Ayer leía las declaraciones de un conocido modisto que fue asaltado este viernes: «Me hubiera gustado que la policía matara a los tres ladrones» y no sólo a uno de ellos, tal como sucedió en el tiroteo. Me hizo acordar a la sentencia de nuestra diva nacional, la Susana, cuando dijo «El que mata tiene que morir«. Y me dejó pensando.
Debo confesar algo que me deja fuera de la condición humana a los ojos de la progresía: No soy un opositor, en teoría, de la pena de muerte. Creo, los vemos en la realidad, que hay criminales que matan con sadismo y que son incorregibles: salen de la cárcel y vuelven a hacerlo. Y – contrariamente a lo que el progresismo repite como una fórmula mágica – las estadísticas demuestran que la pena de muerte tiene un efecto disuasorio: nadie que ha sido ejecutado ha vuelto a asesinar.
Pero vivo en Argentina, y sé que la pena de muerte se aplica «por izquierda». Menos que en algunos países vecinos, pero sucede. Una prioridad importante de una política de seguridad en serio es poner límites a esto. Otra, es que las penas que impone el sistema judicial se cumplan en la realidad. Sería mucho más útil que aumentarlas, en los papeles.
Bueno, esta es la opinión personal de alguien que no tiene responsabilidades en el área. Lo que me interesa comentar, porque esto tiene mucho que ver con la política, es la frivolidad con que piden castigos y exigen sangre gente a la que uno no se imagina luchando personalmente contra el crimen. Quiero señalar, amigos, que esta no es una característica exclusiva de figuras de la farándula semialfabetas. En realidad, ellos tienen la disculpa de haber sido atemorizados personalmente o haber perdido alguien querido, y uno los comprendería mejor su dolor y su bronca, si contuvieran sus ansias mediáticas
Porque asocié estos reclamos de sangre con algo que leí, también hace pocos días, en Clarín. Allí escribe Marcelo A. Moreno, a quien puede describirse como un clasemediero progre. A veces estoy de acuerdo con lo que dice, más a menudo no, pero lo peor que puedo acusarle es de ser un bienpensante convencional. Cuando habla de lo inmediato cotidiano, claro. Recién escribía sobre el 25 de Mayo y decía de Mariano Moreno «¡Y qué valor supremo cuando en medio de la discusión entre el partido de «negociemos» y el de la libertad, Moreno mandó a fusilar a Liniers – el más prestigioso jefe de la resistencia realista – y puso la sangre como testimonio definitivo y definitorio de que la independencia era algo mucho más sólido que un sueño, de que no había vuelta atrás!»
Puedo entender a Mariano Moreno cuando hace fusilar al héroe de las Invasiones Inglesas, al ídolo del pueblo de Buenos Aires. No necesito imaginarme conspiraciones masónicas. Los hombres de la Junta sabían que serían ahorcados si eran derrotados por los leales al rey: sus vidas estaban en juego. Pero Marcelo Moreno está sentado frente a su PC, sin más riesgos que una mala postura, y parece sentir un placer estético con la idea de esta pena de muerte, que muestra que la Revolución iba en serio.
No corresponde que sea demasiado duro con este columnista. El Plan Revolucionario atribuído a Mariano Moreno – autenticado en los hechos por la política de la Junta de Buenos Aires – está lleno en la única copia conocida de frases evidentemente incluídas por el copista para desprestigiarlo «procedamos como caníbales…«. Pero demasiados historiadores, especialmente los marxistas, hay que decirlo, no aceptan que se cuestione ni una línea. La Revolución será jacobina o no será, parece ser el lema. Entre la sangre y el tiempo, eligen la sangre. Si es de otros, claro.
Para que no se diga que estoy haciendo contrabando ideológico, y coloco el fardo exclusivamente a la izquierda, recuerdo ahora lo que relató el padre Castellani del almuerzo de los escritores con Videla: «Borges y Sábato, en un momento de la reunión, dijeron que el país nunca había sido purificado por ninguna guerra internacional«. Ellos lo negaron, y no hay constancia. Pero Borges, uno de los pocos genios universales que dió Argentina, también era en muchas ocasiones frívolo y trivial: No encuentro ahora la cita, pero tengo presente que el aludió, como muchos, muchos otros argentinos, a esa falta de la guerra que habría probado a Argentina. Por supuesto, eso fue antes que la viviéramos