Una leyenda urbana, muy extendida entre los argentinos, dice que estamos destinados a sufrir una crisis por década. Algunos comunicadores encuentran útil “fogonearla”, como parte de una campaña de oposición a las políticas económicas que se ejecutan en un momento dado, más allá de la verdad que puede haber en sus críticas. Como la gran mayoría del público no entiende de economía, el pronóstico de un derrumbe suena más creíble si se pone en el marco de un ciclo inevitable.
Por eso, no es de extrañar que ya en setiembre de 2013 Orlando Ferreres dijera en La Nación: Cada década, una crisis. Pero este año, a partir de la devaluación de diciembre pasado, las profecías de una catástrofe periódica se amontonaron. Desde el Wall Street Journal, que preguntaba, inquieto, Argentina: “¿Está destinada a caer en una crisis económica cada década?”, hasta, muy lejos en ideología, Alejandro Bercovich, que en la revista Crisis escribió de La crisis nuestra de cada década (Ese artículo, dicho sea de paso, tiene críticas inteligentes, aunque con el sesgo tremendista típico de nuestra izquierda).
Cuando tenga más tiempo, trataré de compartir con ustedes mi visión sobre este tema de las crisis de la estructura productiva argentina (separadas de las que son parte de crisis generales que se producen en la economía internacional). En mi opinión, ha habido de naturalezas distintas y no tienen nada de un proceso cíclico inevitable. Y ayuda muy poco explorarlas desde la sicología de los argentinos. Son el resultado previsible, por lo menos después, de políticas y circunstancias económicas.
Pero eso es para otra oportunidad. Ahora, el punto es decidir si el conflicto con los fondos buitres puede arrastrarnos a una Crisis como la que sufrimos hace doce años y medio, a fines de 2001, al final del gobierno de la Alianza (es más de una década, eso sí). Ya a primera vista, las diferencias son muy grandes. Pero hay tres factores que pueden contribuir a asociarlas en la mente popular: la palabra “default”, que despierta ecos inquietantes; el estilo épico de la comunicación K, que también tiene un sesgo tremendista; y, sobre todo, la oposición más enconada, que espera ansiosamente la Crisis que destruya políticamente a este gobierno. Como la del 2001 destruyó a la Alianza y desprestigió al menemismo, y la hiperinflación de 1989 destruyó al alfonsinismo.
Entonces, por ejemplo, La Nación nos trae ayer dos notas, a falta de una: El eterno retorno argentino. ¿Por qué hay una crisis por década?, y en otra nos advierte “El fantasma de la gran crisis de 2001-2002 se agita en el horizonte”. Por el otro lado, unos cuantos blogueros K y columnistas de Página 12 denuncian que el capitalismo financiero global está empeñado en castigar a Argentina, que ha osado desafiar sus reglas.
En cuanto a esto último, como no pertenezco al Council of Foreign Relations, ni siquiera me iniciaron en “Skull and Bones“, no puedo estar absolutamente seguro que no sea así. Pero, dado que nuestro gobierno ha arreglado con el Club de París, ha solucionado satisfactoriamente (para los que nos demandaban) litigios pendientes con el CIADI, ha indemnizado a Repsol, y ha anunciado su intención de pagar a todos los deudores, incluyendo a los fondos que compraron los bonos a precios de liquidación, no veo la osadía a castigar.
En lo que hace a las consecuencias del fallo del juez Griesa, no quiero minimizar los riesgos que nuestro propio gobierno ha enfatizado. No surgen del manejo del juicio en sí, ni de una falta de sensibilidad de las administraciones Kirchner hacia los pobres buitres hambrientos. Es el resultado inevitable de la cláusula RUFO del canje – que da a los acreedores que entraron a los canjes de 2005 y 2010 igual derecho a toda concesión que se haga a otro acreedor. Y los fondos buitres, por supuesto, no aceptarían jamás los términos del canje. Para eso, no iban a invertir en lobbies y abogados.
Como los lectores del blog saben, no soy un admirador incondicional de la gestión K. Pero en este tema, las acusaciones de negligencia son de oportunistas o de desinformados. Cualquier arreglo con los buitres, en cualquier momento, abría la posibilidad, por lo menos, de juicios que podrían aumentar astronómicamente la deuda argentina. Para ser exactos, cualquier arreglo anterior al 31 de diciembre de este año, en que vence la cláusula RUFO. Es obvio que es en el interés de Argentina demorar los arreglos formales hasta enero, al menos.
Por supuesto, estamos en una instancia de negociación que se parece más al póker que al ajedrez (siempre es así). Como ya señalé en el blog, tengo una visión optimista Los problemas de plata se arreglan con plata. Pero debemos aceptar la alternativa de un fracaso.
Sostengo que aún en ese caso, la situación resultante, aunque perjudicial para el Estado y las empresas argentinas, estaría muy lejos de la del año 2002. La salida de la Convertibilidad y la Gran Devaluación – fogoneada por el F.M.I., recordemos – redujeron a un tercio, de un golpe, la riqueza nominal de los argentinos. Y la interrupción del flujo de fondos externos, de los que dependía absolutamente nuestra economía, provocaron el “stop” de la actividad, la desocupación masiva, … Nada de eso es posible actualmente. No por una sabiduría maravillosa de los gobernantes, sino porque la realidad económica subyacente es totalmente distinta.
Observen que, aún en la moderada recesión que atravesamos, el empleo ha disminuido mucho menos que la actividad. Nuestros problemas, como he dicho muchas veces en el blog, se parecen más a los de los ´80 que a los de los ´90. Comparto entonces las recientes declaraciones de Don Aldo Ferrer: “Acá los problemas fundamentales no son los buitres, sino cómo bajamos la inflación, cómo aumentamos la producción y fortalecemos la competitividad, cómo resolvemos el subdesarrollo industrial que provoca el déficit de autopartes. Es decir, los problemas reales de Argentina están fronteras adentro, este episodio con los buitres no modifica el cuadro de situación”.