La cuestión Bolsonaro – 1: los dos caminos

octubre 27, 2018

La cuestión de Jair Bolsonaro, el capitán que puede ser el Presidente de Brasil dentro de dos días, es lo bastante importante para motivarme a subir, o empezar a subir, el 2° posteo en el mes sobre el tema, en este casi abandonado blog.

Pasa que en estos días muchos talentosos compatriotas han escrito del tipo. Y por mi parte, aunque me gusta mucho Brasil y lo he visitado un montón de veces, no me siento en condiciones de pontificar sobre su realidad política.

Si me pongo a escribir, es porque hay justamente una cuestión, una pregunta que entiendo decisiva y que no encontré planteada con claridad -en lo que alcancé a leer, una proporción pequeña. Es ¿Cuál de los dos pensamientos que hoy están incorporados, mezclados, en su discurso y en sus apoyos internos, es el que va a guiar sus pasos, si llega a la Presidencia? ¿El de Paulo Guedes, el economista que el señala, con énfasis, que va a ser su Ministro de Economía y que «sabe lo que hay que hacer»? ¿O el de Golbery do Couto e Silva, el general y geopolítico que expresó mejor el proyecto y la ambición de la dictadura militar que gobernó Brasil de 1964 a 1984?

Atención: esos dos pensamientos -el globalismo de la movilidad sin barreras de los capitales y los productos, y el Estado autoritario, industrialista y jerárquico- son antagónicos en el plano filosófico. En la política concreta, pueden convivir. Después de todo, Milton Friedman fue asesor privilegiado de Augusto Pinochet.

Pero… estamos hablando de la política concreta del Brasil, un país que, con sus emperadores, con Vargas, con los generales o con Lula, mantuvo la vocación de ser un actor en el escenario global, y no un rincón del escenario donde se aplican las teorías de otros. En el plano de las realidades, Brasil tiene una industria muy importante, que en buena parte fue desarrollada por esa larga dictadura militar.

Es probable, casi seguro, que Bolsonaro, si llega, se manejará como un buen político y un buen brasileño: tratará de mantener equilibrados sus apoyos y confuso su discurso, como su admirado Trump. Pero sigo sosteniendo que esa que planteo es la pregunta decisiva.

Porque, en mi humilde opinión, la apertura comercial, las privatizaciones y la desregulación pueden funcionar -es decir, sostenerse- en un país «emergente» que renuncia a la industrialización. El Chile y el Perú de hoy, por ejemplo. En nuestra Argentina, los intentos de hacer funcionar ese modelo, a partir de 1976, hasta ahora, terminaron en crisis autodestructivas. Y las perspectivas del experimento Macri son, por lo menos, dudosas.

En Brasil, a partir de las transformaciones de Fernando Henrique Cardoso, se han hecho varios intentos por combinar el modelo del capitalismo financiero globalista con los intereses y las realidades nacionales. En la tradición de compromiso de la política brasileña, hoy descartada, el primero en intentarlo fue Lula mismo, y luego Dilma ¿Recuerdan quién fue su vice presidente, y quiénes sus ministros de Economía? No funcionaron.

Después del golpe parlamentario que destituyó a Dilma, el gobierno «pro business» de Temer llevó adelante las recetas sin mezcla, incluidas las reformas laborales y previsionales que el consenso globalista exige. Tampoco tuvo éxito, ni siquiera en sus propios términos.

En realidad, la frustración y la furia con el fracaso son unas de las fuentes del fenómeno Bolsonaro. Guedes, si lo leen -y es interesante leerlo- quiere hacerlo funcionar, pero sus ideas son las que aquí propone Espert, o Melconian cuando Macri no lo recibe. Fundamentalismo del mercado.

No estoy diciendo que el «proyecto Golbery», para llamarlo así, pueda funcionar, ni siquiera que sea posible. No estamos en los tiempos de la Guerra Fría, cuando el Dr. Kissinger veía a nuestro vecino del norte como el país clave para mantener ordenada la América del Sur. Ese realismo del equilibrio está tan muerto como el Irán del Shah, otro «país clave» del Dr. K.

Los EE.UU. de Trump, que no toman en cuenta los intereses de aliados tan cercanos y antiguos como el Canadá, no alentarán un desarrollo ni siquiera semi independiente del Brasil. Y el sistema financiero global… ya sus voceros más tradicionales, The Economist, Financial Times han hecho oír sus advertencias sobre el peligroso Bolsonaro.

De todos modos, el futuro siempre es impredecible. Lo que me parece seguro, porque la tensión ya forma parte del presente, es que según el camino que tome este posible presidente -las medidas concretas, que tienen nombre, Petrobras, Embraer, desarrollo nuclear- los aliados y los enemigos, internos y externos de su gestión van a ser distintos. Y eso va a influir en lo que pase en nuestra región, y también en nuestra política interna.

Precisamente, el siguiente posteo -si AgendAR me deja tiempo- va a hablar del Bolso como parte de las corrientes políticas en América del Sur. O de las corrientes políticas del planeta entero, como se reflejan en esta América del Sur.


Brasil, seu Brasil

octubre 5, 2018

bolsonaro

Otras veces en el blog subí artículos de Marcelo Falak. Un periodista inteligente, que conoce las internas brasileñas como muy pocos entre nosotros. Pasado mañana hay elecciones allí, con grieta y todo, y quise acercarles esta nota, que publicó en Letra P.

Falak dice aquí algo con lo que estoy muy de acuerdo: más allá de los resultados, de si gana Bolsonaro o Haddad -que es importante, claro- aquí ya hay un hecho que cambia la política en Brasil. Tal vez, en América del Sur.

Porque Bolsonaro es más que un político con un discurso con moralina religiosa a la antigua y un capitalismo más antiguo, del siglo XIX. Expresa eso, por supuesto. Pero va más allá. Y hoy decir «fascista» sólo significa «me desagrada mucho».

Lo que él hace es romper «la corrección política» que imperaba en Occidente y sus suburbios desde el final de la 2° guerra mundial. Un consenso hipócrita, por cierto, pero que simulaba rendir homenaje a íconos como la democracia, los derechos humanos,… Se podía y se puede bombardear civiles, por ejemplo, pero siempre diciendo que se hacía para defender esos valores.

Bueno, eso se está desmoronando. No tan rápido como alertan los medios digitales más alarmistas. Aquí en Argentina esas transgresiones todavía quedan para payasos mediáticos como el «Baby» Etchecopar. Pero el brasileño ha demostrado que el odio y el resentimiento pueden alimentar una campaña exitosa. Uno supone que tendrá imitadores.

«La irrupción de Jair Bolsonaro como nuevo referente de la política brasileña implica mucho más que la novedad de un nombre o el crecimiento de un partido, el Social Liberal (PSL), hasta ahora minúsculo. Lo que altera es el funcionamiento de un sistema que desde hace más de 25 años giraba alrededor de una suerte de bipartidismo de baja intensidad, con dos polos, de centro-derecha uno y de centro-izquierda el otro, y que de ahora en más incluirá a un conservadurismo de convivencia conflictiva con las reglas del pluralismo.

Desde 1995, con Fernando Henrique Cardoso, hasta 2016, cuando fue destituida Dilma Rousseff, todos los presidentes de este país fueron del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) o del Partido de los Trabajadores (PT), los que, sin llegar a ser verdaderamente dominantes, actuaron como aglutinantes de alianzas amplias, de centro-derecha una y de centro-izquierda la otra, necesarias para asegurarles el control del Congreso, hecho que explica, en alguna medida, la corrupción estructural que ha quedado a la vista.

Ese mundo colapsará este domingo, sobre todo por la caída abrupta del PSDB, que insistió con una figurita repetida como presidenciable, la de Geraldo Alckmin, un hombre ya derrotado por Luiz Inácio Lula da Silva en 2006 y a quien apodan “Pepino” por su gracia y su sabor, por decirlo de algún modo.

Por eso, se juega literalmente la vida. La posibilidad de que Fernando Haddad clasifique al ballotage del domingo 28 y triunfe en él depende del factor Lula y del perfil de quien, presumiblemente, tendrá enfrente: un Bolsonaro capaz de liderar tanto en intención de voto como en nivel de rechazo. Una victoria en una coyuntura tan particular como ésta le permitiría al gran partido de la izquierda brasileña disimular la crisis en la que lo sumió la operación Lava Jato y sus propias fechorías, algo que le daría tiempo para intentar una difícil reorganización. Una derrota, en cambio, lo amenazaría con la decadencia.

Con Bolsonaro aparece, entonces, un tercer factor, ausente desde la última dictadura (1964-1985) e ignorado hasta ahora, que ensancha hacia la derecha dura el espectro ideológico: el Brasil conservador. Lo conmocionante es que esto incluya ataques verbales a mujeres, gays, negros e indios, así como reivindicaciones de las dictaduras, las torturas y hasta los asesinatos en masa.

Algunas frases de Jair:

“Pinochet tendría que haber matado a más gente”, dijo en diciembre de 1998.

“En la etapa de la dictadura (brasileña) deberían haber fusilado a unos treinta mil corruptos, empezando por el presidente Fernando Henrique Cardoso” (mayo de 1999).

“No voy a combatir ni a discriminar, pero si veo a dos hombres besándose en la calle, los golpeo” (mayo de 2002).

“No podría amar a un hijo homosexual. Preferiría que muriera en un accidente antes de que apareciera con un bigotudo por ahí” (diciembre de 2011).

“No te violo porque no te lo merecés”, le lanzó a la diputada por el PT Maria do Rosário, en plena sesión (diciembre de 2014).

“Las mujeres tienen salarios más bajos porque quedan embarazadas” (febrero de 2015).

“El error de la dictadura fue torturar y no matar” (julio de 2016).

«¡Dedico mi voto (a favor del impeachment) a la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el terror de Dilma Rousseff!» (agosto de 2016, en referencia a un emblema de la tortura durante la última dictadura).

“Fui a un quilombo (comunidad en la que viven descendientes de esclavos que escaparon de sus amos) en Eldorado Paulista y el afrodescendiente más liviano pesaba siete arrobas. No hacen nada, creo que no sirven ni para procrear” (abril de 2017).

«Con la enseñanza a distancia se puede ayudar a combatir al marxismo y la ideología de género. Muchas familias ya prefieren que sus hijos se eduquen en casa y se puede empezar con eso una vez por semana. Eso va a ayudar también a hacer más barata la enseñanza en Brasil» (agosto de 2018).

“Por lo que veo en las calles, yo no voy a aceptar ningún otro resultado que no sea mi elección. Ese es un punto de vista cerrado. (Sobre) si las instituciones militares aceptarán o no el resultado, yo no puedo hablar por los comandantes (…), pero podría haber (una reacción) ante el primer error del PT. Nosotros, las Fuerzas Armadas, avalamos la Constitución. No existe democracia sin Fuerzas Armadas” (septiembre de 2018).

Este ex capitán del cuerpo de paracaidistas del Ejército de 63 años reúne todos los requisitos para ser considerado un conservador. Si algo distingue ese pensamiento es su defensa del orden y las jerarquías sociales, así como su reivindicación de instituciones tradicionales como la religión y las Fuerzas Armadas como pilares de la nacionalidad. Todo esto es parte de su discurso. No por nada, pese a ser católico, concentra buena parte del voto religioso, mientras que la reivindicación de lo castrense aparece en cada palabra, con sus elogios a la última dictadura y hasta con la elección de su vice, el general de línea dura Hamilton Mourão.

Pero hay algo que ofende a sus simpatizantes, en Brasil y hasta en la Argentina: que se lo tilde de ultra derechista e, incluso, de fascista. Más eficaz como insulto que como descripción, lo segundo ni merece analizarse, pero sí lo primero. Su aparición como fenómeno se relaciona con la crisis de la democracia que provocaron años de escándalos, partidización de la justicia y la prensa, institucionalidad bastardeada por un impeachment más que polémico, recesión y aumento del desempleo.

La derecha se hace extrema cuando incluye dosis de autoritarismo, desprecio por la democracia, intolerancia y mano dura. Y el historial de Jair Messias (sí, el hombre es un predestinado) es rico en esos elementos.

Cada uno de sus excesos verbales le fue recordado en los últimos meses por los sectores de la prensa que, intereses aparte, sostienen convicciones democráticas. Él se defendió, claro, hablando de contextos y campañas de desprestigio, pero eso no es suficiente para el 42% que, según la última encuesta de Ibope, aún lo repudia.

Sin embargo, también hay mucho de calculado en eso. Donald Trump es un referente para él y por eso, como el estadounidense, se vale de un discurso escandaloso para sacar a la superficie a un Brasil conservador que existía pero no tenía voz.

Desde ahora, nada será igual».


El plan de Scrat para la economía argentina

octubre 1, 2018

Como algunos de ustedes -pacientes navegadores de un blog en pausa- saben, una buena parte de mi tiempo está dedicada al proyecto AgendAR. Y como era previsible, ahí vuelco a veces mi compulsión por pontificar.

Copio un muy reciente artículo mío ¿Cuánto dura la “era del hielo” de la economía argentina? en este blog bastante politizado, por una opinión que reiteré muchas veces aquí: El destino inmediato de un país mediano, alejado de las zonas calientes (en guerra) del globo, se juega en el acierto o error de sus políticas económicas.

Esto vale para el anterior gobierno de Macri, para el actual del Fondo Monetario, y -tenerlo muy presente- para el próximo gobierno también.

«El nuevo experimento para controlar el precio del dólar -en realidad, la inflación, el síntoma más claro, persistente y enloquecedor de los problemas de la economía argentina- fue anunciado con claridad por la nueva “pareja estrella” del manejo de las finanzas locales.

El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, dijo en la conferencia de prensa en Nueva York, donde se anunciaba el nuevo acuerdo con el FMI: “Se reforzará el compromiso del Banco Central con la reducción de la inflación. El Banco Central adoptará un régimen de política monetaria más contundente, en el cual se hará un control estricto sobre el crecimiento de los agregados monetarios”.

Y el nuevo presidente del Banco Central, Guido Sandleris, lo reiteró luego en otra conferencia de prensa: “El régimen de metas de estos dos años no dieron los éxitos esperados. Necesitamos herramientas más potentes, necesitamos un ancla nominal, un ancla simple y contundente. Un control sobre la cantidad de dinero de la economía. Medidas para que la base monetaria crezca 0 % de acá a junio de 2019”.

Corresponde decir que en la elección de esta herramienta al menos, es probable que la iniciativa haya sido local y no de los técnicos del Fondo. Un régimen de agregados monetarios es la herramienta más elemental, “rústica”, de política monetaria. A la que recurrimos cuando otros métodos más sofisticados, en uso en muchos países, no han funcionado. Y no hay, ni por muy lejos, los dólares suficiente para intentar dolarización o “convertibilidad”.

(De paso, como se dijo otras veces en AgendAR, confiar en las “metas de inflación” fue una muestra combinada de dogmatismo y copia ingenua del “primer mundo”. Le funcionan bien a la Reserva Federal, que debe lidiar con una “amenaza inflacionaria” del 4% anual, usando variaciones en las tasas de 0,25%. Subir las tasas al 65% y esperar que funcione… son cosas del “mejor equipo de los últimos 50 años”. No sólo de ellos, es cierto).

Entonces, conviene tener claro que la herramienta fundamental en esta etapa no son las bandas de flotación -cuyo techo ya se pondrá a prueba en las próximas semanas- sino el régimen de agregados monetarios.

¿Y qué es eso? “Agregado monetario” se le llama, simplificando, al total del dinero en circulación más los depósitos a la vista y a corto plazo en los bancos y otras instituciones financieras. Los conceptos Base monetaria, M1, M2 y M3 son importantes técnicamente pero no cambian lo fundamental.

El esfuerzo, en este experimento, será en evitar que el dinero emitido por el Estado que entra en circulación a través del pago de sueldos, jubilaciones, planes sociales, pago a proveedores y -sobre todo- pago de intereses de sus deudas sirva para comprar dólares o -que en este plan tiene el mismo significado- convalidar la inflación comprando productos, ya sean suntuarios, medicinas o alimentos.

Como recién sintetizó Nicolás Dujovne: “Si no hay pesos, no hay con qué comprar los dólares”. Podría haber agregado, si ya no fuese demasiada franqueza: si no hay pesos, no hay con qué comprar las necesidades de la existencia. Eso detendrá la inflación.

Las formas de evitar que el dinero emitido circule son dos. Una para los de abajo: los que reciben sueldos, jubilaciones,… Es el ajuste. Otra, para los que son acreedores del Estado, como bancos, fondos de inversión (gente muy sensible, como se sabe, y que además puede llevar su dinero afuera, y lo hace): es subir los encajes bancarios y ofrecer tasas altísimas para que le sigan prestando a este gobierno.

¿Funcionará? Es inevitable dudarlo mucho. Ya trabajos de Calvo (en 1999) y de Vegh y Reinhartd (en 1994) mostraban que donde se aplicaron programas de estabilización basados en agregados monetarios, invariablemente no sólo son, obvio, recesivos, sino que tardan mucho tiempo en actuar. Por algo se dejaron de usar en casi todos los países.

(En las redes sociales, el profesor Jorge Carrera da una descripción breve y muy clara de este mecanismo).

En cualquier caso, la economía argentina es un animal complejo y muy distinto de los modelos simplificados que aparecen en los libros de texto. Aún los de la Universidad de Chicago.

Ante todo, es bimonetaria. A un grado casi único en el mundo. El peso es la moneda de cambio. El dólar, la reserva de valor. Nadie que puede ahorrar ahorra en pesos. Lo hace en bienes físicos, desde inmuebles a soja almacenada, o en dólares. El peso es para gastar o para especular con las tasas, y la gestión Macri ha incentivado esto último a límites patológicos.

Es difícil -y por cierto está más allá de mi capacidad técnica- precisar cómo interactuará esto con el plan Lagarde-Dujovne. Lo seguro es que no lo hace más previsible.

Otro elemento importante que complica el cuadro es el alto porcentaje de la actividad económica no registrada, “en negro”. Entre los países desarrollados, sólo Italia se acerca al nuestro. Y la economía italiana tampoco es muy previsible que digamos.

Un dato también decisivo -no sólo en esta coyuntura, sino para cualquier plan económico- es el grado de extranjerización de las empresas locales. Una mayoría de las más grandes son simplemente filiales del exterior. Eso hace que no tengan observaciones serias a esta política. Pero también hace que las decisiones de irse del país o reducir sus operaciones se tomen con gran facilidad. Un plan recesivo -salvo para los que son simplemente extractivas- las lleva a “bajar las persianas” rápidamente. Lo están haciendo.

Pero creo que el factor fundamental que condena al fracaso a este plan es el mismo que ha derrotado a todos los intentos anteriores en los últimos 50 años, desde el de Krieger Vasena (más inteligente que el actual, por cierto) al de la Alianza: la sociedad argentina es compleja.

Un esquema de “pobres y ricos”, grato a las simplificaciones políticas, simplemente no tiene que ver con nuestra realidad. Aún los actores económicos más importantes tienen intereses diversos y contrapuestos. Una parte muy poderosa de ellos obtiene sus ingresos del Estado, directa o indirectamente, y resistirán cualquier ajuste que los afecte. La legendaria “Patria Contratista”, de cuyas filas surgió el actual Presidente, es sólo el caso más notorio.

Otros grandes intereses están vinculados a la exportación -no tendrían, en principio, muchas objeciones a un plan como éste- pero también existen los que necesitan del mercado interno. Es decir, de la capacidad de compra de la población.

Igual, con un número manejable de actores poderosos, ¿mil?, las contradicciones pueden resolverse. O imponer un “acuerdo”. Pero en nuestro país hay también una numerosísima clase media acomodada que en buena parte ha internalizado el discurso de “hay que pagar la fiesta” y “el Estado tiene que disminuir sus gastos”… siempre y cuando no se afecten sus ingresos. Y su nivel de consumo es mucho más gravoso para la economía -especialmente por su componente de insumos importados y regalías- que el de los sectores más humildes.

Y la otra característica argentina que es imposible dejar de lado es la existencia de un sindicalismo todavía poderoso. En realidad, un trabajador “en blanco”, sindicalizado y con obra social, hoy es por sus ingresos un miembro de las clases medias. Luchará para no dejar de serlo.

El manejo del Estado es una herramienta muy potente en nuestra sociedad. Un gobierno igualmente decidido y más competente que éste podría superar alguno de estos obstáculos. Todos ellos, en el año escaso que le queda hasta las próximas elecciones presidenciales…”¡olvídalo, chico!”, dirían en una de esas viejas series dobladas.

La solución de los graves problemas en que nos ha metido / agravado esta gestión requiere, como mínimo, de un acuerdo entre las grandes empresas, los trabajadores y el Estado; además, naturalmente, de un manejo fiscal prudente. Requiere, entonces, de otro equipo económico, de otro gobierno y de otra coalición política y social que lo apoye».


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