En un post reciente decía que el documento de los 17 ¿intelectuales? ¿figuras conocidas? Una visión alternativa sólo me parecía de interés «como un ejemplo más de la especial relación – incómoda, diría yo – que tienen muchos de nuestros intelectuales, y una parte no pequeña de nuestros compatriotas, con la cuestión nacional».
Ahora, la cuestión nacional es un tema profundo y riquísimo. Sobre él, si lo buscan en Google, encontrarán que han escrito cosas muy diversas autores muy distintos. Para mencionar dos ejemplos extremos, el lamentado Iván Heyn aquí, y el no tan lamentado pero recordado Josif Stalin aquí Es claro que yo me siento impulsado a hacer también mi muy modesto aporte. Pero – como en otros casos – la misma envergadura del tema me detiene ¿Puede decirse algo interesante y sensato en el espacio de un post? ¿Puedo hacerlo yo? No es el único desafío que tengo pendiente, los visitantes habituales recordarán.
Esta coyuntura, el replanteo – hacia afuera y hacia adentro – que quiere hacer el gobierno nacional sobre la cuestión Malvinas, y la reacción de … desconfianza y recelo que despierta en algunos sectores de nuestra sociedad (de la que el documento de los 17 es una muestra), me hacen pensar que algunos aspectos de cómo se piensa en ella desde nosotros, vale la pena tratar de reexaminarlos. En este caso, eso que yo llamo la relación incómoda de algunos argentinos con la cuestión nacional, y los nacionalismos.
Me términó de convencer este post que publicó ayer Artemio López con un texto de Julio Burdman que lleva el provocador título El peronismo no es necionalista. Burdman es uno de los pensadores modernos más interesantes sobre temas politicos, que además ha tenido la lucidez de suscribirse a mi blog. Su trabajo es extenso y bien argumentado – y los dos comentaristas que opinaron en Ramble agregan visiones interesantes – pero me parece que, desde una óptica que se asume «nacional y popular», sienten necesario combatir los prejuicios «liberales y republicanos». Y, al aceptar los términos de sus adversarios ideológicos, terminan enredados en sus supuestos. Lo que me parece muy equivocado.
Burdman dice, en un punto central de su alegato: «El nacionalismo, una idea europea, define a una comunidad nacional en términos culturales, idiomáticos y étnicos, y luego defiende el derecho de esta Nación a tener un Estado propio y diferenciado de otras naciones«. Y afirma: «El peronismo representó, a través de sus políticas, una crítica profunda de estos conceptos fundacionales argentinos. En primer lugar, porque … puso fin al mito de la Argentina blanca. El peronismo es esencialmente diferente del nacionalismo porque es populista latinoamericano. Y el populismo, por definición, no es nacionalista. La diferencia es sociológica: el nacionalismo defiende a un determinado grupo social, “la nación”, se basa en él, y excluye a todos los demás, mientras que el populismo, construye un grupo social indeterminado,“el pueblo”, e incluye a todos los que se quieran subir a él …«.
Nando Bonatto comenta en ese post «El peronismo no se puede analizar fuera del contexto latinoamericano … Como el PRI mexicano, el Trabalhismo brasileño, el APRA peruano y el MNR boliviano, en el que influyó el peronismo con singular fuerza además de haberlo apoyado logisticamente, el peronismo digo es un nacionalismo populista y modernizador...».
No me interesa entrar en esa discusión, aunque señale que estoy muy de acuerdo con lo que dice ahí Bonatto. Es más, creo que Burdman está en lo cierto cuando apunta a los elementos negativos de un nacionalismo «esencialista», que ve a las naciones como entidades contenidas en sí mismas e incambiables (idea absurda a la luz de la historia). Y cuando la pretendida «esencia» es racial o étnica … la política se degrada a la genética animal y las matanzas están a la orden del día. La culta Europa ha dado muchos ejemplos de esto, los más recientes en los Balcanes.
También reconozco que la distinción entre nacionalismos «buenos» y «malos» tiene antecedentes en pensadores peronistas, empezando por Jauretche. Los países que han sido colonias, o dependientes como el nuestro, piensan su nacionalismo en términos de anti imperialismo. (El artículo de Heyn que linkeo es una versión moderna y más sofisticada de este enfoque).
Pero creo que es un error, muy intelectual, tratar de establecer una clasificación teórica de algo tan básico como el patriotismo. El estadounidense, por ejemplo, se piensa a sí mismo como «constitucional». Sus presidentes, sus soldados, no juran defender un territorio, ni siquiera un pueblo, sino la Constitución de los Estados Unidos de América. En la defensa de esa Constitución – un sabio y valiente documento para fines del siglo XVIII, dicho sea de paso – y de sus libertades, hacen todo lo que históricamente han hecho, y encuentran buenos argumentos, o que por lo menos los satisfacen a ellos.
Para el caso, el nacionalismo francés, chauvinista si los hay (allí inventaron la palabra), también asumió tradicionalmente, desde la Revolución, que ser francés era equivalente a ser ciudadano de la República Francesa, no importando la raza o religión. En la práctica, claro, era un poco diferente.
Yo estoy profundamente a favor – lo he dicho otras veces – a favor de la idea, y de la realidad, nacional. Mi concepción la escribí en otro post «“Los pueblos necesitan una estructura que exprese una identidad, un nosotros.
Grupos menores en cualquier sociedad pueden – en sus vidas personales – prescindir de ella: los muy ricos pueden ser internacionalistas (en este tiempo, generalmente lo son).
Y en las clases medias, algunos sectores pueden reemplazar el patriotismo por una idea abstracta: el “proletariado”, los “mercados”, el “mundo libre” o fantasías por el estilo.
Los pobres, lo decía Disraeli, no pueden darse ese lujo. Necesitan una patria, un colectivo del que formar parte y sentir propio«.
También, más allá de este compromiso emocional – que puede ser incomprensible para el que no lo siente – pienso que los Estados nacionales son la construcción humana donde los seres humanos comunes tienen, a pesar de su burocracia y, a menudo, arbitrariedad, alguna posibilidad de interactuar, una herramienta y un refugio, en un mundo moderno donde han surgido estructuras impersonales e irresponsables. Y donde existen además otros Estados nacionales, algunos de ellos Grandes Potencias.
Y aquí llegamos al punto sobre el que me interesa reflexionar aquí. Yo no considero que a la mayoría de los que cuestionan algunas manifestaciones del nacionalismo argentino, o que miran con desconfiaza la «malvinización» del discurso, necesariamente les falte patriotismo. Sí que les falta realismo.
Algunos de ellos, los más ideologizados, podrán repetirse la desafortunada frase de Esteban Echeverría “La Patria no se vincula a la tierra natal sino en el libre ejercicio de los derechos Ciudadanos!”. Otros, creo que la mayoría, siente desconfianza y rechazo por los usos que se han dado a un sentimiento noble como el patriotismo (Desconfianza que, debo reconocerlo, en muchos casos está justificada).
Pero, el grave error que cometen – que ese estilo de pensamiento lo repitió una y otra vez en la historia argentina – es tratar al nacionalismo, al patriotismo argentino como si fuera algo aislado en el mundo -que debe cumplir con ciertos principios y reglas morales, que no se les ocurre ni por las tapas aplicar a los actos de los países que admiran, o que los medios que leen alaban y defienden.
Hay una famosa frase de Stephen Decatur, un héroe de las primeras guerras navales de EE.UU., primero en el Norte de África y luego, en 1812, contra Gran Bretaña, que expuso con brutal franqueza: «In her intercourse with foreign nations may she always be in the right. But right or wrong, our country!». «En las relaciones con las naciones extranjeras, que nuestro país esté siempre en lo justo. Pero justo o injusto, nuestro país!»
Todo ser humano tiene justificado derecho a rechazar esta filosofía. Pero no lo tiene – salvo que sea un imbécil o un agente – a no saber que es la filosofía que aplican en la realidad todos los países. Especialmente las Grandes Potencias, que tienen el poder suficiente para ignorar la hipocresía, o para convertirla en el discurso de los medios afines.
Como Argentina es un país mediano, y militarmente débil, debe usar todas las dosis de hipocresía necesarias. Además le conviene, para sí misma y para su política internacional, mostrar lo que esa Cosntitución norteamerican llama «un decente respeto por la opinión de la humanidad» (Más del que ellos están mostrando ahora, ciertamente).
Pero hay algo perverso, que sólo el odio político o la estupidez, explican, en usar la hipocresía contra los intereses de su propio país. Por supuesto que los isleños nacidos en las Malvinas son sujetos de derecho. Y si quieren ser ingleses, e Inglaterra los reconoce como tales, Argentina no puede ni debe negar esa elección. A nadie se le puede ocurrir que deberían abandonar las islas, salvo por su voluntad, si pasan a soberanía argentina. En nuestro territorio continental ya viven – siempre han vivido, desde 1810 en adelante – muchos más ingleses que los que habitan las islas.
En una eventual negociación, no existe ningún motivo para que Argentina no admita que las islas conserven su propio gobierno, sus leyes y costumbres y hasta el control de la inmigración. China lo ha admitido con Hong Kong, donde la diferencia de sistemas era mucho más aguda. Y sospecho que la oportunidad de visitar una sociedad de tradiciones británicas tan cercana las convertiría en una atracción turística para el cholulismo argentino.
Todo esto es especulación, razonable, eso sí. El punto es señalar que exigirle a Argentina que tome en cuenta los deseos de 2000 a 3000 personas para decidir la soberanía de ese territorio, es algo que a Gran Bretaña, nuestro adversario en el asunto, jamás se le ocurriría tomar en serio, por toda la hipocresía diplomática. Ni en 1833, ni ahora. Y no recuerdo muchos casos en que un país militarmente poderoso haya tomado en cuenta los deseos de una porción minúscula de la población para resolver una disputa territorial con otro.
Los habitantes de Diego García pueden dar testimonio de esto que digo. (En 1966, Inglaterra expulsó forzosamente a toda la población nativa (unos 1.800 habitantes) con objeto de alquilar esa isla a Estados Unidos para que instale una base. A pesar que el Tribunal Supremo británico sentenció que la expulsión fue ilegal y que la población tiene derecho a regresar, los distintos gobiernos británicos se han negado a cumplir la sentencia).
El post ya se ha hecho muy largo, a pesar que he dicho muy poco sobre la cuestión Malvinas (aquí lo trato un poco mejor). Y apenas rocé la superficie de la cuestión nacional. Pero, como dije, lo que me interesaba era mostrar la forma irreal en que muchos compatriotas piensan el tema de los intereses nacionales. En un mundo donde hay conflictos mucho más graves y peligrosos que el de las Malvinas, y donde ni las instituciones republicanas, ni los derechos humanos, ni la voluntad popular sirven de mucho en ausencia de prudencia, sabiduría y algo de poder militar.
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