la Patria Americana

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El FORO SAN MARTIN PARA LA REUNIFICACIÓN DE NUESTRA AMÉRICA reúne a un grupo de argentinos con el compromiso de colaborar en la unidad de la América del Sur.
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En esta semana vivieron, como todos los sudamericanos, el derrocamiento del Presidente de Paraguay, Fernando Lugo, que era, además, en virtud de su cargo, el Presidente pro témpore de la Unión Sudamericana de Naciones, la UNASUR.
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Frente a ello, han elaborado la siguiente declaración, donde se describe la situación de los países de la América del Sur que están obligados, por tratados con fuerza constitucional, a garantizar la soberanía popular en todos ellos. Y se proponen acciones. Aquí sólo quiero señalar que este documento es – hasta donde yo conozco – la primera vez que se plantea la elección directa por el pueblo sudamericano del Presidente de UNASUR.

 

DECLARACIÓN DEL FORO SAN MARTIN

PARA LA REUNIFICACIÓN DE NUESTRA AMÉRICA

Buenos Aires, 27 de junio de 2012

En la hermana patria del Paraguay, parte inseparable de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) que integran todos los países de América del Sur y del MERCOSUR, ha sido derrocado el gobierno elegido por el pueblo mediante un ilegitimo juicio político del Congreso, por el que se “destituyó” al presidente Fernando Lugo por “mal desempeño de sus funciones“.

Apenas se anunció que iba a llevarse cabo dicha destitución, carente de fundamento y de legitimidad, la UNASUR, en cumplimiento de su cláusula democrática que compromete a todos sus miembros en defensa de la soberanía popular en toda América del Sur, convocó a sus cancilleres a Asunción, para acompañar al Presidente Lugo, que ejercía también la Presidencia pro tempore de UNASUR. Ni bien se produjo el derrocamiento,  los cancilleres de UNASUR confirmaron que la destitución del Presidente de Paraguay era «un acto bochornoso» con el que se violó «el debido derecho a defensa» del mandatario. Simultáneamente dispusieron que en tanto durase la situación irregular en Paraguay asumiese Perú la Presidencia pro tempore de UNASUR.

Luego todos los miembros de UNASUR  se expresaron en consonancia con lo resuelto por el organismo continental.

Encabezaron los pronunciamientos la Presidenta Cristina Fernández de Argentina que anunció  que «no se convalidará el golpe de Estado» y retiró a su embajador en Asunción y la Presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, quien convocó a su embajador en Paraguay y sugirió expulsar a Paraguay de UNASUR y del Mercosur al no respetarse la “cláusula democrática”.

Posteriormente, la cancillería brasileña, Itamaraty, dio a publicidad una nota donde afirma que “houve o rompimento da ordem democrática”.

Las dos cámaras del Parlamento argentino expresaron su «solidaridad con el hermano Pueblo de la República del Paraguay, con el cual nos unen profundos lazos históricos, políticos, económicos, culturales y de amistad», y afirmaron su «compromiso en favor de la vigencia y consolidación de la democracia en el Paraguay y en toda la región». Respaldaron las “acciones llevadas adelante por las autoridades del Mercosur en cumplimiento de lo estipulado en el Protocolo Constitutivo del Parlamento regional” y el “Compromiso Democrático en el Mercosur, la República de Chile y la República de Bolivia, que fueran ratificados por los Congresos Nacionales de todos los países miembros”.

El Senado y la Cámara de Diputados también resaltaron el «Compromiso Democrático» de los Cancilleres de la Unión de Naciones Suramericanas, en la que los Estados Partes asumen la promoción, defensa y protección del orden democrático, del Estado de Derecho y sus instituciones”.

El Congreso solicita a los presidentes de Sudamérica que en la Cumbre del Mercosur del 29 de junio «se adopten las medidas que estimen adecuadas, tendientes a favorecer la vigencia de las cláusulas de compromiso democrático del Mercosur y la UNASUR…”. Finalmente, se expresa la decisión de “promover en el seno del Parlamento del Mercosur, a través de la Delegación Argentina de Parlamentarios, el urgente tratamiento de la crítica situación político-institucional existente en la República del Paraguay”.

El presidente del Uruguay, José Mujica reclamó que el Paraguay adelante las elecciones presidenciales previstas para abril de 2013.

El secretario general de la OEA, la Organización de Estados Americanos, José Miguel Insulza, afirmó que la comunidad internacional observó un «irrespeto» al debido proceso durante la destitución de Lugo.

El Foro San Martín para la reunificación de nuestra América, y todos los compatriotas sudamericanos que compartimos el mismo ideal, elogiamos el cumplimiento del Tratado Constitutivo de la UNASUR por todos los países de América del Sur y acompañamos el pedido del Congreso argentino para que en la reunión extraordinaria de UNASUR y la Cumbre del MERCOSUR a llevarse a cabo en Mendoza  se adopten las medidas que, respetuosas de las instituciones y el orgullo del Paraguay, ayuden a su pueblo, parte irrenunciable del pueblo sudamericano, a expresar libremente su voluntad, en el marco de los compromisos asumidos por  la organización continental.

Porque lo que ha sucedido en Paraguay por ser una grave crisis que afecta a la hermana patria paraguaya y a su pueblo es un asunto interno de la UNASUR y del pueblo sudamericano. Es decir, es un asunto interno de América del Sur.

Paraguay es el corazón geográfico del subcontinente, inserto entre Brasil, Argentina y Bolivia. Está ubicado en una posición estratégica respecto de recursos naturales claves para América del Sur. Y también es el corazón histórico de América del Sur, a tal punto que Asunción fue la capital del cono sur de América, incluyendo Brasil, durante medio siglo. Desde siempre, entonces, la soberanía popular es una cuestión que involucra a todo el pueblo sudamericano y por tanto a todas las naciones que la forman. Y a partir de la entrada en vigencia de la Constitución de América del Sur es un imperativo legal que todos los pueblos y naciones sudamericanos debemos cumplir.

Frente a esta obligación legal de asegurar la soberanía popular en todos los países que componen UNASUR, y al hecho que el Presidente Fernando Lugo ha sido depuesto cuando acababa de recibir la Presidencia pro tempore de UNASUR,

El Foro San Martín para la Reunificación de Nuestra América solicita que las Cumbres de UNASUR y MERCOSUR, el Parlamento del MERCOSUR y los parlamentos de todas las naciones de América del Sur:

  1.    Exijan que se realicen elecciones libres en un plazo breve en Paraguay para que su pueblo se pronuncie, como sugirió el presidente de la República Oriental del Uruguay, José Mujica
  2.    Dispongan:
    1.    la formación del Parlamento de UNASUR mediante elección directa por el pueblo de cada país miembro;
    2.    la constitución del Tribunal Superior de UNASUR, con competencia para decidir en todas las cuestiones que involucren la Constitución de UNASUR y el derecho de la organización continental, y en particular su cláusula democrática;
    3.    la elección directa por el pueblo sudamericano del Presidente de UNASUR.

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La Página «La Patria Americana»

En noviembre de 2009 subí al blog esta página con un texto de Alberto Methol Ferré, uruguayo, argentino oriental y patriota esencial de nuestra América. Esa larga conferencia De los estados-ciudad al Estado Continental Industrial, que permanece a continuación de lo que subo ahora, sigue siendo un buen resumen del pensamiento político de la unidad iberoamericana.

Antes que esa disertación – más abajo, en el diseño de los blogs – subí otra, de alguien a quien Ferré reconocía como su maestro. El discurso que Juan Domingo Perón pronunció en la Escuela Nacional de Guerra el 11 de noviembre de 1953, donde desarrolló las bases de su pensamiento geopolítico.

Ahora quiero subir una conferencia de alguien que también habla desde las responsabilidades del gobierno de un país, aunque no en el nivel que alcanzó Perón. Es de Marco Aurelio García, que fue el primer consultor (algunos dicen operador) de Lula en materia de relaciones internacionales y es asesor internacional de Dilma Rousseff, quien dió esta charla el 19 de noviembre de 2010 en GESTAR, un Instituto de Estudios y Formación Política creado por el Partido Justicialista.

Creo que las tres pueden formar parte del canon de cualquier estadista de la América del Sur.

“El Futuro de la Unasur y la alianza estratégica entre Argentina y Brasil”

Discurso de Marco Aurélio García en GESTAR (SERIE DOCUMENTOS SOBRE INTEGRACIÓN REGIONAL) – 19 de noviembre de 2010

 

Marco Aurélio García: Bueno queridos y queridas amigas, amigos y compañeros. No voy a referirme a todos los que conozco acá. Son muchos. Obviamente el Gobernador Gioja, a quien tuve el gusto de recibir en Brasilia y que tuve el placer de ser recibido por él en San Juan para celebrar una reunión, una reunión memorable del Mercosur.

Empiezo refiriéndome a los elogios que ustedes me hicieron y me acuerdo de un comentario que Lula hizo: “Solamente hay algo peor que recibir elogios y es no recibirlos”. Así que ustedes pueden darse cuenta de cuál es mi sentimiento aquí. Yo me asocio, obviamente, a todas las referencias que fueron hechas al querido, compañero y amigo Néstor Kirchner. Tuve el gusto no solo de compartir reuniones y encuentros políticos sino de compartir también su amistad. Me acuerdo sobre todo cuando estuvimos en Venezuela y en Colombia hace algún tiempo como garantes del canje de rehenes de las FARC. Fueron días de gran tensión y creo que sin la compañía de Néstor hubieran sido todavía peores. Ahí pudimos conversar mucho, discutir mucho sobre Argentina, Brasil, sobre la situación de nuestro continente y, sobre todo, para mí fue una oportunidad para conocer al estadista, al político, a una personalidad humana de enorme calidad. Y eso uno no lo olvida.

Quiero decirles también que tuve otra experiencia muy interesante que quizás no todos conozcan y que fue en el momento en que los presidentes decidieron crear la Unasur, que en ese momento se llamaba Comunidad Sudamericana de Naciones. Cada presidente designó un representante para preparar el proyecto de lo que sería la Unasur. Yo fui designado por mi presidente para esa comisión y tuve el gusto de compartir con Cristina Kirchner la tarea, porque ella era la representante del presidente de Argentina en aquel momento. Fue un momento de mucha importancia porque no solamente descubrimos más convergencia de la que ya teníamos sobre los proyectos de integración sino que creo que tuvimos la posibilidad de dibujar un poco lo que vendría a ser más adelante la Unasur.

Yo quiero hablar en forma breve, tratar de asociar un poco lo que pasó y lo que está pasando en Brasil con el proyecto de la Unasur y cómo se articula concretamente con nuestras relaciones con la Argentina. Ustedes saben que desde hace ocho años Brasil pasó por una gran transformación económica, social y política; siempre fue un país con mucha riqueza pero con enorme pobreza y, sobre todo, con enorme desigualdad, y teníamos muy claro que cualquier transformación que se hiciera debía tener como eje una transformación social que tratara de resolver ese problema de la desigualdad. El país, además, sufría un largo período de estancamiento; tenía desequilibrios macroeconómicos, pese a las grandes propagandas que Cardozo hizo sobre sus logros en ese ámbito; era un país de gran vulnerabilidad externa, deudor del FMI con una deuda externa importante, y todo eso exigía un cambio importante.

En las elecciones de 2002 se hizo ese cambio. Había una apuesta muy grande de la oposición de que nosotros no tendríamos éxito, y muchos decían: “Dejemos gobernar al metalúrgico. No le va a ir bien. En cuatro año volvemos y hemos aplicado una vacuna en la sociedad brasileña para que no haga nuevas aventuras”. Bueno, al metalúrgico le resultó bien porque, en primer lugar, la economía que estaba estancada comenzó a crecer, el desequilibrio macroeconómico fue resuelto, controlamos totalmente la inflación, reducimos de forma impresionante la relación deuda interna/PIB, resolvimos el problema de vulnerabilidad externa como Argentina, y hoy en día Brasil presta plata al FMI y no la pide como antes. Pero sobre todo, decidimos realizar ese crecimiento y todos esos otros factores con dos cosas que nos parecen absolutamente importantes: inclusión social y ataque a las desigualdades.

Abandonamos la noción de que primero se hacía crecer la torta para después distribuirla y pasamos a defender exitosamente la idea de que la distribución era un factor de crecimiento y, por tanto, todas las iniciativas que tuvimos en esa dirección fueron responsables en gran medida de las tasas de crecimiento muy importantes que siguieron con esa inclusión social. Políticas de salarios mínimos y de sueldos con reajustes siempre por encima de la inflación; políticas de transferencia de ingresos donde 42 millones de personas pasaron a recibirlo, nosotros la llamamos Bolsa Familia, políticas de apoyo a la agricultura familiar, que hoy en día es responsable de prácticamente todo el suministro de alimentos en el país, y políticas de crédito popular también muy expandidos donde éste creció más de 10 veces.

Todo eso nos permitió construir en el país algo que siempre habíamos defendido con nuestras proposiciones programáticas: vale decir un gran mercado interno para bienes de consumo de masas. Y además de tener un efecto interno de inclusión social muy importante, fíjense que hemos conseguido que más de 34 millones de personas salieran del margen de pobreza e ingresaran a la nueva clase media, como se le llama en Brasil. Pero más allá de eso, ese colchón fue fundamental para resistir los efectos de la crisis mundial.

Nosotros tenemos una participación relativamente pequeña del comercio exterior en nuestro PIB (cerca de 13%). Yo sé que en Argentina es un poco más, como de 20%, pero tampoco es mucho. El hecho de que tengamos desarrollado ese mercado de bienes de consumo de masas, mientras que en Estados Unidos y Europa los gobernantes llamaban a no consumir y a ahorrar, nosotros pedíamos que consumieran, que compraran porque eso permitiría que la rueda de la economía se moviera y, por tanto, que venciéramos los efectos de la crisis de la economía mundial. Muy distinto a situaciones anteriores. Ustedes se acordarán del impacto que tuvieron en nuestros países crisis como la mexicana, la del sudeste asiático y la rusa cuando en Brasil, e imagino que en otros países también, se adoptaban medidas recesivas como las que están adoptando ahora en Europa: aumento brutal de la tasa de interés casi al 50%, recortes de sueldos y salarios, etc. Nosotros no. Optamos justamente por una política contracíclica y es una manifestación particular, obviamente, de una política más amplia que realizamos.

Les digo esto sin ánimo de auto celebraciones porque sabemos que tenemos muchos problemas en el país. No es ocasional que nuestra presidente electa, Dilma Rousseff, haya planteado como centro de sus preocupaciones para el próximo gobierno poner fin a la pobreza absoluta en el país, lo que significa que esa pobreza todavía existe. Yo siempre digo que nosotros tenemos, y creo que es una situación similar a los demás países de América Latina, retos muy complejos, porque si bien es cierto que necesitamos enfrentar tareas del siglo XXI, como la construcción de una sociedad de conocimiento, inversiones cada vez más importantes en ciencia y tecnología, políticas industriales que privilegien justamente los sectores dinámicos para este nuevo período, no es menos cierto que también tenemos tareas del siglo XX y, en el caso brasileño, incluso del siglo XIX. Piensen que una de las realizaciones de nuestro gobierno fue poner electricidad para diez millones de personas que no la tenían, que nunca aprovecharon la existencia de la electricidad y eso, más allá del impacto que tiene la luz en la casa, tuvo un efecto económico impresionante porque los pequeños agricultores pudieron rearticular totalmente su inserción productiva, congelar leche, tener máquinas para irrigación, además de consumir: de los diez millones de brasileños que tuvieron electricidad, millón y medio refrigeradores, un millón compraron televisores, etc.

Como les digo, nuestro país tiene tareas del siglo XXI, pero las tiene también del siglo XIX y XX. Vamos a realizar un trabajo importante, pero yo diría que es un trabajo para, seguramente, más de una generación, teniendo en cuenta el estado en que recibimos nuestros países.

Sin meterme en la interna argentina, yo creo que ustedes también tienen problemas de gran complejidad que Néstor comenzó a resolver. Desde 1955, por lo menos, el país vivió bajo orientaciones fundamentalmente liberales en materia de economía que tuvieron un efecto muy negativo desde el punto de vista de la industrialización del país. Hubo algunos intentos industrializantes, pero muy tópicos, muy coyunturales, que fueron largamente anulados por políticas liberales fuertísimas como las de Martínez de Hoz, en un primer momento, y después durante un buen periodo del gobierno de Menem. Todo eso hizo que el tema de la industrialización y reindustrialización se planteara en la Argentina como una cuestión clave y nosotros siempre tuvimos una mirada muy atenta y muy simpática en relación a ese problema.

Yo agregaría dos elementos de la experiencia brasileña que me parecen importantes: todo eso que hicimos, y les digo que queda muchísimo por hacer, pudimos hacerlo expandiendo la democracia en el país sin ningún problema, con un funcionamiento tranquilo de las instituciones. La prensa brasileña, en general, se ha transformado en gran partido de oposición, sin ningún problema. Es un país muy raro, porque la prensa casi pertenece totalmente a la oposición cuando las encuestas dicen que sólo 3% considera al gobierno malo o muy malo y 96% considera que el gobierno de Lula es bueno o excelente. Había un periodista en Brasil que decía: “Si quiere tener opinión, compre un periódico”, no en el kiosco, sino una empresa periodística. Así que conseguimos que esa experiencia se desarrollara en un ámbito democrático, como lo están haciendo ustedes y en otros países de la región.

Pero yo agregaría otro elemento, que a mi juicio es fundamental, que es la integración y política externa. Puedo detenerme más en la integración, que es uno de los aspectos, quizás el más importante, de nuestra política externa. Concretamente, consideramos que la realización de un proyecto nacional de desarrollo en Brasil no debe ser simplemente una tarea nacional. Eso tiene un supuesto, cierta mirada sobre el mundo de hoy, mirada que ganó consistencia en los últimos años con los cambios que están ocurriendo, sobre todo después de 2008. Nosotros veníamos de un mundo bipolar y pasamos a uno unipolar. Y en los últimos años del siglo pasado empezó a desdibujarse esta unipolaridad y a surgir indicios de que vamos a tener un mundo multipolar. Entonces, esa idea que se tenía en el pasado y que correspondía a una cierta época de centro periferia, está cambiando un poco porque ya no tenemos un centro y muchas periferias sino que pasamos a tener varios centros. Fíjense que los índices económicos de los últimos meses demuestran que los países del sur del mundo son el centro dinámico

de la economía mundial, ya no más los países desarrollados. Si es verdad que nosotros vamos hacia un mundo multipolar o multicéntrico, había que preguntarse, y nosotros nos preguntamos, ¿Brasil quiere ser un polo sólo o un polo junto con América del Sur? Y nuestra opción fue la de ser un polo junto con América del Sur ¿Por qué esta decisión?

En primer lugar, por una consideración de la potencialidad de la región. Es una región que probablemente tenga la reserva energética más grande del mundo si sumamos hidrocarburos, carbón, viento, hidroeléctricas, nuevas energías verdes. También tenemos recursos minerales impresionantes y muy diversificados. Piensen lo que significa el litio boliviano para el futuro; tenemos 35% del agua del mundo, lo que va a ser un factor determinante; tenemos una gigantesca capacidad de producción de alimentos. Vean ustedes que todos estos elementos que mencioné son fundamentales para que el mundo marche, no sólo para que nosotros marchemos sino que para que el mundo marche; necesitan minerías, energía, agua, alimentos y van a necesitar seguramente los resultados de la explotación de nuestra gigantesca biodiversidad. Prácticamente toda la biodiversidad del mundo tiene acá una base muy sólida. Es un región que hoy en día, en función de esas transformaciones sociales que están ocurriendo en nuestros países,  construyó un mercado importante y por lo tanto no es, como fue en otras ocasiones, una región de mano de obra barata, sino de mano de obra cada vez más calificada y un gran mercado consumidor, y eso explica por qué gran parte de las inversiones internaciones, no sólo las especulativas sino también las productivas, se están dirigiendo hacia nuestros países.

Nosotros tenemos una región de paz, sin grandes conflictos de fronteras que perfectamente pueden resolverse vía negociaciones. Pensemos en alguna que otra cosa entre Chile, Bolivia y Perú, pero eso puede resolverse perfectamente. Es una región desnuclearizada y distinta a lo que fue hace 20 años: democrática. A uno le puede gustar tal o cual régimen, pero nadie podrá decir que los gobiernos de nuestra América del Sur no son resultado de elecciones libres, elecciones incluso internacionalmente controladas sobre las cuales no hay ninguna duda. Para no quedarnos con un cuadro exageradamente idílico, pensemos cuáles son las dificultades que tenemos, porque pensarlas es importante para después definir un programa de resolución.

Yo creo que, fundamentalmente, tenemos un problema de integración. Es una región todavía muy desintegrada. Les cito algunos ejemplos. Es la región con mayor potencial energético. Sin embargo, hay muchos apagones. Es un absurdo. Paraguay, por ejemplo, que tiene la mayor producción per cápita de energía eléctrica del mundo, tiene apagones en Asunción porque no se había construido una la línea de trasmisión hasta la capital. La están construyendo ahora, y creo que eso tendrá un impacto no sólo sobre la población sino también sobre las posibilidades de industrialización de la región en las cercanías de la capital. Venezuela también tuvo problemas gravísimos de suministro de energía eléctrica. Nosotros, ustedes y otros países tuvimos que ayudarla para resolver esos problemas. Y eso se puede resolver perfectamente a partir de una política de integración. Hay iniciativas concretas. Brasil y Argentina están construyendo obras que van a tener impacto en el suministro de ambos países, sino es que también va a incidir en Uruguay, otro país que tiene dificultades en ese sentido, y va a liberar a Argentina de energía para exportarla hacia Chile, por ejemplo. Entonces, ahí diría que está una de las cuestiones fundamentales sobre las que Unasur tiene que incidir. Concretamente, una política de integración energética que nos permita establecer conexiones muy fuertes. Muchas ya están en curso, incluso a partir de iniciativas privadas, que van a tener un efecto muy positivo sobre las condiciones de vida y producción nacional de nuestros países, así como también en el fortalecimiento de nuestra ubicación en el mundo, porque nadie puede tener presencia mundial significativa si no tiene una matriz energética consistente y sólida.

Lo otro ya lo ha mencionado el gobernador (Gioja): el problema de nuestra conexión física. Obviamente, necesitamos mejorar, y mucho, la conexión física. Hay iniciativas binacionales, trinacionales, que están en curso, pero eso debe obedecer a un plan más consistente. Creo que Unasur deberá tener un rol significativo en eso. Hoy en día por lo menos hay tres o cuatro iniciativas importantes que están ligando Atlántico y Pacífico. Pienso en la transoceánica que estamos inaugurando con Perú. Hay un proyecto que también está concluyendo con Bolivia y Chile, y hay por lo menos dos proyectos, el más importante el que mencionó el Gobernador Gioja, de Coquimbo – Porto Alegre, que significaría concretamente varias cosas. En primer lugar, mejorar nuestra competitividad externa, porque sabemos que muchas veces perdimos mucho en competitividad. Hay que tener en cuenta lo que muchos llaman el costo Brasil o el costo argentino o el costo continental. Es decir, la dificultad de comunicación que hace que a menudo el precio de los productos sea muchísimo más caro en el puerto de embarque que en el lugar de producción. Pero no es solamente eso, porque no podemos pensar exclusivamente en un continente de exportación Esas carreteras, esas formas de comunicación (también ferrocarriles en el futuro), tendrán un impacto muy positivo en la interiorización de nuestro desarrollo. Desgraciadamente, todavía estamos muy en la costa, tanto en el Pacífico como en el Atlántico, y sería de gran importancia que pudiéramos interiorizar esas carreteras, esos ferrocarriles.

Menciono esas dos formas de conexión porque me parecen importantes. Pero quisiera llamar la atención a otra cuestión que también me parece importante: la integración productiva de nuestros países.

Nosotros, en ese momento de preocupación por la reindustrialización, debemos pensarla, a mi juicio, de la forma más articulada posible. Brasil y Argentina en este particular tienen mucho que hacer. Nosotros tenemos, por ejemplo, una conexión muy fuerte en lo que se refiere a la industria automotriz, pero hoy en día sufrimos un problema: la desnacionalización de la producción de autopartes.

Entonces, tenemos capacidad para no volvernos una industria puramente montadora de coches y que efectivamente podamos desarrollar una industria totalmente automotriz y con tecnologías cada vez más nacionales. Es de fundamental importancia que tengamos una política común articulada, como se está haciendo hoy en gran medida, para producir partes necesarias para una combinación mucho mayor de la industria automotriz.

La industria de aviones de Brasil, que ganó cierta importancia, puede beneficiarse cada vez más de las bases que ustedes hagan ahora en la materia con la reconstrucción del sector aeronáutico, ya tenemos una participación de Chile en la fabricación de partes para los aviones brasileños, etc. Otro rubro importante donde ustedes tienen una ventaja enorme es el sector de fármacos, que nos impone gastos gigantescos y que cada vez van a ser mayores en función de las políticas sociales que buscan justamente dar más cobertura médica a nuestras poblaciones. Yo creo que Brasil se beneficiaría mucho de una asociación más fuerte con la industria nacional de fármacos de Argentina, que es más importante que la nuestra. Cito esos tres ejemplos aunque podría mencionar muchos otros.

Entonces, creo que infraestructura, energía e integración productiva son de fundamental importancia. Ustedes se preguntarán ¿y el comercio? Claro, el comercio también, pero el comercio tiene límites. ¿Por qué nosotros nos quedamos exclusivamente en el ámbito del Mercosur? Porque el Mercosur, más allá de la decisión de alargar su ámbito de intervención, era y es básicamente un acuerdo de comercio. Y un acuerdo de comercio puede ser muy productivo para Argentina y para Brasil aunque a veces tengamos desequilibrios, pero son normales y siempre se resuelven, pero es más complicado para países que tienen una economía de escala más chica. Estos países, aunque se beneficien del gran mercado argentino y brasileño, tendrán una expansión de su déficit comercial y, por tanto, la integración puramente comercial si no está acompañada de otro tipo de integraciones puede profundizar las asimetrías en lugar de eliminarlas, como debe ser el objetivo de un proceso de integración.

Y finalmente mencionaría algunos aspectos de naturaleza más política, aunque habría muchos otros aspectos. La Unasur fue exitosa cuando planteó la creación del Consejo de Defensa Sudamericano, que jugó un papel importante aunque pocas veces visible en el acercamiento de Ecuador con Colombia, de Colombia con Venezuela, donde Néstor tuvo un rol extraordinariamente importante. ¿Por qué? ¿Cuál fue la idea del Consejo que merece más atención? Que tenemos que ocuparnos de los problemas de seguridad colectiva. La seguridad colectiva nuestra es distinta a la de otras regiones del mundo. Está también la idea, que está en el papel pero que aún no prosperó ni ganó fuerza, de crear un Consejo de Combate al crimen organizado y sobre todo al narcotráfico.

Para finalizar, les diría que a mi juicio, ya están claras las grandes tareas de la Unasur, así como están claras las tareas del Mercosur y de todos los procesos de integración que creo no son incompatibles.

Al contrario, creo que pueden marchar juntos e incluso apuntalarse mutuamente. Lo que sí me parece fundamental es que llegamos a un momento de institucionalización, a un momento de crear formas concretas de gestión y de esas tareas políticas. En ese sentido, la muerte de Néstor fue algo tremendo porque él, obviamente con su capacidad de gobierno, tenía todas las condiciones de impulsar, junto con los países de la región, un proyecto en esta dirección. Eso tendrá sus riesgos políticos. Nosotros sabemos que los procesos de integración siempre provocan cierta tensión porque, por una parte, plantean algunos temas de supranacionalidad y, por otra, tiene que respetar la soberanía de los países.

Eso es muy visible en cuestiones de naturaleza económica, como por ejemplo cuando construimos el Banco de Sur o cuando dibujamos políticas monetarias, pero son cosas que hay hacer. Cuando vemos la situación de la guerra mundial de monedas, gana más fuerza la decisión que Brasil y Argentina tomaron de hacer comercio en moneda nacional y ojalá pueda extenderse a otros países y quizás ahí esté la base de una futura política monetaria en común. Vamos despacito para no tener los problemas que Europa tuvo, pero vamos a tener que realizar estas cosas con mucha decisión.

Perdonen, hablé demasiado, así que les agradezco la atención.

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Alberto Methol Ferré dió este discurso en el año 2002, año de crisis y de amenazas en Argentina y en otros paìses caros a su corazón. Pero en realidad, él siempre daba el mismo discurso, y nos hacía el mismo llamado a nuestro patriotismo. Elegi èste porque me pareció que reunía mucho de su pensamiento – salvo lo religioso, que dejo a otros más capacitados que yo. Y marqué en negrita las frases que, al leerlo, llamaron mi atención. Pero no se fijen en eso. Ni que lo subo como un homenaje a un patriota y a una persona muy querible. Lo que importa es que lo escuchen.

De los estados-ciudad al Estado Continental Industrial

 

Alberto Methol Ferré

 

Soy un uruguayo, es decir, un argentino oriental; ustedes son argentinos occidentales. Por eso no voy a hablar sobre aspectos o anécdotas de la política interna de ustedes, porque en eso me enseñan a mí, pero si hacer una reflexión sobre el marco general que nos abarca a todos, para procurar entender qué nos está ocurriendo.

Porque las protestas, los cacerolazos, si no tienen una arquitectura y un horizonte que les permita la comprensión del acontecer y sus hitos esenciales, es una acción sin rumbo y que se va a perder en mil esfuerzos dispersos. Solamente un pensamiento unificado, arraigado en nuestra historia, hijo de nuestra historia, permitirá reencontrar rutas reunificadoras.

Lo que voy a hacer hoy va a ser un retomar algunas ideas de un argentino que ustedes y yo estimamos mucho, y que pienso no han sido desarrolladas nunca suficientemente en la Argentina. Me refiero a las ideas de Perón, que repitió en varias oportunidades, respecto a tres etapas históricas fundamentales: los «estados-nación», los «estados continentales» y finalmente el horizonte último, un «estado mundial». Ése era para Perón el marco básico de los siglos XX, XXI y quizás del XXII. Él sostenía que ahora estábamos en el pasaje de los estados-nación a los estados continentales, y que esos era la política mundial hoy; luego vendría el pasaje de los Estados Continentales al Estado Mundial. Entonces, reflexionando sobre ese acontecer, decía aquello de «el año 2000 nos va a encontrar unidos -o sea, con un estado continental- o dominados», porque en su pensamiento estaba que aquellas naciones que no lograran conformar un «estado continental» iban a desaparecer como centros de autonomía. Pienso que la historia hoy nos muestra que estamos en la batalla fundamental para el gozne entre la nación, las «nacioncitas» de América del Sur, y el estado continental de América del Sur. Lo vamos a explicar en esta noche en forma muy rápida y esquemática.

¿Cómo y cuál es la realidad hoy, de los estados-nación? Está el órgano mundial de las Naciones Unidas, y la idea del estado-nación es la idea que se usa para todos los acontecimientos que hoy acaecen en la historia. El conjunto de todas las sociedades públicas se llama «Naciones Unidas». Hay, según parece, 194 estados-nación en las Naciones Unidas. 194.

En esas 194 está la China, el Uruguay, el Paraguay, los Estados Unidos, están las islas de Jamaica o Madagascar… Hay la multiplicidad más enorme de dimensiones y situaciones, para las que se usa el mismo concepto de «estado-nación». Pero evidentemente si yo digo «Hay 194 estados-nación en el mundo actual», digo algo que hace ininteligible al mundo contemporáneo, porque estoy aplicando el mismo nombre a elefantes, gorriones y moscas, a una diversidad de situaciones tan heterogénea que el nombre resulta completamente equívoco. Decir que los Estados Unidos es una nación, decir que la isla de Santo Domingo son dos naciones, hace que la idea de «nación» se vuelva casi inusable para interpretar ningún acontecimiento. Entonces es indispensable hacer un discernimiento mínimo de ciertos tipos básicos de naciones.

En esos varios tipos de naciones podemos discernir, en el arranque, en el proceso de la historia, cuales fueron los Estados-Nación que se convirtieron en ejemplares en el mundo. ¿Cúales son? Fue en el centro mundial europeo, en el momento en que Europa era el centro unificador del mundo, y que comenzaba la revolución industrial, que apareció el primer estado nación arquetípico que fue Inglaterra, Gran Bretaña. Al iniciarse el siglo XIX, o sea en el momento de las luchas por la Independencia, emergía el primer gran estado-nación industrial  del mundo, que iba a ser el poder hegemónico y paradigma de la modernidad. El segundo estado que se convierte en estado-nación industrial, en la primera mitad del siglo XIX, es Francia. Inglaterra y Francia se convierten así en los modelos del estado-nación industrial emergente. Por eso el primer gran economista de la sociedad industrial va a ser un inglés, David Ricardo, con su célebre obra Principios de Economía Política de 1817 –en plena lucha de nuestra emancipación-, y la primera reflexión orgánica sobre una sociedad industrial va a ser de un francés, Claudio de Saint-Simón, en su obra El sistema industrial de 1821. Ricardo y Saint-Simon, entonces, son el comienzo de un nuevo tipo de pensamiento, sobre un nuevo tipo de sociedad emergente y protagonista en el mundo. Los que no fueran estados-nación industriales iban a ser el coro de la historia, los comentadores de la historia, los receptores de la historia hecha por otros. Para ser protagonistas en la historia había que ser al estilo de la sociedad inglesa y luego la francesa. Primera mitad del siglo XIX.

Durante la segunda mitad se da la gran lucha alemana e italiana por la «unidad nacional». Para generar un gran estado industrial, Bismarck va a culminar la unidad alemana que había sido aprontada por el Zollverein, la unión aduanera entre los micro estados alemanes. Esa unidad permite el gran salto industrial de Alemania, que al término de la era de Bismarck se ha convertido en la primera sociedad industrial de Europa, mayor que la inglesa. Y en Italia, en forma menor, los industriales del norte, de Milán, de Turín, del Piamonte, generan la unidad italiana para ampliar su mercado y poder irrumpir en la lógica de los Estados que podían llegar a ser protagonistas de la historia. Si no, se era Estado del coro. Los enanitos del coro. Luego viene, a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, un quinto Estado, esta vez en Asia. Es la irrupción novedosa de Japón, que inicia en el Asia el primer gran estado-nación industrial. Es un acontecimiento insólito en la época.

Hay, pues, cinco grandes estados-nación industriales que irrumpen en el siglo XIX como los dinamizadores. Estos cinco estados forman parte hoy del Club de los Siete. O sea, que entre los siete países más ricos del mundo, más industriales del mundo, están los cinco que entraron al nivel de estado-nación industrial  en el siglo XIX. Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Japón.

Pero hete aquí que en ese mismo siglo va a ir apareciendo un nuevo Estado al margen del centro mundial de poder. Ese estado al margen del centro es un estado de dimensión insólita, lograda a través de una capacidad expansiva insólita, que durante el siglo XIX hace su expansión hacia el oeste: los Estados Unidos de Norte América. Con esa expansión, y con la victoria del norte industrial sobre el sur esclavista y agrario, a partir de 1865 se empieza a engendrar un nuevo, y gigantesco, estado-nación industrial. Que llega de océano a océano, porque ocupa gran parte de México: Texas, Nuevo México, California. Y ahí aparece la visión de Ratzel. Federico Ratzel es un antropólogo alemán y el fundador intelectual de la geopolítica alemana. A Ratzel lo envían a Estados Unidos en la década de 1870, o sea en pleno despegue industrial de los Estados Unidos, y fruto de su viaje escribe, en 1880, Los Estados Unidos de Norteamérica. Ratzel se siente allí como Liliput en el país de los Gigantes. Por ejemplo, él admiraba la eficacia de los ferrocarriles alemanes, y se encuentra que los Estados Unidos están atravesados por tres o cuatro líneas transcontinentales que van del Océano Atlántico al Océano Pacífico; y unas locomotoras que eran dos o tres veces más potentes que las locomotoras alemanas, porque para atravesar el continente entero en forma rentable la locomotora tenía que arrastrar muchos más vagones. Entonces ve todo lo europeo pero en proporciones gigantescas. Nacen los rascacielos, cuantitativamente todo adquiere dimensiones fantásticas. Ratzel es impactado hondamente por esta realidad. Estados Unidos culmina el ciclo interno de su industrialización al completar su marcha hacia el oeste, alrededor de 1890. Ha cumplido la etapa de colonización interna sin incomodar a ninguna potencia, ya que todas estaban por entonces en Europa. La única víctima había sido México. Entonces ese nuevo actor, en las márgenes del centro de poder mundial, llega a los dos océanos y comienza, con el Almirante Mahan, con Theodore Roosevelt, el primer Roosevelt, la priorización del Océano. Tomar relación con el océano es tomar relación con el mundo. «Pensar el océano» es «pensar el mundo», porque casi las tres cuartas partes de la tierra son la masa marítima oceánica. De manera que los cowboys empezaron a transformarse en marines; o sea, a tener preocupaciones mundiales. Los primeros que expresan ese cambio, Mahan, Roosevelt, Henry Cabot Lodge y otros, son llamados -porque es el término que se populariza en la época- los «imperialistas». Porque miraban el mundo por primera vez, eran yankees que miraban el conjunto del mundo; antes no había ocurrido; antes era el asunto del Far West, una marcha interna. Ahora empieza la externa. Esa es la razón del conflicto con España, en Cuba y Filipinas, es la razón de la creación de Panamá, para la construcción del canal. Porque de ese modo Estados Unidos supera el problema de la comunicación marítima de sus dos litorales. El canal de Panamá le permite una comunicación inmediata y la posibilidad de tener la máxima presencia tanto en uno como en otro océano. Por ello también sobreviene la anexión, en el mismo año de la Guerra de Cuba, 1898, de Hawaii. Hawaii había sido invitada a la primera Conferencia Interamericana de 1898, cuando era independiente, pero en el año 1898 la anexan como camino a Oriente y camino a las Filipinas, que va a ser su base estratégica entre el sudeste asiático, la China y el Japón, en el corazón del Extremo Oriente.

Todo ese proceso llama finalmente la atención de Europa, y Ratzel escribe sobre esto, que es decir sobre el mundo, sobre la geopolítica mundial. En esencia, Ratzel dice: la era de los estados-nación industriales, que ha sido el siglo XIX, ha sido derogada sustancialmente, porque de ahora en adelante, el siglo XX, va a ser la «era de los Estados Continentales Industriales». De ahí le viene a Perón esa idea, que paradojicamente ningún argentino se ocupó en saber de dónde venía y por qué venía. Era un rótulo, pero no pensamiento, para la mayoría de sus propios compatriotas. Entonces Ratzel llega a la conclusión de que Europa está «liquidada», porque Alemania no puede enfrentar a Estados Unidos, Inglaterra tampoco, Francia tampoco. ¡Son paisitos! Estados Unidos implica varias Alemanias, Francias, Inglaterras. ¡Ninguno puede con la escala de Estados Unidos! ¡Todos son secundarios!

Se terminó el poder de Europa, se terminó Europa. Lo dice Federico Ratzel, que murió en 1904 y que advierte entonces: si Europa no se une y forma un nuevo Estado Continental, no va a tener ningún protagonismo más en la historia. Va a tener la ilusión, conservará la ilusión de que es todavía protagonista, pero en esencia hay otro que ya es más que ella entera. Así que de la forma en que venía Europa, era perder el tiempo. Y se interroga más: ¿Quién podrá hacerle frente a este poder continental que abre la «era de los estados continentales»? Si Europa se une y forma una «Unión Europea», en una de esas puede. Pero hay que inventar un nuevo tipo de nación; si no, es la muerte. Y percibe que puede aparecer otro competidor: Rusia. Rusia había comenzado, en la década de 1890 su despegue industrial, en algunas zonas básicas. Se mantenía igualmente como un gigantesco mundo campesino, pero al comenzar la Primera Guerra Mundial el producto industrial de Rusia era levemente mayor que el de Francia. Eso no se percibía con facilidad debido al gigantesco mundo campesino que envolvía esos núcleos industriales, y por ello parecía mucho más atrasada de lo que estaba. Y Ratzel concluye que si Rusia lograba mantener una industrialización acelerada, y unificaba las múltiples etnias que integraban el Imperio, entonces podía constituirse en el único poder continental capaz de enfrentar a los Estados Unidos de Norte América. Y nadie más. Cuando dijo todo esto, anunció la lógica de la historia del siglo XX que hemos vivido todos nosotros. La anunció al comenzar el siglo. Los Estados Unidos, que para Ratzel eran ya el poder máximo, pero virtual aún, a principios del siglo XX, iban a lograr fructificar esa virtualidad de «primer estado continental industrial», recién en la Segunda Guerra Mundial. Tardaron cincuenta años en hacer público y notorio, ante el mundo entero, que eran el máximo poder mundial.

En ese mismo instante del novecientos aparece la primera generación en América Latina que empieza a repensar la unidad continental. Es la generación de José Enrique Rodó, de Manuel Ugarte, de Rufino Blanco Fombona, de Francisco García Calderón, de la que luego derivarán Perón y otros. Estos del 1900, sin la percepción orgánica y sistemática de Ratzel, vieron lo mismo. O sea, advirtieron la emergencia del poder de los Estados Unidos, que se hace visible en la guerra de Cuba de 1898, y dijeron: ŒEstados Unidos es el nuevo paradigma del poder; o los enanitos que nos hemos repartido en la crisis del Imperio Español hacemos la Patria Grande unificada, o estamos fritos¹. Es decir, no con la nitidez de Ratzel, con el armazón intelectual de Ratzel, pero los latinoamericanos del 900 sienten y perciben lo mismo: que las patrias chicas y enanas del sur no iban a ser nada si no se unían. Y entonces afirman que tenemos que pasar de los «Estados Desunidos del Sur» a los «Estados Unidos del Sur». Y ésa es la tarea que propone esa generación, en que por primera vez se repone -contemporaneamente a Ratzel- una política continental latinoamericana, para superar lo que para ellos era el enanismo de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela, todos países enanos.

El primero que escribe de estas cosas es Rodó, con el Ariel, que aparece en 1900. Es muy interesante. Rodó en el Ariel habla como el profesor universitario que le dice a sus  estudiantes: cada generación necesita acuñar un mensaje nuevo, responder a una nueva necesidad de la historia, y yo quiero ayudarlos a pensar qué idea nueva pueden aportar ustedes a la historia. Esa idea, que era su obsesión ya de años antes, es la unidad moral e intelectual de América Latina. Y les advierte a esos muchachos, que son el público imaginario de su libro: si no vamos hacia la unidad de América Latina, no vamos a salir del polvo de la historia; vamos a no ser, definitivamente. Es decir, les señaló a los jóvenes nada más que un horizonte nuevo, porque ellos no sabían ni la historia de América Latina. Todos habían nacido en, y conocían la historia del Uruguay solo, la historia del Paraguay solo, de la Argentina sola. Porque todo ocurrió para que la Argentina fuera sola, para que el Uruguay fuera solo, para que Chile fuera solo, para que Ecuador fuera solo. Y él dijo ¡no! ¡Tenemos que repensar todo! Desde la unidad. Eso se había interrumpido desde 1826, con fracaso de Bolívar en confederar el conjunto de las repúblicas emergentes y fundar lo que él llamaba una Nación de Repúblicas Confederadas. Entonces esta reposición de la tarea unificadora se inicia en Montevideo, por inspiración de Rodó, con la realización, en 1908, del Primer Congreso Estudiantil Latinoamericano. Llegan estudiantes del Perú, de Chile, de la Argentina, de Brasil, del Paraguay, y es el comienzo de la organización de las juventudes latinoamericanas, promovido por Rodó. Él sólo podía persuadir a los que no eran adultos. Porque los adultos estaban en otro mundo, el mundo agroexportador hacia Europa. El Uruguay iba hacia Europa, la Argentina iba hacia Europa, Chile iba hacia Europa, nadie se comunicaba entre sí. No teníamos vínculos económicos serios entre nosotros. Recién los empezamos a tener a fondo hace quince años. A fondo, hace quince años. Antes no. Todos nos habíamos afirmado haciéndonos extraños del vecino; lo que no debíamos conocer era al vecino; más bien debíamos diferenciarnos del vecino. El vecino era el malo, el idiota, y yo era el bueno. Y como éramos tan iguales, tuvimos que inventarnos un conjunto de enemistades vecinales, como las peores aldeas. Aldeanos insoportables.

Este proceso que estoy describiendo fue muy claro, y se dió inicialmente entre el año 1900, en que aparece el Ariel, y el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. El argentina Manuel Ugarte es el primero que ofrece una síntesis, histórica y política, del conjunto de América Latina, en el libro El porvenir de la América Española, publicado en 1910. hasta entonces, en pleno siglo XX, no había ninguna visión de conjunto de América Latina. Era la primera vez que alguien se ocupaba de pensar el conjunto. Al año siguiente, 1911, apareció La evolución política y social de Hispanoamérica, del venezolano Rufino Blanco Fombona. Blanco Fombona le pidió además a Rodó que escribiera un Simón Bolívar; y Rodó, por esas cosas exóticas, ya que ni la acción ni la influencia de Bolívar llegaron nunca al Uruguay, había hecho composiciones sobre Bolívar desde los once o doce años. Y Rodó hizo entonces su Bolívar, el unificador del sur, en 1912. El mismo año de 1912 se publica Las democracias latinas de América del peruano Francisco García Calderón, y al año siguiente La creación de un continente, dos obras extraordinarias donde ya el tema de la unidad va adquiriendo más forma; a punto tal que García Calderón termina insinuando que quizás el destino unificado de Sudamérica esté en la emergencia nueva de Argentina y Brasil. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, la generación del 900 había alcanzado la primera visión totalizante de América Latina.

En abril de 1918 Manuel Ugarte es el único orador en el acto inaugural de la primera gran organización estudiantil, la Federación Universitaria Argentina, la FUA. Dos o tres meses después estalla la Reforma Universitaria en Córdoba, que le brinda nueva dinámica al proceso iniciado con el Ariel, dando cauces institucionales al movimiento juvenil universitario latinoamericano. El estudiantado es, entonces, el primer heredero del latinoamericanismo. Y lo pudo ser, digamos, por las «idealidades». ¿Por qué? Porque los adultos, la gente «seria», pensaba de otro modo. En todo caso, alguno se habrá pegado un susto al escuchar al hijo hablando de la «unidad»… con los países sudamericanos. Y dirían cosas como «¡Estos chiquilines no saben que no tenemos vínculos ni con Chile ni con Bolivia! ¡Perder el tiempo! ¡Hay que ir a París, a Londres, a New York! No sean bobetas, nosotros tenemos vínculos con los importantes; ustedes ¿qué quieren con otros enanos inferiores? ¿Para qué?».

Pero el río siguió, y fue del mundo estudiantil que surgió la gran marea nacional populista. También fue de ese mundo que surgieron las primeras visiones políticas de la industrialización de América Latina, con el gran teórico inicial que fue Víctor Raúl Haya de la Torre y la Alianza Popular Revolucionaria Americana, el APRA. Haya de la Torre es la primera teorización general para superar las «polis oligárquicas» de América Latina. Polis oligárquicas, porque lo que se llamaron «naciones», en América Latina, fueron rótulos. Eran rótulos de algo que en realidad se trataba, tan sólo, de un conjunto de «ciudades antiguas». Porque el Imperio Español se descompone al iniciarse el siglo XIX, en un conjunto de «ciudades-estado antiguas». Son ciudades-estado antiguas que controlan un enorme hinterland, inimaginable para ningún europeo; pero eran ciudades-estado del tipo mediterráneo, formadas por comerciantes, terratenientes, y artesanos, y el resto eran los ilotas. No votaban ni eran nada en el orden de la polis. Nada. Cuando en el Œ900 Rodó hace el Ariel, en la Argentina Juan Agustín García escribe La ciudad indiana, que es la primera obra importante sobre las ciudades americanas durante la época hispana. Y cuando uno lee esa obra, se da cuenta de que Juan Agustín García, al analizar la «ciudad indiana», lo único que hace es trasladar todas las categorías de análisis de Fustel de Coulanges. De Coulanges fue un gran pensador francés que treinta años antes había escrito una obra memorable, La ciudad antigua, donde narra el surgimiento de la polis en Grecia y de la ciudad en Italia, es decir, de la ciudad mediterránea.

Pues, eso éramos nosotros. Estados-ciudad antiguos, que controlaban espacios gigantescos agroexportadores. Pero no industriales. Todo parecido con una sociedad industrial era una casualidad. Por eso yo llamo al Centenario de la Argentina, en el año 1910, «el canto del cisne de la ciudad antigua». Era una ciudad anacrónica en sus bases, enormemente rica, si, pero una riqueza que carecía de toda potencialidad porque todos los inventos eran de otros. Los inventos de la modernidad eran de otros. Acá, los grandes estancieros lo único que podían hacer era llevarse en el transatlántico una vaca para ordeñarla durante el viaje, para que la nena tuviera leche fresca. Y no podíamos exportar ninguna cosa con valor agregado suficiente. Ese era el fondo de la cosa. Con una gigantesca renta agraria comprábamos los objetos de la modernidad, teníamos la mímica de la modernidad, pero nada más que la mímica. Ese es el fondo de la cuestión.

Entonces hubo gente que se propuso convertir la mímica en realidad, y fue el surgimiento de las tres consignas básicas que yo intento sintetizar del nacional populismo latinoamericano, que se ha convertido en una palabra peyorativa de los sociólogos académicos, de los yanquees o antes de los rusos. El «populismo» era decretado inferior. Pero es el único pensamiento importante que surgió en América Latina desde sí misma, y generó a Haya de la Torre en Perú, a Vargas en Brasil, a Perón en Argentina, a Ibañez en Chile, a Lázaro Cárdenas en México, a Rómulo Betancourt en Venezuela. Fue la primera oleada del nacional populismo en las viejas sociedades agrarias, cuya esencia era una ciudad antigua que domina el hinterland agrario que le rodea. Entonces, en realidad, es la República de Montevideo, no el Uruguay; es la República de Buenos Aires controlando el hinterland, un inmenso hinterland; y la república de Santiago de Chile, y así siguiendo. Donde las oligarquías controlaban todo. Bolívar los llamaba «los potentados que nos dividen». Las ciudades potentadas del mundo agrario o minero exportador.

Entonces comienza la gran lucha por «democratizar», que es la primera consigna del populismo. Pero para democratizar había que «industrializar», porque las sociedades agrarias no daban ocupación y empleo a la multitud. Entonces había que industrializar, que es la segunda consigna del populismo. Pero para industrializar los mercados eran ridículos, chiquititos. Argentina, la Argentina que Perón lucha para industrializar entre 1945 y 1955, tenía diecisiete millones de habitantes. Y Ratzel había dicho, en el Œ900: la Alemania de sesenta millones, superindustrial, ya no juega más el partido, porque no puede con los Estados Unidos… Entonces, ¿qué íbamos a industrializar?

Se trataba entonces de crear un mercado de escala, y ahí aparece el tema de la unificación, que es la tercera consigna del populismo sudamericano. Entonces, para democratizar había que industrializar, o sea ciencia y tecnología, y para eso había que «integrar». Esos temas centrales son todo el nacional populismo naciente, la primera ola del nacional populismo, hecha todavía en los «países-parroquia». Porque aunque añorar la integración, industrializan sustituyendo importaciones. Esto fue necesario, inevitable, pero a la vez la sustitución de importaciones se volvió un obstáculo a superar para la integración. Los microproteccionismos iban a dificultar el entendimiento con los países de al lado, y por último se iban a convertir en el gran freno de los intentos integradores de los años sesenta. De modo que nuestras naciones, Uruguay, Argentina, Perú, Venezuela, eran en realidad polis oligárquicas, ciudades antiguas que acotaron un gran espacio vacío, casi vacío, para el lobby agrario-minero-exportador. Y fuimos las últimas ciudades antiguas hasta la gran crisis mundial de 1929. No hubo antes ningún país con industrialización suficiente como para que esa industrialización incidiera en la vida del país hondamente. Eso empieza después de la crisis del Œ29. Ahí empieza la gran lucha por la generación de la sociedad industrial. Pero entonces todos los líos de entrecasa también juegan su papel. Porque les digo que Raúl Prebisch propone en la CEPAL -o sea, a escala de América Latina- lo que Perón hizo en la Argentina. Pero Prebisch, como sus amigos los socialistas independientes, estuvieron contra Perón, y él se hizo antiperonista. Es decir, se colaron los asuntos de la aldea, porque en las esencias, Prebisch y Perón significan lo mismo. Era el efecto de la lucha por la industrialización argentina que repercutía en el conjunto de América Latina.

Pero Perón representó, dentro del populismo latinoamericano, un nuevo paso, totalmente distinto de lo anterior. Porque Perón, en 1951, busca la alianza de Argentina y Brasil, pensando que la unión debe comenzar con un núcleo básico de aglutinación. Él decía,  exactamente -permítanme que lo cite textualmente, de un librito sobre Perón que publiqué hace dos años-: «La unidad comienza por la unión, y esta por la unificación de un núcleo básico de aglutinación». Para él, la alianza argentino-brasileña era ese núcleo básico de aglutinación de América del Sur. O sea, da un salto enorme con relación a todo el latinoamericanismo anterior: señala el camino principal. El pobre Rodó nos dijo: en el horizonte está la Patria Grande; pero no dejó táctica, no dejó estrategia, sólo dejó el horizonte. Después otros fueron elaborando ese horizonte, y empezaron a corporizarlo en otras cosas, otros pensamientos, y de ahí surgen los nacional-populismos. Pero Perón es el primero que indica un camino a seguir, el primero que transforma eso en una política sudamericana. Porque si no hay discernimiento de lo principal y lo secundario, es decir, si no se descubre y propone el camino principal de acceso a lo que se busca, distinguiéndolo de los caminos secundarios -que pueden auxiliar al camino principal pero que no conducen a realizar lo que se propone- entonces se marcha a los tumbos.

El camino constituye el alma de la realización del destino. Ese es el salto que logra dar Perón. Él dice: el camino fundamental para los Estados Unidos de América del Sur -él usa simbolicamente «América Latina» y politicamente «América del Sur», pero eso es otro punto que no voy a tocar ahora- es el entendimiento de la Argentina con Brasil y con Chile, para generar un poder biocéanico.

Perón apela a Ibáñez. Ibáñez, siendo presidente de Chile en 1928, había llamado a Alejandro Bunge, uno de los primeros argentinos que batalló por la industrialización, desde la Revista de Economía Argentina, fundada por él en 1918, y desde la cual proclamaba la necesidad de unificar el cono sur hispanoparlante a través de un pacto regional. Entonces Ibáñez lo llama en el ¹28, porque quería hacer una unión aduanera -reparen en la fecha ¡1928!- con Argentina y los países hispanoparlantes del sur, Bolivia, Paraguay y Uruguay. No con Brasil. O sea que Ibáñez era un hombre con antecedentes y se daba cuenta que Chile solo era muy poquita cosa. Y hoy, Chile, siendo el único exitoso de América del Sur, sigue siendo demasiado poquita cosa, porque todos somos muy poquita cosa. Yo lo sé hace muchos años, ustedes están aprendiéndolo recién ahora. Lo lamento. Pero Perón ya lo sabía hace cincuenta años. Yo lo aprendí de él, por eso estoy acá. Yo lo aprendí de él, pero la mayoría no lo aprendió de él, ésa es la verdad, y ahora, si no lo aprenden están fritos. Ahora tienen que aprenderlo, porque ahora es como él lo previó: «unidos o dominados». Si les gusta, bien, es un lío gordo, hay que pensarlo mucho y estructurar muchas cosas. Es una tarea ardua y difícil. ¡Ah sí!, las grandes tareas son arduas y difíciles; y nosotros estamos demasiado acostumbrados a la facilidad.

Siguiendo con la idea de Perón, la unificación tiene reglas y procedimientos. La Unión Europea no surge de la alianza entre Italia, Suecia y España, por poner un ejemplo. Eso podría ser una aventura simpática o un antecedente, pero la Unión se produce sólo cuando se unen Alemania y Francia, que son los países que destruyen dos veces a Europa entera. Esos sí pueden generarla, ésos son los únicos que la pueden unificar. Y eso lo percibieron Monet, Schuman, Adenauer, De Gasperi; todos ellos dijeron: se avanza en la unidad por el camino de la alianza franco-alemana, y sólo por ahí, porque ése es el camino principal. Y Perón descubrió que el camino de la unidad necesaria de América del Sur -no de la Argentina y Brasil, de América del Sur- era ése, y planteó ése camino. Puso la manzana para que se mordiera. Entonces ocurrió que él no pudo, porque los amigos del Norte actuaron de forma tal que generaron la resistencia a la idea. Hubo un discurso de Perón a los altos mandos, es septiembre de 1953, que se hizo célebre, porque fue publicado en Montevideo poco después por un exiliado argentino, «antiimperialista» él, bajo el título «El Imperialismo Argentino». Ahí fue cuando yo lo conocí, y conocí estas ideas de Perón, que para mí fueron la revelación de su pensamiento, ¡y me embromé hasta hoy! Tuve por lo menos la fortuna de embromarme bien, pero estas ideas ¡en Uruguay!… No me pasó nada por indulgencia y pena de mis compatriotas.

Digamos entonces que ése es el cortocircuito básico de América del Sur. Y finalmente sucedió. Comenzó con Alfonsín y Sarney. Porque así es la historia: alguien que había estado en los comandos antiperonistas en 1955, en 1985 inicia lo que el otro anunció pero no pudo hacer. Porque la cuestión es que se diera el «cortocircuito». Y luego vinieron Menem y Collor, y lo continuaron. Y sobre esto quiero dejarles un símbolo para recordar, porque se podría conversar muy largamente sobre el proceso, pero no nos daría el tiempo. Cuando a la señora Madeleine Albrigth, Secretaria de Estado del ex Presidente Clinton, la llaman al Senado y le preguntan ¿qué piensa del Mercosur?, esta señora responde -la Secretaria de Estado de Estados Unidos-: «Fue una distracción». ¿Cómo pudo suceder? Porque sucedió en el momento en que se cayó la Unión Soviética. Nada menos que el enemigo principal de los EEUU; y se armó una polvareda mundial, nadie sabía como iba a quedar el escenario cuando el polvo decantara. En esa desorientación circunstancial, en medio de esa polvareda, dos «loquitos» se le unen, y armaron una «pelota» distinta; cuando repararon en el hecho, ya estaba consumado. Y empezó a marchar.

Y aquí estamos. Les aclaro que no soy antinorteamericano; yo soy pro-unidad de América del Sur. Podríamos hablar sobre las diferencias en la historia de México, de América Central, de las Antillas, con la historia de América del Sur. Podríamos hablar mucho sobre esto. En su origen el norte era basicamente el Virreynato de México y toda la América del Sur española era el Virreinato del Perú. Nosotros fuimos peruanos hasta 1776, cosa que hemos olvidado prolijamente, a pesar de que el Virreynato del Río de la Plata fue un suspiro. Entonces éramos todos peruanos, desde arriba hasta abajo.

En mi opinión se está produciendo un impasse definitivo del conjunto de primigenios países que nacen en el ciclo de la independencia de 1808 a 1830. Dentro de seis años vamos a empezar a recordar los doscientos años del proceso de la Independencia, iniciado por los Cabildos  a partir de las Juntas de 1808. Fue un proceso que unificó todo. Ahora bien, ésta recordación será, una vez más, la evocación de unos héroes que fueron todos perdedores. ¡Fantástico! Resulta que nuestros héroes son… ¡ los que perdieron! Porque de lo que San Martín se propuso no sólo no salió nada, sino que él mismo se tuvo que ir lo más lejos posible. Fracasó. Le tuvo que dejar la posta a Simón Bolívar, y Bolívar termina en Santa Marta, enfermo, diciendo «hemos perdido todo menos la Independencia». O sea, con lo que termina el celebrado independizador de América del Sur es con el reconocimiento de la pérdida de las condiciones de la Independencia. La independencia es entonces una pseudo-independencia.

Mi opinión es que estamos asistiendo al comienzo de una nueva fase de la historia de América del Sur. Y deberíamos empezar por tratar de entender un poco mejor qué es América del Sur. Son dos mundos, el luso-mestizo y el hispano-mestizo. El luso-mestizo es un solo país. El hispano-mestizo son nueve países. Es importante saber las proporciones, porque la vida es un buen manejo de las proporciones: si uno tiene ideas desproporcionadas de los acontecimientos, le va a ir mal siempre. ¿Cuáles son las proporciones básicas de América del Sur? Ambos mundos, el luso-mestizo y el hispano-mestizo, tienen en conjunto recursos, población y extensión similares, pero uno es un solo país y el otro son nueve países. Esos nueve países ¿Cómo se reparten? Hay cinco países medianos (Argentina, Colombia, Chile, Perú y Venezuela), y cuatro países «mínimos» (Bolivia -no por sus dimensiones sino por su PBI-, Ecuador, Paraguay y Uruguay). Pero entre los medianos hay diferencias: el más importante de los cinco en PBI, acumulación intelectual, un mundo de cosas, es la Argentina. La Argentina es equivalente, como poder virtual, hoy está desacompasado, pero si lo tomamos hace cuatro o cinco años, su poder es equivalente a la suma de Colombia, Chile, Perú, y Venezuela. Es 1) Argentina, 2) Colombia, 3) Venezuela, 4) Chile y 5) Perú. Todos los «mínimos» equivalen al último de los «medianos» que es el Perú. Ese es el conjunto y la proporcionalidad de América del Sur. El centro hispanoamericano es Lima, donde se encuentran San Martín que sube y Bolívar que baja. Lima fue el sitio unificador de todo el conjunto y luego fue el sitio donde la Independencia llegó a su culminación. En el norte, el país fundamental es el país que hoy tiene la guerra interna con la FARC, una guerrilla sobreviviente de la época del Che, y el narcotráfico. Es un mundo sobreviviente que estalla, en el país más importante del norte, que fuera la base de Simón Bolívar, ya que él era venezolano pero su base fue Colombia. De manera que el país más fuerte del norte, sucesor del Virreynato de Nueva Granada, está tan o más destruido que la Argentina ahora, que es el núcleo fundamental de la Hispanoamérica de América del Sur. Venezuela está debatiéndose con el golpe de Estado, Ecuador se ha dolarizado, de todas partes hay una emigración enorme. El Perú está en picada, Paraguay y Uruguay, «atrapados sin salida». Estamos más mansos que ustedes, pero porque el país siente que como una especie de fatalidad va hacia el no ser. Ésa es la sensación que uno habla con el taxista, con el almacenero.  En todos es: no hay futuro, no hay destino, nadie ve que haya más allá nada. Eso es el Uruguay hoy. En cierto sentido está escarmentado por las agitaciones de los años sesenta, en un país que no estaba acostumbrado a eso; agitaciones que terminaron en los Tupamaros y la dictadura militar. El bombero vino a apagar el incendio, pero luego se sentó en la sala y se quedó doce años comandando un país.

Es decir ¿en qué momento estamos? En el que todos colegimos que no hay solución para ninguno de nuestros países como solución solitaria. O sea que después de un largo periplo, volvemos a la situación en que se generó la Independencia. Los países hispano-sudamericanos no se independizaron por sí mismos. O debieron ser auxiliados desde más allá de sí, o tuvieron que ir más allá de sí para poder asegurar su independencia. Ninguno se quedó solo en su casa y dijo «soy independiente», y se terminó el partido. Eso sólo ocurrió en México, en Brasil y en América Central. Las Provincias Unidas de América Central, en 1824 se declaran independientes y bastó, aunque luego se dividirían. Bolívar perdió la primera insurrección de Venezuela, recomenzó la batalla en Colombia, y desde Colombia liberó Venezuela. Y desde el sur pasa lo mismo. Argentina es el fragmento mayor de la descomposición que resulta de la Independencia hispanoamericana, pero en el proceso independentista fue parte de la unidad sudamericana. Cuando Sucre culmina la campaña libertadora del Alto Perú, se dirige a Rivadavia para hacerle entrega del territorio, como parte integrante del antiguo Virreynato, pero Rivadavia le dice que no, no la quiere, y Bolívar queda atónito. Era la oligarquía porteña, el alto comercio porteño, que quería que su moneda desplazara y dominara a la moneda de todas las provincias del norte, que era la moneda de plata del Potosí, ¡Así fueron las cosas!

Entonces para ser independientes, como el núcleo militar de España en Sudamérica estaba en el Alto Perú y en el Perú, había que derrotarlos allí, y ése es el sentido de la campaña de San Martín. Y el Congreso de Tucumán, no declara la Independencia de la Argentina, sino la Independencia de América del Sur. Y San Martín libera a Chile, y O¹Higgins apoya la campaña a Lima, y argentinos y chilenos van al Perú. En el manifiesto que San Martín dirige a los peruanos, les dice: queremos la independencia del Perú como hemos querido la independencia de Chile, para que la República de Chile y la República del Perú se unan con las Provincias Unidas del Río de la Plata, para formar una sola Confederación hasta Lima. Pero los unitarios le cortaron los víveres, y tuvo que dejarle el camino a Bolívar porque ya no tenía el apoyo de Buenos Aires, del alto comercio porteño, que era la importación inglesa.

Ahora bien, ¿en qué terminó todo eso? Cuando yo tenía pantalones cortos, en un festejo de la Independencia del Uruguay, el 25 de Agosto, yo había leído la Declaración de la Florida, y le digo a mi papá: «¿Cómo se festeja la Independencia si en realidad se declara la anexión a la Argentina?» Y mi papá, muy sorprendido me dice «¿Cómo, estás loco?» y yo le contesto, «¡Pero si es así! La Declaración dice: Artículo 1: Declara irritos, nulos,… y de ningún valor para siempre, todos los actos de incorporación, etc. Artículo 2: en consecuencia… se declara de hecho y de derecho libre e independiente del rey de Portugal, del Emperador del Brasil y de cualquier otro del Universo, etc. Y a continuación de esta declaración, el primer decreto que produce el Congreso, afirma: Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el Territorio de Sudamérica, por ser la libre y espontánea voluntad de los pueblos que la componen…». Entonces, concluía yo, no es la «Independencia» del Uruguay lo que declaró el Congreso de la Florida, ¡es la unidad con las Provincias Unidas! Mi padre se enojó y concluyó: «Sos muy chico, no entendés nada». Yo quedé tan perplejo que creo que ahí decidí hacerme historiador… Porque me decía, ¡aquí hay un gato encerrado bárbaro! ¡Esto es un sancocho que no se sabe lo que es! Y así era. Cuando se emplazó en 1880 el monumento a Artigas que está en la Plaza Independencia de Montevideo, en el Senado del Uruguay hubo una discusión tremenda acerca de cuál era el papel que había jugado Artigas en nuestra historia, y no hubo acuerdo ¿Era el Precursor? ¿Era el fundador de la nacionalidad? Unos decían que sí, otros decían que no. Bueno, allí está el resultado, en todos los monumentos se pone una placa que alude al carácter y a la razón del homenaje: fundador de tal cosa, descubridor de tal otra, triunfador en tal batalla. Pero el monumento en la Plaza Independencia dice: «Artigas». ¡Que cada cual interprete lo que quiera! Porque cuando el Gobierno de la República Oriental del Uruguay envía una delegación al Paraguay para solicitarle que regrese, Artigas responde: «Yo ya no tengo Patria». Porque su Patria eran las Provincias Unidas del Río de la Plata, ésa era su lucha, él había fundado el Partido Federal de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El no quería una provincita sola que dijera «soy una República sola».

Vuelvo entonces a la idea central: el rasgo común de nuestra Independencia en Sudamérica, en ese proceso que va de 1810 a 1830, es que se produce todo en conjunto, todos tuvieron que ir más allá de sí, o recibir desde más allá de sí, para alcanzar el poder de ser independientes. Y esto es lo que se nos repite ahora. Ahora estamos sintiendo la impotencia de los fragmentos que resultaron, del enanaje que resultó. Ese es el nudo. Entonces eso es lo que me parece más importante hoy. Algo que hemos conversado con amigos en América Latina por años. Con todos esos amigos, en Perú, en Paraguay, en Bolivia, en Chile, sabemos que sin la Argentina no podemos hacer nada. Todo el sur sin la Argentina no puede hacer nada. Pero también les digo, Argentina sin todos nosotros no puede hacer nada, y Argentina sin Brasil no puede hacer nada, y Brasil sin Argentina queda aislado.

Pero esto no sólo lo sabemos nosotros. Entonces, cuando el Fondo Monetario Internacional prolonga la agonía de la economía argentina ¿por qué lo hace? Pero ¿acaso no sabemos qué poderes dirigen al Fondo? ¿Y por qué hay intereses que empujan y aprovechan esta situación? Porque quieren cortar esta alianza nueva y potencial que emerge desde 1991, que es la alianza argentino-brasileña. ¿Por qué? ¡Porque es el «cortocircuito» fundamental de la unidad de la América del Sur! Si eso se interrumpe, ¡adiós Unión Sudamericana! Porque sería como haber interrumpido el «cortocircuito» franco-alemán en Europa: adiós Unión Europea. Porque ¡con quién se puede aliar Brasil! Aliarse con Argentina es virtualmente aliarse con el resto de la América del Sur.

Mientras que si se alía con Ecuador, ¿qué significa eso? ¿O con Uruguay? El asunto es la alianza de lo fundamental, y la alianza del Brasil con la Argentina es la alianza entre lo más importante del mundo sudamericano. Y sino, Brasil queda aislado; y pueden pasarle muchas cosas, en la Amazonia, etc., etc. Yo no pienso esto porque haya una suerte de «alevosía» norteamericana, no; pienso simplemente que ellos se sienten más tranquilos si en Sudamérica no se forma ningún centro de poder. Y el único centro de poder serio en Sudamérica lo puede constituir una alianza argentino-brasileña, porque nos arrastra a todos irremediablemente.

Por eso Argentina tiene que saberlo; si Argentina juega el partido como hasta ahora, sola, ¡Argentina está equivocada! ¡Su juego es mucho más amplio, es mucho más rico! Si insisten en actuar con las categorías de lo que se termina, de lo que ya no tuvo éxito, no tienen ningún destino. Tienen que asumir el pasaje que Perón llamaba del estado-nación al estado continental.

Lamentablemente esto no se hace en un baile ¡no! ¡Es un gran lío! Los pasajes importantes son grandes líos. ¿O qué queremos? ¿Lujo, regalos? Recuerdo que un mes antes del corralito, leí en La Nación un artículo de un señor, creo que era la mano derecha de Cavallo, donde decía «No queremos nada con el Mercosur, porque eso es poca cosa. Tenemos que aliarnos con los ricos, con Europa y con Estados Unidos» Y yo decía ¿pero este señor piensa que los ricos están interesados en aliarse con él? ¡Qué iluso!

¡Un superenano aliado de los ricos! ¿Que mamarracho es éste? Decir este tipo de cosas es un síntoma grave, es una muestra de cómo está la Argentina, porque hay cosas que no resisten al más elemental sentido común.

Con esto termino mi exposición, éstas eran las ideas que quería trasmitirles.

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Discurso pronunciado por el excelentísimo señor presidente de la nación general Juan Domingo Perón en la Escuela Nacional de Guerra – Buenos Aires 1953

Invitado por el señor Ministro de Defensa Nacional, General de División D. Humberto Sosa Molina, a escuchar una conferencia que dictaría a los cursantes el señor Director de la Escuela Nacional de Guerra, General de División D. Horacio A. Aguirre, el Excelentísimo señor Presidente de la Nación, General de Ejército D. JUAN PERÓN, asistió el 11 de noviembre de 1953 al mencionado Instituto Superior, en compañía del señor Ministro invitante. Terminada la conferencia del señor General Aguirre, el primer magistrado hizo uso de la palabra y vertió los conceptos que se transcriben:

Señores:

He aceptado con gran placer esta ocasión para disertar sobre las ideas fundamentales que han inspirado una nueva política internacional en la República Argentina.

Es indudable que, por el cúmulo de tareas que yo tengo, no podré presentar a ustedes una exposición académica sobre este tema, pero sí podré mantener una conversación en la que lo más fundamental y lo más decisivo de nuestras concepciones será expuesto con sencillez y con claridad.

Las organizaciones humanas, a lo largo de todos los tiempos, han ido, indudablemente, creando sucesivos agrupamientos y reagrupamientos.

Desde la familia troglodita hasta nuestros tiempos eso ha marcado un sinnúmero de agrupaciones a través de las familias, las tribus, las ciudades, las naciones y los grupos de naciones y hay quien se aventura ya a decir que para el año 2000 las agrupaciones menores serán los continentes.

La evolución histórica de la humanidad va afirmando este concepto cada día con mayores visos de realidad.

Eso es todo cuanto podemos decir en lo que se refiere a la natural y fatal evolución de la humanidad.

Si ese problema lo transportamos a nuestra América surge inmediatamente una apreciación impuesta por nuestras propias circunstancias y nuestra propia situación.

El mundo, superpoblado y superindustrializado, presenta para el futuro un panorama que la humanidad todavía no ha conocido, por lo menos en una escala tan extraordinaria.

Todos los problemas que hoy se ventilan en el mundo son, en su mayoría, producto de esta superpoblación y superindustrialización, sean problemas de carácter material o sean problemas de carácter espiritual.

Es tal la influencia de la técnica y de esa superproducción, que la humanidad, en todos sus problemas económicos, políticos y sociológicos, se encuentra profundamente influida por esas circunstancias.

Si ése es el futuro de la humanidad, estos problemas irán progresando y produciendo nuevos y más difíciles problemas emergentes de las circunstancias enunciadas.

Resulta también indiscutible que la lucha fundamental en un mundo superpoblado es por una cosa siempre primordial para la humanidad: la comida.

Ese es el peor y el más difícil problema a resolver.

El segundo problema que plantea la industrialización es la materia prima; valdría decir que en este mundo que lucha por la comida y por la materia prima, el problema fundamental del futuro es un problema de base y fundamento económicos.

La lucha del futuro será cada vez más económica, en razón de una mayor superpoblación y de una mayor superindustrialización.

En consecuencia, analizando nuestros problemas, podríamos decir que el futuro del mundo, el futuro de los pueblos y el futuro de las naciones estará extraordinariamente influido por la magnitud de las reservas que posean: reservas de alimentos y reservas de materias primas.

Eso es una cosa tan evidente, tan natural y simple, que no necesitaríamos hacer uso ni de la estadística y menos aún de la dialéctica para convencer a nadie.

Y ahora, viendo el problema práctica y objetivamente, pensamos cuáles son las zonas del mundo donde todavía existen las mayores reservas de estos dos elementos fundamentales de la vida humana: el alimento y la materia prima.

Nuestro continente, en especial Sudamérica, es la zona del mundo donde todavía, en razón de su falta de población y de su falta de explotación extractiva, está la mayor reserva de materia prima y alimentos del mundo.

Esto nos indicaría que el porvenir es nuestro y que en la futura lucha nosotros marchamos con una extraordinaria ventaja frente a las demás zonas del mundo, que han agotado sus posibilidades de producción alimenticia y de provisión de materias primas, o que son ineptas para la producción de estos dos elementos fundamentales de la vida.

Si esto, señores, crea realmente el problema de la lucha, es indudable que en esa lucha llevamos nosotros una ventaja inicial, y que en el aseguramiento de un futuro promisorio tenemos halagüeñas esperanzas de disfrutarlo en mayor medida que otros países del mundo.

Pero precisamente en estas circunstancias radica nuestro mayor peligro, porque es indudable que la humanidad ha demostrado a lo largo de la historia de todos los tiempos que cuando se ha carecido de alimentos o de elementos indispensables para la vida, como serían las materias primas y otros, se ha dispuesto de ellos quitándolos por las buenas o por las malas, vale decir, con habilidosas combinaciones o mediante la fuerza.

Lo que quiere decir, en buen romance, que nosotros estamos amenazados a que un día los países superpoblados y superindustrializados, que no disponen de alimentos ni de materia prima pero que tienen un extraordinario poder, jueguen ese poder para despojarnos de los elementos que nosotros disponemos en demasía con relación a nuestra población y a nuestras necesidades.

Ahí está el problema planteado en sus bases más fundamentales, pero también las más objetivas y realistas.

Si subsistiesen los pequeños y débiles países, en un futuro no lejano podríamos ser territorio de conquista, como han sido miles y miles de territorios desde los fenicios hasta nuestros días.

No sería una historia nueva la que se escribiría en estas latitudes; sería la historia que ha campeado en todos los tiempos, sobre todos los lugares de la tierra, de manera que ni siquiera llamaría mucho la atención.

Es esa circunstancia la que ha inducido a nuestro gobierno a encarar de frente la posibilidad de una unión real y efectiva de nuestros países, para encarar una vida en común y para planear, también, una defensa futura en común.

Si esas circunstancias no son suficientes, o ese hecho no es un factor que gravite decisivamente para nuestra unión, no creo que exista ninguna otra circunstancia importante para que la realicemos.

Si cuanto he dicho no fuese real, o no fuese cierto, la unión de esta zona del mundo no tendría razón de ser, como no fuera una cuestión más o menos abstracta e idealista.

Señores: es indudable que desde el primer momento nosotros pensamos en esto; analizamos las circunstancias y observamos que, desde 1810 hasta nuestros días, nunca han faltado distintos intentos para agrupar esta zona del continente en una unión de distintos tipos.

Los primeros surgieron en Chile, ya en los días iniciales de las revoluciones emancipadoras de la Argentina, de Chile, del Perú.

Todos ellos fracasaron por distintas circunstancias.

Es indudable que, de realizarse aquello en ese tiempo, hubiese sido una cosa extraordinaria.

Desgraciadamente, no todos entendieron el problema, y cuando Chile propuso eso aquí a Buenos Aires, en los primeros días de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fue el que se opuso a toda unión con Chile.

Es decir que estaba en el gobierno mismo, y en la gente más prominente del gobierno, la idea de hacer fracasar esa unión.

Eso fracasó por culpa de la Junta de Buenos Aires.

Hubo después varios que fracasaron también por diversas circunstancias.

Pasó después el problema a ser propugnado desde el Perú, y la acción de San Martín también fracasó.

Después fue Bolívar quien se hizo cargo de la lucha por una unidad continental, y sabemos también cómo fracasó.

Se realizaron después el primero, el segundo y el tercer Congreso de México con la misma finalidad. Y debemos confesar que todo eso fracasó, mucho por culpa nuestra.

Nosotros fuimos los que siempre más o menos nos mantuvimos un poco alejados, con un criterio un tanto aislacionista y egoísta.

Llegamos a nuestros tiempos.

Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que ponemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el continente.

Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados; pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes al año 2000, y llegar en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino, mientras nosotros seamos yunque que aguantamos los golpes y no seamos alguna vez martillo; que también demos algún golpe por nuestra cuenta.

Es por esa razón que ya en 1946, al hacer las primeras apreciaciones de carácter estratégico y político internacional, comenzamos a pensar en ese grave problema de nuestro tiempo.

Quizá, en la política internacional que nos interesa, es el más grave y el más trascendente; más trascendente quizá que lo que pueda ocurrir en la guerra mundial, que lo que pueda ocurrir en Europa, o que lo que pueda ocurrir en el Asia o en el Extremo Oriente; porque éste es un problema nuestro, y los otros son problemas del mundo en el cual vivimos, pero que están suficientemente alejados de nosotros.

Creo también que en la solución de este grave y trascendente problema cuentan los pueblos más que los hombres y que los gobiernos.

Es por eso que, cuando hicimos las primeras apreciaciones, analizamos si esto podría realizarse a través de las cancillerías actuantes como en el siglo XVIII, en una buena comida, con lúcidos discursos, pero que terminan al terminar la comida, inoperantes e intrascendentes, como han sido todas las acciones de las cancillerías de esta parte del mundo desde hace casi un siglo hasta nuestros días; o si habría que actuar más efectivamente, influyendo no a los gobiernos, que aquí se cambian como se cambian las camisas, sino influyendo a los pueblos, que son los permanentes.

Porque los hombres pasan y los gobiernos se suceden, pero los pueblos quedan.

Hemos observado, por otra parte, que el éxito, quizá el único éxito extraordinario del comunismo, consiste en que ellos no trabajan con los gobiernos, sino con los pueblos.

Porque ellos están encaminados a una obra permanente y no a una obra circunstancial.

Y si en el orden internacional quiere realizarse algo trascendente, hay que darle carácter permanente.

Porque mientras sea circunstancial, en el orden de la política internacional no tendría ninguna importancia.

Por esa razón, y aprovechando las naturales inclinaciones de nuestra doctrina propia, comenzamos a trabajar sobre los pueblos, sin excitación, sin apresuramientos y, sobre todo, tratando de cuidar minuciosamente, de desvirtuar toda posibilidad de que nos acusen de intervención en los asuntos internos de otro Estado.

En 1946, cuando yo me hice cargo del gobierno, la política internacional argentina no tenía ninguna definición.

No encontramos allí ningún plan de acción, como no existía tampoco en los ministerios militares, ni siquiera una remota hipótesis sobre la cual los militares pudieran basar sus planes de operaciones.

Tampoco en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en todo su archivo, había un solo plan activo sobre la política internacional que seguía la República Argentina, ni siquiera sobre la orientación, por lo menos, que regía sus decisiones o designios.

Nosotros habíamos vivido, en política internacional, respondiendo a las medidas que tomaban los otros con referencia a nosotros, pero sin tener jamás una idea propia que nos pudiese conducir, por lo menos a lo largo de los tiempos, con una dirección uniforme y congruente.

Nos dedicamos a tapar los agujeros que nos hacían las distintas medidas que tomaban los demás países.

Nosotros no teníamos iniciativa.

No es tan criticable el procedimiento, porque también suele ser una forma de proceder, quizá explicable, pues los pequeños países no pueden tener en el orden de la política internacional objetivos muy activos ni muy grandes; pero tienen que tener algún objetivo.

Yo no digo que nosotros vamos a establecer objetivos extracontinentales para imponer nuestra voluntad a los rusos, a los ingleses o a los norteamericanos; no, porque eso sería torpe.

Vale decir que en esto, como se ha dicho y sostenido tantas veces, hay que tener la política de la fuerza que se posee o la fuerza que se necesite para sustentar una política.

Nosotros no podemos tener lo segundo y, en consecuencia, tenemos que reducirnos a aceptar lo primero, pero dentro de esa situación podemos tener nuestras ideas y luchar por ellas para que las cancillerías, que juegan al estilo del siglo XVIII, no nos estén dominando con sus sueños fantásticos de hegemonías, de mando y de dirección.

Para ser país monitor -como sucede con todos los monitores- ha de ser necesario ponerse adelante para que los demás lo sigan.

El problema es llegar cuanto antes a ganar la posición o la colocación, y los demás van a seguir aunque no quieran.

De manera que la hegemonía no se discute; la hegemonía se conquista o no se conquista.

Por eso nuestra lucha no es, en el orden de la política internacional, por la hegemonía de nadie, como lo he dicho muchas veces, sino simple y llanamente la obtención de lo que conviene al país en primer término; en segundo término, lo que conviene a la gran región que encuadra el país; y en tercer término, al resto del mundo, que ya está más lejano y a menor alcance de nuestras previsiones y de nuestras concepciones.

Por eso, como lo he hecho en toda circunstancia, para nosotros: primero la República Argentina, luego el continente y después el mundo.

En esa posición nos han encontrado y nos encontrarán siempre, porque entendemos que la defensa propia está en nuestras manos; que la defensa, diremos relativa, está en la zona continental que defendemos y en que vivimos; y que la defensa absoluta es un sueño que todavía no ha alcanzado ningún hombre ni nación alguna de la tierra. Vivimos solamente en una seguridad relativa pensando, señores, en la idea fundamental de llegar a una unión en esta parte del continente.

Habíamos pensado que la lucha del futuro será económica; la historia nos demuestra que ningún un país se ha impuesto en ese campo, ni en ninguna lucha, si no tiene en sí una completa unidad económica.

Los grandes imperios, las grandes naciones, han llegado desde los comienzos de la historia hasta nuestros días, a las grandes conquistas, a base de una unidad económica.

Y yo analizo que si nosotros soñamos con la grandeza que tenemos la obligación de soñar para nuestro país, debemos analizar primordialmente ese factor en una etapa del mundo en que la economía pasará a primer plano en todas las luchas del futuro.

La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene tampoco unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá -en el momento actual- la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque toda esa inmensa disponibilidad constituye su reserva.

Estos son países reservas del mundo.

Los otros están quizá a no muchos años de la terminación de todos sus recursos energéticos y de materia prima; nosotros poseemos todas las reservas de las cuales todavía no hemos explotado nada.

Esa explotación que han hecho de nosotros, manteniéndonos para consumir lo elaborado por ellos, ahora en el futuro puede dárseles vuelta, porque en la humanidad y en el mundo hay una justicia que está por sobre todas las demás justicias, y que algún día llega.

Y esa justicia se aproxima para nosotros; solamente debemos tener la prudencia y la sabiduría suficientes para prepararnos a que no nos birlen de nuevo la justicia, en el momento mismo en que estamos por percibirla y por disfrutarla.

Esto es lo que ordena, imprescriptiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina.

Es indudable que, realizada esta unión, caerán a su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.

Apreciado esto, señores, yo empecé a trabajar sobre los pueblos.

Tampoco olvidé de trabajar sobre los gobiernos, y durante los seis años del primer gobierno, mientras trabajábamos activamente en los pueblos, preparando la opinión para bien recibir esta acción, conversé con los que iban a ser presidentes, por lo menos, en los dos países que más nos interesaban: Getulio Vargas y el general Ibáñez.

Getulio estuvo total y absolutamente de acuerdo con esta idea, y en realizarla tan pronto él estuviera en el gobierno. lbáñez me hizo exactamente igual manifestación, y contrajo el compromiso de proceder de igual manera.

Yo no me hacía ilusiones porque ellos hubieran prometido esto, para dar el hecho por cumplido, porque bien sabía que eran hombres que iban al gobierno y no iban a poder hacer lo que quisieran, sino lo que pudieran.

Sabía bien que un gran sector de esos pueblos se iba a oponer tenazmente a una realización de este tipo, por cuestiones de intereses personales y negocios, más que por ninguna otra causa.

¡Cómo no se van a oponer los ganaderos chilenos a que nosotros exportemos sin medida ganado argentino a Chile!

¡Y cómo no se van a oponer a que solucionemos todos los problemas fronterizos para la internación de ganado los acopiadores chilenos, cuando una vaca o un novillo, a un metro de la frontera chilena hacia el lado argentino, vale diez mil pesos chilenos, y a un metro hacia Chile de la frontera argentina, vale veinte mil pesos chilenos!

Ese que gana los diez mil pesos no va a estar de acuerdo nunca con una unidad de este tipo.

Cito este caso grosero para que los señores intuyan toda la gama inmensa de intereses de todo orden que se desgranan en cada una de las cosas que come el pobre roto chileno y que producimos nosotros, o que consumimos nosotros y producen ellos.

Ese mismo fenómeno sucede con el Brasil.

Por esa razón nunca me hice demasiadas ilusiones sobre las posibilidades de ello; por eso seguimos trabajando por estas uniones, porque ellas deberán venir por los pueblos. Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad.

Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.

Señores, sé también que el Brasil, por ejemplo, tropieza con una gran dificultad: es Itamaraty, que allí constituye una institución supergubernamental.

Itamaraty ha soñado, desde la época de su Emperador hasta nuestros días, con una política que se ha prolongado a través de todos los hombres que han ocupado ese difícil cargo en el Brasil.

Ella los había llevado a establecer un arco entre Chile y el Brasil; esa política debe ser vencida con el tiempo y por un buen proceder de parte nuestra.

Debe desmontarse todo el sistema de Itamaraty y deben desaparecer esas excrecencias imperiales que constituyen, más que ninguna otra razón, los principales obstáculos para que el Brasil entre a una unión verdadera con la Argentina.

Nosotros con ellos no tenemos ningún problema -como no sea ese sueño de la hegemonía-, en el que estamos prontos a decirles: son ustedes más grandes, más lindos y mejores que nosotros; no tenemos ningún inconveniente.

Nosotros renunciamos a todo eso, de manera que ése tampoco va a ser un inconveniente.

Pero es indudable que nosotros creíamos superado en cierta manera ese problema.

Yo he de contarles a los señores un hecho que pondrá perfectamente en evidencia cómo procedemos nosotros y por qué tenemos la firme convicción de que al final vamos a ganar nosotros porque procedemos bien.

Porque los que proceden mal son los que sucumben víctimas de su propio mal procedimiento; por eso, no emplearemos en ningún caso ni los subterfugios, ni las insidias, ni las combinaciones raras, que emplean algunas cancillerías.

Cuando Vargas subió al gobierno me prometió que nos reuniríamos en Buenos Aires o en Río y haríamos ese tratado que yo firmé con Ibáñez después: el mismo tratado.

Ese fue un propósito formal que nos habíamos trazado. Más aún, dijimos: -Vamos a suprimir las fronteras, si es preciso.

Yo agarraba cualquier cosa, porque estaba dentro de la orientación que yo seguía y de lo que yo creía que era necesario y conveniente.

Yo sabía que acá yo lo realizaba, porque cuando yo le dijera a mi pueblo que quería hacer eso, yo sabía que mi pueblo querría lo que yo quería en el orden de la política internacional, porque ya aquí existe una conciencia política internacional en el pueblo y existe una organización.

Además, la gente sabe que, en fin, tantos errores no cometemos, de manera que tiene también un poco de fe en lo que hacemos.

Más tarde Vargas me dijo que era difícil que pudiéramos hacerlo tan pronto, porque él tenía una situación política un poco complicada en las Cámaras y que antes de dominarlas quería hacer una conciliación.

Es difícil eso en política; primero hay que dominar y después la conciliación viene sola.

Son puntos de vista; son distintas maneras de pensar.

El siguió un camino distinto y nombró un gabinete de conciliación, vale decir, nombró un gabinete donde por lo menos las tres cuartas partes de los ministros eran enemigos políticos de él y que servirían a sus propios intereses y no a los del gobierno.

Claro que él creyó que eso en seis meses le iba a dar la solución; pero cuando pasaron los seis meses el asunto estaba más complicado que antes.

Naturalmente, no pudo venir acá; no pudo imponerse frente a su Parlamento y frente a sus propios ministros a realizar una tarea, en la que había que ponerse los pantalones y jugarse frente a la política internacional mundial, frente a su pueblo, a su Parlamento y a los que había que vencer.

Naturalmente, yo esperé.

En ese ínterin es elegido presidente el general Ibáñez del Campo; la situación para él no era mejor que la situación de Vargas, pero en cierta manera llegaba plebiscitado, en todo lo que puede ser plebiscitado en Chile, con elecciones sui generis, porque allá se inscriben los que quieren, y los que no quieren, no.

Es una cosa muy distinta a la nuestra.

Pero él llega al gobierno naturalmente.

Tan pronto llega al gobierno, yo le informo lo que habíamos conversado, lo tanteé. Me dice: de acuerdo, lo hacemos. ¡Muy bien!

El general fue más decidido, porque los generales solemos ser más decididos que los políticos, pero antes de hacerlo, como yo tenía un compromiso con Vargas, le escribí una carta que le hice llegar por intermedio de su propio embajador, a quien llamé y le dije: -vea, usted tendrá que ir a con esta carta y tendrá que explicarle todo esto a su presidente. Hace dos años nosotros nos metimos a realizar este acto. Hace más de un año y pico que lo estoy esperando, y no puede venir. Yo pido autorización a él para que me libere de ese compromiso de hacerlo primero con el Brasil y me permita hacerlo primero con Chile. Claro que le pido esto porque creo que estos tres países son los que deben realizar la unión.

El embajador va allá y vuelve y me dice, en nombre de su presidente, que no solamente me autoriza a que vaya a Chile liberándome del compromiso, sino que me da también su representación para que lo haga en nombre de él en Chile.

Naturalmente, ya sé ahora muchas cosas que antes no sabía; acepté sólo la autorización, pero no la representación.

Fui a Chile, llegué allí y le dije al general Ibáñez: Tengo aquí todo listo y traigo la autorización del presidente Vargas, porque yo estaba comprometido a hacer esto primero con él y con el Brasil; de manera que todo sale perfectamente bien como lo hemos planeado, y quizás al hacerse esto se facilite la acción a Vargas y se vaya arreglando así mejor el asunto.

Llegamos, hicimos allá con el ministro de Relaciones Exteriores todas esas cosas de las Cancillerías, discutimos un poco, poca cosa y llegamos al acuerdo, no tan amplio como nosotros queríamos, porque la gente tiene miedo en algunas cosas y, es claro, salió un poco retaceado, pero salió.

No fue tampoco un parto de los montes, pero costó bastante convencer, persuadir, etcétera.

Y al día siguiente llegan las noticias de Río de Janeiro, donde el ministro de Relaciones Exteriores del Brasil hacía unas declaraciones tremendas contra el Pacto de Santiago: -que estaba en contra de los pactos regionales, que ésa era la destrucción de la unanimidad panamericana….

Imagínense la cara que tendría yo al día siguiente cuando fui y me presenté al presidente Ibáñez.

Al darle los buenos días, me preguntó: -¿Qué me dice de los amigos brasileños?

Naturalmente que la prensa carioca sobrepasó los límites a que había llegado el propio ministro de Relaciones Exteriores, señor Neves da Fontoura.

Claro, yo me callé; no tenía más remedio.

Firmé el tratado y me vine aquí.

Cuando llegué me encontré con Gerardo Rocha, viejo periodista de gran talento, director de 0 Mundo en Río, muy amigo del presidente Vargas, quien me dijo: -Me manda el presidente Vargas para que le explique lo que ha pasado en el Brasil. Dice que la situación de él es muy difícil; que políticamente no la puede dominar; que tiene sequías en el Norte, heladas en el Sur; y a los políticos los tiene levantados; que el comunismo está muy peligroso; que no ha podido hacer nada; en fin, que lo disculpe, que él no piensa así y que si el ministro ha hecho eso, que él tampoco puede mandar al ministro.

Yo me he explicado perfectamente bien todo esto; no lo justificaba, pero me lo explicaba por lo menos.

Naturalmente, señores, que planteada la situación en estas circunstancias, de una manera tan plañidera y lamentable, no tuve más remedio que decirle que siguiera tranquilo, que yo no me meto en las cosas de él y que hiciera lo que pudiese, pero que siguiera trabajando por esto.

Bien, señores. Yo quería contarles esto, que probablemente no lo conoce nadie más que los ministros y yo; claro está que son todos documentos para la historia, porque yo no quiero pasar a la historia como un cretino que ha podido realizar esta unión y no la ha realizado.

Por lo menos quiero que la gente piense en el futuro que si aquí ha habido cretinos, no he sido yo solo; hay otros cretinos también como yo, y todos juntos iremos al -baile del cretinismo.

Pero lo que yo no quería es dejar de afirmar, como lo haré públicamente en alguna circunstancia, que toda la política argentina en el orden internacional ha estado orientada hacia la necesidad de esa unión, para que, cuando llegue el momento en que seamos juzgados por nuestros hombres frente a los peligros que esta disociación producirá en el futuro, por lo menos tengamos el justificativo de nuestra propia impotencia para realizarla.

Sin embargo, yo no soy pesimista; yo creo que nuestra orientación, nuestra perseverancia, va todos los días ganando terreno dentro de esta idea, y estoy casi convencido de que un día lo hemos de realizar todo bien y acabadamente, y que tenemos que trabajar incansablemente por realizarlo.

Ya se acabaron las épocas del mundo en que los conflictos eran entre dos países.

Ahora los conflictos se han agrandado de tal manera y han adquirido tal naturaleza que hay que prepararse para los grandes conflictos y no para los pequeños conflictos.

Esta unión, señores, está en plena elaboración; es todo cuanto yo podría decirles a ustedes como definitivo.

Estamos trabajándola, y el éxito, señores, ha de producirse; por lo menos, nosotros hemos preparado el éxito, lo estamos realizando, y no tengan la menor duda de que el día que se produzca yo he de saber explotarlo con todas las conveniencias necesarias para nuestro país, porque, de acuerdo con el aforismo napoleónico, el que prepara un éxito y lo conquista, difícilmente no sabe sacarle las ventajas cuando lo ha obtenido.

En esto, señores, estoy absolutamente persuadido de que vamos por buen camino.

La contestación del Brasil, buscando desviar su arco de Santiago a Lima, es solamente una contestación ofuscada y desesperada de una cancillería que no interpreta el momento y que está persistiendo sobre una línea superada por el tiempo y por los acontecimientos; eso no puede tener efectividad.

La lucha por las zonas amazónicas y del Plata no tiene ningún valor ni ninguna importancia; son sueños un poco ecuatoriales y nada más.

No puede haber en ese sentido ningún factor geopolítico ni de ninguna otra naturaleza que pueda enfrentar a estas dos zonas tan diversas en todos sus factores y en todas sus características. Aquí hay un problema de unidad que está por sobre todos los demás problemas, y en estas circunstancias, quizá muy determinantes, de haber nosotros solucionado nuestros entredichos con Estados Unidos, tal vez esto favorezca en forma decisiva la posibilidad de una unión continental en esta zona del continente americano.

Señores: como ha respondido el Paraguay, aunque es un pequeño país; como irán respondiendo otros países del continente, despacito, sin presiones y sin violencias de ninguna naturaleza, así se va configurando ya una suerte de unión.

Las uniones deben realizarse por el procedimiento que es común: primeramente hay que conectar algo; después las demás conexiones se van formando con el tiempo y con los acontecimientos.

Chile, aun a pesar de la lucha que deben sostener allí, ya está unido con la Argentina.

El Paraguay se halla en igual situación.

Hay otros países que ya están inclinados a realizar lo mismo. Si nosotros conseguimos ir adhiriendo lentamente a otros países, no va a tardar mucho en que el Brasil haga también lo mismo, y ése será el principio del triunfo de nuestra política.

La unión continental a base de Argentina, Brasil y Chile está mucho más próxima de lo que creen muchos argentinos, muchos chilenos y muchos brasileños; en el Brasil hay un sector enorme que trabaja por esto.

Lo único que hay que vencer son intereses; pero cuando los intereses de los países entran a actuar, los de los hombres deben ser vencidos por aquéllos, ésa es nuestra mayor esperanza.

Hasta que esto se produzca, señores, no tenemos otro remedio que esperar y trabajar para que se realice; y ésa es nuestra acción y ésa es nuestra orientación.

Muchas gracias.

JUAN DOMINGO PERÓN


14 Responses to la Patria Americana

  1. Voces dice:

    Muchas gracias Abel, excelentes los artículos.

  2. […] la Patria Americana […]

  3. BERNARDO DE MONTEAGUDO, FUE EL PRIMER MARTIR DE LA PATRIA AMERICANA, FUE ASESINADO EN LIMA EN 1825 CUANDO ASISTIENDO A BOLIVAR PREPARABA EL CONGRESO PANAMERCICANO PARA CREA LA UNION DE ESTADOS DE SUR AMERCICA……

  4. Tito Tizano dice:

    esta abandonado este blog?

  5. Abel B. dice:

    Mi primera reacción, Tito, es preguntarle si, cuando comenta, no mira dónde está comentando.

    Luego, preguntarme ¿cómo llegó a esta página? No es la que sirve de Portada al blog.

    Pero eso no es lo más importante. Lo que interesa, y tengo que agradecerle que me lo hizo notar, es que en Internet se «ingresa» a un blog o a una publicación por cualquiera de sus páginas. Y uno debe procurar que el visitante tenga claro de qué se trata.

    Veré como acomodar el diseño.

    Saludos

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