Sobre el «irresistible ascenso» de Javier Milei se ha escrito mucho. También por este bloguero, eh. Si ponen su apellido en el Buscador, a la derecha, quedarán abrumados por la cantidad de posts que lo mencionan. Algunos, de antes del 13 de agosto.
Pero el tema de este post es sólo un factor del fenómeno. Uno puramente local, y, creo, decisivo para que una cuarta parte de los empadronados para votar y un 30% de los votos válidos se inclinaran por el peluquín.
(No es que no haya «componentes importados» en ese ascenso. En otro momento volveré a escribir sobre una tendencia que se manifiesta en el mundo, o al menos en Occidente -la cultura, no el bloque de poder).
Ese factor local decisivo es la inflación «desbordada» que soportamos. Llamarla hiperinflación o no, es una cuestión de criterios (hoy, en la mayoría de los países, se llama así cuando supera el 100% anual). En nuestra realidad social y económica, el desborde ocurre cuando se escucha decir, en sectores con niveles de ingresos muy distintos, «Ya no se puede saber si algo es caro o barato».
En la economía, significa que los precios en moneda local ya no sirven para evaluar costos ni inversiones. En la sociedad, desordena las vidas y las expectativas de la gente común.
Resulta más tolerable, por cierto, para los que tienen ingresos en monedas «fuertes» -dólares, euros,… También se aguanta mejor si son ingresos mensuales en pesos pero en montos altos (en este septiembre que termina, ¿el piso sería 1 millón y medio?) y un sólido corsé ideológico. Pero el «clima», la sensación de «ya no se puede seguir así«, se extiende por la sociedad, sin que tenga, al comienzo, un contenido político concreto.
Milei, un economista con habilidades de «influencer», encontró la dolarización. Una idea que no tiene nada que ver con las de Murray Rothbard, un autor olvidado que le dio su discurso ideológico, ni con las de la escuela austríaca de economía, de la que aprendió las ecuaciones que repite.
La dolarización era una propuesta que había sido lanzada entre nosotros hace más de 30 años por economistas serios en un momento de desesperación, ante las hiperinflaciones que se sucedieron entre 1989 y 1991.
Una propuesta que sería imposible de ejecutar, salvo, justamente, después de una hiperinflación terminal. Pero -como ya dije en este blog- esa fantasía es un punto fuerte de Milei, especialmente en los sectores más humildes.
Claro que una mayoría muy amplia de argentinos y argentinas prefiere que sus billetes tengan las caras de San Martín o Belgrano, en lugar de algún prócer gringo poco conocido. Pero más quieren que sus billetes no se evaporen en sus bolsillos. La candidata de Juntos por el Cambio se ha dado cuenta de esto, y trata de agitar también esa fantasía con un planteo algo distinto, «la libre competencia de monedas». Bueno, tampoco La Libertad Avanza es muy precisa en los mecanismos de lo que promete.
Sucede que esa competencia de monedas -la coexistencia del peso y el dólar- ya existe en Argentina. El peso lo usamos para pagar sueldos y los gastos de todos los días. Ahorramos en dólares -salvo los bancos y las grandes empresas que pueden tener un gerente de finanzas para cambiar día sus colocaciones- y también se compran y venden los inmuebles en esa moneda. Desde hace bastantes años, además. La causa es, justamente, esa inflación crónica.
Los que hablan de la libre competencia de monedas -en LLA o en JxC- piensan que el dólar terminaría reemplazando al peso. Y sí. El dólar y los patacones, los lecor,… que emitirán los estados provinciales. Y los bonos que emitirá el Estado nacional. Porque la dolarización no resuelve, como nos recuerdan maternalmente desde el FMI, el problema de cualquier estado cuyos gastos son mayores que sus ingresos.
Pero en este post escribio sobre la campaña ¿Qué puede hacer Sergio Massa, que, además de candidato, es el presidente en ejercicio?
Bueno, en primer término, lo que está haciendo. Lanzar medidas que auxilian en algo a (casi) todos los sectores perjudicados por la inflación y los otros problemas estructurales de nuestra economía: los trabajadores en blanco, los informales, los jubilados, los productores regionales, las empresas que necesitan importar para producir,… «El señor de los alivios», lo llama el ingenioso Marcelo Falak.
Por supuesto, Massa sabe -a esta altura, todos lo saben o suponen- que esos alivios alimentarán la inflación. Y, en economía, lo que todos creen es lo que pasa, en el corto plazo. Lo confirma el dólar «blue», ese barómetro de las tormentas argentinas.
Entonces, ¿puede ofrecer, él también, la ilusión, la esperanza de una moneda con la que a fin de mes un argentino/a pueda comprar lo mismo que compraba en los primeros días?
STM tiene una dificultad estructural: es el ministro de Economía, el que toma las decisiones ahora. Bullrich carga con la memoria de un gobierno del que fue ministra, un poco menos de 4 años atrás. Milei es el que puede ofrecer fantasías, sin molestas realidades que lo incomoden.
Hay algo que puede hacerse. La coexistencia de distintas monedas es, como dije, una realidad argentina de larga data. El problema con el dólar es que lo emite otro país (Fíjense que Milei no plantea la emisión privada de monedas, como otros libertarios económicos. Es loco pero no boludo, dirían en mi barrio).
Hace tiempo propuse en mi blog y en algunas conversaciones privadas la introducción de un «peso fuerte» basado en una «canasta» de los precios de los productos que Argentina exporta: soja, cereales, … No es una solución mágica, por supuesto; no existen. Ni siquiera es una solución: sería sólo una forma en que el Estado nacional y los ciudadanos adquirieran la costumbre y la disciplina de algunos compromisos en valores estables, sin mecanismos indexatorios.
Pero volvamos a la campaña: más allá de la discusión técnica de pros y contras, sería complicado introducir «sobre la hora» una nueva moneda. Pero un economista liberal y muy ortodoxo, recordó estos días que Argentina ya tiene otras monedas legales, además del deteriorado peso papel.
Son el Peso Oro y el Peso Plata, que establece la ley 1.130, del 3 de noviembre de 1881 y que no ha sido derogada. Los veteranos recordarán un rastro de esta vieja realidad monetaria en la inscripción que tenían los billetes del peso moneda nacional: «El Banco Central pagará al portador y a la vista...»
El oro como patrón de valor para la moneda tiene un inconveniente: es rígido. Atarse al oro le causó graves problemas a la libra esterlina después de la I Guerra Mundial. Y Nixon lo descartó en 1972 para el dólar. A nosotros podría convenirnos, sin embargo, para nuestras exportaciones: tiene, en general, una relación inversa con el valor del dólar: cuando éste sube, el oro baja. Y viceversa.
Pero esto no es una discusión técnica, por Dios! Es la sugerencia de un símbolo. Para la campaña electoral, y -más allá de estas semanas- para el peronismo. Porque en este siglo la mayor parte de su dirigencia y de su funcionariado -tanto los que eran kirchneristas como los que no- se inclinaba a pensar que no era tan grave que aumentaran los precios si al mismo tiempo aumentaban los sueldos. El valor de la moneda nacional… era una preocupación de los «liberales». Ahora, la moneda nacional está en peligro, y la patria también.