No sé si puedo considerarme amigo de Horacio, cuando pasaron, fácil, más de 30 años de la última vez que charlamos. No cuenta el saludarse con una sonrisa y agitando el brazo cuando nos veíamos, a la distancia, en algún acto con mucho público. Además, o lo principal, me costaba leerlo. Reconocía un pensamiento culto y riguroso -lo suyo no era el chamuyo vacío o repetir clichés- pero lo hacía complicado, para alguien cuyas lecturas favoritas venían, vienen, de una tradición intelectual muy distinta.
Pero sigo pensando en él como uno de los amigos que se fueron en estos meses. Había «onda», y compartíamos toda la historia de nuestra generación. Sobre todo, era un gran tipo. De los que uno sabía que si me fueran mal las cosas, era de los que podía pedirles una mano.
Pero este no es un recordatorio de Horacio. Algo hicimos, breve, en AgendAR. Y cuando estaba buscando material apropiado -no fácil, para un portal dedicado a la tecnología y la producción- encontré algo que él había escrito cuando murió Torcuato Di Tella.
Me dejó pensando que esas dos corrientes y estilos, tan distintos, que ambos expresaban, de pensamiento y análisis confluyeron -¿chocaron, sumaron?- en la experiencia kirchnerista, la última etapa -hasta ahora- de la experiencia peronista.
Entiéndase, ni se me ocurres que el kirchnerismo o el peronismo en su conjunto, estén contenidos en lo que escriban sus intelectuales. Pero son parte de, y esos dos venían de historias y producciones previas -uno, la izquierda sesentista, otro, la reflexión crítica sobre el peronismo y el antiperonismo- que aportaron mucho a la conciencia de esta etapa. Precisamente porque venían de una historia previa.
A mí me gusta pensar que otros seguirán elaborando el presente para las etapas que sigan.
Ahora, los dejo con Horacio hablando de Torcuato.
ooooo
No fui su amigo, ni su discípulo; apenas, distraídamente fui su alumno, como se es generalmente alumno, con una ligera despreocupación respecto a quién es el profesor. Torcuato era tenido como una suerte de cofundador de la Carrera de Sociología, cuya figura central era la de Gino Germani, que a diferencia de Torcuato, mostró un rasgo final escéptico en su pensamiento y desenraizado en su actuación universitaria.
El apellido Di Tella pesaba desde la fábrica enclavada en las orillas del Riachuelo, con extrañeza metalmecánica: su nombre estaba en los autos, en las heladeras y en otros electrodomésticos. Entre tantas otras que no mencionaremos, los Germani y los Di Tella eran dos corrientes diferentes de la presencia italiana en la arcilla de la historia nacional. En sus clases, espero no recordar mal, Torcuato decía que la democracia argentina se garantizaba específicamente por el hecho de que los sindicatos no tuvieran el mismo régimen de rotación de sus dirigentes. Eran otros tiempos, pero Torcuato mantuvo siempre esa idea, como comprobé muchos años después, cuando siendo secretario de Cultura de Kirchner, volvió a decirla, y la dijo en una reunión de sindicalistas. La decía con ironía, un tanto sobrador, sabía que con eso desafiaba otros pensamientos más exigentes.
Evidentemente, le gustaba incomodar con sus ligeros exotismos. Un libro suyo poco leído cuenta la historia de su padre, el fundador del linaje industrial de la familia que tenía su mismo nombre, y deja entrever que recaería en él, y no en el otro hijo, su hermano Guido, más abierto hacia la política y hacia las exigencias del Instituto Di Tella, el resguardo de la memoria industrialista, sometida a tantas vicisitudes y problemas.
Hacía gala Torcuato de un irónico realismo del industrial ya sin industria, de ese lugar que tenía sólidos cimientos y de los que al cabo de un ciclo iban quedando ruinas. El nombre Di Tella, nombre de la industria, se mantiene ahora en la historia de las instituciones artísticas, y luego universitarias. Recuerdo a Torcuato en un homenaje a Romero Brest, en el Bellas Artes. Concurría con su media sonrisa de siempre. Aquel crítico de arte, como tantos otros críticos y artistas, había rondado bajo el nombre auspicioso de Di Tella, mixto de industria liviana, investigación social académica y arte experimental. Solo ahí coincidió este infrecuente esbozo.
Torcuato, me parecía, cuidaba el nombre con tino y secreto desparpajo. Su visión política, expresada con la sorna del caballero que no le temía a lo ilimitado de sus desenfados, solía ubicarla en el “centro izquierda”. Cuando Kirchner, casi un desconocido, presenta su programa en 2003, lo hace en un libro cuya armazón había dispuesto el propio Torcuato. Kirchner, torcuatamente, se proclama allí de centroizquierda.
Pude notar que Torcuato escribía como un apreciable cronista y que jugaba con fuertes paradojas. Una de ellas lo obligó a renunciar a su cargo: “al gobierno no le interesa la cultura”. El funcionario del ramo era él. Pero para entender esta frase había que entender al aristócrata-plebeyo Torcuato. Para quien quiso fundar un Museo de la Industria en Jujuy, y que al mismo tiempo escribía crónicas de agudo ironista, un pensamiento de esa índole mostraba por su reverso todo lo que le incumbía y que a cualquiera le cuesta definir, dónde fijar los intereses culturales en el vértigo de la historia.