Hoy reproducimos en AgendAR un reportaje de Guido Nejamkis a Marcos Caramuru de Paiva, que fue embajador en Beijing hasta junio del año pasado, y que es miembro del Consejo Empresario Brasil-China. Dice en ese reportaje “Para Brasil, China hoy es más importante que Estados Unidos».
No es una frase descolgada. Los diplomáticos de carrera formados en Itamaraty no tienen ese hábito. Además, este mes, el capitán Bolsonaro fue el anfitrión de los BRICS, y se sacó fotos muy sonriente con Xi Jinping y Vladimir Putin. (No se habló, oficialmente, de Venezuela ni de Bolivia).
(También mencionamos, de paso, el espacio y el énfasis que le dio ayer domingo a esa nota Clarín. Pero, bueno, periodistas tan distintos como Horacio Verbitsky y Gabriel Fernández han insinuado que el Grupo y Beijing hoy son algo más que amigos).
Como sea. El reportaje al embajador Caramuru está aquí, y pueden repasar ahí datos interesantes sobre el intercambio entre China y Brasil. Aquí copio algo que me sentí impulsado a plantear al final del texto. Lo hago en este politizado blog, porque percibo en parte de nuestra militancia digital una tendencia a ilusionarse en una hermandad de los «multipolares». Y agrego un dato que me llegó esta mañana.
Muchos argentinos politizados, de los dos lados de la «grieta», miran el escenario global, la competencia entre la Potencia hasta ahora hegemónica, EE.UU., y la Potencia en ascenso, China; leen que los medios y buena parte de la dirigencia norteamericana se preocupan por la «entente» chino-rusa, y lo piensan con las categorías de la Guerra Fría, derretida 30 años atrás. Nada que ver.
El elemento que hoy no forma parte de la puja entre potencias es el uso de las ideologías como herramientas de alineamiento y poder. El «comunismo internacional» ya no existe, como tampoco la Unión Soviética, y Mao descansa en su mausoleo. Ni China ni Rusia están interesadas en que otras naciones adopten sus sistemas de gobierno. En Estados Unidos… todavía existe una tradición «wilsoniana» de extender a otros pueblos el liberalismo, en particular el económico. Pero no permiten que ese prejuicio interfiera con sus intereses concretos. En particular, Trump ni se molesta en disimular.
En algunos de nuestros compatriotas hay una nostalgia por esa lucha ideológica que permitía imágenes claras del mundo, dividido entre Buenos y Malos, los que pensaban como «nuestro lado» y los que no. En muchos otros, es la esperanza de recibir apoyo en nuestros enfrentamientos internos.
Y algo de eso hay: los sectores que apuestan a la globalización, por rechazo a lo propio o por sus intereses, pueden contar con apoyos en algunas reparticiones oficiales o semioficiales cercanas a Washington D.C. o en sus embajadas; lo hemos visto hace pocos días en Bolivia, por ejemplo.
Pero eso es coyuntural; no pesa demasiado frente a intereses concretos. Los EE.UU. no olvidan, ni debemos hacerlo quienes nos interesamos en la política argentina, que en plena Guerra Fría, en 1980, cuando EE.UU. decidió un embargo limitado a las exportaciones a la URSS. por su invasión de Afganistán, una dictadura ferozmente anticomunista decidió seguir vendiéndole trigo.
El hecho es que las exportaciones argentinas son competitivas con las de los EE.UU., mucho más que las brasileñas, por lo menos hasta que nuestros vecinos también empezaran a exportar soja en gran escala. Este factor ha condicionado la política exterior argentina con cualquier gobierno, sobre todo a partir de 1930.
En concreto: Argentina debe esforzarse en mantener buenas relaciones con los EE.UU.; defender nuestros intereses, sin antiimperialismo verbal, «para la tribuna». Es el grandote del barrio, y también de la «gobernanza» internacional. Sin dejar de defender nuestros intereses, con mucha más firmeza que lo hicieron Menem y Macri.
Y también necesita mantener buenas relaciones con nuestro principal cliente, y significativo inversor, China. Sin permitir que se desarrolle una situación tan inclinada como la que mantuvimos con quien fue durante 100 años nuestro principal cliente, y significativo inversor, Inglaterra. En particular, no comprarle centrales nucleares ni tecnología de punta «llave en mano».
Si ¡Bolsonaro! entiende la necesidad de mantener buenas relaciones con EE.UU. y con China ¿es mucho esperar que lo entendamos los argentinos?
Hace unas horas recibí un discreto mensaje de whatsapp -todo lo discreto que puede ser en este mundo sin privacidad- que me decía, de una fuente habitualmente bien informada, que la compra de la Hualong-1 estaría decidida. Pero que es posible -si se negocia bien- que no debamos abandonar la tecnología de uranio natural, y hasta podamos avanzar en el dominio de la de uranio enriquecido. El que viva lo verá.