Pensé que tal vez era mejor terminar el año en el blog con buena música, o con un video que encontré en la página de Fb de mi amigo Roberto Roitman, sobre lo que hace el maestro Luis Szarán con su proyecto Sonidos de la Tierra, educación musical para más de 3.000 niños y jóvenes, en 72 comunidades del interior del Paraguay.
Pero uno debe asumirse como es. Mi vocación es la política, y eso se refleja en el blog. Entonces, voy a volcarles aquí la preocupación que – además de la familia, esfuerzos en marcha, proyectos nuevos y frustraciones viejas – me acompaña en este fin de año.
Los últimos meses no han sido buenos para el gobierno nacional. Eso no es lo que me preocupa; a nadie le salen bien todas. Las gestiones K tuvieron un contexto global favorable – buenos precios para nuestros productos exportables, que en Argentina y en todos los países «emergentes» es un factor muy importante – y, sobre todo, una gravísima Crisis anterior – la desordenada salida de la Convertibilidad – que hizo que, comparando con la situación inmediata previa, fueran Gardel (En Argentina tenemos la desgracia que demasiados gobiernos han tenido esa «suerte»: Alfonsín, la dictadura; Menem, el desastre económico de Alfonsín).
Tampoco el problema son sus respuestas, o la demora en implementarlas, en muchos casos, frente a las adversidades. Algunas de ellas no me convencen. Y? Mis amigos anti kirchneristas son críticos mucho más duros, y los cumpas kirchneristas mucho más benévolos, pero ni ellos ni yo tenemos la legendaria bola de cristal. El gobierno tampoco. Lo fundamental, el contrato básico que tenemos con nuestros gobernantes, es que gobiernen.
Alfonsín bajó los brazos, después de 1987 y de desvanecerse la (en mi opinión, tonta) ilusión del 3° Movimiento Histórico; Menem, después de perder su chance de (no tengo dudas, estúpida) re reeleccion; Duhalde, después de la muerte de Kosteky y Santillán; De la Rúa… creo que nunca tuvo idea de cómo era gobernar.
Cristina Fernández, descansando en Calafate o no, sigue gobernando. Algunos pensaron (se ilusionaron) que con Capitanich venía otro presidente. Pero no es así. Las decisiones particulares pueden ser «idea de», y eso no importa mucho. La clave es quien tiene la responsabilidad final, y resulta bastante evidente que si no se cambian ministros y si no se empieza a hablar de la «herencia que es necesario corregir» (la forma más fácil de crear expectativa), el compañero Coqui no es el presidente. Quiere serlo en 2015, pero eso es otra cosa (Tal vez sería bueno cambiar unos cuantos funcionarios, pero ese también es otro tema). Además, sobre el kirchnerismo como fenómeno político, ya debatí con comentaristas el fin de año anterior.
Al punto: El problema que yo veo – y que he planteado muchas veces en el blog – tiene su origen en que la realidad económica que este gobierno enfrenta, modifica y administra es una que he llamado, por nuestra historia, «ochentista». Una forma abreviada de decir que hay sectores, importantes pero que no incorporan mucha mano de obra, competitivos internacionalmente, pero muchos otros que no lo son; donde no hay un mercado de capitales local fuerte; donde la mayoría de los grandes grupos económicos son transnacionales y obedecen a una lógica empresaria que trasciende las fronteras de nuestro país.
También en la que los sindicatos no son correa de transmisión de las decisiones gubernamentales, donde hay pobreza y marginalidad, … En particular, donde la capacidad del Estado para influir en la actividad es considerable, pero en la que es un actor más donde hay otros agentes poderosos, y, sobre todo, sectores sociales diversos con ambiciones y expectativas muy distintas.
Es decir, la realidad económica de la inmensa mayoría de los países medianos como Argentina, incluyendo algunos que por su PBI por cápita son considerados «desarrollados», y que también abarca a bastantes países muy grandes. Como por ejemplo, tres de los BRICS: Brasil, India y Sudáfrica. Una economía normal en el siglo XXI, bah.
Ahora, el gobierno enfrenta esta realidad con lo que estimo una ventaja muy valiosa: no está supeditado por completo al favor de los mercados financieros – el elemento decisivo, todavía, en la economía global. Que condiciona, otro ejemplo, a los países europeos, y no sólo a ellos. Y una desventaja no muy obvia: hasta hace pocos años, le resultó fácil ignorarlos, y mostrar que le iba bien.
Bueno, ahora ya no le va tan bien. Y debe encontrar la forma de manejarse en este nuevo marco. No voy a discutir ahora cómo lo está haciendo. Asumo que tomó y tomará decisiones buenas y malas. Lo que me preocupa es que esa historia previa de éxito – éxito en la visión de sus partidarios y de él mismo, justificada por el ascenso de nivel de vida de las mayorías en estos años, que lo llevó a ser reelegido hace dos años con el 54 % de los votos – lo condiciona, inevitablemente.
No señalo triunfalismo en los kirchneristas, ciertamente. Los argentinos somos ciclotímicos en política, y a pesar de los esfuerzos de mi amigo Artemio, lo que noto es desconcierto y, en muchos, desaliento. Dejo de lado a los que veían en los gobiernos K una versión argentina del chavismo (lo mismo que lo acusaban sus enemigos). El chavismo, como el primer peronismo, tuvo su origen en un ejército dispuesto al menos en parte a apoyarlo, y además – condición imprescindible – tiene mucho petróleo, explotado por el Estado. Nunca fue una opción realista para el kirchnerismo, y si algo han sido Néstor y Cristina es realistas en política.
Lo que si me parece que se había incorporado en muchas conciencias K la convicción – como dije hace poco en el blog – que la experiencia iniciada en 2003 había descubierto, en una variante improvisada de un keynesianismo a la argentina, el estímulo al consumo, la fórmula de la Prosperidad Eterna. Los gobernantes – se ve siempre en política – tienden a aferrarse a las recetas que les dieron resultado. Y es inevitable, además, que estén influidos, aunque sea sutilmente, por las convicciones de sus partidarios.
No digo que esté enceguecido por sus propios discursos. Evidentemente, no. Está esforzándose en devaluar el peso y reducir la brecha entre el dólar legal y el ilegal, después de haber declarado que eran propuestas malvadas o delirantes de los opositores. Y – es necesario reconocerlo – trata de hacerlo sin caer en una devaluación brusca – el peor de los errores de los que perciben tarde un problema.
Por eso no es una alarma. Es sólo una preocupación, y a largo plazo. Tengo una razonable confianza en el manejo del gobierno de esa realidad económica que he descripto. Siempre dije del gobierno K que no come vidrio. Agrego que es así de los argentinos en general: acumulan bronca, por los cortes de luz, el aumento de los precios,… Tienen bastantes motivos. Pero saben que alguien tiene que gobernar, que éste es el que hay hasta el 2015. Y ahí verán si alguien les convence que lo hará mejor.
El peligro, para mí, es que los que apoyan a este gobierno, y los que lo cuestionan desde buenas intenciones – suman una inmensa mayoría, me parece – se desilusionen de la política. No es negativo que se ilusionen con lo que el tucumano Ricardo llama «alvearismo», o con lo que el marplatense Guido «conservadorismo popular»: son variantes que enfrentarán también esta economía «ochentista».
Lo grave sería que abandonen la idea de un cambio deliberado para mejor. Este gobierno tiene la responsabilidad histórica, entonces, de no chocar el barco. El experimento irresponsable de Menem fue hecho políticamente posible por el desastre económico de Alfonsín.
Volcada mi preocupación, me voy a seguir volcando los vasos. Termino el año dejándoles dos frases: una de Shakespeare y otra de autor anónimo: