Mientras, ahí afuera

octubre 31, 2015

pintada macri

De lo que ahora está pasando en la calle y en las casas, algo comenté el jueves. Pero los blogs no son el lugar. El tachín, tachín, o la indignación que transmiten los que escriben, pueden ser sinceros pero sólo sirven para desahogarse. Porque el que se pone a leer un blog está poniendo una barrera digital entre la realidad y él. O lo ayuda a entender y reflexionar, o pierde su tiempo.

Este mail que me envió el cuyano Marcelo Padilla cuenta bien lo que está pasando con personas reales en el mundo real. Ahora, es lo que más importa.

Un fenómeno se está dando en la argentina a pocos días del balotaje. Interesante desde lo sociológico y político, y también desde lo cultural. Hasta hace unos años, cuando nada parecía lo que hoy sucede y se pensaba que teníamos la vaca atada, los dirigentes del FPV, en todas sus variantes peronistas clásicas o kirchneristas puras, eran los voceros del proyecto nacional. La militancia, más silenciosa, esperaba: palabras, órdenes, discursos, estrategias, convocatorias. Todo en sintonía vertical como manda el manual de conducción política y las estructuras de las orgas.

Pasado ya el cimbronazo macrista de la primera vuelta y, la posibilidad real de perder las elecciones el 22 de noviembre, hay un despertar subterráneo, de aquella militancia silenciosa, pero también de miles y miles de adherentes al proyecto nacional. Es más, se van sumando a la participación y expresando su posición, personas que no son peronistas ni kirchneristas, que generalmente votan otros espacios, de izquierda, o de centro, que temen un hipotético gobierno de Macri en la argentina. Remarco lo de subterráneo porque me parece que es así como las estructuras políticas a veces no pueden con la fuerza de la chipica que crece en la adversidad.

Hoy los dirigentes bien guardados no son los que hablan, y celebro que no lo hagan, porque no suman. Se han convertido en una especie de repetidores seriales de lo que el votante confundido y hasta el militante harto de callar, no quieren. Me parece una buena señal, tardía tal vez, pero sintomática de los nuevos tiempos por venir. Los posicionamientos sobre lo que se pone en juego el 22 del 11 se están poniendo a la luz sin miedo y ni prejuicio.

Hay una militancia nueva por susto y por convicción que ha rebasado a las orgas y al propio FPV. Existen autoconvocatorias, gente que se junta a pensar cómo salir a convencer a los vecinos sin esperar que alguien les diga desde dónde hacerlo. Es el aluvión agazapado que no tenía voz y ahora se hace escuchar con propuestas más creativas y discusiones más sensatas que los propios burócratas partidarios.

Variopinto, diverso, diferente, seminal. Un volcán en erupción que atraviesa clases sociales y franjas etarias. Hasta pre adolescentes que se guasapean con otros entrando en la batalla de “Patria o Macri”.

Resulta, por estos días, conmovedor, más allá de los resultados que se darán. Porque nadie habla de otra cosa que del futuro del país. Los dirigentes, que se guarden en sus casas. Esta vez, la voz, la persuasión, las acciones y las estrategias, las definen los que no especulan con nada. Larga vida a la revolución silenciosa que muestra su atrevimiento. Eso es lo que necesitamos, atrevidos. Por fuera y por dentro de las estructuras.


El PRO, como la Nueva Derecha

octubre 31, 2015

festejo-pro

Esta semana, y casi toda la anterior, estuvieron dedicadas en el blog a la campaña electoral, a la etapa que terminó el domingo y a la que empezó ahí. Inevitable. Se juega el destino – el inmediato – de los argentinos, y es un tema del que algo conozco y me apasiona. Hay compañeros que me han dicho que mis posteos les sirven en su militancia, y me siento honrado. Pero es mi obligación decirles que mis posteos sólo pueden tener un valor indirecto. Para convencer votantes, para sumar voluntades, es necesario apelar a las emociones, no al análisis.

Pero la reflexión es necesaria. «Aceitada la pistola y limpio el espejo» decía, en una época más romántica, Arthur Koestler en su autobiografía. Quiero invitarlos a leer este lúcido artículo de José Natanson «Globología«, porque creo que ayuda a entender el nuevo partido – más joven que este siglo – que gobierna la Capital Federal, triunfó en la provincia de Buenos Aires y tiene serias chances de gobernar la Argentina.

No es un ataque ni una denuncia. Aunque, por razones que tienen que ver con la historia, «derecha» en la política argentina es un término de rechazo, casi de insulto. Sólo grupos muy marginales se identifican como la derecha. Y al mismo tiempo, es difícil negar que «derecha» e «izquierda» tienen sentido para definir políticas y posicionamientos.

Si se trata de usar esos términos en forma relativa, lo que parece razonable a primera vista, «más a la derecha» o «más a la izquierda», se cae en discusiones interminables. El peronismo fundacional, que tuvo su origen en un golpe militar, se identificaba con la doctrina social de la Iglesia y llevó adelante una revolución social, ¿era de izquierda o de derecha? Mucho más cerca en el tiempo, la izquierda marxista tradicional decía al comienzo de la gestión Kirchner, que era la «derecha posible» en ese momento de crisis y derrumbe institucional. Hay argumentos para eso, como también, o más aún, para afirmar que el kirchnerismo es la «izquierda posible» en un gobierno argentino.

En mi opinión, sólo se puede debatir con sentido si se acepta que «Derecha» es un concepto cuyo significado cambia según cambia la sociedad. Como también «Izquierda». El Partido Conservador de la década del ´30 del siglo pasado, tiene muy poco en común con el PRO, aunque en los dos milite un Federico Pinedo. Esto de Natanson ayuda a entenderlo, y, a los que estamos en eso, a enfrentarlo. Como es sábado, tienen tiempo para leerlo tranquilo (aunque las respectivas hinchadas se apresurarán a gritar sus consignas, por supuesto).

«En un marco de crisis financiera global y dejado atrás el momento más brillante del boom de los commodities, América Latina enfrenta un cuadro económico de bajo crecimiento, retorno de la restricción externa y tensiones cambiarias. Según datos de la CEPAL, el PIB regional crecerá apenas 0,5 % en 2015. Este cambio de escenario económico llevó a un estancamiento o deterioro de los indicadores sociales, lo que a su vez se refleja en resultados electorales más ajustados para los gobiernos de izquierda, tal como demostraron los casos de Nicolás Maduro (menos de dos puntos de diferencia con la oposición) y Dilma Rousseff (menos de tres).

Esta baja en la performance electoral tiene como contracara el ascenso de una derecha, que es nueva en tres sentidos básicos. Es nueva porque es democrática, ya no apuesta al partido militar como vía de acceso al poder y, exceptuando a sus sectores más recalcitrantes, se mueve dentro de las reglas de juego electorales; es nueva porque es pos-neoliberal, pues al menos públicamente no reivindica las políticas de apertura, privatización y desregulación típicas de los 90; y es nueva porque es lo suficientemente astuta como para mostrar una “cara social”: en línea con el “conservadurismo compasivo” norteamericano, promete cambios macroeconómicos y reformas fiscales pero manteniendo los sistemas de protección desplegados en la última década.

Esta derecha caprilizada, de la cual el PRO de Mauricio Macri es un ejemplo paradigmático, es la que desafía la continuidad de los gobiernos de izquierda. Por eso es necesario bucear más profundo, más allá de la superficie indignada de las referencias a la súbita “derechización” de los electorados y el supuesto reaccionarismo inherente a las clases medias, para entender los motivos que dan cuenta de su crecimiento. Y como toda alternativa democrática se afirma siempre en un suelo conceptual, la nueva derecha tiene como filosofía política una ética protestante de progreso por vía del esfuerzo individual de las personas o las familias: el ascenso como fruto del sudor o el ingenio es desde siempre un valor importante para la derecha, que no sólo no reniega del individualismo sino que incluso lo considera un motor clave para el avance de la sociedad, que debe limitarse a ofrecer igualdad de oportunidades a los ciudadanos para que luego cada uno llegue hasta donde quiera o hasta donde pueda. Por eso sus apelaciones recurren a menudo a la segunda persona del singular, como hace María Eugenia Vidal en sus discursos: “Te hablo a vos, que querés estar mejor…”.
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Esta concepción explica, según la famosa tesis de Norberto Bobbio, que la derecha acepte las diferencias sociales, es decir la desigualdad, como parte inevitable de cualquier orden social en el que sus integrantes ejerzan plenamente su libertad. Sin sumergirnos en debates más profundos acerca de las consecuencias de esta perspectiva teórica, digamos que tiene como consecuencia concreta una cierta visión acerca del rol del Estado, el lugar de la sociedad y el alcance de la política. Frente a una izquierda que tradicionalmente ha buscado a sus líderes en los movimientos colectivos (sindicatos, partidos, asambleas), la nueva derecha los encuentra en las hazañas individuales del deporte, los negocios y el espectáculo, que permiten medir el esfuerzo individual contando triunfos deportivos, millones de dólares o puntos de rating.
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No sólo el macrismo recluta a sus candidatos de este semillero noventoso; el mismo Daniel Scioli es, por el dato incontestable de su origen, un producto de esta nueva realidad. Pero el PRO es el que ha llegado más lejos. Igual que el mexicano Vicente Fox, el chileno Sebastián Piñera o el estadounidense Donald Trump, Macri es un empresario-político dotado de una flexibilidad ajena a los viejos referentes de la derecha ideológica estilo Álvaro Alsogaray o Ricardo López Murphy, economistas formados en rígidas escuelas de pensamiento, a quienes se podrá acusar de cualquier cosa salvo de carecer de ideas. ¿Alguien se imagina a alguno de ellos reivindicando alegremente la estatización de Aerolíneas o inaugurando una estatua de Perón junto a ¡Hugo Moyano!? Macri, que se mueve con la plasticidad propia de los hombres de negocios, carece de esos pruritos.
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Deliberadamente alejado de cualquier dogma, dispositivo ideológico o corriente política que lo limite, el macrismo es una mezcla acuosa de liberalismo y conservadurismo. Si el primero se verifica en ciertos trazos inconfesados de su programa económico y el estilo moderno y globalizado de sus dirigentes (su máximo líder, por ejemplo, está divorciado), el segundo se comprueba en el catolicismo militante de muchos de sus miembros y en sus posiciones respecto de temas como la inseguridad o el aborto. Su modelo no es la reaccionaria derecha del PP español ni la sobria centroderecha socialcristiana alemana ni el tradicional partido conservador británico, sino la nueva derecha anti-política que vivió su ciclo hegemónico en Italia de la mano de Silvio Berlusconi y que ha comenzado a prosperar en algunos países europeos como España, con el crecimiento de Ciudadanos.
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Su origen es siempre una crisis, porque son las situaciones límite las que suelen alumbrar este tipo de cambios profundos: en Italia, la crisis del sistema construido desde la posguerra en torno a la Democracia Cristina disparada por el mani pulite; en España, la crisis económica y el derrumbe del clásico bipartidismo. En Argentina, el colapso del 2001. Como señalamos en otra oportunidad, el macrismo es, igual que el kirchnerismo, una consecuencia de los estallidos de diciembre ´01, que sacudieron la conciencia política no sólo de los sectores populares sino también de las elites económicas y las clases medias, muchos de cuyos integrantes adquirieron, por el simple ejercicio de observar un país en llamas, una nueva sensibilidad respecto de la cosa pública. Por eso, aunque en el macrismo convergen peronistas, radicales y todo el arco superviviente de los viejos partidos conservadores, la gran novedad, su aporte verdaderamente original a la política argentina, es haber logrado atraer, formar y retener a una cantidad importante de militantes provenientes del mundo empresario, el voluntariado católico y, sobre todo, las ONG tecnocráticas surgidas en los 90.
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Con la audacia propia de los principiantes, el macrismo ensayó algunas movidas que podían sonar extravagantes para el análisis político tradicional pero que al final se demostraron exitosas: por ejemplo, candidatear en la provincia de Buenos Aires a la vicejefa de Gobierno de… la Capital, una idea a priori tan descabellada como postular a, digamos, el vicegobernador de Salta como candidato a gobernador de Jujuy. Inconcebible en un partido tradicional, la jugada borró todo el saber construido acerca de la supuesta tensión porteño-bonaerense y en el camino reveló la comprensión profunda de algunas mutaciones estructurales de los electorados, dispuestos a votar una cosa para presidente y otra para gobernador, intendente o diputado, apoyar un partido a un mes y otro al siguiente. En suma, confirmó que la ciudadanía, incluso la de la provincia de Buenos Aires, que se suponía encadenada a la voluntad de los punteros peronistas, es un sujeto autónomo y exigente, capaz de ejercer el voto castigo cuando lo cree necesario.
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Como señalamos en el comienzo, la nueva derecha que encarna Macri despliega un discurso que combina convicción democrática y promesas sociales, todo envuelto en esa estética new age de tonos vagamente orientalistas que tanto irrita al kirchnerismo sunnita. Pero más que indignarse conviene preguntarse por qué este discurso resulta verosímil para sectores importantes de la población. Sucede que, contra lo que piensan los semióticos recién recibidos, ni el poder de la prensa hegemónica ni la protección mediática resultan suficientes para que la sociedad crea en las promesas de un determinado candidato.
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Una posible explicación, entonces, podría encontrarse en la gestión porteña: Macri no privatizó las escuelas, aunque el presupuesto educativo como porcentaje del presupuesto total se redujo; no convirtió a la Metropolitana en el Ku Klux Klan, aunque sí habilitó represiones injustificadas (lo que también sucede con las fuerzas de seguridad nacionales), y no aranceló los hospitales ni prohibió a los bonaerenses, ni a los paraguayos, atenderse en ellos, por más que el manejo del área de salud exhiba todo tipo de déficits. En otras palabras, la promesa de sostener las políticas sociales y el tardío giro estatista de Macri pueden haber resultado convincentes porque su gestión en la Ciudad fue mediocre en muchos aspectos y, tal como reveló el caso Niembro, mucho más opaca de lo que se pretende, pero no fue una gestión neoliberal ni noventista.
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Más que ideológico, su límite puede ser geográfico. El PRO, que a partir de diciembre gobernará los dos principales distritos del país, se despliega del centro a la periferia, que como demuestran las experiencias históricas del radicalismo y del peronismo es la forma en la que se construyen los partidos políticos en Argentina. Sus mejores resultados se concentraron en los grandes centros urbanos, el interior y norte de Buenos Aires y el sur de Córdoba y Santa Fe, lo que confirma que el kirchnerismo sufrió, como en el 2009, su histórica confrontación con el campo, un sector al que nunca terminó de entender.
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¿Un partido para la zona núcleo? Quizás algo más. Para bien o para mal, y más allá de los vaivenes de los precios internacionales, los mercados de futuro y los seguros contra granizo, vivimos en la era de los commodities, que impone a los candidatos una doble frontera de políticas: por derecha define una economía que depende de la soja para garantizar la gobernabilidad, y por izquierda habilita un amplio sistema de protección social, que en buena medida es su consecuencia. Encorsetado por la soja como problema-solución, ni el más izquierdista de los gobiernos podrá prescindir del glifosato ni el más derechista de los presidentes podrá terminar con la Asignación Universal.
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Fue este límite de hierro, que define el perímetro exacto de las posibilidades de nuestra democracia, el que le dio el tono a una campaña de asombrosas coincidencias programáticas: aunque detrás de cada candidato se agrupan fuerzas sociales, coaliciones políticas y superestructuras dirigenciales diferentes, tanto Macri como Scioli prometieron reducir el impuesto a las ganancias, bajar las retenciones, mantener bajo control estatal las empresas públicas y lanzar un plan para construir el mismo número de viviendas (un millón), todo bajo la apelación ambigua a un desarrollismo tan amplio como impreciso.
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En este contexto de coincidencias, uno de los pocos puntos claramente identificables de desacuerdo fue la definición acerca del tipo de cambio: el macrismo propuso liberarlo desde el primer momento de su eventual llegada a la Casa Rosada, y ni siquiera cuando decidió reemplazar a los referentes más ortodoxos de su equipo económico desmintió públicamente esta alternativa, mientras que el sciolismo defiende la necesidad de administrarlo y eventualmente corregirlo, pero más gradualmente. El asunto es crucial, porque el precio del dólar es el precio más importante de nuestra economía y porque detrás de él se libra una intensa puja entre diferentes sectores sociales y económicos, en la que el propio establishment se encuentra dividido. Por haberlas vivido, todos conocemos las diferencias entre una devaluación fuerte y una devaluación suave, quizás el primer punto de apoyo sobre el cual podría afirmarse Scioli para empezar a escalar una campaña que está lejos de estar definida pero que se le va a presentar cuesta arriba«.


Música para el fin de semana – Edmundo Rivero «Nostalgias»

octubre 30, 2015

No soy un argentino nostálgico. Estoy entre los que sienten que el mejor tiempo es el que no vivimos todavía. Pero éste es un tangazo, y lo canta un grande. Me parece bien para este finde volver a un cacho de nuestra identidad.


Comenzó la campaña del balotaje

octubre 30, 2015

Scioli y gobernadores

Pido disculpas a los lectores: demasiados posteos seguidos sobre nuestras peleas electorales. Pero… como señalaba hoy un colega comunicador, esta segunda vuelta que tendremos el domingo 22 es el hecho central de las expectativas y temores de los argentinos en estos días.

Y hoy el Frente para la Victoria relanzó la campaña formal, es decir, la de los candidatos y dirigentes. Puede ser que la esté viendo a través de mis preconceptos – bah, seguro que es así – y entonces me equivoque. Pero creo que esta nueva etapa comienza en el marco que en el posteo anterior planteaba que era inevitable.

En lo que hace al candidato presidencial, hay que decir que el título de La Nación es un buen resumen Scioli fue a Tucumán con Zannini y Aníbal: los gobernadores del PJ lo ovacionaron. Así es: en la transmisión del mando de José Alperovich a Juan Manzur (simbólico: un oficialismo cuestionado y que ya no triunfa con los porcentajes que logró en los turnos anteriores. Pero que gana, legítimamente) estuvieron los gobernadores Luis Beder Herrera (La Rioja), Gildo Insfrán (Formosa), Sergio Urribarri (Entre Ríos), Lucía Corpacci (Catamarca), Eduardo Fellner (Jujuy) y Jorge Capitanich (Chaco).

Esa es, hasta marzo, la conducción del PJ nacional, que refleja el poder territorial del peronismo (hoy, con algunos cambios). No es todo el peronismo, ni, por supuesto, todo el FpV, pero allí estaban, representando al gobierno nacional y también a la vertiente (más) kirchnerista (alguno, en tránsito hacia el sciolismo): Aníbal Fernández, Agustín Rossi, Eduardo «Wado» De Pedro y Diego Bossio. Y también estuvieron, naturalmente, el secretario general de la CGT, Antonio Caló, y el secretario general de la CTA oficialista, Hugo Yasky.

Justamente, la presencia del Jefe de Gabinete – Scioli y él se sacaron una foto conversando muy cordialmente – remarca que, ganando o perdiendo, con mayor o menor onda con Cristina, hay una identidad peronista que el conjunto de la dirigencia reconoce. O, como dijo el poeta, «No son ni buenos ni malos. Son incorregibles«.

En cuanto a la Presidente, ella también dio una señal clara, en su estilo. Que permite que un medio cercano al macrismo, La Política Online, titule Cristina ignoró a Scioli y habló como líder de la oposición a Macri, y uno más cerca del oficialismo, Letra PCristina no lo nombró pero mandó al kirchnerismo a militar por la victoria de Scioli. Como sea, me parece que fue bastante clara: advirtió a los militantes sobre «los mediocres de adentro o de afuera que quieren dividirnos«, y señaló «ya nos dividieron en dos y ahora nos quieren dividir en tres«. El que quiera oír, que oiga.

Repito lo que dije arriba: así se relanzó la campaña formal, la de los candidatos y dirigentes. Que asume que hay diferencias, tensiones y ambiciones contrapuestas (¡vaya novedad!), pero un objetivo común. Y separar la imagen del candidato y la de la Presidente sirve a este objetivo.

Y digo que es la formal, importante como es que haya un marco acordado, porque en estos días, en forma más difusa, ya comenzó la real, la única que tiene una posibilidad de dar el triunfo al FpV en el balotaje. La militancia barrial, inclusive la de las agrupaciones más K como la de aquellas que ya se habían acercado a Scioli, dejando de lado en unos cuantos casos a las dirigencias de sector («que siguen boludeando«, es un comentario que se escucha) se ha puesto en marcha, coordinándose entre ellos.

Están en busca no del «voto independiente», ese animal mitológico, sino del vecino o el compañero de trabajo que votó a Cambiemos o a Massa, para recordarle que Mauricio es Macri y hablarle no de los ’90, que ya quedan un poco lejos, sino de la experiencia del gobierno de la Alianza, los ajustes, los recortes en las jubilaciones, las empresas que se cerraban o disminuían personal,… Su discurso es más sincero porque se preocupan por su propio bolsillo; la fantasía de un triunfo electoral en 2017 no alcanza a tranquilizarlos.

¿Tienen chance? Creo que sí. El PRO hizo una campaña muy inteligente – su manejo de las redes sociales tiene mi reluctante admiración – y Durán Barba ha sido reivindicado. Pero pienso que un factor que los ayudó es que todos – ellos también – estábamos convencidos que el peronismo tenía una clara ventaja, y que era imposible que se perdiera en Buenos Aires ante María Eugenia Vidal. El exceso de confianza es fatal. Y ahora leo que Macri – y, me dicen, muchos dirigentes del PRO – se han ido de vacaciones


Las estrategias del Frente para la Victoria

octubre 29, 2015

batalla

Hasta ayer, miércoles 28, no había ninguna. Esta no es la observación de un analista, sino la percepción directa de un militante. Quiero precisar lo que estoy diciendo, como acostumbro: Es posible que Cristina Kirchner, o Daniel Scioli, hayan decidido un curso de acción (DOS dio señales claras, hay que decirlo, el mismo domingo a la noche, y en estos 3 días siguientes continuó con el planteo que esbozó entonces). Puede ser entonces que hayan decidido el mismo curso, o distintos. Y hasta puede ser que gente muy cercana a ellos lo sepa. Pero los niveles de conducción del aparato político del Partido Justicialista, y de todas las estructuras más o menos orgánicas que componen la muy diversa coalición que lleva el nombre de Frente para la Victoria, el «dispositivo», como lo llamaba Perón, no la conocen. Entonces plantean iniciativas de sector o grupo, o dicen pavadas.

Me siento obligado a contarles esto porque los que militan ya lo saben, y no los va a desalentar. Y los que no militan… saber que los reyes son los padres no les hará mal. Y también quiero decirles que no es grave. Algunos individuos con personalidad y firmeza pueden reaccionar rápido ante hechos inesperados que destruyen sus certezas; a las estructuras – un conjunto de individuos que interactúan entre ellos – les cuesta más.

Nadie, ni en el oficialismo ni en la oposición ni los encuestadores ni observadores extranjeros, esperaba estos porcentajes en los votos de Scioli y de Macri en la elección del domingo. Tampoco que el peronismo perdiera la gobernación de Buenos Aires ante la candidatura de María Eugenia Vidal. El PRO y sus aliados reaccionaron con euforia incrédula (fue muy visible en la noche del domingo). El peronismo y sus aliados… están procesando el golpe.

Repito: no es grave. Tres días es muy poco para desarrollar una estrategia de conjunto. No es la decisión genial de un iluminado, sino la articulación de organizaciones, identidades, reclamos… Ayer, por ejemplo, estuvieron reunidos los que son, en esta circunstancia, quienes conducen al sindicalismo peronista.

Y esta es, efectivamente, una nueva campaña, muy distinta a la anterior. Porque los antagonistas son dos, porque el FpV ya no es el favorito, … La victoria de Alfonsín en 1983 tardó casi un año en ser asimilada por el peronismo. Ésta, créanme, sé de lo que estoy hablando, va a ser digerida mucho más rápido. Por una razón muy sencilla: dentro de 24 días, el 22 de noviembre a la noche el Presidente electo será Scioli. O Macri. Y eso significa una diferencia muy grande para mucha gente.

No debe ser sorpresa para nadie que haya participado en las discusiones internas del peronismo en estos días saber que hay básicamente dos posiciones. Y tampoco es extraño que el único lugar, hasta ahora, donde se plantean públicamente es la blogosfera.

Una plantea que el protagonismo de la campaña debe ser exclusivamente de Scioli. Porque el pueblo debe tener claro que está eligiendo a un Presidente, no a una figura borrosa. Cristina debería guardarse, y Aníbal quedarse callado, por lo menos hasta después del balotaje. Un desarrollo apasionado y lúcido lo hace aquí el joven Santiago Costa, pero no es el único, ciertamente.

Dentro de esta posición, se imagina una unidad «panperonista». Contradicto da aquí una imagen impresionista de cómo sería eso.

La otra postura, totalmente opuesta a la anterior, es la de los que dicen que la segunda vuelta sólo se puede ganar con más kirchnerismo, que la presencia de Cristina en la campaña es fundamental. Artemio López es un vocero ruidoso de ésto – por ejemplo, aquí – pero es la actitud de La Cámpora y de los (numerosos) sectores para los que su peronismo está indisolublemente vinculado al liderazgo de CFK.

Por supuesto, en el mundo real esto no se resolverá en el marco de una discusión teórica, sino, muy rápidamente, tal vez hoy mismo, en el plano de la voluntad y el poder de los actores. Y de la Realidad (esa mina siempre tiene la última palabra).

Igual, por lo que vale, voy a dar mi opinión; uno no es un espectador. Creo que ambas posturas, en extremo, son irreales. Cristina es parte fundamental y muy visible del oficialismo; sería imposible «esconderla» aunque ella quisiera (creo que Scioli, por ejemplo, es muy consciente de esto, lo que explica muchas de sus actitudes). También es parte inseparable del juego político la militancia «cristinista».

Igualmente reales, e igualmente imposible de hacer creer que serán soldados fieles de la «Conducción», son Scioli – que si gana será, junto con sus ministros, el que tome las decisiones del día a día -, los gobernadores y los sindicalistas que lo apoyan. Y la militancia peronista que quiere ganar, y le irrita lo que aparece como el sectarismo de La Cámpora.

Entonces, «lo que se ve es lo que hay», el oficialismo es como es, y tiene el candidato que tiene. Los argentinos van a decidir en poco más de tres semanas si lo eligen a él o a Mauricio Macri.

Tampoco comparto la ilusión «panperonista», en el plano de los dirigentes. Es evidente que a Sergio Massa le conviene una derrota del oficialismo. Que hiere, quizás definitivamente, a Scioli y debilita a Cristina («perder no es peronista»). Lo deja a él con chances para aspirar a una futura conducción del peronismo. Vale lo mismo para los que se quedaron con las fichas que habían puesto en su candidatura.

Creo, sí, que hay una buena chance para el peronismo, si sabemos expresarlo. Me permito recomendarles un posteo mío, reciente, pero de antes de la elección. Allí no hablé de números, sino de los votantes. Ahora que sabemos cuántos son, mantengo que en esos cinco millones y pico que votaron por Massa, están, obvio, los que no lo quieren a Scioli, los que no quieren al kirchnerismo, y los que no quieren ninguna de las dos cosas. Pero tampoco lo quieren a Macri.

Como dice la propaganda, son dos modelos de país. Sucede que es cierto, y que están bastante bien expresados por los dos candidatos. Si a los argentinos esto les queda claro, se puede ganar el 22/11.


La estrategia de Néstor Kirchner

octubre 28, 2015

Télam -Buenos Aires- 14/10/2010 El presidente del Unasur, Nestor Kirchner, saluda durante  el acto de oficialización de la creación de la casa de altos estudios, que encabezó la presidenta Cristina Fernandez de Kirchner, en la sede del Rectorado de la Universidad Nacional de Moreno. Foto: Sergio Quinteros/Télam/jcp

Ayer se cumplieron 5 años de su muerte. En ese entonces le dediqué un breve saludo, y, un día después, reflexioné sobre lo que él dejaba detrás suyo. Escribí de esa circunstancia inmediata, como es frecuente en los posteos. Ahora tal vez sea el momento de analizar su legado. O tal vez no. Estamos en vísperas de hechos que probablemente nos van a obligar a repensarlo. Bueno, siempre el presente está reescribiendo el pasado.

Lo que quiero hacer ahora es algo más limitado, repasar un aspecto que mi experiencia me ayuda a ver más claro. Quiero acercarles algunas observaciones sobre la estrategia política que él diseñó a partir de 2003, que él y Cristina llevaron adelante, y que marcó, marca, una etapa de 12 años en Argentina. y es la expresión del peronismo en este siglo.

A Néstor Kirchner, como a todos los dirigentes peronistas de primer nivel – él era gobernador de Santa Cruz entonces, y uno de los principales aliados de Eduardo Duhalde en su enfrentamiento con Menem – le impactó la derrota de 1999. Como muy pocos además de él. sacó una determinada conclusión de esa derrota. que su causa principal fue que al bando de enfrente se había sumado el FREPASO, una fuerza política que expresaba al electorado de centro izquierda, progresista, que había tenido su origen en una escisión del peronismo, provocada por el rechazo a las políticas menemistas. En las elecciones de 1995 llegó a ser la segunda fuerza. Al formar la Alianza con el radicalismo, garantizó la derrota del PJ.

Y N. K. fue el único que tuvo a la vez la oportunidad y la decisión de aplicar lo que había entrevisto: Desde el mismo momento que llega a la Presidencia, con – como se ha repetido tantas veces, el 22 % de los votos, una de tres fórmulas peronistas – a políticas tradicionales del peronismo: estímulo al consumo, buenas relaciones con los sindicatos, paritarias libres, incorporó banderas y valores de ese progresismo. La reinvindicación y el apoyo a los organismos de derechos humanos, el rechazo a la represión como instrumento de control social, el impulso a los juicios contra los represores…

Otros dirigentes del peronismo habían hecho gestos en esa dirección – Adolfo Rodríguez Saá, al asumir lo que sería su brevísima presidencia, había invocado por igual al 17 de Octubre y a las Madres de la Plaza de Mayo. Pero es dudoso que otro hubiera tenido la firmeza y la consistencia con las que Kirchner siguió esa política.

Al analizar esto no se puede separar la decisión estratégica de los sentimientos, las pulsiones del conductor (Los que intentan hacerlo, en nombre de un maquiavelismo ingenuo, son los que nunca han hecho política, ni la han entendido). Kirchner, y su mujer, eran parte de una generación que se sumó a una forma de militancia peronista a principios de los ´70. Como otros cientos de miles en ese tiempo, no fueron cuadros de las «orgas» ni participaron en la lucha armada, pero incorporaron el espíritu, las ideas de ese tiempo.

Después, la represión y la experiencia alfonsinista los cambiaron a todos ellos, como cambiaron definitivamente la política en Argentina. Las acusaciones de «montoneros» tienen tanta validez como las acusaciones que se desparraman por todos lados en la política argentina, una forma de insultar al adversario. El setentismo de los Kirchner, que transmitieron para los militantes que a su vez formaron, era, es reivindicatorio de la práctica política y de los derechos humanos. No son características de los ´70.

Por supuesto, sus opositores denuncian que el de los K no es el «verdadero» progresismo, entendiendo como tal al que figura en los libros de texto. Puede decirse que, en lo formal, los tres gobiernos de ese signo llevaron adelante, en el plano de las leyes, la agenda más ambiciosa del progresismo argentino a comienzos de siglo. Con algunas de sus figuras emblemáticas, como la del ex juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni.

En un plano más práctico, la coalición oficialista ocupó ese espacio político. El progresismo no peronista quedó reducido a expresiones testimoniales – una muestra es el Frente de ese nombre encabezado por Stolbizer en las elecciones del domingo, que sumó menos votos que el troskismo – o se corrió a la derecha, como lo hizo Elisa Carrió. Y esta alianza de peronismo y progresismo forjada por los Kirchner le dio a Argentina doce años de estabilidad política. Ganó todas las elecciones nacionales, legislativas o presidenciales, realizadas en nuestro país desde 2005 hasta ahora. Fue siempre la primera minoría, y en algún caso – 2011 – mayoría absoluta.

Hay un antecedente de signo opuesto, como he señalado muchas veces en el blog. El gobierno de Carlos Menem, de 1989 a 1999, fue, en la práctica, un frente entre el peronismo y la UCEDÉ, la expresión política de la derecha liberal en Argentina. Y llevó adelante políticas privatistas y de desregulación que habían sido apenas los sueños húmedos de los apoyos civiles de los gobiernos militares. En realidad, cuando compañeros peronistas de vieja militancia rechazan al kirchnerismo por su alejamiento de la tradición peronista, debo decirles que se quedó bastante más cerca de ella que la anterior experiencia menemista.

Ambas fueron posibles, hay que decirlo, porque desde su nacimiento el peronismo incorporó en su seno dos tradiciones distintas y opuestas, que, creo, están en la base de su vitalidad perenne. El ejército profesional e industrialista de Ricchieri, Mosconi y Savio, y las vertientes de socialismo y anarquismo de los sindicatos obreros. El ideal de orden y de conciliación de clases que está desde los primeros planteos de Perón, y la transgresión del militar de carrera que se casa con una actriz y la convierte en el puente de su gobierno con los desposeídos y los humillados.

Como sea, lo anterior es apenas un esquema. Ninguna de estas dos experiencias de coalición fue sin tensiones. Ambas se mantuvieron sólo con un liderazgo fuerte, de muy distinto estilo en cada caso. En el kirchnerismo, dos liderazgos fuertes. Y uno tiene que preguntarse si ésta, como la anterior, ha llegado a su fin. Nada es para siempre.

Lo más fácil sería terminar con una frase habitual en mi blog, El que viva lo verá. Pero hay algo más. El menemismo no ha dejado más que algunas lealtades y simpatías personales, y la nostalgia hedonista de algunos que lo pasaron muy bien en esa época. El kirchnerismo ha formado además una militancia y un ideal. Por supuesto, como en todo lo humano, hay ambiciones y corrupción. Pero en mis posteos trato de seguir, humildemente, en la tradición de Maquiavelo y de Weber y mirar a la política como es. Desde esa mirada, sería un error no tenerlo en cuenta.


Alguien le pide a Scioli

octubre 27, 2015

scioli

En los últimos tiempos he subido algunas veces al blog textos de mi amigo Contradicto. No es que estemos muy de acuerdo en muchas cosas. En realidad, tenemos «miradas distintas», en la jerga de moda, porque venimos de lugares y tiempos distintos. Pero me gustan, me siento identificado, ya que estamos jergosos, con sus actitudes.

Hoy he leído, a las apuradas, una cantidad de posteos en la blogosfera «nac&pop». Inteligentes y lúcidos, pero se dedican a diagnosticar porqué los resultados del oficialismo estuvieron muy lejos de lo que se esperaba. Un paso necesario, me apuro a decir, pero ocurre que generalmente encuentran el problema principal en algo que ya venían cuestionando antes de ayer. Puede ser que acierten – alguno seguramente lo hace, necesariamente – pero, a la vez, seguro que no sirve como explicación para todos los casos: La Plata, la Tercera Sección de la PBA, Córdoba, Jujuy…

¿Qué es lo que valoro entonces de esto que publica en Cartoneros? Que tiene claro que necesariamente hubo un factor, o factores, que influyeron en los resultados electorales nacionales. Porque en la mayoría de los distritos, bah, en casi todos, los números del FpV o disminuyeron en relación a las PASO, hace dos meses, o crecieron menos que su adversario, Cambiemos. En algún caso, hasta menos que los de UNA.

Y, aunque tiene un diagnóstico – por supuesto; es inevitable tenerlo, explícito o no, para decir algo que no sea un lamento – no pone el énfasis ahí, sino en decir lo que cree es necesario para enfrentar el problema y triunfar. Esa es la actitud que valoro. Tengo mis observaciones, bah, mis desacuerdos con algunas cosas, pero eso, como de costumbre, lo planteo al final.

«Quedan 28 días hasta el próximo 22 de noviembre, fecha prevista para el próximo, medular, primer ballotage de la historia argentina.

Si restamos los usuales 2 dias de veda previos al 22, quedan 26. Si además consideramos que, a pesar de venir “ganando”, el resultado de ayer fue un uppercut directo al mentón nac&pop, es de Perogrullo decir que la situación es crítica y los tiempos apremian.

Pocos días para “diagnóstico” y no muchos más para “tratamiento”. Probemos.

La derrota del FPV fue, digámoslo, en toda la línea. Salvo bastiones muy tradicionales (Formosa, Santiago del Estero) el oficialismo perdió en los más variados distritos, en algunos casos con cifras sorprendentes. Podemos traer ejemplos, pero tuiter y los litros de tinta que se vertirán estos días indican que se perdió (no sólo en el sentido de perder el primer lugar, se perdieron muchos votos) en Quilmes (GBA), en Lincoln (PBA), en Chubut o en Jujuy. All across the board, dirían los periodistas deportivos.

De manera que flaco favor le hacemos al diagnóstico si lo convertimos en una caza de brujas.

Cuando la sociedad habla de esta manera, tan generalizada, tan homogénea, está pasando un mensaje central (que, distritalmente podrá o no venir anexado a otros mensajes de orden inferior): llegó al hastío con el actual modelo (este nacional, popular y kirchnerista) y está dispuesta a otra cosa. 

Agradece los beneficios, todos forman parte de su inventario (las asignaciones, los autos comprados con el ProCreAuto, los terrenos comprados con el ProCreAr, los vestiditos comprados con el Ahora12, todo agradece), incluso reconoce la validez de algunas formas (como trompearse con los fondos buitre) y algunos fondos (como seguir sosteniendo el mercado interno cuando el mundo se contrae), pero hasta acá, mi amor, llegamos. Fueron 12 hermosos años. Pasemos a la pantalla siguiente.

Esa voluntad de cambio ya mostró las uñas en 2009 y 2013, y por desdeñarla, se ha vuelto incontrastable. Ese deseo supera hoy, incluso, los enormes riesgos  implícitos que la figura de un tilingo como Macri pueda desnudar más adelante. Mayoritariamente saben que es un improvisado, que no da el piné y que prefigura señales débiles de que podría convertirse en un petit DeLaRúa. La sociedad no ignora esto y, sin embargo, le planta desafiante este benchmark gangoso e inconexo, pero que ha sabido entrar en frecuencia con la armónica de la sociedad: Cambio.

En este momento del discurso es cuando aparecen nuestros aguerridos compañeros ultra K a preguntarnos cómo pudo ocurrir esto, si nosotros dimos “todo”. Nos dicen que hay un proyecto, que hay dos modelos de país, que vivimos una lucha de clases mimetizada en los códigos de la posmodernidad, honorables argumentos que conviene tener bien claritos, pero que al señor en chancletas que ayer me vendió un choripán a la vera de un chulengo en JC Paz, no le modifican un ápice su realidad.

Si nosotros somos los inteligentes, los politizados, los referentes, pues somos también los responsables intelectuales de encontrar el significado adecuado para llenar ese significante todavía incógnito que se nos demanda. Y fundamentalmente, para que nuestro “proyecto” ilumine el recorrido de la siguiente década de nuestra sociedad, en lo posible con luces altas encendidas, que nos evite pozos, grietas y salteadores de caminos.

La sociedad demanda “Cambio” y, por extensión, un líder que lo conduzca. En eso estamos los argentinos en estas semanas.

Aprovechamos aquí para hacernos una pregunta capciosa: ¿el Cambio buscado será, necesariamente, el que los líderes de las otras facciones representan? Sagazmente, se arrogan el cambio, lo subsumen a su persona, a su partido, pero estos son los artificios del lobo que se cubre con una piel de cordero («Macri es Menem sin yevolución productiva ni salariazo», dijimos en tuiter)

Y otra pregunta, no menos capciosa: ¿Scioli ha demostrado que es el líder que puede conducirnos con éxito en ese Cambio?

Perversamente, no responderemos la pregunta.

Corrida la densa hojarasca de las instituciones, del marketing político, de nuestra occidentalidad, cuando elegimos a nuestro líder estamos eligiendo a nuestro cacique. Al jefe de nuestra tribu. A nuestro Macho Alfa lo queremos igual que nosotros, pero mejor que nosotros. Porque así somos de exigentes (y gregarios), los homo sapiens.

Detrás de todos los méritos que tienen la constancia, la templanza y el sentido de la oportunidad, íntimamente sabemos que no alcanzan: queremos audacia y coraje. Coraje para patear el escritorio de los poderosos. Audacia para apostar a una solución innovadora. Y ambos para dejarle claro a la antecesora y al resto de la tribu que se llevará puesto todo, incluso a ella.

Ella, la madrecita, le haría un enorme favor a todo proceso si, en un altar secreto de la Reserva, cortando el cordón umbilical, lo empoderara final y definitivamente.

Ahí, en el terreno de lo subliminal, de lo tácito, de lo inferido, es donde Daniel Osvaldo Scioli mantiene todavía una deuda con su tribu (que, naturalmente, es la argentina, no la peronista). El discurso de reconocimiento del ballotage, anoche, firme, decidido, pareció prefigurar levemente ese trayecto.

Si nos piden opinión, creemos que Scioli tiene paño para vencer, en su liderazgo ejemplar, al liderazgo carismático de Macri. Pero él mismo debe reconocerse. 

Paradójicamente, al hombre que se ataba la mano al volante de la lancha para conducirla firmemente, le pedimos que legitime su liderazgo y que nos muestre el camino del cambio. 

Liderazgo y cambio. 

26 días.

La manada es insaciable«.

Seré franco (no macri): el «deseo de cambio» como explicación de este resultado electoral, no me convence. Creo que existe – doce años son muchos – sobre todo en el electorado joven (confundir el dato de la realidad: «el kirchnerismo es la expresión política que moviliza muchos más jóvenes que cualquier otra«, con «los jóvenes son K» es una forma de autoengaño de algunos jóvenes militantes). Pero suponer que es el decisivo… no.

A mí me parece que hay expectativas y broncas en sectores de la sociedad que la dirigencia K, y los encuestadores, no han sabido medir. Pero eso no es lo importante. Lo desarrollaré, o no, en algún otro posteo. Lo que vale es que a partir de eso el tipo plantea lo que debe hacerse, a su juicio, para ganar el 22/11.

Creo que tiene bastante razón. Scioli debe crecer. Crecer como líder. Que en estos tiempos desangelados significa crecer como candidato. Que no es gritar más fuerte o enojarse. Es conversar más, mucho más, con el pueblo, los votantes, y menos tiempo con los jetones (esos vienen con el cargo). No porque los va a convencer uno por uno – varios años de charlas para sumar un 1 % – es para escucharlos, para entender lo que quieren. Savaglio y Carville son buenos profesionales, pero parece que no alcanzan. Lo escucho a Scioli, aún en la noche del domingo, con un discurso que me gustó, pero que tenía todos los temas gratos a los militantes. No alcanza, sino alcanza a los que votan, que son más.

¿Puede Scioli hacer esto? La única respuesta a hoy es que es el único que puede hacerlo en estas cuatro semanas. Cristina no está en la boleta. Randazzo tampoco. Menem, menos. El 22 de noviembre a la noche el futuro Presidente será Scioli. O Macri.

(A la tribu de los comentaristas: Dejé un criterio muy abierto en el posteo «Hay balotaje…» para el desahogo y el bardeo (127 coments. y contando). Fue una excepción, por la circunstancia tan especial. Se los digo para que no se esfuercen demasiado en escribir si el contenido no aporta nada, según mis criterios usuales, tan arbitrarios).


Empezando a pensar en el 22/11

octubre 26, 2015
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Los peronistas, y los argentinos politizados en general, hemos tenido ayer una gran sorpresa, y nos la dieron los no politizados. A mí me gustó repetir una frase atribuída a Toynbee «Aquellos que no se interesan en política tendrán un castigo merecido: serán gobernados por los que sí se interesan«. Sigue siendo cierta, pero hay que recordar que la democracia les da la chance de tomar revancha y castigarnos a nosotros (Y, de paso, a los encuestadores).

Bueno, el posteo anterior – donde acusé el castigo y di una brevísima explicación de lo que yo creo son los motivos fundamentales – está sirviendo en la columna de comentarios de catarsis para los de este lado y bardeo, casi incrédulo todavía, para los del otro. Ahora, los que nos interesamos en política debemos pensar en el domingo 22 de noviembre, dentro de cuatro semanas. Esto no quiere decir que dejemos de lado el análisis de los resultados, pero sin perder de vista que la decisión mayor todavía está pendiente.

Lo primero que hago que es repetir la última frase de ese posteo: Esta vez todos tendremos claro (debemos tener claro) que es una elección en serio. En esa segunda vuelta, hoy puede ganar cualquiera de los dos candidatos (los que creen que no hace diferencia quién es elegido, pueden dejar de leer aquí). Y es realista reconocer que Macri corre con ventaja: el impulso de su sorpresivo ascenso después de las PASO; el factor «lo nuevo» (no importa que no es nuevo; doce años de un gobierno nacional de fuerte impronta marcan a su candidato como «lo viejo»); y el hecho que ahora se elige entre dos; todos los demás cargos en juego han sido decididos. En particular, el ex legendario aparato del PJ bonaerense y sus intendentes tendrán mucho menor rol.

Esos tres elementos, en especial el último, también pueden jugar a favor de Scioli, cómo no. Es los que se dirá si DOS gana. Pero esperar eso, sin ajustar la estrategia electoral, es una receta infalible para la derrota.

Frente a esta situación, el dato a favor es que el candidato, Daniel Scioli, da señales muy claras de estar dispuesto a pelear. Ya anoche mostró que encajaba el golpe, y se preparaba para el balotaje. Hoy a la mañana, amplió su discurso, marcando los ejes que ha elegido para diferenciarse de su oponente. No es un gran orador, por cierto, pero se hace entender.

En mi opinión, falible como ustedes saben, su decisión ha sido la correcta. Tratar de fijar a Mauricio Macri como el candidato del ajuste, la devaluación y la deuda externa, y ponerse en el lugar del que va a defender el trabajo nacional, la estabilidad, es lo más acertado. Frente al electorado realmente existente, es decir, el que puso los votos como los puso ayer, todo lo demás, incluido la defensa entusiasta de la «década ganada», oscurece el mensaje principal en lugar de aclararlo.

(Esto no significa que el FpV no deba emitir también otros mensajes, para determinados públicos. Después de todo, la característica típica de esta posmodernidad son las audiencias segmentadas).

El dato en contra … es una experiencia subjetiva, pero creo que corresponde mencionarla: Anoche, quienes escuchaban el discurso del candidato oficialista en el VIP que era todo el Luna, se mostraban como un auditorio frío y desanimado. Todo lo contrario a lo que se vió días antes en el mismo sitio, en los cierres de campaña del mismo Scioli y de la lista de Capital Federal. Natural, los de anoche habían ido a un festejo del Frente para la Victoria, que iba a ganar. La mayoría estaba ahí para la victoria, no para la lucha. Creo que Scioli, y el FpV, deben tenerlo presente. No para espantar a los VIP; después de todo, los votos se cuentan de a uno. Pero para tener claro hasta donde se puede contar con ellos.


Hay balotaje: Scioli dio un discurso de campaña

octubre 25, 2015

encrucijada

Esa es la noticia importante. La campaña continúa, y – por lo que les hemos escuchado a Scioli y a los voceros de Macri – será la misma que hemos atravesado hasta ahora, reducida a ellos dos, que ya eran los protagonistas principales. La decisión era de esperar; su discurso le sirvió a Macri para llegar a dónde pretendía: disputar la Presidencia en una segunda vuelta. Y nada sería más destructor para Scioli que cambiar ahora el suyo, frente a un resultado que, me consta, no esperaban los más cercanos a él. Debe ser reconocida su firmeza frente a lo inesperado.

Ahora, lo que me interesa explorar – muy superficialmente – antes de tener los datos duros del escrutino, es en qué me equivoqué cuando estímé que Scioli ganaría en primera vuelta. Puede parecer autoreferencial, pero es la forma en que puedo analizar lo que ha cambiado el escenario previsto. Previsto por mí, como por la mayor parte de los analistas (algunos sólo en privado), por casi todos los oficialistas y también por la mayoría de los opositores.

De estos últimos, no me refiero a los políticos en campaña. En esas circunstancias, los que participamos nos metemos en una burbuja y trabajamos. Pero fuera de esos casos, el hecho es que uno percibía que aún los más enconados contra el kirchnerismo, especialmente los más enconados, sentían en el fondo que el monstruo era invencible, y su esperanza era que Scioli terminara peleándose con ellos, o víctima de la «bomba» que dejaban. De ahí el paraguas de las anticipadas acusaciones de fraude.

Como sea, repaso rápidamente los hechos que, en mi opinión, han conducido a este escenario de balotaje: El rechazo a los gobiernos de esta etapa del peronismo encontró una expresión adecuada en la opción encabezada por Mauricio Macri  sin preocuparse por diferencias ideológicas o identidades partidarias – esto lo anticipé repetidamente en el blog; tampoco voy a exagerar con la modestia – y es mayor y más extendido geográficamente y socialmente de lo que se evaluaba. No por un porcentaje muy alto, entendamos. Por los números, muy imprecisos, que tengo ahora, es menor de un 5 %. Pero resultó suficiente para llegar al balotaje por otro factor.

Me parece evidente que el peronismo – columna vertebral y electoral del Frente para la Victoria – necesita un transvasamiento generacional. Jubilar dirigentes, bah. (Y los votantes ya empezaron a hacerlo). Lo digo con pesar, porque hoy ya estoy en la franja etaria a trasvasar. Pero los hechos son terminantes. Ya se hablaba, con discreción, en voz baja, que doce años de lo que se percibía como el mismo gobierno nacional, aunque no terminaba en una catástrofe, como otros ciclos más breves, producía algún desgaste. Bueno, eso es aún más cierto para gobernadores e intendentes. (No sólo en el peronismo, eh. También en el progresismo filo K. No tengo buenas noticias del escrutinio en Morón, por ejemplo).

Dicho esto, sigo pensando que la elección del 22 de noviembre se plantea en los mismos términos que ésta. Y esta vez todos tendremos claro que es una elección en serio.


Los dueños de los votos

octubre 25, 2015

6 candidatos

No. No son los de arriba. Esos son los candidatos y, como tales, van a ser depositarios – según lo que le corresponda a cada uno – de las expectativas y de un mínimo de confianza de alrededor de 30 millones de argentinos (menos los que voten en blanco o no voten). Por eso merecen respeto. Pero, como reitero una y otra vez en el blog, el dueño de cada voto es el que lo pone en la urna. Puede cambiar el depositario la próxima vez.

Además, ya se ha hablado mucho de ellos en esta campaña. Y a partir de esta noche, cuando tengamos los resultados, los números que sumen, ellos y los otros 197 cargos nacionales en juego, más los resultados de las elecciones locales donde las haya, van a ser estudiados obsesivamente, en conjunto, localidad por localidad y hasta mesa por mesa, por los que nos interesamos en la política.

Entonces hoy, que uno escribe porque no es de acostarse temprano, ni de ir a votar temprano tampoco, lo que queda por volcar aquí son las observaciones que puedo hacer sobre esos tipos y tipas, los votantes de cada candidato.

En el caso del Frente para la Victoria es un lugar común decir que suma (la mayoría de) los votos peronistas y los progresistas que apoyan la gestión kirchnerista. Lo repito porque es cierto. Hay, sí, una discusión a la que se aferran los de un lado: los kirchneristas fervientes que desconfían del candidato a Presidente insisten en que «los votos son de Cristina». Los que impulsan o están conformes con la candidatura de Scioli tienden a eludir el debate; el que está en la boleta es DOS, así que…

En realidad, esa discusión – intensa en la blogosfera y en la que participé – giraba sobre si Scioli era el mejor candidato del oficialismo o no. Pero ha sido cerrada por la realidad. Los argentinos y argentinas que hoy pondrán la boleta en la urna con la fórmula Scioli-Zannini son los que están conformes con la gestión de Cristina Fernández o, al menos, no tienen confianza en los políticos opositores. La futura relación de esos votantes con Daniel Scioli dependerá, por supuesto, de que gane, y del gobierno que haga a partir del 10 de diciembre. Todo lo demás ha sido prólogo.

Los votantes de Cambiemos serán, según mi opinión, en su mayoría un conjunto bastante coherente, aunque que parezca lo contrario, que se define por el rechazo al peronismo. Aclaro «en su mayoría» porque cuenta con dirigentes y en algunos pocos distritos – la Capital Federal es uno – algunos votantes con historia peronista. Pero su núcleo sólido es el antiperonismo tradicional, que se expresó por décadas a través de la U.C.R. y dejó de hacerlo en los ´90. Y así como no le importaba mucho el «discurso» radical – el «unionismo» de un Zavala Ortiz o un Sancerni Giménez, la línea Nacional de Balbín o el M.R.C. de Alfonsín eran corrientes internas; los que ponían la boleta radical votaban contra el peronismo – la mayoría de los que voten hoy a Cambiemos quedan disponibles para una expresión opositora ante el probable triunfo del FpV. Hasta no es imposible que la capitalice el PRO, si mejora mucho su oficio político.

Los votos que sume hoy UNA pertenecen, creo, en su gran mayoría, a peronistas o filo peronistas antikirchneristas. Porque están enfrentados con el oficialismo kirchnerista en sus distritos – Scioli es el oficialismo kirchnerista en la provincia de Buenos Aires para sus habitantes, recordemos, aunque existan esos K fervientes que no lo ven así – o, en forma más general, porque rechazan el discurso y las políticas progres («frepasistas») que el kirchnerismo ha incorporado al bagaje tradicional del peronismo.

En los votos de Sergio Massa en Buenos Aires en 2013 había un fuerte componente de opositores al peronismo – tengamos presente que el PRO no se presentó en esa elección – pero hoy tendrán, como señalé, una opción diferente. Pero el sector social donde el tigrense encontró un espacio que el oficialismo no supo expresar, fue esa nueva clase media del conurbano – muy distinta de la tradicional clase media de la Capital Federal y de los centros urbanos – que Fabián Rodríguez bautizó «el pibe Gol».

Estos votos, entonces, estarán al alcance de una futura candidatura peronista, si Massa no logra retenernos en una estructura autónoma «neoperonista»; difícil, pero no sin antecedentes. O hasta pueden ir en otra dirección, que sugiero más adelante.

Los votos del FIT – los pongo en este orden porque algunas encuestas que me han llegado en estos días los dan por encima de Progresistas, al menos en la provincia de Buenos Aires. Y en Mendoza, of course. Pero no tienen los recursos para encargar encuestas propias, y sus números están muy a la merced del error estadístico. Como sea, son el fenómeno más interesante de esta campaña, en que se han despegado de su público tradicional. No tanto por los números, aunque pueden ser buenos, sino porque se están dirigiendo a sectores que no estaban formados en el pensamiento marxista. Teóricamente, esto ya se lo habían planteado mucho antes, pero es la primera vez que se percibe, al menos en las redes sociales, que lo están consiguiendo.

Esto apunta la posibilidad que, además de peronistas desilusionados – su objetivo histórico, que se ha frustrado una y otra vez – puedan apuntar a esos sectores que se fueron con Massa.

El voto a Progresistas indicará la viabilidad de un proyecto que, en teoría, debería disponer de un espacio importante: el radicalismo que no se encuentra contenido por la candidatura de Macri, el socialismo, la «centro izquierda» en general. Si, como aparece en las encuestas, resulta muy disminuido, mostrará que el votante progresista, a diferencia de sus estructuras tradicionales y de muchos dirigentes, se encuentra más cerca del Frente para la Victoria y de las políticas concretas que éste ha impulsado.

Y a Rodríguez Saá lo votarán peronistas tradicionales y testarudos ¿Quién otro podría hacerlo?