Se supone que un post que se publica el último día hábil del año será un balance o un pronóstico. Bueno, no. Esto es Argentina, gente. Y hace algo más de un mes, una mayoría de los votantes eligió en segunda vuelta a Javier Milei, Presidente. La Constitución y el manejo del presupuesto le dan mucho poder al titular del Poder Ejecutivo (si está dispuesto a usarlo).
Javier está dispuesto. Asumió hace 19 días, y hace 9 lanzó un mega DNU, el 70/2023, que con 366 artículos deroga y modifica leyes vigentes, en particular las que establecen derechos laborales (comenzó a regir desde las 0 horas de hoy, pero no aconsejo que se apresuren a hacer inversiones en ese marco. Hay reclamos judiciales en todos los niveles, hasta la Corte Suprema, que los estudiará en febrero. Muchas oportunidades laborales para abogados).
Y esta semana Milei mandó al Congreso un proyecto de «ley ómnibus» que tiene más de 180 páginas y 664 artículos con modificaciones de cientos de leyes vigentes, que algunas se remontan a 1914. Y, de paso, le da vacaciones pagas a los miembros de ese congreso que debe aprobarlo.
Porque el broche dorado de ese proyecto, su artículo 3, dispone «la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria, administrativa y social» hasta el 31/12/25, Que el Poder Ejecutivo -él mismo- puede prorrogar hasta el 31/12/27.
En conjunto, es la suma del poder público, como hasta ahora solo se le había otorgado a Rosas, unos 190 años atrás.
Pero don Juan Manuel era un estanciero conservador, no más autoritario y violento que sus oponentes. No era un ideólogo.
El peluquín lo es. No cree en la democracia ni en la república (que no son exactamente lo mismo). Cree en algo que llama capitalismo de libre empresa», con la misma fe ciega con la que otros ideólogos creyeron en el «marxismo-leninismo».
Hago hincapié en la ideología porque es un factor fundamental, que puede ser pasado por alto por «realpolitikers» y políticos prácticos, que se dan cuenta rápido de las excepciones a la fiebre privatizadora y desreguladora que coinciden con fuertes aportes hechos a la campaña de Milei. Por supuesto, esos pequeños trueques son habituales en la política (y contribuyen a su descrédito). Pero no desvían al Verdadero Creyente de la meta final.
Y la meta final, como dije anteayer en AgendAR, es dar vuelta a la Argentina como un guante.
¿Podrá hacerlo? Este presidente parece seguir a Maquiavelo cuando aconseja al príncipe que todas las cosas que quiere hacer y perjudiquen a sus súbditos, debe ponerlas en práctica desde el mismo comienzo de su poder, y todas juntas. Las que los favorecen, que las vaya haciendo de a una y espaciadas.
Atención: el florentino también aconsejaba que el príncipe sólo debía confiar en sus fuerzas propias. Las de aliados y mercenarios le traían más riesgos que beneficios, insistía.
Creo entonces que se deben diferenciar los distintos orígenes y fines de las medidas que está impulsando Milei. Por un lado, la pieza central es el modelo del capitalismo financiero globalizado, el de los fondos de inversión y de riesgo, que en su gobierno expresan hombres como Caputo y Sturzengger. Y mujeres como Mondino.
Sería, sin ser lo mismo, lo más cercano a la fantasía anarco-capitalista de Milei. Que, como toda ideología, solo puede existir en la teoría.
Hay también una voluntad autoritaria, de represión de las protestas, un rechazo al «garantismo». Este sería un anarquismo con policías bravas, que parece contradictorio, pero es muy afín a los votantes de Patricia Bullrich, por ejemplo. Y Milei lo abraza porque está consciente de las resistencias que sus medidas despiertan. Y si es necesario darles garrotazos a los argentinos para que sean libres, no vacilara.
También hay medidas plausibles, como la elección de diputados por circunscripción uninominal (contribuiría a que se consoliden 2 o 3 grandes partidos, y el peronismo bonaerense recibiría con júbilo) y pintorescas, como la toga para los jueces -para que se parezcan a los que se ven en las series- y el divorcio por voluntad de las partes, sin abogados ni división de bienes.
Son aportes de los utopistas y delirantes que toda ideología arrastra consigo.
¿Puede imponerse el «proyecto Milei» en sus partes centrales? Creo, y espero, que no. Afecta, ataca, demasiados valores, prejuicios e intereses de la Argentina «realmente existente». Pero en cualquier caso su derrota no será fácil, ni indolora.
Los sociólogos hablan de una sociedad Argentina resistente al cambio, del «empate hegemónico» entre fuerzas que se aferran a las memorias (distintas) de un pasado utópico y no permiten que se consoliden el proyecto de su adversario.
Pero esto también provoca un hartazgo con esa realidad siempre inestable y siempre igual, y la disposición a probar con «algo nuevo». Lo hemos visto este año, y también en otros momentos de nuestra historia.
Repetí en otros posts que Milei solo tenía dos opciones: tratar de ser un Menem o ser un López Murphy. Creo que -salvo errores políticos imprevistos y gravísimos- eludirá en lo inmediato el destino del «bulldog» -derrumbarse en pocos días al intentar un ajuste imposible. Hay -percibo- una parte de la sociedad y, sobre todo, del poder económico, que están dispuestos a esperar el resultado de sus reformas. En tanto, no los afecten directamente a ellos. O los compensen en parte: los productores agrarios, por ejemplo, están furiosos porque la promesa de anular las retenciones se la llevó el viento, pero la devaluación, y el cese de las complicadas reglamentaciones de Massa, los favorece.
Y no le faltan ni le faltarán apoyos. Los intereses que sí coinciden con partes de su proyecto, más los oportunistas que siguen la máxima de un legendario operador político local «Hay algo peor que la traición: el llano«.
Y enfrente: el sindicalismo peronista, con mucha experiencia en luchas y acuerdos, empezó a poner en marcha su estructura nacional. Está dispuesto a negociar, como siempre, pero los intereses de sus afiliados y de las empresas de servicios que maneja son antagónicos con el «proyecto Milei».
Pero el sindicalismo no voltea ni reemplaza gobiernos. El Congreso podría hacerlo -estrictamente. Debería, en defensa de la Constitución y si no le atrae la idea de una vacación de 4 años, con cobro de dietas. Pero es imposible que se pongan de acuerdo en un reemplazo. No es la situación en que estaban Alfonsín y Duhalde, cuando un gobierno anterior resultó inviable. Piensen en los posibles reemplazos y se darán cuenta que es imposible que una asamblea legislativa se pongan de acuerdo para elegir uno de ellos.
Tampoco veo factible que Milei, como Menem, se afirme en el Poder Ejecutivo por 10 años, o aún por 4. Entre otras cosas, porque ya hubo un Menem, y la ilusión de un «primer mundo» de estabilidad y consumo resultó falsa. Los capitales que venían en los `90, cuando no pocos creían, aquí y en el resto del mundo, que se había llegado al fin de la Historia, ya no existe. Aun el capitalismo financiero de transferencias instantáneas necesita de gobiernos estables.
Y el factor fundamental a tener en cuenta en mi opinión para evaluar las chances de consolidación o derrumbe del experimento Milei es algo que ya se vio al fin de los ’90, el costo en recesión y desempleo del «modelo Menem» ya se veía a partir de 1996. Pero la convertibilidad y el gobierno que la sostenía se derrumbaron cuando las clases medias argentinas se vieron golpeadas directamente. Y eso puede estar cerca. Este gobierno sostendrá si no está loco en alguna forma los planes sociales, para la mitad más vulnerable de la sociedad, pero «no hay plata» bastante para socorrer a los sectores medios.
Mi pronóstico de fin de año es de unos meses agitados. Y luego, el que viva lo verá. Todo lo feliz que sea posible el año nuevo, compatriotas.