Si cliquean encima de la imagen, se agranda y tal vez puedan reconocerlos. Es el oficialismo actual. En un sentido muy elástico, es el peronismo que tenemos. Falta, la foto es del domingo a la noche, la Presidente, que es quien está en condiciones de conducirlos en esta etapa. Pero lo que no puede, a esta altura, es soñar en reemplazarlos, en tanto conjunto. Es lo que hay. Así que es parte de la foto, nomás.
Ahora, nadie puede decir que es el Equipo de los Sueños, en tanto conjunto. Pero, si nos esforzamos en hacer una apreciación honesta – cosa difícil, en política – creo que debemos reconocer que bajo las conducciones, distintas en su estilo pero igualmente rígidas y verticales, de Néstor y Cristina, han sostenido durante diez años una economía ochentosa, en nuestros términos (pre Thatcher, en términos globales) – con sus componentes de intervencionismo, proteccionismo e inflación – sin provocar, ni permitir que se desate, una catástrofe económica o política. Considerando la historia argentina del último medio siglo, es un triunfo.
Me pareció importante volver a este tema, porque la Ley de Medios y las elecciones de medio término… todo bien. Pero el punto decisivo para evaluar este gobierno – para casi todos los gobiernos que no enfrentan una guerra, en este mundo en que vivimos – es el manejo de la economía.
Entonces, vemos que esa economía «anticuada» ha logrado – con la colaboración de buenos precios para nuestras exportaciones, es cierto – un buen nivel de empleo, aunque una parte considerable precario; una discreta industrialización, aunque salvo en algunos rubros no es competitiva en el mundo; una modesta prosperidad, sobre todo para los sectores medios; y políticas sociales más extendidas que nunca en nuestra historia, aunque no alcanzan para una verdadera inclusión de los hoy marginados.
Como ven – no puedo con mi genio – a cada logro le agrego lo que le falta. Pero quiero marcar lo que entiendo más importante: Salvo desastres imprevisibles, el gobierno está en condiciones de mantener lo logrado, y – quizás – emprender en los dos años que le restan alguna de las tareas pendientes. Al menos, dejar al próximo gobierno la posibilidad de encararlas.
Esta podría ser solamente la modesta opinión de un bloguero insobornado, si no insobornable, que apoya a este gobierno. Por eso, quiero acercarles este artículo del jueves pasado de Eduardo Levy Yeyati, uno de los economistas argentinos de mejor nivel técnico que además es un duro crítico de las políticas K. Como se puede ver en el texto.
E.L.Y. enfoca aquí la situación de los países emergentes, en particular los de América Latina, con mucha lucidez, sin dejarse influir por las banalidades de moda. Nos cabe, porque, con algunas características especiales, somos parte de esa realidad. Las críticas que hace a nuestras políticas en Argentina pueden ser válidas, o ser consideradas como las observaciones de un teórico que no debe enfrentar las realidades de gobierno. En todo caso, el pronóstico general, optimista, que hace es válido también para nosotros. Eso si, hay una observación que hace al final que me deja pensativo. Le agrego una brevísima observación.
«En noviembre de 2009 la revista The Economist ponía en tapa al Cristo Redentor de Río de Janeiro elevándose como un cohete bajo el lema: Brazil takes off (Brasil despega). Apenas cuatro años más tarde, la misma publicación ponía en tapa al mismo Cristo cayendo a tierra como una cañita voladora y se preguntaba: Has Brazil blown it? (traducción libre: ¿Se jodió Brasil?).
Hoy la moda dice que los mercados emergentes ya no están de moda: los expertos hablan del «fin de fiesta» de mercados «sumergentes» en la antesala de una «década perdida». Generalmente, en relación a los BRICS, esos cinco países grandes y disímiles (que, con la salvedad de China, repuntaron fuerte a mediados de los 2000 al calor del dinero barato, y de China) con los que los medios suelen resumir la variada experiencia de las economías en desarrollo desde Panamá a Vietnam.
Como argumenta un informe reciente del Banco Mundial, este escepticismo confunde dos temores. Por un lado, el temor por el ciclo económico: esas oscilaciones del crecimiento alrededor de su tendencia de largo plazo. Por el otro, el temor por la tendencia de largo plazo. Por ejemplo: América latina crecía en promedio 6% al calor de la recuperación en 2010, creció 3% en 2012, y crecerá 2.5% este año – y la reversión del viento de cola mundial recién comienza. ¿Cuánto de esta desaceleración es una pausa para tomar nuevo impulso y cuánto un problema de crecimiento permanente?
Al menos en lo que se refiere a la región, el diagnóstico en boga (ese que advierte que todo fue en vano; que después de patinarnos la bonanza en una exuberancia de gasto, la suba de tasas en los Estados Unidos y el aterrizaje suave de China nos devolverán a la pesadilla noventista) pasa por alto dos cambios de fondo.
Primero, la desdolarización y el desendeudamiento público y privado (incluyendo la acumulación de reservas) fueron, a su manera, una forma de ahorro que eliminó de raíz las causas de las crisis financieras emergentes. Basta recordar que el colapso mundial de 2009 que puso un freno busco al crecimiento no fue amplificado por el estrés financiero; de hecho, a diferencia de épocas pasadas, la reducción de tasas de interés y la devaluación ayudaron a mitigar el impacto en vez de amplificarlo (como en una economía desarrollada).
El segundo cambio tiene que ver con el patrón de crecimiento regional, basado menos en un boom de consumo que en el aumento de la base tributaria, la redistribución progresiva del ingreso y la suba de la tasa de inversión (el componente de la demanda que más creció como proporción del PB: de 19% a 24% en América del Sur y México, según el informe citado), todo financiado no con capitales golondrina sino principalmente por inversión extranjera directa.
Más allá de la debatible calidad del gasto y de la inversión, estos cambios contribuyeron a la estabilidad de los gobiernos y de las políticas, convirtiendo el padecimiento de la crisis en el malestar del ciclo, y devolviendo al tipo de cambio su rol de estabilizador anticíclico.
Por eso, desde una perspectiva más amplia, tal vez la pregunta relevante no sea qué tan expuesta está la región a la suba de tasa o la baja de commodities (lo más probable es que lo esté, un poco, y que la depreciación mitigue el impacto) sino a qué crecimiento puede aspirar en esta nueva normalidad sin viento de cola. En otras palabras, ¿cuál es la nueva tendencia, y cómo mejorarla y consolidarla?
Sobre esto último, todo está por escribirse. América latina está a medio camino de la competitividad salario de los tigres asiáticos (el costo laboral en Filipinas es un tercio del de México y un quinto del de Brasil) y de la productividad del estado de bienestar escandinavo. Y el faro más cercano, Australia, por ubicación, población e historia, dista mucho de ser un modelo regional. Por eso, hasta ahora la respuesta ha sido avanzar sobre los frentes más obvios: reforma educativa (integrando medición de rendimiento con evaluación y formación docente) en Brasil, Ecuador, México; ambiciosos planes de infraestructura en Brasil, Colombia, Chile, Perú; ampliación de mercados con acuerdos comerciales (como la Alianza del Pacífico o el Acuerdo Transpacífico) en Chile, Colombia, México, Perú. A la espera de que el desarrollo vaya revelando su nueva identidad.
Este diagnóstico, aunque previsiblemente más complejo y teñido de consideraciones idiosincráticas, también se aplica a la Argentina. Hay quienes ven en la caída de reservas, la suba del blue o la inflación crónica el inicio de un proceso de crisis del tipo que hasta hace poco nos sacudía cada cinco o diez años. Nuevamente, estos análisis pasan por alto que aquellas crisis se debieron fundamentalmente al sobreendeudamiento en moneda extranjera, que hacía que una devaluación precipitara la corrida y el default.
Hoy que la deuda en dólares está lejos de comprometer la solvencia, los errores de política ya no se pagan en la crisis financiera sino en la economía real: menos exportaciones por pérdida de competitividad (por el dólar bajo, la falta de crédito y el creciente déficit de infraestructura y servicios), menos inversión y menos importaciones (previsible consecuencia del cepo) y un crecimiento modesto (entre 1% y 1,5%, dependiendo de imponderables como el clima o el precio de la soja) por debajo del potencial, con efectos negativos sobre el empleo y el salario real.
Lo que nos queda, en definitiva, no es una crisis sino un ciclo económico, profundizado por la mala calidad de las políticas -aunque convenientemente anclado por las expectativas de cambio en 2015 y por un tipo de cambio que, por primera vez en nuestra historia reciente, recupera su rol de estabilizador anticíclico.
Por eso, desde una perspectiva más amplia (por ejemplo, la de un político con aspiraciones a tomar la posta en 2015), tal vez la pregunta relevante no sea si llegamos sin sobresaltos a ese año (lo más probable es que el Gobierno haga lo mínimo para llegar con lo justo) sino a qué velocidad de crecimiento podremos aspirar entonces, cuando el viento de cola termine de cambiar de frente. En otras palabras, ¿cuál será la nueva tendencia -la pregunta que hoy se hace la región y que nos haremos nosotros cuando nos saquemos de encima la telaraña de errores y postergaciones de estos años y saldemos las asignaturas pendientes- y cómo mejorarla y consolidarla? Así, si la magnitud del ciclo nos devuelve a la década pasada, la tendencia es esencial para pensar la década futura.
Sobre esto último, todo está por escribirse. Hasta ahora el debate vernáculo se limita a enumerar panorámicamente los lemas de rigor (innovación, educación, infraestructura, productividad) y a prenderle una vela a Vaca Muerta. O, en el mejor de los casos, a explorar algunos «enlatados»: suena bien invocar a Australia (o a México), en reemplazo de los fatigados Chile y Brasil. Así, la combinación de un gobierno empecinadamente nostálgico y una oposición insegura de sus votos nos detiene en el pasado, nos retrasa. Alimenta la ilusión de que nuestros problemas son epidérmicos y se resuelven con buenos modales y un cambio de elenco».
Lo de «gobierno nostálgico» y «oposición insegura», son opiniones defendibles, y no me preocupan mucho. Pero la ilusión «que nuestros problemas son epidérmicos y se resuelven con buenos modales y un cambio de elenco» me inquieta. Tengo la impresión que está bastante extendida. En particular en Tigre.