Reflexiones superficiales y cortas sobre lo que pasa en Chile, y en el resto del mundo

noviembre 22, 2021

Empiezo contestando a algunos amigos nac&pop de inclinación progre (en un tiempo eran vertientes bien diferenciadas, pero no es la realidad hoy) que minimizan el fenómeno Kast apuntando a que la participación en estas elecciones chilenas fue baja.

Y sí. Votaron 7.115.590 de los habilitados, y hubo 7.027.068 votos válidos. Un 47,34% del padrón. Eso significa que sólo un 14%, más o menos, de chilenos y chilenas le dijo sí a Kast. Y también que un poco más del 12% le dijo sí a Boric, y así al resto de los candidatos.

Recién decíamos en AgendAR que eso deja a Chile ante un escenario peruano: un balotaje entre dos candidatos, en el que la mayoría de los votos que consigan no serán a favor de ellos sino de rechazo al otro. No es un escenario estable, y a los argentinos no nos conviene un vecino inestable. Ni trumpista, si se da el caso.

Pero aquí en el blog me interesa considerarlo como parte de una tendencia global, como evidentemente parece serlo. Atención: en cada país -también en el nuestro- las circunstancias locales son más decisivas que cualquier zeitgeist global. Pero eso no quiere decir que esas tendencias no existan en todas las sociedades modernas, y no influyan poderosamente.

Resulta evidente que muchas, muchas personas, en muchos países, se sienten agredidas y reaccionan frente a las ideas y valores que se llaman a sí mismas «progresistas» o «modernas», «multiculturalismo», «políticas de género», por ejemplo. Que también son parte de una tendencia global previa, por supuesto.

Nada de esto es nuevo, obviamente. Hace 50 años Erich Fromm lo describía con talento literario en El arte de amar y en El miedo a la libertad. Y, en realidad, refuerza la identidad de los dos lados de la «batalla cultural»: se pueden llamar con entusiasmo «fascistas» o «zurdos de mierda».

El problema práctico, me parece, es una concepción tradicional de la izquierda -que se ha extendido entre los nac&pop, debo decir: que el Pueblo, o las mayorías populares (o el proletariado, en una versión antigua) está automáticamente con ellos y sus valores. Y les resulta muy difícil aceptar que a veces el Otro Lado consigue mayorías.

Es el pensamiento de Rousseau aggiornado «El hombre, y la mujer, nacen libres y con tendencia a votar a candidatos progres. Pero en todas partes se encuentra encadenado por el capitalismo, o los medios hegemónicos, o...». Puede ser así, o no. Pero los políticos -gente que quiere ganar elecciones, en general- debe incluir en sus cálculos esos votantes, esas tendencias.

(Es difícil para la militancia cultural y, sobre todo, para la política. Si el término «correlación de fuerzas» les resulta antipático, imagínense «correlación de votos»).

Este posteo apunta a un problema práctico, pero no pretende ser una indicación práctica. Hace poco dije en este blog que la batalla cultural no se libraría el 14N en Argentina. Tampoco el 19D en Chile. Ni siquiera en el 2023 en Argentina, otra vez. Ni es una batalla, en realidad. Son tendencias que circulan en las sociedades a lo largo de generaciones, y no se resuelven. Cambian de tema.

¨Pero sobre eso quiero escribir cuando tenga tiempo, tal vez en las vacaciones. Por ahora, me interesa señalar algo concreto, que apunta a un problema concreto, que hace a las condiciones de vida de gran parte de nuestro pueblo, y a una sociedad vivible (aunque dividida).

Es una fantasía idiota suponer que el 95% de la población tiene intereses comunes, enfrentados a los intereses del 5% más rico. Ese 95% (bah, cualquier porcentaje) tiene intereses segmentados, y, en lo inmediato, que es lo que importa a la mayoría, enfrentados entre sí.

Y los bienintencionados que quieren para nuestro país una distribución menos desequilibrada de ingresos y beneficios, como la que existía medio siglo atrás -y que hace una sociedad más productiva y dinámica- deben asumir el problema de los «representates de artistas». Que pueden ser buenos representantes, pero generalmente no son artistas.

Estar «a favor de los pobres» sin ser pobre, es moralmente elogiable. Pero… despierta hostilidad entre los que se sienten cuestionados moralmente, sin reconocerlo. Y también en algunos pobres, cómo no. Es inevitable, pero hay que tenerlo en cuenta.


La soberanía y el Paraná

noviembre 20, 2021

Esta imagen la subió a Twitter la CONAE, con este texto: «Celebramos el Día de la Soberanía Nacional, en conmemoración de la batalla de Vuelta de Obligado de 1845, esta imagen del satélite SAOCOM 1 A muestra el lugar del combate, con las cadenas que cruzaron el río para impedir el avance de la flota anglofrancesa«.

Me gustó mucho el gesto. Subí el tuit a AgendAR, y la foto a mi perfil personal en Instagram (bah, la subió mi hijo Juan; IG es generacional o comercial). Y en mi blog me puso a reflexionar.

Algo breve. Sobre esto se ha escrito y polemizado mucho -también en este blog- y hay análisis mejores. Lo que me llama la atención es que se ha enfocado relativamente poco el aspecto digamos geopolítico del asunto, que entiendo es clave para entender las motivaciones ¿Será que todavía perdura el prejuicio que la geopolítica es algo que hacen las Grandes Potencias en otros sitios?

Era una Argentina todavía en formación, pero no existía ese prejuicio. En 1820, el gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez ordenó la toma de posesión de las islas Malvinas en nombre del Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, cosa que se hizo, por ejemplo. Y en 1845, otro gobernador, Juan Manuel de Rosas, debía decidir si admitía la libre navegación de los ríos interiores. Lo que, en ese momento, significaba la libre navegación por parte de Inglaterra y Francia.

El anti rosismo plantea que estaba en su interés conservar el monopolio de la Aduana de Buenos Aires, lo que es cierto. Pero omiten considerar si estaba en el interés de esa Confederación Argentina todavía en formación, mantener en sus manos el control de una de las dos vías de comunicación interior fundamentales de la América del Sur. Ni Rosas ni los gobiernos argentinos hasta entonces, habían reconocido la independencia del Paraguay. Y Río Grande del Sur… había un viejo problema de límites con con el Imperio del Brasil, y allí había un fuerte movimiento separatista…

Esa es la geopolítica de la primera mitad del siglo XIX, claro. Hoy ha cambiado por completo, y -si todas las partes hacen las cosas bien, que no es seguro- para mejor. El control estratégico del Paraná y sus afluentes está en el interés, y las posibilidades, de los 4 todavía socios del Mercosur. Cierto que primero debe controlar su sector -el más largo- la Argentina.

Sobre este punto, tuve una conversación esta tarde. Un amigo nac&pop me preguntó «¿Qué habría pensado Mansilla de darle la administración del río a una empresa holandesa?«.

Contesté ¿»Los holandeses vienen por el agua!»? Ah, no. Eso le pertenece a Lilita del Carrió Sánchez de Thompson, distinguida dama de la sociedad progre de Buenos Aires.

Agregué «A mí me gustaría que el dragado lo hiciera una empresa local. O una estatal, si pudiera evitarse que la colonicen intereses privados y roscas presupuestívoras. Pero es un tema muy menor. El control del tráfico, y de las exportaciones, por el Paraná tienen que hacerlo no los que hacen el dragado, sino la Aduana, la Gendarmería, la Prefectura, el Estado, bah. No colonizado por intereses privados

A lo mejor Mansilla, y don Juan Manuel, estarían de acuerdo.


Las condiciones para el 2023

noviembre 16, 2021

Suena arrogante ponerse a escribir ahora sobre «las condiciones» de la próxima elección presidencial, cuando todavía faltan dos años, y aún no está el escrutinio definitivo de las legislativas. Bueno, es arrogante, pero hay algo peor: puede sonar estúpido, si se reflexiona en que es imposible prever todas las cosas que pueden ocurrir en ese tiempo, y la interacción entre ellas.

Sin embargo, tiene sentido. Porque hay algunas condiciones que se mantienen vigentes desde hace 6 años, y otras que vienen desde hace décadas en la política argentina.

Entonces, se puede decir que es posible, hasta probable, que sucedan hechos totalmente imprevistos y hasta imprevisibles. Pero también podemos señalar, con razonable confianza, lo que no puede ocurrir. Para poner ejemplos extremos: no se puede afirmar que es imposible la caída de un meteoro gigante en la Pampa húmeda, pero sí podemos descartar que estas provincias declaren su adhesión a Fernando VII, sus sucesores y metrópoli.

Como dije en el posteo anterior, estoy razonablemente convencido que la puja electoral del 2023 se dará en el mismo escenario político. Es decir, los actores principales, los que disputarán la presidencia de la Nación, serán las dos grandes coaliciones que se han enfrentado en 2015, ´17, ´19 y ´21. No parece posible que menos de dos años aparezca, y se instale en todo el país, un nuevo actor que las desafíe.

(El fenómeno «anarco capitalista», que surgió con fuerza en la ciudad de Buenos Aires es un tema interesante para la política local -y para la psicología social. Pero no tiene chances en 2023. Aunque pretenda jugar, sus votantes serán arrastrados por la polarización, porque ya están polarizados. Esa es su identidad política).

En cuanto a las condiciones necesarias para disputar la presidencia en el ´23, empiezo por un punto que me parece obvio, y ha sido repetido por muchos opinadores de Este Lado en distintas formas «Con el kirchnerismo no alcanza, sin el kirchnerismo no se puede». Pero uno de los puntos que quiero hacer aquí es que la versión hoy aceptada por la mayoría de la dirigencia peronista realmente existente –«Con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede»– es necesaria pero no suficiente.

He insistido muchas veces -y no soy original en esto- en que entre 2005 y 2008 el peronismo -país de inmigración, como la Argentina misma- incorpora una nueva generación política. Fue un proceso buscado deliberadamente por Néstor Kirchner, pero alcanza masividad y muchas de sus características en 2008, en el marco del enfrentamiento del gobierno con las patronales agrarias (que también dio origen al antikirchnerismo como hoy lo conocemos, pero eso es otra historia).

Hablo de una generación política. Formaba y forma parte de esa militancia kirchnerista quienes se habían alejado del peronismo en los ´90, en el gobierno de Menem, y una izquierda en busca de sujeto social. Pero el número mayor, por lejos, lo aportaron los jóvenes, como siempre sucede en política, y trajeron el discurso y los ideales del momento, la primera década de este siglo.

Diez, quince años después, sus dirigentes ya no son tan jóvenes, pero su promedio de edad es menor que el del resto de la «nomenklatura» del peronismo. Su identidad política particular la da su relación emocional profunda con Cristina Kirchner (la militancia peronista siempre tendió a enamorarse de sus líderes) En su seno surgió una organización de cuadros, La Cámpora, que no los engloba a todos, ni mucho menos -las «orgas» nunca tuvieron buena imagen con los «librepensadores» ni, en general, con nadie que no formara parte de ellas- pero ha desarrollado un poder territorial importante en el Gran Buenos Aires y en la hostil al peronismo Ciudad de Buenos Aires, y presencia en el resto del país.

Ahora, la oposición política y, con más peso, las concentraciones de medios más importantes difunden el mito de una Cristina mezcla de Rosa Luxemburgo y Lady Macbeth, que con La Cámpora quiere establecer una dictadura castro-chavo-comunista. Que ya fue presidenta durante 8 años -dos mandatos- y no hizo nada por el estilo (al contrario, tomó algunas medidas «democratistas» un poco ingenuas, como derogar la figura del desacato) no sirve para destruir el mito.

Porque el sector más visceralmente antiperonista de la sociedad -que no es por cierto una minoría insignificante- le echa la culpa a Perón que Argentina no es el país europeo imaginario (nada que ver con la Europa real, por supuesto) en el que les gustaría vivir. Y también porque una parte de los kirchneristas juega con un revolucionarismo verbal, e ignora alegremente que una política chavista, por ejemplo, no puede llevarse adelante sin que las fuerzas armadas y de seguridad estén comprometidas con el régimen. Bah, sean el régimen.

Mi punto es que Cristina y, en un grado menor, el aparato de La Cámpora son necesarios para mantener activo en la coalición al kirchnerismo -que ya no puede pensarse como una inmigración-, que ya es la izquierda peronista. El ala izquierda que formó parte del peronismo desde su mismo nacimiento (como también los yrigoyenistas, y los conservadores lúcidos), y que se expresó en el discurso y la pasión de Evita. Que no era feminista y sí anticomunista, pero si Evita no expresa la reivindicación y la revancha de los «de abajo», los marginados por los prósperos y satisfechos -aquello por lo que acusan a la «izquierda»- ¿quién carajo lo hace?

Ojo: esta «ala izquierda » actual sería necesaria ahora para mantener votos de un importante sector que no está entre las franjas más humildes, los marginados de hoy. Porque en ese sector también trabajan el peronismo tradicional no K, los movimientos sociales, con una fuerte inspiración de la Iglesia, y hasta los aparatos del PRO que han aprendido a moverse ahí. Pero esos votos «K» son absolutamente necesarios ¿Para ganar? No. Para tener chance de ganar. Ya dije que no me parece que en menos de dos años se construya un nuevo «bloque histórico».

(Esto del nuevo bloque histórico puede ser necesario. Yo creo que lo es. Pero no llegará a jugar un papel importante en las elecciones de 2023 por fuera de las dos coaliciones que existen).

Me extendí mucho, para un posteo superficial, en la que pienso del kirchnerismo hoy. Queda para el próximo, tal vez, que me meta con el peronismo no K hoy, que planteó -el del AMBA, con algún estimulo del resto del país- la movilización a Plaza de Mayo de mañana, a la que ahora se suman todos. (Y algunas cosas se me ocurren sobre la coalición del Otro Lado).

Pero el señalamiento de este posteo -tal vez apresurado- es que la articulación entre los peronismos K y no K, más allá de la unidad formal, es el desafío más importante para la dirigencia y la militancia de Este Lado (además de gobernar bien, pero ese no es el tema del posteo).

¿Se conseguirá? Creo que sí. El destino patético de los intentos de «ir por afuera» de Randazzo y de Moreno es una indicación elocuente para los dirigentes que no se conformen con minutos en la TV y algunos recursos para la campaña, o con descargar viejas broncas. En realidad, el argumento más elocuente y decisivo es la dura derrota de Schiaretti en Córdoba. El Gringo es un hábil político, tiene el gobierno de una provincia próspera y una fuerza política disciplinada y con mucho «territorio». Igual no hubiera ganado si sumaba los votos kirchneristas, pero el punto es que dejarlos de lado no le sirvió.

Porque todo este palabrerío es sobre «las condiciones para dar la batalla del 2023». Para ganarla, es necesario -me repetiré, una y otra vez- gobernar bien.


La batalla cultural no se librará este domingo

noviembre 12, 2021

Como es mi (mala) costumbre, empiezo por anticiparme a lo que podría pensar el lector: no, no voy a decir que el resultado electoral de este domingo no importa. Ni tampoco que la «batalla cultural» es un tema de graduados en ciencias sociales sin conexión con la realidad (los graduados, no el tema).

Las dos cosas -la lenta deriva de los valores en una sociedad, los votos en una elección legislativa- son reales, y cargadas de consecuencias. Pero son distintas, y su conexión, que la tienen, no es ni rápida ni automática.

Es curioso, pero lo que me puso a pensar sobre batallas culturales han sido las campañas de estas elecciones. Las de las 2 coaliciones principales. Ya concluidas, puedo dar mi opinión sin sentir que estoy violando alguna ética publicitaria o política: las vi poco imaginativas, aburridas. No creo que sea culpa de los profesionales a cargo. Enfrentaron el hecho que en ninguna de esas dos coaliciones logró un discurso dominante, un mensaje claro para los votantes que aceptara y repitiera la mayoría de sus militantes. Salvo, claro, «voten a Nosotros, porque los Otros son horribles». Funciona, eh, pero no suma ni entusiasma.

Hasta cierto punto, era inevitable. El deterioro de la gestión de Mauricio Macri se aceleró a partir de abril de 2018. Deterioro en sus propios términos y según sus propios objetivos. El recuerdo está demasiado fresco. Y al gobierno de Alberto Fernández, que no comenzó mostrando imaginación, ni estableciendo autoridad -para ponerlo suavemente- le cayó encima la pandemia, que deterioró a todos los oficialismos. Incluso al hasta entonces «winner» Trump y a la inoxidable Merkel.

Así, hoy hay sectores de la militancia del FdT -que van a votarlo, sin dudar- que se expresan en las redes con más furia de Alberto que de Macri. En JxC es menos explícito -aunque hay bastantes puteadas a Larreta- pero, estimo, más profundo.

JxC logró un éxito importante: consiguió establecerse como la opción para el voto rechazo al peronismo, el lugar que ocupó por décadas la UCR, y el No al peronismo es la otra gran identidad política argentina de los últimos 76 años, junto al peronismo.

Pero a ambas dos identidades las atraviesan las mismas divisiones -«progresismo» / «valores tradicionales»; «emprendedorismo» / «estatismo»,… (todo esto lo analizó Pierre Ostiguy con mucha más seriedad que yo)- y la coalición antiperonista no tiene la historia y las redes personales en común que sí tiene la mayoría de la coalición que forman el peronismo y sus aliados más afines. Y que si tenía (tiene) la UCR.

Pero lo que me puso a pensar en la interacción de lo cultural y lo electoral fueron justamente los temas centrales de la última parte de las 2 campañas, que -creo- fue un acierto de esos dos equipos. El «Sí» resuena bien con el etos tradicional del peronismo, posibilista, volcado a las realizaciones concretas. Y el «Yo decido» reflejaría bien la afirmación de la autonomía personal que un cripto liberal como yo puede rescatar del rechazo al peronismo. «A mi no me van a obligar a llevar luto por Evita», es una de la más viejas de las consignas gorilas (si trae ecos del Matadero de Echeverría y el luto por Encarnación Ezcurra…).

Ahora, el punto de este posteo es que las batallas culturales no se plantean ni se resuelven en las contiendas electorales. Hay ejemplos a montones en nuestra historia cercana: si hay algo que movilizó y enfrentó profundamente a nuestra sociedad el año pasado es el tema del aborto. En esta elección dará para el 1% de los votos en algún distrito numeroso, con suerte.

Otro ejemplo, de una «batalla cultural» con motivaciones económicas y políticas: el enfrentamiento por la Resolución 125 en 2008, dio origen al kirchnerismo como hoy lo conocemos y también al antikirchnerismo. Y, de Este Lado se olvida, ese antikirchnerismo triunfó en el número de manifestantes y en la votación en el Congreso. Había surgido un nuevo actor político, y algún bloguero sabio -había algunos en ese tiempo- habló del «vandorismo rural».

Bueno, no. Los legisladores ruralistas elegidos el año siguiente pasaron por sus bancas, y -a pesar de la prédica de Héctor Huergo, amplificada por Clarín Rural- no hay una fuerza política que exprese los intereses y el etos de los propietarios rurales, como hay hace siglos en Europa y entre nosotros lo hacían los conservadores.

Lo más cercano es la UCR, pero las puteadas más fuertes contra «los radicales» -sobre todo después de la gestión de Alfonsín- uno las escucha entre los ruralistas. El PRO, … expresa mucho más el etos muy urbano de ejecutivos, CEOs y aspirantes a serlo.

Resumiendo, gente: nuestros votantes se deciden, de menor a mayor intensidad, 1) por identidades -tienen menos fuerza que décadas atrás, pero todavía pesan-, 2) por carisma, simpatía hacia algunas figuras y rechazo a otras, y 3) por gestión. Y «gestión» engloba toda la realidad que vive y sufre el votante, no sólo lo que es responsabilidad del gobierno. No es un buen panorama para el FdT, que sólo puede esperar, y espera, que la memoria de la de Macri pese más.

Como sea, el resultado del domingo no cambiará, estoy razonablemente convencido, el escenario político. Seguirán existiendo las dos grandes coaliciones, porque no aparece un nuevo actor que las desafíe. Tengan presente que tradicionalmente surgió en las elecciones argentinas, una «3° fuerza» con peso. El Partido Intransigente, la Ucedé, partidos muy distintos que en ocasiones muy distintas llenaron ese rol. Que en estas elecciones la 3° fuerza sea el Frente de Izquierda, tengo que concluir, con respeto y cariño por esos militantes, que los votos están polarizados como en pocas ocasiones.

¿Estoy diciendo entonces que el resultado de este domingo no importa tanto? Por supuesto que no! Estos resultados serán el insumo fundamental de las dos «madres de todas las batallas» que van a ocupar los próximos dos años: las pujas por las candidaturas presidenciales de esas dos grandes coaliciones. No nos vamos a aburrir.


Chau, Nélida, compañera

noviembre 11, 2021

Quiero saludarla, ahora, cuando me entero que murió, con 101 años de historia argentina al hombro. Pero no estuve cerca de ella, y hay muchos que escribirán mejor sobre su vida. Es que durante casi tres años intensos, del ’73 al ´76, nos veíamos la mayor parte de los días, en lo que era la Sala de Representantes y había sido el Consejo Deliberante, y ahora es la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires. Deberían despedirla allí, como a Miguel Unamuno y otros de ese tiempo y lugar.

Como dije, no éramos cercanos, aunque había cordialidad, distante, de parte de ella, y respeto desde mí. Éramos diferentes generaciones. Ella venía desde el sector sindical, naturalmente, mayoritario en el bloque del Frejuli. Pero no pesaba mucho en las relaciones de poder internas (El peronismo, y la política, eran todavía más machistas entonces). A pesar de eso, había algo que la destacaba entre los 60 legisladores de todas las fuerzas: su despacho era el que todos los días tenía una larga fila de gente que venía a pedirle ayuda con algún problema. Y, también en eso se destacaba, ella los atendía a todos. El ejemplo de Evita había echado raíz.


Milei como Edipo, por una columnista acomplejada

noviembre 7, 2021

Muchas veces en el blog de Abel he reproducido material de otros que me pareció interesante o provocador, a veces hasta con permiso. Pero, si mi memoria no me falla (a veces falla) nunca copié el análisis psicológico de un candidato, hecho por una columnista de La Nación.

Pola Oloixarac escribe muy bien, por cierto. Su sesgo político, y sus lectores, son los de La Nación (diario). Pero el seudónimo que eligió parece indicar que hay algo que la acompleja a ella. No importa; yo estoy rompiendo con mis normas precisamente cuando doy peso al análisis de la psicología de un político para explicar sus acciones.

Ojo: no es que crea que los políticos no tienen complejos, compulsiones y demonios interiores. Por supuesto que los tienen (tenemos), como todos. Pero la puja por el poder, hasta por la figuración, tiene sus propias exigencias, y quien se deje llevar por sus pulsiones, sin calcular bien antes, no va a durar mucho en política. Ese puede ser el caso de Javier Milei. O no. Copio la columna de P. O.

ooooo

«“Yo grito”: con esas dos palabras se presentó al público el economista Javier Milei en el debate de candidatos por Buenos Aires. El chillido desencajado y los insultos ya son parte de su marca personal, así como su pelo batido linyera style. Milei admite que grita, porque espera que su conducta sea leída como los exabruptos de un apasionado, un freak, una víctima del sistema. Sus accesos de furia representarían el universo mental de los argentinos: su despliegue neurótico sería el reflejo de lo que le pasa a la Argentina que no tiene voz (y por eso grita).

El estilo bizarro de Milei terminó por cuajar en la escena argentina, que tiende a pensarse como una familia. En una sociedad donde hay Abuelas que son actores políticos, donde las oficinas del Estado se empapelan con duplas matrimoniales (Perón y Eva, Néstor y Cristina), y se celebran las apariciones de Nietos, Milei ascendió rápidamente al rol del hijo disfuncional. En las PASO sacó un fulgurante 14%, y las probabilidades de que se consolide como tercera fuerza en las elecciones del 14/11 están a su favor. Como un Pity Álvarez de la política, Milei es desprolijo y entrañable: un rockstar desmesurado con un lado tierno, que cae bien.

Milei sueña con ser el Charlie Manson de la casta política: el líder de un movimiento subterráneo sin piedad, con un abanico de utopías audaces listas para detonar el status quo. Propone destruir el Banco Central, “aplastar” políticos, echarlos a patadas: se declara anarcocapitalista, lo que justificaría su retórica categórica y agresiva. Oscila entre los extremos: pasa de ser la víctima del sistema, a victimario del sistema. Su aire nervioso y explosivo se presenta como el caparazón traumado de un corazón bueno y justiciero: Milei quiere ser el síntoma que combate la enfermedad general.

El show de Milei es irresistible porque tiene un brillo patológico auténtico: es el bulleado que hace bullying. Su despliegue de chico maltratado y maltratador repite su historia familiar. Milei contó que su padre empleaba la fuerza física contra él, además de violencia psicológica: le pegaba y lo hacía sentir mal, un fracasado, y su madre era cómplice: ella contemplaba las escenas de violencia, pero no hacía nada, no lo defendía. En términos similares describe su relación con el Estado, y es lo que vuelve su performance hipnótica: es la voz del abusado por la autoridad, por el Estado, que estalla en escena.

Ahí radica su diferencia esencial con los políticos tradicionales: Milei parece vivir intensamente su relación de abuso con el Estado. Milei es tan cándido en su dramatismo que todas sus peleas supuestamente ideológicas terminan en psicodramas. Dice que su pésima relación con su padre le dio resiliencia: “Sé que bajo la máxima presión, yo rindo, porque ya lo viví”. En efecto, rinde muchísimo en televisión: cualquier pregunta (en general de mujeres) puede transformarlo en un sapo rojo hinchado que agrede a los gritos (donde los que miran son cómplices mudos).

Su expertise en economía le da contenido a su rol de maltratador que goza repitiendo estas escenas de autoridad-que-castiga hasta el hartazgo. A una periodista tucumana le chilla que es una burra y una estúpida ante un auditorio lleno, o le aúlla a un Larreta ausente “te voy a aplastar, zurdo de m…”, entre otros sinónimos fecales. Caca, aplastar: este léxico del abusado infantil convive con una jerga técnica que Milei arroja orondo y jactancioso como si fueran misiles de precisión (el teorema de Arrow, “falacia” cuando quiere decir error, etc).

Por eso fue interesante el acercamiento en los últimos días entre Milei y Mauricio Macri. Milei había denostado al gobierno de Cambiemos, pero pronto declaró que Macri “no es casta política”: planteó que Macri mismo no habría sido el problema de su gobierno, sino el entorno. Una explicación maradoniana.

Milei está tan desesperado por agradar, tan preso de su psicodrama, que no puede resistirse a un halago (especialmente uno que viene de una figura paterna). Y Macri, cuya correcta clasificación zoológica corresponde al zorro, más que al gato, vio esta debilidad en él: bastaba con elogiarlo para tenerlo ronroneando suavemente junto a él, y así robarle la escena. Naturalmente, Milei cree que es su propia genialidad la que lo acerca a Macri, porque su fantasía acaricia un proyecto presidencial. Su 14% que se pliega sobre el 41#, como un boleto capicúa de su padre colectivero.

¿Como podrá digerirlo la maquinaria de PRO? Milei consiguió lo que PRO nunca se animó: dar la batalla cultural de las ideas liberales. El carece de la programática mediocridad del marketing cultural de PRO como partido de globos y paz. Como un radioaficionado, Milei sintonizó con el pitch sonoro que iba más allá de la grieta kirchnerista: encontró un tono de la bronca, a la que dotó de su aire de profesor loco. Su reivindicación de la derecha es más bien el hartazgo con la izquierda como sentido común, donde un empresario tiene que pedir perdón y ganar dinero está mal visto.

Con su economía punk, “no dejes que los zurditos te roben” caló profundo en esas zonas donde el zurdito es el acomodado del Estado, y donde los hombres se tienen que hacer fuertes. Por ese motivo el gran servicio que Milei le hace a Cambiemos no es económico, sino cultural. Mostró al kirchnerismo como lo que es: el ideario de un progresismo hipócrita de señoras acomodadas cuya gran innovación es suponerle poderes mágicos a la letra “e”. Mientras el peronismo se muestra obsesionado con vestirse de feminista (mientras hombres voluminosos gobiernan), y Cambiemos cuida su discurso para “no ofender” como quien sigue una dieta estricta sin calorías, Milei y sus libertarios dieron rienda suelta a una lengua recia y machizada, entre otras ideas más cercanas a la vida cotidiana de los jóvenes.

Milei y la troupe libertaria conformaron una pequeña legión de capocómicos (con el talento tenaz de tuiteros hiperkinéticos como @Ziberial, Dannan y DAN, entre otros); juntos fogonearon un guión que Durán Barba jamás hubiera soñado para rockear los barrios carenciados. Ruidosos y entretenidos, sus exponentes intentan responder a la pregunta: ¿cómo ser hombres? Es un espacio poblado de muchachos y señores intensos donde no hay figuras paternas, como una especie de Neverland de Peter Pan hecha de fans del bitcoin. Sus popes combinan la ostentación con tips sobre cómo enjabonarse correctamente y por qué se debe siempre pagar las salidas a las señoritas (hits de Carlos Maslatón); José Luis Espert parece nacido para animar las mesas extintas de Polémica en el Bar; la palabra “trolo” se populariza para señalar la debilidad.

Su zona de éxito ya no es ser emprendedores, sino apostar a la timba financiera de las criptomonedas, el deporte nacional de un país que te entrena hace generaciones para transformar los pesos en cualquier cosa que no sea pesos. Triunfa la libertad. (A.B.F.: estas negritas son mías)

Los actos políticos de Milei tienen el formato de clases, lo que marca la ansiedad de los jóvenes de clase media y clase media baja por aprender. Se equivocaba Florencia de la V., vocera del desdén del Gobierno, cuando se preguntaba en Página 12: “¿Desde cuándo los chicos quieren ir a la escuela? Parece que Sarmiento pasó a ser tendencia”. El Gobierno tuvo que perder en las PASO para darse cuenta que sí, los chicos querían ir a la escuela. Y Sarmiento tuvo su comeback glorioso, junto a Alberdi y Roca. Con la simplicidad de su historia argentina de escuela secundaria, Milei reivindica a la tríada liberal -algo que, dentro de Cambiemos, sólo osaba hacer a viva voz la historiadora y candidata a diputada Sabrina Ajmechet.

La pandemia creó las condiciones para pensar el Estado. Alberto puso en escena un Estado activamente perverso: el Estado que quita, que cercena. Bajo el signo de la pandemia, el Estado peronista canceló la escuela, persiguió a los que querían salir a correr diciéndoles asesinos y liberó a los presos (por razones humanitarias). La bancarrota ideológica del peronismo quedó expuesta: su única premisa (“el Estado te da”) demostró que era mentira. Los que sostenían “el Estado te da” eran los primeros en violar la norma: el Estado que no sólo castra, sino también viola. Al final, “ese Estado opresor” que es “un macho violador”, el hit musical que cantaban las feministas a finales del gobierno de Macri, se parecía al peronismo pandémico. Pero fue Milei el que encontró el tono dramático para esa acusación de abuso estatal, de violación y de opresión. En este contexto, donde la justicia no existe, gritar con Milei es aullar “Mi Ley”, la ley soy yo. No reconozco la autoridad que me viola, la ley soy yo.

Las dotes de Milei como influencer tienen límites. Lo suyo es el monotema económico: si se sale de eso, Milei puede sostener que el cambio climático es “un invento de la izquierda”, lo que delata que se autopercibe como un republicano de Texas. Hasta ahora, Milei no ha debutado en la ironía y la elegancia. Un buen diagnóstico del profundo problema político de la Argentina es que deba ser una persona tan evidentemente desequilibrada como Milei la que hable en favor del sentido común, en contra de la presión fiscal asfixiante y de la malversación del Estado. El kirchnerismo, dedicado a invertir millones en la adquisición de referentes culturales y medios, perdió la hegemonía cultural ante el golpazo de realidad: tenía a todos los influencers comprados, pero nadie estaba escuchando.»


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