La hidrovía, y un gobierno de coalición

agosto 26, 2021

Otra vez quiero subir un comentario que hice en una nota de AgendAR. Esta vez, en una noticia exhaustiva que subimos hoy Hidrovía Paraguay- Paraná: el gobierno creó un ente para controlar la nueva concesión.

¿Por qué en el blog? La importancia del tema (en la Hidrovía circula el 90% de las exportaciones agroindustriales del país) y, sobre todo, porque la medida es tan expresiva de la coalición oficialista…

Una aclaración: en las sociedades modernas, segmentadas, gobiernos de coalición son todos. En todo caso, del nuestro se puede decir que es un gob de coal «con características argentinas».

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«Como otras medidas del gobierno de Alberto Fernández, las decisiones sobre la Hidrovía reflejan un equilibrio entre concepciones distintas e intereses diversos. Se sigue adelante con la concesión, en una licitación pública e internacional, pero se crea un Ente para controlarla, que además tendrá el manejo de los ingresos por peajes y tarifas.

Se le otorga a las provincias litoraleñas voz y voto en el Consejo, pero la mayoría la tendrá el gobierno nacional.

En cualquier caso, en opinión de AgendAR, las empresas de nuestro país tienen la capacidad de hacer el dragado y mantenimiento del río, y está en el interés nacional que lo hagan. Pero ese no es el tema del debate político de los últimos doce meses.

Los críticos más duros de la concesión de la Hidrovía apuntan al contrabando de granos exportables, por el que se perderían muchos millones en divisas que el país necesita. Para controlar eso, es irrelevante quién draga el lecho del río. Lo que es necesario, es que los organismos del Estado estén presentes y activos en los puertos, y controlen los embarques.«


Comentarios sueltos, ante la caída de Kabul

agosto 16, 2021

Frente a acontecimientos como éste, uno -bah, yo- me siento obligado a decir algo. Pero no tuve tiempo para reflexionar: una reunión familiar, una nota importante para subir en AgendAR… Pero algo de lo que leí, me impresionó: lo que dice en su newsletter María Esperanza Casullo, bloguera emérita:

«Hace más de veinte años que Estados Unidos no logra obtener ninguno de sus objetivos geopolíticos establecidos públicamente. La ocupación de Irak terminó en un fracaso. La ocupación de Afganistán terminó en un fracaso. La meta, varias veces anunciada, de lograr detener o contrarrestar el ascenso de China al rol de gran potencia económica primero y militar después, no puede mostrar ningún éxito concreto hasta ahora.

Esto no significa, por supuesto, que Estados Unidos súbitamente no sea más la potencia hegemónica: su poder para intervenir militarmente sigue siendo casi impensable de tan gigantesco, su población sigue aceptando participar en operaciones de intervención militar a gran escala y su capacidad para disrumpir la vida cotidiana, o sencillamente terminarla, de millones y millones de personas sigue en pie. Pero… gobernar requiere estabilizar«.

M. E. C. desarrolla bien su reflexión, pero me siento inclinado a aconsejar, a cancilleres y otros decisores, no sacar conclusiones apresuradas sobre potencias en declive. Porque se puede decir también -con superficialidad- que EE.UU. no ganó ninguna guerra importante después de 1945: la de Corea terminó en un empate, la de Vietnam en una derrota tan humillante como ésta. La caída de Kabul, 2021, es demasiado parecida a la de Saigón, 1975.

Pero… eso no evitó que Estados Unidos triunfara en la larga y decisiva Guerra Fría. 16 años después que Saigón se transforma en Ciudad Ho Chi Minh, la Unión Soviética se disuelve.

Me apresuro a agregar que un ejemplo en la historia no demuestra nada; hay tantos que se pueden elegir… Y China muestra un dinamismo que la vieja URSS perdió décadas antes de su disolución. Es simplemente una sugerencia: no nos apresuremos. «Los muertos se cuentan fríos».

El otro punto que me parece importante destacar es uno obvio para analistas políticos del Hemisferio Norte, pero acá en el Cono Sur tal vez no sea tan claro: el presidente Biden va a pagar un precio político interno por esta humillación. Es cierto que la retirada de las tropas de Afganistán la dispuso Trump, que Obama la había anunciado… No importa; las derrotas son huérfanas. Y lo que se le acusará es de no haber garantizado una evacuación segura de sus ciudadanos y de los afganos que habían colaborado con el gobierno que huyó.

Pero ese precio tal vez no sea tan alto. El pueblo estadounidense no está tan involucrado emocionalmente en esta guerra como en la de Vietnam: a Afganistán no fueron reclutas. Recordemos también que Nixon fue reelegido, después que la derrota en Vietnam estaba clara… Y el establishment que forzó su renuncia entonces, no está nada interesado en alfombrarle el camino a Trump.

(Estas reflexiones mías siguen, lo prometo. Y espero que consiga hacerlas un poco más interesantes. Hay una que está implícita en la nota de hoy en AgendAR que firma el Jefe del Estado Mayor Conjunto de nuestras Fuerzas Armadas: para un país mediano, como el nuestro, la guerra entre Armenia y Azerbaiyán deja lecciones mucho más relevantes que la de Afganistán).


Biden: Vuelve el Estado, con los fondos

agosto 12, 2021

Nuevamente traigo al blog un comentario que agregué a una nota de AgendAR El senado de EE.UU. aprobó el megaproyecto de Biden de más de un millón de millones de dólares en obras públicas . Sólo agrego unos párrafos al final para los lectores más politizados de este rincón del ciberespacio. Y la imagen que encabeza este posteo, para mostrar que los delirios de la «grieta» no son, como la birome y el colectivo, un invento argentino.

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Más allá del forcejeo político por el poder – el ex presidente Trump, y los republicanos en general, perciben que si Biden se afirma con un programa de estímulos estatales a la economía, la «gran coalición» que forjó el Donald con una parte considerable del poder económico más sectores de clase media en las pequeñas ciudades, los «evangélicos» y los trabajadores blancos, todos irritados con un «progresismo» globalista y ajeno a sus valores, puede desintegrarse.

Más allá de ese irritado forcejeo, y también del fastidio de ese progresismo que se siente incómodo con la tradicional alianza del partido Demócrata con otra parte del poder económico, las grandes instituciones financieras de la Costa Este, se ha puesto en marcha un cambio considerable en los objetivos planteables desde la política en Estados Unidos.

Por primera vez desde que Reagan en los ´80 planteó que «el Estado no es la solución; es el problema», un presidente plantea un protagonismo abierto del Estado en el desarrollo económico y en los cambios sociales. No lo hicieron ni Clinton ni Obama (con algunas excepciones, entre ellas, el tímido «Obamacare»).

Es necesario tener claro que el Estado federal no dejó en ningún momento de ser un actor poderoso en la economía y en la sociedad de EE.UU. a través de sus múltiples y gigantescas reparticiones. Pero no lo asumía. Ahora, lo hace.

¿Tendrá éxito Biden en su arriesgada jugada política? ¿Y si lo logra, inyectará dinamismo a la economía y a la sociedad? Estoy tentado de usar una frase habitual en mi blog personal «El que viva lo verá».

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Los lectores del blog, habituados a que el Estado argentino sea el socio capitalista (usualmente bobo) de todos los emprendimientos nacionales importantes, se apresurarán a señalar que en EE.UU. la gigantesca industria de defensa, más la NASA, los jugosos contratos con las universidades,… son desde la 2da. Guerra un poderoso, imprescindible motor de la economía de EE.UU. Eisenhower advirtió del «complejo militar industrial» (él había crecido en una Norteamérica distinta), y eso no se detuvo con el Ronald. Al contrario.

Pero quedarse en eso es ignorar el papel de la ideología. Que consigue «invisibilizar» lo que está haciendo el Estado. Ayudada por la función, cada vez más importante, de los fondos de inversión en la asignación de recursos. Estas movidas de Biden están cambiando eso, y la misma lucha política lo resalta. Por eso, cómo le vaya al abuelo Joe va a tener consecuencias nada triviales.

Como ya dije en twitter, no es Juan Domingo Biden. Y mucho menos Karl Biden. Pero puede llegar a ser Harry (Truman) Biden.


Redes sociales y esta campaña electoral. Reflexiones casuales

agosto 8, 2021

Como los lectores sofisticados (todos ustedes, no?) se habrán dado cuenta desde el título, estoy abriendo el paraguas aún más de lo habitual. «Esta campaña», «casuales«. Pasa que las redes sociales son hoy el tema sobre el que escriben sociólogos, epistemólogos, filósofos mediáticos… toda esa gente sabia con títulos en ciencias sociales. Y yo no he elaborado un andamiaje teórico sobre el asunto. Cuento con apenas algunos datos empíricos que me hacen «pensar en voz alta».

Empiezo reconociendo lo obvio, lo que señalan todos esos opinadores que han elaborado teorías: las redes sociales son una realidad clave de las sociedades modernas (y de las no tan modernas. En Myanmar, por ejemplo, whatsapp jugó un rol decisivo en las masacres de musulmanes).

La evaluación de la mayoría de los teóricos ha cambiado: hace una década muchos de ellos veían a las redes como una fuerza en favor de la democracia, la libertad… Ahora, como los usuarios de las redes parecen mas inclinados a votar a, por ejemplo, Donald Trump que a Slavoj Žižek, tienden a horrorizarse de los odiadores.

Por mi parte, tengo un gran respeto por la Realidad (es más grande, más vieja y más jodida que yo. Y va a seguir cuando yo no esté…). Así que prefiero volcarme a los datos empíricos. Teniendo en cuenta que las encuestas y el monitoreo de las redes siempre dan imágenes imprecisas, aún más con la pandemia.

Lo que me parece percibir -y es el motivo de este posteo- es que las redes tienen un papel complejo, y en cierto modo contradictorio, en la formación de actitudes colectivas. Se han mostrado como agentes poderosos en la formación de conjuntos sociales, la articulación de gente muy diversa y desconectada físicamente entre sí en una común identidad, que comparte (dis)valoraciones y actitudes. Usualmente, el rechazo o el odio a algo o alguien (Cristina, Macri, el «populismo»… Este último término es muy revelador: hace menos de una década lo usaban algunos politólogos o gente que, como yo, se interesaban en la historia política de los Estados Unidos. Ahora, en la política argentina el antipopulismo es una etiqueta casi tan establecida como el antiperonismo, y está reemplazando al anticomunismo).

Una reserva: las redes sociales todavía no han reemplazado a los medios masivos -salvo, tal vez, en EE.UU. y algunos países de Europa Occidental- en la función esencial de fijar agenda. (Y a la TV en particular en hacer conocidas a las figuras). Pero las redes los superan, muy claramente, en la tarea de comunicar los temas de esa agenda, y hacer que sus usuarios los repliquen, con carga emocional añadida. Ese mecanismo ha sido muy exitoso en Argentina; hace recordar, en algunos sectores de la población -«señoras gordas de ambos sexos»- a los «dos minutos de odio» que imaginó Orwell en 1984.

Todo esto, y la interacción entre dos identidades sociales, ambas reforzadas o creadas por las redes, ya ha sido analizado. Mejor que yo. Pero creo que no se ha prestado suficiente atención a un fenómeno menos evidente, el … alejamiento, la «toma de distancia» que provoca ese proceso de formación de una identidad colectiva entre los que no se suman a ella.

Es un fenómeno que se percibe desde hace no menos de 10 años, pero que en estos meses se hace ver con más claridad. La existencia de las redes facilita e impulsa a los dirigentes políticos, y a sus asesores, a volcarse a la creación de su público. Que replicará, y también enriquecerá con distintos y heterogéneos aportes, su mensaje. La militancia digital, de la que he hablado con algo de ironía…

Pero es una ironía superficial. Ese proceso de comunicación y formación de conciencia, es anterior a las redes; es tan antiguo como la política. Es la política.

También es viejo, y debería ser obvio, que cuando un dirigente crea o fortalece una conciencia comprometida, también lo está haciendo con la opuesta. El fenómeno de la polarización, como he discutido con otro, conocido, bloguero, siempre tiende a crear dos polos.

Pero la polarización también cansa, a la larga. De ahí ese fenómeno del «alejamiento» que remarco.

Los hechos concretos que observo: Hay una tendencia fuerte entre políticos y comunicadores en los medios -hoy es difícil distinguirlos- a ganar repercusión y seguidores dirigiéndose a su público más motivado y replicar sus broncas y odios, tal como se detectan, y estimulan a través de «granjas de trolls» en las redes. Esa modalidad funciona, cómo no. Obtienen popularidad, y/o rating. El costo de convertirse en las «bestias negras» del Otro Lado, está previsto y asumido.

Pero también produce alejamiento, «toma de distancia» y fastidio en el sector de la población que no se identifica con ninguno de los dos polos. Aunque en su conducta electoral, y hasta en sus conversaciones privadas, sea parte de alguno de los dos. Salvo momentos especiales, y generalmente breves, el sector que no internaliza los mensajes «militantes», es mayoritario.

Atención: por su misma naturaleza, ese sector, el que se siente incómodo con la «grieta», no va a producir una opción política distinta de cualquiera de los dos Lados. Salvo que aparezca un nuevo tema y un nuevo liderazgo que convoquen a un número considerable de compatriotas. Cosa que hoy no aparece en el menú de opciones, ni «por las tapas». Pero eso no significa que, ni mucho menos, que no tenga consecuencias políticas, en una sociedad divida en dos bandos no muy distintos en sus resultados electorales, y con una competencia interna fuerte. Ambos.

Si uno va a la performance en esto de los liderazgos políticos realmente existentes, mi falible evaluación es que a partir de 2017 y hasta ahora, Cristina Kirchner ha enfrentado, y conseguido con razonable éxito, conservar la necesaria, imprescindible, adhesión de su público enfervorizado, sin exacerbar la hostilidad que sus adversarios y su mismo proceso de construcción de poder han creado.

Es en el bloque «antikirchnerista», para definirlo de algún modo, donde estos fenómenos opuestos de enfervorización y alejamiento, tendrán, creo, consecuencias políticas visibles. O, en una frase que ya no recuerdo de donde la tomé, «El que viva lo verá«.

¿Alguna observación práctica, como debería surgir de alguien que pretende ser un profesional de la comunicación? Ya la hizo, y ya la cité otras veces, el dirigente social Tony Montana «No consumas de tu propia mercadería«.


Claudio Scaletta, Eduardo Crespo, Bolsonaro y lo que hay

agosto 1, 2021

Empiezo aportando una sugerencia práctica: los domingos, por un viejo hábito que no cayó del todo en desuso, proliferan las «piezas de opinión» en los medios. Si van a leer 2 -un límite sensato, para no ahogarse en palabras- propongo Entre “opinadores” y hacedores de política: prueba de fuego, de Scaletta, y Entre el progresismo neoliberal y la derecha bolsonarista, de Crespo. Este consejo es para el amplio abanico más o menos oficialista, entre los que apoyan con entusiasmo o resignación al gobierno actual.

Para el igualmente amplio abanico opositor… no tengo sugerencias, porque no soy de ese palo, y además no me entusiasma nada de lo que leí. Si les pasa lo mismo, pueden desahogarse en twitter. Muchos lo hacen.

Continuo aclarando que no voy a polemizar con estas piezas, ni de Crespo ni de Scaletta, salvo incidentalmente. Esos debates pertenecen a la época dorada de los blogs, 10, 15 años atrás, de la que este blog es una melancólica nostalgia. Hoy los blogueros estrella serían María Esperanza Casullo, Martín Rodríguez, Pablo Touzon,… Pero escriben ensayos, no debaten. (Ni yo tampoco, para el caso: hace mucho que no modero comentarios…).

Lo que me interesa es señalar que, tanto lo de Scaletta como lo de Crespo, aunque el contenido es muy distinto -están hablando de cosas diferentes-, se dirige al mismo público. Es un mensaje para el oficialismo insatisfecho, preocupado. Y es «clintoniano» (Bill): «Es la economía, estúpidos».

Y tienen razón. Hace muchos años que vengo diciendo en este blog que -salvo para los países ubicados en Medio Oriente, donde en lo inmediato hay que tener buenos generales- el destino de las naciones depende, fundamentalmente, del acierto o error en sus políticas económicas.

Desde lo que (si los entendí bien) es un acuerdo en lo básico, planteo esas discrepancias incidentales: Scaletta tiene razón cuando señala que (muchos) defensores del ambiente no conocen ni les interesa conocer las realidades de la economía, de la producción. Se encierran en una fantasía en la que la «agricultura familiar» y el reciclaje cubrirán las necesidades de 8 mil millones de habitantes del planeta y -lo cercano e inmediato- las de los 45 millones de compatriotas. Que no sólo quieren alimentarse sino también -impulsados por el consumismo apátrida- quieren zapatillas de marca y celulares.

Y Crespo también tiene razón en lo que creo que dice: la «ampliación de derechos», las políticas de género, … están muy bien, pero si no se crea trabajo digno y un bienestar mínimo para los de abajo, van a votar cualquier cosa. Cualquier cosa que no le guste a la mayoría de los que apoyan a este gobierno.

Ahora, los «sí, pero». Scaletta, más cercano, por lo menos intelectualmente, a quienes toman decisiones hoy, no debe olvidar que el ambientalismo puede ser, en parte, lo que los afroestadounidenses llaman «problemas de blanquitos«; pero… los «blanquitos» también votan en Argentina, y son una parte importante del electorado, y de la mayoría que votó al Frente de Todos. También, que muchos morochos viven cerca de donde van abrir minas o perforar por petróleo; con lo que no tienen objeciones teóricas, sino una muy práctica que en yanquilandia expresan «No en mi patio«.

Lo resumo diciendo que, así como Argentina es un país con empresas pobres y empresarios ricos, tiene una economía de clase media baja y una parte muy importante de su población con ideas y aspiraciones de clase media alta. No es nada nuevo, ni solamente argentino en lo esencial. Ya desde la segunda mitad del siglo pasado, en las sociedades más o menos moderna, la mayoría de sus miembros no se identifican con «los pobres». Aunque lo sean.

O sea, el «desarrollismo» (hay que buscarle un nombre nuevo) tiene que tener, si va a ser viable, un mensaje y un espacio para los precarizados y los de fuera del sistema, que son muchos. No basta con saber que cuando la Argentina sea, si llega a ser, un país desarrollado tendrá mejores políticas sociales. Ese es un futuro triste.

También le hace falta un mensaje para aquellos que entre los argentinos urbanos (90+% de la población) tienen un compromiso emocional con lo verde, la alimentación orgánica… Hasta algunos son veganos, Dios los perdone. Votan, son bastantes, y sobre todo se comprometen, que en la política moderna es un factor decisivo.

(En AgendAR, cuando tratamos temas de política nuclear -muy a menudo- nos preocupamos en señalar que es una fuente de energía limpia, constante y que no emite en forma directa ni indirecta gases de efecto invernadero. Pero están dirigidas a un público muy específico, y aunque sabemos que Argentina puede exportar reactores, y lo ha hecho, no serán el rubro central de nuestras exportaciones).

Crespo tiene claro que una política económica que sólo ofrece para los expulsados del sistema planes sociales (encima bastante mezquinos, como los actuales), no tiene futuro.

En lo inmediato electoral, las encuestas me dicen (aunque me cueste creerlas) que al oficialismo no le iría tan mal hoy. Supongo que esta oposición ayuda mucho. Y el surgimiento de un bolsonarismo local… no lo veo en lo inmediato. Y si surgiera… probablemente surgiría del peronismo. Los perucas somos creativos, Dios nos perdone.

Como creo que quedó claro, yo también soy de los oficialistas preocupados e insatisfechos. Reconozco los importantes méritos políticos de la experiencia kirchnerista y hasta de esta etapa alberto-cristinista. Alguien que vivió los ´70, puede apreciar la racionalidad y la prudencia (aunque estén mechadas con algunas torpezas). Y no me cabe duda que duda que sus políticas económicas son mejores que el dogmatismo ideológico de la experiencia macrista y el vacío de la actual oposición.

Pero no alcanza (noto que son dos palabras que estoy repitiendo). Ni los 12 años y medio de los gobiernos K, menos aún los casi dos de esta etapa, lograron establecer políticas económicas lo suficiente sólidas para subsistir a un cambio de gobierno. Hasta que no logremos eso…


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