Termino, aprovechando el feriado largo, este «informe especial» que preparó Daniel Arias. Si no lo hicieron, lean la 1° y la 2° parte antes. Más adelante, veré como se integra con lo que se ha publicado en el blog en la categoría Ciencia y técnica, y en particular como Argentina Nuclear. Son campos muy vinculados, y en nuestro país ha tenido roles claves la misma gente.

Centro Tecnológico Pilcaniyeu hoy, escondido a plena vista en medio de la meseta rionegrina
No bien hubo cerrado la CNIE (Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales), la Cancillería tuvo que poner algún sello que ocupara su lugar, al que llamó CONAE, y lo hizo con un abogado como presidente. ¡Genial! El tipo odiaba ese destino de castigo y lo que sabía de asuntos espaciales cabía detrás de una estampilla y sobraba lugar. Lo entrevisté para Clarín con auténtica curiosidad, pero no me dejaron publicar nada al respecto. Aunque si como dicen en las facultades de Comunicación Social, hay artículo no cuando un perro muerde a un hombre sino cuando un hombre muerde a un perro, eso de crear una agencia espacial PARA NO HACER UN COHETE era noticia de aquí a la China.
Pasaron los meses y llegó a la CONAE un director más publicable: el astrónomo Jorge Sahade, quien empezó a explorar la posibilidad de que la agencia al menos sirviera para ir aprendiendo ingeniería satelital. Para ello, y como era astrónomo, desenterró los polvorientos planos y especificaciones del SAC-B. Nadie esperaba en el gobierno que de allí surgiera algo de importancia real. Y yo tampoco.
Sahade se fue rápido. En su lugar, inesperadamente para todo el mundo, apareció una figura que debió causar un repeluz en «La Embajada»: sí señor, el mentado Franco Varotto, ex Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), fundador de INVAP, y la persona que entre 1978 y 1982 recibió el mandato de diseñar y poner en línea una planta secreta de enriquecimiento de uranio, porque el proveedor (EEUU) había interrumpido su suministro a la Argentina. Eso merece aclaraciones.
Van las aclaraciones
Ese embargo de uranio tiene su historia. En 1978, el presidente Jimmy Carter adujo que «hacernos corralito» con el uranio enriquecido era un merecido castigo a la bárbara cacería humana desatada por El Proceso. Pero don Jimmy, antes de presidente de la Gran Democracia del Norte, había sido ingeniero nuclear de la US Navy y no se chupaba el dedo: la CNEA acababa de incurrir en la afrenta de exportar dos reactores nucleares a Perú, el RP-0 y el RP-10, infringiendo lo que los yanquis consideraban un mercado reservado para sus mayores empresas nucleares: General Electric, Westinghouse y Babcock & Wilcox.
Ya bastante había jodido la Argentina los intereses de las mismas cuando optó, en el lejano 1967, por hacer centrales núcleoeléctricas de uranio natural, primero con la KWU de la República Federal Alemana, y luego con Canadá. Eran y son menos eficientes que las de uranio de bajo enriquecimiento, pero volvieron al país menos apretable. Si comprábamos cualquier central de uranio de bajo enriquecimiento y los EEUU nos organizaban un embargo mundial de ese combustible, aquí nos matábamos a apagones masivos. Esto lo entendió hasta Onganía, que no era exactamente un “yankee hater”.
Pero con los reactores (que no son centrales) la cosa es distinta: necesitan enriquecido, sea al 90% «como los de antes» o el 20% que es norma de hoy. Los varios reactores que teníamos operativos en 1978 no producían electricidad sino cosas más intangibles para la población de a pie, como capacitar ingenieros y químicos nucleares, y fabricar materiales especiales para la industria nuclear, aeronáutica y electrónica, que teníamos las tres.
Sin embargo, impuesto el embargo, en la Argentina ya estaba funcionando desde hacía 5 años el único reactor de la región que producía radioisótopos para medicina nuclear. De modo que sin combustible yanqui –ni ruso, ni francés, ni inglés- se quedaban sin diagnóstico y/o tratamiento algunos miles de cardíacos y cancerosos, no incluidos por Carter en su defensa de los derechos humanos.
Crudamente, el mejor castigo posible -tanto para la Argentina como para Perú, por hacer comercio nuclear Sur-Sur, era dejarnos sin combustible, a nosotros por venderles reactores y a ellos por comprarnos. Y que el resto de la región entendiera el mensaje.
Ante la situación, el complejo y todavía debatido almirante Eduardo Castro Madero, entonces presidente de la CNEA, decidió arriesgarse y en secreto diseñar y construir esa planta mínima que fue Pilcaniyeu. Para lo cual le dio mandato al mencionado y entonces joven Varotto, su director estrella de proyectos raros.
Y Varotto ubicó la planta en Pilcaniyeu, población 800 habitantes, en medio de la nada de la estepa rionegrina pero a tiro de Bariloche, porque parte de la logística de componentes pesados se podía hacer usando la línea del Ferrocarril Roca Baires-Bariloche. Y sagaz, la diseñó deliberadamente chica y de tecnología atrasada, para dificultar la detección de compras de insumos críticos importados por parte de la CIA. Pero también para que una vez detectada –y era inevitable que sucediera- quedara claro con una simple foto satelital que era una instalación demasiado chica y obsoleta como para enriquecer uranio al 90%, es decir «grado bomba».
El cálculo político de Castro Madero y Varotto era: «Cuando descubran que ya tenemos la tecnología, aunque enriquecer uranio nos resulte carísimo, van a recular en chancletas con tal de que no ampliemos la planta«. Y sucedió tal cual. El embargo se terminó, y desde entonces INVAP, capacitado para vender caballos con pasto y todo, se volvió el proveedor más exitoso de pequeños reactores nucleares de investigación del mercado mundial. Posición hoy en peligro y amenazada por Corea del Sur y Rusia, pero todavía real y defendible.
Los que sufrieron represalias económicas graves por aquella audacia, en tiempos de Alfonsín, y luego aún más graves, en tiempos de Menem y De la Rúa, fueron la CNEA e INVAP. Esta última empresa, falta totalmente de pedidos por parte de la CNEA, cuyo presupuesto Alfonsín bajó a la mitad del de 1983, se las tuvo que arreglar a pura exportación en un mercado inmensamente monopólico y contra competidores como los EEUU, Canadá, Francia, la URSS, Japón y siguen las firmas. Pero salió triunfante, porque la opción era cerrar y tenía buenos fierros para vender. Claro que en el 1991 tuvo que echar a 700 de sus 1200 empleados, el 90% de los cuales eran profesionales y técnicos de alta graduación. ¿Y adivinan quién fue el echado número uno, aquel año? Sí, adivinaron.
Lo que sigue es largo para contarlo, pero lo resumo: en 1994 y con Menem todavía practicando la profesión de vendepatria con entusiasmo de inventor, vuelve Varotto a escena y nada menos que para dirigir la CONAE. ¡Y además seguía en su puesto Di Tella, el carnal! Varotto se sienta en su nuevo y austero trono de Paseo Colón 751, se acomoda los anteojos (una barricada de vidrio), y tranquiliza al embajador James Cheek haciendo sociedad con la NASA y poniendo a la CONAE bajo la tutela de la mismísima Cancillería. Para mostrar más inocencia, en materia de tecnologías duales, faltaba que se vistiera de boy scout, o se pusiera la camiseta de cuervo (Cheek era fanático de San Lorenzo).
Pero Varotto es Varotto
No bien lo fui a ver a su nuevo despacho, me adelantó: «Sí, Arias, vamos a hacer un montonazo de satélites con la NASA, y con los europeos que se quieran prender, y con Italia no te cuento. Pero de astronomía, olvidate. Damos vuelta todo satélite futuro de la CONAE. De ahora en más, miran para abajo. Van a ser de observación de la Tierra, y vamos a desarrollar toda una tecnología propia de sensores que suministre información útil al campo, a la industria y al gobierno del país. Cosa que no lográs, por motivos técnicos de órbitas, tasas de revisita y de apuntamiento de cámaras, con los satélites de ajenos«.
Ya me empezaba a gustar lo que oía. El regreso de un fierrero. Aunque me parecía mucho para una agencia espacial de… ¿Sesenta personas?
«Además –siguió El Petiso-, con esto de reflotar el SAC-B del CONICET, donde dormía, estamos aprendiendo un toco de ingeniería satelital de la NASA. Y de paso y cañazo, salvamos a INVAP –que está absorbiendo todo este know-how nuevo- de desaparecer, al menos este año. Porque el contrato de diseño y construcción del satélite se lo doy a ellos, y son 15 palos verdes«.
Me quedé mudo. INVAP acababa de cobrar la construcción del reactor ETRR de Inshas, Egipto. Australia, que andaba necesitando un aparato aún más complejo, era una posibilidad lejana, más o menos como la de tomarse un cafecito con Claudia Schiffer, y nuevamente la firma barilochense estaba a punto de quebrar, por falta de clientes. Esos 15 palos en buenas manos no iban a ser un salvavidas, sino una tabla de windsurf. Con Héctor «Cacho» Otheguy a cargo, formado por Varotto y de yapa tipo habilísimo para negocios, quién te dice… capaz que los barilochenses se salvaban y todo. Ayudados por el mismo tipo que habían echado hacía no mucho. Y que venía a ser su fundador. ¿O refundador? Me sentí un poco mareado.
Y entonces Varotto miró la hora, dio por terminada la entrevista, me hizo señales de que me rajara, y cuando yo ya estaba cruzando la puerta, añadió, «medio desganado de guapo», como dice Borges: «Ah, me olvidaba, Arias. También vamos a hacer un cohete«.
Eso, dicho desde el timón de la primera agencia espacial del mundo fundada para no hacer un cohete.
Naturalmente, mientras me tomaba el bondi para escribir todo esto en Clarín, donde no me creerían ni una palabra, pensé que «El Petiso», que así lo llaman injustamente por tener más o menos mi estatura, se había vuelto loco.
Eso fue en 1994, hace 22 años. Hoy El Petiso y yo estamos más viejos y no sé si menos locos. Pero el tipo dijo en pleno menemato que iba a hacer un cohete y lo está haciendo. Con combustibles líquidos, y un grado de sofisticación muy superior al del VLS brasileño en el momento fatal de 2003, cuando estalló, y mató a todos aquellos expertos, y ese programa de los vecinos -que venía avanzando a todo vapor-, empezó a frenarse silenciosamente.
¿Macri va a dejar que Varotto llegue al primer prototipo del Tronador II, capaz de fabricarse en serie y poner 250 kg. en órbitas de entre 400 y 1000 km. de altura? ¿Va a dejar que la Argentina tenga una flota propia de satélites chicos SARE funcionando «en red» para observación del territorio propio y cosas más espinosas, como vigilar el Mar Argentino? Desafiar así la división mundial del trabajo no está en los genes del presidente.
Pero tampoco lo está el matar por decreto, y menos antes de las legislativas de 2017, un proyecto que es casi icónico de nuestra relativa independencia tecnológica. Y que, bien mirado, después de todo, tiene varios modos «naturales» de morirse solo.
El modo institucional ya está logrado: Macri disolvió el ministerio que venía fogoneando los proyectos de CONAE, el de Planificación, por donde corría plata como agua por el Paraná, aunque sin mojar mucho la CONAE. Pero de esa vista privilegiada al río la agencia espacial argentina pasó al secano del Ministerio de Ciencia, que sigue dirigido por Lino Barañao, como en sus recientemente extintos años de gloria.
Pero este es otro MinCyt y un Lino Barañao versión 2.0, si las apariencias y números no engañan. Se banca en silencio la cancelación de proyectos críticos y reducciones salvajes de presupuesto. En la Nueva Pobreza Científica del MinCyt la gloria académica se respeta y nadie manda a los investigadores a lavar los platos. Tampoco al MinCyt se lo degrada del rango ministerial, porque sería políticamente incorrecto.
Pero la CONAE allí debe competir con el CONICET, que pisa fuerte, devora harto presupuesto, y si no es dueño de casa al menos llegó décadas antes a la mesa. “Jamás hemos sido tan bien comprendidos como en este ministerio, pero no pínta ni un mango”, como me dijo un contacto reservado, el doctor Whatzis Name. Poner tecnólogos a vegetar es un modo elegante de que no generen ideas o fierros o biotecnologías urticantes. ¿Para qué desarrollar cosas que siempre es mejor comprar al Norte del ecuador, donde por alguna causa se generan solas?
El otro modo de matar este cohete al cuete (el Tronador II en mirada macrista) es dejar que a Varotto le fracase alguno de los prototipos en el otrora largo camino hacia el Tronador II definitivo. Puede suceder, cómo no. Ya pifió en plataforma uno de los cuatro versiones “mini” anteriores. Un nuevo fiasco daría la excusa para discontinuar a bajo costo político todo el proyecto, especialmente cuando haya pasado la turbonada electoral de 2017. Varotto, que no tiene un pelo de gil, ya acortó la vía hacia el Tronador II. De este Vex 5 se pasa al Tronador definitivo sin etapas intermedias, para llegar antes y sin plata. Queda claro que también con mayor riesgo.
Los malditos cohetes son bichos difíciles de desarrollar. Bien lo sabía el tierno padrecito Werner von Braun, que mientras le vendía la bomba voladora V-2 al generalato de la Luftwaffe, acuñó la inolvidable frase de que había que llegar a volverla un poco más peligrosa en el punto de impacto que en el de despegue.
Y ojo, don Werner no lo logró. Terminada la 2da Guerra y hechas las cuentas, la V-2 había matado a unos 12.000 ingleses y belgas, pero los accidentes de fabricación y despegue liquidaron antes a 18.000 trabajadores esclavos, y algún que otro capitoste de la Luftwaffe que no se escapó a tiempo.
Hay una pulseada invisible entre un zorro de 75 años que las pasó de todos los colores, experto en misiones imposibles y supervivencias dudosas, y (tomo palabras del ínclito canciller Rafael Bielsa) botarates que están preparando otra lobotomía tecnológica más para la Argentina. Pero ya no con bayonetas como Videla, sino con palos de golf. De buena marca.
Si tengo que apostar, pongo mi plata a los pies del Petiso y de su Tronador II. Levanten sus copas, señor@s: que no le fracase el Vex 5. Que podamos ver su cohete en versión preliminar y lanzado desde Bahía Blanca, donde estará el Cape Canaveral argentino. Que luego lo veamos fabricado en serie, poniendo y reponiendo satélites SARE de bajo costo en órbita baja, y con tanta regularidad que ni siquiera sea noticia de páginas interiores. Apuesto a todo eso porque Varotto es Varotto, lo seguirá siendo y tiene discípulos.
Como dice Abel, «el que viva lo verá».
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