La tarde del viernes y la noche del domingo dediqué algunas horas a sendos «posts» en este blog sobre qué – a mi modo de ver – estaba pasando (No es que escribí tanto; es que mientras lo hago, voy ordenando mis ideas). Para recordarme – con sarcasmo – mi propio planteo sobre las diferencias entre las noticias del día y los hechos de la década, Kirchner decidió ayer redoblar la apuesta y ordenó a Alberto Fernández que levante la reunión prevista con las cuatro entidades.
No debió sorprender; a algunos no lo hizo. Por ejemplo, el lunes, bien a la mañana, un buen amigo cercano al sistema K, cuestionó una observación mía: Que N. K. nunca se había enfrentado frontalmente a un movimiento social con capacidad de movilización. Me dijo: «Acordate de la huelga de los docentes de Santa Cruz«. Cierto: el año pasado, una larga huelga de maestros en la provincia del presidente tuvo mucha repercusión en los medios. Hubo marchas, desmanes, represiones, una 4×4 atropelló a algunos manifestantes, Kirchner llamó «cobardes patoteros» a los huelguistas,… Finalmente, tras un cambio de gobernador, un aumento razonable, un doble aguinaldo, y 41 días sin clase, los docentes aceptaron la oferta. Para los olvidadizos, Clarín y La Nación lo cuentan aquí, aquí y aquí. Y luego, en octubre, el oficialismo ganó las elecciones en Santa Cruz.
Sigo pensando que es un grave error del gobierno. Por algo, K no se había permitido llegar a eso, como presidente. Además de las visibles diferencias en escala entre Argentina y Santa Cruz, hay otras, estructurales: Santa Cruz vive del petróleo y la gran mayoría de los trabajadores son empleados públicos. De todos modos, mi opinión sobre esta pelea sigue siendo la que subí el 26 de marzo: si el conflicto es gremial, se arreglará, con un porcentaje mayor o menor. Si es político, el gobierno lo pierde. Porque el conurbano y los industriales no quieren, y la progresía no puede, enfrentar al agro. Y el Estado… Stalin tenía la G.P.U. para aplastar a los kulaks; Cristina a lo sumo tiene una AFIP que puede inquietar a cientos, pero no a decenas de miles.
El riesgo trasciende a esta pelea y alcanza los resultados electorales: más allá de la economía, en algún momento una parte importante de los argentinos se cansó mal del estilo Menem. Otros, también numerosos, se cansan, mal, del estilo K. Pero, por supuesto, puedo estar equivocado. Néstor llegó a Presidente, y yo no.
Por eso me parece que corresponde que haga caso a mi propio planteo sobre la coyuntura y lo permanente. Que deje de comentar la pelea (igual, me revienta la ética de hinchadas de fútbol de muchos comentaristas, de ambos lados) y que diga (breve) lo que pienso que debemos hacer los argentinos con y en el campo.
Argentina debe seguir siendo un país agro-exportador, con el ritmo de crecimiento de estas décadas. No hay otra forma que pueda dar un nivel de vida razonable a su población urbana, desarrollar sus industrias (entre ellas, la alimenticia), y tener los recursos para salvaguardar el medio ambiente, protegiendo entre otras cosas la agricultura a escala humana como hacen los países europeos y Jorge Rulli pretende. Sin guita, el Estado no puede proteger a los débiles y a la ecología con discursos.
Por eso, las retenciones son una herramienta necesaria, además de útil. De a poco, se puede poner en práctica la propuesta de algunos ruralistas (los grandes): que sean a cuenta de los impuestos a las ganancias. Es una forma de incentivar el blanqueo de los productores. Pero hay que tener claro que hoy los pequeños y medianos suelen estar en negro en buena parte de su actividad – como la mayoría de los pequeños y medianos empresarios argentinos – y no debe convertirse en un instrumento que favorezca la concentración.
El Estado no puede administrar el agro (la difunta Unión Soviética fue un experimento concluyente). Pero tampoco puede dejarlo en manos de unos pocos agentes económicos poderosos (las exportadoras, los inversores de los pools, las multinacionales de la biotecnología) como es el resultado de la polìtica actual en Argentina – y en buena parte de Latinomérica – para negociar solamente recursos para el fisco y precios accesibles de los alimentos para la población urbana. Los objetivos del Estado deben incluir la protección de los recursos naturales en el largo plazo, y el fortalecimiento del productor rural, no porque es pequeño y eso queda bien en la propaganda, sino porque – contrario al mito de la izquierda vieja – han sido en los últimos 40 años el sector empresario más innovador y competitivo de Argentina, y pueden seguir siéndolo.
Nada de esto puede hacerse desde un escritorio, y menos desde un pensamiento cerrado en sí mismo. Esto se hará discutiéndolo y regateando con los hombres del campo realmente existentes: la FAA, la CRA, Coninagro, la SRA, y también UATRE y, porqué no?, MOCASE. Sin olvidar que el Estado, además de ser el instrumento que tiene la sociedad para el bien común, está formado por políticos y técnicos, hombres con intereses y prejuicios tan fuertes como los de cualquiera de esas entidades. La historia argentina nos demuestra que un enfoque federal, que da juego a las realidades locales preservando la unidad, es la única forma que podemos manejar un proceso así.
¿Quiénes pueden a llevar adelante esta política? El gobierno ha quedado encerrado en su propia lógica de confrontación; los partidos que fueron a Rosario, creo como el amigo Euge, están encerrados en el horizonte de la próxima elección. La apuesta que puede hacer la Argentina es que haya hombres y mujeres en esas organizaciones rurales (vean esta entrada de Manolo, que es optimista), pero también en los sindicatos y entidades empresarias, en municipios y provincias, que puedan trascender sus intereses inmediatos – sin dejarlos de lado – y construir las redes que sirvan de base a las propuestas del futuro.