El concepto de «minoría intensa» se puso de moda al escribir sobre la sociedad y/o la política en las últimas décadas. No tiene nada de nuevo, por supuesto. Todas las convicciones y las ideologías que sacudieron la Historia empezaron como patrimonio de minorías. Los discípulos de Jesús, los seguidores de Mahoma, la fracción bolchevique del Partido Social Demócrata de Rusia,… eran una parte muy pequeña de sus comunidades, al comienzo de su trayectoria.
Y no es necesario ser sociólogo ni politólogo para entenderlo. Resulta de sentido común que quienes están unidos por una convicción ardiente y motivados van a tener más influencia y lograr más objetivos que aquellos a los que la cosa no les importa tanto.
Ahora, buena parte de esa literatura sociológica a la que me referí encara sus manifestaciones en la sociedad moderna como una patología. También es natural: las convicciones firmes y los «grandes relatos» han pasado de moda en las sociedades posmodernas y muchos intelectuales y comunicadores las miran con desconfianza.
Hay que reconocer que algo de razón tienen. Algunas convicciones tienen un elemento psicopático. O, sin llegar a eso, son superficiales y arbitrarias. Con la «cultura de la cancelación» le han doblado el brazo a grandes empresas -cuya única convicción es no perder ventas- pero… no han investigado las acusaciones más allá del ruido en los medios.
Pero quedarse en la crítica – o en el aplauso- de esas intensidades pasa por alto lo que es realmente de interés: qué pulsiones o temores expresan, y cómo suman aprobación, o rechazo, en sus sociedades.
¿Qué tiene que ver ésto con la actualidad política argentina, el tema al que siempre vuelve este blog? Bueno, hay un fenómeno que crece en Argentina desde hace algo más de 10 años, la no tan minoría pero muy intensa «Odiemos a Cristina».
Mencioné antes lo del «elemento psicopático» en algunas intensidades. Resulta evidente que en este caso lo hay. Por supuesto, hay críticas justificadas para hacer a CFK como gobernante (¿a quién no?), y en cuanto a su personalidad, puede provocar tanto amor como fastidio. Ella misma reconoció «algunos pueden decir que soy soberbia...». Pero presidió la Argentina durante 8 años en razonable paz social. De la Rúa, que gobernó 2 años y se fue dejando una catástrofe económica y una treintena de muertes, hoy es recordado con más lástima que odio.
La intensidad del odio hacia ella es llamativa. Y no vale atribuirla a comunicadores mercenarios: sus diatribas no tendrían repercusión si no hubiera un sector que quiere escucharlas.
Un escritor de mediano talento escribe todos los domingos desde hace más de 3 años en un medio de gran circulación una nota larga donde la acusa de una maldad y astucia infinitas. Y están bastante bien escritas, eh. El odio mejora su estilo.
Pero lo que importa no son los comunicadores ni los trolls -la mayoría berretas. El fenómeno son los seres anónimos que encuentran en Cristina la forma de expresar broncas y frustraciones.
Uno piensa en Orwell y los «Dos minutos de odio«. En 1984, la novela de George Orwell, los ciudadanos se reúnen diariamente para mirar un film de dos minutos donde se muestran imágenes de los enemigos para demostrar públicamente su rechazo hacia ellos. En cada sesión, gritan insultos e incluso arrojan violentamente objetos hacia la pantalla.
Pero en la novela eso era una política del Partido, para canalizar frustraciones. Aquí es al revés: esa no tan minoría muy intensa condiciona a la coalición opositora. Casi todos sus dirigentes, todos los sectores que forman parte de ella, aún aquellos cuyos intereses inmediatos favorecerían otra estrategia, se han unido al coro. Y falta un año para las elecciones.
No vale decir que han sido arrastrados porque una mayoría creyese en las acusaciones de corrupción contra Cristina Kirchner. En estos mismos días, un importante dirigente de esa coalición, precandidato a gobernador de Buenos Aires, fue acusado por otra dirigente y una jueza, ambas «de ese palo», de proteger al narcotráfico. Y no ha sufrido ni un mínimo escrache. En realidad, la sociedad argentina no parece tener un rechazo más firme a la corrupción que la brasileña después del Lava Jato, o la italiana después del Mani Pulite.
Aparece evidente -cuando se escucha lo que dicen «los anónimos», en las manifestaciones y en las redes sociales, que el odio a Cristina simboliza y acompaña el odio a los «planeros», los zurdos, los «negros»… Como ya dije otras veces en este blog, lo que Europa se expresa como xenofobia, aquí es más claramente aporofobia, odio a los pobres.
El otro aspecto importante de esto es lo que despertó en los otros sectores de la sociedad: quienes votaron, y acompañaron con altibajos, las tres gestiones de gobierno kirchneristas y votaron al Frente de Todos en 2019.
Mis amigos cristinistas se ofenderán si los trato a ellos de «minoría intensa». El hecho es que quienes sienten un vínculo emocional con el liderazgo de Cristina son mayoría entre la militancia, «presencial» y digital. Pero los militantes son una minoría, ahora y en cualquier momento de la historia moderna, aún en los ´70. De cualquier modo, enfrentar a esa «minoría intensa» del Otro Lado es mucho más fácil y más estimulante que militar el equilibrio fiscal.
Se puede decir que esa minoría militante es la levadura necesaria para hacer crecer una mayoría y motivarla.
En un plano más concreto, hemos visto esta semana que todas las estructuras que se identifican con el peronismo, y también las vinculadas a otros sectores del FdT, se han visto impulsadas -algunas con notoria falta de entusiasmo- a expresar su respaldo a la vicepresidenta. Y ayer, con mínima participación de los aparatos, una manifestación peronista irrumpió en Recoleta.
No hay nada extraño ni sorprendente en esto. La «minoría intensa» que se expresa en el seno de la coalición opositora mostró sus intenciones y su probable curso. Y los que votaron al Frente de Todos y se desalentaron durante estos casi tres años -oncluso los muchos que dicen «yo me rompo el culo trabajando y a estos vagos los mantiene el gobierno«, el Otro Lado les muestra su cara más amenazadora.
¨Por primera vez en bastantes meses percibo que en el previsible enfrentamiento en 2023 de las dos grandes coaliciones, la que triunfó en 2019 tiene una posibilidad de conservar el gobierno. Con el inestimable apoyo de una oposición enceguecida. Como ha sucedido muchas veces a lo largo de nuestra historia.
Ojo: tengo que señalar que todo esto son mapas en arena. Antes del 2023, está el 2022. Y también en la mayoría de los meses del año que viene, habrá que escuchar a Bill Clinton diciendo «Es la economía, estúpidos!«.