El escenario de la política argentina, y una charla en Mendoza

abril 21, 2019

Supongo que ya están aburridos de que les diga que el portal AgendAR me deja sin tiempo ni energía para el blog. También yo. Empiezo a pensar que, además de la falta de esas dos cosas -que es real- existe otro factor: me desacostumbré al estilo «literario» -vueltero, dirían en mi barrio- de esos ensayos que figuraban aquí como posteos.

Se me ocurre este comentario porque la semana pasada estuve en Mendoza para el cumpleaños de un viejo amigo. Y surgió la invitación a dar una charla en una agrupación. Peronista, claro. Salió bien (lo digo sin vanidad, porque todos los que tienen experiencia en eso saben que -salvo que uno sea Borges o alguien de ese nivel- una buena charla es una colaboración entre los que van a escucharla y el que la inicia. Es diferente de un discurso, aunque también ahí la actitud del público influye, y mucho).

A lo concreto (no dejé del todo de lado las vueltas, como ven): no preparé un borrador de lo que pensaba decir sobre el peronismo y la situación actual, pero lo ordené en mi cabeza y me sirvió para encauzar la charla. Y tengo ganas de transformar ese ordenamiento (no la charla, claro) en un posteo. Si ahora lo están leyendo, es porque me convencí que salió algo más completo y un poco menos subjetivo de lo habitual.

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El escenario político nacional, en la superficie, aparece bastante simple y polarizado. De un lado, el oficialismo -conducido desde el Poder Ejecutivo, como es habitual- con el programa, más o menos explícito, de remodelar la economía y por ende la sociedad argentina en los marcos del pensamiento aceptado en los países del Atlántico Norte, EE.UU. y la Unión Europea y en los organismos internacionales que hegemonizan: Apertura al movimiento de capitales y al comercio internacional. Un «mercado laboral menos rígido» -la frase que se usa para indicar mayores facilidades para despedir personal y para negociar a la baja salarios y beneficios sociales. Y las inversiones son decididas por el mercado (esto último, mucho más en la teoría que en la práctica, pero eso es inevitable: los intereses particulares siempre tratan de colonizar el Estado, también en el Atlántico Norte).

La identidad política, el PRO, que hegemoniza la coalición oficialista, Cambiemos, tiene algunas características nuevas, pero no demasiado. La UCEDÉ había anticipado mucho, inclusive en su pretensión de ser la «nueva política». Un dato decisivo que no se puede pasar por alto: ese programa que pretendió llevar adelante es compartido en buena parte por la mayoría de los empresarios y «ejecutivos» argentinos y por un porcentaje considerable de la población. Y ha influido en el pensamiento y en el accionar de dirigentes políticos de muchos sectores, inclusive del peronismo.

Y ahora está haciendo algo también tradicional con ese programa: fracasar. Es cierto que en general los gobiernos argentinos -civiles y militares, cuando existía esa opción- han sido derrotados más por sus errores y falencias que por sus adversarios. Pero aquí me parece que vale la pena destacar que es sobre todo este programa -que se puede llamar con la menor carga ideológica posible- «de globalización subordinada»- el que fracasa, una y otra vez, desde la primera ocasión que se puede decir con rigor que se pone en práctica, 43 años atrás. Este hecho necesita un análisis más profundo que el que soy capaz de hacer ahora.

Del otro lado del «escenario», está el peronismo. No es toda la oposición, obvio, pero las otras fuerzas políticas son locales, o muy minoritarias. En el plano nacional, se ven como aliadas del peronismo o de la coalición que lo enfrente. O testimoniales.

En el peronismo no existe hoy un poder que lo hegemonice. Ni siquiera que lo articule. Probablemente aparezca, por lo menos para una mayoría considerable de sus dirigentes, cuando en unos dos meses se decida la candidatura presidencial. Pero sí resulta evidente, en mi opinión, que hay un liderazgo nacional instalado, por la simple acumulación de poder electoral: el de Cristina Kirchner.

Este liderazgo, también es evidente, despierta tanto adhesiones como rechazos. Incluso, claro, en su propio espacio, el peronista. Esto pasa con todos los liderazgos, salvo en los catecismos un poco tontos que escriben los mismos partidarios. Pero las adhesiones son lo bastante numerosas como para opacar a cualquier otra figura, en el espacio nacional. Y obliga a los que lo rechazan, y aún a los que lo cuestionan, a definir, en primer lugar, su relación a ese liderazgo. El nombre que ha elegido la propuesta política más visible, surgida del peronismo, que se plantea lejos de él es revelador: «Alternativa Federal«. Freud se haría un picnic.

Ese liderazgo de CFK expresa también la adhesión a una trayectoria conocida y cercana -fue presidente por dos mandatos constitucionales, y la esposa y activa compañera del anterior presidente- y a una versión del peronismo que se puede llamar, razonablemente, kirchnerismo. Puede sonar soberbio, y lo lamento, pero tengo que decir que el debate sobre si el kirchnerismo es o no peronismo siempre me pareció idiota. Definir como el «verdadero» peronismo, a una práctica de gobierno entre 1946 a 1955 (o tal vez 1952), en un país y en un mundo muy distintos, es ignorar el resto de sus 74 años de historia. ¿O es que Menem era «peronista ortodoxo» y CFK no? ¿Cómo se clasifica la breve gestión de Perón de 1973/74?

El hecho es que Néstor Kirchner desarrolló una práctica y un discurso peronista que incorporó muchos de los temas y valores del progresismo o «centro izquierda» argentino. Como jefe de campaña de la candidatura presidencial de Duhalde en 1999, percibió con mayor claridad que otros dirigentes, que la causa estructural de la derrota era el alejamiento del Frepaso, de origen peronista pero que ya en 1995 era la 1° oposición a Menem, con más votos que la UCR. Y el gobierno de N. K. y más aún el de Cristina pueden describirse como un frente del PJ y el ex Frepaso. Como el de Menem fue un frente del PJ y la UCEDÉ. Vale recordar que ambos experiencias -distintas y hasta opuestas en muchos sentidos- dieron estabilidad política a la inestable Argentina, una por 10 años y otra por 12 y medio.

Eso sí: es importante tener presente que una parte importante del… «contenido» del anti kircherismo -incluso el que se encuentra en muchos votantes peronistas- es el rechazo a la izquierda, y al «etos» progresista. Pero también debemos recordar que los argentinos y argentinas de menos de 30 años -la mayoría de la población- el peronismo que conocen y vivenciaron es la versión kirchnerista. Lo otro… está en los libros.

¿Cómo sigue? Para plantear bien esta pregunta -no intento responderla, por Dios!- vale enfocar lo que no sucedió. A tres años y medio de la derrota del 2015, no ha surgido en el peronismo (ni en toda la oposición) un nuevo proyecto de poder ni un nuevo liderazgo nacional. El intento que llegó más cerca de esos dos objetivos, sin alcanzarlos, fue anterior a esa derrota: el de Sergio Massa en 2013. Y en lugar de crecer y afirmarse, se deterioró.

Hoy, la mayoría de la dirigencia intermedia o local del peronismo que rechaza a CFK -o considera que no es una opción ganadora- piensa en una candidatura que no surge del peronismo: la de Roberto Lavagna. Por mi parte, en algún momento jugué con la idea de una fórmula CFK-Lavagna, una oferta tal vez atractiva para los que opuestos o desencantados con este gobierno «no quieren volver al pasado». Esto es, a la experiencia kirchnerista. Hoy me parece evidente que la condición para que Lavagna llegue a ser una opción electoral significativa es si suma, en 1° y decisivo lugar, a los votantes de Cambiemos. Lo que sería posible si el deterioro electoral de Macri hace que el proyecto de su reelección sea abandonado.

Como sea, reitero este dato para mí clave: no aparece hoy en el peronismo un nuevo proyecto de poder ni un nuevo liderazgo nacional en condiciones de competir en las urnas con el de CFK.

Desde la misma experiencia del peronismo, no es lo que podría esperarse. Después de su caída en el ’55, surgieron nuevos dirigentes que reconquistaron los sindicatos y se constituyeron en un factor decisivo de poder interno por dos décadas. Y aparecieron los neoperonismos provinciales, alguno de los cuales perdura hasta hoy. Y todo eso con Perón vivo y muy vigente.

Más cerca, la experiencia es más clara todavía. Frente la inesperada derrota electoral en 1983, antes de un año y medio estaba en marcha la Renovación. Hay evaluaciones encontradas de ese proceso -que terminó en Menem- pero no hay duda que era un proyecto de poder -con liderazgos muy visibles, Cafiero, Grosso, el mismo Menem, De la Sota- que cambió en forma definitiva el sistema de poder interno en el peronismo.

En 1999, la mecánica es distinta. Duhalde se había enfrentado a Menem, y puso una barrera al intento -delirio o proyecto- de rereelección. Pero es derrotado por la Alianza. El proceso se alarga, pero también termina en una versión del peronismo, bien distinta de las anteriores (pero más cercana al fundacional, el del´45-´55, que la de Menem, por ejemplo): los 12 años y medio de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.

El surgimiento de nuevas versiones, nuevos proyectos de poder, es inevitable. Todo lo que está vivo se transforma. Y el peronismo recibe la instrucción de su fundador de tratar de ser consciente del entorno global. En palabras de Perón, «la verdadera política, la  internacional». Lo de Menem puede verse como una versión local de lo que estaban haciendo, mejor, alguno peor, Fernando Henrique Cardoso en Brasil, Felipe González en España, Boris Yeltsin en Rusia,…

Y no pueden dejar de verse los puntos de contacto de la experiencia kirchnerista con Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Evo en Bolivia… Hasta con el Frente Amplio en Uruguay y con la Concertación en Chile. Procesos muy distintos, en sociedades muy distintas. Más distantes aún eran y son las relaciones de poder en esas sociedades.

Vale la pena repetir algo que siempre señalé: pensar en un chavismo, por ejemplo, en un país como Argentina, donde las Fuerzas Armadas no están politizadas y participan en el poder es una fantasía de militantes universitarios o provocaciones de enemigos.

Pero algo unió a esos procesos: se apoyaron desde un principio en los sectores más humildes de sus pueblos, a quienes brindaron políticas sociales más activas que las que se conocían desde el ocaso del Estado de Bienestar en Europa. Para lo que aprovecharon el boom de las materias primas, digamos todo.

La historia siguió cambiando. Siempre lo hace. Frente al desgaste, en algunos casos el descrédito de esos gobiernos «populistas» (bautizados así por sus adversarios y en algunos casos por intelectuales), en estos años hemos podido ver el surgimiento en la región de gobiernos también muy distintos entre sí: Macri, Bolsonaro, Duque, Lenin Moreno, Piñera,… Todos practican, con habilidad o torpeza, la apertura comercial y financiera y un grado de seguidismo a la política exterior de los EE.UU.

El motivo de este brevísimo paneo de etapas históricas recientes es hacerme -hacernos- una pregunta clave ¿cómo enfrentará el peronismo, en el probable supuesto de su retorno al poder en un futuro muy cercano, una realidad económica y un entorno político global y regional muy diferente del que existía entre 2003 y 2015?

Hay dos factores que condicionan cualquier respuesta a esa pregunta: la perduración del «kirchnerismo», del liderazgo de Cristina Kirchner, indica que una parte importante de los argentinos -mayoritaria entre los votantes peronistas- tiene presente y valora como vivía en los cercanos años de su gobierno. No hay que confundirse, creo, con los muchos votos que tuvo Carlos Menem a 4 años del final de su gobierno: lo que existía era una esperanza «el Turco es vivo y es el que nos puede salvar», antes que nostalgia por los últimos años de su gestión, con recesión y desempleo.

El otro factor es que el fastidio con (elementos de) esa experiencia kirchnerista, que se expresó en las elecciones legislativas de 2013 y 2017, y en la presidencial de 2015 fue decisivo en la derrota de un candidato no demasiado K como Scioli, sigue existiendo. Puede ser minoritario en relación al grupo que defino en el párrafo anterior, y es indiscutible que no ha encontrado un liderazgo eficaz. Pero… sin sumar a su proyecto a esos peronistas -o «sociológicamente peronistas», la porción más dinámica de los muy diversos sectores medios argentinos- a cualquier peronismo, a cualquier propuesta política, le resultará difícil triunfar. Y muy difícil gobernar.

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Hasta aquí, lo que veo, y comparto. Felices Pascuas. La casa no está en orden.