
Todas las semanas lo son, en realidad. La especulación es la actividad distintiva de la actual etapa del capitalismo, si la medimos, en estricta lógica capitalista, por las sumas de dinero que mueve. Sucede que la que comienza hoy tiene cierta repercusión en el ámbito global por el antecedente que marcaría: un estado soberano está siendo impedido de pagar títulos que ha emitido y reconoce, por el fallo de un juez neoyorquino . Y en nuestro espacio, en Argentina y en los mercados donde se cotizan nuestros valores (todos los importantes), se abren ocasiones para hacer diferencias con la suba o la baja o ambas – una un día y la otra al siguiente – de los bonos argentinos.
Tal vez ustedes señalen que no hay nada nuevo: hace varias semanas que se producen a diario alzas y bajas en esos valores, y sin duda hay jugadores que se han beneficiado (en las mismas sumas que otros han perdido, por supuesto). Pero esta semana, en que se vence el plazo (según los usos del mercado; no hay una ley que lo determine) que permitiría – si no se llegara a un acuerdo de último momento – a algunas calificadoras de riesgo anunciar un default argentino, y a algunos tenedores de bonos reestructurados iniciar acciones legales si así lo encontraran conveniente, tiene una carga especial.
Y se ha extendido más allá de los mercados de valores. En estos días se nota una disminución en las operaciones inmobiliarias, sobre todo en campos. Los que tienen sumas importantes (en dólares, claro) y los que tienen propiedades para vender, están vacilando sobre el precio. Eso también es especulación, ya sea para ganar o para no perder.
Sobre esto, no tengo mucho más para decir. Ya expuse en posteos anteriores mis opiniones y preferencias. Personalmente, me abstengo de especular, lo que también implica una apuesta, forzosa, a que los cambios no serán demasiado grandes, en un sentido o en el otro. Sí quiero agregar un consejo: el éxito del que se decida a hacerlo, en esta oportunidad, va a depender mucho más de nervios firmes que de información interna. Porque antes que una situación en sí – el default, si se produce, va a ser más un tema para abogados que un hecho material – lo que producirá pérdidas y ganancias serán las reacciones de los tenedores de esos bonos reestructurados, de las empresas que decidirán o no seguir con sus planes actuales, y de «los mercados» (esos mismos apostadores). Ni siquiera alguien que junte la información de Cristina Fernández, Paul Singer y Thomas Griesa podría estar seguro de las consecuencias.
Eso mismo indica, me parece evidente, que hay algo superficial en la tensión de estos días. Mi entrenamiento como contador me lleva a mirar más los «fundamentals», los datos de la estructura económica de un país, más que los de la coyuntura. Y si bien el crédito es un elemento fundamental de la economía moderna… Argentina hoy no tiene acceso significativo a los mercados de capital ni a las instituciones financieras internacionales. Sólo puede perder las expectativas que, aparentemente, el gobierno mantuvo de lograrlo.
(Que estaba interesado en conseguirlo, no me caben dudas. Lo demuestra el mismo dato que indica que ponía límites al precio político que estaba dispuesto a pagar para lograrlo: Este tanteo de arreglo, frustrado, con Paul Singer a través de Goldman Sachs en octubre del año pasado, que relata Carlos Burgueño, es elocuente).
Aparte de lo que yo piense, me parece interesante echar un vistazo breve a otras evaluaciones. No es sorprendente que el más K de mis comentaristas, Norberto, nos acerque este dato del informado Escriba: Richard Deitz, vicepresidente segundo de la Reserva Federal de Nueva York, sugiere que «los holdouts podrían aceptar una extensión de tres meses del stay, a cambio de que se ejecute la sentencia«. En un posteo anterior, el mismo destacado bloguero había citado a Spencer Abraham, ex secretario de Energía de los Estados Unidos durante el gobierno de George W. Bush, que está preocupado porque un default argentino podría cerrar oportunidades de inversión en el sector a empresas yanquis y abrir el camino a sus competidoras rusas y chinas.
Esto podría verse como un esfuerzo de los partidarios del oficialismo para encontrar elementos positivos entre la catarata de mala onda que los medios del Atlántico Norte vuelcan sobre el gobierno argentino (y sus antecesores). Pero es Lucas Llach, un economista ingenioso y bien anti K, el que marca en su blog un dato curioso: el «riesgo país» – es decir, la diferencia entre el interés que deben pagar los bonos argentinos comparado el de un bono del Tesoro norteamericano – está hoy en el valor más bajo desde diciembre de 2011, cuando iniciaba su segunda presidencia Cristina Fernández. Los mercados, parece, no temen el «default técnico». O no lo toman muy en serio.
Tal vez las declaraciones más interesantes – también desde un punto de vista político – son las de dos conocidos economistas que no tienen, digamos, mucha afinidad con el kirchnerismo: Jorge Remes Lenicov, ex ministro de Economía de Duhalde, tiene la desgracia de estar asociado a un período especialmente negro de la economía argentina, pero no cabe duda que de consecuencias de un default conoce, y nos dijo “Si el país no paga la semana próxima, no pasa nada”.
Y nada menos que Roberto Lavagna, también ex ministro de Economía de Duhalde y de Kirchner, y ahora consejero de Massa, afirma que, si bien es preferible evitar el default, «Argentina debe cumplir como lo ha venido haciendo desde 2005, debe privilegiar al 93% que aceptó una quita y no hipotecar su futuro por cumplir con una decisión judicial muy controvertida«.
Pienso que el resumen más ajustado a la realidad es que, más allá de la importante campaña del lobby de los fondos que litigan contra Argentina, a la que se suman los opositores enconados al gobierno actual, dispuestos en principio a acompañar cualquier ataque contra él, en este tema se juegan intereses, y ambiciones muy diversos. Uno no tiene que estar convencido de la sabiduría de las políticas actuales para confiar que la firmeza y la serenidad de quienes gobiernan consigan las mejores condiciones posibles.
Y un elemento que la honestidad intelectual (no es alusión, Manolo) me fuerza a señalar: Un gobierno que es acusado por sus opositores de corrupción en sus niveles más altos, se ha mostrado dispuesto a enfrentar a un fondo de inversión que en el pasado, y ante otros países, no ha vacilado en buscar irregularidades y delitos para desprestigiar a los mandatarios y justificar su accionar.
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