Un tema importante. En lo que hace a la política, es quizás el tema más importante. En una nación que no es soberana, sus ciudadanos no hacen política. A lo sumo, intrigas. Pero se escribe tanto sobre el asunto, y no me gusta repetir. Lo que voy a hacer es invitarlos a echar algunas miradas en direcciones opuestas: al pasado y al futuro.
Para empezar por el pasado, me resulta más estimulante debatir con alguien que tenga un enfoque adverso al mío. Voy entonces a lo que Luis Alberto Romero publicó en LaNación. Romero, aunque escribe panfletos algo obvios como éste, es un historiador profesional y sabe armar un argumento.
Reconoce méritos que no se pueden dudar. Cita a Tulio Halperin Donghi, que hace 40 años dijo: «Rosas defendió encarnizada y a la larga eficazmente la independencia política de la región, en la época de la «política de las cañoneras», cuando nadie podía asegurar cuáles serían los límites del colonialismo europeo. Rosas puso esos límites«. Magnífica síntesis, por un liberal.
Sacude con habilidad a su competencia: «Los escritores neorrevisionistas baten el parche y despiertan sentimientos e imaginarios de un nacionalismo hondamente arraigado en nuestra sociedad. A la vez, por qué no, realizan un buen negocio editorial. Como de costumbre, anuncian la revelación de un episodio que la «historia oficial» ha mantenido oculto. En realidad, el episodio de la Vuelta de Obligado puede ser leído en casi cualquier libro que se ocupe del período«.
Y luego va a su planteo ideológico central: «¿Fue «nacional» esta acción? … me parece dudoso. Los revisionistas y neorrevisionistas comparten una idea, de origen alemán, acerca de la existencia de una nación eterna, existente desde siempre y animada por el «alma del pueblo», el volkgeist. Una idea importada, pensada para otras realidades, que nuestro nacionalismo aceptó con entusiasmo y aplicó a nuestro caso. Los historiadores profesionales sabemos que las naciones no existen desde siempre, sino que se construyen. Casi siempre son impulsadas por Estados…
En 1845 el Estado nacional argentino todavía estaba en construcción; toda la Cuenca del Plata era un hervidero, y ni siquiera estaba claro qué parte de ella -¿Uruguay, Paraguay?- sería argentina. Muchos conflictos estaban pendientes de resolución y era difícil saber cuál de los intereses en pugna sería el «nacional». Nuestros neorrevisionistas dan por sentado que Rosas defendía el interés nacional. Quizá. Pero en la época había opiniones diferentes sobre cómo organizar el país, especialmente entre correntinos, entrerrianos y santafecinos, por no mencionar a uruguayos y paraguayos, cuya independencia Rosas cuestionaba.
En cambio es seguro que Rosas, bloqueando el Paraná e impidiendo la libre navegación de los ríos, sostuvo los intereses de Buenos Aires… Rosas defendió con energía el monopolio portuario porteño, de cuyas rentas, no compartidas, vivía la provincia. Contra Rosas estaban quienes creían que la libre navegación de los ríos los beneficiaría. El conflicto se dirimió luego de Caseros … el Pacto de San Nicolás en 1852, y la Constitución Nacional en 1853, abrieron el camino a la libre navegación.
Transformar una derrota en victoria. Hacer de una batalla donde primaron los intereses particulares de Buenos Aires un jalón en la construcción de la Nación. Todo eso es algo más que una opinión, poco rigurosa pero aceptable en un terreno por definición opinable, como lo es el pasado. Tal manera de ver las cosas constituye una parte central del «sentido común» nacionalista, muy arraigado en nuestra cultura, a tal punto de haberse convertido en una verdad«.
Hay una falacia muy evidente, y se muestra en lo que es la intención muy clara de este artículo: identificar la idea nacional en política con el concepto de una nación «existente desde siempre». Las naciones se construyen, es cierto, y sus fronteras tienen que ver con accidentes históricos tanto como geográficos. Pero el elemento fundamental de esa construcción es voluntad y firmeza. Rosas la mostró como encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, según el testimonio del General San Martín, de los gobernantes europeos y americanos, y todo aquel argentino no cegado por el odio.
Pero corresponde darle a Romero la razón donde la tiene. El revisionismo – una corriente que tiene ella misma una historia larga y muy diversa – logró una victoria: la noción que hay intereses nacionales, de todos los argentinos – intereses que en su momento Rosas defendió – y que han sido atacados por Inglaterra a lo largo de dos siglos hoy forma parte del «sentido común» de la mayoría de los argentinos, sean peronistas o no, inclusive de los que no están politizados ni se piensan a sí mismos como parte de un «campo nacional».
Por supuesto, esta construcción de un «sentido común nacionalista» ha sido la reacción a una construcción, comenzada hace más de un siglo, de un «sentido común» de signo inverso, por historiadores y publicistas a cuya escuela Romero pertenece. Su expositor más influyente fue Bartolomé Mitre – aunque el Sarmiento de «Civilización y Barbarie» y el Alberdi de «Las Bases» hicieron aportes decisivos. Puede resumirse diciendo que desde esta visión la historia argentina, que comienza en Mayo 1810, es la lucha de la Civilización (la europea del Siglo XIX) contra la barbarie de los caudillos y la arbitrariedad de tiranos como Rosas. En esta lucha debimos apoyarnos en potencias extranjeras, en particular Inglaterra y Francia (un siglo después, EE.UU.).
El «sentido común» siempre es una simplificación, claro. Pero creo que es fácil evaluar cuál es la más afín a la construcción de una nación. Cuál se acerca más a la que los países que han decidido afirmarse como tales han elegido para formar el «sentido común» de sus pueblos. Pero no quiero – como ya dije – repetir aquí el debate. Muchos lo hacen, y bien.
Me interesa señalar que lo que Romero está haciendo aquí no debe considerarse como la repetición de una vieja batalla. Al contrario, debemos pensar que es parte de una nueva. Lo suyo se inscribe – conscientemente, o no – en un proyecto político que busca desplazar ese «sentido común nacionalista» instalado en la mayoría de nuestro pueblo. Es significativo que un sector opositor importante se identifique con expresiones como «republicanismo», «concordia» e «institucionalidad», dejando de lado consignas más tradicionales como «intereses nacionales» o «justicia social». Cuando la república y las instituciones están funcionando, en forma no más imperfecta que en cualquier otro momento de la historia. Y la concordia… no es una característica de la vida política argentina, en el oficialismo y en la oposición.
Más evidente la intención, en este artículo. Dice «hay un nacionalismo patológico … una suerte de «enano nacionalista» que combina la soberbia con la paranoia y que es responsable de lo peor de nuestra cultura política. Nos dice que la Argentina está naturalmente destinada a los más altos destinos; si no lo logra, se debe a la permanente conspiración de los enemigos de nuestra Nación, exteriores e interiores. Chile siempre quiso penetrarnos. Gran Bretaña y Brasil siempre conspiraron contra nosotros» También aquí evoca un fantasma – pues ningún sector político importante dice eso – para atribuirlo a quienes elige como adversarios. Su mismo título introduce un concepto Transformar la derrota en victoria, que repite en el texto, al que los argentinos somos vulnerables. No queremos ser losers.
Mi amigo Fernando Del Corro, periodista y profesor de historia, menciona en una nota que me envía: «Habían pasado ocho meses desde la Vuelta de Obligado, el 4 de junio de 1846, cuando el general Lucio Norberto Mansilla, volvió a esperar a los invasores en otro lugar estratégico, pero más al norte: Punta Quebracho (o angostura de Punta Quebracho), hoy Puerto General San Martín, en la Provincia de Santa Fe, a unos 35 kilómetros de la ciudad de Rosario. El resultado esta vez fue completamente distinto; la derrota heroica se convirtió en un triunfo demoledor ya que fueron hundidos dos mercantes, incendiados cuatro mas y sumamente dañadas dos naves de guerra. Esta vez los argentinos registraron un solo muerto y los colonialistas 60«.
Es una buena acotación, pero no es decisiva. Porque como recuerda también Fernando, fue una derrota, la de los espartanos en las Termópilas, que durante 2500 años ha sido un símbolo de gloria. Porque en la historia lo que importa no es el resultado inmediato. Como reconoce con nobleza el liberal Halperín Donghi, se defendió victoriosamente la independencia política de la región, en una época en que podía estar en duda. Lo que los argentinos hicimos luego con esa independencia… es discutible. Pero sin ella, no se podría haber hecho nada.
Se hizo un poco larga la entrada. La seguiré después, pero la seguiré. Porque como dice un proverbio ¡sueco!, que me acercó un corresponsal mendocino «El pasado debe ser un trampolin y no una hamaca”.
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