Gaza: ¿Alguien se acuerda de «Éxodo»?

May 31, 2010

Conversando recién con un amigo sobre el reciente ataque israelí a una flota humanitaria, mencionamos la vieja novela «Éxodo», de León Uris, de la que se hizo una película bastante exitosa en 1960, con Paul Newman. Según recordaba, se basaba en un hecho real.

Para refrescar mi memoria, recurrí a la Holocaust Enciclopedia, del United States Holocaust Memorial Museum. Allí encontré los siguientes datos:

«El «Éxodo 1947» era un gastado barco de pasajeros propiedad de los Estados Unidos botado en 1928.  Transferido a los británicos bajo el acuerdo “Lend-Lease” fue desplegado en la invasión de Normandía. Después de la Segunda Guerra Mundial, fue vendido como chatarra por poco más de 8.000 dólares a la Haganá (una organización militar judía clandestina). Ella planeó atracar el barco en Europa para transportar a los judíos que intentaban inmigrar ilegalmente a Palestina. Las penurias de los pasajeros del barco atraerían la atención mundial. En julio de 1947, el «President Warfield» zarpó de Sete, Francia, hacia Palestina con más de 4.500 hombres, mujeres y niños judíos, todas personas desplazadas o sobrevivientes del Holocausto. Incluso antes de que el barco (para ese entonces su nombre había cambiado a «Éxodo 1947») llegara a las aguas territoriales de Palestina, buques destructores británicos lo rodearon. Se suscitó un enfrentamiento en el que un tripulante y dos pasajeros judíos resultaron muertos. Docenas sufrieron heridas de bala y otras lesiones.

Con miras de dar el ejemplo con el «Éxodo 1947», los británicos transfirieron a los pasajeros a tres navíos de la armada que regresaban a Europa. Los buques primero atracaron en Toulon, Francia, donde se quiso obligar a los pasajeros a desembarcar. Cuando las autoridades francesas se rehusaron a emplear la fuerza para bajar a los refugiados, las autoridades británicas, temiendo una mala opinión pública, trataron de esperar hasta que desembarcaran voluntariamente. Cuando los pasajeros, entre ellos muchos niños huérfanos, ejercieron presión mediante la declaración de una huelga de hambre, los británicos se vieron forzados a llevarlos de regreso a Hamburgo en la zona de Alemania ocupada por los británicos. En medio de la indignación pública mundial, las autoridades británicas obligaron a los pasajeros a desembarcar; algunos por la fuerza. Luego los pasajeros fueron trasladados a campos de refugiados en Alemania.

Cuando se enteraron, los refugiados de los campos de toda Europa protestaron a gritos y con huelgas de hambre. Estallaron grandes protestas a ambos lados del Atlántico. El bochorno público resultante para Gran Bretaña jugó un rol importante en el cambio diplomático de compasión hacia los judíos y el final reconocimiento de un estado judío en 1948«


Una opinión personal de los Kirchner

May 31, 2010

No he escrito mucho en este blog sobre Néstor y Cristina Kirchner como individuos. No es que no crea en el rol del individuo en política: sería absurdo. La política la hacen los individuos, no fuerzas impersonales. Lo que sucede es que, en nuestro país, por ejemplo, hay algo más de 40 millones de individuos que – conscientes o no – hacen política; algunos de ellos, por supuesto, con muuucho más poder y recursos que los demás. Pero me parece más valioso, porque conocer a los hombres y mujeres por dentro está reservado a Dios, analizar las posibilidades y limitaciones que el poder brinda a quienes lo tienen.

Ahora, en el post anterior subí un artículo de Jorge Fernández Díaz que decía cosas muy interesantes- aunque las creí en conjunto equivocadas – sobre los Kirchner. Y mi amigo y comentarista Eddie/ cuestionó un punto muy personal de las apreciaciones de J.F.D.:

«No cabe duda que es un análisis reflexivo escrito para gente con la capacidad de reflexionar, no para las “barras bravas” de la política. No sé si puedo compartir eso de Kirchner impregnándose de una ideología a fuerza de simularla. Y definitivamente no estoy de acuerdo si en vez de decir Néstor decimos Cristina»

También el inteligente corresponsal que firma «Desde Mompracem» lo cuestiona, pero desde un enfoque opuesto y más cínico. Dice:

«Su anclaje más firme es en los negocios, porque la revolución se hace con plata y la plata hay que amarrocarla previamente (“acumulación primitiva”, que le dicen). La revolución se convierte en sinónimo de los negocios»

Empecé a contestarles, con alguna vacilación, y me di cuenta que estaba haciendo un post. Lo subo, pero les advierto que tiene más de opinión personal, y de viejas impresiones de hace bastantes años, que lo acostumbrado en este blog:

Creo conocer bien a Néstor Kirchner como político, y algo menos a Cristina. Pero no los conozco como personas. Igual, estoy de acuerdo con vos, Eddie. Simplemente porque no creo en la eficacia de la simulación en política. Ojo: no hablo de la mentira. Los políticos mienten más que la gente común, lo que es bastante decir.

Pero simular consistentemente una ideología en el discurso y en el accionar, cuando al mismo tiempo se está encarnando al «conductor» (que es un rol en sí mismo)… no digo que sea imposible, pero lo veo muy difícil.

Néstor y Cristina, me parecen, expresan con razonable consistencia – con mayor cautela él, más articuladamente ella – las ideas de su generación política, la Juventud Peronista de la Tendencia (que no era la orga Montoneros, aunque aceptaba su conducción). Un peronismo que no venía – en la mayor parte de los casos – de la tradición familiar sino que era fruto de la nacionalización de los sectores medios de la sociedad argentina que comienza después de la «Noche de los bastones largos».

Una generación que se formó leyendo los escritos de Hernández Arregui, Ortega Peña-Duhalde y toda la pléyade de escritores nacionales – de mayor o menor valor intelectual – vinculados con el fenómeno de las Cátedras Nacionales, mucho más que a Perón mismo. Que aprendieron mucho del pensamiento sociológico y del lenguaje de Arturo Jauretche, pero absolutamente nada de su práctica política, que no conocían.

Su visión del peronismo fue la de un movimiento de liberación nacional, apoyados ciertamente en los mensajes de Perón de la época que lo definían así, e ignorando aquello que lo diferenciaba de otros movimientos del tercer mundo. Un «nacionalismo revolucionario», influído por el mito de la Revolución Cubana y la muerte heroica del Che. Que a la inmensa mayoría no los llevó a tomar los fierros, pero sí a admirar acríticamente a los que tuvieron el coraje o la inconsciencia de hacerlo.

Nada que ver con el marxismo tradicional, del que tomaron sólo la hostilidad al imperialismo (el norteamericano), y el rechazo a las instituciones burguesas de la Nueva Izquierda que se puso de moda en el ´68. Es irónico, pero si – como dije en el post anterior – el chavismo en el enfrentamiento al imperialismo y en apoyarse en el ejército y en movilizaciones populares se parece muchos al primer peronismo, el discurso de Chávez tiene todo que ver con el de la Tendencia.

Todo esto, Eddie/, Mompracem y otros lectores, no debe tomarse como una descripción actual de Néstor y Cristina. Han pasado casi 40 años (y no sé si me gustaría que alguien recordase con igual crudeza las pavadas que podía pensar yo en ese entonces); N.K., en particular, ha demostrado una concepción muy práctica y nada sentimental, bien germánica, del manejo del poder y del dinero. Su praxis política debe muchísimo más a lo que aprendió como gobernador de una provincia chica (en población) y de una camada sindical cuyo maestro fue Diego Ibáñez. Pero a lo mejor él también siente nostalgia de algunos sueños juveniles.


Fernández Díaz: Kirchner y la izquierda nacional

May 30, 2010

Jorge Fernández Díaz es uno de esos periodistas inteligentes que hacen que, de vez en cuando, vuelva a leer «La Nación». Todavía recuerdo un artículo suyo «La hora de los no políticos» del 2007, que tanto Manolo como yo hemos citado, aunque ahora no puedo encontrarlo en el buscador del diario (Pueden hallar su mención, con otras, en el buscador de mi blog, pero don Saguier no me deja acceder al archivo).

No importa. Sospecho que la originalidad de J.F.D. es un asunto generacional: Èl no vivió – políticamente – los ´70, pero estuvo lo bastante cerca de sus vivencias para que no los sienta como un mito heroico o terrible. Y al mismo tiempo es lo bastante veterano como para evaluar fríamente, sin entusiasmos ni broncas excesivas, las experiencias de Menem, la Alianza y Duhalde-Kirchner. Al menos, esa es la impresión que me dejan – no lo conozco personalmente – sus artículos y en particular éste, que los invito a leer si no lo han hecho: Kirchnerismo bolivariano del siglo XXI.

Esta introducción un poco larga tiene sentido porque – aunque yo no comparto el criterio central de su análisis; y tengo claro que va a ofender a mis amigos kirchneristas y también a los de la Izquierda Nacional – creo que vale la pena leerlo con atención. Aporta percepciones muy agudas, y además su criterio es una exposición inteligente de cómo piensan los editores y muchos lectores reflexivos de LaNación. Y si alguien cree que ese pensamiento va a desaparecer o va a dejar de tener influencia si pierden las elecciones del 2011, o – tapándose la nariz – votan a Duhalde o a Solá… está loco.

Copio algunos párrafos, y al final, como siempre, agrego comentarios: «Néstor Kirchner fue originalmente un joven e intrascendente militante estudiantil. Después pasó por la derecha peronista y desembocó en el peronismo renovador. Fue en algunos tiempos menemista y en otros un cavallista cabal. Su relación con Domingo Cavallo siempre fue buena, pública y estrecha. Ya en la Casa Rosada, se decía desarrollista, al igual que Mauricio Macri y Elisa Carrió.

¿Se le puede adjudicar, por lo tanto, una ideología a Néstor Kirchner? Hasta ahora yo creía que no, que su ideología era el poder. Sin embargo, últimamente algunas evidencias van demostrando que el desarrollo de la acción política con sus triunfos y derrotas, con la generación de aliados y enemigos … (Con) las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y los intelectuales progresistas con el paso de los años se fue impregnando de sus argumentos y simpatizando con esas ideas primigenias que había sabido olvidar para ser simplemente peronista… La izquierda nacional!

Esta corriente política proviene del trotskismo, pero se reconvirtió completamente en lo que después se denominó «socialismo criollo». Una corriente que acompañó al peronismo, como una lancha sigue de cerca un portaaviones, en un apoyo crítico, pero convencida de que el movimiento de Juan Perón tenía el proletariado y que junto con él había que formar un frente nacional antiimperialista, propender a la unión latinoamericana y enfrentar a los cómplices locales (cipayos) de la dependencia: éstos podían ser los conservadores, los radicales, los comunistas e incluso otros socialistas que no acordaran con la visión «nacional» de esa izquierda. El partido era pequeño, pero su argumentación se volvió transversal en los 70 y sobrevivió a través de las décadas como una cultura vasta y firme.

Antes de la irrupción de Ernesto Laclau, que legalizó la palabra «populista», los nacionalistas de izquierda rechazaban ese término. Ahora aceptan que el populismo es una praxis política que no respeta ideologías: Bush, para el caso, era tan populista como Perón. Pero por encima de toda esta disquisición lingüística y operativa lo cierto es que los nacionalistas siguen defendiendo su particular identidad. La cuestión central no es, entonces, disfrazar con más palabras lo que en realidad se puede llamar por su nombre: Néstor Kirchner practica una suerte de nacionalismo de izquierda, que Hugo Chávez denomina el «socialismo del siglo XXI». Chávez es un nacionalista nato, y los pequeños partidos de la izquierda nacional de la Argentina lo reconocieron antes que nadie. O al menos en forma simultánea con las fuerzas carapintadas, que también tenían ese halo de nacionalismo militar, reivindicatorio de la Guerra de Malvinas y heredero de una tradición que entronizó en el poder a los generales y coroneles de 1943.

El nacionalismo de izquierda, que excede, obviamente, a Ramos y que se asoció al revisionismo histórico y a figuras como Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, se interna en una amplia tradición argentina arraigada dentro de distintas fuerzas y concibe su empresa como una lucha permanente entre un campo popular y la partidocracia. De hecho, divide toda la historia en dos: desde 1810 hasta la fecha la gran puja argentina ha sido entre nacionalistas y liberales. Así piensa, concretamente, el ministro de Cultura de la Nación, Jorge Coscia, que fue un fervoroso acólito de Ramos y que hoy explica bien lo que Carta Abierta explica mal. También Laclau, que antes de ser el pensador de cabecera de los Kirchner fue un entusiasta militante de Abelardo Ramos.

Esa división entre nacionalistas y liberales nada tiene que ver con otras divisiones perimidas, como peronistas y radicales o izquierdas y derechas. De hecho, en el nacionalismo hay peronistas, radicales, izquierdistas y derechistas. También los hay en el campo antagónico. La izquierda, sin ir más lejos, se divide muy claramente en tres segmentos: la propiamente dicha hasta el Partido Obrero, la kirchnerista en sus múltiples expresiones y esa fuerza fantasmal e inarticulada que forman socialistas santafecinos, alfonsinistas, peronistas de los años 80 e intelectuales inorgánicos: socialdemócratas. Entre estas dos últimas tendencias hay franjas de indefinición, como las hay en aquellas millas náuticas donde se mezclan el Río de la Plata y el océano Atlántico. Más adelante, sin embargo, es muy claro que uno es marrón intenso y el otro es azul.

Ultimamente he escuchado de varios militantes kirchneristas este concepto: «Néstor Kirchner es sólo el instrumento del campo popular. Está lleno de defectos, pero eso no viene al caso. Es la gran ola de la historia la que pasa y no se detiene en los detalles. Néstor viene a dar esta lucha de siempre por la liberación y contra la dependencia».

Esa concepción movimientística e histórica hace pensar en una idea vieja y contradictoria: la revolución en democracia. Entiéndase por democracia, en esta visión nacionalista, sólo el derecho a votar y el mantenimiento a regañadientes de ciertas instituciones. Una «revolución nacional» no se detiene en cuestión de formas republicanas, ni en formalidades judiciales o de libertad de expresión. Es por eso que el kirchnerismo se permite a sí mismo violar muchas normas democráticas que considera frenos para una causa mayor. Y es también por todo eso que el problema de la corrupción se hace menor frente a lo que hay en juego: la construcción de «un verdadero país independiente».

Estamos hablando de un sistema de pensamiento revolucionario, que lleva el traje democrático con incomodidad. Al fin y al cabo, la democracia es un sistema opuesto, producto de las grandes corrientes liberales. Ese último término (liberal), que ha sido desprestigiado hasta el cansancio por políticas ineficaces y corruptas, complicidad con dictaduras y finalmente con el fracaso del Consenso de Washington, poco tiene que ver con el liberalismo como filosofía política surgido de la Revolución Francesa y de las luces.

La socialdemocracia europea y también mucha de la latinoamericana (Chile, Uruguay, Brasil) ha logrado desde esa posición el progreso y la libertad. El chavismo las ve como expresiones de la derecha (serían, a lo sumo, la izquierda liberal y reformista) frente al gran movimiento bolivariano, en el que incluye a Evo Morales, Rafael Correa y el matrimonio Kirchner. Unos son socialdemócratas y otros son nacionalistas. Los dos expresan la oposición al Consenso de Washington, pero con estilos diferentes. Unos profundizan la democracia, otros viven en estado de revolución.

No estamos hablando, claro está, de una verdadera revolución en los términos absolutos y clásicos, sino de un proceso político que se autopercibe como revolucionario y que ha logrado instalar esa idea en el imaginario de crecientes segmentos de la grey universitaria.

Revolución y democracia son dos palabras que en nuestro país tienen buena prensa. Pero me temo que no se puede servir a dos banderas a la vez y que al final siempre se vuelven incompatibles. Los argentinos tarde o temprano van a tener que elegir entre una y otra palabra. Porque la crisis de 2001 era más profunda de lo que creíamos. Ya no existen peronistas y antiperonistas, ni peronistas versus radicales, ni izquierdas contra derechas. Hoy está instalada en nuestro país una discusión simbólica y asordinada entre revolución y democracia. Así de simple, y así de complejo.

Es notorio cómo el proyecto kirchnerista fue variando. En un comienzo, se veía a sí mismo como un partido reformista de centroizquierda que soportaba la hipotética alternancia de uno de centroderecha. Pero con los años y las batallas, y la desesperación por no perder el poder, los kirchneristas comenzaron a hablar del peligro de una «restauración conservadora». Ese término implica de por sí la imposibilidad de una alternancia pacífica, puesto que si la gran amenaza es una «restauración» lo que se impone es una «resistencia patriótica contra el entreguismo» a todo o nada. Se trata de un dramatismo revolucionario alejado de cualquier atisbo de consenso, y que como toda epopeya prendió rápidamente en nuevas generaciones politizadas de la pequeña burguesía. Esos jóvenes son más kirchneristas que Kirchner, a quien consideran un simple piloto del gran buque nacional. Y están seguros de que esta «revolución» necesita profundizarse día a día y sostenerse en el tiempo. Un tercer, cuarto y hasta quinto mandato de los Kirchner les suena, obviamente, no sólo lógico y aceptable, sino imprescindible para garantizar esta «revolución inconclusa». «No hay vuelta atrás», dictaminaron hace unos días los intelectuales kirchneristas, quemando las naves.

… Un verdadero líder de la oposición que quisiera tener alguna chance frente a semejante mística debería quizá pensar menos en cuestiones programáticas y en divergencias ideológicas dentro del espectro político (cualquier partido tiene ala derecha e izquierda) y pensar más en propalar el regreso de los argentinos a una democracia plena después de años de democracia manca y condicionada vivida bajo emoción violenta. Y garantizarle, de paso, a la sociedad electoral que no echará abajo, una vez más, a pico y pala los logros de la actual administración, que los tiene y son muchos.

Ese gesto democrático, si fuera exitoso en las urnas, reencauzaría al mismísimo nacionalismo, que tal vez sería obligado así a jugar de nuevo el juego bipartidista, los acuerdos de políticas de Estado y una vida cívica con menos divisiones, ataques, represalias económicas, golpes de mano, violaciones institucionales y lenguaje bélico»

Dejemos de lado los errores fácticos, que son importantes. El peronismo, y el rechazo al peronismo – como su contrapartida, el radicalismo y, en menor medida, el rechazo al radicalismo – son realidades políticas muy vigentes en Argentina. No tendrán el vigor que tuvieron en los años `50, seguro, pero ningún político que quiera ser votado puede darse el lujo de ignorarlas y de construir su imagen tomando en cuenta a una de ellas (aunque, como Binner, de Narváez o Sabbatella traten de no quedar encasillardos en alguna). Y la Izquierda Nacional es una corriente histórica mucho más compleja – con vigencia real en países hermanos –  y los hombres de ese origen que se han acercado al kirchnerismo no son más significativos que los que vienen del Partido Comunista.

Todo eso no quita la brillantez del análisis. Aparte de que, como insinué al comienzo, su descripción del chavismo aporta percepciones interesantes (Viejos amigos, peronistas furiosamente anti K, me han confesado que 30 años atrás habrían estado con Chávez).

Fernández Díaz, a mi entender, no está escribiendo el discurso de un dirigente de la Oposición actual (¿alguien puede concebir a un peronista, a Buzzi, a Macri, o aún a Carrió – para mencionar a figuras muy distintas – diciendo estas cosas?). Y por supuesto no es lo que dicen las tapas de Clarín, ni los editoriales de La Nación. Está sugiriendo una estrategia para los que puedan llevarla adelante, con un eco de Alfonsín recitando el Preámbulo de la constitución, allá por el año 1983. Todos somos hombres de nuestra generación.


el episodio en General Villegas, y en otros sitios

May 29, 2010

No escribí nada sobre lo que sucedió en esa ciudad, la circulación de un video que muestra a una adolescente practicándole sexo oral a tres hombres mayores de edad, ni los hechos posteriores: la manifestación de algunos vecinos – con la mujer de alguno de los que figuran en el video – en apoyo a los tipos, las declaraciones del intendente, y el resto. Hay muchas cosas que dejan un mal gusto en la boca, y no se puede – por la salud mental de uno – comentarlas todas.

Pero en un día lluvioso uno aprovecha para ponerse al día en sus lecturas, y encontré algo que quiero copiar aquí, porque expresa con tanta claridad lo que pienso. Fue en un post que dedicó Manolo al tema, pero como de costumbre es profundo y sutil. Mi estilo es más simple, y por eso me veo reflejado en el comentario que hizo Almita, que escribe el blog Estufados:

«Hay cuestiones del orden de lo legal, que hacen al tema. Para la ley la víctima es menor, y el haberla filmado, es posesión de material pedófilo.
Por otro lado, pudiera ser que la chica estuviera de acuerdo. Puedo entender que fuera su deseo. Pero el adulto debe comprender que la Ley se lo impide. Quizás la niña no dijo «no». Quizás dijo sí. Pero NO IMPORTA, y ahí está el punto, no importa si dijo «sí» pues el adulto sabe que tiene un NO gigante delante de la chica.
Transgredida la ley, queda otra instancia.
Supongamos que el hecho no fué filmado. Que solo se conoce por referencias de los participantes. El delito, no podría demostrarse.
Pero, y para mí acá viene algo gravísimo, la difusión del video ultraja a la chica una y otra vez, cada vez que alguien ve ese video.
Y es un hecho perverso. Porque no alcanzó con el facto, era necesario el posterior regodeo delante de otros hombres, enfatizar la calidad de putez de la chica, la buena perfomance de todos los participantes.
Me enervan, realmente, todos los pelotudos que les sacan fotos o videos íntimos a las novias o parejas o circunstanciales acompañantes y luego se regodean y los muestran o los suben a internet. Lo considero algo de una perversión espantosa. No me alcanza con hacerlo, tengo que pavonearme de ello, tengo que humillarla delante de otros para ser más macho. En realidad, no les alcanza con hacerlo. Mostrarse es lo que les alcanza. Cuanto más «pecaminoso», mejor. Tengo que dar pruebas de que soy macho, porque ni yo me lo creo.
Si la chica estuvo de acuerdo o no, son 5 pesos aparte. No importa en realidad. Está fuera de discusión
«


La Presidente y el Día del Ejército

May 29, 2010

Hoy recibí, desde un celular que no identifico, un sms «En el Día del Ejército Argentino…@ Viva el General PERÓN !» . Respondí «Y el sargento Cabral !«. No por nada; siempre estoy dispuesto a vivar con sentimiento al General Perón – lo he hecho unas cuantas veces a lo largo de mi vida – y tengo claro que una condición fundamental de su pensamiento y de su identidad fue su formación como militar. Pero así como me fastidia el antimilitarismo berreta de alguna izquierda – y de alguna vieja derecha liberal -, también me parece un contrabando tratar de defender a las instituciones militares – que deben ser defendidas – porque de allí salió alguna personalidad muy amada por el pueblo.

Es un argumento, claro, pero no es el fundamental. Si fuéramos a medir las instituciones por un promedio completo de las características de los hombres que salieron de ellas y tuvieron funciones públicas, habría que clausurar el Colegio Militar, la Facultad de Derecho, la de Ciencias Económicas, Harvard,.. Las instituciones son necesarias; el problema está en cómo se selecciona a quienes van a cumplir funciones públicas. La democracia moderna es un mecanismo muy imperfecto, pero hoy no tenemos otro mejor.

Ninguna reflexión original, como ven. Pero hoy vi en los portales de Internet – Clarín, LaNación y Página12 dicen más o menos lo mismo – que Cristina Fernández, al presidir el acto por los 200 años del Ejército en el Colegio Militar de la Nación dijo que «la Argentina pudo contruir sus victorias más importantes cuando la Nación fue pueblo, dirigidas por quienes tuvieron el honor de ser su brazo armado» y que «cada vez que ese brazo armado se separó de su pueblo hubo amargas derrotas«.

Seguramente ese «relato» también puede ser criticado. Jorge Fernández Díaz diría que es típico de la izquierda nacional (ver su nota en LaNación de hoy, que Gerardo G. me la recomienda y a la que seguramente dedicaré un post de día lluvioso). Pero el ejército al que la Presidente se dirije no es el de Venezuela, íntimamente comprometido con el gobierno de Chávez. Es una institución, un sector de la comunidad, con muy poca simpatía con este oficialismo. Para alguien que ha sido acusada – con bastante razón – de privilegiar la confrontación sobre el respeto a las instituciones, este es un gesto no trivial que me pareció que valía la pena remarcar.

En realidad, mi espíritu práctico me lleva a interesarme más por esta promesa: «Cristina también habló del rol de la fuerza en el desarrollo de la industria argentina. Y mencionó en ese contexto la construcción de un radar para la aviación civil y militar, a cargo de las fuerzas armadas y del INVAP, que colocará a la Argentina como uno de los pocos países que construirán sus propios radares«. Nuestro país está inexcusablemente – por sus extensas fronteras y su rol en el camino del narcotráfico – atrasado en la radarización, pero si este compromiso se empieza a cumplir en un plazo razonable, estimo que el gobierno tendrá algo de que enorgullecerse. Se trata de algo que – creo – tiene relevancia para la discusión que se armó en la columna de comentarios del post anterior.


El cántico de la otra hinchada, la de Saavedra

May 28, 2010

Las columnas de comentarios de los últimos posts han sido en gran parte una guerra de hinchadas, la clásica K / anti K. Y no hay nada de malo en eso: Es – por lo menos en la superficie – el enfrentamiento central de la política hoy. Un comentarista, Leandro, se convirtió en el vocero más elocuente de los que defienden al gobierno y sienten que la Fiesta del Bicentenario es la mejor demostración de sus argumentos.

Tengo que reconocer algo: el contenido profundo de esta inmensa movilización popular da para muchas reflexiones, pero hay algo muy práctico y muy real: la gente que vino a la 9 de Julio, que eran abrumadoramente los del medio y abajo en sus ingresos, no hubieran estado allí si estuvieran muy mal de dinero. Todo el resto, incluído cómo van a votar… es para ver.

Igual, me pareció que estaba faltando en este blog un cántico de la otra hinchada, la de los que no quieren al gobierno. Yo no soy bueno para esos cánticos, así que me apropié de este mensaje de mi amigo Américo Rial, un peronista – como aclaré otras veces – mucho más tradicionalista que yo. Con ustedes, Américo:

«Ya iniciamos, alegremente, la marcha hacia el tricentenario, al que esperamos arribar unidos y liberados. La primera estación será Sudáfrica. Confiémos. Jugadores hay. Técnico, veremos. ¿Dirigentes? Mejor no hablar…

El Bicentenario ya «fue». Un  cumpleaños con fiesta, pero sin regalos. La Patria y su gente de ayer, hoy y mañana merecían esos obsequios. No hablemos del trasbordador para ir de Córdoba  a Pekín en dos horas, ni del Tren bala o de las obras con la inversión china de 20 mil millones de dólares, ni de la aeroisla… Pero, al menos, una nueva ciudad, como alguna vez La Plata, una  autopista troncal,  aeropuertos, los hospitales de niños del interior que no dejaron hacer a Isabel, un monumento como la Estatua de la Libertad … Ni soñar con una Brasilia argentina. Nada. Hubo fiesta pero no regalos.

Algunos quisieron presentar como grandes realizaciones la reapertura del Colón o del edificio del Correo, pero solo fueron recauchutajes. Puestas en valor de aquello que previamente se dejo caer. Joyas de los abuelos a las que se le lavó la cara. El Bolshoi nunca lo van a reinaugurar porque los rusos supieron cuidarlo.

Fiesta hubo. Una vez mas se probó que «lo mejor que tenemos es el pueblo», pese al bombardeo contracultural a que  sistematicamente es sometido por el progregramscianismo. Otra vez nuestra gente hizo una pueblada patriótica. Sin reparar en quienes quisieron sacar ventajas políticas. En los comités de madres y abuelas. En las enormes fotos de Hitler y de la sede del partido nazi con las que el pintor sacrílego «adornó» una de las mas utilizadas entradas al paseo. Estaba Adolfo pero faltaba Saavedra, el jefe del 25 de mayo…

Vinimos llamando la atención sobre el «ninguneo» de Saavedra. Y  siempre que se predica algo queda. Anotamos algunos comunicadores que trataron positivamente el tema, como Samuel Gelblung, Claudio Chieruttini y otros. Pero la «historia oficial» lo mandó, otra vez,  al exilio y -como hizo Rivadavia- lo excluyó de la amnistía. El  personaje no les cierra… A Osvaldo Bayer y sus alumnos no les gusta esa mezcla de milico patriota, popular y revolucionario. Tal vez por eso los diputados opositores y oficialistas, en extraña tenida, fueron juntos sólo a la estatua de Moreno. Saavedra, proscripto. No es politicamente correcto.

El  pueblo mostró  que en su alma está siempre la patria. Mas que positivo. Entonces, miremos para adelante. Dejemos de lamernos las heridas (aunque sean «heridas que no cierran y sangran todavía», como en el tango). Pensemos en el primer partido de Sudáfrica, y no en como perdimos  el mundial anterior. Como escribió un vecino de Palermo…

Siempre es mejor el coraje

La esperanza nunca es vana«


Conflictos y consensos

May 27, 2010

Las dos últimas entradas que subí al post tratan de ser una reflexión sobre uno de los hechos más impresionantes que he sido testigo: la movilización popular – dos, tres millones de personas? – en torno a los festejos del Bicentenario argentino. Impresionante por el número, sí, pero muchísimo más por el motivo: un aniversario patriótico (en una sociedad que se supone anómica y descreída); por la actitud de la gente (alegría y tranquilidad); y por el hecho que se movilizaran para presenciar espectáculos, cuando todos tienen televisión.

Creo que el hecho es importante también por ser inesperado: Nadie lo previó, no en esas dimensiones. Pienso que vale la pena que todos tratemos de reflexionar sobre él. Y me fastidió que a los pocos minutos de subir el último post, apareció un comentarista a reclamar que «cómo un gobierno tan “desprestigiado“, según los medios de comunicación hegemónicos y muchos políticos opositores, ¿hubiera tenido tanto éxito? ¿La sociedad tan “crispada” se hubiera sumado a la fiesta K

Mi primera reacción fue: Aquí aparecen los comísarios políticos K a tratar de imponer la doctrina oficial. Y tienen mierda en la cabeza. La verdad: fuí injusto. Lo que siguió fue un larga discusión política, tanto K como anti K. Y si sigo pensando que es patético y hasta ingenuo – aunque válido como políticos que son – el esfuerzo kirchnerista por capitalizar un hecho que excede a la política, tampoco tengo inconveniente en reconocer que si la sociedad argentina fuese lo que el discurso opositor describe, este festejo no habría sido posible. Mi sensación es que A.C.Sanín y Leandro estaban discutiendo más con los Sres. Magnetto y Saguier, y no sé si esa discusión hoy es muy interesante. Pero, repito, tienen argumentos.

Igual, en el medio de esa discusión el amigo Eddie/Matt/Marmaduke, autor del blog Chaperoneando, y residente en el mismo corazón endeudado del imperio – California – hizo un argumento político profundo, que iría en contra del aparente espíritu de ese Festejo. Copio:

«No entiendo porqué es tabú para algunos la existencia de los conflictos. Los conflictos son vida y sin ellos no hay progreso posible. Que de cuando en cuando las celebraciones de algún hecho fundante sirvan para recordar y reafirmar la identidad nacional es muy positivo, sin duda. Pero hasta ahí. Las fiestas marcan la Historia pero no la promueven, los conflictos sí. No recordamos la Última Cena por haber sido una fiesta sino todo lo contrario: el planteo de un drama por parte de intereses encontrados que culmina con la creación de una de las religiones más importantes del mundo.

Los abrazos entre hermanos son muy bonitos pero no hacen el futuro. Las competencias sí. La Argentina no necesita Moncloas; necesita no olvidar el 17 de octubre»

Conozco a Eddie/ a través de lo que escribe y sé que no es un delirante que sueña con revoluciones sociales hechas por otros. Sus posturas políticas – más allá si esté o no de acuerdo con ellas – son prudentes y razonables. Pero por eso mismo quiero contestarle, porque pienso que hay un error conceptual decisivo en ese planteo que hace, que no es trivial.

No creo que a esta altura de la Historia, ni Eddie ni nadie que no sea alguien emborrachado con palabras piense que los conflictos sociales o políticos se den entre un pequeño grupo de heróes sin mancha ni ambiciones personales y otro aún más pequeño de malvados. Hasta para llevar adelante un conflicto – en realidad, especialmente para dar una pelea entre grupos humanos – se necesita un consenso previo: el que une a los hombres y mujeres en torno a una bandera. Cuando el grupo es una nación, el consenso se llama patriotismo.

Para evitar una discusión inútil, me adelanto a decir que se me ocurre que el argumento de Eddie da por sentado que ese consenso para llevar adelante las peleas que faltan ya existe. Tiendo a pensar – sin dogmatismo – que es un error tradicional de la Izquierda, que piensa que los acuerdos se hacen desde la ideología. Y por eso se divide tan fácilmente en la práctica.

De todas formas, esa es una opinión mía, también ideológica. En la realidad política de hoy, hay un proyecto político edificado en torno a un «consenso» no explícito pero muy práctico: Aceptar el liderazgo de Néstor Kirchner. Para unos cuantos argentinos bien intencionados, ese «consenso» es por hoy suficiente. Para otros, entre los que me cuento, no.


Al gran pueblo argentino, con esperanza

May 26, 2010

Algunos blogs ya han dado testimonio que en estos días está pasando algo fuera de lo común. Recién leí los análisis que hacen Luciano y Ezequiel, lúcidos y enriquecedores ambos, y bien diferentes, pero los encontré un poco intelectuales para expresar lo que yo pensaba. Hablan del sentimiento que movió a esos millones de compatriotas que pasaron por la Avenida 9 de Julio, y de lo que puede o debe construirse a partir de él, pero lo que me interesa reflexionar, y escribir unas pocas frases, es sobre el hecho en sí.

Como dice Ezequiel, la movilización superó todos los parámetros y todas las expectativas oficiales. Y, yo agrego, las no oficiales también. Nadie previó que el aniversario de la Patria iba a mover a ¿dos? millones de argentinos, excepto para aprovechar un fin de semana largo para el turismo interno.

Todos esos compatriotas, en la era de la televisión, decidieron venirse en persona a ver los espectáculos, escuchar a los artistas, pasear por las muestras, estar juntos. Con alegría y tranquilidad, a pesar de las incomodidades y el cansancio.

Trataba de recordar algo comparable, y no lo encontraba. Puede ser que mi memoria esté fallando, pero las únicas imágenes que venían a mi mente eran las de los gigantescos actos de cierre de campaña del ´83, el peronista y el radical. Y eran sólo actos, de unas pocas horas, y muy distintos: la motivación del «nosotros y ellos» estaba presente. En éste, no.

Raro, pero lo que encontraba más parecido en mis recuerdos, en los números y en el clima de la gente, fue la movilización que esperaba a Perón el 20 de junio de 1973. En ese momento se hacía realidad en Argentina un mito antiguo de todas las culturas, que hasta Tolkien usó en su trilogía: «El Retorno del Rey». Pero entonces había proyectos de poder encontrados, y fierros, y odios. Y todo terminó como terminó. Esta vez, no.

Es justo que reconozcamos lo que ahora se hizo bien. La organización, la variedad de propuestas, la libertad para moverse. (Y un detalle menor, que me impresionó por la comparación: El año pasado estuve en Barcelona, viendo proyectar imágenes en los muros de la Generalitat. Lo que se hizo en las paredes del Teatro Colón y en las del Cabildo estuvo mucho mejor). Los gobiernos y los aparatos rara vez consiguen que la gente se entusiasme, pero tienen una gran capacidad para amargarla. Esta vez, no lo hicieron.

(Recuerdo un par de actos, muy pequeños, en el medio de la gente paseando. Sin duda hubo otros. Estos eran uno del P.C.R. y otro del Movimiento Evita. Cero agresión. Los que pasaban miraban y ponían cara «¿Qué tiene que ver la política con esto?»).

Igual, lo real es que la forma más cómoda y segura de ver un espectáculo, y la que da las mejores oportunidades de ver más, es la televisión. Los argentinos y argentinas que estuvieron allí en persona eran, sobre todo, parejas y familias. La inmensa mayoría, uno podía verlo, eran lo que los sociólogos llamarían «clase media baja» – que es la gran mayoría de los argentinos. No tenían una motivación política, de adhesión o protesta. No había un triunfo deportivo para festejar. Lo que queda es que pensaron que la Patria se merecía que vinieran en persona a su aniversario. Si es así, tenemos una Patria y un Pueblo. Casi nada.


Viva la Patria

May 25, 2010

Uno es argentino. Entonces empieza criticando. La mayor parte de las veces que pensamos y escribimos sobre nuestra patria es – abiertamente o como algo asumido sin decirlo  – en términos de un relato de buenos y malos, próceres desinteresados y ambiciosos sin escrúpulos, patriotas y traidores. Una lucha épica, que se da en un marco de burgueses egoístas a los que hay que despertar y/o de masas nobles pero desvalidas que hay que guiar.

En un enfoque más elaborado, el enfrentamiento es entre proyectos de país. Esto ha sido así desde que se empezó a escribir historia argentina, con Vicente Fidel López, Pedro de Angelis y Bartolomé Mitre. Con eso no inventábamos nada nuevo: por esos años, o una generación antes, en Europa también había que adoctrinar a los pueblos en una nueva versión del patriotismo. Un sentimiento humano natural que allí y aquí era una identidad local y una lealtad a tradiciones y símbolos debía ser enseñado a los habitantes de las grandes ciudades impersonales y a los soldados de los ejércitos «de línea». También allí historiadores como Michelet relataron la Revolución Francesa, para afirmar sus ideales… y el nacionalismo francés.

En Argentina, como en todos los países que surgían del derrumbe del Imperio Español en América, hubo que armar naciones-estado modernas, donde no había estados y las fronteras eran confusas divisiones administrativas de Audiencias y Virreynatos. (Supongo que en África tienen hoy el mismo problema). Una de las herramientas que todas esos esbozos de nación usamos eran las banderas, las constituciones y un panteón de héroes (y, necesariamente, villanos). Por supuesto, se hizo con la filosofía de la época, lo que ya los hombres de 1810, los que empezaron, habían llamado «las luces del siglo»: el credo liberal.

Hoy no está de moda, pero es necesario recordar que no había otro. Hasta el mismo Rosas – que fue el Sila, el Dictador que San Martín había previsto que íbamos a requerir – en su vejez, alejado de la política pero tan gruñón y autoritario como siempre, escribía a su yerno en 1871 horrorizado por la victoria alemana sobre Francia, la de «un pueblo acostumbrado al despotismo sobre el sistema constitucional«.

Todo el heroico, contradictorio y sangriento proceso de construcción del Estado Argentino lo historiaron bien académicos como Halperín Donghi. Tal vez no señalaron, los académicos, con suficiente énfasis dos cosas que condicionaron ese proceso en nuestra América:

– Que crecimos a la sombra de la nueva Gran Potencia, dueña de los mares. En la primera mitad del siglo XIX todos los países de América al sur de los EE.UU. habían firmado un tratado de libre comercio con Gran Bretaña. Y ninguno entre ellos.

– Una carga más pesada, y más difícil de superar: El Imperio Español, más humano que la mayoría de los que conoce la historia, tenía sin embargo un rígido sistema de castas. En las sociedades que llevamos su herencia, como en la que se separó de Portugal, las diferencias de riqueza y de educación eran abismales. Y las pieles más claras estaban arriba y las más oscuras abajo. Todavía nos queda bastante de eso.

Si en algo los argentinos nos diferenciamos, es que – tal vez – tenemos una mayor tendencia que la mayoría a comprar relatos, que incluyen su correspondiente proyecto de país «llave en mano», siempre en Europa, claro. Cuando el ideario entronizado en la Constitución del ´53 empezó a mostrar signos de agotamiento, nuestros intelectuales y las clases dirigentes empezaron a coquetear con los que ofrecían en la década del ´20 los discípulos de Lenin (para intelectuales y jóvenes románticos solamente) y los de Mussolini. Ninguno de ellos fue convincente como para abandonar del todo el que tan bien les había servido, especialmente a las clases dirigentes, pero para la década del ´30 el ideal de la Nación Católica – con una fuerte influencia de la Europa latina – había suplantado mucho del credo liberal.

No voy a hacer la historia de la adquisición de todos esos «proyectos de país». Es tarde y quiero irme a dormir. Sí necesito señalar que los liderazgos que marcaron nuestra historia y dejaron una huella profunda – que contribuyeron a disminuir ese abismo entre los de arriba y los de abajo – el de Perón, también el de Irigoyen, no inventaron algo absolutamente nuevo ni «compraron» la ideología de moda en ese momento. Tomaron elementos, crearon otros, para dar respuestas a los problemas que percibían.

Paso a hoy, para decir que, personalmente, los proyectos de país que se plantean me resultan poco «entusiasmantes» aún como ideales. Una patria justa, libre y keynesiana, que es la mejor bandera que puede levantar el oficialismo, me parece bien, pero me pregunto si es lo mejor que podemos soñar. El que esboza, más confusamente todavía porque ella es muy confusa, la oposición, de un país republicano, próspero y bien educado, no está mal… pero no me enciende el corazón. No importa. Los que lo levanten como bandera, tienen mi respeto, ambos lados. Y miraría con simpatía el de Proyecto Sur, si pudiera creer en él.

El párrafo anterior no tiene más importancia que una necesaria confesión personal. Lo que creo fundamental es que todos tengamos claro que ya tenemos una Nación y un pueblo. Que en estos 200 años la hemos construído entre todos. Los que estuvieron en 1810, en 1840, los que vinieron en los barcos y se quedaron, los que estamos ahora. No hemos sido todos buenos, seguro; algunos trabajaron, algunos trabajan en contra. Pero lo que tenemos ahora es el resultado de las acciones de todos. Por eso hay tantas cosas que debemos corregir; muchas de ellas se originaron en macanas que hicimos «los buenos».

No quiero decir, al contrario, que no sigamos peleando por «proyectos de país». También en lo personal, debo decir que me gusta el que románticamente llaman «la Patria Grande». Pero estoy absolutamente seguro que ése, o cualquier otro, sólo se podrá construir respetando y amando lo que tenemos ahora. Como dijo un poeta, «el pasado es prólogo». Por otros 200 años, compatriotas.


200 años: berretadas y nobleza

May 24, 2010

Quedé con algo de fastidio porque este sábado subí dos posts donde trataba con humor este festejo del Bicentenario (en uno aprovechando el talento de Caloi) y – debía esperarlo – sirvieron como ocasión para otro round de la aburrida pelea K / anti K. Con alguna duda, decidí no borrar el par de comentarios más virulentos. No eran ofensivos, y expresan una parte de nuestra realidad: Lo que piensan y sienten no pocos compatriotas.

Me dejó pensando porque lo sentí como un ejemplo de la facilidad que tenemos los argentinos para quedar, como dice el tango, abrazados a un rencor. O a un ideal, o a un entusiasmo también, pero encerrados en eso no advierten que están bastante solos. En este caso, tanto los que dan la vida por Néstor y Cristina como los que se excitan pensando en la ejecución de los Ceasescu les cuesta darse cuenta que son relativamente pequeñas minorías que no alcanzan ya no para una guerra civil sino para el incendio de un tren que se atrasó demasiado.

De todos modos, ese aferrarse a las razones de uno y despreciar lo demás está extendido en niveles más intelectuales de nuestra gente. Y estos festejos, por lo que tienen de convencional y de careta, inevitablemente, dan una buena oportunidad para mostrarlo. Voy a mencionar a dos a los que valoro, precisamente para mostrar que el gorilismo intelectual no es patrimonio de gorilas. Alberto Buela, desde el peronismo más tradicional y catolicón, dice que todo esto es un invento de don Vicente Nario, un tanito canfinflero que trata de vendernos que la Argentina empezo en 1810, con las ideas de la Revolución Francesa.

Y Lucas Carrasco, nacional, popular y kirchnerista si los hay, basurea estos festejos porque ponen «stands» de las provincias en la 9 de Julio y se olvidan de, por ejemplo, José Artigas, el Jefe federal más puro de las pueblos que no se dejaban someter ni por el Rey ni por Buenos Aires (eso sí, no mencionemos que los que lo empomaron fueron Pancho Ramírez y Estanislao López, porque eso puede causar confusiones).

A nivel de la dirigencia que supimos conseguir, el asunto toma formas menos dogmáticas pero un poco más berretas. Cristina no se toma el trabajo de asistir al desfile militar, porque no termina de encajar con su sensibilidad. Y Graciela Camaño repudia la actitud de Cristina, pero dice que ella no se siente parte de estos festejos!

Bueno, parece que un millón de personas (exageración periodística: no debían ser más de setecientos mil) estuvieron en la 9 de Julio y tomaron parte en ellos, sin notar la ausencia (de distraìdos que son) de algunos dirigentes o intelectuales. Hasta en el desfile de los efectivos de las tres fuerzas armadas, según una fuente tan poco sospechosa de militarismo como Página 12.

No creo que se llega a las verdades más altas amontonando gente. Después de todo, Tinelli tiene todavía mucho rating, y la fórmula De la Rúa – Alvarez ganó elecciones. Pero me parece extraño que dirigentes e intelectuales – no sólo los mencionados aquí, por supuesto – les cueste apreciar una manifestación de patriotismo primario, no elaborado. Un compañero de muchos años, hombre de la política él, me decía hoy «Tienen la mente infectada de política. Es por eso que uno acompaña ese elogio de la negritud de tu amigo Manolo«.