
En estos días se desarrolló en las columnas de comentarios del blog una discusión sobre empresarios, márgenes de ganancia y regulaciones estatales. Otra vez. Por un lado la hinchada K y por el otro algún liberal económico – todavía quedan – más la hinchada cualunquista, que enarbola la efigie de José Pyme, empresario y mártir. Consideren este posteo un aporte a esa discusión.
El disparador fue una noticia en La Nación, sobre Martin Shkreli, director ejecutivo de la farmacéutica Turing, que podría ser el hombre más odiado en estos momentos en Estados Unidos.
Todo empezó cuando Turing Pharmaceuticals adquirió los derechos de Daraprim. Ese fármaco, desarrollado en los años 50, es el mejor tratamiento para una infección parasítica relativamente rara conocida como toxoplasmosis.
Personas con sistemas inmunes debilitados, como los pacientes con sida, dependen del medicamento que, hasta hace poco costaba alrededor de $ 13.50 la dosis. Pero Shkreli, el joven director ejecutivo de 32 años, anunció que iba a cobrar US$ 750 por pastilla. 5.000 % de aumento es como mucho, aún para la cultura pro empresaria yanqui, y se ha ganado el odio en las redes sociales. Es el hijito de puta del mes.
Ahora, no conviene hacer juicios generales basándose en casos extremos. Por eso busqué un informe más o menos reciente – de fines del año pasado – sobre la industria farmacéutica, preparado por la muy británica y nada zurda BBC. Lo comparto con ustedes y después acerco una noticia y alguna reflexión.
«Imagine una industria que genera el margen de utilidad más alto y a la que no es extraño que multen por malas prácticas. Agregue acusaciones de colusión y sobreprecios e inevitablemente pensará en la industria bancaria.
Pero la industria en cuestión es responsable del desarrollo de medicinas que salvan vidas y alivian el sufrimiento.
Las compañías farmacéuticas han desarrollado una amplia gama de medicinas conocidas por toda la humanidad, pero han lucrado enormemente al hacerlo y no siempre bajo parámetros legítimos.
El año pasado, el gigante estadounidense Pfizer, la compañía de drogas farmacéuticas más grande del mundo por sus ingresos, alcanzó un 42% de ganancias.
En Gran Bretaña, por ejemplo, hubo un escándalo cuando el regulador de la industria predijo un aumento del margen de beneficio de las compañías de energía de 4% a 8% este año.
El año pasado, cinco farmacéuticas obtuvieron una ganancia de 20% o más: Pfizer, Hoffmann-La Roche, AbbVie, GlaxoSmithKline (GSK) y Eli Lilly.
Con algunos remedios a más de US$ 100.000 por tratamiento completo, y cuyo costo apenas alcanza una mínima fracción de ésto, no es difícil darse cuenta del porqué.
El año pasado, cien destacados oncólogos de todo el mundo escribieron una carta abierta para disminuir el precio de los medicamentos contra el cáncer.
Brian Druker, director del Instituto Knight y uno de los firmantes, pregunta: «Si ganas US$ 3.000 millones al año con (la droga para el cáncer) Gleevec, ¿no podrías ganar US$ 2.000 millones? ¿Cuándo se cruza la línea de ganancias excesivas?»
Y no pasa sólo con estas drogas. Entre abril y junio pasado, la firma Gilead vendió US$ 3.500 millones por Sovaldi, una nueva medicina contra la hepatitis C.
Las farmacéuticas justifican sus altos precios argumentando que sus costos en investigación y desarrollo (I&D) son altísimos. En promedio, sólo tres de diez drogas lanzadas al mercado son rentables, y una de ellas se convierte en éxito de ventas. Muchas otras ni siquiera salen al mercado.
Pero las farmacéuticas gastan mucho más en el mercadeo de sus remedios -en algunos casos, incluso el doble- que en desarrollarlos. Además, el margen de utilidad ya toma en cuenta los costos de I&D.
La industria argumenta que el valor de las medicinas también debe ser considerado. «Las drogas ahorran dinero a largo plazo», dice Stephen Whitehead, director ejecutivo de la Asociación de Industrias Farmacéuticas Británicas.
«Ejemplo: la hepatitis C, un virus que requiere trasplante de hígado», explica. «Con un tratamiento a unos US$ 55.500 por 12 semanas, 90% de los pacientes están curados, nunca necesitaron cirugía y pueden seguir sosteniendo a sus familias. Es un ahorro gigantesco».
Poder cobrar un precio alto no necesariamente significa deber hacerlo, especialmente cuando tiene que ver con la salud, dicen los críticos. A los accionistas de las grandes farmacéuticas no les preocupa demasiado ese argumento.
Las grandes farmacéuticas también dicen que cuentan con tiempo limitado para generar utilidades. Las patentes generalmente son otorgadas por 20 años, pero entre 10 y 12 de ellos se gastan en desarrollar la droga a costos de entre US$ 1.500 millones y US$ 2.500 millones.
Esto deja entre ocho y diez años para hacer dinero antes de que la fórmula pueda ser utilizada por compañías de medicinas genéricas, que las venden por una fracción del precio.
Un éxito de ventas puede recuperar en unos meses los costos de desarrollo.
Cuando se termina la exclusividad, las ventas caen un 90%. «A diferencia de otros sectores, la lealtad a una marca se esfuma cuando la patente expira», explica Joshya Owide, director del área de salud de GlobalData.
El gobierno británico podría ahorrar más de US$ 1.500 millones anuales si sus doctores recetaran genéricos, según un estudio.
Por eso las firmas farmacéuticas hacen esfuerzos extraordinarios para extender la duración de sus patentes, con «pisos completos de abogados» dedicados a este propósito, cuenta un ejecutivo de la industria. Para una medicina que provee US$ 3.000 millones trimestrales, incluso un mes extra vale la inversión.
Algunas compañías, incluida la británica GSK, han sido acusadas de tácticas menos honestas, como pagar a los genéricos para que atrasen sus lanzamientos. Como la pérdida en ventas de una farmacéutica es mucho mayor a las ganancias de los genéricos, puede ser un buen arreglo para ambas partes.
Pero las farmacéuticas han sido acusadas de cosas mucho peores… y lo han admitido. Hasta hace poco, pagar comisiones a los doctores por prescribir sus remedios era algo aceptado y común para las grandes farmacéuticas, pese a que la práctica no es bien vista e incluso es ilegal en muchos lugares.
GSK fue multada por soborno en US$ 490 millones en China en septiembre y ha sido acusada de prácticas similares en Polonia y Medio Oriente.
Las reglas respecto de regalos, becas educativas y auspicio de charlas, por ejemplo, son menos claras, pero representan prácticas comunes en EE.UU.
Un estudio reciente mostró que los doctores que recibían pagos de compañías farmacéuticas eran dos veces más proclives a recetar sus drogas. Y esto puede ser una de las causas del gasto excesivo de los gobiernos en remedios. Un estudio reciente de Prescribing Analytics sugiere que el Servicio Nacional de Salud británico podría ahorrar hasta US$ 1.585 millones anuales si los doctores recetaran la versión genérica de ciertas medicinas.
También se acusa a las farmacéuticas de complicidad con las farmacias para cobrar más por sus remedios y publicar datos que destacan más lo positivo que lo negativo. Y se les ha encontrado culpables de etiquetar mal y promover erróneamente varios medicamentos, con multas millonarias como resultado.
Parece que las recompensas son tan grandes, que las farmacéuticas siguen empujando los límites de la legalidad.
No sorprende que la Organización Mundial de la Salud hable del «conflicto intrínseco» entre las metas empresariales legítimas de las farmacéuticas y las necesidades médicas y sociales del público«. (completo aquí)
Creo que, más allá de la indignación moral, los términos del problema están claros. Los laboratorios de las grandes farmacéuticas producen drogas valiosas – además de muchas variaciones que sólo sirven para aumentar los gastos médicos. Y cada «consumidor» sabe que el precio de no conseguir la droga que necesita puede ser infinito: su vida.
Como en el negocio de las otras drogas, las ilegales, hay demasiado dinero en juego. La ética de muchos médicos no se ha probado inmune (como tampoco la de muchos reguladores estatales, si vamos al caso).
Algún Estado – aún con pocos recursos – como Cuba, ha conseguido hacer una industria médica interesante, y exportar con beneficios. Pero su producción, y su investigación, es una fracción mínima de la de un gran laboratorio. Ningún sistema de salud, en el mundo, puede apoyarse en un solo proveedor, más allá de sus simpatías o antipatías ideológicas.
Por eso me parece un camino correcto el que apunta esta noticia:
«12 de setiembre 2015. Los ministros de Salud de Unasur acordaron la creación de un comité internacional para negociar de manera conjunta los precios que los Estados pagan a los grandes laboratorios por medicamentos de alto costo y garantizar, así, el acceso de la población a los tratamientos. El ministro de Salud argentino, Daniel Gollan, calificó la decisión de “histórica”. “Veníamos trabajando en la resolución, con los equipos de los distintos países, desde hace dos meses y medio, y además con una coincidencia del 100 por ciento entre los equipos de la región. Eso es algo llamativo, porque estamos hablando de distintas políticas, y sin embargo la coincidencia en esto es absoluta porque el problema es muy grave para todos. Hemos decidido actuar fuertemente con unidad de acción histórica. Nunca antes se había dado en reuniones del Consejo Unasur tanta unanimidad y ejecutividad”.
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