El discurso de ayer 6 de mayo (no el 6 de abril como decía en la 1ra versión de este post; uno ya está perdido en el tiempo) de Cristina Kirchner en el Chaco fue uno de los hechos políticos con más repercusión de los últimos tiempos, lleno de definiciones, esperado con ansiedad por sus partidarios y con todavía más ansiedad por los que no son sus partidarios en la clase política.
Mañana domingo, como es tradicional, los opinadores orgánicos de Ambos Lados harán sus análisis, ordenados, agudos y previsibles. Por mi parte, aprovecho el sábado para marcar algunos puntos y repetir algunas generalidades.
Primero, aclaro que no tengo idea si CFK será candidata a presidenta el año que viene. Más, creo que ella tampoco lo sabe a esta altura. Ha mostrado ser una dirigente cautelosa, con una mirada atenta a las señales de la realidad (2015, 2019), más allá de si son favorables o no. No antes de marzo´´23, tal vez de junio, decidirá si tiene ganas de zambullirse y si ve bastante agua en esa pileta.
Pero no tengo dudas -no sería razonable tenerlas- que va a ser una de los muy pocos protagonistas inevitables en la campaña presidencial.
A partir de eso, estas son mis falibles opiniones sobre su posicionamiento, del que este discurso ha sido un dato y un símbolo. Creo, por ejemplo, que muestra que quiere mantener, y en mi convencídisima opinión mantiene, su liderazgo sobre los dos sectores políticos que la acompañan desde 2008: la izquierda peronista y el progresismo afín al peronismo.
Primeras generalidades: «izquierda peronista» es una denominación con poca claridad y mucha carga emocional por causa de equívocos, rencores y locuras de 40 años atrás. Para entender a qué me refiero, recomiendo leer los libros de alguien que nació hace hoy 103 años: «La Razón de mi Vida» y «Mi mensaje». Por supuesto que Evita no se pensaba como «de izquierda» sino como peronista, pero sus ideas y sus broncas eran y son el contenido de reivindicación de los de abajo, los excluidos, que lleva el peronismo desde su comienzo. Y la izquierda peronista, bien o mal, siempre trató de expresarlo.
Y el progresismo afín al peronismo es el sector que no tiene problemas con Evita, que puede hasta idolatrarla, pero le cuesta asumir a Perón. Son muchos, eh, y lo demostraron en elecciones, con el Partido Intransigente, con el Frepaso, el ARI de los comienzos… Están vinculadas, creo, su dificultad para asumir a Perón y la que tienen en construir estructuras perdurables que «como los ranchos, se construyen con paja, barro y un poco de bosta» (así era la frase, no?).
Al margen. El punto importante a tener en cuenta es que «sectores políticos» no es lo mismo que votantes. O que pueblo, como se decía antes. Los politizados somos, gracias a Dios, una minoría.
Cristina lo sabe bien -tiene una larga experiencia en política- y por eso, además de a los seguidores más o menos incondicionales- habla a las necesidades y esperanzas de quienes quiere y puede convocar: los de abajo, los excluidos, ese voto histórico del peronismo.
¿Lo conserva? Más importante ¿lo conservará en 2023? Es un voto pragmático, tiene que serlo, porque es su única herramienta, que pueden ejercer por sí mismos, sin depender de estructuras ni de aparatos. Mantendrán seguramente sus simpatías, sus identificaciones, pero si no tienen respuestas a sus necesidades concretas, buscarán quién se las puede dar. O «desensillarán hasta que aclare» (otra vieja frase).
Igual, ésta no es la dificultad principal para construir una opción con posibilidades de triunfar en 2023.
A los que trabajamos en comunicación, política y de la otra, no se nos cae de la boca la palabra «segmentación». Y sí, la sociedad moderna está muy segmentada. Pero hay un dato más básico y fundamental: los «pobres», ya NO son la mayoría de la sociedad. Aunque, sí, a la mayoría le cueste llegar a fin de mes.
Algo más preciso, para los sociólogos en la audiencia: la pirámide de ingresos siempre es más angosta arriba que en la base. Pero la gran mayoría de los que están en la «parte de abajo» de la pirámide –cualquiera que sea la línea divisoria que trazemos– no son, ni se sienten parte de un conjunto enfrentado con los que están arriba.
Cuando hay enfrentamiento en la sociedad -como ahora- las líneas divisorias más fuertes pueden ser muy otras: tradiciones políticas, culturales,…
Esta desvalorización de la lucha de clases tradicional, como se entendía en el pasado, como motor de los enfrentamientos en la sociedad, fue planteada hace más de 60 años, en un libro de John Kenneth Galbraith, de 1958. Se llama «The affluent society«, y fue editado en castellano, y muy leído en ese tiempo, con el título «La sociedad opulenta«. Una mala traducción. «Opulencia» se asocia con riqueza y lujo. La palabra en inglés se acerca más a la imagen de una sociedad donde un gran porcentaje de sus miembros tiene acceso a un consumo bastante más allá de la concepción marxista de la supervivencia del proletariado.
Productos que son nuevas necesidades y/o símbolos de status de una clase media aspiracional. En ese entonces, el auto, el televisor. Hoy serían el auto, el smartphone,…
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La tesis que desarrollaba ahí Galbraith (simplifico) era que el sector privado de la economía, próspero o no, miraba con avaricia y hostilidad al sector público (como se darán cuenta, J. K. G. veía con claridad lo que se venía). Ha quedado con fuerza en mi memoria, porque fue el primer libro que leí de un economista importante y entonces prestigioso que asumía un hecho obvio: en los países con una economía más o menos moderna, es decir, diversificada, los distintos sectores no perciben automáticamente intereses comunes.
Un ejemplo de estos días: referentes del sector peronista-kircherista-cristinista (en la cultura de la cancelación, uno tiene que usar estos nombres complicados para que nadie se ofenda) presentaron un proyecto de moratoria previsional, para permitir que se jubilen al llegar a la edad que corresponde a los que no tienen aportes registrados. Podrán pagar esos aportes en largas cuotas.
Una solución práctica y necesaria, salvo que se prefiera proponer eutanasia para los que llegan a los 65 años sin aportes. Pero cualquier monitoreo superficial de las reacciones encuentra un rechazo -no mayoritario pero importante- entre quienes están jubilados y dicen (sienten) que «ellos aportaron 40 años y van a dar su dinero, o emitir, para favorecer a quienes no aportaron!».
El dato es que prácticamente nadie «aportó». A muchos se les «retuvo» una parte de sus salarios nominales (el real es el de bolsillo). A muchos otros no se les retuvo, o no se depositaron esos aportes nominales. No es que cobraban más que los anteriores, por cierto.
No importa. La «realidad» de cada uno es lo que cree y siente. Es posible, pero muy difícil, cambiar esa conciencia. La gran mayoría de los políticos, seguramente casi todos los exitosos, tratan de sumarlos como son y sienten.
Me extendí tanto con esta generalidad, y con este ejemplo, para llegar a una conclusión práctica. Y obvia. Cristina Kirchner se dirige, y conduce, a los convencidos (y a una cuota de oportunistas, pero eso es así en todas las propuestas políticas).
Curiosamente, o no tanto, ese es el camino que transita otro dirigente que puede ser protagonista de la campaña presidencial: Javier Milei. Su mensaje es menos claro y algo delirante, pero también está dirigido a un sector, no social en este caso sino anímico: los que tienen bronca y decepción con la dirigencia política de todos los colores. Milei es un dirigente político, por supuesto, pero procura, y hasta ahora logra, que muchos lo perciban como distinto.
Un 3er protagonista que aparece casi inevitable, Rodríguez Larreta, es un ejemplo de una estrategia distinta, muy tradicional. Y la que habitualmente se aconseja en política: la de ocupar el centro. Apelar a los que están «cansados de las peleas». La profundidad de la «grieta» entre nosotros la muestra el hecho que se ha visto obligado a aparecer más enfrentado de lo que se recomienda, para no quedar aislado de su propio público, que hoy resuena con la bronca a la que apuesta un Milei.
Alberto Fernández será protagonista de la campaña, porque es el presidente actual. Pero en su caso no hay estrategia que valga: el espacio que tenga lo determinará su gestión. A fin de año, como mucho a marzo, ya estará el veredicto inapelable.
No tengo la intención de menospreciar el posible papel de algún radical, pero ya me extendí demasiado para un posteo superficial. Vuelvo entonces a Cristina, sin dudas el personaje más interesante.
Y lo que tengo que decir no tiene nada de original. A lo sumo, lo voy a ampliar un poco: En el año que viene -salvo un cisne negro del tamaño de un pterodáctilo- sin ella no se puede. Pero con ella, ni tampoco contra ella (la apuesta de Patricia Bullrich, por ejemplo), no alcanza. ¿Quiénes podrán expresar, sumar, a los -diversos- sectores que no depositan sus esperanzas ni sus broncas en Cristina Kirchner? Todavía no me animo a sugerir respuestas.