Algunos comentarios de la 1° parte de este posteo, me confirmaron una impresión que me habían dado conversaciones con algún destacado dirigente que se ha definido, enérgicamente, por apoyar el liderazgo de Cristina Kirchner: muchos «cristinistas» (un nombre inadecuado, pero se entiende) dan por hecho que el PJ bonaerense no acompañará a CFK en las elecciones del año que viene, que se enfrentará a los que reivindican ese liderazgo. La verdad, no los entiendo.
Es posible que eso pase, por supuesto. Algunas figuras conocidas (más conocidas que votadas) han dicho «Cristina no me conduce». Y es una decisión respetable, por supuesto. Pero los partidos políticos necesitan, por encima de todo, candidatos que traccionen votos. Las negociaciones, amenazas, son muy secundarias, ante la opción existencial de ganar o perder. Especialmente entre los políticos peronistas (los sindicalistas… no tanto. Los únicos votos que les son fundamentales son los de sus afiliados. Pero aún ellos calculan los resultados).
Creer que los dirigentes territoriales del peronismo, como categoría, no querrán estar en una lista con Cristina es igual a creer que esa lista perdería. Yo no me atrevería a asegurarlo hoy. Y ellos tampoco.
Por otro lado, es posible que CFK vea en un «Frente Ciudadano» una forma de no quedar sujeta a esos aparatos y sus jefes. Se comprende. Como sea, esta propuesta es, debe ser, algo más que una maniobra política de corto vuelo.
Es necesario recordar siempre que los argentinos que no se identifican como peronistas, menos aún como militantes del FpV, son hoy una parte muy grande de la población argentina. Sin ellos, es imposible construir una mayoría.
Mi amigo Mario Casalla (filósofo, investigador y escritor, y presidente de la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales) me envió esta columna que publicó en un diario salteño. Con una visión quizás idealista del asunto, pero por eso mismo quiero acercársela a ustedes. La política debe ser algo más que la rosca.
¿Qué es eso de un “Frente Ciudadano”?
Por Mario Casalla
Poniendo entre paréntesis las anécdotas, chicanas, broncas personales y las “operaciones” periodísticas salvajes que vuelan hoy como hojas del otoño porteño, es preciso reconocer que la idea de conformar un Frente Ciudadano sacudió al espectro político y social del país.
Dado que el nivel de nivel discusión política pública, había quedado “anclado” en el debate televisivo del ballotage (Scioli-Macri) en la Facultad de Derecho, el hecho que, de improviso, alguien lance al ruedo una idea política (¡aunque más no sea, sólo una!), por fuera del formato “tv/consultoras/ háblele usted a la gente”, es realmente un hecho a destacar.
Quizás no lo hubiera sido hace algunas décadas atrás (donde todavía la discusión política no había decaído tanto) pero ante el modelo de moda, hoy sí lo es. Si la presidenta (MC) Cristina Fernández de Kirchner ha recuperado iniciativa política -como realmente sucedió- no es sólo por la magnitud de sus actos públicos, por la rapidez que demostró para reunir y reencaminar a su “propia tropa” (aún aminorada en número y poder de fuego, por así decirlo), sino porque sacudió -a propios y extraños- con eso de constituir un Frente Ciudadano, cuya implementación dejó –como corresponde- a cargo de quiénes la asuman.
Ambas cosas fueron actos de inteligencia política y no sólo una jugarreta táctica más. Esto, independientemente de sí eso la llevará o no a una nueva victoria. Pero justo es reconocer que “está bueno”, recurriendo a una expresión de sus propios adversarios. Esa idea no es nueva en la historia argentina contemporánea, pero volverla a traer al debate político actual, resultó original y hasta revulsivo. Y claro, cuando algo sale fuera del libreto, crea inquietud. En ambos campos, propios y extraños.
Entre políticos e “idiotas”
La respuesta que le demos a la pregunta con que titulamos esta nota, es algo clave. Porque un Frente Ciudadano, no es un Frente Político, ni un Frente Electoral, ni un Movimiento Social, ni un Partido Político (aunque pueda llegar a ser algo de eso, o necesite serlo en algún momento). Pero de movida y en su origen es una convocatoria muy distinta, por eso quizás atraiga tanto (aun cuando no sepamos muy bien “cómo se haría”).
Se trata de un tipo especial de Frente donde –como su mismo nombre lo dice- hombres, mujeres y organizaciones que allí concurran lo hacen en función de algo que ya son y quieren hacer valer en plenitud: su “Ciudadanía”. Y si van allí es porque, de alguna manera, consideran que tal ciudadanía está (o puede llegar a estar) en peligro. Uno no se afilia a un Frente Ciudadano, excepto que se confunda a éste con esos “civismos republicanos” que cada tanto rebrotan entre nosotros. Generalmente por TV y en formato panelistas o almuerzos. Con una discurso “indignado”, aunque no demasiado porque sino baja el rating o se nos arruina la digestión. El “productor” estará siempre atento y los retará, llegado el caso.
En cambio la Ciudadanía -tomada en serio- es otra cosa. Se trata de un concepto o, mejor aún, de un ideal, de un “modo de vida”, que desde Grecia –pasando luego por Roma- constituyó esta matriz cultural que llamamos Occidente. Con mil modificaciones por cierto y en permanente lucha, llega hasta nosotros. Ciudadanía y Ciudad (polis, en griego, civitas, en latín) van indisolublemente de la mano. La polis es el lugar donde se la ejerce y el que así lo hace es (en esencia y no por afiliación partidaria) un “ser político”. En cambio, quienes desertan de esa vida pública y se encierran en “lo privado” (en su casa, los negocios, el lujo), eran llamados con un término que -tal cual y sin traducción- atraviesa 25 siglos y llega hasta nosotros: son los Idiotas (de ídeon, “propio, privado, particular”). Es que todavía, entre Políticos e Idiotas, había una separación tajante. Con el tiempo los tantos se irán mezclando. Acaso demasiado.
Ciudad, pueblo y no “gente”
Al conjunto de esos ciudadanos se lo denominó Pueblo (demos, y de allí populos). Y en esto los romanos fueron aún más estrictos que los griegos. Inventores del Derecho (que no de la Justicia!) distinguieron puntualmente entre el derecho de los ciudadanos y el de los que no lo eran (los “extranjeros”, los extraños a la ciudad), para ellos había un ius gentium (un “derecho de gentes”), porque ser ciudadano era tener más y mejores derechos. Aunque repetimos: no todos gozaban de ellos. Esa lucha empezó más tarde y todavía no está concluida. Eso sí, ni ellos, ni sus sucesores imperiales, confundieron nunca quiénes eran los “civilizados” y quiénes los “bárbaros” , en cambio por estos lares se los copió al revés. Y para ir terminando, fue también allí -en esa querida y hoy sufriente Grecia- que al gobierno de ese Pueblo y para ese Pueblo, se lo llamó Democracia (otro nombre que, sin traducción y completito, llega hasta hoy).
Ninguna de estas denominaciones venían del Oriente: allí no había por entonces ni ciudadanos, ni pueblo, ni democracia, ni cosa que se le parezca. La estructura política era totalmente otra: reyes, súbditos, sátrapas y dioses a su medida. Dicho esto con pleno respeto de la diferencia cultural y reconocimiento de su herencia positiva, pero de “democracia”, ni noticias. Occidente nació como una aventura, una apuesta de y para hombres libres, hogares seguros y leyes justas. Fue y sigue siendo una apuesta (que no pocas veces él mismo traicionó). Pero allí está. Claro la libertad no se regala, ni se presta, se conquista. Es decir que siempre habrá una Ciudad que defender, un Imperio que asedia y mete miedo, algún Judas dispuesto a traicionar por treinta monedas.
Pero lo importante es que también haya siempre, Ciudadanos dispuesto a pelear por sus muros y las libertades conseguidas (y las que falten). Es decir, resueltos a hacerles “Frente”. Lo demás, viene después.
Cuentan que el gran Esquilo, a la hora solemne de elegir una frase para su futura lápida, pidió que allí escriban: “Esta tumba esconde el polvo de Esquilo, hijo de Euforio y orgullo de la fértil Gela, De su valor Maratón fue testigo, y los Medos de larga cabellera, que tuvieron demasiado de él”. Ese era su gran orgullo: que peleó como un valiente en Maratón. Lo demás -su fama y su gloria como poeta trágico- era secundario. Lo que quería grabar en piedra era eso: que había escuchado el llamado de su Ciudad cuando ésta lo necesitó. En fin que se comportó como un Político, como un verdadero Ciudadano y no como un “Idiota».
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