Advertencia: Esta segunda parte del post continúa el tema de la primera: explorar posibles consecuencias, para nosotros, de la Crisis global que atravesamos. Pero … es completamente distinta. Porque aquella especulaba sobre las consecuencias económicas; y ésta, sobre las políticas. Hasta puede servir como una ilustración de los vínculos y las diferencias entre la política y la economía, cosas que todos percibimos pero son difíciles de definir con precisión.
También corresponde que diga que, aunque escriba con mi habitual confianza, tengo más preguntas que certezas. Amigos míos, que por lo demás son personas inteligentes, han cuestionado el supuesto básico del enfoque que tomo; y es cierto que todavía no existe evidencia empírica: los encuestadores, los maestros espirituales de nuestro tiempo, no tienen elementos, al menos todavía.
Ese supuesto básico es muy simple de plantear: la Crisis está jugando a favor del gobierno actual y en contra de sus opositores. Y terminará por provocar, inevitablemente, cambios importantes en el discurso de cualquier propuesta opositora viable que pueda surgir.
¿En qué me baso? Esta Crisis financiera ha puesto por lo menos en peligro el proyecto de la Unión Europea, debilita y degrada los sistemas de protección social de los países europeos, y echa serias dudas sobre la sabiduría y hasta la honestidad de las instituciones financieras más importantes, norteamericanas y europeas, piezas clave del sistema económico del que hasta hace muy poco se llamaba “el Primer Mundo”. Las imágenes y crónicas muy simplificadas que relatan todo esto están en los medios masivos, reforzadas en nuestra gente por la memoria de lo que recuerdan como acontecimientos parecidos – lo sean o no – que nos sucedieron a nosotros, hace 10 años.
Como todos los acontecimientos históricos espectaculares, éste ha servido también para poner en evidencia cambios profundos que, por su propia naturaleza, se producen muy lentamente y son difíciles de percibir. Y fáciles de negar, por los que tienen un compromiso emocional con el “viejo orden”. Frente a la Crisis, el rol de los Estados Unidos como potencia hegemónica del sistema mundial aparece … desdibujado.
Sigue siendo todavía la nación económica y militarmente más poderosa. Pero surgen potencias emergentes y hasta países medianos que están en condiciones de desafiar algunas de las reglas de juego de ese sistema global del que los EE.UU. es el guardián autonombrado, o de utilizarlas en sus propios términos y para su beneficio. El caso paradigmático es, por supuesto, China. Junto a ella figuran, en el imaginario de los medios y también en algunas maniobras diplomáticas, Rusia, India, Brasil, ahora Sudáfrica – la sigla BRICS, invención marketinera de una consultora de inversiones, es la manifestación periodística del hecho. Pero no son ciertamente los únicos.
Esta descripción, un poco larga – quería hacerla precisa – tiene relevancia para nuestra realidad política, y no por un proceso racional de evaluación de políticas. O, por lo menos, no principalmente por ello. El factor clave es la inclinación fortísima de muchísimos argentinos – basta escuchar sus conversaciones, o leer los diarios de más circulación – de asumir que hay países “serios” o “exitosos”, donde “se hacen las cosas bien” y compararlos con las malas prácticas o las oportunidades perdidas de nuestro gobierno de turno.
Hay un trasfondo que ayuda a explicar esta característica: hasta mediados del siglo pasado – coincidentemente con la caída del primer peronismo – las numerosas clases medias de la Argentina moderna tenían – más allá de las ideologías políticas – la idea de Argentina como un país grande y próspero, y con un gran futuro asegurado. Y la experiencia de ese primer peronismo extendió esta confianza a las clases populares.
Había razones válidas que sustentaban esta creencia. Éramos un país al que todavía estaba llegando inmigración europea con una memoria muy cercana de pobreza, además de la devastación causada por la guerra. Y nuestro nivel de vida, de educación, nuestras ciudades, se comparaban muy favorablemente con los de nuestros vecinos en la América del Sur.
El siguiente medio siglo destruyó esa convicción. La continua y creciente prosperidad de la Europa Occidental, y luego el despegue de Brasil, invirtieron, lentamente, los términos de la comparación con nuestro progreso, lento e interrumpido por crisis periódicas. Ningún gobierno, civil o militar, después del ’55, logró mantener por un período largo la confianza en su proyecto, no ya de las mayorías, sino ni siquiera la de un sector importante de la sociedad. Ni aún el peronismo, cuando regresó en 1973, pudo dar estabilidad a Argentina.
Las esperanzas que en buena parte de los sectores medios suscitó el retorno de la democracia en 1983 se desvanecieron a los pocos años en medio de crisis económicas. Puede verse a la experiencia menemista – sugestivamente, su consigna fue “entrar al Primer Mundo” – como la última ilusión masiva de incorporarnos, mimetizándonos, a ese mundo “exitoso” que nos había dejado atrás. La desilusión fue lenta pero implacable, a través del desempleo, la recesión,… finalmente, el desastroso final de la Convertibilidad.
Todo esto se aplica a un porcentaje muy importante, probablemente la gran mayoría, de nuestro pueblo, independientemente de su adscripción política, de los candidatos que vota. Pero atañe más profundamente, es mi evaluación, a los sectores sociales tradicionalmente opuestos al peronismo.
Más allá del cuerpo doctrinario que ha quedado registrado en los escritos y en los discursos de Juan Perón, y de las muchas y muy diversas «actualizaciones» que distintos pensadores han elaborado, existe en muchos – ¿la gran mayoría? – de quienes nos identificamos como peronistas una actitud pragmática, de aceptación de la realidad como primer paso para transformarla. Que, vale recordar, tiene raíces en el pensamiento y en la actitud del propio Perón. Además, a una cierta inclinación por la tradición hispánica y un criollismo revalorizado del primer peronismo, ha ido creciendo una fuerte identificación con Latinoamérica, con nuestra América. También anticipada en escritos y en políticas de Perón, y en su insistencia en el «continentalismo».
Nada de esto sería decisivo – el pragmatismo es muy fuerte, sobre todo en uno -pero al mismo tiempo en este nuevo siglo los países de América del Sur están, casi todos, creciendo con pujanza, sus recursos naturales despiertan el interés del resto del globo, y asoma la posibilidad de tener una presencia articulada en el escenario global. Todo esto, y, por supuesto, el desprestigio del «modelo neoliberal», encajan muy bien con el relato oficial.
Mientras que los sectores sociales que han sido la base tradicional de las fuerzas políticas no peronistas o directamente antiperonistas, han tenido siempre una inclinación hacia Europa. No es necesario recurrir a las especulaciones de Enrique Larriqueta sobre las dos Argentinas, la «indiana» y la «atlántica», que habrían dado origen a las dos grandes fuerzas históricas, peronismo y radicalismo. Es un dato cuya comprobación empírica resulta muy evidente, especialmente en los tiempos del primer peronismo, cuando el rechazo a los «cabecitas negras» era más explícito.
Cuando ponemos la atención en los grupos que llevan adelante en nuestra sociedad la producción intelectual y comunicacional, los que mi amigo Manuel Barge llama el Estado Mayor de la Hegemonía Cultural, los propietarios de la «Verdad», entre los que son hostiles a este gobierno – la mayoría de ellos – la confusión y el malestar que provoca o acentúa la Crisis, la degradación de los paradigmas tradicionales, se hace lamentablemente evidente.
Lean esta nota de Marcos Aguinis, donde increpa a una «oposición ciega e irresponsable«, incapaz de «salvar la República y la democracia«, pues «el país está que arde» (todo textual – es el lenguaje de las viejas proclamas de un golpe militar), y hace un clamor desesperado «No se han dado cuenta de que China, por ejemplo, desde que se atrevió a dejar en la historia el fósil modelo colectivista de Mao, ¡aumentó 45 veces su PBI!«.
Tiene que estar desesperado un viejo socialdemócrata antiperonista por el crecimiento del PBI para preferir el modelo de un partido leninista que adoptó un capitalismo sin leyes sociales. No debe ser por la ausencia de corrupción, no? Ojo: no es en serio. China no ofrece a los sectores altos y medio altos de nuestra sociedad, y menos a nuestros intelectuales, un modelo atractivo y un estilo de vida fácil de imitar, como si lo hacían Inglaterra y Francia en sus tiempos de esplendor. O más recientemente lo ha hecho Estados Unidos, con el envoltorio plástico – mucho más económico y masivo – de Hollywood, Orlando y Miami, que es a lo que las elites y los sectores medios de Latinoamérica modernos pudieron acceder fácilmente.
No, no es más que una expresión de desesperación y bancarrota intelectual de los modelos admirados. Puede verse, con un lenguaje más elaborado y mejor construído, en esta columna reciente de la diputada Elisa Carrió «El oportunista, el tipo ideal que caracteriza al político actual, mediocre, insustancial, cobarde y advenedizo es la bala envenenada que la modernidad a través de la razón instrumental metió con carácter letal en el corazón mismo de la razón moderna«.
Terminando, quiero dejar bien en claro que no creo que estos son los elementos decisivos. Ni de la crispación de los opositores a Cristina Fernández de Kirchner, cuyo origen es lo que aparece como una dificultad insalvable, al menos en el corto plazo, para vencerla en las urnas. Ni de la suerte última de este gobierno, que depende, sobre todo, del acierto de su política económica.
Pero son, estimo, factores que influyen. En la suerte electoral del oficialismo, que por ahora no se enfrenta a una oposición que ofrezca modelos alternativos. Y, como señalé al comienzo, en la naturaleza de la oposición que finalmente surja con posibilidades, que tendrá que encontrar un modelo, un paradigma. Que no será el que sirvió a Alfonsín y también a la Alianza, muy similar al que fuera funcional a las fuerzas políticas españolas en su Transición en los ´70. Y que tampoco va a ser aquel con que deslumbró Menem, y todavía seduce a algunos intelectuales de origen peronista.