La Unión de Bancos Suizos y el fin de los tiempos

octubre 31, 2012

(El video es un aporte del ingenioso @LPablo10)

Hoy leíamos en LaNación, una noticia pequeña, en el tono discreto con que se referían, en otro tiempo, a un inconveniente desdoroso en el seno de una familia tradicional, el embarazo de una hija soltera, un faltante en los fondos que administraba el patriarca… «ZÜRICH (AFP).- El mayor banco de Suiza, UBS, anunció ayer la eliminación de casi 10.000 empleos como parte de una reorganización de su división de inversiones, que se tradujo en fuertes pérdidas en el tercer trimestre. A fin de septiembre, el banco suizo tenía 63.745 empleados en todo el mundo, y la intención de la entidad es llegar a fines de 2015 con una nómina de 54.000 empleados«.

Otros periódicos, menos respetuosos de los valores tradicionales, como Business Week, entran en sórdidos detalles sobre un ex agente de la UBS, Kweku Adoboli, acusado de distraer 2 mil 300 millones de dólares (ves Hank? estos son caballeros de color y no tus Negros de Mierda!), que a su vez acusa a su empleador de amenazar a los testigos para que no declaren… Pero este es un blog serio, reflexivo, y no quiere prenderse al coro de los que se entretienen en castigar a los banqueros del primer mundo. Eso se lo dejo a Joaquín Sabina, que, como español, tiene un cierto rencor con ellos, y lo hace con un buen arreglo musical en el video de arriba. Después de todo, no es que aquí no tengamos delincuentes, aunque no alcancen a los niveles de los de la culta Europa.

Lo que a mí me dejó pensando es el comentario de un amigo cuyo hijo trabaja en la banca suiza y que tiene una lejana relación familiar con un director de la UBS, que me aseguró que la «reorganización de su división de inversiones» es un eufermismo por cerrarla. Que de los 10 mil empleos que se eliminan, 3 mil son en Suiza. No me consta, pero la fuente es buena y no está sesgada por la más mínima inclinación ideológica.

Me acordé entonces de haber leído que Borges opinaba de los suizos, que era un pueblo de montañeses que decidieron ser sensatos. Y también de un posteo que subí en setiembre del año pasado, cuando los suizos decidieron devaluar su moneda sin aviso. Se me ocurre entonces que los helvéticos, gente seria y prudente, con una nación pequeña y muy cohesionada, y que además no tienen la inclinación por la ideología que quizás Frau Merkel adquirió – aunque esa tenía un signo opuesto a la actual – en la ex Alemania Oriental, pueden haber decidido que el casino financiero ha dado todo lo que podía dar y es tiempo de cortar las pérdidas. ¿Cómo se dice en switzerdeutsch «Se acabaron para mí todas las farras«?


En 7 días, tenemos presidente

octubre 31, 2012

… en los EE.UU. Dentro de unas 168 horas – porque la elección aparece reñida – sabremos si Obama o Romney será llamado por los periódicos más superficiales «el hombre más poderoso del mundo». Ojo: hay un sentido en que lo es. La constitución norteamericana, formalmente presidencialista como las nuestras, le da mucho menos poder en la práctica a la persona que preside el Ejecutivo … excepto sobre los ciudadanos de otros países.

A pesar de la Patriot Act y otra legislación reciente, que le han dado mucho poder a organismos de seguridad e inteligencia interior, al presidente norteamericano le resulta relativamente difícil violar los derechos civiles de un ciudadano. A un extranjero… puede hacerlo asesinar sin que la legislación o la opinión pública lo cuestionen demasiado, si proporciona una explicación patríótica.

De todos modos, eso es por ahora para nosotros una contingencia teórica. Aún el bloguero más furiosamente antiimperialista corre poco riesgo, creo, de ser objeto de una Executive Action. Las elecciones norteamericanas – más allá de la simpatía que sentimos por nuestro amigo Eddie, que milita esforzadamente allí en Georgia – nos interesan principalmente como un síntoma del estado de  los Estados Unidos. Es todavía el país más poderoso del mundo – y probablemente lo seguirá siendo, en el plano militar, por décadas. Un estadista danés, Polonio, consejero del tío de Hamlet, advertía «no es cordura  .  no vigilar del grande la locura«.

Con esto no quiero decir que la sociedad norteamericana está loca. Personalmente, en muchos aspectos la encuentro admirable. Pero es cierto que algunas cosas de ella los «latinos» las sentimos inhumanas, o al menos difíciles de entender. Y algunas de las consignas que se han enarbolado en esta campaña electoral nos hacen preguntarnos, a muchos americanos del sur y aún a europeos, si no se están desarrollando patologías peligrosas en su sistema político.

Bueno, me inclino a pensar que no (tocando madera). Para eso, es necesario apreciar la inevitable diferencia entre un sistema democrático vigente desde hace 29 años, como el nuestro, y otro que ya ha durado por más de dos siglos  Y, más profunda, entre la concepción de la democracia como la vemos nosotros, y como la ve el pensamiento norteamericano convencional.

Una visión de la democracia muy común entre nosotros – no unánime, por cierto – es un camino hacia una sociedad más justa. En ellos, el énfasis está en la limitación del poder del Estado – y en sus «liberals» (más o menos, nuestros progres) – de las corporaciones. En las versiones más tradicionales, la democracia misma es vista como una fuerza creativa pero peligrosa para la república, pues «lleva a la tiranía de las mayorías». Puede decirse que el sistema político norteamericano ha evolucionado, a lo largo de las décadas, en una dirección muy distinta de la que pensaban sus Fundadores, pero con un propósito básico que habrían aprobado: conservar la estabilidad del sistema.

Nuestros ideales, y nuestro estilo, son distintos, pero creo que algo podemos aprender de la continuidad que consiguieron. La Revolución – con la que mi generación tuvo un romance juvenil – es una mina inconstante. Después de la toma de la Bastilla, vino Napoléon, y luego la restauración de los Borbones. Después de la toma del Palacio de Invierno, vino Stalin y las privatizaciones de Yeltsin… Mejor, como nos recomendaba nuestro Fundador «todo en su medida y armoniosamente«.

Sobre este tema me pareció interesante traducirles parte de las reflexiones que hace George Friedman, el CEO de Stratfor. No son profundas, pero los datos muestran una pintura precisa:

«La elección presidencial de EE.UU. se llevará a cabo una semana a partir de hoy, y si las encuestas son correctas, la diferencia a favor del que gane será extraordinariamente estrecha. Muchos dicen que el país nunca ha estado tan profundamente dividido. En realidad, la campaña electoral de este año está lejos de ser la más amarga y mordaz. Por consiguiente, podría ser útil tener en cuenta que mientras que el electorado en este momento aparece distribuído en dos partes bastante iguales enfrentadas por discursos antagónicos, eso no revela profundas divisiones en nuestra sociedad – a menos que nuestra sociedad siempre haya estado profundamente dividida.

Desde 1820, el último año electoral sin oposición, las diferencias en las elecciones presidenciales han sido relativamente pequeñas. Lyndon B. Johnson recibió el mayor porcentaje de votos que cualquier otro presidente en el año 1964, con el 61,5 por ciento de los votos. Tres otros presidentes rompieron la marca del 60 por ciento: Warren G. Harding en 1920, Franklin D. Roosevelt en 1936 y Richard Nixon en 1972.

En nueve elecciones un candidato obtuvo entre el 55 y el 60 por ciento de los votos: Andrew Jackson, Abraham Lincoln, Ulysses S. Grant, Theodore Roosevelt, Herbert Hoover, Franklin D. Roosevelt, Dwight D. Eisenhower y Ronald Reagan. Sólo Eisenhower tuvo el 55 por ciento dos veces. Y candidatos que recibieron menos del 50 por ciento de los votos, ganaron 18 elecciones presidenciales. Estos incluían Lincoln en su primera elección, Woodrow Wilson en ambas elecciones, Harry Truman, John F. Kennedy, Nixon en su primera elección y Bill Clinton en sus dos elecciones.

A partir de 1824-2008, 13 elecciones resultaron en alguien obteniendo más del 55 por ciento, pero nunca más del 61 por ciento de los votos. Y 18 elecciones, con un presidente con menos del 50 por ciento de los votos. Las restantes 16 elecciones terminaron con el ganador recibiendo entre 50-55 por ciento de los votos, en muchos casos, apenas por encima de la marca del 50 por ciento – es decir, que casi la mitad del país votó a favor de otra persona. Los Estados Unidos siempre han tenido elecciones reñidas. Curiosamente, de los cuatro presidentes que ganaron más del 60 por ciento de los votos, tres no son recordados favorablemente: Harding, Johnson y Nixon.

Tres observaciones: En primer lugar, por casi 200 años, el proceso electoral siempre ha producido una división en el país que nunca ha sido más desequilibrada que 60-40, y tendiente muchas veces a un margen más estrecho. En segundo lugar, cuando terceros partidos han tenido un impacto significativo en la elección, los ganadores obtuvieron cinco veces el 45 por ciento de los votos o menos. En tercer lugar, en 26 de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el ganador recibió menos del 52 por ciento de los votos.

La consistencia llama la atención aquí. Incluso en los casos más extremos de crisis nacional y un oponente débil, fue imposible superar mucho más del 60 por ciento. La oposición consigue siempre el 40 por ciento, independientemente de las circunstancias o del partido, durante casi dos siglos. Sin embargo, salvo en el caso de la elección de 1860 (cuando comenzó, con la elección de Lincoln, el proceso que llevó a la Guerra Civil), la profunda división no se ha traducido en una amenaza para el régimen. Por el contrario, el régimen ha prosperado – de nuevo, exceptuado 1860 – a pesar de estas divisiones persistentes«.


Política industrial ¿qué es eso?

octubre 30, 2012

Otro artículo sobre economía de nuestro amigo Pablo Tonelli. Como casi todos los suyos, breve, didáctico y polémico. Esta vez mi introducción será muy corta, porque me reservo para hacer algunas observaciones al final.

TERMINOS DE INTERCAMBIO

Pablo Tonelli, economista

En primer lugar para precisar el tema de esta nota voy a usar una definición tomada de la Enciclopedia de Ciencias y Tecnología de la Argentina que define “Términos de intercambio o relación real de intercambio (en inglés terms of trade) es la relación entre los precios de las exportaciones y de las importaciones de un país”. Agrega “se habla de deterioro de los términos de intercambio cuando el precio de los productos exportados tiende a disminuir respecto del de los productos importados. Como es imposible mantener por tiempos prolongados un déficit de la balanza comercial, una mejora en los términos de intercambio permite importar más productos con las mismas exportaciones”.

El tema de debate sobre este concepto en la economía argentina actual es el siguiente: Se sostiene que la teoría del deterioro de los términos de intercambio, elaborada por Raúl Prebisch y Hans Singer en el marco de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina, Organización de las Naciones Unidas) en los años cincuenta, ya no tiene vigencia dados los altos precios de los productos primarios de exportación que han crecido más en el último lustro que el precio de los bienes industriales que la Argentina importa.

Este razonamiento sigue a otro: Los altos precios de los productos agrícolas que se exportan han generado superávits comerciales externos (la diferencia favorable en dólares entre lo que exportamos e importamos), efecto, para esta concepción, del llamado “viento de cola”. Los dólares de este superávit  no han servido para financiar el desarrollo de una industria sustentable, porque el sector industrial tiene un déficit cercano a los 32.000 millones de dólares anuales. En resumen: para el sector liberal ortodoxo que sostiene esta crítica, el deterioro de los términos de intercambio es una falacia. Que lleva a gravar las exportaciones con retenciones, en lugar de favorecer su desarrollo, e insistir con impulsar a un sector industrial que no tiene rango ni capacidad para competir en el mercado internacional.

Voy a reflexionar sobre los términos de intercambio y sobre el fundamento de una política industrial en la Argentina para oponer mis razonamientos a este enfoque.

Es un dato cierto que el llamado “boom” de los precios agropecuarios ha invertido la tradicional relación de precios entre lo que exportamos mayoritariamente (bienes primarios puros o con baja elaboración) y lo que importamos (considerando insumos y bienes industriales) y que esa ecuación ha mejorado sensiblemente la factibilidad de compra de bienes industriales y ampliado nuestra capacidad.

Si esto es una tendencia permanente de la economía mundial no creo que sea posible afirmarlo o negarlo. Prebisch y Singer analizaron sesenta años de historia capitalista, Ocampo y Parra en 2003 (lo tomo de un trabajo de Rolando Astarita) han analizado 140 años, utilizando un índice de The Economist, la revista británica, para concluir que la tendencia al deterioro del precio de los bienes agrícolas en relación con los industriales es de largo plazo, aunque el proceso puede escalonarse y no ser estrictamente continuo. El debate está lejos de encontrar una respuesta basada en datos de largo plazo.

Independientemente de ello, el razonamiento neoclásico sostiene – me basó aquí en un documento de Josefina Marcelo, economista argentina – que “las teorías del comercio internacional basadas en la visión de David Ricardo y en las ventajas comparativas, solo veían en los términos de intercambio una simple representación de la productividad relativa de los países, concluyendo que un país siempre obtendría beneficios del comercio internacional dado que dicho país tendería a especializarse en aquella producción en la que comparativamente fuera más eficiente, y esto beneficiaría a todos”.

El espectacular boom de los precios de las materias primas, particularmente del último lustro, daría por tierra, según la ortodoxia económica, la afirmación de Prebisch que el progreso técnico fue claramente más acentuado en la industria que en la producción primaria de los países de la periferia, ya que al compás de precios más altos la tecnificación del agro incrementó notablemente la productividad agrícola. Nuevamente entonces, según este enfoque, debe acentuarse la producción agropecuaria, fuente de nuestras ventajas comparativas, e importar el resto de los bienes industriales que las “señales de mercado” no convaliden.

Si efectivamente fuera cierta una modificación permanente de los términos de intercambio a favor de los productos primarios y la Argentina eliminara las retenciones a los sectores exportadores, ¿la mayor rentabilidad del sector y de la tierra podría generar una expansión que fuera inclusiva para toda la Argentina? La respuesta es negativa. El sector primario exportador ocupa escasa mano de obra, su expansión no podría suplir la ocupación industrial, ni mejorar los salarios, que se incrementan en el mundo capitalista cuando es mayor el valor agregado en la economía. Ni hablar de lo que ocurriría si el capitalismo central sale de su crisis y de la sobrecapacidad de su industria y de los precios deprimidos de este sector a nivel internacional; y disminuyeran relativamente los precios agropecuarios

Ahora bien, el mundo ha cambiado desde Prebisch y Singer, ya no estamos en una estructura en donde existe un centro mundial productor de manufacturas y una periferia dedicada a la producción exclusiva de bienes agropecuarios. La producción global se ha relocalizado y como afirma Josefina Marcelo citando a Arceo, las industrias trasnacionales “suelen desarrollar en la periferia solo procesos parciales de trabajo y la concepción básica del producto, los insumos tecnológicos esenciales y los medios de producción en su mayoría son importados

Aquí entonces sigue operando un deterioro de los términos de intercambio. ¿De qué forma? La composición del armado de un bien de alta tecnología, un auto, una computadora, reserva a los países centrales el diseño, el desarrollo, la ingeniería; y a los países periféricos destina la fabricación de partes y el armado del bien final. El primero insume fuertes inversiones industriales, un trabajo complejo de ingenieros y técnicos, el segundo un trabajo simple de trabajadores sin gran cualificación y una baja inversión por obrero ocupado en la relación con la misma rama industrial localizada en el Centro.

Es esa diferencia de productividades, dentro de las ramas de la industria la que constituye realmente el problema de los términos de intercambio en el mundo capitalista de hoy. Es sobre ella la que debe pivotar una política industrial. El debate no se centra hoy en la dinámica de los precios agropecuarios sino, vuelvo a insistir, en cómo mejorar la productividad industrial.

Lo que quiero observar del artículo de Tonelli no es lo que dice, sino lo que omite señalar y, por lo tanto, parece dar por sentado: Un prejuicio muy común a la mayoría de los economistas nac&pop, herencia de nuestras viejas luchas, que asume el cliché de la producción agrícola como «bienes primarios puros o con baja elaboración». Una idea tan anticuada como la imagen de una actividad industrial que engalana este posteo.

Me gustaría que los argentinos tengamos presente que los productos agrícolas que exportamos incorporan mucha teconología: las maquinarias agrícolas, cada vez más sofisticadas, de las cuales una buena parte es de producción local; la gigantesca estructura de almacenaje (así es, el silo bolsa es teconología moderna, o pregúntenle a las cerealeras, cuya capacidad de negociación vis a vis el productor ya no es lo que era) y transporte, para apreciar la cual basta transitar por nuestras rutas o navegar Paraná arriba; la producción de aceite de soja, en la que estamos en el podio del planeta; el desarrollo del biodiésel…

Sobre todo, las técnicas agrarias en sí, donde – gracias al INTA y a los viejos grupos CREAR, Argentina es pionera. Y en genética, donde una parte es tecnología local y la otra comprada – a precios caros – a Monsanto… ¿O creemos que la tecnología de las plantas de la industria automotriz o de computadores es toda local?

Todo esto no disminuye la realidad de la aserción de Tonelli: el agro ocupa, comparativamente, poca mano de obra. Ni va a desarrollar toda la tecnología que debe incorporar un país para considerarse desarrollado. Debemos tener una política industrial. Y ahí es valiosa y oportuna su conclusión «El debate no se centra hoy en la dinámica de los precios agropecuarios sino en cómo mejorar la productividad industrial».


Una victoria que da que pensar

octubre 29, 2012

Siempre digo que, al contrario de lo que tratan de convencernos los periodistas, las noticias no importan. Son los procesos los que cuentan. Pero… En los diarios de hoy, y en algunos blogs amigos, leo la noticia: «La lista kirchnerista «Unidos, Organizados y Solidarios» triunfó este domingo 28 en las elecciones vecinales de la villa 21-24.

La agrupación afín al Gobierno obtuvo el 35,37 % de los votos, y derrotó en los comicios a la lista del Pro, «Yo estoy«, que obtuvo un 30,77 %.

Se trata de la segunda elección de autoridades barriales que se realiza por disposición de la ley 148, la cual determina la conformación de una Comisión Coordinadora Participativa y diez secretarías que integran la Junta vecinal de la villa en la que habitan más de 60.000 personas«.

Nuestro amigo Artemio López, en un gesto de sinceridad que lo honra, ha dicho que todas las encuestas publicadas hasta pocos días antes de las elecciones, son operaciones políticas. Sin duda es así, pero ésta es una elección, donde se han enfrentado aparatos importantes, y sus resultados entonces funcionan, irónicamente, como una encuesta verídica.

Atención: cualquiera que conoce algo del trabajo político en villas o asentamientos, sabe que sus resultados no son representativos de los barrios, aún de los más humildes. Allí los aparatos punteriles – intermediando entre las fuerzas políticas, las organizaciones sociales y la delincuencia – tienen un rol más importante que en cualquier otro sitio, aún más que en las provincias pobres, reemplazando las estructuras ausentes del Estado. En el caso de la Capital, el macrismo compró parte de los viejos aparatos del peronismo, en particular a través de Cristián Ritondo.

Todo eso tomado en cuenta, qué quieren que les diga. Me deja pensando que el oficialismo que representa al Gobierno nacional, sus políticas y sus recursos, haya obtenido allí poco más del 35 % de los votos. Y que los votantes del PRO, ¿defendiendo sus risibles privilegios? como tal vez con poco tacto dice Artemio, sean un poco más del 30.


A 57 años de la «Junta Consultiva»

octubre 28, 2012

Ya que estamos con efemérides, me parece oportuno ofrecerles este artículo de Mario Casalla, del diario Punto.Uno. Se refiere a un momento histórico lejano, de más de medio siglo atrás. Sus protagonistas han muerto. Argentina es muy distinta. Y, sin embargo, algunas cosas permanecen.

Fue un día como el de hoy pero cincuenta y siete años atrás, más precisamente el 28 de octubre de 1955. Ese día por decreto del gobierno de facto (asumido el 16 de septiembre y autodenominado Revolución Libertadora) se creaba una “Junta Consultiva Nacional”. Era un organismo asesor del entonces presidente, general Eduardo Lonardi, y fue puesta bajo la conducción directa del vicepresidente, almirante Isaac Francisco Rojas. Inició su sesiones el 10 de noviembre y duró hasta el 1° de mayo de 1958, cuando Arturo Frondizi asumió la presidencia de la Nación. Estaba integrada por todos los partidos políticos, menos el peronismo (proscripto) y el comunismo (no invitado).

LOS DUROS SE QUEDAN CON EL PODER

 El acto del inicio de sesiones de esa flamante Junta Consultiva fue impresionante. Un salón del Congreso Nacional abarrotado por más de trescientos invitados especiales, el famoso óleo de la Asamblea General Constituyente de 1853 presidiendo la ceremonia y la pequeña pero célebre figura del almirante Isaac Rojas quien – en uniforme de gala – monitoreaba para que todo saliese con la perfección y limpieza de una cubierta de buque recién baldeada. Es que él era el héroe de las jornadas de septiembre, el que se había jugado a fondo contra el Tirano Depuesto; el que como jefe de la flota de mar amenazó con bombardear los depósitos de gas y de petróleo costeros – si hacía falta – para que Perón renunciase; aquél a quien no le tembló la mano para mandar la Aviación Naval a bombardear la plaza de Mayo y matarlo si fuera posible. En fin, el campeón visible del antiperonismo, ya enfrentado al “tibio” general Lonardi y a un Ejército en el que el peronismo seguía teniendo algunos leales.

En el mes anterior las presiones sobre el presidente Lonardi había dado resultado y el general Arturo Osorio Arana – otro “duro” de ley – asumía el Ministerio de Ejército en reemplazo de Justo León Bengoa. Así el ala más antiperonista del Ejército empezaba a triunfar sobre los denominados “nacionalistas” y el propio general Lonardi terminaría relevado del poder tres días más tarde para instalar allí a otro duro: el general Pedro E. Aramburu. A éste tampoco le temblaría la mano para fusilar militares y civiles en el alzamiento del 9 de junio de 1956. Veintisiete fusilados en el patio de la Penintenciaria Nacional y en la Unidad Regional Lanús (entre ellos sus camaradas de armas Valle y Cogorno) y un grupo de civiles, por izquierda, en los basurales de José León Suárez.

Es que se había acabado la “leche de la clemencia” y llegaba la hora de darles su merecido. El país estaba lamentablemente fracturado. Se consideraba que el denominado “espíritu de Mayo” – triunfante otrora sobre Rosas – volvía ahora para imponerse sobre Perón. Por eso la repetición por parte del general Lonardi de la consigna “Ni vencedores ni vencidos” (la misma con la cual Urquiza entró a Buenos Aires) les sonó a los duros del 55 tan mal, como en su momento resultó en los oídos de Mitre o Sarmiento. Y si entonces fue el mismísimo Sarmiento quien alentó a Mitre “a no ahorrar sangre de gauchos, porque es buena para abonar la tierra”, ahora también se consideraba necesario que hubiese vencedores, vencidos y escarmentados. Así el almirante Rojas fue el John Wayne de la época y el vasco Aramburu (quien años después intentaría legitimarse participando de la política) no hizo entonces gala de la perseverancia de sus ancestros. Luego Menem presidente terminaría la historia abrazando al almirante Rojas.

LOS POLITICOS ACOMPAÑAN

Aquel 28 de octubre del ’55 se convocaron a casi todos los partidos políticos y la ceremonia fue transmitida por la cadena radiofónica. Con la solemnidad del caso fueron entrando al Congreso Nacional una a una las delegaciones de los seis partidos políticos que integrarían la flamante Junta Consultiva Nacional. Su nómina era: por la Unión Cívica Radical, Oscar Alende, Juan Gauna, Oscar López Serrot y Miguel Ángel Zavala Ortiz; por el Partido Socialista, Alicia Moreau de Justo, Ramón Muñiz, Nicolás Repetto y Américo Ghioldi; por el Partido Demócrata Nacional José Aguirre Cámara, Rodolfo Coromina Segura, Adolfo Mugica y Reinaldo Pastor; por el Partido Demócrata Cristiano, Rodolfo Martínez y Manuel Ordóñez; por el Partido Demócrata Progresista, Juan José Díaz Arana, Luciano Molinas, Julio Argentino Noble y Horacio Thedy y por la Unión Federal, Enrique Arrioti y Horacio Storni.

Inexplicablemente se dejó afuera al Partido Comunista: sin embargo su prédica antiperonista había sido tan frontal como las demás, por lo cual el enojo de don Vittorio Codovilla resultó notorio. Sus razones tenía el hombre: no sólo habían caminado juntos en la coqueta plaza San Martín (durante la Marcha por la Libertad y la Democracia), sino que en 1945 – en el acto del Luna Park donde se proclamó la fórmula Tamborini-Mosca, que competiría con la de Perón-Quijano – el retrato de Stalin acompañaba en el palco al de Roosevelt y Churchill.

DEPUESTOS Y REPUESTOS

La exclusión del peronismo era acaso la única justificable, porque contra ellos era la cosa y sin medias tintas. La edición del diario socialista “La Época” del mismo día en que asumió la Junta Consultiva, lo decía bien clarito: “Vamos a hacer la Revolución Libertadora desde el gobierno, con el gobierno, sin el gobierno o contra el gobierno”. Y ya se sabe que quería decir entonces “hacer la revolución libertadora”: derrocar a Lonardi y sus tibios (tres días después); al mes siguiente, intervenir la CGT, derogar la legislación obrera y disolver el Partido Peronista; aprobar la derogación de la Constitución Nacional de 1949 por un decreto del Poder Ejecutivo (27 de abril de 1956); aprobar los fusilamientos de peronistas sin juicio previo en la asonada del 9 de junio de 1956; intervenir las universidades nacionales y expulsar en masa a los profesores “adictos al régimen depuesto” (esa vez con el entusiasmo juvenil y democrático de la FUA y la FUBA, conducidas por los mismos partidos que integraban la Junta Consultiva Nacional) repitiendo el gesto que ya habían tenido en 1930 con la caída de Hipólito Yrigoyen. Se había acabado la leche de la clemencia. Sin embargo el pueblo llano no se amilanaría fácilmente: en las elecciones de convencionales constituyentes para reformar otra vez la Constitución Nacional (28 de julio de 1957), el voto en blanco superó a todos los partidos políticos. Cuando se terminaron de contar, aparecieron 2.115.861 razones para seguir inquietos. Porque como años más tarde escribiera don Leopoldo Marechal: “a veces las deposiciones no pasan del significado médico-fisiológico que tiene esa palabra”.


Algo acerca de Néstor Kirchner, dos años después. Y también de Cristina, ahora

octubre 28, 2012

Para el primer aniversario subí este posteo, donde traté de hacer una valoración de lo que él significó en nuestra historia reciente; allí también enlacé los cuatro posteos, breves, que había escrito en las horas siguientes a su muerte. Quise hacerla realista, porque este es un blog de reflexión, porque los que lo leen tienen interés en la política y sus propias opiniones, y además porque otro estilo literario no me cabe.

Un año, intenso, más, y no encuentro motivos para cambiar lo que allí puse. Sólo… me siento impulsado a agregar algo, a partir de las declaraciones de algunos ex funcionarios nombrados por Néstor Kirchner, y separados por él, que cantan loas a su gestión y cuestionan la de la actual presidente, Cristina Fernández. En la más reciente, pero no la última, de las declaraciones «Cristina tiró por la borda todo lo que hizo Néstor«.

Uno tiene, lo confieso, cierta reluctancia a discutir el tema. Hay demasiados elogios empalagosos a la Presidente, de parte de militantes sinceros y también de alcahuetes vocacionales. Pero lo voy a hacer, aunque sea superficialmente, porque me parece que el asunto sirve para iluminar la experiencia de gobierno en esta década argentina, y en la próxima.

Néstor Kirchner llegó a la presidencia en forma casual. Gobernador de una provincia petrolera, contaba con los recursos mínimos que son necesarios para un intento de proyección nacional, pero todavía no era conocido salvo a un círculo pequeño de políticos profesionales. Resultó ser, sin embargo, el candidato que el aparato bonaerense del peronismo, el más poderoso que quedaba en pie, podía plantear como alternativa a la candidatura de Carlos Menem, que nos habría llevado a la derrota, inevitablemente.

Lo llamo casualidad. Quizás Hegel habría hablado de la «astucia de la historia». Porque Kirchner tuvo la lucidez para percibir algo tan obvio que el otro candidato que el peronismo anti menemista había ensayado en ese año 2003, José Manuel de la Sota, no pudo ver: que la modernización capitalista que Menem enarboló había terminado en un fracaso tan doloroso que era ilevantable, aunque nadie atinaba a definir la alternativa.

También percibió otra realidad política que al peronismo en general, por razones históricas, le resultaba difícil de asumir: que una alianza sólida con la izquierda del peronismo y del no peronismo que se habían alejado de él por la experiencia menemista, le permitiría recuperar el espacio político y la mayoría indiscutida… en tanto conservara la adhesión del votante peronista.

Supo mantenerla, con algún altibajo. Nuevamente, la audacia y unas convicciones testarudas le sirvieron para llevar adelante políticas que estimulaban el consumo interno y la creación de empleo. Es cierto que las circunstancias del mercado internacional y el «colchón» creado por la Gran Devaluación del 2002 lo ayudaron, pero también hay que tener presente la firmeza con que enfrentó a intereses nacionales e internacionales y – tal vez lo más difícil – la «racionalidad» y el sentido común aceptados por la inmensa mayoría de los «formadores de opinión», esa racionalidad que años después se mostraría suicida ante la Crisis global desatada desde el 2008.

Esto está necesariamente simplificado. Nada es tan lineal en la práctica. Pero las líneas generales, estimo, son ciertas. Como también lo es que ni Kirchner ni Cristina, al comienzo de su mandato, plantearon modificaciones profundas al sistema económico vigente. Después de la débacle del Estado planificador y empresario, que empezó mucho antes de Menem, Argentina se aferró a un sistema de capitalismo prebendario y servicios tercerizados. Kirchner negoció. pulseó y arregló con los Eskenazi, los Bulgueroni, los Cirigliano, tanto como con actores más establecidos y poderosos como las mineras, Cargill, las automotrices y el holding que encabeza el  licenciado en ciencias políticas Paolo Rocca.

No puedo afirmar que se podría haber hecho algo muy distinto, salvo en las ensoñaciones de troskistas, discípulos de la Escuela Austríaca, y otros teóricos. Por mi parte, estimo que se podría haber hecho con más conciencia de los límites de este esquema. Lo cierto es que esos límites – los de un Estado deteriorado y no reconstruído, de un sistema económico en el que en áreas numerosas y claves hay pocos actores y cartelizados – han aparecido en la gestión de Cristina.

No digo que surgieron de un día para el otro. Nunca es así en la realidad. Ya en los primeros meses de su primer mandato tuvo que ensayar medidas que antes no habían sido necesarias. Pero percibo que es en estos momentos que, a la vez, es necesario encarar el fracaso de la tercerización de los servicios públicos, afirmar el poder de intervención del Estado en la economía – lo que lo enfrenta a conflictos de poder decisivos – y renegociar su inserción en el sistema global, donde tiene una pésima relación con algunos de sus protagonistas más poderosos – el sistema financiero, por ejemplo – y donde está inserta en una región, la América del Sur, que ha dejado de ser el patio trasero de los Estados Unidos pero todavía no es un actor coherente.

Algunos comentaristas de este blog, como algunos columnistas de Página 12 y otros medios oficialistas, me explicarán lo maravillosamente bien que Cristina está encarando la situación. Francamente, no les creo. Pero mi evaluación personal, acertada o no, no importa mucho. La única verdad es que ella es la Presidente legítima, y en esta etapa decisiva todos los argentinos, oficialistas, opositores y gente de a pie, debemos esperar que acierte y, donde es necesario, corrija. Nos va el futuro en esto.


No creo mucho en conspiraciones. Pero conspiradores, hay

octubre 26, 2012

Subí en estos días un par de posteos sobre la naturaleza del enfrentamiento, la «contradicción», que hoy existe en Argentina. Un tema que podría pensarse con «gancho», a medida que se acerca el mítico 8N. Y un comentarista frecuente, pero muy conciso, reprocha que es una discusión demasiado teórica, frente a los problemas concretos y graves que afrontamos.

Tengo que decirle que mi aporte teórico fue muy modesto, en realidad, pero ese enfrentamiento es un hecho muy concreto, que debe ser tomado en cuenta para cualquier medida del gobierno, cualquier proyecto de los argentinos. Si hasta en algo tan menor como la discusión en sus columnas de comentarios, tuve que «limar» algunos de ellos, porque entraban en la agresión personal. Cosa que entiendo perfectamente que suceda con militantes sinceros, que sienten que sus valores y símbolos son menospreciados, y no me despierta ningún rechazo moral. Simplemente, no me interesa que sea en mi blog.

Pero ahora tengo que agregar que – aunque el punto central de mi planteo es que el enfrentamiento argentino actual no es entre un vasto movimiento popular y un pequeño grupo de satánicos oligarcas, sino que incluye en ambos lados a vastos sectores de nuestra población, que deben seguir conviviendo, y van a hacerlo, cuando este enfrentamiento y este gobierno hayan sido reemplazados por otros – tengo que agregar, repito, que existen actores poderosos en el planeta con intereses opuestos a los nuestros, y que hay pequeños grupos en nuestra sociedad, con gran poder económico, cuyos intereses por eso mismo son independientes del país y están ligados al exterior. Aún culturalmente. Eso no está de moda comentar en los medios, salvo los de izquierda, pero a pesar de eso es así.

Sobre el tema de la fragata Libertad, presa en Ghana, ya comenté, brevemente, aquí y aquí. Más allá de decir que se confirma todos los días el punto para mí central – la ausencia de instancias de planificación y previsión en el Estado argentino – no tengo más información que ofrecerles. Es más, tengo la impresión que hay hechos importantes, inclusive vinculados a nuestra estrategia, que todavía no conocemos y que conoceremos recién más adelante.

Pero quiero recomendarles, a los que no la han leído, esta crónica-investigación de Adrián Murano y Andrea Recúpero en la revista Veintitrés. Como corresponde a una nota del Grupo Szpolski, está muy sesgada ideológicamente con lo que podría llamarse «progresismo K conspirativo» (no tanto como esta otra, con signo opuesto, que publica La Nación). Pero da un listado de hechos concretos, y la única observación que me cabe hacerle es que la insinuación que hay una influencia política de Inglaterra en la situación – un dato que me parece evidente – la pone en boca de uno de los Malos, Mariano Mera Figueroa, un político salteño al que cuestiona.

Para abrirles el apetito, les copio dos párrafos breves: «El director ejecutivo de ATFA, Robert Raben, y la copresidenta de ese grupo de lobby, Nancy Soderberg, ex embajadora de la ONU y asesora del ex senador Edward Kennedy, son las voces que se alzan con más frecuencia contra el país en defensa de los fondos rapaces. En 2011, antes de que el Parlamento norteamericano tratara el veto de nuevos créditos para la Argentina, Soderberg afirmaba que la votación era “otro mensaje al gobierno argentino de que la continua evasión de sus responsabilidades a la comunidad internacional no será tolerada”. Se trata de la misma mujer que el 2 de  octubre pasado, en un artículo publicado en Harvard Crimson, reclamó la renuncia de CFK.

Justamente fue en Harvard donde “el becario de derecho Tomás Pérez Alati” se puso al frente de la protesta organizada contra la Presidenta. Incluso añadió –en tono de denuncia y apuntando al llamado cepo cambiario– que “se mantiene con su tarjeta de crédito porque no lo dejaron comprar dólares”. El becario es hijo de José Pérez Alati, socio de José Alfredo Martínez de Hoz Jr. y Mariano Grondona (h.) en el estudio que representó a empresas argentinas que litigan contra la Argentina en el CIADI«.
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A menudo, cuando contemplo lo que en casi 10 años se ha conseguido en algunas áreas importantes, como el transporte, por ejemplo, me digo «Pero qué gobierno de porquería, che!«. Pero cuando pienso en alguno de sus oponentes más significativos, es decir, con más chance de imponer sus proyectos, vuelvo a mirarlo con simpatía.

Precisando la “contradicción principal”

octubre 25, 2012

El posteo que subí esta madrugada ¿Cuál es la “contradicción principal” en Argentina? provocó una de las columnas de comentarios con más riqueza ideológica en mucho tiempo en el blog. Bueno, el tema daba para eso. No intervine. Siento que cada participante tenía claro lo que pensaba, y en ideologías, no hay más «verdad revelada» que lo cada uno asimila y elabora (aunque, tengo que decirlo, me tentaron algunos planteos de Guido en su último comentario. Y los dos puntos que propone Rogelio).

Pero lo que quiero corregir ahora es una simplificación excesiva en la que yo incurrí – para no hacer largo mi posteo sobre un tema que agotó bibliotecas – y que quizás contribuyó a hacer un poco esquemático el debate.

Dije que, en mi opinión, el enfrentamiento principal en la sociedad argentina en este tiempo, al menos, está provocado por el crecimiento del poder del Estado, concentrado en la estructura burocrática del Ejecutivo. Crecimiento que estoy convencido que es necesario, pero eso es aparte). Sigo pensando así, claro (han pasado menos de 24 horas), pero creo que dejé la impresión que veía como los actores de ese enfrentamiento, por un lado, al gobierno de Cristina Fernández y por el otro a las estructuras de poder ajenas al Estado nacional. Específicamente, mencioné los grandes grupos empresarios, especialmente, claro, los transnacionales, pero también aludí al sindicalismo como estructura económica. Y podría haber incluido a la familia judicial, al mundo académico e intelectual no rentado desde la administración pública, a las iglesias,…

Bueno, no. Se me ocurre que sería mucho más fácil para los ideólogos más convencidos si esto fuera así. Ciertamente, sería mucho más fácil para Cristina.

De uno de los actores principales procuré ser preciso en la descripción: «el crecimiento del poder del Estado, concentrado en la estructura burocrática del Ejecutivo«. Por su naturaleza misma, el Poder Ejecutivo no es un club de debates, ni una agrupación democrática: es una estructura vertical, con su propia lógica interna, además, como toda burocracia con decenas de miles de empleados. En estos años, por razones históricas y necesidades políticas, incorpora un discurso y una auto justificación militante – que se parece más a las del peronismo fundacional que a cualquier otra de sus versiones posteriores. Y, como ya sucedió en esos años, irrita mucho a una parte importante de los sectores medios de la sociedad argentina. Que – nunca lo olvidemos – son muy numerosos. En conjunto, son la mayoría.

No debemos exagerar. Como también dije, nadie cuestiona la legitimidad de las políticas que lo benefician. En tanto experimenten – no que se lo «relaten», ojo – ese beneficio… no problem. También se aplaudirán medidas sorpresivas que resuenan con valores asumidos por la mayoría – la renacionalización de YPF – y se aceptarán las que afecten a quienes no han ganado el aprecio, la valoración de un número importante de argentinos. Ese ha sido el caso de las AFJPs, y sospecho que puede ser el del Grupo Clarín.

Pero tampoco el funcionariado y sus mandantes deben engañarse. El discurso militante y la autocongratulación por los logros funcionan muy bien con los militantes. Pero la inmensa mayoría de los argentinos no son militantes, ni a favor ni en contra. Los sectores más humildes… pueden aplaudirlo, pero lo que los convence son las realidades efectivas, como menciona la marcha. A parte de los sectores medios, como dije, les fastidia. Y los trabajadores sindicalizados, que en la Argentina de hoy son otra parte de esos sectores medios, están más habituados a esa liturgia, pero no los mueve particularmente. Entre bomberos…

Pongo entonces énfasis en lo que dije al final: «Esa concentración (del poder del Estado) no debe permitir que sus adversarios la pinten como arbitraria y no participativa. Para lo cual, es necesario que no lo sea«. Por eso, el ejecutivismo tradicional de los gobiernos peronistas debe contemplar una mayor participación y presencia del Legislativo – las elecciones del año que viene deberían servir para incorporar liderazgos representativos, y no hablo sólo de la oposición, que resolverá o no su problema, sino también del peronismo – y mayor participación de los organismos sociales, oficialistas y no.

No lo digo por un fanatismo democrático especial, sino porque entiendo que es conveniente disminuir la temperatura del enfrentamiento. Que solo podría aumentar un discurso verticalista que no tiene nada que ver con las realidades del poder en la Argentina de hoy. Este gobierno no es el del Perón que inicia su mandato en 1946: no cuenta con la adhesión política de la gran mayoría de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, ni con una estructura militante del sindicalismo (ni tampoco con el apoyo de la Iglesia, dicho sea de paso). Está respaldado por la legitimidad de los votos y la Constitución. No es el gobierno de Perón, porque la Argentina de hoy dista mucho de la del ´46.

Un punto menos importante: En el posteo expresé también mi opinión negativa, tanto sobre el proyecto de ley elevado por el oficialismo sobre riesgos laborales, como sobre las jugadas políticas de Hugo Moyano. Ese proyecto fue aprobado ayer por la Cámara de Diputados con el voto afirmativo del bloque del Frente para la Victoria y del PRO. No más testigos, señor juez.


¿Cuál es la «contradicción principal» en Argentina?

octubre 24, 2012

Son cosas muy de la coyuntura los que hoy me pusieron a pensar en la pregunta del título. Proyectos de ley en el Congreso, como el nuevo régimen sobre riesgos laborales, y también los dos que se plantean reformar el mercado de capitales, otorgando a la CNV un mayor control, y obligar a las aseguradoras a invertir una porción de sus carteras en proyectos de «economía real».

Y supongo que es inevitable que uno se lo pregunte a partir de hechos aún más efímeros, como la foto de Hugo Moyano y Mauricio Macri que engalana este posteo.

Me interesa, como de costumbre, dejar en claro desde donde hablo. Cuando digo que son hechos coyunturales, efímeros, quiero decir exactamente eso. Mi opinión sobre la reforma a la ley 24557 de Riesgos del Trabajo, tal como figura en el proyecto que hoy debería considerarse en Diputados, es tan negativa como la de mi amigo Ezequiel Meler. Tan negativa como la de Héctor Recalde, que pidió, y obtuvo, autorización al bloque para presentar un proyecto distinto. (Ezequiel hace una fundamentación sólida; Don Héctor, como hombre político, es más discreto. Puedo agregar una reflexión general: es una ley hecha por abogados – inevitablemente – con el objetivo de salvar las objeciones más obvias al sistema actual, sin cuestionarlo a fondo. Falta la visión de médicos e higienistas ¿Dónde están los Bialet Massé, los Carrillo?).

Por otro lado, estoy a favor del control de la actividad bursátil (muy pequeña, casi marginal en nuestro país, pero que es – como en todos lados – una timba. Desde el 2008, la experiencia global nos recuerda, con fuerza, que los casinos deben ser controlados. A ver si crecen) y el encauce de los fondos de reserva de las aseguradoras. Ésta no es una medida novedosa, pero avanza en el camino que marcó la estatización de los fondos de las AFJPs. Por supuesto, también necesita para ser exitosa que se maneje desde el Estado con honestidad, prudencia y habilidad. Es válido reclamarlo, pero sería poco serio decir que el interés privado de los administradores actuales garantiza inversiones óptimas para el interés general.

En cuanto a las jugadas políticas del Hugo… Cuando decidió enfrentarse abiertamente al gobierno, poco después de las elecciones que dieron el triunfo a Cristina, lo evalué en el blog como una estrategia equivocada. Sigo pensando en esos términos. Tengo claro que Moyano, como muchos sindicalistas, cree que el gobierno se propone debilitar a las organizaciones sindicales, tales como son ahora, y – es su estilo – ha decidido atacar él.

No veo esto con la indignación de la militancia K. En la Argentina de hoy, en el mundo de hoy, la hostilidad de los gremialistas no hace peligrar ni la estabilidad ni la legitimidad de los gobernantes. Y la responsabilidad básica de un dirigente sindical es hacia su sindicato, o, en la mayoría de los casos, deja de serlo. La lealtad de los señores feudales, con tierras y soldados propios, no es, no puede ser la misma que la de los súbditos de a pie. Y los reyes inteligentes lo tenían muy claro.

Además, por razones históricas e ideológicas simpatizo con la idea de la creación de una fuerza política con base sindical. Sólo… estoy razonablemente convencido que Hugo Moyano no es quien será capaz de construirla.

Está claro que no pienso que nada de esto sirva para definir un gobierno, o una posición política. Pero forman parte de procesos, y eso sí creo que es importante. De ahí que hicieron que me pregunte ¿Cuál es entonces la «contradicción principal» en Argentina? Esa simplificación que Mao acuñó más de medio siglo atrás no la tomo como una versión esquemática de un marxismo anticuado. La uso para preguntarme por dónde pasa el enfrentamiento principal.

Algunos amigos doctrinarios dirán que sigue siendo Peronismo / Antiperonismo. Puede ser: el peronismo es una identidad cultural muy fuerte, y – en cierto modo – el antiperonismo también lo es. Pero afirmar que esos son los dos proyectos en pugna es tomar por demostrado lo que se quiere probar. Del peronismo han surgido, además de Perón mismo, Mercante, Vandor, Cooke, Menem, Kirchner… muchas propuestas distintas. Distinguir cuáles son las «buenas», requiere más confianza de la que siento.

Lo de Izquierda y Derecha me parece todavía más débil, dada la experiencia argentina, que sólo puede plantearse desde una teoría muy abstracta. Aunque, es cierto, también ellas son, a su manera, identidades culturales fuertes, que se cruzan con el clivaje peronismo / antiperonismo.

Cualquiera que se dejase guiar por los medios, o por el clima social en las grandes ciudades, podría pensar que el enfrentamiento es entre K y anti K. Y lo es, en las emociones de esas dos «minorías intensas», que no son tan pequeñas, además. Pero aún en esta sociedad que tiene el odio fácil, si fuera sólo el odio a Cristina, y el odio a los que la odian… sería bastante fugaz.

Para no dar más vueltas, tengo que decir que me parece evidente que el enfrentamiento principal está provocado por el crecimiento del poder del Estado, concentrado en la estructura burocrática del Ejecutivo. Por supuesto, tiene que ver con las políticas que lleva adelante: nadie cuestiona la legitimidad de las políticas que lo benefician.

Pero las medidas de esta administración no han afectado profunda y decisivamente los intereses de ningún grupo social importante (Esto no quiere decir que no han perjudicado a algunos y beneficiado a otros; por supuesto que lo hicieron. Pero ningún sector ha visto disminuída significativamente su posición en la escala de ingreos. A excepción, tal vez, de los militares retirados, y su declive comenzó en los tiempos de Menem).

El problema es, a mi juicio, uno de poder. Las grandes empresas son mucho más hostiles que el sindicalismo al control del Estado; además, la mayoría de ellas, las más poderosas, son extranjeras, lo que agudiza el conflicto. Y si considero que éste es el enfrentamiento estratégico, es porque estoy convencido que el Estado argentino necesita desarrollar más, no menos, poder.

Eso sí, «estratégico» quiere decir, necesariamente, que debe perdurar. Ser «sustentable», en la jerga moderna. Para ello, esa concentración no debe permitirse que sus adversarios la pinten como arbitraria y no participativa. Para lo cual, es necesario que no lo sea. Lo que puede mantenerse, en medio de conflictos, en Formosa o en Santa Cruz, no es viable en la Argentina en su conjunto.


China – EE.UU.: 40 años de un feliz matrimonio

octubre 23, 2012

(Gracias, amables lectores. Tengo claro que – salvo circunstancias especiales – los temas de política internacional no tienen la repercusión de nuestras internas, tan emocionales. Pero decidí dedicarles algunos posteos, no porque tenga información especial que volcarles, sino simplemente porque me parece que nuestros enfrentamientos locales no deben causar que los perdamos de vista  Y ustedes mantuvieron el habitual nivel de visitas (con menos comentarios, eso sí).

Toqué los problemas europeos, algo sobre Rusia, y tangencialmente, Irán. Corresponde entonces que concluya la serie con un vistazo a la Realidad Principal de estas décadas. Lo que un autor inglés bautizó «Chimérica».

Otra vez tengo ocasión de recurrir a ALAI. A pesar de su sesgo ideológico, distinto del mío, encuentro en esta nota de Sebastián Capote un excelente resumen de los puntos principales del tema. Y si es demasiado pesimista sobre las perspectivas de EE.UU., bueno, hay que tener presente que vive en Miami. Además, recuerda que, como señalo en el título, se cumplen 40 años del comienzo de esta historia ¿Alguien les regalará un rubí?)

China – Estados Unidos: frágil matrimonio de conveniencia

Salvador Capote

Se cumplen ya cuatro décadas desde que, en 1972, el viaje a China del presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, marcó un hito en las relaciones entre ambos países. China era muy atractiva para los empresarios capitalistas debido a su enormidad como mercado y a sus oportunidades de inversión y, desde un punto de vista geopolítico, por la conveniencia de ahondar sus contradicciones con la Unión Soviética.

Sin embargo, nadie era capaz de calcular entonces el colosal desarrollo económico que alcanzaría el gigante asiático en tan poco tiempo. China ha crecido durante décadas en la magnitud de un 10 % anual, lo cual se traduce en la duplicación de su producto interno bruto (PIB) cada diez años. De acuerdo a predicciones de Goldman Sachs (1), éste igualará al de Estados Unidos en el año 2027.

En los años transcurridos, Estados Unidos, además de los objetivos de la guerra fría, logró importantes ventajas económicas en beneficio de sus corporaciones. El “outsourcing” o traslado a otros países de producciones industriales y empleos correspondientes, y la importación de productos chinos baratos, les produjeron enormes ganancias.

Los crecientes y multibillonarios déficits presupuestarios estadounidenses, causados por sus desbalances comerciales y, principalmente, por sus aventuras guerreristas en el Oriente Medio y otras regiones, fueron cubiertos en gran parte por China. La deuda del gobierno de Estados Unidos con China supera el trillón de dólares, mayor que con ningún otro país. Durante muchos años, Beijing ha estado financiando el déficit de Estados Unidos. Incluso, en 2008, ante las primeras amenazas de derrumbe financiero global, cuando Japón puso a la venta 13 billones de dólares de la deuda estadounidense, China actuó de manera contraria, invirtiendo 44 billones en esa misma deuda, con el objetivo de fortalecer el dólar.

Pero las superganancias obtenidas por las corporaciones no se reflejan en aumentos de la calidad de vida del pueblo norteamericano. Por el contrario, se ha señalado –y con razón- que el beneficio económico que podría estar recibiendo la población estadounidense con la oportunidad de comprar infinidad de artículos a bajo costo, está muy lejos de compensar la pérdida masiva de puestos de trabajo y de capacidades industriales que se trasladan a China, Hong Kong, Corea del Sur y otros países (2). Por otra parte, la creciente deuda contraída eleva cada vez más el monto de los intereses anuales a pagar, lo cual hace más vulnerable la economía estadounidense y limita sus posiblidades de recuperación.

Se ha llegado de este modo a una deformación estructural tan profunda que para las corporaciones transnacionales el obrero norteamericano se ha convertido en un estorbo que le impide obtener mayores ganancias: recibe -consideran- un salario demasiado alto y disfruta de muy costoso seguro médico y otros beneficios; además, para mantener la producción y los empleos, las corporaciones se ven obligadas a lidiar con sindicatos y a cumplir con requisitos legales, fiscales y ambientales que repudian. En realidad, los antagonismos de clase nunca han sido más agudos en Estados Unidos. El capitalista del siglo pasado explotaba al trabajador pero lo necesitaba; para el capitalista del siglo XXI, el obrero es un enemigo.

Por su parte, China se ha beneficiado de un balance comercial ampliamente a su favor que le ha permitido acumular reservas extraordinarias de divisas y emplear una parte de sus ganancias en el desarrollo y modernización de sus fuerzas armadas. China avanza aceleradamente hacia su paridad con Estados Unidos no sólo en el terreno económico sino también en el militar.

Estados Unidos se ha quejado reiteradamente de la táctica china de mantener vinculados los valores del yuan y del dólar. Un yuan débil frente al dólar le ofrece ventaja comercial a los productos chinos. Un dólar fuerte le conviene a China no sólo porque facilita la venta de sus productos sino porque, lo contrario –la depreciación del dólar- genera tendencias inflacionarias y éstas pueden reducir o anular las ganancias que obtiene por los intereses que cobra como acreedor.

Existe por tanto, actualmente, una codependencia entre China y Estados Unidos. Un frágil matrimonio de conveniencia. China necesita para su desarrollo del mercado estadounidense y de las transferencias tecnológicas derivadas del “outsourcing”. Estados Unidos necesita del financiamiento chino para cubrir sus déficits presupuestarios, mientras sus corporaciones lucran con el empleo de mano de obra barata y las ventajas fiscales de las inversiones en China. El derrumbe económico en uno de los dos países arrastraría al otro inexorablemente.

¿Hasta cuándo durará esta codependencia? –Hasta que a China no le sea imprescindible el mercado estadounidense. Y esto ocurrirá en muy pocos años, probablemente en el entorno del 2020. Para Estados Unidos, romper la codependencia con China es mucho más difícil, no sólo porque es el país deudor sino porque las guerras que lleva a cabo amplían sus déficits presupuestarios y su necesidad de financiamiento externo. Mientras los gastos militares chinos guardan cierta proporción con su robusto desarrollo económico (1.4 % aproximadamente de su PIB), Estados Unidos gasta alrededor de un 4 o 5 % sin tener en cuenta el debilitamiento que ha tenido lugar en su economía.

Con el aumento sostenido del poder adquisitivo de su población, China desarrolla su gigantesco mercado interno y realiza megainversiones en infraestructura y en la creación de puestos de trabajo. En lugar de enfrascarse, como Estados Unidos, en guerras de victoria imposible donde se desangra su economía, China establece relaciones de cooperación con numerosos países, incluidos los de América Latina y el Caribe, y crea nuevos y amplios mercados. Desde el año 2001 China es miembro de la Organización Mundial del Comercio. En 2007 se convirtió en el primer socio comercial de India, el segundo país más poblado del mundo, y firmó un tratado de libre comercio con los diez estados miembros de la Asociación de Países del Sudeste Asiático.

La integración China – Rusia económica, política y militar es cada vez mayor. En agosto de 2012 por ejemplo, “Russia Today” anunció la compra por China de helicópteros y otros equipos militares rusos por un valor de 1.3 billones de dólares. Ambos países fundaron en 2001 la “Shanghai Cooperation Organization” que incluye a cuatro repúblicas del Asia Central: Kazajstán, Kirguizistán, Tadjikistán y Uzbekistán.

China está ganando también a Estados Unidos la batalla energética. Las inversiones chinas en petróleo y gas llegan hasta el Golfo de México y Canadá y se muestran muy activas en todos los continentes. Realiza, además, grandes inversiones en fuentes renovables de energía como la solar y eólica y en sistemas de almacenamiento energético. No menos importante es su estrategia de desarrollo a largo plazo, en contraste con los avatares partidistas de las proyecciones estadounidenses.

Evidentemente, la estrategia china para convertirse en una gran potencia mundial se revela altamente eficaz, mientras que la de Estados Unidos para mantenerse como imperio tiene estampado el signo del fracaso.

El ejemplo de China nos muestra que el futuro no será el de un mundo unipolar con Estados Unidos como potencia hegemónica, sino el de un mundo multipolar donde la preservación de la paz dependerá de la capacidad de negociación y diálogo entre las partes.

Notas
(1)        “The Goldman Sachs Group, Inc.”: Firma financiera transnacional con sede en New York.
(2)        De acuerdo a informes del “Department of Labor”, desde el año 2000 hasta el presente la industria manufacturera estadounidense ha perdido más de 4 millones de puestos de trabajo. Sólo en el último año de la administración de George W. Bush (2008) se perdieron 791,000 empleos. Ramas completas de prósperas industrias, como la de confecciones, prácticamente desaparecieron.

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