
Desde que subí Massa juega y El problema del pan peronismo, hace tres días, que no volví a escribir sobre las listas que se enfrentarán en la Provincia de Buenos Aires.
No es por falta de ganas, ni solamente por falta de tiempo. Quiero pensar en voz alta, con ustedes, sobre la que puede ser una batalla en este año electoral, con consecuencias decisivas para el futuro. Pero el asunto tiene aristas muy complejas. Y, además, la blogosfera se ha adelantado con su propia batalla, cómo no, y se empieza a poner interesante, como en los viejos tiempos. Disfruto con los análisis y las diatribas de los otros.
Eso sí, una de esas discusiones blogueras, me estimuló a enfocar algo que – en mi opinión – es un tema alejado del enfrentamiento principal. Pero que echa luz sobre un proceso que se ha dado en estos años, y que toca a una de mis discusiones permanentes.
Ezequiel Meler publicó en Letra P una nota en la que señala «el fenómeno Massa – Insaurralde – Giustozzi puede leerse también como parte de un cambio de más largo aliento en la matriz de representación de las intendencias bonaerenses, que tiene su origen en los cambios socioeconómicos de los últimos años«.
«En efecto, desde 2007 por lo menos, con la llegada de hombres como Sergio Massa y Darío Díaz Pérez a las intendencias de Tigre y Lanús respectivamente, se insinúa una renovación del personal político bonaerense que constituye la principal novedad del distrito … Esto implica un cambio profundo en el perfil y en el tipo de funcionario que evoca la figura del intendente bonaerense. Ligados desde fines de los años noventa a la lucha por amortiguar los efectos de la Reforma del Estado en territorios fuertemente dependientes de las partidas presupuestarias nacionales y provinciales, los intendentes eran, hasta hace unos años, los responsables directos de una gobernabilidad inestable, hecha de componendas y acuerdos que impedían al Estado municipal pegar el salto de calidad hacia el cumplimiento de funciones estatales y planes de obras públicas que, aunque necesarios, parecían imposibles. Hoy, en cambio, devienen administradores de la prosperidad de sus distritos, que cuentan con un mejor coeficiente de ingresos, en territorios de mejor topografía, donde los servicios públicos no dependen de redes personales, y las clientelas –y los mal llamados “aparatos”- van replegándose hacia los márgenes de la realidad«. (Completo aquí).
Este texto, a simple vista, parecería un panegírico entusiasta de los cambios que ha logrado en el conurbano bonaerense la década K. Que son reales, pero – en mi opinión – mucho más limitados que lo que parecen decir esos párrafos. Y en cuanto a los «aparatos»… doy fe que en Lomas y Lanús siguen muy vigentes, y me sorprendería mucho que en Tigre no existieran.
De cualquier modo, Oscar Cuervo, en su blog La Otra, detecta en esa nota contrabando ideológico massista. Con alguna razón, porque fue publicada después del cierre de listas, porque Meler anunció hace rato su alejamiento del kirchnerismo ferviente, y, sobre todo, porque incluye a Meler, con Luciano Chicconi, Omixmorón, y Manolo Barge, entre los predicadores de lo que llama el «giro municipal».
Y aprovecha para castigar: «Se sabe: las estructuras tradicionales hoy están en declive: las clases sociales, por caso. Y hay que aflojarla con el conflicto: necesitamos gestores del bienestar. El giro municipalista como enésimo avatar del peronismo conserva los enclaves territoriales pero ya no se trata de odiar a la raza maldita de los explotadores, sino de gestar bienestar y eficiencia de la cosa. Pública. … Una versión mejorada del Sciolismo, básicamente con más pelo y dientes más blancos. Ideológicamente discretos«.
Me resulta delicado meterme, porque Ezequiel es amigo mío y Oscar habla bien de mí, pero me tenté. Porque, en mi opinión, es un enfoque equivocado.
Ante todo, reconozco un hecho objetivo, ya bastante asumido: El conurbano bonaerense es, por razones demográficas y económicas, por su acumulación de riqueza y pobreza. el resumen de la Argentina moderna y el campo de batalla decisivo para cualquier proyecto político nacional. Porque ninguno puede prosperar – ni siquiera en teoría, después de la reforma constitucional de 1994 – sin una base de poder allí.
Además, es cierto que hay un discurso municipalista – en la blogosfera y en la tuitosfera – que acompaña la irrupción de Massa por parte de los que la ven, por lo menos, con simpatía. El tipo es intendente, no? Si hubiera sido un gobernador, se aggiornaría el discurso federal. Y el kirchnerismo ferviente en Internet reacciona contra esos planteos. Pero, sostengo, es una etapa efímera y engañosa.
Por un lado, porque ni Sergio Massa ni los que lo apoyan, van a poder mantener un discurso de «buena gestión municipal». No está compitiendo para intendente. Y no será «una versión mejorada del Sciolismo», por un hecho imborrable: ha salido a enfrentar electoralmente la lista de la Presidente. Scioli sigue una estrategia consistente: juega a ser el heredero necesario de Cristina – aunque no sea esa la intención de ella. Massa se ha lanzado a ganarle.
Por el otro lado – más relevante para esta discusión – ninguno de esos cuatro blogueros es un «municipalista del massismo». Todos ellos han escrito con inteligencia y profundidad sobre las realidades del Gran Buenos Aires años antes que en LaNación empezaran a hablar del intendente de Tigre (Sus blogs están en la Red, y «nadie resiste un archivo»).
El punto que me interesa debatir ahora: lo que plantea desde siempre mi amigo Manolo Barge es completamente distinto, hasta opuesto, de lo que dice Ezequiel en su nota. Manolo ha elaborado por largos años una valorización fundamentada, erudita y sutil de esas redes personales, esa militancia punteril, esos «aparatos clientelísticos» que la nota de Meler ve alejándose hacia los «márgenes de la realidad».
No recuerdo haber visto en su blog ningún análisis de la gestión en Tigre. Hay claras reservas con el kirchnerismo, que, estimo, tienen que ver con su fastidio con el progresismo clasemediero y con el verticalismo de los comisarios ideológicos voluntarios. Pero… tampoco he visto nada sobre lo que E. M. llama la «renovación del personal político bonaerense«.
Y ahí está lo que considero un punto ciego del pensamiento de Manolo. Es posible que sea injusto: es tan prolífico que seguramente pasé por alto mucho de lo que escribe. Pero su planteo profundo es el rol fundamental que otorga a la militancia territorial del peronismo bonaerense, a sus redes personales, en mantener la cohesión, hasta la supervivencia, de una sociedad donde el Estado está ausente. Es el tema que ha estudiado Javier Auyero, pero le agrega calle y experiencia política.
Ojo: Yo estoy de acuerdo con la mayoría de las conclusiones de Manolo. Sobre todo, en revalorar la calidad humana de la militancia territorial concreta, enfrentada a los problemas reales, y sus criterios de resultados. Una canilla es mucho más importante en una villa que cien discursos ideológicos. Pero tengo claro que esa práctica, valiosa y hasta imprescindible como es – permite que el peronismo siga siendo la única fuerza política nacional con presencia en los sectores más humildes – no alcanza para construir poder en la sociedad moderna. Ni siquiera en esos sectores más humildes.
Puede ser que la Crisis global y el «invierno de Kondratiev» lleven al derrumbe de las estructuras estatales y Julio Chávez sea invitado al Consejo de Seguridad de la ONU para que exponga sobre técnicas sociales de supervivencia. Pero no lo veo probable, qué quieren que les diga.
Y por ahora, los intendentes que pueden encabezar un proyecto político nuevo, o defender uno vigente llevan el perfil de un Sergio Massa o de un Martín Insaurralde, que, tiene razón Ezequiel, son bastante parecidos, en el imaginario social.
Ahí es donde discrepo también en un punto con Luciano Chiconi. Yo también exploré las analogias de la situación actual con el proceso de la Renovación peronista, en 1985. Pero ni Cristina ni Massa llenan el rol de Herminio, el caudillo de los aparatos territoriales del PJ bonaerense, que fue derrotado por Cafiero porque esos valores clasemedieros de respeto y buenas apariencias ya se habían infiltrado, ay, en los votantes peronistas. Si se quiere encontrar una analogía válida para esa elección, hay que buscarla en 2005, cuando otro jefe de esos aparatos, Eduardo Duhalde – que en su momento había enfrentado a Herminio – es derrotado por Cristina Fernández.
Justamente, tengo para apoyar mi opinión un testigo autorizado: el mismo Eduardo Duhalde – un hombre de ese palo, como sabemos: fue intendente de Lomas. Cuando necesitó en 2003 un candidato para ganar una elección presidencial, no lo buscó entre los intendentes del Conurbano: fue en Santa Fe, en Córdoba, finalmente en Santa Cruz. Duhalde no puso a uno de ellos por la misma razón que Lorenzo Miguel no ponía a un sindicalista en la cabeza de una lista «Porque los muchachos no me lo votan«.
No sé si se nota en este largo razonamiento una vieja aspiración personal: que se produzca también en el sindicalismo argentino una «renovación de la dirigencia».
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