Horacio González, Torcuato Di Tella, y el pensamiento argentino en los tiempos de Kirchner

junio 24, 2021

No sé si puedo considerarme amigo de Horacio, cuando pasaron, fácil, más de 30 años de la última vez que charlamos. No cuenta el saludarse con una sonrisa y agitando el brazo cuando nos veíamos, a la distancia, en algún acto con mucho público. Además, o lo principal, me costaba leerlo. Reconocía un pensamiento culto y riguroso -lo suyo no era el chamuyo vacío o repetir clichés- pero lo hacía complicado, para alguien cuyas lecturas favoritas venían, vienen, de una tradición intelectual muy distinta.

Pero sigo pensando en él como uno de los amigos que se fueron en estos meses. Había «onda», y compartíamos toda la historia de nuestra generación. Sobre todo, era un gran tipo. De los que uno sabía que si me fueran mal las cosas, era de los que podía pedirles una mano.

Pero este no es un recordatorio de Horacio. Algo hicimos, breve, en AgendAR. Y cuando estaba buscando material apropiado -no fácil, para un portal dedicado a la tecnología y la producción- encontré algo que él había escrito cuando murió Torcuato Di Tella.

Me dejó pensando que esas dos corrientes y estilos, tan distintos, que ambos expresaban, de pensamiento y análisis confluyeron -¿chocaron, sumaron?- en la experiencia kirchnerista, la última etapa -hasta ahora- de la experiencia peronista.

Entiéndase, ni se me ocurres que el kirchnerismo o el peronismo en su conjunto, estén contenidos en lo que escriban sus intelectuales. Pero son parte de, y esos dos venían de historias y producciones previas -uno, la izquierda sesentista, otro, la reflexión crítica sobre el peronismo y el antiperonismo- que aportaron mucho a la conciencia de esta etapa. Precisamente porque venían de una historia previa.

A mí me gusta pensar que otros seguirán elaborando el presente para las etapas que sigan.

Ahora, los dejo con Horacio hablando de Torcuato.

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No fui su amigo, ni su discípulo; apenas, distraídamente fui su alumno, como se es generalmente alumno, con una ligera despreocupación respecto a quién es el profesor. Torcuato era tenido como una suerte de cofundador de la Carrera de Sociología, cuya figura central era la de Gino Germani, que a diferencia de Torcuato, mostró un rasgo final escéptico en su pensamiento y desenraizado en su actuación universitaria.

El apellido Di Tella pesaba desde la fábrica enclavada en las orillas del Riachuelo, con extrañeza metalmecánica: su nombre estaba en los autos, en las heladeras y en otros electrodomésticos. Entre tantas otras que no mencionaremos, los Germani y los Di Tella eran dos corrientes diferentes de la presencia italiana en la arcilla de la historia nacional. En sus clases, espero no recordar mal, Torcuato decía que la democracia argentina se garantizaba específicamente por el hecho de que los sindicatos no tuvieran el mismo régimen de rotación de sus dirigentes. Eran otros tiempos, pero Torcuato mantuvo siempre esa idea, como comprobé muchos años después, cuando siendo secretario de Cultura de Kirchner, volvió a decirla, y la dijo en una reunión de sindicalistas. La decía con ironía, un tanto sobrador, sabía que con eso desafiaba otros pensamientos más exigentes.

Evidentemente, le gustaba incomodar con sus ligeros exotismos. Un libro suyo poco leído cuenta la historia de su padre, el fundador del linaje industrial de la familia que tenía su mismo nombre, y deja entrever que recaería en él, y no en el otro hijo, su hermano Guido, más abierto hacia la política y hacia las exigencias del Instituto Di Tella, el resguardo de la memoria industrialista, sometida a tantas vicisitudes y problemas.

Hacía gala Torcuato de un irónico realismo del industrial ya sin industria, de ese lugar que tenía sólidos cimientos y de los que al cabo de un ciclo iban quedando ruinas. El nombre Di Tella, nombre de la industria, se mantiene ahora en la historia de las instituciones artísticas, y luego universitarias. Recuerdo a Torcuato en un homenaje a Romero Brest, en el Bellas Artes. Concurría con su media sonrisa de siempre. Aquel crítico de arte, como tantos otros críticos y artistas, había rondado bajo el nombre auspicioso de Di Tella, mixto de industria liviana, investigación social académica y arte experimental. Solo ahí coincidió este infrecuente esbozo.

Torcuato, me parecía, cuidaba el nombre con tino y secreto desparpajo. Su visión política, expresada con la sorna del caballero que no le temía a lo ilimitado de sus desenfados, solía ubicarla en el “centro izquierda”. Cuando Kirchner, casi un desconocido, presenta su programa en 2003, lo hace en un libro cuya armazón había dispuesto el propio Torcuato. Kirchner, torcuatamente, se proclama allí de centroizquierda.

Pude notar que Torcuato escribía como un apreciable cronista y que jugaba con fuertes paradojas. Una de ellas lo obligó a renunciar a su cargo: “al gobierno no le interesa la cultura”. El funcionario del ramo era él. Pero para entender esta frase había que entender al aristócrata-plebeyo Torcuato. Para quien quiso fundar un Museo de la Industria en Jujuy, y que al mismo tiempo escribía crónicas de agudo ironista, un pensamiento de esa índole mostraba por su reverso todo lo que le incumbía y que a cualquiera le cuesta definir, dónde fijar los intereses culturales en el vértigo de la historia.


Los argentinos somos racistas pero modernos

junio 13, 2021

No iba a escribir sobre el racismo argento. Se han dicho tantas pavadas en tan pocos días, a partir de la metida de pata de Alberto F… Pero si aparecieron sesudas notas en el New York Times y en Deutsche Welle (de paso ¿exactamente desde qué historia pontifican ahora estos muñecos?), este humilde y abandonado blog también debe pronunciarse.

Además, ya escribí el jueves para AgendAR un prólogo a una nota sobre la población argentina, así que ya tenía el material. Agrego al final unas líneas para los lectores más politizados de este blog.

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Hace casi un año -20 de julio de 2020- publicamos en AgendAR este resumen de un valioso trabajo de PoblAr, un biobanco que surgió de una iniciativa del CONICET, la ANLIS y las Universidades Nacionales de Córdoba, Jujuy y Misiones, para estudiar el patrimonio genético de nuestra población, fundamental para la medicina de precisión.

Nos pareció oportuno volver a publicarlo, ante el ruido que provocó, aquí y en el exterior, una desafortunada frase del presidente argentino.

Estas son las conclusiones científicas a hoy -siempre sujetas a revisión, porque esa es la naturaleza de la ciencia- sobre la herencia genética de la población argentina actual. De todos modos, hay algunos hechos que aún los que no somos investigadores podemos tener claros.

Los conceptos de «raza» y de «etnia» son percepciones colectivas, que varían según las sociedades, y las épocas. No se ha criado a los seres humanos como criamos a los caballos y los perros, y por lo tanto no hay ninguna relación ni siquiera estadística, entre la herencia genética y las cualidades personales. Todos conocemos hijos muy distintos de padres, hasta en lo físico, y más aún en la personalidad.

Por supuesto, es visible que en el Centro Este de Argentina (no por nada llamado la «pampa gringa»), en Uruguay y en el Sur de Brasil hay un porcentaje mucho mayor de personas con fisonomías «europeas» que en el resto de la América del Sur. Hasta ahí, Alberto F., y tantos otros, tienen razón. Pero eso no tiene un significado cultural. Caminando por Mendoza, provincia «europea» si la hay entre las nuestras, uno ve una proporción mayor de compatriotas con fisonomías «originarias» que en Córdoba, por ejemplo.

Por otro lado, también es cierto que los pueblos que estaban en América antes que llegara Colón fueron objeto de masacres y explotación por los europeos, y la mayoría de sus descendientes siguen sufriendo discriminación hasta hoy. Además de los que llegaron en barcos de esclavos…

Pero, nuevamente, no es un asunto genético. Se ha comprobado que más del 50% de la población argentina actual tiene genes de esos pueblos que estaban antes de Colón. Y es evidente que prácticamente el 100% de la población argentina actual -incluso los que se perciben a sí mismos como «originarios»- tienen genes de los que llegaron después de Colón. Muchos, bastante después.

Por último, y los dejamos con el resumen de la investigación: los seres humanos -como todos los seres vivos- somos nuestros genes. Estructuras fabulosamente complejas, y aunque se haya secuenciado el genoma humano, todavía lo entendemos muy poco. Pero sabemos que nos aporta una herencia variadísima. Si hasta se determinó un aporte de genes neandertales, otra especie homínida, tan reciente como 45 mil años atrás. Pero, a diferencia de todos los otros seres, los humanos podemos decidir qué hacemos con los impulsos de nuestra herencia genética.

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Observaciones para politizados: Ante todo, corresponde decir algo a propósito del presidente: como ya señalo mi amigo Fernández Baraibar, aunque Alberto F haya dicho una burrada discriminatoria, no se puede encontrar, en sus largas gestiones políticas, ningún hecho discriminatorio. Al contrario, colaboró en las políticas contra diversos tipos de discriminación que llevó adelante el peronismo en este siglo.

Eso mismo indica que comparte un prejuicio cultural inconsciente y muy arraigado en los argentinos -no sólo en los porteños- y también en los demás latinoamericanos: que parecer europeos los hace de alguna forma distintos, mejores. Y si son progres culposos (no me consta si Alberto F lo es, pero le gusta Lito Nebbia… Eso lo delata). Si son progres culposos, digo, sentirán que parecer europeos los hace privilegiados.

Bueno, tengo una noticia para mis muchos amigos progres culposos: si sus ancestros vinieron de Vigo, Génova, Dublín, Cracovia o Damasco ¡también sus ellos fueron víctimas de genocidios y explotación! Hasta si sus ancestros vivieron siempre en Sajonia y no se movieron de allí hasta tomar el barco (antes del final de la 2da. Guerra) para Buenos Aires,… Bueno, Carlomagno era bastante bestia cuando se disponía a convertir a los paganos.

Todo esto va al punto que quiero hacer con lo de «racismo moderno». Es discutible si en el genoma humano hay o no un impulso agresivo intraespecie. El hecho es que en toda la historia registrada encontramos la costumbre casi universal de matar al que parece, se viste o reza un poquito diferente.

Pero en los últimos siglos, a partir de la Revolución Francesa con la irrupción de la masas en la política, más algunas primitivas observaciones científicas, esa tradicional costumbre de las masacres periódicas se revistió de justificativos genéticos. Los «otros» eran razas inferiores, y/o diabólicamente astutas, como los judíos o los chinos, y por lo tanto estaba bien exterminarlos y/o explotarlos.

Esa variante del racismo «genético» tuvo su punto culminante en el régimen nazi de 1933/45, que terminó mal. Pero perdura -sin animarse a decirlo públicamente, salvo en el supuesto anonimato de Internet- en muchos lugares. Especialmente -¿lo sabrán el NYT y DW?- en Estados Unidos y en la Europa del Norte y del Este.

El racismo que predomina, por muy lejos, en la actualidad, al que yo llamo moderno, es cultural, no genético. Y como en general nuestros racistas locales son bastante brutos, las diferencias culturales se definen a partir de cuánta guita ha acumulado el sujeto. Por eso dije en este blog, hace ya tiempo, que en Argentina no existe la xenofobia. Es aporofobia, odio o temor a los pobres.

Por supuesto, esto no es exclusivamente argento. Puedo dar testimonio que los franceses, con mala fama en este punto, son amables y cordiales con cualquier sudaca, si va como turista. Eso sí, creo que hemos llegado más lejos que ningún otro pueblo en esta fase de la modernidad. En Argentina no hay negros pobres. Suficientes billetes (verdes) convierten a cualquiera en alto, rubio y de ojos claros. Hay bastantes ejemplos, no sólo el que ustedes están pensando ahora.


La Patria grande y lejana

junio 1, 2021

(Aviso: sigo con poco tiempo libre y pocas neuronas disponibles para el blog. En él, tengo pendientes respuestas a cuestionamientos que me motivaron, y, claro, algo sobre la campaña electoral en curso. Pero… hace unos días cedí a la tentación de pontificar sobre el tema del título en la página de Face de un amigo. Y decidí aprovechar esos párrafos -ligerísimamente editados- que escribí. Es un tema que me importa).

Mi amigo Ezequiel Meler, autor de una exhaustiva historia de la Renovación Peronista de los ’80, decidió rescatar en su página de Facebook un fragmento de un libro de historia que trata de un tiempo anterior. Que a su vez es una pieza de gran literatura política; impulsó la militancia de muchos jóvenes, aquí y en otros países hermanos, a partir de la de la década del ´40 del siglo pasado:

«De las historias argentinas que he leído, antes de que se volviera mala palabra el concepto de nación, la que me envolvió por su pluma sin lugar a dudas fue la de Jorge Abelardo Ramos. Aquí comparto un extracto.

«La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazo un día la mitad de América del Sur. De donde provienen nuestros límites actuales? El origen de estas fronteras, ¿responde acaso a una razón histórica legítima? ¿Nos separa una barrera idiomática, cierta muralla racial invisible? ¿O es, por el contrario, el resultado de una Vicisitud de las armas, de una derrota nacional?

Sin duda aparece como fruto de una crisis latinoamericana, puesto que América Latina fue en un día no muy lejano nuestra patria grande. Somos un país porque fracasados en ser una Nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá.»

Tuvo varios comentarios, entre ellos alguno del talentoso Bob Row, y decidí meter mi cuchara:

Querido Ezequiel: ese prólogo de Abelardo Ramos es una bandera. Como tal, la saludo y la levanto. J.A.R. fue tal vez quien mejor escribía entre el puñado de autores que crearon la narrativa «nacional y popular» entre 1930 y 1960). Pero un prólogo no es un plan de acción.

Si digo esta obviedad, es para señalar una tendencia de muchos muchísimos militantes del «campo nacional y popular» a quedarse con esas inspiradoras frases del Colorado, o de otros autores, y olvidar un hecho obvio: los Estados nación se construyen no a partir de una geografía, una historia, un idioma -aunque sean factores útiles (y la mayoría de las veces condicionantes), sino desde una concentración de poder previa. Que siempre tiene elementos políticos, militares y económicos.

La unidad de España la hace el poder de Castilla, y su alianza con Aragón. La de Alemania la hacen los escritos de Fichte, el idealismo de los jóvenes revolucionarios de 1848… y el poder militar de Prusia. Que derrota a Austria, la otra base posible para esa unidad. La de Italia, la hace Cavour para la dinastía de los Saboya, que gobernaba Cerdeña, el Piamonte y la Liguria, con su acuerdo con Napoleón III,…

Un caso extremo, donde la unidad parecería «natural», casi automática: la de China ha sido muy resiliente a lo largo de algo más de 2.000 años. Hasta existe una clara mayoría étnica de los han. Pero esa unidad fue el resultado de las guerras -durante dos siglos- de los siete Reinos Combatientes. Unas cuantas batallas con resultado diferente, y tal vez la China q conocemos habría sido otra.

Al punto: la Argentina actual es la suma de las regiones -las ciudades y su entorno rural- del Virreinato del Río de la Plata que aceptaron o no tuvieron otro remedio que aceptar la hegemonía de Buenos Aires (la ciudad, el puerto, la campiña…) impuesta, de formas diferentes, por Rosas y Mitre. Esa hegemonía fue «nacionalizada» por Roca y el ejército de línea, como bien señalaron Alberdi y Ramos.

El Paraguay, el Alto Perú, la Provincia Oriental… los «perdimos». Más preciso sería decir que allí no surgieron centros de poder alternativos en condiciones de desafiar el poder de Buenos Aires. Artigas estuvo cerca, pero -diría Bob, con bastante razón- la Banda Oriental no era una base material suficiente.

Contestó E. M.:

«Querido Abel. La recuperación del texto de JAR no apuntaba al plano político, sino meramente al historiográfico. ¿No sentís, cuando te explican los eventos de Mayo o de Caseros, o del peronismo sin ir más lejos, que hay una pulsión desmitificadora que ha ido ya demasiado lejos? Yo sí.

No obstante, podría defender (y ahí vamos de nuevo jajajajaja) que sin grandes ideas, sin proclamas, sin conductores que sepan granjearse el apoyo de la masa, tampoco hubo nunca un cambio sustancial. ¿Te parece que las ideas y los ideales, para separar los tantos, no tienen nada que ver con la lucha política, no inciden en el mapa político concreto? Si todo es razonamiento material y realismo político, ¿por qué se mata la gente? Es pregunta.

Yo sí diría que surgieron centros alternativos. Miremos la declaración de independencia de 1816. No está el Litoral, no está La Banda Oriental. No te parece que esas audiencias indican que ahí hay un país alternativo, puramente pampeano?

Por lo demás, la unidad de eso que terminó siendo la Argentina, que no tiene ni declaración de independencia propia -porque en la de 1816 estaba el Alto Perú- no se hizo solamente con Buenos Aires, sino también contra Buenos Aires. 1880 fue nuestra civil war, la primera de varias. Lo malo del razonamiento material, y te diría, lo incompleto del realismo político, es que sólo juzga ex post. Y ex post, con el diario del lunes, todos somos Halperín.

Contesto a mi vez:

Sobre el proyecto alternativo de país que señalás: mencioné a Artigas, y podía haber agregado que era más democrático y federal que el que se impuso. Pero ese centro de poder alternativo dura desde el Congreso del Arroyo de la China, en 1815, a la derrota en Tacuarembó frente a los portugueses, 1820. No perduró, porque no acumuló el poder suficiente. Como tampoco quedó el que se habría pensado desde Charcas. El territorio argentino actual es, básicamente, el que aceptó ceder el manejo las relaciones exteriores a Rosas, gobernador de Buenos Aires, más el que ocupamos desplazando y sometiendo a los «indios», como se decía entonces.

Sobre nuestra historia, tenemos miradas distintas, aunque vemos las mismas realidades. Creo que un factor a tener en cuenta es que vos sos un historiador (y de los buenos: en alguna oportunidad corregiste mi memoria). Yo soy un aficionado a la historia; leo a los profesionales, también, pero me enganchan mucho más Toynbee, Spengler, McNeill, y por supuesto Tucídides, que los historiógrafos.

Dicho esto, reconozco algo que señalás arriba. El «realismo político» es incompleto: no alcanza a explicar los hechos. Sí, en la historia humana juegan un rol fundamental las ideas, los símbolos, y los líderes que los encarnan. Pero, tengo que agregar aquí algo: sin el pensamiento racional, el que calcula costos y medios, terminan en fracasos sangrientos. Y a veces, hasta sórdidos.

Ya que estoy embalado y nadie me interrumpe: ¿Cuál sería entonces el «núcleo de poder» que podría construir un bloque político-económico en la América del Sur para que sea algo más que un peón en el tablero internacional? Una mirada al mapa lo hace obvio: una alianza sólida entre Argentina y Brasil. La idea central del Mercosur, que hoy aparece lejanísima. Pero los escenarios a veces cambian rápido. Y tiene un argumento a su favor: no hay otra. Abrazos, y me voy a editar el portal.»


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