Bolsonaro ¿solo o acompañado?

noviembre 5, 2018

De Bolsonaro ya se escribió mucho entre nosotros. Hasta algo en este pausado blog. Pero creo que todavía quedan algunas preguntas importantes para que nos hagamos.

Una de esas preguntas es la que planteé en el posteo anterior. Si el gobierno del Bolso iba a estar enmarcado por el pensamiento de Milton Friedman -el Estado no debe tener un papel activo en la economía, simplificando- o el de Golbery do Couto e Silva -un nacionalismo jerárquico y autoritario, sin simplificar. Muchos creen, basados en algún gesto pinochetista, algún ministro, que ya está respondida. Y es posible que sea así, desde el Bolso. Pero su gobierno comienza el 1° de enero, y las clases dirigentes brasileñas y las Fuerzas Armadas -ambas menos deterioradas que las nuestras- algo tendrán que decir.

Hay otra pregunta más importante todavía, por lo menos para nosotros: ¿Jair Bolsonaro es un fenómeno brasileño, o es parte de una «ola» en la región, la América del Sur? La respuesta inmediata es: las dos cosas. Pero vale la pena desarrollarla.

El general Perón, presidente por 3 veces de Argentina, decía que «La verdadera Política es la Política Internacional». «Tip» O´Neill, presidente por muchos años de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, decía que «Toda la política es local». Ambos tenían razón. No se pueden entender, y menos llevar adelante con éxito, los proyectos políticos, sus posibilidades y sus límites, si no se tiene en cuenta el marco global en que se desarrollan, las realidades económicas, de poder militar, hasta culturales donde están insertos. ¿Culturales? Y sí, lo que los alemanes llaman zeitgeist, el «espíritu del tiempo».

También, es cierto que la política la hacen, o la sufren, hombres y mujeres reales, que viven en un lugar dado de un país distinto de los demás. Tienen su historia, sus prejuicios, sus temores, sus sueños. Su identidad. Encasillarlos según la ideología, sirve para simplificar los discursos. Pero te hace chocar con la realidad.

Trato de contestar la pregunta, y empiezo con una distinción. No pretendo hablar aquí del triunfo de Bolsonaro en el marco de los liderazgos recientes que reivindican el nacionalismo y enfrentan, al menos de palabra, la globalización y su discurso de democracia, respeto a las minorías y derechos humanos que en Occidente y adyacencias ha sido indiscutido por medio siglo. Como discurso, claro; en la práctica convivió con la destrucción de países, bombardeos de civiles y genocidios varios.

Entonces, no mencionaré los paralelismos y diferencias de Bolsonaro con el estadounidense Trump, el italiano Salvini, el húngaro Orban, el filipino Duterte. Es un tema válido y a lo mejor me decido a encararlo en otro momento. Pero creo que la pregunta que planteé de entrada es distinta y bastante clara: si hay una «ola» que incluye a figuras tan diferentes como Bolsonaro, Mauricio Macri, Sebastián Piñera, Mario Abdo Benítez… Hasta Lenin Moreno.

Me parece que la respuesta inevitable, con reservas, es . Es cierto que a ninguno de ellos se le puede encajar, como al Bolso, el mote de «populista de derecha» con que lo encasillan al brasileño los que lo miran con desconfianza. («Neofascista», los que lo miran con odio). Los países, coaliciones que los apoyan, políticas y estilos de todos ellos son diferentes. Pero… también lo mismo podía decirse de los cuatro líderes de la icónica foto que puse segunda desde arriba: Kirchner, Evo, Lula, Chávez.

Créanme, como cualquiera que haya tenido experiencia en la política como se practica en la realidad, soy escéptico de las teorías sobre determinismos históricos. Los seres humanos, y esas agrupaciones de seres humanos que asumen una identidad perdurable por algunos siglos que llamamos pueblos, son variables y se mueven por motivos diversos. Pero los hechos son los hechos. Más o menos en el comienzo de este siglo (coincidentes pero no causados por el boom de las materias primas), surgieron en la América del Sur y tuvieron mucho apoyo popular gobiernos moderadamente distributivos. Esos cuatro, más Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay, puede mencionarse el Frente Amplio en Uruguay, hasta la Concertación chilena se podría incluir en esta lista.

Mantuvieron muy buenas relaciones entre sí, hasta construyeron algunas instituciones (débiles) en común: la UNASUR, el Consejo de Defensa Suramericano… Sobre todo, elaboraron un discurso, un mensaje político común, que se podría llamar «un antiimperialismo moderado» (más enérgico el de Chávez, pero, bueno, era caribeño). Es significativo -para indicar la existencia de esta primera «ola»-que fueron acompañados en el plano de la diplomacia, por líderes que no eran «de su palo»: el chileno Piñera, el colombiano Santos…

Podría extenderme mucho más, pero los lectores de este blog, gente que se interesa en la política (si no, no se interesarían en el blog) no lo necesitan. Tampoco me parece necesario remarcar el clima político y social distinto, opuesto que hoy se vive en la región. En particular, en los dos países más grandes, Argentina y Brasil, pero que en algún grado se manifiesta en los demás. Pensemos en la victoria del uribismo en Colombia.

Hay dos excepciones (la moderación de Uruguay se las arregla para pasar desapercibida): Bolivia, donde el manejo prudente y astuto de la economía y la política mantienen a Morales todavía fuerte, aunque aparezca el desafío de Carlos Mesa. Y Venezuela: ahí el gobierno y la oposición se han radicalizado, y la única barrera a una guerra civil o una represión masiva y feroz es la unidad de las fuerzas armadas. En mi modesta opinión, las excepciones no alcanzan para desmentir la existencia y la fuerza de esta otra «ola».

También a mi modo de ver, lo más importante de estas dos «olas» es la diferencia entre ellas. En la primera el elemento en común para quienes las apoyaban, y las apoyan, era más… positivo: un énfasis en las políticas sociales y en la incorporación de los sectores postergados -o invisibilizados, como en Venezuela- al consumo. No se cuestionaba el capitalismo -salvo en algún discurso de militantes de segunda y tercera línea- pero sí se planteaba la intervención del Estado. Un eco -lejano- del peronismo fundacional y, aún más remoto, del varguismo.

(Para no confundir, encuentro necesario reiterar que este común elemento no disminuyó las diferencias entre estos procesos políticos y en las estrategias de sus líderes. Pensemos en Lula y Chávez, para mencionar dos).

En cambio, lo que percibo en los apoyos que despiertan estas nuevas experiencias, tan distintas entre sí como el aluvión «bolsonarista» y la coalición Cambiemos, es un elemento negativo en común: el rechazo furioso hacia esas experiencias anteriores. Se puede decir que los votos que recibieron tenían mucho más de bronca con lo anterior que de identificación con lo nuevo. Eso puede verse hasta en Colombia, hacia Juan Manuel Santos, nada populista él.

Por supuesto, no es el único factor que tiende a integrar ¿encauzar? esta nueva ola. Están las tendencias, cuestionadas pero aún hegemónicas en nuestra región y en Europa, hacia la globalización, y la atracción por ella a la que se aferra una parte muy numerosa de nuestros compatriotas que quieren vivir como en ese «Primer Mundo» que conocen o se imaginan.

Y también juega esa la política internacional, la «verdadera política» a que se refería Perón. Por eso elegí la primera imagen de arriba, la que reúne las fotos de Bolsonaro y Steve Bannon, el ex asesor de Donald Trump que sigue cerca de él y que apoyó decididamente la campaña del Bolso. Atención: no señalo en especial un papel del Donald, aunque vio con buenos ojos el triunfo del brasileño y ha sido decisivo para el apoyo del FMI al gobierno de Macri.

Hay oficinas y, en general, políticas del gobierno estadounidense que han sido constantes desde hace largas décadas, con Republicanos y con Demócratas, en el apoyo a los sectores que pueden llamarse, sin precisión, como la «derecha» latinoamericana. Incluso a sectores que, si no fueran por ese apoyo, serían marginales, resabios de la Guerra Fría, muy influidos por la vieja diáspora cubana y, ahora, por la venezolana.

Este factor está muy presente, entonces, y ante un fracaso de esta «restauración globalizadora» -como el de las experiencias de signo similar de los ´90, las de Carlos Menem, Carlos Andrés Pérez,…- se hace inevitable que cualquier proyecto político más o menos «nacional y popular» que se plantee su reemplazo deba tener una política, y una interlocución, con el gobierno estadounidense.

Pero no es el factor decisivo. La hostilidad de Estados Unidos -inevitable, si pensamos en las políticas tradicionales de las Grandes Potencias hacia lo que consideran sus esferas de influencia- al igual que la de los medios masivos de comunicación, fue bastante continua en los 15 años, más o menos -un lapso largo, para la política latinoamericana- que duraron las experiencias que ahora agrupan como «populistas». La clave fue, es, el rechazo de importantes, en algún momento mayoritarios, sectores de la población hacia esos gobiernos y sus líderes.

La militancia «nacional y popular» puede decirse a sí misma que esos votantes son demasiado egoístas y estúpidos para comprender lo bueno que eran esos gobiernos. La dirigencia tiene otra responsabilidad ¿Autocrítica? No me parece el concepto adecuado. No sólo porque siempre se termina «autocriticando» a algún otro. El punto es que las circunstancias siempre están cambiando. Es necesario elaborar nuevas estrategias, que tomen en cuenta las derrotas pasadas, para enfrentar desafíos distintos.