un «campo nacional».

Por supuesto, esta construcción de un «sentido común nacionalista» ha sido la reacción a una construcción, comenzada hace más de un siglo, de un «sentido común» de signo inverso, por historiadores y publicistas a cuya escuela Romero pertenece. Su expositor más influyente fue Bartolomé Mitre – aunque el Sarmiento de «Civilización y Barbarie» y el Alberdi de «Las Bases» hicieron aportes decisivos. Puede resumirse diciendo que desde esta visión la historia argentina, que comienza en Mayo 1810, es la lucha de la Civilización (la europea del Siglo XIX) contra la barbarie de los caudillos y la arbitrariedad de tiranos como Rosas. En esta lucha debimos apoyarnos en potencias extranjeras, en particular Inglaterra y Francia (un siglo después, EE.UU.).

El «sentido común» siempre es una simplificación, claro. Pero creo que es fácil evaluar cuál es la más afín a la construcción de una nación. Cuál se acerca más a la que los países que han decidido afirmarse como tales han elegido para formar el «sentido común» de sus pueblos. Pero no quiero – como ya dije – repetir aquí el debate. Muchos lo hacen, y bien.

Me interesa señalar que lo que Romero está haciendo aquí no debe considerarse como la repetición de una vieja batalla. Al contrario, debemos pensar que es parte de una nueva. Lo suyo se inscribe – conscientemente, o no – en un proyecto político que busca desplazar ese «sentido común nacionalista» instalado en la mayoría de nuestro pueblo.  Es significativo que un sector opositor importante se identifique con expresiones como «republicanismo», «concordia» e «institucionalidad», dejando de lado consignas más tradicionales como «intereses nacionales» o «justicia social». Cuando la república y las instituciones están funcionando, en forma no más imperfecta que en cualquier otro momento de la historia. Y la concordia… no es una característica de la vida política argentina, en el oficialismo y en la oposición.

Más evidente la intención, en este artículo. Dice «hay un nacionalismo patológico … una suerte de «enano nacionalista» que combina la soberbia con la paranoia y que es responsable de lo peor de nuestra cultura política. Nos dice que la Argentina está naturalmente destinada a los más altos destinos; si no lo logra, se debe a la permanente conspiración de los enemigos de nuestra Nación, exteriores e interiores. Chile siempre quiso penetrarnos. Gran Bretaña y Brasil siempre conspiraron contra nosotros» También aquí evoca un fantasma – pues ningún sector político importante dice eso – para atribuirlo a quienes elige como adversarios. Su mismo título introduce un concepto Transformar la derrota en victoria, que repite en el texto, al que los argentinos somos vulnerables. No queremos ser losers.

Mi amigo Fernando Del Corro, periodista y profesor de historia, menciona en una nota que me envía: «Habían pasado ocho meses desde la Vuelta de Obligado, el 4 de junio de 1846, cuando el general Lucio Norberto Mansilla, volvió a esperar a los invasores en otro lugar estratégico, pero más al norte: Punta Quebracho (o angostura de Punta Quebracho), hoy Puerto General San Martín, en la Provincia de Santa Fe, a unos 35 kilómetros de la ciudad de Rosario. El resultado esta vez fue completamente distinto; la derrota heroica se convirtió en un triunfo demoledor ya que fueron hundidos dos mercantes, incendiados cuatro mas y sumamente dañadas dos naves de guerra. Esta vez los argentinos registraron un solo muerto y los colonialistas 60«.

Es una buena acotación, pero no es decisiva. Porque como recuerda también Fernando, fue una derrota, la de los espartanos en las Termópilas, que durante 2500 años ha sido un símbolo de gloria. Porque en la historia lo que importa no es el resultado inmediato. Como reconoce con nobleza el liberal Halperín Donghi, se defendió victoriosamente la independencia política de la región, en una época en que podía estar en duda. Lo que los argentinos hicimos luego con esa independencia… es discutible. Pero sin ella, no se podría haber hecho nada.

Se hizo un poco larga la entrada. La seguiré después, pero la seguiré. Porque como dice un proverbio ¡sueco!, que me acercó un corresponsal mendocino «El pasado debe ser un trampolin y no una hamaca”.