Los peronistas que vienen – 2da. parte

octubre 26, 2019

 

Creo que vale la pena precisar algunos conceptos en este punto. Estoy escribiendo sobre la franja de dirigentes, operadores, militantes y hombres y mujeres comprometidos o al menos interesados en las políticas y las internas del peronismo. Lo que he llamado en este blog los «politizados». Es una minoría -menos, bastante menos del 10% de los que votan al peronismo. Y, más importante, es una minoría no representativa -socialmente- de las masas que son la realidad, la identidad del peronismo. Pero eso no significa que no son importantes: unos miles de ellos ocupan cargos cuando el peronismo gobierna, y los demás son parte de ese entorno social que condiciona o cuestiona lo que hará ese gobierno, o prometerá cuando es oposición.

Otra aclaración básica: en mi opinión, la distinción entre el kirchnerismo y el resto del peronismo no pasa por un supuesto clivaje progresismo / ortodoxia. Algunos sectores peronistas, no muy numerosos, se sienten sinceramente custodios de una doctrina. Otros la emplean como un garrote para golpear a los adversarios. El hecho es que, sinceros o no, cada sector (los K también) pone énfasis en algún aspecto de la doctrina y de su rica historia. La pasión reparadora de Evita, o su ferviente anticomunismo; el pragmatismo de Perón, o su coherencia filosófica; el hecho que siempre fue un militar y tenía orgullo de serlo, y sus críticas durísimas al «partido militar»; la 3ra. posición, el continentalismo, el nacionalismo, la identificación con la doctrina cristiana, hasta sus discursos hispanistas… Todo está integrado en un pensamiento expuesto en miles de páginas; pocos conductores políticos han escrito, y grabado, y expuesto en películas tanto como el General. Pero no contamos con una Iglesia que separe las versiones correctas de las deformaciones. Y si alguno trata de hacerlo, encuentra que los otros no lo toman en cuenta. Y menos aún los votantes del peronismo, que prefieren juzgar por los hechos, como recomendaba el Viejo y algún maestro anterior.

Expuesta mi opinión, reconozco que es discutible. Los que sostengan lo contrario, pueden decir que, estadísticamente, se encuentran muchos más progres entre los K que entre los «peronistas no K». Puedo contestar que eso es cierto para los muchos veteranos «cristinistas» que vienen de experiencias de izquierda o del viejo peronismo sindical «combativo»; a los jóvenes -o cuarentones- de La Cámpora los veo bastante pragmáticos… Se transforma en una larga discusión sobre percepciones personales. Prefiero enfocar desde lo que entiendo son las bases estructurales de las divisiones.

Una de ellas, acostumbro a insistir, la expuso Aristóteles hace 2500 años. El peronismo es un movimiento de masas con raíces sociales extendido por todo el país; no un partido de cuadros. Necesariamente, tiene liderazgos territoriales genuinos, y además estructuras sindicales poderosas. En su tradición, hay un respeto a la «conducción», y también una defensa dura de los intereses de su provincia, su municipio o su sindicato. El apoyo genuino y la base de poder del liderazgo nacional cuando existe se lo dan los de abajo. La realidad última del peronismo.

También, claro, apoyan incondicionalmente a ese liderazgo los que no tienen un poder propio – territorial o sindical o económico, o de algún tipo de organización – que defender. No es sorprendente que el kirchnerismo recién ahora empieza a construir territorial. Y en la P.B.A, donde Cristina suma la mayoría de los votos, hay una nueva generación de intendentes -ya no están los viejos «barones del conurbano» – y muy pocos, si alguno, ha surgido de Unidad Ciudadana. O de La Cámpora.

Un ejemplo interesante: los movimientos sociales, la fuerza de movilización más importante que tiene hoy el peronismo -los sindicatos brindan la organización y la logística, pero el número…- no tienen una dirigencia kirchnerista, por cierto. La adhesión más explícita a Cristina proviene de un dirigente -Juan Grabois- que no surgió de la interna peronista.

Quería apuntar todo esto, porque es la realidad cotidiana de la política. Pero también es su superficie. Los dirigentes, de cualquier nivel, lo son porque expresan, conducen, una estructura, en última instancia, un grupo humano. Las diferencias en el peronismo, en la coalición que mañana concurrirá a las urnas como Frente de Todos, son diferencias en el conjunto de sus votantes.

Esto no es nuevo. Electoralmente, y socialmente, las bases del peronismo han sido desde 1946 y por largas décadas, la clase obrera de los suburbios industriales y las clases humildes de las provincias pobres. Todavía perdura mucho de eso hoy, que la clase obrera es una realidad muy distinta de la de 70 años atrás. Aún de 30 años atrás.

Pero en esa Argentina la sociedad estaba mucho menos «segmentada», para usar la jerga actual, en su realidad y en su conciencia. Podía hablarse, y hacer política, desde un Pueblo unido en torno a una doctrina y una conducción, enfrentado a una oligarquía. Igualmente, a Perón nunca se le ocurrió prescindir de las instituciones democráticas; sabía que el radicalismo en aquel momento expresaba a la otra parte de la Argentina -¿un 40%?- que no aceptaba al peronismo. Quería seguirle ganando con los votos, pero no se le ocurrió que iba a dejar de existir.

Siempre en mi opinión -esto es un posteo, después de todo- el posterior intento teórico de Laclau, del «populismo», articular las distintas, y a veces contradictorias, demandas de sectores y grupos muy distintos fue un intento -fallido- de proponer en principio a la izquierda europea un sujeto histórico, el pueblo, que reemplazara a la clase obrera de la concepción marxista, que evidentemente ya no existía en Europa.

Resumiendo, porque esto se ha hecho mucho más largo de lo que yo quería: el pueblo argentino, aún el sector mayoritario que estimo votará mañana al Frente de Todos, está dividido por realidades y aspiraciones diferentes. Invito a leer Los procesos nacional populares frente a la clase media de Ernesto Villanueva, y este reportaje al jesuíta Zarazaga, que con enfoques distintos encaran este tema.

Pero reivindico a Fabián Rodríguez, cristinista si los hay, que, mucho antes, en 2010, describió al votante del conurbano bonaerense que iba a ser la base del proyecto político de Sergio Massa, el desafío más importante que encontró el kirchnerismo dentro del peronismo (El de De la Sota estaba condicionado por el localismo cordobés. Y en el sindicalismo… ni siquiera Moyano pudo armar una propuesta política con votos).

Ahora a Massa lo tenemos en el FdT, y a parte del cordobesismo también, gracias a la candidatura de Alberto Fernández (y a la imprescindible colaboración de las políticas de Macri).

Ese votante -un meritócrata mucho más genuino que los hijos vagos de los millonarios- lo necesitamos para ganar… y para gobernar un país sin «pobreza estructural». Un nombre pedante para denominar a los excluidos sin horizonte.

Ese es el desafío para el altamente probable gobierno que presidirá Alberto F. Pero no voy a ponerme a postear de eso ahora, por Dios!  «No hay que ponerse la piel del oso antes de cazarlo«. Ni la del gato.

Termino entonces con un reconocimiento justo y necesario a Cristina Fernández. Como hombre de una generación, la de los ’70 -fines de los ´60, en mi caso- cuya incorporación a la política y a la militancia peronista terminó en una tragedia colectiva, puedo apreciar su contribución a que parte muy considerable de una nueva generación haya ganado protagonismo sin violencia y sin rupturas irreparables. Merece el agradecimiento de todos los argentinos, también de los que no son peronistas.


Los peronistas que vienen

octubre 25, 2019

El título de este posteo está inspirado, claro, por el viejo libro (1995) de Antonio Cafiero «El peronismo que viene». Como título fue un hallazgo, porque el peronismo siempre está viniendo. Como todas las cosas que viven. Pero puse «peronistas que vienen«, porque de eso es lo que me animo a escribir ahora. El peronismo tiene una doctrina -más mencionada que observada-, una identidad muy fuerte, hasta con su propia estética, y aparatos políticos sólidos y perdurables. Pero que aspecto tomará y qué políticas llevará a cabo en la inminente 3° década de este siglo… eso lo decidirá lo que hagan y sientan, dentro de los límites que impone la realidad, los millones de compatriotas que se identifican con él y lo votan.

A lo concreto: hace poco escribí «Los peronistas que vinieron«, comentando un artículo de Ezequiel Meler. Con algunos matices, compartí su juicio sobre el peso, la centralidad de la experiencia kirchnerista -2003/15- en la formación del peronismo actual.

Agregué (repetí, porque es algo que vengo manteniendo desde hace largos años) «la etapa Kirchner -los gobiernos de Néstor y Cristina- incorporó a la militancia política en el peronismo una nueva generación. Una generación que expresa, necesariamente, los cambios demográficos, sociales y culturales, que hubo, hay, en el mundo y en la Argentina«.

«Con “generación” no estoy hablando de un segmento de edad. Me refiere a un grupo humano numeroso que se compromete con la política de su país, y que encontró (en este caso) en el peronismo kirchnerista el pensamiento y la pasión que los convoca. Entre ellos hay quienes habían votado al Frepaso en los ´90, o (Dios los perdone) a Carrió a comienzos del siglo; la mayoría no había votado a nadie, estos sí por razones de edad«.

Ahora, si hay algo que esta campaña ha hecho evidente -a partir de la decisión de Cristina Kirchner de proponer a Alberto Fernández para la candidatura presidencial- es que la unidad del peronismo, necesaria para el triunfo electoral incorpora una presencia decisiva de peronistas a los que se podía llamar también»kirchneristas» porque acompañaron esa experiencia -algunos en cargos muy importantes- pero que no se incluyen, en el discurso o en la práctica, en ese sector que lidera Cristina.

Al pertenecer a mi generación (cronológica), nunca me fue difícil reconocer la existencia de «peronistas no K». Lo usual era que discutiera con ellos para tratar que reconociesen que el «kirchnerismo» era una forma actual y vital del peronismo (El uso del peronómetro es una vieja costumbre en el Movimiento, del ´45 acá). Pero, bueno, como los K hoy son la porción más dinámica de la actual coalición, al contar con un liderazgo nacional, empiezo con la descripción de ellos.

Es adecuada la síntesis que hizo hace poco quien lo conduce, Cristina, «nacional, popular, democrático y feminista«. Valores tradicionales en el pueblo argentino, combinados con sensibilidad a preocupaciones actuales, en un lenguaje que que no se esfuerza en repetir el discurso peronista tradicional. Su expresión política más fiel ha sido la experiencia de Unidad Ciudadana. Los otros sectores peronistas, antes de la recientísima unidad, y -por supuesto- los no peronistas, que siempre se sintieron autorizados a definir qué era y qué no era el peronismo, lo acusaban de clasemediero, progre y hasta «social demócrata», que era un término de oprobio algunas décadas atrás.

No es que esas acusaciones no tuvieran base. Pero… chocaban, chocan con un hecho muy testarudo: los sectores más humildes de la sociedad, el voto más duro y más identitario del peronismo, se identifican con el liderazgo de Cristina Kirchner. En un estilo muy peronista, la quieren.

Esto no cancela el otro hecho: que la dirigencia kirchnerista sí es mayoritariamente clase mediera, y le cuesta organizar a los de abajo, por más que tengan los mejores sentimientos hacia ellos. Un ejemplo elocuente se ve en el caso del Movimiento Evita, la maquinaria política más eficaz entre los movimientos sociales. Cuando sus dirigentes dejaron a un lado el liderazgo de CFK, y exploraron alianzas con otras figuras, hubo un fuerte descontento en la mayor parte de sus bases. Pero el kirchnerismo no fue capaz de aprovechar ese malestar para crear estructuras con un poder comparable.

En general, la dirigencia K no ha mostrado la capacidad de construir poder con los de abajo -salvo Cristina, desde ese liderazgo personal- que sí tienen los peronistas tradicionales y hasta los conservadores, como demostró el PRO porteño.

Tiene que ver con la historia (reciente). Néstor Kirchner, un gobernador peronista con un olfato y una garra política excepcionales, percibió que la derrota de 1999 -el fue el jefe de campaña de Duhalde cuando lo derrotó la Alianza- se debía a que al tradicional adversario, la UCR, se había sumado el centro izquierda del Frepaso (construido por una dirigencia de origen peronista). Se dio cuenta también de algo menos coyuntural: que la experiencia menemista había vaciado al peronismo de sus banderas tradicionales y de su mística, dejando solo aparatos territoriales y un movimiento obrero debilitado.

Su decisión de sumar al progresismo no gorila y a sus valores -no sólo a ellos, pero con preferencia- fue una experiencia política muy exitosa. Le dio a la Argentina algo más de 12 años de continuidad en el Estado y en las políticas.

Nada es para siempre, como se comprobó en 2015. Pero en el camino sucedió algo más importante. A partir de 2008 y del conflicto con las patronales rurales, apareció una nueva militancia kirchnerista, una nueva mística, una nueva identidad peronista.

Una aclaración tal vez necesaria: si revisan los posteos de este blog de ese año -ver en la columna de la derecha- verán que yo consideré ese conflicto como un grave error estratégico. Enfrentar frontalmente desde el gobierno al sector que produce las divisas que necesita el país, lo más similar que la Argentina cuenta -por su realidad productiva, no por sus opiniones- a la legendaria «burguesía nacional»… Pero uno debería saber que la Historia no toma en cuenta los juicios de los analistas. La «pelea de la 125» dejó como consecuencia una nueva militancia, una nueva identidad política. Que ha resultado en (la mayoría de) la actual dirigencia K.

Y, vale mencionarlo, no resultó en una nueva identidad opositora, un «vandorismo agrario», o un radicalismo rejuvenecido.Pero eso es al margen.

Una aclaración más importante: como dije, esto es historia, que echa luz sobre el presente, pero no es el presente. El peronismo es un país de inmigración -como la Argentina- y tiene su excepcional capacidad para integrar a los que se suman. Experiencias previas en Nuevo Encuentro, o antes, en el Frepaso, son tan relevantes y tan poco, como tres décadas atrás en la Ucedé o en el Partido Intransigente, o mucho antes todavía, en la UCR Junta Renovadora, el anarcosindicalismo o el nacionalismo militar. Salvo unas pocas personalidades de gran fuerza intelectual, al cabo de unos años son indistinguibles de otros peronistas, para bien o para mal. Eso sí, en conjuntos de origen similar, se notan algunas características, como las que hice referencia arriba.

Sin embargo, hay una característica que la militancia K -no tanto la dirigencia- comparte con la de todos los otros sectores del peronismo: la gran mayoría están convencidos que ellos son el peronismo, y los otros no lo son «de verdad» o -si se sienten benévolos- piensan que se trata de compañeros confundidos.

La unidad, lamento decirlo, no ha cambiado esto, salvo en lo de mantener los buenos modales en público -lo que es importante, por supuesto. Su producción intelectual, y sus propuestas -cuando las hay- son muy variadas, pero no aparece, salvo algunos casos excepcionales, el reconocimiento de la existencia y la legitimidad de otras vertientes del peronismo.

Para citar un ejemplo: un colega bloguero, muy inteligente, y con gran repercusión en esa militancia, se pasó los últimos años declarando la caducidad de la previa unidad histórica que se expresaba el PJ  y sus estructuras, y la necesidad de una nueva unidad histórica. Mis observaciones a propósito de que un frente de lacanianos y cookistas no serviría para ganar ni en la Facultad de Psicología cayeron en saco roto.

Esto sería un mal augurio para la imprescindible perduración de la actual unidad. Pero hay un hecho que tranquiliza. La dirigencia kirchnerista hizo un curso acelerado de política, en la única escuela que sirve: el llano. Y su conducción, Cristina Kirchner, ha mostrado una prudencia y lucidez excepcionales en ese nivel, donde aún los mejores se marean. Evaluó, estimo, que si ella era la candidata presidencial, tal vez se podía ganar -los números de las encuestas, hasta donde sirven, así lo indicaban, después del deterioro de Macri en 2018. Pero sería mucho más difícil gobernar.

Y entregó la candidatura presidencial, con lo que ese cargo significa en el peronismo, en la Argentina, a un hombre de fuera del kirchnerismo, entendido como el sector incondicional a su liderazgo. Una jugada brillante, y seguramente original. La originalidad no es garantía de éxito, pero en este caso ha funcionado muy bien. La unidad lograda lo muestra.

Ahora, corresponde que escriba de esas otras identidades peronistas (No es una sola, por cierto). Pero es más difícil y estoy cansado. Espero poder hacerlo antes del domingo.

(Continuará)


«¿Hasta cuánto puede subir el dólar?»

octubre 18, 2019

Esta preocupada (y breve) reflexión fue publicada hoy en AgendAR. Entonces, hay una pregunta anterior a la del título ¿por qué subirla al blog? La respuesta está en un par de párrafos que agrego al final.

ooooo

Ésta es una pregunta que los argentinos nos hacemos cada tanto. En este último año y medio de Macri, más a menudo. Ayer el precio del dólar «oficial» estuvo contenido, gracias a las ventas que hicieron el Banco Central y el Nación, pero el dólar «blue» o paralelo se disparó un 4,6% y llegó a un nuevo récord: $ 67,50.

Así, la brecha entre las dos cotizaciones minoristas es la más alta desde 2015. Ya el chiquitaje especulador trata de comprar en el oficial para vender en el paralelo; una operación que la llaman «puré».

Pero esa es una anécdota de la picaresca local. El problema grave, muy grave, es que el precio del dólar es un factor clave en los precios de todo. Lo que los argentinos consumimos tiene un porcentaje muy alto de importado. No solamente los insumos directos -que son muchos en los productos industriales, y en los fertilizantes, herbicidas y semillas que usa el agro. También hay que tener en cuenta que en los costos del transporte se incluyen la parte de los combustibles y los repuestos que se importan.

Si tomamos en cuenta eso, la carga -siempre en divisas- de las patentes y los reaseguros es sólo un factor más. Frente a ese cuadro, las retenciones a la exportación -que seguramente serán necesarias para cubrir el déficit fiscal -el FMI ya se encargó de remarcarlo- no contendrán el precio local. Ni siquiera, el de lo que se exporta.

Entonces, la suba del dólar provoca inflación. No es un análisis teórico. Es un dato de la realidad que comprobamos todos los días los argentinos. Entonces, la pregunta del comienzo: ¿Hasta cuánto puede subir el dólar?

La respuesta, lo lamentamos, es: indefinidamente.

Corresponden algunas precisiones: el dólar «blue» no es el que se usa en las transacciones que realmente importan en la economía: las importaciones y las exportaciones. Ahí rige el dólar «oficial», el que se transfiere en forma abierta a través del sistema bancario. (Por eso fue un engaño o una gigantesca estupidez la afirmación que se hizo al comienzo de este gobierno: que la devaluación no iba a afectar a los precios porque «todo el mundo» ya se guiaba por el paralelo).

Ese precio «oficial», alrededor de $ 60, hoy no está «atrasado» en relación a los otros precios de la economía argentina. Los funcionarios del gobierno y los economistas de la principal oposición coinciden en eso. Y tienen razón.

Pero ése no es el único elemento que determina el precio del dólar. Están las expectativas. Basadas en una experiencia argentina de décadas, en los momentos de crisis nuestros compatriotas tratan de comprar dólares, huyen del peso porque creen que el dólar va a subir. Es decir, que el peso se va a devaluar.

Es una profecía autocumplida. El ahorrista, el especulador, el empresario que necesita cubrir los futuros costos de sus insumos, están dispuestos a pagar el dólar a un precio «caro», porque creen -se lo dice la experiencia- que los precios de todos los otros productos seguirán subiendo, y en semanas o meses el valor al que lo compró parecerá «barato».

¿Hay excepciones a esto? Sí. Se llama «overshooting», cuando el valor local de una divisa extranjera sube demasiado en relación a los otros valores de la economía y retrocede. Los que lo compraron a un precio demasiado alto sufren una pérdida.

La última vez que eso sucedió entre nosotros fue a comienzos del 2002, con la Gran Devaluación. El dólar llegó por algunas semanas a $ 4, y tuvo que bajar a $ 3, valor en el que se mantuvo por un largo tiempo. Pero eso fue consecuencia de la brutal recesión que estalló en 2001. También había sucedido algo parecido 10 años antes, en los primeros meses de 1991, cuando se iba a implantar la convertibilidad.

Nadie, o casi nadie, quiere una experiencia como aquellas: tuvieron un costo terrible para nuestro pueblo. Pero para evitarlas es necesario tener claro que el problema no es la suba del precio del dólar, sino el peso que se devalúa. La necesidad impostergable, no sólo para poner en marcha la economía, también para gobernar la Argentina, es detener la inflación inercial desatada, en la cual el precio de todo sube porque todos los otros precios suben. Incluso el del dólar.»

A. B. F.

ooooo

Subo esta nota en un muy politizado blog, no para aportar mis dudosos conocimientos de económía a la discusión. Los equipos del Frente de Todos tienen economistas de sobra para armar un plan antiinflacionario. Pero creo que es necesario llegar a la convicción política de la necesidad de hacerlo.

Está bien, la realidad lo grita mucho más fuerte de lo que puedo hacer yo. Pero… a los argentinos, los latinos en general, las ideologías a menudo nos dejan sordos. La iglesia de Friedman, coautora del actual desastre, repite obsesivamente su dogma más sagrado «La inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario» y los que no comulgan con esa secta proclaman «La inflación es multicausal». Ese apasionado debate teológico hasta puede hacernos olvidar de la necesidad de detenerla.


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