El post que escribió Pablo Tonelli sobre las políticas económicas del gobierno en esta etapa aportó además otras dos cosas valiosas: Un título con gancho, y una columna de comentarios estimulante, como las que uno añora de Finanzas Públicas. Allí el comentarista Lada Laika acercó esta nota de La Nación, que me parece lo bastante interesante como para que la reproduzca en un post aparte, para los infortunados que no cliquean en los links. Es una muestra del capitalismo moderno en acción, como no la van a encontrar en la mayoría de los libros de texto sobre economía. A continuación, subo también algunos comentarios que provocó, incluyendo uno mío que agrego a la discusión.
«Los dueños del negocio
Por Mariano Kestelboim
El precio de la ropa de marca, en la Argentina y en el resto de América del Sur, es muy superior al de los grandes centros de consumo mundiales. La principal razón es el creciente poder de presión y negociación de los shoppings y de los bancos. Ellos, a través de una alianza estratégica, logran imponer condiciones a la cadena productiva que les permiten extraer rentas extraordinarias.
El costo de producción nacional de una prenda de marca apenas representa un 15% de su precio. Fabricar, por ejemplo, una chomba en talleres formales, con estampa, apliques y avíos, cuesta $ 30, y su precio supera los $ 200. En las sobrevaloradas superficies de los shoppings (espacio de venta indispensable para el éxito de una marca), la viabilidad del negocio depende cada vez más de la venta de bienes de alto valor, donde los determinantes de las decisiones de compra son el diseño y la marca.
El persistente crecimiento del mercado (entre 2003 y 2011, el consumo subió 80% y las ventas en los shoppings treparon 258%), combinado con una oferta de ropa que, en el mismo lapso, creció más rápido (el producto local se duplicó y la importación, en dólares, subió más de 8 veces), provocó un auge de demanda de locales comerciales.
A diferencia del alquiler residencial, el techo de los alquileres comerciales estuvo poco limitado por el poder adquisitivo de los asalariados, en un modelo que animó el consumo. Los costos de ocupación escalaron de tal manera que hoy el costo de admisión, conocido como «llave», se abona por adelantado y es de entre 18 y 24 alquileres y debe pagarse con cada renovación.
Las marcas deben pagar una comisión inmobiliaria (la percibe el propio shopping) del 6% sobre el total del contrato de 36 meses de alquiler; para un local de 100 metros, la marca paga de alquiler un mínimo de $ 50.000 o el 7% de la facturación bruta con impuestos (el valor más alto). Las expensas, administradas por el shopping, cuestan en torno de los $ 15.000 mensuales y no son auditables. Asimismo, las marcas abonan un fondo de publicidad inicial de alrededor de $ 60.000 y un aporte adicional mensual del 15% sobre el valor del alquiler.
Todos estos costos se magnifican cuando hay una promoción. Por ejemplo, si por contrato tiene que pagar un 7% de alquiler y hace una promoción del 30% y vende por $ 7000, deberá pagar el 7% de $ 10.000. En consecuencia, paga $ 700 y no $ 490 (su alquiler sube un 42,9%).
Los aranceles que pagan las marcas por el uso de la tarjeta de crédito y débito también se pagan sobre el precio sin promoción. En el caso de las tarjetas de crédito, el arancel es del 3% de las ventas, y en las de débito, es del 1,5 por ciento.
Mientras que la oferta de ropa responde rápidamente a los cambios de la demanda, la construcción de locales depende de ciclos mucho más largos. La generación de zonas de atractivo comercial requiere, entre otros aspectos, condiciones mínimas de accesibilidad y seguridad.
Los que no invierten en la producción – bancos, tarjetas, propietarios, inmobiliarias- se apropian de un enorme margen del precio al público (entre un 40 y un 50%) y coartan el ingreso de los que sí fabrican y arriesgan. El fenómeno se vuelve aún más paradójico porque los créditos de los bancos comerciales se orientan al consumo, en lugar de estimular la inversión productiva, lo cual es básico para sustentar el proyecto de desarrollo de nuestro país.»
Casiopea comentó «Recursos mal dirigidos por el fomento al consumo con crédito, e incentivado por los que se benefician de esa situación, lo cual genera inflación en ese segmento del mercado. En pequeño, algo parecido al fenómeno de la inflación de los precios inmobiliarios en el mundo desarrollado gracias a las facilidades de crédito (que ahora es deflación por la desaparición del crédito).
Lo he dicho antes, es mucho más fácil y barato para los bancos cobrar intereses por las cuotas del lavarropas que mantener un equipo de analistas para buscar auténticas inversiones de riesgo«.
Desvinchado, rápido, pasa el aviso: «Día se avivó e inauguró un super con todas las letras (sus locales normalmente son chicos) en Independencia y Matheu, con precios 25 % más baratos como siempre. Knorr entró al mercado de la pasta seca, compitiendo con Matarazo en calidad, a un 20 % menos. En un mercado a todo trapo y con precios super inflados se llenan todos los nichos y empieza la competencia. Eso si, con financiamiento se aceleraria la movida. Hay 140.000 pymes esperando la oportunidad«.
Mi comentario: Me pareció que valía la pena considerar por separado este tema. No está fuera del ámbito de la macroeconomía, claro, pero en sus grandes generalizaciones es fácil pasar por alto este mecanismo de creación de «valor», mejor dicho, de precios. Que, como diría MAGAM, terminan inflando las cifras del Producto Bruto Interno…
Lo natural, desde una teoría poco sofisticada o desde el discurso político, es verlo como una deformación, una anomalía que no debería existir. Aún Casiopea, no populista ella, dice que son «recursos mal dirigidos… que contribuyen con el crédito a crear burbujas«. Y tiene toda la razón… si se piensa, como nosotros los intervencionistas, que el crédito debe utilizarse, en primer lugar, para fomentar las actividades que hacen al desarrollo y a la multiplicación de valor. Pero esa no es la lógica de los mercados financieros – que, como el Sur, también existen. Por sí solos, díreccionarán capital hacia donde encuentren el mayor beneficio con el menor riesgo. Es su naturaleza. Como uno es intervencionista pero trata de no comer vidrio, creo que a la lógica de los mercados debemos darle cierto peso en la decisión, para evitar las tonterías que a veces se proponen desde las burocracias estatales.
Lo que plantea Desvinchado, militante kirchnerista, es la solución capitalista tradicional (Y no hay ninguna contradicción allí). Ojo: también requiere un grado de manejo del crédito por el estado. Como hombre con alguna experiencia en bancos, sé muy bien que prefieren diez clientes grandes a mil pequeños, y la teoría de la diversificacion del crédito queda como una pía fícción para economistas.
De todos modos, hay otro aspecto que la teoría económica no considera con la debida relevancia. No, por lo menos desde Veblen (Hay trabajos que lo enfocan, por supuesto, pero no lo integran en una teoría general). El mercado de los productos de marca, en particular en ropa, calzado, relojes, …, depende de que sean caros. El valor que el logo le incorpora al artículo viene de, en una pequeña parte de garantía de calidad (en algunos casos) pero siempre de una imagen. Más importante ese factor, cuánto más caro es. Si fueran baratos… perderían valor.
Esto es cierto aún para el mercado de las imitaciones «truchas», desde La Salada a regiones extensas y dinámicas de China. No se imita la prenda sin la marca. El socialismo leninista que trató de ignorar esta tendencia humana, terminó asfixiado por las mafias del mercado negro.
Si repito cosas que son obvias para cualquiera que esté en la actividad comercial, es porque el elemento de despilfarro implícito en el estímulo indiscriminado al consumo – uno de los puntos más criticados de la estrategia económica K – está presente en la misma estructura de la producción y distribución capitalista.
Entonces, el direccionamiento del crédito – donde el rol del Estado es legítimo, al tratarse de un recurso social y no del dinero de un individuo – es una necesidad fundamental para impulsar a la actividad económica nacional, pero no depende del texto de la Carta Orgánica del BCRA. «Sintonia fina» es un nombre apropiado para un proceso que requiere de intervenciones y limitaciones puntuales, siempre atento a las condiciones cambiantes. Por supuesto, da campo a la arbitrariedad, pero – seré franco – no es esa mi principal preocupación. Lo que creo que debe ser la inquietud de todos es si el Estado con que contamos es capaz de conducir con eficacia ese tipo de proceso.
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