El discurso de CFK y la campaña para el 2023

mayo 7, 2022

El discurso de ayer 6 de mayo (no el 6 de abril como decía en la 1ra versión de este post; uno ya está perdido en el tiempo) de Cristina Kirchner en el Chaco fue uno de los hechos políticos con más repercusión de los últimos tiempos, lleno de definiciones, esperado con ansiedad por sus partidarios y con todavía más ansiedad por los que no son sus partidarios en la clase política.

Mañana domingo, como es tradicional, los opinadores orgánicos de Ambos Lados harán sus análisis, ordenados, agudos y previsibles. Por mi parte, aprovecho el sábado para marcar algunos puntos y repetir algunas generalidades.

Primero, aclaro que no tengo idea si CFK será candidata a presidenta el año que viene. Más, creo que ella tampoco lo sabe a esta altura. Ha mostrado ser una dirigente cautelosa, con una mirada atenta a las señales de la realidad (2015, 2019), más allá de si son favorables o no. No antes de marzo´´23, tal vez de junio, decidirá si tiene ganas de zambullirse y si ve bastante agua en esa pileta.

Pero no tengo dudas -no sería razonable tenerlas- que va a ser una de los muy pocos protagonistas inevitables en la campaña presidencial.

A partir de eso, estas son mis falibles opiniones sobre su posicionamiento, del que este discurso ha sido un dato y un símbolo. Creo, por ejemplo, que muestra que quiere mantener, y en mi convencídisima opinión mantiene, su liderazgo sobre los dos sectores políticos que la acompañan desde 2008: la izquierda peronista y el progresismo afín al peronismo.

Primeras generalidades: «izquierda peronista» es una denominación con poca claridad y mucha carga emocional por causa de equívocos, rencores y locuras de 40 años atrás. Para entender a qué me refiero, recomiendo leer los libros de alguien que nació hace hoy 103 años: «La Razón de mi Vida» y «Mi mensaje». Por supuesto que Evita no se pensaba como «de izquierda» sino como peronista, pero sus ideas y sus broncas eran y son el contenido de reivindicación de los de abajo, los excluidos, que lleva el peronismo desde su comienzo. Y la izquierda peronista, bien o mal, siempre trató de expresarlo.

Y el progresismo afín al peronismo es el sector que no tiene problemas con Evita, que puede hasta idolatrarla, pero le cuesta asumir a Perón. Son muchos, eh, y lo demostraron en elecciones, con el Partido Intransigente, con el Frepaso, el ARI de los comienzos… Están vinculadas, creo, su dificultad para asumir a Perón y la que tienen en construir estructuras perdurables que «como los ranchos, se construyen con paja, barro y un poco de bosta» (así era la frase, no?).

Al margen. El punto importante a tener en cuenta es que «sectores políticos» no es lo mismo que votantes. O que pueblo, como se decía antes. Los politizados somos, gracias a Dios, una minoría.

Cristina lo sabe bien -tiene una larga experiencia en política- y por eso, además de a los seguidores más o menos incondicionales- habla a las necesidades y esperanzas de quienes quiere y puede convocar: los de abajo, los excluidos, ese voto histórico del peronismo.

¿Lo conserva? Más importante ¿lo conservará en 2023? Es un voto pragmático, tiene que serlo, porque es su única herramienta, que pueden ejercer por sí mismos, sin depender de estructuras ni de aparatos. Mantendrán seguramente sus simpatías, sus identificaciones, pero si no tienen respuestas a sus necesidades concretas, buscarán quién se las puede dar. O «desensillarán hasta que aclare» (otra vieja frase).

Igual, ésta no es la dificultad principal para construir una opción con posibilidades de triunfar en 2023.

A los que trabajamos en comunicación, política y de la otra, no se nos cae de la boca la palabra «segmentación». Y sí, la sociedad moderna está muy segmentada. Pero hay un dato más básico y fundamental: los «pobres», ya NO son la mayoría de la sociedad. Aunque, sí, a la mayoría le cueste llegar a fin de mes.

Algo más preciso, para los sociólogos en la audiencia: la pirámide de ingresos siempre es más angosta arriba que en la base. Pero la gran mayoría de los que están en la «parte de abajo» de la pirámide –cualquiera que sea la línea divisoria que trazemos– no son, ni se sienten parte de un conjunto enfrentado con los que están arriba.

Cuando hay enfrentamiento en la sociedad -como ahora- las líneas divisorias más fuertes pueden ser muy otras: tradiciones políticas, culturales,…

Esta desvalorización de la lucha de clases tradicional, como se entendía en el pasado, como motor de los enfrentamientos en la sociedad, fue planteada hace más de 60 años, en un libro de John Kenneth Galbraith, de 1958. Se llama «The affluent society«, y fue editado en castellano, y muy leído en ese tiempo, con el título «La sociedad opulenta«. Una mala traducción. «Opulencia» se asocia con riqueza y lujo. La palabra en inglés se acerca más a la imagen de una sociedad donde un gran porcentaje de sus miembros tiene acceso a un consumo bastante más allá de la concepción marxista de la supervivencia del proletariado.

Productos que son nuevas necesidades y/o símbolos de status de una clase media aspiracional. En ese entonces, el auto, el televisor. Hoy serían el auto, el smartphone,…
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La tesis que desarrollaba ahí Galbraith (simplifico) era que el sector privado de la economía, próspero o no, miraba con avaricia y hostilidad al sector público (como se darán cuenta, J. K. G. veía con claridad lo que se venía). Ha quedado con fuerza en mi memoria, porque fue el primer libro que leí de un economista importante y entonces prestigioso que asumía un hecho obvio: en los países con una economía más o menos moderna, es decir, diversificada, los distintos sectores no perciben automáticamente intereses comunes.

Un ejemplo de estos días: referentes del sector peronista-kircherista-cristinista (en la cultura de la cancelación, uno tiene que usar estos nombres complicados para que nadie se ofenda) presentaron un proyecto de moratoria previsional, para permitir que se jubilen al llegar a la edad que corresponde a los que no tienen aportes registrados. Podrán pagar esos aportes en largas cuotas.

Una solución práctica y necesaria, salvo que se prefiera proponer eutanasia para los que llegan a los 65 años sin aportes. Pero cualquier monitoreo superficial de las reacciones encuentra un rechazo -no mayoritario pero importante- entre quienes están jubilados y dicen (sienten) que «ellos aportaron 40 años y van a dar su dinero, o emitir, para favorecer a quienes no aportaron!».

El dato es que prácticamente nadie «aportó». A muchos se les «retuvo» una parte de sus salarios nominales (el real es el de bolsillo). A muchos otros no se les retuvo, o no se depositaron esos aportes nominales. No es que cobraban más que los anteriores, por cierto.

No importa. La «realidad» de cada uno es lo que cree y siente. Es posible, pero muy difícil, cambiar esa conciencia. La gran mayoría de los políticos, seguramente casi todos los exitosos, tratan de sumarlos como son y sienten.

Me extendí tanto con esta generalidad, y con este ejemplo, para llegar a una conclusión práctica. Y obvia. Cristina Kirchner se dirige, y conduce, a los convencidos (y a una cuota de oportunistas, pero eso es así en todas las propuestas políticas).

Curiosamente, o no tanto, ese es el camino que transita otro dirigente que puede ser protagonista de la campaña presidencial: Javier Milei. Su mensaje es menos claro y algo delirante, pero también está dirigido a un sector, no social en este caso sino anímico: los que tienen bronca y decepción con la dirigencia política de todos los colores. Milei es un dirigente político, por supuesto, pero procura, y hasta ahora logra, que muchos lo perciban como distinto.

Un 3er protagonista que aparece casi inevitable, Rodríguez Larreta, es un ejemplo de una estrategia distinta, muy tradicional. Y la que habitualmente se aconseja en política: la de ocupar el centro. Apelar a los que están «cansados de las peleas». La profundidad de la «grieta» entre nosotros la muestra el hecho que se ha visto obligado a aparecer más enfrentado de lo que se recomienda, para no quedar aislado de su propio público, que hoy resuena con la bronca a la que apuesta un Milei.

Alberto Fernández será protagonista de la campaña, porque es el presidente actual. Pero en su caso no hay estrategia que valga: el espacio que tenga lo determinará su gestión. A fin de año, como mucho a marzo, ya estará el veredicto inapelable.

No tengo la intención de menospreciar el posible papel de algún radical, pero ya me extendí demasiado para un posteo superficial. Vuelvo entonces a Cristina, sin dudas el personaje más interesante.

Y lo que tengo que decir no tiene nada de original. A lo sumo, lo voy a ampliar un poco: En el año que viene -salvo un cisne negro del tamaño de un pterodáctilo- sin ella no se puede. Pero con ella, ni tampoco contra ella (la apuesta de Patricia Bullrich, por ejemplo), no alcanza. ¿Quiénes podrán expresar, sumar, a los -diversos- sectores que no depositan sus esperanzas ni sus broncas en Cristina Kirchner? Todavía no me animo a sugerir respuestas.


Preguntas, e intentos de respuesta sobre la «interna» de Alberto y Cristina

mayo 3, 2022

«Comandante Cansado» es el nic de alguien que en la época de oro de los blogs ofrecía análisis inteligentes y comentarios sarcásticos sobre nuestra realidad. Pero hace años que trabaja en Bruselas, y le resulta difícil entenderla (Europa tiene sus propias locuras).

Una prueba de su despiste es que me pidió que le ayudara a comprender lo que está pasando. Va su mail, y lo que le contesté (con unas pocas frases más que se me ocurrieron después):

«Hola, estimado. Hay algo que no logro entender con respecto a la interna FdT, a ver si me puede ayudar…

Kirchneristas y albertistas están abocados codo con codo con una energía envidiable a la algo polémica actividad de echar leña al fuego de la interna. Los primeros tiran con todo lo que tienen y los segundos se tapan las orejas y dicen «no escucho, no escucho, la manija la tengo yo, lero, lero». Ambas actitudes me parecen perniciosas, pero no igual de (in)entendibles.

La actitud K es autovalidante y alimenta una profecía autocumplida («ya perdimos»). En ese sentido es impermeable a la realidad, y por eso es entendible (quienes la sostienen podrán seguir haciéndolo ad eternum).

La segunda, en cambio, tarde o temprano se chocará con la realidad: en unas PASO Alberto no puede creer que tiene chances frente a Cristina, ¿por qué Alberto persiste (o deja que persistan por él) en una situación que lo llevará a chocarse con una pared? ¿Qué espera conseguir? ¿Piensa realmente que puede ganar o no cree que se llegue a las PASO, pese a decir que sí todo el tempo?

A mí me cuesta optar por una u otra posibilidad, porque pienso bien de Alberto en términos de honestidad intelectual y capacidad intelectual. ¿Entonces? ¿Qué se me escapa?

A ver si me puede iluminar…»

Estimado, no creo que pueda darle una respuesta satisfactoria. Porque su pregunta no es precisa. Quiere saber las motivaciones de Cristina, de los cristinistas, de Alberto y de los «albertistas». Son 4 protagonistas de este drama, MUY distintos entre sí.

Cristina y Alberto son personas reales. Con ninguna de las dos tengo el trato frecuente e íntimo que necesitaría para opinar con seriedad. Bah, no tengo trato. Cristinismo y albertismo son colectivos, y todo colectivo es una construcción.

(Y siento necesario apuntar que los protagonistas de esta interna son colectivos de funcionarios albertistas y cristinistas. Los votantes de Cristina, los potenciales votantes de Alberto… están en otra, por ahora).

Planteadas estas reservas, me zambullo, y contesto desde la dinámica política: están enfrentados en la interna porque no tienen otra opción mejor.

CFK, con una mirada lúcida sobre el escenario político-social, sus seguidores y votantes, y sus objetivos posibles, quiere preservar una identidad política -la que se formó en los 12 años y medio de gestión K- y los votantes que convoca desde ese lugar. Para ello necesita diferenciarse de la realidad actual. Hay una actitud muy vieja en el peronismo, repetir «´Eso´ no es peronismo!» Cualquier veterano la escuchó centenares de veces, en momentos históricos muy distintos. CFK está diciendo «´Esto´ no es lo q hicimos Néstor y yo!«.

No creo que se plantee como posible modificar profundamente la gestión del gobierno, a esta altura. Pero puedo estar equivocado, porque yo no lo creo posible. Quizás Cristina piensa que un nuevo gabinete, un nuevo ministro de economía con poder, renovaría expectativas. Y Alberto puede pensar que sucedería lo mismo que cuando Alfonsín reemplazó al competente, debilitado Sourrouille por Pugliese y luego por Rodríguez: una pendiente al abismo.

(Esa sería la explicación «técnica» de esta interna. El guion de «Rescatando o reemplazando al soldado Guzmán»).

Creo que CFK es una política con mucho sentido de las posibilidades realistas. Las señales que envía en una determinada dirección: reunirse con referentes del gobierno de EEUU, conversaciones con Redrado, recomendar el libro de J C Torre sobre el derrumbe del gobierno de Alfonsín,… estimo que tienen más el sentido de sacarla del lugar de una Rosa Luxemburgo del Calafate, donde quieren encasillarla sus enemigos políticos.

Y no creo que Alberto tenga otras opciones, a esta altura. En mi opinión -seguramente equivocada, diría el Turco Asís- su error fundamental fue no aceptar la gravedad del problema estructural de la economía argentina -que viene de décadas, y que la gestión de Macri empeoró e hizo crítico- y no encaró una política antiinflacionaria dura, como sugería Álvarez Agis, y la dificilísima tarea de empezar a desmontar el capitalismo concesionario que heredamos de Menem…

Por supuesto, todo esto era políticamente muy difícil, casi imposible. Todos -todos los que hablaban en público en ese momento inicial- decían que había que «poner dinero en el bolsillo de la gente«. Era difícil aceptar que ese dinero se iba a ir como agua de los bolsillos.

Se sigue yendo, pero ya el gobierno de Alberto no tiene la posibilidad, creo, de aplicar otra política que el gradualismo de Guzmán. Que ha servido para recuperar la actividad, pero no para moderar una inflación patológica, que carcome los ingresos de todos los que cobran en pesos. Ni para moderar una brecha cambiaria también patológica.

En cuanto a las eventuales PASO: la apuesta racional de Alberto sería que Cristina no las acepte. Como decidió no ir en 2017 a unas PASO con Randazzo, que seguramente habría ganado. (Alberto era el jefe de campaña de Florencio en ese momento…).

Cristinistas y albertistas… Los primeros tienen una identificación emocional fuerte con CFK. Los albertistas (potenciales), serían los peronistas que no tienen una identificación emocional fuerte con CFK. Este «empate hegemónico» (esta frase me suena…) ha creado un estado de ánimo pesimista, en bastantes, derrotista. Y, más grave, lo que Ud. detecta: una cierta esterilidad de ideas.

Mi opinión personal: me considero realista, y por eso admito una posibilidad fuerte de una derrota del oficialismo en 2023. Pero no la doy por segura ni mucho menos. La dinámica de la política argentina es… muy dinámica. Y la del peronismo, no le digo nada.

Cristina es, repito, una política realista. E imaginativa. El «gambito vicepresidencial» lo muestra, más allá de su resultado en el largo plazo. Y, como he insistido en el blog muchas veces en 14 años, puede llegar a centímetros de la pared, pero no la choca.

Y, por supuesto, el peronismo ha mostrado a lo largo de 77 años realismo e imaginación para tirar al techo. También más allá de los resultados, buenos y malos, en el largo plazo.

Abrazo»


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