Este año, como todos los otros, deja muchas cosas. Tal vez la más importante -lo sabremos no antes de una década- sea el «reacomodamiento» entre EE.UU., la hiperpotencia global, e Irán, la potencia regional del Medio Oriente que es a la vez el único Estado definido por la variante shíita (duodecimana) del Islam. En nuestro país, es probable que la más sorprendente haya sido el triunfo electoral del PRO, todavía en enero pasado un partido vecinal.
Si elijo en lo que puede ser el último post del 2015 escribir del desarrollo de una nueva militancia -que se identifica a sí misma en forma imprecisa con el Frente para la Victoria, y más claramente con Cristina Kirchner, y a la que no vacilo en considerar peronista por razones que daré en este posteo- es porque pienso que no es un hecho aislado, una anomalía. Creo que está intímamente vinculado a formas nuevas de participación entre nosotros y en el mundo. Y, sobre todo, porque es un hecho clave en el escenario político con que se abre el 2016. Uno tiene sus adicciones, después de todo…
Al punto: De las manifestaciones de esta militancia se habló bastante en este blog y en otros, en el lapso entre la primera vuelta, el 25/10, y el balotaje, el 22/11. Porque era imposible ignorar que empezaron a jugar un rol fundamental en la campaña, en los barrios, en fábricas y en las redes sociales, mientras que la dirigencia del FpV -con la casi única excepción de Daniel Scioli- había quedado groggy, y el activismo tradicional no recibía instrucciones claras.
En este blog el posteo más visitado sobre esta realidad -según WordPress, algo más de 9 mil visitantes individuales- resultó ser Mientras, ahí afuera. Pero quien hizo la descripción más precisa fue, hace 16 días, el comentarista Guido -marplatense, antropólogo y peronista (no en ese orden)-, hablando de una realidad que percibe en el peronismo bonaerense:
«En breve: son kirchneristas e incluso «cristinistas», se informan por las redes sociales y algunos programas de TV, leen pocos diarios, y son una masa militante activa y no pequeña que no responde a nada más que a su propia identificación con el peronismo de estos años, con Néstor y Cristina, y a la bronca por el triunfo del PRO. No son tropa de ningún dirigente, ni siquiera (e incluso especialmente ni siquiera) del llamado «kirchnerismo duro». No me parece un dato menor porque son la mayoría de los votos en una interna de verdad y una porción de ningún modo despreciable en una elección general«.
Voy a tratar de poner estas observaciones de Guido en un contexto más amplio: Tradicionalmente, los militantes están vinculados a un dirigente territorial -gobernador, intendente, autoridad partidaria-, a una estructura sindical, o a una agrupación política con jerarquías internas (más o menos orgánicas). Ejemplos de estas últimas en la coalición política que gobernó hasta el 9 de este mes y es hoy la principal oposición son La Cámpora (ligada directamente a Cristina Kirchner), el Movimiento Evita (que en Buenos Aires tiene vínculos estrechos con Daniel Scioli), Nuevo Encuentro (cuyo referente es Martín Sabbatella),…
Cualquiera que haya visto de cerca la impresionante despedida a la Presidente saliente el 9/12 en la Plaza de Mayo, o analice las recientes manifestaciones antimacristas en parques, en Facebook y Twitter, puede darse cuenta que esta militancia «no encuadrada» fue en todas una clara mayoría. Ahora, lo más importante que podemos decir de ella es que no es nueva, ni surge solamente en el Frente para la Victoria.
Ante todo, que «lean pocos diarios» no es distintivo. Es una minoría, cada vez más pequeña, de la sociedad la que se informa por los medios gráficos. La televisión abierta todavía es masiva, a pesar de la competencia de la TV por cable. Pero ya los jóvenes están dejando de lado a ambas, y ven películas, series, videos por Internet (¿Tendrá claro esto el contador Magnetto?). En cambio, las redes sociales llegan a todos los niveles sociales a través del celular, en la Argentina urbana y suburbana. Es natural que se informen y se comuniquen por ellas.
El impacto político de esto se mostró hace pocos años en la llamada «primavera árabe». Y, antes de eso, en las «revoluciones de colores» en el este de Europa. ¿Que hubo usinas que las fomentaron? ¡Por supuesto! ¿Cuándo no? Además, fomentarlas por medios digitales es mucho más fácil, más económico, que por los mecanismos tradicionales de agentes disfrazados, con acento extranjero. En Argentina, donde adoptamos con entusiasmo los festivales de rock, Halloween y Cyber Monday, no nos íbamos a privar.
Se pueden rastrear los antecedentes locales de este tipo de expresión popular convocada por fuera de identidades políticas previas en la Crisis del año 2001. Pero el contexto de anomia social y de rechazo indiscriminado a la política en ese momento fueron muy específicos, y no tuvieron continuidad. Las primeras manifestaciones masivas se dieron en ocasión del enfrentamiento entre el gobierno K y las entidades patronales rurales en el año 2008. Fueron gigantescas, las de ambos lados de la «grieta» (más numerosas, las opositoras, hay que reconocerlo).
Desde entonces, hubo continuidad en esta forma de participación política. En el respaldo al kirchnerismo, los blogs «del palo» (no el de Abel; ya era crítico en ese entonces) fueron claves en brindar un lenguaje y una identidad a los que se incorporaban, desde fuera del peronismo casi todos. Y fue muy visible el éxito del programa de TV 6-7-8, aunque fuera cuestionado desde el comienzo aún por muchos kirchneristas, en movilizar a los que apoyaban al gobierno -o, más aún, rechazaban a sus enemigos: en bastantes municipios del Gran Buenos Aires y en ciudades del interior se formaron grupos y asambleas de televidentes de 6-7-8, sin ningún vinculo a los aparatos locales del PJ. El punteraje extrañau miraba sin comprender…
Por parte de la entonces oposición, basta recordar los «cacerolazos» que acosaron periódicamente al segundo gobierno de Cristina Kirchner. El gobierno se ocupó de hacer conocer los operadores profesionales que los organizaban, pero eso no debería hacer olvidar el hecho obvio: existía un numeroso sector que respondía a su convocatoria.
Igual, es importante que no convirtamos en un mito este proceso (estos dos procesos). Las manifestaciones de apoyo al «campo», los «cacerolazos» no debilitaron al gobierno nacional, ni le dieron coherencia o liderazgos a una oposición que no los tenía… hasta que este año que termina llegó la «Revolución de la Alegría» de Mauricio Macri y Jaime Durán Barba.
Desde el entonces oficialismo se miró con desconfianza -y, desde algunos, con hostilidad- a toda forma de manifestarse que no aceptase una disciplina vertical. Y en ningún caso estamos hablando de una mayoría electoral. Los que participan tienden a engañarse a sí mismos pensando que lo son, y la naturaleza segmentada de la comunicación que consumen no los disuade. Pero… los politizados son, somos, una minoría en la sociedad.
Por eso, si afirmo que hay «una nueva militancia peronista» que es uno de los hechos más importantes del escenario político en este fin de año, y decisivo para el futuro inmediato del peronismo, me baso, no en un análisis sociológico, sino en datos muy prácticos. Estos militantes, están motivados por un vínculo emocional con Cristina Kirchner, con los logros del kirchnerismo (mirados a través de un cristal idealizado; siempre es así; también lo fue con el primer peronismo) y, sobre todo, con su bronca con el gobierno de Macri. Que no les escatima motivos, claro está.
Entonces, este grupo humano no necesita -en lo inmediato- organicidad, niveles intermedios de conducción. Van a aceptar las convocatorias que resuenen con su hostilidad al gobierno actual, y sólo ellas. Y, en las provincias no gobernadas por el peronismo y en la Capital, son más numerosos que los activistas «orgánicos». En cualquier elección interna más o menos democrática que se haga en el peronismo en el futuro cercano, garantizan el triunfo de la variante opositora más dura, más kirchnerista. Que además probablemente contaría con el apoyo de un sector mayoritario, en esos mismos distritos, los más poblados, del activismo tradicional.