En el aeropuerto de Compostela, yendo para Barcelona, luego de algunos días en el Lugo profundo, entré un rato en mi blog y encuentro esto de Gonzalo. Que me llevó a esto y esto de Manolo. Evidentemente, mientras uno viaja, en la blogosfera se sigue analizando al peronismo.
Y no solo en los blogs. Porque lo de Manolo sale de unas declaraciones de Rajoy: «Jugar a ser Chávez o al peronismo es algo que no le conviene a España»
Ahora, todos sabemos que Manolo es uno de los sabios de la tribu, y no nos sorprende que, a partir de las declaraciones del presidente del PP español – que yo también leí en Madrid y no les di demasiada bolilla – pueda elaborar dos posts muy ricos “para el pensamiento europeo, el peronismo siempre fue un fenómeno marginal, una singularidad histórica. Rajoy, como máximo pope de la derecha española advierte al Gobierno de no jugar a ser “el peronismo”. Y el peronismo no era “de izquierdas”. Supuestamente era un fascismo. ¿Rajoy podría estar dándole la razón a Jauretche, quien decia que “lo nacional es lo universal visto por nosotros?”
Pero La fiesta de Bismarck no era uno de los blogs referenciales. Debería empezar a serlo. Ahí leemos:
“Zizek dijo que un universal no es aquello que uno tiene de forma “pura” e incontaminada en contraste con las diferentes manifestaciones que empíricamente van sucediéndose (y que permiten establecer paralelos de lejanía o cercanía con aquel modelo original); sino precisamente, un particular que tiene la capacidad de reinventarse en cada situación o momento histórico determinado. En este sentido, podríamos suponer sin temor a equivocarnos, que el peronismo constituye un universal… Es universal porque es la mediación de la sociedad con su Cosa inaceptable. Con su propia “monstruosidad”.
… Fundacionalmente, el peronismo representó un triunfo de esa Argentina subterránea, expresada en su momento por la clase obrera nacional. Es por eso que se instaló como acontecimiento. Si no hubiera llevado la sociedad argentina a su forma más igualitaria de toda la historia, nunca podría haberse convertido en lo que se convirtió. Es de ahí desde donde surge su carácter “acontecimiental”. El hecho de que la sociedad capitalista esté fracturada ha sido teorizado por muchos, desde Saint Just hasta Laclau, pasando por los mil y un marxismos. Por eso igualdad quiere decir terror, mal que les pese a muchos. El peronismo, con sus “Evita me ama” escolares, y su accionar aparatístico-gubernamental, constituyó una expresión criolla del Terreur. Y eso también explica/hace a lo acontecimiental.
Existen muchas formas de crear una mediación con el proletariado. El asunto es que exista. Si no existe, es cuestión de tiempo para que aparezca en escena lo Negado y horrorice a la sociedad misma, mostrándole su rostro. Entonces, uno ve la “necesidad” de una mediación. Si tal mediación es “conservadora”, “revolucionaria”, “reformista”, “clientelar”, importa sólo en un sentido formal… Que la forma particular sea “duhaldista” (o “populístico conservadora”, o de relativa contención social “por arriba”) implica que a la larga el ciclo de penuria social se prolongue, pero que no estalle. Que la forma particular en que la mediación aparece sea “revolucionaria” implica quizás que se reviertan tales penurias, pero que no se pretenda hacer desaparecer a lo que es real mismo. Jacobinos, bolcheviques y punteros justicialistas comparten un punto esencial: jamás supondrían que la negrada simplemente “puede desaparecer”.
Volviendo al inicio, esta constante reinvención de la mediación hace al peronismo un universal. Y como tal, el verdadero garante del Estado y del orden político, al menos hasta el día de hoy, mas de 60 años después de su aparición”
Ahora, yo aprecio la originalidad y la riqueza de los análisis de ambos blogueros, y recomiendo la lectura de los tres posts completos. Pero quiero señalar que el punto de partida es lo menos sólido del desarrollo que hacen. En mi opinión, Rajoy no aporta nada para comprender al peronismo. Su comentario no es más profundo que el que podríamos encontrar en un discurso de Mauricio Macri.
Lo lamento, compatriotas. Pero creo que es realista asumir que el peronismo que hoy existe y actúa, no es considerado un enemigo importante para los sectores de poder internacional. Como tampoco lo es Chávez. El Hugo es el «malo», como lo fue Perón, de un “relato” muy superficial y liviano.
Por supuesto, podemos afirmar que el peronismo, como una de las manifestaciones del pueblo argentino, todavía incorpora un pensamiento y unos valores profundamente antagónicos con el credo “neoliberal” a lo Ayn Rand, o con la alianza de las altas finanzas y los aparatos políticos del mundo desarrollado que administra el mundo de hoy. Pero también se podría decir lo mismo del catolicismo. Y no me parece que el Partido Republicano yanqui, los Cristianos Demócratas alemanes, o la gran banca europea – para mencionar tres actores importantes del sistema de poder – consideren a la Iglesia Católica como un enemigo.
La paradoja es que para creer en el poder de las ideas hay que tener fe en ellas. Los hombres prácticos que gobiernan el mundo creen en los hechos (Quizá, como el mariscal prusiano de un cuento de Chesterton, creen en la muerte, que es el hecho de los hechos).
Tal vez la comparación con Chávez ayude a aclarar de qué se habla. El venezolano – en quien cualquier peronista, excepto los cegados por broncas locales, puede reconocer muchos rasgos comunes con Perón – ciertamente no es un peón insignificante del sistema global. Nadie que tenga sus reservas de petróleo lo es. Pero su llamado – por ejemplo – a crear una NATO del Sur entre los países del ALBA y el libio Khadaffy sirve para ocupar unos minutos en los noticiosos de todo el mundo. Pero no es tomado en serio. Ni debería serlo. El objetivo del Hugo es suceder a Castro como un referente de todos los que aborrecen el sistema, desde Chomsky a los jóvenes globalifóbicos. No es el de desafiar militarmente a USA. Chávez es un militar profesional y sabe de qué se trata.
Perón – que también era un militar profesional – se cuidó, al contrario de su admirador venezolano, de fabricar enfrentamientos en los medios internacionales. El gobierno que él influía firmó las Actas de Chapultepec, para la ira de los nacionalistas de ese entonces; fue de los primeros en reconocer a Israel; evaluó la posibilidad de enviar tropas a Corea; recibió afectuosamente a Milton Eisenhower; y, en general, procuró mantener buenas relaciones con USA. Por supuesto, nunca se le ocurrió la idiotez estratégica de invadir las Malvinas enfrentando a la NATO. A pesar de eso – como lo revelan los mismos documentos desclasificados por el Departamento de Estado yanqui – fue bloqueado y saboteado por los Estados Unidos en sus proyectos industriales y militares.
La razón es muy concreta: Argentina – quizás con un exceso de prevención – era percibida desde principios del siglo pasado por el gobierno yanqui como un obstáculo al dominio de lo que entendían su esfera natural de influencia: el Hemisferio Occidental. Un gobierno decididamente industrialista, con fábricas militares importantes, que alentaba un desarrollo nuclear propio, que procuraba una alianza con el Brasil de Vargas y el Chile de Ibáñez, y que – detalle final – competía en atraer científicos y técnicos alemanes con USA y la URSS, no era tolerable. Su ideología podía ser justicialista o budista: ese no era el factor que contaba.
Todo eso es historia. Hoy Argentina no es vista como una amenaza por nadie (salvo, con un poco de justicia, por algunos uruguayos). Es irónico que el último peligro significativo al equilibrio mundial surgió de la deuda que contraímos en los tiempos menemistas, que llegó a ser de un 25 % del endeudamiento global. Pero ese peligro fue conjurado exitosamente por el sistema financiero en el 2001; esto es, los únicos que pagamos las consecuencias fuimos nosotros (y algunos jubilados italianos, alemanes y japoneses, pero nadie se preocupó demasiado tampoco por ellos). La Crisis que se desató el año pasado no fue culpa nuestra.
Nuestro país mantiene una estabilidad social y política significativa, comparada no con un ideal abstracto sino con lo que pasa en el resto del mundo. Pero su economía es vista como un fracaso por norteamericanos y europeos. Y – si lo evaluamos en un período de 50 años – no cabe duda que tienen razón.
La conclusión que me interesa destacar, amigos, es que la evaluación final que el mundo y la Historia hagan del peronismo en particular, como de los argentinos en general, depende de lo que logremos construir en adelante Si conseguimos ser una nación justa y libre, si armamos una unión de naciones en nuestro lugar en el mundo que pueda ser a la vez fuerte y respetuosa de las identidades particulares,… bueno, enfrentaremos nuevos desafíos. Si no lo logramos, habremos producido páginas menores, algunas hermosas y otras lamentables de la Historia humana.