Clasismo y restricciones sanitarias

abril 25, 2021

En el mundo de las redes sociales -siempre dispuesto a indignarse- está circulando la imagen de arriba, las fotos de 2 páginas del diario La Nación, como ejemplo horrible de los prejuicios clasistas.

Y sí, obvio que La Nación es clasista. Lo era cuando la fundó don Bartolo, 151 años atrás. Y se ha hecho más clasista ahora que el hijo de un inmigrante calabrés compró una participación accionaria importante. Los nuevos ricos generalmente exageran.

Pero lo más importante que muestra, me parece, es la dificultad para imponer restricciones (como le llaman ahora a la cuarentena).

La irresponsabilidad -la disposición a correr riesgos, bah- es policlasista. ¿Cuánto tiempo tardaron las estadísticas sobre cáncer de pulmón y EPOC en bajar el consumo de cigarrillos?

Este posteo -todavía más breve y superficial que la mayoría- no es una invitación a bajar los brazos. La intención es marcar que imponer las restricciones necesarias a la conducta espontánea de las personas -aún cuando, como ahora, una mayoría esté dispuesta a aceptarlas, al menos en principio- es difícil, y necesita de una comunicación inteligente -que no hay- y de un empleo visible, prudente y continuado de la presión de las fuerzas de seguridad. Que hay muy poco de eso. Al menos en el Área Metropolitana.


Pandemia, educación y economía. Un posteo superficial

abril 15, 2021

Aclaro que todos mis 5.296 posteos son superficiales, salvo rarísimas excepciones. Pero este surge de la necesidad de explicar un tweet mío, así que es superficial al cuadrado.

Dije hace un rato: «Una reflexión desubicada y soberbia. O sea, para twitter. Esta pandemia es 1 ocasión extraordinaria p rediseñar 2 cosas fundamentales y muy atrasadas: el sector público de la economía y la educación«. Y agregué «La pena es q coincide con -salvo 1/2 docena de excepciones- en el país y en el mundo c el liderazgo político y el análisis intelectual más mediocre de los últimos 200 años».

Lo del sector público de la economía no debería ser necesario aclararlo: su crecimiento -en muchos casos, desordenado- es un dato de la realidad, que se puede apreciar en todos los países. Además, estamos asistiendo a un fenómeno sorprendente, que se podría llamar «la privatización parcial de lo público». Ese sector incluye ahora a las ONGs, de las cuales unas cuantas son más poderosas que los Estados de muchos países pobres.

Eso sí, hay un fenómeno socio-económico-tecnológico que hace que este crecimiento aparezca incontenible: en las sociedades que estudiaron los economistas clásicos (incluyo a Marx en esa tribu) la clave era organizar el trabajo de las mayorías para acumular riqueza (como inversión o consumo suntuario). En la actual… el trabajo es, cada vez más, algo que hacen las minorías. Le cae al sector público ver qué se hace con las mayorías…

Lo que esta pandemia obliga, y obligará cada vez con más fuerza, al sector público -sobre todo a los Estados nacionales, que son los que tienen los fierros- a recolectar información, a financiar investigaciones sin uso militar (las que tienen uso militar las financian desde los tiempos de faraones y reyes sacerdotes) y a imponer restricciones. Muchas son boludas, pero todas tienen consecuencias, que obligan a tomar otras medidas…

De la educación no voy a escribir aquí. Hay miríadas de bibliotecas ya escritas, casi todas en un pedagogués insoportable. Sólo voy a señalar que actualmente los párvulos pueden acceder y acceden al 98% de la información que necesitan o se les ocurre a través un aparatito que la mayoría tiene en su bolsillo: el celular. Lo mismo que los adultos. Entonces las escuelas cumplen la función de guardería y socialización, pero tienen lo organización y currícula de los tiempos de Sarmiento. Con menos disciplina y salarios docentes más bajos, eso sí.

Lo que dije de los liderazgos… es también un dato de la realidad. Sólo agrego que yo no soy un líder; comparto la mediocridad de los liderados.

Pero puedo encontrar una excusa para los líderes que tenemos: en la última generación se han dejado caer algunas ideas básicas sobre el poder político y el Estado que en Occidente empezaron a desarrollarse con Maquiavelo (en China la escuela legalista las discutía 2 mil años antes; tal vez por eso ahí compran menos buzones).

No estoy diciendo que ahí está incluida toda la Realidad humana. Por cierto, no lo está. Pero son conceptos que los gobernantes (y toda persona culta; leer la correspondencia de San Martín) tenían en su cabeza. Hoy, el discurso político varía entre un democratismo santurrón que le habría provocado risa a Lincoln, o un marxismo diluido y sentimental que le habría provocado vómitos a Marx.


Carta a un imbécil

abril 10, 2021

A mí me gustan las novelas de Pérez Reverte. Pero mis gustos en lecturas se formaron de pibe, leyendo a Dumas, Salgari y los novelones de Ponson du Terrail, así que no los tomen como crítica literaria. Sus ideas y valores… algunos los comparto, mucho. Pero aún esos puede fastidiarme la forma en que los plantea.

Es inútil. A los argentinos y a los españoles nos pesan mucho las historias que hemos vivido -a los que hemos vivido bastante, digamos más de 50 años- y han sido muy distintas. Es difícil que nos entendamos.

Pero esto que leí de él me parece universal. Es decir, para todos lugares y para este tiempo. Lo copio, aunque les advierto que está escrito en un madrileño que puede irritar a paladares sensibles. Pero no tengo tiempo de traducirlo a un castellano neutro (porteño).

ooooo

«A ver si soy capaz de explicártelo, pedazo de gilipollas. Lee bien lo que te digo por si te sirve de algo, y de paso me sirve a mí. Uno de los efectos secundarios de la infinita capacidad de estupidez del ser humano es que reduce la compasión de cualquier observador lúcido. De esa estupidez nadie es inocente; todos somos responsables y víctimas. Pero sus manifestaciones extremas encierran un daño colateral: que cuando llega la nueva desgracia pronosticada en la lotería de la vida, ésa que las despiadadas reglas naturales imponen periódicamente –geometría del caos lo llamaba Faulques, un fulano que sale en una de mis novelas–, algunos observadores lúcidos miren la cosa con menos horror que curiosidad científica. Incluso con un amargo «pero ¿qué esperabais, idiotas?». Y ojo al dato, oye. Porque lo de idiotas va por ti.

La compasión, te digo. Busca la palabra en el diccionario y me ahorras texto. Me preocupa que ahora la pongamos tan difícil. Tú y yo, claro; pero –perdona que aquí pluralice menos– sobre todo tú. En otros tiempos tenías justificaciones, atenuantes; pero hace mucho que casi todos llevamos en el bolsillo un aparato donde basta pulsar una tecla para acceder a tres mil años de cultura, ciencia y memoria. Así que la excusa de la ignorancia no vale un carajo.

Y esa certeza es peligrosa, porque de las pocas palabras que cuando todo se derrumba nos mantienen erguidos –dignidad, lealtad, amor, honradez y alguna otra– la compasión es básica. Si se pierde, es difícil recuperarla. Y sin ella, el ser humano se convierte un poco más en el peligroso animal que siempre fue, aunque la idiotez de nuestro siglo lo camufle con frases de Paulo Coelho. Sin compasión, estamos fritos. Nos volvemos gruñones, misántropos, egoístas, vitriólicos, francotiradores. Sin compasión me acabaré ciscando en tu puta madre, y eso no es bueno. No me quites la capacidad de compasión, por la cuenta que nos trae. Por lo menos, a mí.

Esa compasión me la pusiste de nuevo en peligro hace unos días, viéndote en la tele. Eras tú, el de siempre. Salías hablando de los terremotos que han sacudido Granada porque ese día eras de allí, aunque te he reconocido en otros lugares. Y oyéndote hablar, me enganchaste de nuevo. Tu comentario era estupendo, y lo apunté para que no se me fuera: «Tienen sismógrafos para prevenir estas cosas, pero nadie nos ha avisado. Es una vergüenza». Eso fue lo que soltaste. Y no me digas que recordada en frío no es una frase cojonuda. Resume de forma admirable un montón de cosas que no detallaré porque sonarían a insulto, pero sí te digo una: estás mal acostumbrado, ciudadano. O, seamos compasivos, te acostumbraron mal. Pasó igual cuando la tormenta Filomena taponó España con nieve, las carreteras se llenaron de automóviles bloqueados pese a que se había advertido de lo que venía, y saliste en el telediario a quinientos metros de Carrefour –ese día eras mujer, pero te reconocí– indignado porque tenías niños en el coche, llevabais allí doce horas «y no ha venido nadie a ver cómo estamos, y ni siquiera nos han traído un café».

Podría seguir poniéndote ejemplos. Los hay a millares, pero con ésos te harás idea, a menos de que seas muy imbécil, de por qué te llamo imbécil. Primero, por tu incapacidad de asumir que el mundo es un lugar hostil donde pasan cosas malas, donde normalidad y seguridad son relativas, y donde puedes horrorizarte, pero no sorprenderte. Y en segundo lugar, porque crees que el Estado, sea el que sea y lo maneje quien lo maneje, tiene la capacidad y la obligación de llevarte ese café o avisar por teléfono de que en tu casa se van a resquebrajar las paredes dentro de media hora.

Pretendes, cretino implume, que el mundo sea una oenegé dispuesta a atenderte en el acto; y en caso contrario buscas automáticamente un responsable, una autoridad, un policía, un bombero; alguien en quien descargar el resultado de tu imprevisión, o a quien atribuir responsabilidades que nada tienen que ver con la voluntad humana. Eres tan infantil que no comprendes que no todo es previsible, y que nadie es inmune al caos periódico, al zarpazo de una Naturaleza desprovista de sentimientos. Se cae el avión, pillas el bicho, se estrella el coche, y lo primero que haces es buscar a quien se zampe el marrón. Necesitas culpables, y tal vez ésos a los que acusas lo sean; pero no por los motivos que esgrimes. Llevan demasiado tiempo haciéndote vivir en un cuento de hadas que acaba cuando pasas la página o tecleas en Google las palabras Boko Haram, Afganistán o mujeres de Ciudad Juárez. Te han hecho creer que el mundo es por fin un lugar seguro y que papá Estado se ocupa de todo. Te han engañado como a un chino, suponiendo que a los chinos de ahora los engañe alguien.»


Video para un Viernes Santo

abril 2, 2021

Hace unos dos mil años, más o menos, que empezó a contarse una historia: que Alguien, Autor de Todo, de los dinosaurios y las gallinas, de las tormentas y la mecánica cuántica, nos amaba tanto que envió a su Hijo, que también era Él, para dar un mensaje y morir por nosotros.

Algunos lo creen y otros no. Pero aún quienes creen lo interpretan de maneras distintas. Murió ¿para expiar una culpa? ¿para dar un ejemplo? ¿para compartir nuestro dolor? Como sea, recuerdo que cuando era más joven -hace bastantes años- esta canción de Serrat me impresionó. Y ahora este video me lo recordaba


Una imagen para un 2 de abril

abril 2, 2021

Esta es una foto tomada el 15 de octubre de 2001 por el satélite SAC-C, desarrollado por INVAP para la CONAE. Hoy la subió INVAP a las redes sociales, y quiero reproducirla aquí.


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