(Marcha indígena en Bolivia. Cortesía del blog trosco «El Diablo se llama Trotsky)
Cuando están crujiendo las economías y las sociedades de los países desarrollados del Atlántico Norte, puede parecer extraño volver la mirada a los problemas de Bolivia. Mis motivos, como de costumbre, son prácticos: Es un país vecino nuestro, el más extenso después de Brasil. La colectividad de ese origen es una de las más numerosas, y creciendo, en nuestro país, y juega un humilde pero importante rol en nuestra economía, como fuerza de trabajo en la construcción y como productores hortícolas. Y por sus hábitos de frugalidad, ahorro y esfuerzo es la que más se acerca en nuestro país a la mítica burguesía que según Weber dio origen al capitalismo. Además, sus problemas arrojan luz sobre los nuestros. El indigenismo, claro, que es un factor menor pero no trivial en nuestra realidad. Y, sobre todo, la represión.
Tal como he sido acusado, este blog ha mirado con simpatía a Evo Morales desde el comienzo. Es cierto que no ha sido por los motivos que lo convirtieron en ídolo de la progresía internacional. Como resumí hace un par de años, «Evo Morales, mucho antes de ser político, se dedicó al (muy humilde) negocio familiar del cultivo de coca. Contribuyó a organizar a los otros colonos aymará que cosechaban como él en San Francisco, Cochabamba, y llegó a ser el máximo dirigente de una federación de campesinos cocaleros que se resistía a los planes gubernamentales para la erradicación del cultivo de la hoja de coca. Piensen en él como una versión aymará de Buzzi o de Llambías. Ahora, como político, tiene más el estilo Kirchner.
No soy un conocedor profundo de lo que fue el Alto Perú, y antes el Tahuantisuyo, y juzgar a Evo es, en última instancia, una prerrogativa de los bolivianos. Pero les sugiero que lean – si se manejan en inglés – el siguiente informe Bolivia: The Economy During the Morales Administration . Para los que no dominan el idioma, o no tienen tiempo, les traduzco el primer párrafo “El crecimiento económico de Bolivia en los últimos cuatro años ha sido mayor que en cualquier otro momento en los últimos 30, un promedio del 5,2 por ciento anual desde que la actual administración asumió el cargo en 2006. El crecimiento del PIB previsto para 2009 es el más alto en el hemisferio“. Y las cifras no son del Center for Economic and Policy Research, sino de fuentes oficiales, incluído el Fondo Monetario Internacional«.
Seguí en el blog las buenas noticias sobre su gestión de la economía boliviana, como por ejemplo aquí y aquí. Pero mi adhesión tiene una base ideológica, y una buena síntesis está en esta crónica del discurso de su campaña por la reelección, en 2009, y que yo subí al blog:
“Aeropuertos, represas, rutas asfaltadas, fundiciones de minerales, grandes puentes sobre los ríos amazónicos, una computadora para cada maestro, comunicaciones baratas para todos, polos de desarrollo, industrialización del litio y del hierro, plantas de geotermia, exportación de energía eléctrica, plantas de etano, etileno, metanol, ampliación de la nueva línea aérea estatal. E, infaltable, la propuesta estrella de la campaña electoral del MAS: la compra de un satélite de comunicaciones a China, por 300 millones de dólares, bautizado Túpac Katari en honor al caudillo aymara que se rebeló contra la colonia española en el siglo XVIII.
Evo Morales sintetizó punto por punto, en su largo último discurso de campaña en El Alto, el programa desarrollista y modernizador con el que mañana, según todas las encuestas, será ampliamente reelegido para cinco años más a cargo del Poder Ejecutivo.
Bajo este “optimismo tecnológico”, el viceministro de tecnología, Roger Carvajal, dijo hace pocos días que en los quince años de vida útil del satélite, los bolivianos deberán capacitarse para construir otro que sea 100% boliviano. Y la propaganda del MAS anuncia que “Bolivia ingresa a la era espacial de las comunicaciones”.
Quienes en el cierre de campaña del jueves esperaban un discurso “ancestralista” o antimoderno se equivocaron. En su lugar, el primer presidente indígena de Bolivia buscó proyectar la imagen de un país desarrollado y moderno, lleno de fábricas estatales, donde “el campo sea más desarrollado que la ciudad”, y la gente pueda ir “con su coche o en avión a pasar un fin de semana a la Amazonia”.
Una Bolivia donde “el Estado tenga sus propias fábricas de cemento. En ese momento, empezaremos a pavimentar caminos, de cantón a cantón, de provincia a provincia, de comunidad a comunidad”, anunció Evo Morales quien ayer inspeccionó la entrega de ingenios a las cooperativas mineras y una fábrica de tractores instalada en Cochabamba.
Varios “turistas revolucionarios” extranjeros se mostraban algo sorprendidos por el tono desarrollista del discurso, alejado de sus apelaciones eco-comunitarias a favor de la Pachamama en el exterior. Pero los bolivianos de a pie aplaudían cada una de las obras anunciadas o ya realizadas, para dar el “gran salto industrial”.“
Por supuesto, agregué yo, eran promesas electorales. Pero cuáles promesas un dirigente hace, y su pueblo recibe con entusiasmo, creo, es un elemento a tomar en cuenta.
Eso sí, los que estamos a favor de un desarrollo nacional debemos tener muy claro que una pregunta que los pueblos nos pedirán contestar aiempre es ¿A quiénes favorece? En la Bolivia de este siglo, con una vigencia étnica y cultural de quechuas, aymarás, y otras comunidades, con una historia de discriminación y explotación feroz – que fueron las que justamente aseguraron la permanencia de esas realidades separadas -, con el desprestigio tanto del capitalismo liberal como de experiencias precariamente estatistas y la total inadecuación del «estado obrero imaginado por intelectuales pequeño burgueses» caro a los troskistas… era inevitable que Evo o cualquier otro líder popular se volcase al mito indigenista, al socialismo comunitario.
Atención: otra cosa a tener claro es que «mito» no es «engaño». Es una creación simbólica que no es la realidad, pero motiva y condiciona lo que los hombres hacen. Por ejemplo, la constitución del Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario de Bolivia. La afirmación étnica que implicaba, el rescate de tradiciones y símbolos ancestrales, sirvió para el orgullo de las comunidades postergadas de Bolivia. Compensaba, a mi juicio, que entre las tradiciones rescatadas hay algunas con carga negativa. Por ejemplo, una «justicia popular» bastante parecida al linchamiento. Después de todo, la justicia formal no ha sido casi nunca justa en ese país.
Ahora, el problema básico del indigenismo extremo, del reconocimiento de identidades nacionales separadas para cada tradición cultural – vigente, en muchos casos; reinventada, en otros – es que a las nacionalidades les resulta muy difícil, si no imposible, reconocer una autoridad por encima de ellas, que sienten necesariamente ajena (Echar un vistazo a la Unión Europea). Esas nacionalidades fabricadas pueden convertirse entonces en enemigas de la Nación, del patriotismo.
No estoy diciendo que eso es lo que sucede hoy en Bolivia. No estoy juzgando – no estoy autorizado para hacerlo – si el reclamo de la Asamblea del Pueblo Guaraní, apoyado por la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), oponiéndose a que una carretera atraviese el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, es válido o no. Sólo, al ver quienes proclaman, a la distancia, claro «¡Viva la lucha de los pueblos indígenas del TIPNIS! ¡Por la defensa de su derecho a la autodeterminación nacional!«, me da mala espina. Porque estos muchachos son piedra. Cada vez que ellos apoyan, sinceramente, una causa, los apoyados terminan masacrados y triunfantes los peores intereses.
En serio: la convivencia de nacionalidades distintas en el mismo territorio es problemática. El Imperio Otomano lo manejó durante siglos, con métodos brutales. Pero otros imperios, más recientes, han usado y usan las nacionalidades como un instrumento contra la consolidación de Estados Nacionales fuertes. Además, claro, de su uso en la lucha política interna. Cuando los tobas, los Qom, llevaron su justificada protesta a la Avenida 9 de Julio, quien les proporcionó baños químicos y otro apoyo logístico fue ese defensor de los pueblos originarios, Mauricio Macri.
Por eso no me horroriza demasiado la represión que autorizó o permitió el gobierno de Evo Morales. La fuerza es la «última razón de los reyes«, y de los Estados. Es hipócrita, además de imbécil, afirmar que no deben usarla en ninguna circunstancia. Especialmente, si los que la condenan con más indignación, la aprueban de inmediato y sin dudar cuando los «buenos», «democráticos» y/o «revolucionarios» reprimen a los «malos», «totalitarios» y/o «reaccionarios».
Pero que no me horrorice no quiere decir que no la considere un grave error, o que sus autores no deban ser castigados. Las fuerzas militares o de seguridad son hombres – a veces mujeres – a quienes el Estado confía armas, o autoridad para disponer su uso. Siendo la naturaleza humana como es, su impunidad agrava los problemas.
Y el hecho que Evo es el gobernante legítimo de Bolivia, y que los intereses de su etnia, mayoritaria, requieren buenas comunicaciones para el comercio hacia Brasil y hacia Argentina, no le permite usar cualquier herramienta para imponer su autoridad. Otros gobernantes han perdido su legitimidad y el apoyo de su pueblo por ese camino. Tengo que decir, aunque suene localista y «partisano», que la política de Néstor Kirchner proclamada a partir de 2003 – «no criminalización de las protestas» – ha sido acertada. No porque lograse el sueño imposible de impedir toda represión, o todo abuso, pero si consiguió el objetivo razonable de disminuir los choques, y de abrir un cauce a los reclamos. Evo Morales debería lograr igual resultado, porque eso será beneficioso para Bolivia, y para toda América del Sur.