Cristina y las «mayorías intensas»

agosto 28, 2022

El concepto de «minoría intensa» se puso de moda al escribir sobre la sociedad y/o la política en las últimas décadas. No tiene nada de nuevo, por supuesto. Todas las convicciones y las ideologías que sacudieron la Historia empezaron como patrimonio de minorías. Los discípulos de Jesús, los seguidores de Mahoma, la fracción bolchevique del Partido Social Demócrata de Rusia,… eran una parte muy pequeña de sus comunidades, al comienzo de su trayectoria.

Y no es necesario ser sociólogo ni politólogo para entenderlo. Resulta de sentido común que quienes están unidos por una convicción ardiente y motivados van a tener más influencia y lograr más objetivos que aquellos a los que la cosa no les importa tanto.

Ahora, buena parte de esa literatura sociológica a la que me referí encara sus manifestaciones en la sociedad moderna como una patología. También es natural: las convicciones firmes y los «grandes relatos» han pasado de moda en las sociedades posmodernas y muchos intelectuales y comunicadores las miran con desconfianza.

Hay que reconocer que algo de razón tienen. Algunas convicciones tienen un elemento psicopático. O, sin llegar a eso, son superficiales y arbitrarias. Con la «cultura de la cancelación» le han doblado el brazo a grandes empresas -cuya única convicción es no perder ventas- pero… no han investigado las acusaciones más allá del ruido en los medios.

Pero quedarse en la crítica – o en el aplauso- de esas intensidades pasa por alto lo que es realmente de interés: qué pulsiones o temores expresan, y cómo suman aprobación, o rechazo, en sus sociedades.

¿Qué tiene que ver ésto con la actualidad política argentina, el tema al que siempre vuelve este blog? Bueno, hay un fenómeno que crece en Argentina desde hace algo más de 10 años, la no tan minoría pero muy intensa «Odiemos a Cristina».

Mencioné antes lo del «elemento psicopático» en algunas intensidades. Resulta evidente que en este caso lo hay. Por supuesto, hay críticas justificadas para hacer a CFK como gobernante (¿a quién no?), y en cuanto a su personalidad, puede provocar tanto amor como fastidio. Ella misma reconoció «algunos pueden decir que soy soberbia...». Pero presidió la Argentina durante 8 años en razonable paz social. De la Rúa, que gobernó 2 años y se fue dejando una catástrofe económica y una treintena de muertes, hoy es recordado con más lástima que odio.

La intensidad del odio hacia ella es llamativa. Y no vale atribuirla a comunicadores mercenarios: sus diatribas no tendrían repercusión si no hubiera un sector que quiere escucharlas.

Un escritor de mediano talento escribe todos los domingos desde hace más de 3 años en un medio de gran circulación una nota larga donde la acusa de una maldad y astucia infinitas. Y están bastante bien escritas, eh. El odio mejora su estilo.

Pero lo que importa no son los comunicadores ni los trolls -la mayoría berretas. El fenómeno son los seres anónimos que encuentran en Cristina la forma de expresar broncas y frustraciones.

Uno piensa en Orwell y los «Dos minutos de odio«. En 1984, la novela de George Orwell, los ciudadanos se reúnen diariamente para mirar un film de dos minutos donde se muestran imágenes de los enemigos para demostrar públicamente su rechazo hacia ellos. En cada sesión, gritan insultos e incluso arrojan violentamente objetos hacia la pantalla.

Pero en la novela eso era una política del Partido, para canalizar frustraciones. Aquí es al revés: esa no tan minoría muy intensa condiciona a la coalición opositora. Casi todos sus dirigentes, todos los sectores que forman parte de ella, aún aquellos cuyos intereses inmediatos favorecerían otra estrategia, se han unido al coro. Y falta un año para las elecciones.

No vale decir que han sido arrastrados porque una mayoría creyese en las acusaciones de corrupción contra Cristina Kirchner. En estos mismos días, un importante dirigente de esa coalición, precandidato a gobernador de Buenos Aires, fue acusado por otra dirigente y una jueza, ambas «de ese palo», de proteger al narcotráfico. Y no ha sufrido ni un mínimo escrache. En realidad, la sociedad argentina no parece tener un rechazo más firme a la corrupción que la brasileña después del Lava Jato, o la italiana después del Mani Pulite.

Aparece evidente -cuando se escucha lo que dicen «los anónimos», en las manifestaciones y en las redes sociales, que el odio a Cristina simboliza y acompaña el odio a los «planeros», los zurdos, los «negros»… Como ya dije otras veces en este blog, lo que Europa se expresa como xenofobia, aquí es más claramente aporofobia, odio a los pobres.

El otro aspecto importante de esto es lo que despertó en los otros sectores de la sociedad: quienes votaron, y acompañaron con altibajos, las tres gestiones de gobierno kirchneristas y votaron al Frente de Todos en 2019.

Mis amigos cristinistas se ofenderán si los trato a ellos de «minoría intensa». El hecho es que quienes sienten un vínculo emocional con el liderazgo de Cristina son mayoría entre la militancia, «presencial» y digital. Pero los militantes son una minoría, ahora y en cualquier momento de la historia moderna, aún en los ´70. De cualquier modo, enfrentar a esa «minoría intensa» del Otro Lado es mucho más fácil y más estimulante que militar el equilibrio fiscal.

Se puede decir que esa minoría militante es la levadura necesaria para hacer crecer una mayoría y motivarla.

En un plano más concreto, hemos visto esta semana que todas las estructuras que se identifican con el peronismo, y también las vinculadas a otros sectores del FdT, se han visto impulsadas -algunas con notoria falta de entusiasmo- a expresar su respaldo a la vicepresidenta. Y ayer, con mínima participación de los aparatos, una manifestación peronista irrumpió en Recoleta.

No hay nada extraño ni sorprendente en esto. La «minoría intensa» que se expresa en el seno de la coalición opositora mostró sus intenciones y su probable curso. Y los que votaron al Frente de Todos y se desalentaron durante estos casi tres años -oncluso los muchos que dicen «yo me rompo el culo trabajando y a estos vagos los mantiene el gobierno«, el Otro Lado les muestra su cara más amenazadora.

¨Por primera vez en bastantes meses percibo que en el previsible enfrentamiento en 2023 de las dos grandes coaliciones, la que triunfó en 2019 tiene una posibilidad de conservar el gobierno. Con el inestimable apoyo de una oposición enceguecida. Como ha sucedido muchas veces a lo largo de nuestra historia.

Ojo: tengo que señalar que todo esto son mapas en arena. Antes del 2023, está el 2022. Y también en la mayoría de los meses del año que viene, habrá que escuchar a Bill Clinton diciendo «Es la economía, estúpidos!«.


¿Qué hay del «peso Tigre»?

agosto 14, 2022

Pregunto porque percibo que Sergio M (M de megaministro) tiene que hacer Algo, para retener expectativas. La herramienta fundamental de la política, que Alberto perdió. Estoy seguro que el Sergio lo sabe, y estará preparando conejos para sacar de su galera. Quise pensar, en un fin de semana largo, cuál es el que yo elegiría. Pensé en un tigre, porque un conejo no duraría mucho entre los lobos.

Atención: tengo claro que su desafío inmediato es mantener la devaluación paulatina en curso y evitar el Salto, que puede romper tobillos… o cuellos. Ojo: esta decisión puede no ser de Sergio, ni de Cristina. A lo peor, la toma la Realidad, con sus modales bruscos (Bah, si yo estuviera en su lugar, quizás apostaría a una Deva importante (dólar a $250+), subir retenciones, y un IFE generoso. Gracias a Dios, NO es mi decisión).

Pero el problema central y persistente de Argentina -repito y repito aquí y en AgendAR- no es el tipo de cambio. Es la inflación. Y las devaluaciones, grandes o chicas, no bajan la inflación. Al contrario, la alimentan.

Para bajar la inflación, la receta es archiconocida. Se aplicó en todos los países del mundo que lograron bajarla, desde niveles moderados, altos o altísimos: EE.UU., Israel, Brasil, Venezuela… Bajar los gastos del Estado, aumentar sus ingresos, bajar -mucho- la emisión… Lo que empezó a hacer Guzmán, quería hacer Batakis, y ahora trata de hacer Sergio.

En Argentina, con una puja distributiva feroz, y sin un Estado fuerte, es una tarea muy difícil, casi imposible. Pero, bueno, para eso se les paga a presidentes y megaministros. Si no pueden, tendrán que buscarse otro trabajo. O vivir de la fortuna familiar, como el Mauricio.

Eso sí, bajarla es una tarea lenta, en el mejor de los casos, que no es el nuestro. Mientras, como dije, hay que hacer Algo. Sugiero empezar por olvidarse de un lugar común: éste no es un país bimonetario de libro de texto, uno en que circulan dos monedas.

El peso y el dólar tienen funciones diferentes. El dólar es la reserva de valor, que además se usa en la compraventa de inmuebles. El peso se usa en los gastos corrientes, en los pagos del Estado a los locales, y -si uno es gerente de finanzas de un grupo económico- en la especulación con los intereses (trabajo de riesgo; pregúntenle a Black Rock). El peso es una moneda de 2da., que se desvaloriza con el transcurrir del tiempo (como proponían algunos economistas en los ´30 del siglo pasado).

El hecho que a nadie se le puede ocurrir ahorrar en pesos se hizo tan evidente, que ya estudian en el gobierno ideas como el «bono Vaca Muerta». Un papel que se ajuste por el precio del petróleo. No me parece una buena idea.

Una contra es que el precio del petróleo es inestable. Seguro, seguirá como combustible al menos un par de décadas, y luego será una valiosa materia prima de la industria química. Pero su precio baja y sube, mucho, en meses. A veces, en semanas. Igual, lo que me parece el error principal de la propuesta es que es un bono.

Para lograr confianza en un bono, en cualquier papel, se necesitan décadas. Que toda la coalición gobernante, que toda la oposición (una fantasía) juren que lo van a respetar… no sirve de nada. La ventaja de emitir una nueva moneda «dura» (el peso Tigre del título -ajustable, se me ocurre, por una canasta de los precios de la soja, el trigo y el maíz) es que aunque no le tengas confianza (no se la vas a tener, ya sé) si te pagan con eso, lo agarrás.

¿A quiénes pagará el Estado con el peso Tigre, a quiénes con el viejo peso, a quién el país, si alguno, habrá que pagarle en divisas? ¿Qué impuestos y servicios servirá para pagar el peso Tigre? Bueno, esas preguntas son las que las sociedades pagan a sus gobiernos para que las respondan. No esperen que lo haga este bloguero, gratis.

¿Servirá de algo, además de concentrar la atención y las expectativas por un par de semanas? Creo que sí. Tal vez lo más importante: irá acostumbrando a la gente, y a las reparticiones del Estado, a manejarse con una moneda que mantiene su valor, conservando al mismo tiempo la capacidad de emitirla. Bah, a tener una moneda nacional como hoy tienen la mayoría de los países.


Las distintas expectativas sobre la apuesta Massa

agosto 7, 2022

Hace más de una semana que no siento el impulso de postear aquí. No es que no han pasado cosas; sin embargo, en el espacio local -que es donde vivo- no cambiaron el escenario que planteé entonces, en La Gran Apuesta.

Pero este otro posteo, de un hombre de las 40 manzanas del microcentro porteño, que publicamos hoy en AgendAR, me hizo pensar las distintas cosas que significan, para distintos sectores, «ganar» con la apuesta al desembarco de Sergio Massa en el gobierno.

Empresarios, inversores y especuladores (que no son lo mismo, pero hoy tienen en general la misma ideología) apuestan a que Massa reduzca el déficit fiscal, al que ven como la raíz de todo mal. Pero sin aumentar impuestos, porque sospechan que a lo peor tendrían que pagarlos ellos. El horror, el horror…

La dirigencia y gran parte de los militantes y simpatizantes asumidos (éstos en su mayoría kirchneristas) del Frente de Todos, hoy en el gobierno, apuestan -muchos de ellos mascullando maldiciones- a que la muñeca de Massa y sus vínculos en Washington, logren tranquilizar el precio(s) del dólar, barómetro de todas las tormentas argentinas en más de medio siglo. Pero sin hacer ajuste, porque eso es una cosa espantosa, de neoliberales, y sobre todo puede restarles votos a sus candidatos.

La gran mayoría de argentinas y argentinos de a pie… no apuestan, hasta dondo yo puedo percibir. Pero su deseo más generalizado y profundo es que baje la inflación, de sus actuales niveles obscenos, porque les come los ingresos y les desordena la vida.

Ahora, si Sergio quiere llegar a ser presidente, deberá tener claro dónde están los votos.


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