Ante todo, tengo que confesar que mis experiencias en publicidad me inclinan a los títulos «gancho». No falsos, pero exageran un aspecto de la realidad. Así como el mundo nunca fue unipolar -una ilusión de los ´90, a la que algunos distraídos se aferraron hasta 2008- tampoco es cierto que hoy sea bipolar. Ni siquiera en el grado en que se aproximó a serlo en los ´50 y ’60 del siglo pasado, entre EE.UU. y la URSS.
Pero… estas cumbres a los que fue invitado el presidente argentino -entre otros mandatarios- muestran que en esas dos reuniones -que hoy son el equivalente al Festival de Cannes de la diplomacia, le plus chic– hay una Gran Potencia que está, al menos, un escalón arriba de los otros miembros e invitados. No alcanza para que se pueda decir seriamente que estamos en un mundo bipolar, no. Sí que hay dos polos… magnéticos, que establecen sus propios sistemas de atracción.
El que establece Estados Unidos es más claro; se acerca a la ruda franqueza del Viejo Oeste. En el G-7 están 5 de los países más ricos del planeta -Gran Bretaña, Canadá, Japón, Francia e Italia- y, destacando el criterio de poder económico y «blando, hay un 6° asiento para la Unión Europea. El dato clave es que para defender sus intereses y su tranquilidad frente a otras Grandes Potencias dependen del poder militar del 7°: EE.UU. No es que no tengan fuerzas militares poderosas, algunos hasta armas nucleares, pero no están en la misma categoría.
El papel principal de China en los Brics, y entre los invitados a esa cumbre, se apoya en su poder económico, como mercado y como inversor -respaldado por el imprescindible poder militar- aunque, con algo de la vieja cortesía confuciana, trata que se note menos.
Reitero mi convicción: no estamos, ni vamos yendo, hacia un mundo bipolar. Con sólo recordar a dos de los invitados a ambas cumbres, India e Indonesia, basta para darnos cuenta que hay otros actores en el planeta que no se encuadran ni encuadrarán en ese esquema.
Ahora mismo, potencias regionales como Turquía y Arabia Saudita juegan con mucha autonomía. Y la misma Rusia, que se metió en un pantano sangriento en Ucrania, inevitablemente recobrará márgenes de acción, quizás después de Putin.
Y la tecnología actual y en vías de desarrollo nos obligará a seguir bastante globalizados.
El objetivo -algo iluso, cierto- de este posteo es hacer un llamado a amigos, conocidos y dirigentes de 2da. línea (los de la 1ra. están ocupados en las internas) a que dejen de librar batallas imaginarias en las redes sociales entre democracias y autocracias o entre globalistas y multipolares. El mundo actual es como es -no mucho peor que en cualquier momento de los últimos 6.000 años- y la preocupación fundamental como argentinos debe ser evitar sus riesgos y aprovechar sus beneficios, si alguno.
Sobre ese tema, menciono como ejemplo un hecho de estos días, sobre el que Daniel Arias escribe hoy en AgendAR: Argentina asume la presidencia del Grupo de Proveedores Nucleares. Nada del otro mundo; más bien, de éste. Pero el hecho es que cualquier candidato «occidental» habría sido vetado por Rusia. Y cualquiera «del otro lado», habría sido vetado por EE.UU.
Quedaba para un latinoamericano o un africano. Y en el tema nuclear corremos con ventaja. Nada decisivo, pero nos muestra las reglas actuales del juego global que nos conviene tener en cuenta.
El «festival de importaciones» por el que estamos atravesando -casi 9 mil millones de dólares en mayo, casi la quinta parte de lo que el FMI le prestó al Mauricio, en un mes– provocó indignación en la vicepresidenta Cristina Kirchner y preocupación en el nuevo ministro, Daniel Scioli (No recuerdo ahora qué habrán dicho Alberto Fernández y Martín Guzmán, pero supongo que sería en tono resignado).
Empecemos por reconocer aquí -todas esas autoridades ya lo tienen claro, así como los que saben algo de economía- las raíces estructurales del problema: 1) la industria argentina consume más divisas (dólares) importando sus insumos que los que produce exportando; cuando la economía crece (y ahora está creciendo), aparece la «restricción externa». 2) el consumo de la numerosísima clase media argentina (desde hace 60 años se puede leer en los medios «las políticas del gobierno /todos, en estos 60 años/ la están destruyendo», pero parece ser difícil de matar) tiene un % muy alto de productos importados, incluido (obvio) el turismo al exterior.
Reconocido esto, queda el hecho que despertó las alarmas: las importaciones han llegado a niveles mucho más altos de lo que puede explicar el aumento de la producción industrial (no es tan grande) y un boom de consumo que no existe. Por eso, esas responsables personas que mencioné hablan de «maniobras especulativas».
Eso sí, ninguna quiso mencionar el hecho obvio detrás de la especulación (además de que a todo el mundo le gusta la guita, claro). Como este blog no tiene ninguna responsabilidad, lo digo: el dólar está barato.
Tengo que apurarme a señalar algo: en nuestro país, para la percepción de casi todo el mundo, el valor «real» del dólar es el «blue» (hoy, $219+, no?). El dólar CCL, el MEP, es cosa de los gerentes de finanzas; el «cripto», de un círculo aún ménor). Pero el dólar al que se importa y exporta y se gasta en el exterior (más impuestos) –es decir, el 99% de todos los dólares que entran y salen de Argentina– es el oficial. $ 128, si Pesce no dispone otra cosa. Por eso lo de «país trimonetario» en el título de este post.
Es el dólar oficial el que está barato. ¿En qué me baso para decir esto? Obvio: en el festival de importaciones. Como no se puede comprar más de 200 dólares al mes en el mercado oficial -salvo que uno tenga una petrolera, o fabrique caños para un gasoducto que se necesita desesperadamente- se compran mercaderías en el exterior. En la jerga, los que pueden «stockean».
Para defenderse, porque no saben a qué valor tendrán que reponer los productos que venderán; para conservar el valor de su dinero; para especular… los motivos son de interés para psicólogos o confesores. No son de la expertise de este blog. El hecho es que lo van a hacer, lo tienen que hacer, en una economía capitalista.
Hay otros sistemas, claro. La URSS tenía el Gosplán; el Incario, los Qollcas, almacenes comunitarios. Pero el Gosplán sabemos que no funcionó bien: esa economía se derrumbó. No tengo idea si los qollcas eran eficientes o no, en el Perú pre-Pizarro. Pero en todo caso es teórico.
Como no debería sorprender a nadie, en el capitalismo funcionan los incentivos capitalistas. Si el precio «real» del dólar, el de las importaciones y exportaciones y gastos en el exterior, se encarece, se va a importar menos (y viajar menos a Europa, el Caribe y Miami, que pesa menos que las importaciones pero no es insignificante).
Claro, las consecuencias son mucho más graves que el previsible titular de LaNación «El gobierno persigue a los que pueden viajar al exterior«. Como todo lo que se consume en Argentina tiene insumos importados (pensemos en el combustible, sólo para empezar) la devaluación del dólar oficial alimenta la inflación (que ya está bastante gordita, gracias).
¿Hay solución a esto? Y sí. La gran mayoría de los países que tenían altas tasas de inflación en los ´80 lo solucionaron (después Putin invadió Ucrania, pero nada es para siempre).
Quedó demostrado que es posible (Aquí lo habíamos hecho en 1952, pero en el nutrido folklore peronista no se pone énfasis en eso. Raro). Requiere poder político, un funcionariado eficiente y decidido, y sobre todo tiempo. ¿Ustedes dicen que son las tres cosas que este gobierno no tiene? Pero, che…
Empezó con un comentario casual mío: «La nota sobre Inteligencia Artificial autoconsciente que publicamos puede estar en la categoría de avistajes de OVNIS (que tienen mucho público), o puede ser la nota de CyT más importante de todas. Le preguntaría a LaMDA…».
Daniel Arias: «El problema, como decía Sagan, es que afirmaciones gigantescas requieren pruebas gigantescas. Y probablemente el test de Turing (que se describe en la nota) es demasiado poco, al menos con un único convencido de estar hablando con una entidad autoconsciente. Si fueran 14 convencidos sobre 20 peritos inicialmente escépticos, estaríamos en zona de al menos generar un sacudón de duda«.
Daniel Arias: «Es una objeción casi judicial a un test pensado para individuos, no para un jurado de individuos. No obstante, el caso acredita a que lo examine una junta independiente de expertos de diversas disciplinas de IA y también de psicólogos y psiquiatras. Por alguna causa seguramente comercial, Google no quiere saber nada del asunto. La firma supone quizás que saldría perjudicada tanto de un fallo a favor como de uno en contra. Si el terror de los humanos es crear otra forma de vida o incluso un dios, incluso uno bastante módico y limitado, habrá quienes te odien por haberlo logrado, y quienes no te perdonen por NO haberlo logrado. Google pierde en ambos casos«.
Daniel Arias: «Personalmente, yo creo que la verdadera IA autoconsciente va a surgir de un modo bastante espontáneo, como el de este caso. No descarto en absoluto que este hombre diga la verdad «according to Turing». Pero se necesitan más pruebas«.
Yo: «Me parece que no se está percibiendo el punto central. Al menos, no lo he visto expuesto en ninguna publicación. Y sin embargo, me parece obvio. LaMDA no es la creación de un científico algo desequilibrado, en un castillo en los Alpes Suizos, jugando a ser Dios. No es una creación, punto. Es el desarrollo, sin saltos apreciables, de los programas del Traductor de Google y de su Asistente Virtual, del de Apple,… El punto es si la complejidad de los programas, y sus mecanismos de búsqueda e integración de datos, crean o crearán en algún punto el equivalente de la autoconciencia«.
Yo: «En principio, me inclino por el NO. La capacidad de computación no parece tener relación directa con la creatividad; menos aún con la autoconciencia. Las computadores ahora pueden jugar al ajedrez, en el nivel Grand Master, pero no componen literatura o poemas q valgan la pena. Entre los que yo leí, aclaro. Pero me deja pensativo la sofisticación que ha ido adquiriendo a lo largo de los años el Traductor de Google, por ejemplo«.
Yo: «Es posible que la respuesta la tengamos muy pronto. No importa si Google le da licencia con goce de sueldo a Lemoine e invoca el compromiso de confidencialidad, o lo manda a dormir con los peces. Hay demasiados programas desarrollándose, en grandes compañías y en garages en todo el mundo. Que San Asimov nos proteja«.
Hace un mes que no vengo por el blog. Mucho trabajo, pero, sobre todo, no puedo ofrecer un análisis del escenario político diferente al que hice en el últimos posteo. Más deprimente, sí. Por eso trataré de escribir «en positivo», sugerir caminos… No hoy.
Pero es el Día del Periodista en Argentina -por la Gazeta de Mariano Moreno, ejemplo de periodismo militante oficialista si los hubo- y anoche leí un artículo de Martín Becerra. Lúcido como son los suyos, pero además dice mucho sobre el periodismo y la sociedad en estos tiempos. Quiero compartirlo, y agregaré un comentario, breve, al final.
ooooo
«Los medios resucitan la etapa facciosa de inicios del siglo XIX en otro contexto social, económico y tecnológico. Rebusque y paradojas de una profesión en crisis.
Todo vuelve. La imagen del festejo íntimo del casamiento de un líder de opinión ligado al periodismo que eligió celebrar junto a uno de los principales caudillos partidarios hubiera extrañado –hasta avergonzado- a cualquier periodista hace 15 años, pero hoy no sorprende a nadie. La escena resulta ahora tan natural como lo hubiese sido a principios del siglo XIX, cuando la prensa era facciosa y quienes escribían notas fungían más de consejeros políticos o aspirantes a cargos electivos que de periodistas y cuando el distanciamiento con las fuentes no era practicado.
La labor de los medios nacionales como agitadores políticos es paralela a la progresiva erosión de la confianza ciudadana en ellos y en sus animadores más famosos. El contexto favorece ambas tendencias, por el encogimiento de los mercados generalistas fruto de la polarización, por la migración de las audiencias a contenidos breves y accesibles a través de dispositivos móviles y por el acecho de las plataformas digitales, que intermedian en el negocio publicitario y afectan la economía de las empresas periodísticas.
Es paradójico, pero, cuanta más incertidumbre propone la realidad (pandemia, inestabilidad económica global, disputa por el liderazgo geopolítico planetario, crisis alimentaria, cambio de patrón tecnológico y desastres medioambientales), menos curiosidad periodística despierta en los medios. Un título catástrofe dirigido a provocar indignación o el clickbait sobre cuestiones superficiales son los atajos preferidos frente a la laboriosa tarea de verificar hechos, consultar fuentes fiables y ceñir la narración a lo ocurrido. Que la verdad no estropee un título ingenioso.
El campo periodístico resucita una lógica de producción que subordina sus contenidos al cálculo acerca de quién capitalizará su difusión y qué impactos tendrá en el bando de los aliados y en el de los enemigos, los que aparecen nítidamente distinguidos por públicos cada vez más segmentados y polarizados. A diferencia del período profesionalista que abarcó algo más de un siglo (desde la fundación de La Nación en 1870 hasta el estallido de 2001), los medios descuidan la verificación y el cruce de versiones porque el producto dejó de ser la noticia. A más de 150 años de haber iniciado su periplo profesionalizado, el producto estrella vuelve a ser la opinión, la editorialización y la condena moral. Es más barato que hacer periodismo, además.
La indignación fideliza a un nicho compacto de la audiencia que se identifica con el sermón previsible de quien detenta el uso del micrófono para condenar y absolver en juicios sumarios y sin derecho a réplica. Los medios son puestos de combate, para tomar la figura con la que Bartolomé Mitre aludió a los diarios anteriores a La Nación, y sus tropas practican un periodismo de guerra que Julio Blanck, exeditor jefe de Clarín, describió con honestidad cuando fue entrevistado para La Izquierda Diario. Las notas son municiones y su blanco es obvio.
El rasgo militante que tanto se discutió durante los dos gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner, que dividió aguas entre quienes se autopercibían “profesionales” e “independientes” y se oponían al kirchnerismo y quienes defendían el compromiso político con la gestión, fue zanjado en forma de paradoja -una de las manifestaciones más didácticas de la historia- desde la presidencia de Mauricio Macri y hasta el presente.
Hoy, los autopercibidos “profesionales” e “independientes” no sólo abrazan con intensidad una de las opciones en las que se divide la polarizada política argentina, sino que les reprochan a sus líderes partidarios presuntas moderación y lentitud, como si la estrategia político-electoral se fraguara en sus estudios televisivos o radiales a través de sus flujos catárticos. El desborde de Alfredo Casero en uno de los espacios que el canal LN+ dedica a denostar al gobierno de Alberto Fernández tuvo un momento de lucidez cuando el actor usó el “nosotros” inclusivo para referirse a la explícita opción política de todos los integrantes de esa mesa.
Los desbordes expresan algo más profundo, que es la incapacidad de los protagonistas de los medios para metabolizar diferencias -incluso tenues- dentro de la familia de valores y odios que los cohesiona. El contraste de perspectivas produce impaciencia e intolerancia. La animadora que había promovido la ingesta de dióxido de cloro por tv en plena pandemia Covid_19 -ingesta que causó muertes- echó a un invitado de su programa sólo porque éste se atrevió a matizar el discurso rabioso de la conductora contra el presidente Fernández.
El ADN de la etapa facciosa y decimonónica se reactivó. Hoy las redacciones son teatros de opinión que manipulan encuadres, testean la eficacia de animadores y opinólogos, adulan a héroes y heroínas e imputan a villanos y villanas. Como hace 200 años con la “prensa (pro y anti) rivadaviana”, en el país no hay empresas de medios que aspiren a cubrir el ideal periodístico de cierta equidistancia respecto de los acontecimientos. Ni siquiera hay simulacros de equidistancia. Tampoco quedan proyectos mediáticos que definan una estrategia generalista con trato profesional a los distintos actores de la agenda pública. Todos han tomado partido, cierto que con tácticas diversas.
Por eso ya no importa tanto si cae el encendido de la tv o si la prensa gráfica horada el piso de ventas (curiosamente, tendencia no registrada en las cifras declaradas por los propios diarios al Instituto Verificador de Circulaciones), ya que los discursos, las caras, las voces y las firmas son muy parecidas, cuando no las mismas. Este es otro efecto paradojal de la mutación del ecosistema periodístico: se multiplican los medios, soportes y tecnologías de producción y distribución de contenidos, sobre todo en dispositivos móviles, pero se achica el mercado laboral. Conductores y periodistas con éxito resultan sobredemandados, hiperocupados y sobreexpuestos mientras, en simultáneo, falta trabajo, abunda el desempleo y la precarización prolifera en medios de ambos lados de la grieta. Desde una perspectiva sistémica, la sobreocupación es el Lado B de la precarización.
Por su parte, la expansión del periodismo sobreocupado, interpretado por un puñado de pocas pero influyentes personas, es también una medida de limitaciones mayores. Esos periodistas, por más talento y destreza que tengan, terminan fagocitados por un sistema que les resta calidad a sus producciones, erosiona su proyección intelectual y les quita tiempo para cultivar sus capacidades y para prevenir errores. El reciclado constante de contenidos no sólo es el ADN de los canales de noticias opinadas, sino que contagia a sus valores más destacados, que terminan repitiendo en distintos formatos (escritos, audiovisuales) una misma idea a lo largo de la jornada. Ello a su vez conspira contra el interés que puede tener la sociedad en dedicarles atención, dado que se trata de discursos que, por reiteración, saturan la paciencia.
La suma de factores estructurales, determinados por el cambio tecnológico, un mercado menguante, retracción de ingresos publicitarios y ventas, y aparición de plataformas que compiten por la atención del público, es un problema que se multiplica con las decisiones y apuestas que los medios argentinos y sus caras más conocidas. Su endogamia visible en el tipo de géneros que definen, las fuentes que eligen, los temas y encuadres valorativos que toman y el sesgo ostensible de su línea editorial repliegan a los medios cada vez más sobre sus propias taras. En este marco, las métricas que se erigen como fetiche de priorización de notas, encuadres y ritmos de producción, son desaprovechadas en el potencial que tienen para indagar necesidades y opiniones del público.
La endogamia horada la curiosidad, que es un atributo inherente al periodismo. La capacidad de indagar sobre la realidad decae cuando se abraza el prejuicio de que todo lo que sucede puede codificarse en un rústico guion con buenos y malos. Por eso, también, es que los medios argentinos no piden perdón por sus frecuentes metidas de pata y son reactivos a la autocrítica, que en algunos casos constituyen verdaderas operaciones de desinformación por las que suelen culpar a las plataformas digitales, cuando el origen de las especies es incubado por su propia dirección editorial.
Así es como varios medios (y también políticos) difundieron la fake news de que Pablo Echarri y Raúl Rizzo protestaron contra la llegada al país de Robert de Niro, para perjudicar al peronismo con el que Echarri y Rizzo están identificados, días antes de que otros medios mintieran al circular una versión distorsionada del accidente automovilístico que protagonizó Franco Rinaldi, para dañar a la alianza opositora donde milita Rinaldi, Juntos.
Los arrebatos y usos facciosos coparon la agenda del periodismo a 212 años de que la Primera Junta le encomendara a Mariano Moreno producir un diario oficial y éste fundase La Gazeta de Buenos-Ayes. La evolución de aquel germen, sobre todo durante el siglo XX con el florecimiento de una industria potente y cuadros profesionales destacados en Iberoamérica, hoy es apenas distinguible entre los estertores de un periodismo que oscila entre el aturdimiento, el oportunismo, el rebusque y los golpes bajos.»
Comentando:
Puedo apreciar -y en gran parte compartir, sin ser un periodista profesional- el sentimiento con que escribe Becerra este réquiem por una forma, un estilo, de ejercer el periodismo. Y es lógico sentir disgusto por una entrevistadora que finge -o tiene- un ataque de histeria frente a un entrevistado que no comparte su indignación. Pero hay algunas observaciones que quiero hacer.
1) Lo que encontramos en los medios argentinos -la TV, los diarios que solían ser masivos- es lo mismo, en versión industria nacional, de lo que puede verse en casi todos los países en que los medidos son propiedad de empresas que -aunque tengan sus agendas- deben atender al mercado. En Fox News y en la CNN, igual que en LN+ y en C5N, también se hace propaganda política disfrazada de indignación moral.
2) El periodismo «antes» no era neutral y objetivo. Ese animal no existe. La diferencia -que es importante- es que trataba de parecerlo, y eso mejoraba mucho la calidad de la información. Sucede que ahora la gente no se informa por los medios masivos, sino en formas cada vez más personalizadas y segmentadas en esos dispositivos móviles que menciona Becerra. Entonces, lo que le pide a los medios masivos es otra cosa: emoción, eco a las idolatrías o broncas que cada uno pueda sentir, la ilusión que son compartidas por otros.
Ejemplo, y consecuencia, de lo que digo aquí: la fugacidad. Personajes de la política que estaban en la tapa de todos los medios hace 6 años y en las encuestas registraban más del 70% de conocimiento, hoy con suerte arañan un 5%.
3) Porque, estimados, estoy yendo a lo mío. Esta tendencia a lo emocional gritón y vacío se manifiesta en los medios y en la política. Con un Milei, por ejemplo. Y en el ascenso de algunas figuras de segunda línea, en ambos lados de la grieta. Nada nuevo, en tiempos de crisis, si se conoce algo de historia moderna. Pero en estos tiempos líquidos, se los olvida rápido, como dije arriba. Salvo que -¿como Trump?- expresen algo profundo en sus sociedades. Eso no lo estoy viendo en Argentina. Pero puedo equivocarme, claro.