Creo que vale la pena precisar algunos conceptos en este punto. Estoy escribiendo sobre la franja de dirigentes, operadores, militantes y hombres y mujeres comprometidos o al menos interesados en las políticas y las internas del peronismo. Lo que he llamado en este blog los «politizados». Es una minoría -menos, bastante menos del 10% de los que votan al peronismo. Y, más importante, es una minoría no representativa -socialmente- de las masas que son la realidad, la identidad del peronismo. Pero eso no significa que no son importantes: unos miles de ellos ocupan cargos cuando el peronismo gobierna, y los demás son parte de ese entorno social que condiciona o cuestiona lo que hará ese gobierno, o prometerá cuando es oposición.
Otra aclaración básica: en mi opinión, la distinción entre el kirchnerismo y el resto del peronismo no pasa por un supuesto clivaje progresismo / ortodoxia. Algunos sectores peronistas, no muy numerosos, se sienten sinceramente custodios de una doctrina. Otros la emplean como un garrote para golpear a los adversarios. El hecho es que, sinceros o no, cada sector (los K también) pone énfasis en algún aspecto de la doctrina y de su rica historia. La pasión reparadora de Evita, o su ferviente anticomunismo; el pragmatismo de Perón, o su coherencia filosófica; el hecho que siempre fue un militar y tenía orgullo de serlo, y sus críticas durísimas al «partido militar»; la 3ra. posición, el continentalismo, el nacionalismo, la identificación con la doctrina cristiana, hasta sus discursos hispanistas… Todo está integrado en un pensamiento expuesto en miles de páginas; pocos conductores políticos han escrito, y grabado, y expuesto en películas tanto como el General. Pero no contamos con una Iglesia que separe las versiones correctas de las deformaciones. Y si alguno trata de hacerlo, encuentra que los otros no lo toman en cuenta. Y menos aún los votantes del peronismo, que prefieren juzgar por los hechos, como recomendaba el Viejo y algún maestro anterior.
Expuesta mi opinión, reconozco que es discutible. Los que sostengan lo contrario, pueden decir que, estadísticamente, se encuentran muchos más progres entre los K que entre los «peronistas no K». Puedo contestar que eso es cierto para los muchos veteranos «cristinistas» que vienen de experiencias de izquierda o del viejo peronismo sindical «combativo»; a los jóvenes -o cuarentones- de La Cámpora los veo bastante pragmáticos… Se transforma en una larga discusión sobre percepciones personales. Prefiero enfocar desde lo que entiendo son las bases estructurales de las divisiones.
Una de ellas, acostumbro a insistir, la expuso Aristóteles hace 2500 años. El peronismo es un movimiento de masas con raíces sociales extendido por todo el país; no un partido de cuadros. Necesariamente, tiene liderazgos territoriales genuinos, y además estructuras sindicales poderosas. En su tradición, hay un respeto a la «conducción», y también una defensa dura de los intereses de su provincia, su municipio o su sindicato. El apoyo genuino y la base de poder del liderazgo nacional cuando existe se lo dan los de abajo. La realidad última del peronismo.
También, claro, apoyan incondicionalmente a ese liderazgo los que no tienen un poder propio – territorial o sindical o económico, o de algún tipo de organización – que defender. No es sorprendente que el kirchnerismo recién ahora empieza a construir territorial. Y en la P.B.A, donde Cristina suma la mayoría de los votos, hay una nueva generación de intendentes -ya no están los viejos «barones del conurbano» – y muy pocos, si alguno, ha surgido de Unidad Ciudadana. O de La Cámpora.
Un ejemplo interesante: los movimientos sociales, la fuerza de movilización más importante que tiene hoy el peronismo -los sindicatos brindan la organización y la logística, pero el número…- no tienen una dirigencia kirchnerista, por cierto. La adhesión más explícita a Cristina proviene de un dirigente -Juan Grabois- que no surgió de la interna peronista.
Quería apuntar todo esto, porque es la realidad cotidiana de la política. Pero también es su superficie. Los dirigentes, de cualquier nivel, lo son porque expresan, conducen, una estructura, en última instancia, un grupo humano. Las diferencias en el peronismo, en la coalición que mañana concurrirá a las urnas como Frente de Todos, son diferencias en el conjunto de sus votantes.
Esto no es nuevo. Electoralmente, y socialmente, las bases del peronismo han sido desde 1946 y por largas décadas, la clase obrera de los suburbios industriales y las clases humildes de las provincias pobres. Todavía perdura mucho de eso hoy, que la clase obrera es una realidad muy distinta de la de 70 años atrás. Aún de 30 años atrás.
Pero en esa Argentina la sociedad estaba mucho menos «segmentada», para usar la jerga actual, en su realidad y en su conciencia. Podía hablarse, y hacer política, desde un Pueblo unido en torno a una doctrina y una conducción, enfrentado a una oligarquía. Igualmente, a Perón nunca se le ocurrió prescindir de las instituciones democráticas; sabía que el radicalismo en aquel momento expresaba a la otra parte de la Argentina -¿un 40%?- que no aceptaba al peronismo. Quería seguirle ganando con los votos, pero no se le ocurrió que iba a dejar de existir.
Siempre en mi opinión -esto es un posteo, después de todo- el posterior intento teórico de Laclau, del «populismo», articular las distintas, y a veces contradictorias, demandas de sectores y grupos muy distintos fue un intento -fallido- de proponer en principio a la izquierda europea un sujeto histórico, el pueblo, que reemplazara a la clase obrera de la concepción marxista, que evidentemente ya no existía en Europa.
Resumiendo, porque esto se ha hecho mucho más largo de lo que yo quería: el pueblo argentino, aún el sector mayoritario que estimo votará mañana al Frente de Todos, está dividido por realidades y aspiraciones diferentes. Invito a leer Los procesos nacional populares frente a la clase media de Ernesto Villanueva, y este reportaje al jesuíta Zarazaga, que con enfoques distintos encaran este tema.
Pero reivindico a Fabián Rodríguez, cristinista si los hay, que, mucho antes, en 2010, describió al votante del conurbano bonaerense que iba a ser la base del proyecto político de Sergio Massa, el desafío más importante que encontró el kirchnerismo dentro del peronismo (El de De la Sota estaba condicionado por el localismo cordobés. Y en el sindicalismo… ni siquiera Moyano pudo armar una propuesta política con votos).
Ahora a Massa lo tenemos en el FdT, y a parte del cordobesismo también, gracias a la candidatura de Alberto Fernández (y a la imprescindible colaboración de las políticas de Macri).
Ese votante -un meritócrata mucho más genuino que los hijos vagos de los millonarios- lo necesitamos para ganar… y para gobernar un país sin «pobreza estructural». Un nombre pedante para denominar a los excluidos sin horizonte.
Ese es el desafío para el altamente probable gobierno que presidirá Alberto F. Pero no voy a ponerme a postear de eso ahora, por Dios! «No hay que ponerse la piel del oso antes de cazarlo«. Ni la del gato.
Termino entonces con un reconocimiento justo y necesario a Cristina Fernández. Como hombre de una generación, la de los ’70 -fines de los ´60, en mi caso- cuya incorporación a la política y a la militancia peronista terminó en una tragedia colectiva, puedo apreciar su contribución a que parte muy considerable de una nueva generación haya ganado protagonismo sin violencia y sin rupturas irreparables. Merece el agradecimiento de todos los argentinos, también de los que no son peronistas.