Jorge Castro es un analista lúcido e informado del escenario internacional, además de un militante – en el plano de la discusión intelectual – de la política argentina de los últimos cuarenta años. Por eso, era una pérdida – mía – que desde hace tiempo no pudiera apreciar sus ensayos sobre importantes aspectos de la realidad planetaria que enfrentamos.
Eso no se debía a la valoración positiva que J. C. mantiene lealmente con muchos aspectos de la experiencia Menem. En realidad, es un alivio encontrar a alguien que lo asume, después que descubrimos que en realidad nadie votó jamás a Menem ni aprobó de su gobierno. Digo, Menem debe haber sido el superhombre de Nietzche, si hizo lo que hizo sin el apoyo de nadie, salvo por supuesto el de la sinarquía internacional y esos poderosos grupos económicos que arrugan solamente cuando Kirchner (otro superhombre) los verduguea desde el atril.
No, el problema que he tenido con el pensamiento de Jorge es que sentí que – al igual que otros en lo que solía llamarse el «campo nacional» – había quedado enganchado en una determinada visión del sistema mundial: hegemonizado por una hiperpotencia – los Estados Unidos – que, basándose en la apertura al mercado global de China y las potencias emergentes de Asia Oriental y su propia disposición a tercerizar en esos países su industria manufacturera, estaba en condiciones de garantizar un orden estable en el que la mejor opción de un país mediano como Argentina era adaptarse con buenos modales.
Ojo! Debo aclarar que, ni necesito para apreciar un análisis estar de acuerdo con todos sus supuestos, ni tampoco encuentro que esa visión es totalmente absurda. En realidad, si Bush y los neocons no hubieran cometido el pecado de hubris de creer que podían occidentalizar Medio Oriente con bombas y bayonetas, ese esquema – pese a la que considero una inestabilidad inherente – podía mantenerse por algunos años más allá de la década del ´90. El error que cometía Jorge Castro y que – en mi caso – hacía ilegible sus escritos era aferrarse a proclamar la vigencia de ese esquema como si fuera incuestionable, mucho después que sus grietas se hicieron evidentes.
Me hacía pensar en el error simétrico que cometieron otros argentinos militantes – nacionales, católicos no pocos de ellos – que más de treinta años atrás estaban convencidos que la hegemonía de la entonces Unión Soviética era el futuro inevitable. Se me ocurre que en Latinoamérica, otro Castro, de nombre Fidel, fue uno de los primeros convencidos de ello.
Bueno, esa es otra historia. La buena noticia es que Jorge Castro ha publicado en el Clarín Rural de ayer «Un desafío para la Argentina«, un elocuente y detallado alegato en pro de la extensión de nuestro dominio maritímo a las 350 millas de la costa y, lo más importante, de la construcción de las herramientas necesarias para hacerlo real. No estoy de acuerdo con que los recursos ictícolas sean la única realidad concreta; con el petróleo a 100 dólares, explotaciones antes antieconómicas se hacen factibles. Pero «no necesito para apreciar un análisis estar de acuerdo con todos sus supuestos». La buena noticia importante es que Jorge Castro ha vuelto a escribir de los intereses nacionales concretos, y sobre eso no sobran nunca los que lo hagan.