En el posteo anterior, en mi introducción al informe de Tonelli sobre la situación a la fecha del litigio de los fondos buitres contra Argentina, escribí que tenía pendiente una reflexión sobre la situación actual de nuestra economía, pero sentía que aún no tenía claras mis ideas.
Sigo sin creer que «tengo la precisa», como dirían en mi barrio, pero encuentro que en las próximas semanas voy a poder dedicar mucho menos tiempo al blog, y me siento obligado a darles mi opinión, por lo que valga. La opinión de alguien que no es economista, pero cuenta con experiencia en el Estado y en la política argentina. Y que vivió, y reflexionó sobre, nuestra historia económica reciente.
La resumo al principio: A la pregunta del título, mi respuesta es Sí. Considero que el ciclo que se inicia – o afirma – con el alejamiento de Lavagna en el 2005, en la cual los funcionarios de las más diversas áreas que tienen que ver con las políticas económicas en curso reciben sus instrucciones directamente de la conducción politica, está agotado.
Pero es importante que explique los motivos. Porque, como dije en ese posteo, el sentido tradicional que el cargo de Ministro de Economía tuvo en Argentina no nos remite justamente a una historia de éxitos. Ni sus roles en la Europa de hoy dan motivos para creer que la formación académica y el manejo de herramientas teóricas garantizan buenos resultados.
Y, si ahí hice mención al artículo que subió Pablo Lerner en Artepolítica, Por qué la brecha entre dólar oficial y blue debe preocuparnos, me parece necesario aclarar que no creo que esa brecha sea por sí el argumento decisivo para cambiar el sistema actual de manejo de la política económica.
Atención, estoy de acuerdo que no es un problema trivial, y que debe preocuparnos. Pero, como le decía a Pablo:
«Es una buena descripción de un problema real. Pero tengo mis dudas sobre las soluciones sugeridas. Porque las encuentro demasiado… teóricas.
Por ejemplo: “brindar incentivos que posicionen al peso como un activo confiable y que no dé pérdida a largo plazo”. Por supuesto que es una materia pendiente; hasta el gobierno nacional está, teóricamente, de acuerdo en eso. Sus funcionarios hablaron del tema. Yo lo pedí en mi blog, cuando empezaron, hace un año y medio las restricciones.
Pero… la confiabilidad se crea con el tiempo; no hay otra forma. Una caja de ahorro indexada, como en Brasil, u otro mecanismo similar, será aceptado por los argentinos comunes, después de diez años de funcionamiento sin sorpresas. Antes, no.
Entonces, para crear una alternativa voluntaria e inmediata al atesoramiento en dólares, habría que elevar las tasas en forma absurda. Absurda porque atrae especuladores, y – sobre todo – porque resulta demasiado costosa al provocar recesión«.
Mi punto es, entonces, que el más brillante ministro de Economía concebible, no va a venir con soluciones inmediatas para la brecha con el dólar que se vende en transacciones ilegales. Ni tampoco para la inflación. Ni los empresarios se precipitarán a invertir, al conjuro del nombre mágico del ministro que «despertaría confianza». Nuestra historia económica de las últimas décadas muestra que la confianza se expresa públicamente con mucha facilidad. Los capitales… es otra cosa.
Un nuevo ministro de Economía sólo podría manejar estos problemas con controles, incentivos, y la gestión cotidiana de las medidas que el Estado toma continuamente en todos los niveles. Es decir, tendrá que hacer una tarea de la misma naturaleza que la que se está haciendo ahora ¿Por qué pienso que un nuevo hombre/mujer, con la autonomía para elegir su propio equipo, podría hacerla mejor que ahora?
El motivo por el que yo lo creo no son las deficiencias de la gestión que se muestran ahora: Energía, Transportes,… Ciertamente, podemos pensar en políticas mejores que las aplicadas en esas áreas. En Argentina todos somos grandes DT, desde la tribuna. En la cancha… No hay razones objetivas para estar seguros que otros funcionarios manejarían mejor la situación, partiendo de la realidad actual.
El motivo por el que propongo empezar a pensar seriamente un cambio en el método de gestionar la política económica es que la persona a cargo – en principio – estaría libre de la historia de éxito. Porque es evidente – salvo para los cegados por el odio – que los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner pueden mostrar mejorar considerables, desde que comenzó su gestión en 2003, en la producción, el empleo, las políticas sociales… El bienestar general.
«Equipo que gana no se cambia», dicen en el fútbol. La experiencia personal, y las lecciones históricas, muestran que nada es más difícil para un gobernante que abandonar los métodos, las políticas que lo llevaron al triunfo. Hasta que la realidad, con sus métodos prepotentes, lo obliga. Esta necesidad está todavía lejos. Pero no tanto, me parece.
Para ser más preciso, tengo que señalar lo que considero el factor que contribuyó a los excelentes indicadores que mostró durante largos años la gestión K. Y que es tan obvio que por eso mismo resulta fácil pasarlo por alto.
No me refiero a la mejora en los precios de los productos que exporta Argentina, el famoso «viento de cola». Por supuesto que ese elemento existió y existe, que está detrás de la extraordinaria mejoría en la situación de, por ejemplo, todos los países de nuestra América del Sur en estos años. Pero ese factor tuvo menos peso en Argentina, que en Chile, o en Venezuela. El cobre y el petróleo aumentaron mucho más que la soja.
El hecho clave, y evidente, es que la experiencia kirchnerista parte de un pozo muy profundo en que había caído Argentina. La recesión, que comienza en 1997/98, llegó en 2002 a su punto límite. No quiero agrandar un posteo ya largo citando números de pobreza, desempleo, indigencia… Son muy fáciles de encontrar.
Irónicamente, es el mismo factor que permitió a Menem defender durante mucho tiempo su gestión. Le bastaba con mencionar el «incendio» de la última parte de la de Alfonsín, del que sus políticas habían rescatado a Argentina.
Creo que este es el momento para señalar que es injusto, y equivocado, asimilar las situaciones. La dirección política de las gestiones de Menem y de los Kirchner han sido explícitamente opuestas, en la realidad y en la ideología. La primera planteó que la apertura de la economía argentina al mercado internacional aseguraría el mayor bienestar de la población. Los Kirchner no compartieron ni comparten esa superstición. Vale la pena remarcar esto, también obvio, para no olvidar que, después de todo, la política económica está, y debe estar, subordinada a la política.
Pero ambas se mueven dentro de los marcos que fija la realidad, salvo, claro, en las asambleas estudiantiles y en las redes sociales. La realidad de los primeros años de Kirchner estuvo dominada por una gran capacidad ociosa en la industria, que permitía aumentar el empleo sin exigir grandes inversiones, y, sobre todo, un tipo de cambio extraordinariamente competitivo, resultado de la Gran Devaluación del 2002. Que fue «exitosa» – Lavagna dixit – por la Recesión previa, y el desempleo que impidieron que se trasladara a los precios. No aumentan, cuando nadie puede comprar.
Este tipo de cambio, el «dólar recontraalto», le dió un colchón extraordinario al gobierno, que fue disminuyendo lentamente hasta el 2006, 2007. No hay forma de volverlo a tener sin una gran recesión. Es un precio demasiado alto (Sin ella, la devaluación simplemente acelera la inflación. La historia económica argentina está llena de ejemplos).
¿Es necesario señalar que la historia económica no termina en 2007? Simplemente, ya no fue tan fácil. A los críticos que en el blog cuestionaban duramente la asignación de los grandes recursos de esos primeros años, yo les marcaba que tanto Néstor como Cristina llevaron adelante una administración, sino imaginativa, prudente. La abundancia de ingresos es casi tan peligrosa para las economías como su escasez, y el manejo cauteloso de sus finanzas evitó «chocar el barco».
El caso de Venezuela y sus devaluaciones recientes muestra que ni siquiera recursos petroleros entre los más grandes del mundo garantizan abundancia, si no se manejan con previsión.
Ahora ¿qué? La situación económica actual no es mala. Para los parámetros históricos argentinos, es buena, aunque la infraestructura se deteriora lentamente, al no haber suficiente inversión (la hay, pero en los nichos rentables. En infraestructura, sólo invierte el Estado. Y no cuenta con suficientes recursos). Y no aparecen los motores del crecimiento, salvo en los mercados externos de China y Brasil. Que ya no crecen como antes. La obra pública y el consumo no están impulsando la economía con suficiente dinamismo, aparentemente. Y la inflación desestimula inversiones y va creando malestar.
Estamos en una economía como la de los ´80, es decir, la economía normal argentina. No hay recetas generales. Requiere una gestión eficaz, imaginativa, y prudente. Se me ocurre que alguien que pueda discutir con la Presidente, en posesión de todos los datos económicos que puede reunir el Estado, sería un aporte valioso a los decisiones que ella tome. Tal vez lo encuentre un interlocutor fastidioso, pero habitualmente la Realidad es más irritante. Y mucho más terca.
Espero, decía superficialmente en ese comentario que inspiró este posteo, que, si se nombra a un ministro con autoridad, no sea a alguien que proponga una “devaluación competitiva”, ni tampoco el desdoblamiento del mercado cambiario. Esto último simplemente haría que el “blue” dejara de ser marginal, sin evitar ninguna de sus consecuencias negativas.