
Algunos comentaristas amigos me han recordado que, al analizar los hechos recientes de nuestra realidad, debemos tener en cuenta el contexto global. Los factores económicos, sociales, demográficos que le dan forma y lo condicionan, las acciones de las Grandes Potencias, las tendencias que en el largo plazo cambian nuestras ideas de lo que es posible y deseable…
Por supuesto. «Todo tiene que ver con todo«, es una frase convencional y a la vez una verdad filosófica profunda. Y en un plano más concreto, nada de lo que nos pasa a los argentinos, ni de lo que hacemos nosotros, en política, economía, cultura, deja de estar vinculado con realidades, fuerzas que se originan fuera de nuestras fronteras. O por encima de cualquier frontera.
Repaso estas obviedades porque, me parece, también corremos el riesgo opuesto al de los que se interesan sólo en los asuntos y las broncas de su «aldea» y no ven la autopista que van a construir encima. Creo que muchos de nosotros compramos sin examen los grandes relatos sobre ese contexto global: en distintos tiempos, y por distintos sectores, el «mundo libre», el «socialismo», el «antiimperialismo», … Atención: No los menosprecio. Yo mismo adhiero a un «relato»: el de la «Patria Grande», o, como la llamaba un adversario, Huntington, la «civilización latinoamericana».
El punto que quiero hacer es que el relato que elegimos, para que sea una forma de ordenar en nuestras cabezas la realidad y no un delirio peligroso, es que debemos examinarlo desde nuestros intereses, nuestras capacidades y nuestra identidad como argentinos (Agrego lo de la identidad porque los intereses son contrapuestos y discutibles; la identidad es, como la capacidad o no de hacer algo, un hecho. Personalmente, también pienso que hay una identidad latinoamericana, de la cual la argentina es una de sus expresiones, pero no hay porqué estar de acuerdo para el sentido de este posteo).
Para dar un ejemplo: los militares argentinos que reprimieron ferozmente la guerrilla en los `70 estaban convencidos, o adoctrinados, que luchaban por el Occidente cristiano (como los guerrilleros se sentían parte de la lucha de los pueblos por el socialismo, mientras la Unión Soviética votaba a favor de Videla en los foros internacionales). Los más entusiastas se sentían combatientes de la Tercera Guerra Mundial. Sus generales y almirantes creían que el apoyo que prestaban a la contraguerrilla en América Central era un aporte significativo que sería debidamente valorado. La experiencia de la Guerra de Malvinas les demostró – aunque ya no eran capaces de reconocerlo – que para las potencias de «Occidente» eran peones descartables.
No fue solo la imprudencia de una Junta Militar al desafiar a la NATO. El arresto de Pinochet en Londres, cuando había sido su aliado en esa misma guerra, mostró la valoración que hacían del poder de represalia de Chile. El factor a tener en cuenta en política internacional. Porque, como decía un tipo desagradable pero realista, Lenin, «Todo es ilusión menos el poder«.
¿Qué tiene que ver todo esto con el título del posteo? Les digo: la Argentina K es ésta en que hoy estamos. Sus partidarios, sus opositores – aún los que odian al kirchnerismo – y los que simplemente viven aquí. Y los cuatro países que menciono son los que aparecen en tres noticias de este fin de semana:
EE.UU. espera mantener otra ronda de diálogo con Cuba en «un par de semanas». Lo anunció la secretaria de Estado adjunta para América Latina, Roberta Jacobson; la próxima ronda sería en Washington.
(Las otras dos noticias no las leí en los medios locales, todavía)
Irán y EE.UU reanudan conversaciones sobre programa nuclear. Las conversaciones entre Irán y Estados Unidos sobre el tema nuclear se retomaron este viernes en Zurich, Suiza, donde delegados de ambos países discutirán en dos días los puntos faltantes para concretar un acuerdo.
El desplante de Netanyahu lleva las relaciones entre Israel y la Casa Blanca a su punto más bajo. El presidente Barack Obama y sus funcionarios estaban sorprendidos, y furiosos, porque el primer ministro israelí aceptó una invitación del presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, para dirigirse a una sesión conjunta del Congreso, sin acuerdo previo con el Ejecutivo estadounidense. Obama no se reunirá con Netanyahu.
Mis comentarios: La primera elección del presidente Obama fue saludada con entusiasmo por gran parte de la progresía internacional, basados en un prejuicio casi racista: Si era negro, debía ser progre. Recuerdo haber señalado en el blog que su trabajo era defender los intereses de los EE.UU., tal como los definen quienes los gobiernan, y si tenía algún impulso en favor de la justicia universal debería guardarlo para sus ratos libres. Que serían pocos.
El hecho es que Obama está haciendo una política de «desenganche» de la excesiva – por encima de la que su país tuvo en el siglo XX, que ya era alta – intervención militar en el Medio Oriente, donde los sobreextendió la política de Bush jr. Un desenganche muy moderado, hasta donde lo permiten los intereses de seguridad de una Potencia que pretende seguir siendo Hegemónica, y los intereses económicos de lo que un predecesor suyo llamó el «complejo militar industrial».
También está liquidando los residuos de otra sobreextensión previa, provocada por la vieja Guerra Fría. Considera que la zona vital para el futuro del poder norteamericano es el Pacífico – lo ha expresado públicamente – y cree que los recursos de los EE.UU. – grandes pero no infinitos – deben concentrarse allí.
Hay sectores de su país, muy vocales, que se oponen a esta «desescalada»; serían otra versión de los «neocon» de Bush. Pero mi impresión – por lo que veo de la política norteamericana – es que la mayoría de los dirigentes Republicanos no están demasiado en contra de esta política; la usan como una forma de atacar a Obama. Y de sumar votos de la comunidad judía estadounidense, tradicionalmente afín a los Demócratas.
Porque si hay un país que está frontalmente opuesto, ese es Israel. Cuyo actual gobierno considera que así se afectan sus intereses de seguridad.
¿Qué tiene que ver todo esto con nosotros? Mucho, y poco. Mucho, porque toda esta cadena de acontecimientos que hoy nos impacta, desde el atentado a la Amia hace veinte años, y la anterior explosión en la embajada israelí, hasta la muerte del fiscal Nisman hace menos de una semana, están vinculados a ese conflicto del Oriente Medio, del cual Israel, y Palestina, y el mundo árabe, e Irán son actores protagonistas.
Poco, porque no somos protagonistas. No tenemos intereses directos en juego en ese conflicto. Y aunque los tuviéramos, no tenemos el poder militar ni económico para participar aunque sea en forma menor. Los «relatos», volviendo a lo que decía al principio, están muy bien, pero no reemplazan al poder que no hay.
Se me ocurre que es necesario que varios sectores argentinos tengan presente esto. Nuestro gobierno, que a partir de 2006 aceptó el dictamen de los fiscales Nisman y Martínez Burgos que acusaba del atentado a funcionarios iraníes, que solicitó su captura a Interpol y reclamó en las Naciones Unidas. Manteniendo durante todos estos años bien financiada la fiscalía Nisman, y funcionarios de la Secretaría de Inteligencia asociados con esa acusación. Y que – quizás por coincidencia – aproximadamente cuando EE.UU. e Irán comenzaban sus discretos contactos, trató de buscar formas jurídicas para resolver esa situación que había quedado congelada.
Como dije cuando posteaba sobre el tema – porque este posteo no tiene que ver con el caso; ya dije lo que pensaba sobre él -, la intención podía ser buena, y la ingeniería judicial podía ser aceptable. Pero no era realista; ni a EE.UU. ni a Irán nuestra posición les importaba mucho, más allá de lo que dijeran intermediarios oficiosos. ¿Por qué iba a importarles, después de todo? El de la AMIA fue el atentado más grave de nuestra historia reciente, pero en estos veinte años hubo otros muchos en el mundo, y mucho más grandes.
También la oposición más enconada, la que querría ver al gobierno K derrumbado y desprestigiado, debe tenerlo en cuenta. Por supuesto que la muerte de Nisman ha impactado en muchos argentinos, pero no ha volcado contra el gobierno a nadie que no lo estaba ya. No es un tema que define posiciones políticas.
En el plano internacional, el gobierno de Israel puede estar fastidiado – lo está – con nuestras conversaciones con Irán. Pero estoy seguro que le preocupan mucho menos que las de EE.UU. En realidad, la posición argentina – buenas relaciones comerciales, y ninguna actitud hostil – les debe inquietar menos que la tendencia creciente de los países de la Unión Europea a reconocer a Palestina. La prueba de estas afirmaciones es que ese caso ha dejado de ser noticia de tapa en EE.UU. y en Israel. Sólo permanece allí en nuestros medios.
Lo que antecede no es una crítica a decisiones que ya se tomaron. Ni otra vuelta de tuerca a un caso ya muy discutido. Mucho menos un himno a la irrelevancia argentina. Somos, repito a menudo, un país mediano en población y economía, por su extensión octavo en el planeta, con una gran capacidad de producción de alimentos y con capacidades promisorias en algunos sectores tecnológicos. Creo, eso sí, que, como todos los otros países, nos pueda posibilidad de ser sujeto y no objeto se dará a partir de nuestros intereses genuinos y desde las alianzas que hagamos en nuestro lugar en el mundo.
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