El regreso de los ejércitos

febrero 25, 2022

(Estoy volcando en el blog unas reflexiones casuales que tuiteé recién. Tal vez me estoy adaptando, también yo con demora, al tiempo del discurso de este siglo)

Pensé escribir sobre «el regreso de Rusia». Quizás lo haga, pero lo que necesitamos empezar a reflexionar los argentinos es sobre el regreso del poder militar como «ultima ratio» en la política internacional.

Atención: nunca dejó de serlo, pero a partir del derrumbe de la URSS, había un poder militar hegemónico: el de EE.UU. Y nuestros gobiernos, de Menem a Kirchner, se movieron, en formas diferentes, en ese marco global.

Ya Cristina, y luego Macri, se manejaron, de nuevo en formas muy distintas, en el marco del declive relativo de la «Pax Americana», con el fortalecimiento militar de China, y la Crisis financiera de 2008. Ahora, la ofensiva de Putin lo deja claro:

Un país que no tenga el poder militar suficiente para disuadir a potenciales enemigos o rivales, debe resignarse a ser satélite, o socio sin voto de una coalición poderosa.


Un peronista despide a otro: Pancho Gaitán le dice adiós a Roberto Digón

febrero 23, 2022

«Roberto Digón,

Se nos fue otro compañero y amigo.

Roberto había nacido el 27 de julio de 1935. Compartimos, por razones generacionales, similares etapas históricas. En 1955, ambos teníamos 20 años, nos incorporamos a la Resistencia Peronista. Él en su barrio de Caballito en la Ciudad de Buenos Aires y yo, en mi Ciudad de Córdoba.

No sabíamos en ese momento, la existencia el uno del otro. Pero fuimos parte de un fenómeno nacional. Una etapa similar en todo el país, donde la juventud trabajadora argentina de aquellos años, que habíamos sido parte de los “Únicos Privilegiados”, nos incorporamos a la militancia política ante el derrocamiento del gobierno más democrático que había vivido el país hasta ese momento, con la participación protagónica de la clase trabajadora.

Ambos coincidimos en comprender que la respuesta estaba, precisamente, en la clase trabajadora y ese fue el eje de nuestra militancia, asumiendo el Movimiento Obrero como fundamento del desafío de intentar reconstruir el poder popular, para lo que había que luchar por el “Retorno de Perón al país y al poder”, en la expectativa de retomar la senda de un proyecto nacional, popular y revolucionario que reinstalara a Argentina en el ejercicio de la soberanía nacional con justicia social.

La militancia en el Movimiento Obrero lo ubicó a Roberto como pieza clave junto a hombres que fueron vanguardia señera de la etapa: Sebastián Borro, Ricardo De Luca, Juan Eyeralde, Jorge Di Pascuale, Amado Olmos, Lorenzo Pepe, Benito Romano y tantos otros. En la “interna”, confrontábamos con compañeros a los que contradecíamos
categóricamente, aun reconociendo la calidad de su formación y compromiso, tales como Augusto Vandor, José Alonso, Juan José Taccone, o Paulino Niembro.

La sede del SUETRA, (Empleados del Tabaco) – en Bolivia 384 del barrio de Flores en la Capital Federal – se convirtió, bajo su conducción, en unos de los centros de discusión, de elaboración de ideas, de formación y difusión del movimiento sindical y político del Peronismo, en el que la mayoría del Movimiento Obrero y político ejercía su praxis.

Muchas ideas innovadoras, propuestas políticas y candidaturas se pergeñaron en esa sede y bajo su liderazgo. Desde ahí y de sindicatos como el del SUTERH (Encargados de Edificios), con la Comisión de los 25, conducida por Los Robertos (García, del Sindicato de Trabajadores del Taxi y Digón, de Empleados del Tabaco), se logró ser parte importante de la Conducción del PJ Metropolitano y contar con una bancada de Diputados Nacionales que se destacaron en el Congreso Nacional, como fueron los casos de Roberto García, Germán Abdala de ATE y el propio Digón, en la década de los ‘80 y ‘90 del siglo pasado.

Ya en la participación política de las “62” en las elecciones de 1973, la actividad política de Digón en los debates internos fue fundamental para lograr designar a Ricardo De Luca, de Obreros Navales, y a otros dirigentes, como Diputados Nacionales. El sindicalismo combativo siempre tuvo en Digón uno de sus arietes fundamentales.

Roberto tuvo la grandeza de reconocer, mas allá de opciones defendidas por cada cual, que lo fundamental para el éxito de los trabajadores era su unidad en la CGT, a la que representó como Secretario de Relaciones Internacionales en importantes eventos, en particular en la OIT – Organización Internacional del Trabajo – así como en su brazo político, las “62 Organizaciones”.

Practicó la solidaridad activa con militantes y dirigentes de distintas opciones internas, cuando estos tuvieron que enfrentar momentos difíciles producto de la confrontación social en las calles o en sus gremios y por ello pagaron con prisión o persecución que sufrieron la mayoría de los dirigentes en distintos momentos de la historia de lucha del Movimiento Nacional.

Tanto los CONINTES en la década de los ‘60; como los presos afiliados a los distintos gremios; como, finalmente, los miembros de la “Comisión Nacional de los 25”, fuente sustancial en la confrontación con la Dictadura Cívico Militar impuesta en nuestro país a partir del 24 de Marzo de 1976.-

Roberto Digón, en tu ausencia, seguirás siendo ejemplo y referencia de los nuevos militantes sindicales que irán asumiendo la posta de la defensa de los derechos de los trabajadores. Descansa en paz.-

San Javier, Córdoba. 10 de febrero del 2022.
Carlos ‘Pancho’ Gaitán
Militante Peronista del M.O.»

ooooo

Copio esto que Pancho me hizo llegar, sin pedirle permiso. Porque Digón, y también Pancho, son parte de la historia de uno. De un tiempo en que el peronismo era, sobre todo, la expresión política y social de los trabajadores. Ha cambiado, sí, porque el mundo, y el trabajo, han cambiado mucho. Pero la memoria sirve para tener identidad.


Geopolítica para salita de 5: el enfrentamiento en Ucrania

febrero 20, 2022

Mi motivación para ponerme a especular sobre una crisis que aún no terminó surge de mi fastidio con el entusiasmo local por embanderarse en enfrentamientos lejanos. Tal vez se deba a que Argentina no tiene una tradición de protagonismo en la política internacional. Pero la franja de nuestra sociedad que está politizada y además sigue estos temas, se comporta como las hinchadas de un deporte espectáculo. Eso sí, impulsada por nuestras propias internas. En ambos lados de la grieta.

Así, para nuestras hinchadas, un lado del enfrentamiento es autócrata / imperialista y Malo. Por lo tanto, el otro sería el Bueno (?). Aquí trataré de señalar algunos hechos, obvios, y ajustarme a ellos (Es cierto que autores modernos insisten en que no hay hechos, sólo construcciones. Parece que nunca estuvieron en choque de autos. O en una guerra).

El primero, evidente, tiene que ver con el título que elegí. Porque «geopolítica» se usa a menudo para escribir de temas de política internacional, a secas. En este caso, la geografía es un factor decisivo.

Mirando el mapa, queda claro que hoy sólo Rusia puede invadir Ucrania. Los países vecinos no están en condiciones de hacerlo, ni de amenazar a Rusia. Estados Unidos puede intervenir a través de una operación aeronaval gigantesca… si contase con la aprobación y participación de Turquía.

O en el marco de una guerra que involucre a la Europa Central y Oriental. Ninguna de las dos alternativas está hoy en el menú de opciones.

Sigamos con los otros hechos. Que no son muchos, por todo el humo que están distribuyendo desde hace semanas las 2 potencias y la potencia residual involucradas (EE.UU., Rusia y Gran Bretaña), repiten los medios internacionales y páginas de Internet, y consumen las hinchadas de uno y otro bando.

Hay disparos de artillería y atentados en las regiones autónomas del Este de Ucrania (que en algunos momentos del siglo XIX, y de estos años, fueron llamadas Novoróssiya).. Pero eso no es un hecho nuevo. Sus manifestaciones más recientes llevan más de ocho años. Y sus raíces son profundas.

Como recordó Putin en una conferencia de prensa reciente, la República (Socialista) Ucraniana la inventa Lenin poco después de la Revolución. Por mil años, rusos y ucranianos han sido el mismo pueblo, pero en los últimos 500 a menudo se dividieron por la obediencia o no al Zar o al Patriarcado de Moscú. Y los pueblos eslavos tienen la tradición de discutir con energía sus diferencias políticas o teológicas.

Como sea, la historia influye, pero no determina. No caigamos en el error de sobreestimar el peso de la historia, aunque se trate de hechos tan recientes y terribles como la colectivización forzosa de Stalin, que mató por hambre a centenares de miles de ucranianos, o la posterior colaboración de otros ucranianos con la ocupación nazi y sus masacres.

El hecho es que hasta 2013, las relaciones entre la Federación Rusa y Ucrania eran estrechas y cordiales. Un presidente abiertamente prorruso, Víktor Yanukóvich, había sido elegido en 2010. Pero… cometió el error de permitir que un tratado con la Unión Europea apareciera como una opción distinta de otro, que unía más a Ucrania con Rusia.

El «poder blando» de la UE, de su sociedad más abierta, y sobre todo de su nivel de vida, sirvió para unir a la oposición contra ese gobierno prorruso, y empezaron las manifestarciones, el Euromaidan.

Podemos entenderlos ¿cuántos de nuestros compatriotas tramitan la ciudadanía europea, aprovechando algún abuelo que vino de ahí?

Víctor Y. es destituido en 2014 y sube un proeuropeo. Putin, realista, no confía en el «poder blando» de Rusia y ocupa la península de Crimea, donde estaba su base naval más importante en el Mar Negro desde los tiempos del Zar. Península que siempre había sido rusa desde que dejó de ser otomana, dicho sea de paso, pero esa ocupación lo convirtió al conflicto -inevitable- en un enfrentamiento de nacionalismos.

Este conflicto se inserta en otro más amplio, entre Rusia y la OTAN, sobre el que escribí hace un mes, aquí. Dije entonces: «10 años después de la caída del muro de Berlín, 8 después de la unificación alemana y la desaparición de la URSS, (la expansión de la OTAN) fue espectacular. Prácticamente todos los países que formaban parte del bloque soviético se sumaron entre 1999 y 2004. No es de extrañar que a Putin, al nacionalismo ruso, se le despierte la paranoia cuando saben que Ucrania está interesada en ingresar».

Vamos a 2022. Lo único que sucedió de relevante hasta ahora es que Rusia dispuso unas gigantescas maniobras militares, con hospitales de campaña y todo, cerca de las fronteras orientales de Ucrania. Y los servicios de inteligencia estadounidenses -y algo más tarde los británicos- convencieron a sus jefes políticos -o fueron convencidos por éstos, eso siempre es difícil de saber- que eran los pasos iniciales de una invasión militar. La fecha anunciada se ha ido atrasando, pero el presidente Biden insiste que es inminente. También ha ha hecho saber a los ucranianos que cuentan con su solidaridad, pero que no esperen un solo soldado yanqui. Algunos que había, fueron retirados.

El presidente Putin -no un hombre confiado- participó de otras maniobras militares, estas con armas nucleares.

Hasta el momento de subir este posteo, esto es todo lo que se sabe con certeza. Me alcanza para concluir que ambos actores principales, Rusia y Estados Unidos, han conseguido ya los objetivos geopolíticos y de política internacional a los que podían aspirar.

Rusia ha mostrado, urbi et orbi, un dato obvio, pero opacado por el derrumbe de la URSS: que es la mayor potencia militar en el occidente de Eurasia. Se puede decir que ha recuperado la posición que tenía en 1812, después de la derrota de Napoleón (No la de 1945, después de la derrota de Hitler: Europa no está destruida). Y que la OTAN no está dispuesta a defender a Ucrania a costa de una guerra.

Y EE.UU. también ha recuperado una posición hegemónica. Ha quedado claro que la Unión Europea no tiene la voluntad de enfrentar a Rusia -aunque le fastidien mucho los cambios unilaterales de fronteras. Se puede hacer otra analogía histórica con la Europa postnapoleónica, para los que gustan de ellas: EE.UU. es la Gran Bretaña de ese tiempo. Europa es el escenario, pero la UE no es el protagonista.

No veo motivos para una guerra, entonces. Pero no estoy pronosticando nada, eh. La locura y la estupidez son hechos humanos, también.

Las conclusiones generales que me animo a ofrecer son bastante obvias. Que la economía es un factor fundamental en el largo plazo, pero en el corto, la geografía, y el poder militar son los que deciden.

Eso sí, creo que puedo agregar con seguridad una conclusión, esta para el mediano plazo: hay otro actor principal, que no ha aparecido en este guión, pero debe estar disfrutando mucho de la obra. Está en Beijing.


El poceado camino a 2023

febrero 13, 2022

A menudo agregamos comentarios editoriales a las notas en AgendAR. En mi caso, supongo que mi carrera criminal como bloguero me dejó la costumbre. El punto es que en un artículo reciente sobre la situación de la economía en Argentina, bastante positivo, con indicadores favorables, agregué una reflexión sobre el clima social. Negativa.

No lo subí a este blog, porque ya hay abundante «negativismo» entre los politizados. Demasiado, en realidad. Pero desde un sector del oficialismo, o ex oficialista, ya se lanzó en los medios “La derrota en el 2023 con este acuerdo con el FMI está con altísima probabilidad asegurada”. Y me decidí a comentarlo aquí.

Porque la mía es una mirada bastante distinta. Creo que ya dije aquí, y si no lo hago ahora, que el acuerdo con el FMI es un dato importante como indicador del posicionamiento de las distintas corrientes políticas dentro de las dos grandes coaliciones, pero no influirá mucho en el largo plazo en la economía de nuestro país («largo plazo» en Argentina = 2 años).

Porque desde 1956, cuando hicimos el primer acuerdo con el Fondo, nunca cumplimos ninguno. No sé porqué lo haríamos ahora.

Entonces, el problema es otro, según lo veo yo. Aquí está lo que veo, y escribí en AgendAR:

«No abundaremos sobre el extenso análisis económico de Tigani. Nuestra intención es apuntar a un factor que no debe tomarse solamente como un dato más de la economía. Por su efecto directo, y desproporcionado, en el humor social y también en la conducta de los agentes económicosla alta inflación.

Para los economistas del «mainstream», la corriente principal en los países desarrollados, la inflación es una patología, y los más superficiales entre ellos creen que puede y debe ser solucionada rápidamente. Con «metas de inflación» de los Bancos Centrales, por ejemplo. (Será interesante ver las medidas que toma la Reserva Federal frente al 7,5% anual en EE.UU., pero no tendrán relación con nuestro problema).

En cambio, los economistas que favorecen una distribución más equitativa de los ingresos, y también los que privilegian el desarrollo de las capacidades productivas -hace unas décadas se los llamaba «estructuralistas»- se encuentran incómodos encarando el problema. En todo caso, prefieren un enfoque «gradualista». Un gradualismo que no acaba de empezar.

Es un errorHoy en nuestro país no hay un factor más irritativo para todas las clases sociales -ni la pobreza, ni la corrupción. Ni que desestimule más la planificación a largo plazo (más allá de 3 meses).

No es un tema creado por los medios. La información se recibe todos los días en el supermercado, o al cargar combustible, o al reemplazar la mercadería. Para ponerlo en términos políticos, si la inflación no baja «no hay 2023». Mejor dicho, habrá un 2023 con malas noticias para el gobierno.»


Revisitando «China: ¿nuestra nueva Inglaterra?» 8 años después

febrero 6, 2022

Cristina Fernández y Xi Jinping

El 21 de julio de 2014, en ocasión de la visita del presidente Xi, publiqué dos posteos con este título (tenía más tiempo libre entonces). Después, volví a usar partes del texto en el blog y en AgendAR. Necesita ser actualizado, claro, y trataré de hacerlo.

Pero, modestamente, creo que vale la pena releerlo entero.

ooooo

Poner un signo de pregunta en el título suele ser una técnica tramposa en comunicación. A veces la uso (nadie dice que soy perfecto), pero en este caso refleja exactamente lo que creo es la realidad: las relaciones comerciales con la República Popular China han sido muy convenientes para nuestro país – también para ella, naturalmente; su profundización, que está en marcha, es probable que nos beneficie aún más: un mercado gigantesco, en crecimiento previsible, para nuestras exportaciones agropecuarias y mineras – que son las que nos dan recursos para políticas sociales y educativas -, una fuente alternativa de financiación, y de inversiones. En especial en transportes, una infraestructura vital para un país moderno, que Argentina necesita mejorar. Por supuesto, el futuro siempre es incierto, pero no existe fuera del continente suramericano otro vínculo estratégico que reúna ventajas actuales y potenciales como éste. Nuestro gobierno, y los empresarios – que hoy están de acuerdo en pocas otras cosas – coinciden en verlo así.

Para la otra parte, China, también hay una conveniencia estratégica: podemos ser – ya somos – un proveedor confiable, sólo comparable a Brasil. Los países africanos son inestables, sus técnicas agrarias y extractivas todavía son rudimentarias, y sujetas a turbulencias políticas; y  el otro gran productor de alimentos, EE.UU., … bueno, es concebible que en un futuro se presenten dificultades diplomáticas que pongan en riesgo el abastecimiento.

El punto es que algo parecido podría haberse dicho, sin variar una coma en relación a nosotros, sobre nuestras relaciones comerciales con Inglaterra hace 150 años, en 1864, por ejemplo. Y las halagüeñas promesas que se hicieron los gobernantes en ese tiempo resultaron reales. Los beneficios del comercio con el Reino Unido, además de beneficiar a una oligarquía riquísima, permitieron crear un Estado moderno, un ejército profesional, una escolarización primaria (la ley 1420) y una salud pública del Primer Mundo… de esa época. Al mismo tiempo, el consenso de muchos pensadores argentinos, al que adhiero, es que distorsionaron el desarrollo nacional, y crearon una red de intereses y una dependencia cultural en la mayor parte de nuestras clases dirigentes. Cuando el mundo cambió – y siempre cambia – Argentina encontró muy difícil elaborar un nuevo camino de desarrollo y, sobre todo, la cohesión nacional para emprenderlo con éxito. Si todavía hoy, la nostalgia de esa «Arabia Saudita de las vacas y el trigo» que fue la Argentina de 1910 – que nadie vivo hoy conoció – perdura en la imaginación de muchos argentinos y les impide apreciar con realismo las probabilidades y los riesgos del presente.

¿Puede volver a suceder? Creo que la pregunta es válida. Eso sí, para tener una chance de contestarla, hay que despejar dos mitos… ingenuos: 1) que la visita de estos días del Presidente Xi Jinping y los acuerdos firmados en esta oportunidad representan en alguna forma un punto de inflexión; y 2) que la decisión descansa, desde el lado argentino, principalmente en este gobierno que encabeza Cristina Fernández de Kirchner.

No es mi intención minimizar la importancia de esa visita (la versión de la agencia china Xinhua es la más cuidadosa; la recomiendo), y de la Asociación Estratégica Integral que se ha firmado. Son gestos, y en política y sobre todo en diplomacia los gestos tienen significado; este acuerdo, entre otras cosas, indica que China coloca su relación con Argentina en el mismo nivel que con Brasil. Los convenios económicos puntuales también son muy importantes. Pero nada de esto tendrá realización o consecuencias inmediatas. Y por inmediata me refiero a los próximos dos años. Los emprendimientos en que participa el Estado chino, en general, todos los emprendimientos de envergadura en el mundo moderno, se desarrollan en plazos más largos. Los que se preocupan – como corresponde – por las condiciones de los créditos, deberán tomar en cuenta que los compromisos serán muy paulatinos.

El hecho, obvio, en que quiero hacer hincapié es que en 2014 se cumplen diez años del establecimiento de la Asociación Estratégica entre China y Argentina. En ese marco, la República Popular ya es el segundo socio comercial de la Argentina (y el principal del primero nuestro, Brasil). Su presencia a través de empresas es cada vez más significativa. Están en casi todos los sectores claves: con Nidera y Noble en la exportación de granos, con PAE y Oxxy en el petróleo, en la explotación de hierro en Río Negro con Hipasam y en el sector financiero con los bancos ICBC y HSBC (sugiero leer este posteo, si no lo han hecho ya). En Argentina ya hay unas veinte empresas chinas (el embajador chino nos recomendaba hace poco que, para equilibrar la balanza, era necesario que nuestros empresarios sean más agresivos, como los suyos) y unos cien mil ciudadanos de ese país. El comercio bilateral ha crecido mucho y también cambiado de composición. Si antes se importaban productos de consumo, desde textiles a juguetes, hoy el grueso de lo que se trae son piezas para el armado de electrónicos, autos y motos, además de maquinaria.

En resumen, todo esto es parte de un proceso de décadas, en el que la Argentina está embarcada, así como la mayor parte de la América del Sur. ¿Cuál creen que es la motivación principal de la Alianza del Pacífico, sino el acceso al mercado chino, y del Este de Asia en general? Y esto dispone de ese segundo mito: que la responsabilidad para encauzar este proceso descansa exclusivamente en el gobierno actual.

Los medios oficialistas han dado la debida repercusión a esta visita y han aprovechado la oportunidad para informar sobre las relaciones con China, naturalmente. Y Luis Bruschtein las defiende, en el marco de la lucha contra los fondos buitres. Pero lo mismo han hecho los medios opositores. Clarín daba buenos consejos, debo decirlo, en China y Argentina: oportunidades y desafíos de una relación desigual, pero este sábado, en un suplemento especial con motivo de la presencia de Xi, Jorge Castro la embarraba «Sería conveniente iniciar de inmediato las negociaciones para un acuerdo de libre comercio entre China y el Mercosur«. Cruz diablo! diría un paisano; no le aconsejo visitar San Pablo con esa propuesta. Ni a la UIA.

En cuanto a La Nación, ha publicado notas tan sorprendentes – para muchos de sus lectores – como esta entrevista al Presidente de China, donde Xi se muestra entusiasta y hasta emotivo con la relación con nuestro país, o este otro del Director de la agencia Xinhua, Li Conjung, que le llamó la atención al colega bloguero Baleno por su lenguaje… militante, no el habitual en nuestros «diarios serios».

Pero, al contrario que a Baleno, esto no me sugiere que esos medios estén forzados a adaptarse a un nuevo mundo. Más simple, creo que, buenos indicadores de la actitud del empresariado argentino, y del internacional con intereses aquí, ven el desarrollo del intercambio y las relaciones con China como algo inevitable, y rico en oportunidades. Nuestros empresarios no serán, en general, tan entusiastas como don Franco Macri, o tan disciplinados como los chinos, pero no comen vidrio.

Hay algo aún más evidente: ninguna de las fuerzas políticas con posibilidades, aún pequeñas, de llegar al gobierno o influir en políticas estratégicas muestra la menor indicación que está dispuesta a modificar las realidades económicas que nos empujan en esta dirección. La cuestión vital para los argentinos, entonces, será determinar cuál es la que está en mejores condiciones de encauzar este proceso, y defender mejor nuestros intereses.

Pero primero debemos debatir, en forma realista, cuál es la forma de hacerlo. Quiero ofrecer algunas ideas, por lo que puedan valer. Pero se ha hecho muy tarde, y debo dormir. Se los sigo luego.

ooooo

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Por todo lo dicho en la  primera parte de este posteo – y por lo que vemos en nuestro país, en Brasil, Paraguay y Bolivia – parece evidente que es necesaria una estrategia consciente – asumida por la mayoría de la sociedad y de la clase política – para evitar que el intercambio comercial con China sea un obstáculo más para el desarrollo de una base industrial propia, competitiva y tecnológicamente avanzada. No porque ese comercio lo impida, por supuesto, sino porque brinda beneficios a los productores más fáciles e inmediatos, aunque menos valiosos en el largo plazo.

(Sí. Los que se arrullan con el nuevo discurso político de moda, pueden horrorizarse, nomás. Es un argumento a favor de las retenciones. Sólo agrego aquí – es otro tema, técnico y complejo — que las retenciones son un instrumento fiscal burdo, sólo justificable por su fácil cobro, si tomamos en cuenta la tradición evasora argenta. Hay mecanismos más eficaces estratégicamente para direccionar las inversiones, como los que se han usado en Japón y en el Este de Asia. Y en Alemania. La historia de los zaibatsu, los chaebol y los carteles en los años de Bismarck es instructiva, pero requieren un Estado más coherente que el que hoy tenemos).

De todos modos, el primer paso, creo, es vencer una tendencia casi inconsciente a pensar la relación con China – o con otras Grandes Potencias – en términos de posicionamiento y equilibrio en las relaciones internacionales. Aún un estudioso tan lúcido como J. G. Tokatlian, a quien cité muchas veces en el blog, hoy en La Nación, en El país, entre Occidente y Oriente comete lo que entiendo es un error.

Y muchos militantes nac&pop, llevados por su fervor antiimperialista, asumen que las relaciones con China son, de alguna forma, «diferentes» en su naturaleza que las que se entablan con otros países poderosos de «occidente». Don Franco Macri dice eso, justamente, pero en su caso es excusable: ahí está su negocio.

¿Es necesario recordar que China, que era nuestro principal cliente para el aceite de soja, que había permitido a Argentina construir el polo aceitero más importante del mundo (de «crushing»: aceite, harina y pellets) en abril de 2010 cerró las importaciones, y pasó a comprar sólo el poroto de soja? Afortunadamente, nuestro país encontró mercados alternativos en la India, Egipto e Irán. Pero a China le interesaba desarrollar, y estaba en condiciones para ello, su propia industria aceitera.

Tengamos presente que el trabajo del Sr. Xi es defender los intereses de China. Sus deseos de armonía universal quedan reservados para las plegarias familiares, si mantiene la costumbre.

El punto que me interesa hacer es que Argentina debe decidir qué estructura productiva resultará viable en el siglo competitivo y cruel en que vivimos, y cuáles son las estrategias adecuadas para alcanzarla. Y esa no puede ni debe ser una elaboración de tecnócratas. Será, en todo caso, el resultado del debate y de la puja de empresarios, sindicalistas y políticos. Ahí jugarán los conceptos de estudiosos veteranos, como la «densidad nacional» de la que habla Aldo Ferrer, e ideas originales de jóvenes, como la «insubordinación fundante» a la que convoca Marcelo Gullo. Pero cada uno de ellos deberá tratar de convencer a las mayorías usando las herramientas de la política. No hay otras.

Quiero agregar además que, dadas las relaciones de poder económico, hoy tan asimétricas entre China y Argentina, y las realidades geopolíticas, nos conviene forjar acuerdos en el continente suramericano para manejar este intercambio. En particular, con el socio del Mercosur que tiene un proyecto industrialista ambicioso y que ha mostrado interés en el pasado en hacerlos, Brasil. Después de todo, las diferencias de tamaño entre nuestras economías resultan insignificantes comparadas con las que existen con la de China. Y, conociendo a su clase dirigente, estoy seguro que no pesarán demasiado sus simpatías futboleras.


¿Se puede hacer un «Pacto de la Moncloa» DENTRO del peronismo?

febrero 3, 2022

Los «pactos de la Moncloa» (fueron 2) son una fantasía recurrente en la política argentina desde hace 40 años: un acuerdo entre todas las fuerzas políticas con votos y «territorio» para decidir una política económica coherente y reglas de juego en una democracia estable…

En mi opinión, esto no es posible entre nosotros, por razones históricas y estructurales. Falta un requisito clave: el ganador previo. El sector que ya haya construido una hegemonía estable (como la hubo en España por los 40 años anteriores) y que tenga la lucidez para apreciar que el mundo cambió y que debe «abrir el juego» y negociar. Aquí ni siquiera tenemos una motivación concreta: nadie nos va a invitar a entrar a la Unión Europea en el futuro previsible.

Pero esto es sólo mi opinión, y puedo estar equivocado. A menudo lo estoy. En lo inmediato, me parece que hay un dato ineludible: la coalición opositora tiene una razonable chance de ganar las elecciones presidenciales del año que viene, como ganó las legislativas el año pasado (si consigue no tropezar con sus propios pies, claro. Pero lo mismo puede decirse de la coalición oficialista).

Ambas coaliciones van a negociar, por supuesto. Lo hacen todos los días, a veces en público y mucho más en privado. Eso es la política. Pero hay un límite infranqueable que pone la realidad: si se diluyen, si dejan de ser lo opuesto al Otro, pierden la mayor parte de sus respectivos votantes, y la chance de llegar al gobierno. Puede ser que no tengan un plan detallado de qué van a hacer -hoy, ninguna de las dos lo tiene- pero los sectores que se expresan allí saben en qué dirección quieren avanzar.

Entonces, la pregunta que me parece corresponde es más práctica y más ajustada a nuestra realidad. Es la del título: ¿Se puede hacer un «Pacto de la Moncloa», un acuerdo estratégico, entre las fuerzas peronistas y filoperonistas con votos, «territorio» y/o poder social que forman la coalición oficialista?

(La misma pregunta se puede hacer sobre la coalición opositora, pero eso queda para otro posteo, si lo hago).

De entrada hay que señalar algo: ya fue hecho antes. El paso decisivo lo dio Cristina Kirchner el 18 de mayo de 2019, cuando propuso a Alberto Fernández como candidato a presidente y anunció que ella iría de vice.

En conversaciones privadas -no podía ser de otra forma, con la tradición argenta de intransigencia discursiva- el pacto de la Moncloa peruca se armó rápido. Quedaron afuera -inevitable- desilusionados y «viudos», pero todas las realidades con votos -hasta el «cordobesismo»- se sumaron y consiguieron un muy satisfactorio 48% de los votos cinco meses después.

Claro, eso es historia. Dos años de gobierno de la coalición que se armó, y ese acuerdo es uno «con Nínive y con Tiro» y otras ciudades arruinadas, diría el poeta de un viejo imperio.

Si estoy en lo cierto, la tarea de este año 2022 en el peronismo y afines será armar las condiciones de un nuevo acuerdo para las nada lejanas elecciones presidenciales. El marco electoral no será el mismo, por lejos: el factor principal en el triunfo de 2019 fue la gestión de Macri, y esa ya queda un poco lejos. Pero esto todos los dirigentes de algún peso lo saben.

Hay un factor, poco conversado, que juega a favor, por ahora: la estabilidad de cualquiera de las dos grandes coaliciones depende de que la otra no se parta. Si una de las dos se divide en serio, el escenario pasa a ser distinto e impredecible, como insinué en 2022, y el escenario que se puede caer.

Agregaré ahora algo más que ayer a la tarde largué en un tuit (sí, a veces me tiento): ´Detecto (en una forma muy imprecisa y no cuantitativa, ojo) una porción significativa del público que desarrolló rechazo por la épica de Este y el Otro Lado. ¿»La mayoría silenciosa» de Nixon? No. Ese era claramente conservador. Este sería «Pocas ilusiones. Cansado»´.

Sumar -para cualquiera de los dos lados- ese sector de votantes será el factor decisivo en las presidenciales. Pero esa es una tarea para el 2023. Hasta entonces, lo mejor para el oficialismo, será acordar entre los sectores que permanecen en el gobierno -que son todos- y gobernar.


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