Bernie Sanders: renovando la política (interna) de EE.UU. a los 79 años

febrero 23, 2020

Esta vez copio en el blog, sin agregados ni excusas, algo que escribí anoche para AgendAR. Tal vez los distintos públicos lo lean diferente:

Las elecciones del candidato presidencial de este año del partido Demócrata en el estado de Nevada arrojan un claro ganador: el senador Bernard Sanders, de 79 años, autodeclarado socialista.

En ese estado, como en Iowa, los delegados de cada candidato que irán al congreso nacional del partido, se eligen por el tradicional sistema de «caucus», asambleas de afiliados. Por eso los resultados -a la hora de cierre de esta nota- son parciales. Pero alcanzan para definir un ganador muy nítido. Y Sanders gana con ésta, las primeras tres primarias: Iowa, New Hampshire y Nevada.

Iowa, blanco y rural; New Hampshire, bastante «anglo», y «liberal»; y Nevada, del Oeste, con fuerte presencia del voto «latino» ¿Alcanza esto para decir que Sanders será el candidato Demócrata en noviembre? No. La dirigencia del partido no lo quiere. Y para muchísimos estadounidenses, está demasiado a la «izquierda».

Menos aún le alcanzaría, entonces para vencer a Trump, a quien la economía le sonríe, por ahora. Pero tampoco puede descartarse. Después de todo, hace cuatro años Donald Trump parecía una apuesta absurda: la dirigencia de ambos partidos, los grandes medios estaban en contra.

El hecho que ya ha sido señalado y debemos tomar en cuenta es que ambos, Trump y Sanders, expresan la irrupción de un fenómeno en la política en este siglo: el «outsider», la figura distinta -en la apariencia o en la realidad- a los políticos tradicionales, que se muestra desafiando a las élites autoelegidas y a la «corrección política» instalada desde los medios. No es sólo en EE.UU. donde está pasando ésto, o miren a Europa.

Entonces, no es posible decir ahora si Bernie Sanders es un aspirante con chances a la Presidencia de los Estados Unidos. Seguro que no antes del «supermartes» de las primarias, el 3 de marzo. Y mucho menos podemos saber si una presidencia suya sería más favorable para los argentinos que la de Trump. Las simpatías ideológicas y los intereses nacionales son dos cosas distintas, y si nosotros no supiéramos distinguirlos, los «anglos» sí.

Pero parece evidente que ha aparecido un discurso distinto en la corriente principal de la política estadounidense. El partido Demócrata de los Clinton y Obama ya no será el mismo, como los Republicanos empezaron a cambiar después que un candidato de la «nueva derecha», Goldwater, compitió y perdió en 1964. 16 años después, en 1980, triunfó Reagan.

Para que se aprecie cuán distinto es, les invitamos a leer aquí un artículo de Sanders de enero 2018, a mitad de camino entre la campaña en que estuvo cerca de derrotar a Hillary Clinton por la candidatura Demócrata, y la actual, en que se postula para enfrentar a Trump. Ahí menciona elogiosamente a un compatriota nuestro, el papa Francisco.


Un plan de crecimiento argentino, y los acreedores

febrero 18, 2020

(Esta nota está desde hace algunas horas online en AgendAR ¿Por qué me siento impulsado entonces a reproducirla en este blog, con menos alcance? Pienso que en la franja de los politizados con compromiso político (llamarnos militancia me parece autoindulgencia) donde pertenecen casi todos los que pasan por aquí, el debate circula por símbolos cargados de emoción (Boudou preso, Dujovne esquiando), o la actitud personal de cada uno frente al gobierno de Alberto. Quiero invitar a que hablemos de otras cosas, también)

En sus más de 130 años como un medio dedicado a las finanzas británicas y también a las globales -en todo ese tiempo han estado muy vinculadas- el Financial Times publicó muchas veces sobre la Argentina. Casi nunca en forma elogiosa, por cierto. Ayer, 17 de enero, fue un día especial: nos dedicó dos notas.

Una de ellas es un artículo convencional, de Benedict Mander desde Buenos Aires y Colby Smith desde Nueva York, que recoge las preocupaciones y advertencias de los bonistas y sus operadores (la mayoría, locales); acercamos su traducción aquí.

Pero nos parece que el texto más interesante, y que merece que lo incorporemos en una reflexión profunda, es el Editorial: La Argentina necesita un plan para un crecimiento basado en la inversión (Argentina needs a plan for investment-led growth).

Ahí dice, resumimos: «La mayoría de las naciones deudoras que tienen que iniciar un proceso de reestructuración detallan un plan económico y se comprometen a objetivos claros para ganar el apoyo de los acreedores y del Fondo Monetario Internacional para las quitas que vendrán«.

«En cambio, la Argentina decidió no decir casi nada sobre su estrategia económica, y notificar a sus acreedores que esperen una oferta de reestructuración amistosa a mediados del mes que viene con algunas semanas para aceptarla, o atenerse a consecuencias menos amistosas«.

El editorial es muy crítico de la gestión de Mauricio Macri: «el legado que dejó es tóxico e incluye una recesión profunda y uno de los índices de inflación más altos del mundo«. Pero también describe como «riesgosa» la exposición del ministro de Economía, Martín Guzmán, en el Congreso, en la que el funcionario descartó llegar al equilibrio fiscal este año y les dijo a los fondos de inversión extranjeros que no dictarán la agenda macroeconómica argentina.

El editorial continúa señalando que las bajas que se produjeron en los bonos argentinos después de las declaraciones del ministro indican que los acreedores esperan perder al menos la mitad de su dinero, y que un default «es posible» si las conversaciones fracasan. Agrega que el Gobierno podría retractarse, y da el ejemplo de lo que sucedió con la provincia de Buenos Aires y el bono BP21.

Y a continuación se llega a lo que entendemos son los párrafos claves: «Lo más alarmante es la ausencia de una estrategia clara para restaurar la prosperidad en una economía que debería ser de las más vibrantes en el mundo de los mercados emergentes y que está bendecida con recursos naturales abundantes«.

«El Gobierno no se puede dar el lujo de dejar la política económica para más adelante. La Argentina necesita un plan creíble y exhaustivo para un crecimiento basado en la inversión para revitalizar los sectores más competitivos de la economía, como la agroindustria. Sin ese plan, el país corre el riesgo de volver a los malos hábitos del aislacionismo y el default«.

El F.T. también cuestiona ahí los controles de cambio, los derechos de exportación y la emisión de dinero, pero eso lo ha estado haciendo por 130 años (el neoliberalismo tiene poco de «neo»). Todas esas cosas son herramientas, y la tarea de los gobiernos es decidir en qué circunstancias deben o no usarse. Por más de un siglo ha habido ocasiones en que han empleado una o varias de ellas. También en Gran Bretaña.

El punto de interés del texto, en el que en AgendAR estamos de acuerdo, es la necesidad y conveniencia de un plan de crecimiento. Pero queremos advertir sobre la ambigüedad «riesgosa» de la frase «…basado en la inversión». (La expresión en inglés es aún más explicita «un crecimiento dirigido (led) por la inversión»).

Atención: la inversión es necesaria, por supuesto. Salvo por breves períodos, cuando se pone en marcha la capacidad ociosa industrial, no hay crecimiento de la producción, y mucho menos, innovación, sin inversión previa. Creer que con el estímulo de la demanda alcanza, es una fantasía de quienes leyeron mal a Keynes; si llegan al gobierno con esa idea, a los pocos meses la realidad les hace cambiar de opinión.

Pero la fantasía opuesta, la de que el crecimiento de un país en el mundo moderno puede ser sostenible «dirigido» por la inversión, sin plan, sin estímulos y controles, es aún más dañina. Porque sus promotores cuentan, sobre todo desde hace casi medio siglo, con poderosas usinas locales y globales para impulsarla y sostenerla.

En Argentina, una y otra vez ese pensamiento ha sido asumido por nuestros gobiernos. En 1976, en la década del ’90; el más reciente ha sido el de Macri: «la lluvia de inversiones» que iba a llegar simplemente porque un empresario «business friendly» estaba al frente. Lo que un economista norteamericano llamó «la varita mágica del hada buena de la confianza».

Uno está obligado a preguntarse si Mauricio Macri y los CEOs que lo acompañaron en cargos claves tenían realmente experiencia empresaria exitosa, distinta de la de ejecutivos o especuladores. Porque es evidente que un empresario va a invertir capital -inmovilizarlo por un período, arriesgarlo- si espera que esa actividad que emprende le va a dar ganancias. El «clima de negocios», la «seguridad jurídica», están muy bien, pero no dan dividendos por sí solos.

En la modesta opinión de este editor, la ansiedad no está puesta en la gestión del ministro Guzmán: es vital e inmediata, y tendrá repercusiones profundas en nuestro bienestar -o malestar- en los próximos meses. Pero sus resultados están necesariamente acotados: ningún fondo del exterior traerá capitales a Argentina en el futuro cercano. Ni se van a llevar demasiado, porque no lo hay. El «período de gracia» lo dará la realidad, con esos modales bruscos que tiene. Guzmán no está siendo -por lo que vemos- ni demasiado blando ni demasiado duro, los dos extremos que no convienen en una negociación. A lo sumo, tal vez el asesoramiento de algunos sindicalistas podría ser útil… 🙂

Es en el área del ministro Kulfas -no sólo en ella, claro- donde deben ya surgir las medidas, integradas en un plan, para poner en marcha los sectores que pueden proporcionar divisas -sin ellas, nuestra economía no funciona- y los que pueden brindar empleo -sin él, nuestra sociedad se destruye.


Las primarias en EE.UU.: papelón, sorpresa y grieta

febrero 5, 2020

(En realidad, quiero escribir de nosotros. Pero, además de mi perenne y verdadera excusa de falta de tiempo, siento que las actitudes en la franja a la que pertenezco -los politizados- están todavía muy atadas al día a día. Mientras encuentro tiempo y serenidad, recurro nuevamente a una nota sobre política internacional de AgendAR. Y tengo la impresión que lo que está pasando en Estados Unidos echa algo de luz sobre lo que pasa y lo que se viene en las democracias (imperfectas) de masas. Como la nuestra).

Anteayer, el lunes 3/2, fue la primer etapa del proceso electoral que definirá las candidaturas presidenciales en los Estados Unidos. El «caucus» en Iowa. Y 36 horas después del cierre, todavía están contando los votos en el Partido Demócrata. Manualmente.

Sucede que las autoridades del partido en el estado decidieron contratar una app móvil para tener los resultados más rápido. Los «caucus» son una institución tradicional del sistema partidario norteamericano que se conserva en varios estados. Se puede describir como asambleas de los afiliados a cada partido que se reúnen en cada localidad y votan por el candidato que prefieren; en algunos lugares en forma oral, en otros con boletas. La idea era que un mecanismo informático iba a simplificar el trabajo de contar los votos.

Los dirigentes del estado niegan terminantemente que haya habido un «hackeo»; dicen que se produjeron «incongruencias» en los resultados. La gente mal pensada se pregunta si el hecho que el ex vicepresidente (de Obama) Joe Biden parece haber estado ahí muy por debajo de las expectativas, haya tenido algo que ver. Biden es el favorito de la dirigencia demócrata.

Pero son Pete Buttigieg, un joven (38) político de Indiana de perfil transgresor y muy apoyado por las empresas tecnológicas, y Bernie Sanders, el veterano (78) senador de Vermont, autoproclamado socialista, quienes encabezan el escrutinio, hasta ahora. Las encuestas le daban una buena chance a Sanders, pero lo de Buttigieg ha sido una sorpresa para todos.

Con los datos del 62% de los distritos electorales disponibles, el tercero en las encuestas, Buttigieg, se erigía vencedor (con el 26,99% de los delegados), seguido de cerca por el favorito, Sanders (25,1%). Los separan cuatro décadas y muchas ideas (Buttigieg se enmarca en el lado moderado del espectro demócrata, Sanders, bien a la izquierda del partido), pero ambos comparten un perfil atípico, outsiders en los códigos de la política tradicional «yanqui».

El Partido Demócrata busca al hombre o mujer con quien superar el trauma de 2016, cuando una candidata de manual, Hillary Clinton, cayó derrotada frente a uno que parecía un imposible, un chiste habitual en los programas de humor. El país ha cambiado en estos cuatro años. La «grieta» es tan feroz como acá, o más. La presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, rompió públicamente el texto del discurso de Trump ante el Congreso.

En 2016, Donald Trump y Bernie Sanders eran, pese a las abismales diferencias en ideas y estilo, dos heterodoxos que habían llegado para sacudir la política estadounidense. Hoy, uno se sienta en el Despacho Oval y el otro ha pasado de moverse en los márgenes ideológicos del partido a representar una corriente central y situarse a la cabeza en varias encuestas.

Tampoco Buttigieg es una criatura de Washington. Se presentó a las primarias sin más experiencia en la Administración que ocho años de alcaldía de una ciudad de 100.000 habitantes, South Bend (Indiana). Si ganase, sería el primer presidente millennial, también el primero abiertamente homosexual. Forjado políticamente en un territorio eminentemente conservador, es religioso, ex militar y muy culto, con un discurso de aire obamaniano que habla de unificar el país, de lograr una gran coalición de votantes. Sanders es el viejo luchador de la izquierda, un independiente que hace cuatro años empezó a sacudir los cimientos del partido demócrata, al enfrentarse con fuerza a Hillary Clinton, y ahora espera dar el golpe definitivo al tablero político.

Los resultados, de consolidarse con el 100% del recuento, revelan el hambre de cambio del partido y son preocupantes para las expectativas de Joe Biden, el vicepresidente de la era Obama, que encarna la apuesta continuista y se ha situado cuarto, aunque sigue liderando los sondeos de ámbito nacional. La progresista senadora Elizabeth Warren quedaría tercera con un 18%.

En cualquier caso, Iowa no decide la nominación. Sólo elige a 41 de los 1.991 delegados necesarios para ganarla. Es un estado pequeño, blanco y rural, y es el primero en celebrar las primarias de ambos partidos por tradición (una que después del papelón del lunes va a ser cuestionada). Pero es el primer resultado, y todos son influenciados, quieran o no, por esos votos que todavía se están contando. A mano.