La guerra en cuotas entre Irán e Israel. Y comentarios locales

Empiezo con lo local. Y personal. A pesar de mi vocación de comentar aquí casi todo lo que llama mi atención, escribí muy poco sobre la guerra en Ucrania, y, desde hace algunos años, poco sobre los enfrentamientos en Medio Oriente. Es porque creo que la política internacional, y la guerra, son temas apasionantes, pero no son un deporte espectáculo. No hay lugar, sostengo, para las hinchadas.

Y entre nosotros, en los debates sobre la política exterior argentina -la que se hizo, la que se debe hacer- predominan las hinchadas. Quizás porque no tenemos historia como país de protagonismo en los conflictos internacionales -salvo unas pocas semanas, hace 42 años.

En realidad, esos entusiastas compatriotas no «hinchan» por uno de los bandos. Salvo las colectividades afines, claro. Que se esfuerzan, donan recursos, y a veces van como voluntarios a luchar. Somos un que sumó muchos inmigrantes de, por ejemplo, Europa Oriental y Medio Oriente.

El resto, que incluye a no pocos de esos orígenes, por la diversidad argenta, toma partido por motivos que tienen que ver con nuestra política interna. O nostalgias ideológicas, contradictorias. Muchos que vienen de la derecha tradicional y católica hoy son fervientes partidarios del estado judío, y hay muchos de formación marxista, entre los que apoyan a la República Islámica.

Esto sería otra característica argenta. Pero en este siglo esas «hinchadas» -minorías politizadas que toman partido en la política internacional- están influyendo cada vez más en las decisiones de nuestros gobiernos.

Atención: los intereses económicos locales y la ansiedad por ganar aliados exteriores para alcanzar o retener el poder- han influido en la política exterior de nuestros dirigentes desde antes que hubiera un gobierno argentino (ver «La Representación de los Hacendados», de Mariano Moreno y Manuel Belgrano), Eso pasa en todos los países.

Pero esto es distinto. Surge de una pulsión por identificarse -en la fantasía- con un bando que es el «Bueno», en el repudio al otro que es el «Malo». Estas hinchadas y sus fantasías influyen en nuestros gobernantes, que deben tenerlos en cuenta porque son sus militantes. Compartan o no esas fantasías, 

Y a fines del año pasado triunfó en las elecciones alguien que las compartía: el actual presidente Javier Milei. Al que en realidad se debe considerar como el jefe de una hinchada. La conduce mostrándose como el más fanático de todos.

Ojo: no es el único caso, si bien el más extremo. Gobernantes más prácticos se han manejado con esa lógica. Pregúntense, por ejemplo, si para descartar un ALCA, que no nos convenía, era necesario montar una contra conferencia en Mar del Plata, con la presencia estelar de Chávez y de Maradona…

El aún menos conveniente Tratado de Libre comercio con la Unión Europea ha estado en el freezer por 20 años, y seguirá así.

(El Peluca podría aceptar cualquier cláusula, pero Brasil, con Lula o aún con Bolsonaro, es más responsable. Sus hinchadas sólo se apasionan por el futbol).

Así que aquí van mis reflexiones sobre la guerra entre Irán e Israel, sin pretender expertise especial. Mi idea es aportar mis 2 centavos a un debate más realista entre los politizados. Hay expertos que publican, y comunicadores serios, pero los gritones apasionados los superan.

ooooo

Una observación fundamental, antes de comenzar: este NO es el conflicto Israel-Palestina. Tienen mucho que ver esas dos historias, pero no surgen de los mismos motivos, no empezaron juntas, y tal vez no terminen al mismo tiempo. Si terminan.

Lo primero que se percibe en el enfrentamiento entre esas dos potencias militares del Medio Oriente, Irán e Israel, es que a lo largo de más de 4 décadas hubo una muy lenta escalada, llevada adelante por ambos lados con mucha cautela. Sigue así, y en el fin de semana pasado y este viernes esa guerra en cuotas subió un importante escalón. Con mucho cuidado, por ambos bandos.

El moderadamente masivo ataque con drones y misiles que lanzó Irán el sábado 13 fue una represalia anunciada, para vengar el bombardeo israelí que mató a altos jefes militares de la Guardia Revolucionaria en el consulado persa en Damasco, Siria.

Fue tan anunciada que el canciller iraní la informó a embajadores occidentales y periodistas, cuando los proyectiles aún estaban muy lejos de su blanco. No una táctica militar eficaz, por cierto, pero acordaba con el propósito de cumplir su amenaza de castigar ese bombardeo, sin cruzar una invisible línea roja, una que obligaría a Israel a usar toda su fuerza militar.

E Israel también parece querer mantenerse en ese nuevo escalón: lanzó anoche un ataque deliberadamente «débil» en territorio de Irán (y, aseguran sus fuentes, otros en fuerzas iraníes en Siria y El Líbano). Los medios persas minimizaron las consecuencias del ataque y anunciaron el derribo de drones. Además, Irán «dejó saber», a través de Sergio Lavrov, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, que no piensa tomar represalias por ese ataque.

Parece evidente que por toda esa mezcla de patriotismo, religiosidad e identidad cultural que caracteriza al Medio Oriente, esas dos potencias regionales siguen la lógica que contiene a las Grandes Potencias globales desde 1945: el riesgo de destrucción mutua es demasiado grande. Más adelante amplío esto.

El conflicto empezó muy lentamente, a partir de la Revolución Islámica de 1979. Si en la década del ´80, Israel le vendió armas a Irán, que estaba en guerra con Irak. No lo anunció ruidosamente, claro. La hostilidad ideológica era evidente desde el comienzo, pero no tenían una frontera en común, y si tenían, ambos, enemigos más cercanos.

Esta situación de hostilidad a distancia cambió. Porque los dos países que tenían capacidades militares y sus territorios se interponían entre Irán e Israel, ya no las tienen. Y casi ya no son Estados.

Esto es una tragedia histórica. Porque se trata de Irak y Siria, la Media Luna fértil, la región donde nació la agricultura, el alfabeto, las primeras ciudades que el ser humano construyó. Irak fue destruido como Estado con una fuerza militar apreciable por los EE.UU., y ahora está cerca de ser un satélite de Irán.

Siria… ha sido desgarrada por sus luchas intestinas, agravadas por el derrumbe iraquí y las intervenciones de EE.UU., Israel, Rusia… Con distintos objetivos y apoyando a distintos bandos, pero el resultado fue la destrucción de un país.

Como sea, había razones para el enfrentamiento más allá de la ideología. Cuando Israel mira a su alrededor, ve que por territorio, población, industria y tecnología, Irán es la nación del Medio Oriente que puede ser su enemigo más peligroso.

Por parte de Irán, la única nación musulmana donde la fe chiita era mayoritaria y, desde 1979, gobernaba, el enfrentamiento con Israel, la nación que era vista por los pueblos del Medio Oriente, mayoritariamente sunnitas, como una intrusión de «Occidente» en su suelo, era una forma de ganar legitimidad y afirmar liderazgo. Además, EE.UU. había sido hostil a su gobierno teocrático desde el comienzo. Y «el aliado regional de mi enemigo es mi enemigo».

Irán comenzó a apoyar a las facciones islámicas que, en la región, combatían a Israel. Primero, a las de la fe chiíta, como Hezbolá, pero luego a todas, incluso a la sunnita Hamás.

Israel llevó adelante una política de asesinar a jefes militares y científicos nucleares iraníes, y a sabotear los desarrolló tecnológicos que pudieran ayudar a Irán a construir armas atómicas.

¿Cómo seguirá el enfrentamiento? ¿Cuándo caerá la próxima «cuota» de esta guerra? Imposible saberlo, pero hay razones poderosas para que continúe. Como las hay para que las Potencias intenten «moderarlo».

Israel no puede permitir que un estado abiertamente enemigo obtenga armas nucleares, bajo riesgo de aniquilamiento. Irán no puede dejar de lado su enfrentamiento con Israel, sin el riesgo de un derrumbe de su gobierno y de su unidad nacional, como el que acabó con la Unión Soviética.

El escenario: Israel tiene un arsenal nuclear significativo, pero su territorio es pequeño. Irán, por lo que se sabe aún no tiene esa capacidad, pero mucho más territorio y población. Y su industria de armamentos y sus fuerzas militares están dispersas. Podría asestar golpes muy duros a su rival.

¿Sus recursos serían suficientes para derrotar a Israel en una guerra abierta? Hoy seguramente no, porque no hay frontera común que facilite un ataque terrestre y la capacidad nuclear israelí desequilibra cualquier balanza. Pero sí para infligirle gravísimos daños y debilitarlo frente a sus otros enemigos.

«Occidente» -es decir, EE.UU. y sus aliados con capacidad de intervención militar (entre los que no se cuenta Argentina, obvio) actuarán, si Israel es atacado en forma que amenace su supervivencia.

Por otro lado, Irán es hoy un aliado, y proveedor de material militar, de Rusia ¿Ésta iría a una guerra abierta por la República Islámica? Su destrucción, aún sólo su eliminación como potencia militar, debilitaría su influencia y amenazaría su seguridad. Ya fue a la guerra en las llanuras de Ucrania por esos motivos.

Otro factor que es necesario tomar en cuenta son dos potencias militares regionales: Egipto y Arabia Saudita. Ambos sunnitas, no sienten simpatía por Israel ni por Irán, y no les gustaría que ninguno de los dos quedara en una posición de hegemonía regional.

Egipto mantiene desde hace más de 40 años acuerdos con Israel, que ha mantenido a pesar de la hostilidad que despierta en gran parte de su pueblo. Arabia Saudita aceptó, hasta cierto punto, los «Pactos de Abraham», el intento de Israel de establecer relaciones con sus vecinos árabes. Y esas dos potencias musulmanas mantienen relaciones cordiales, de distinta naturaleza, con EE.UU. y Rusia. Si Israel aceptara un Estado palestino, en condiciones aceptables para la mayoría de los palestinos, Egipto y Arabia Saudita podrían ser las claves de un equilibrio regional. Algo que no existe desde hace más de un siglo. Pero eso es hoy solo una especulación teórica.

Y Argentina, qué? 

En el plano militar, nada. Nuestro país no está hoy en condiciones de intervenir militarmente con eficacia fuera de los límites de su territorio continental. Aún así, no es un conflicto ajeno.

Tenemos colectividades numerosas y enraizadas entre nosotros, la judía y la árabe. Hasta contamos con una pequeña minoría persa, y estamos recibiendo un influjo apreciable de prósperos inmigrantes rusos. Pero no hemos mostrado en nuestra política exterior coherencia y estabilidad suficiente para ofrecernos como mediador, en el hipotético caso que alguien lo aceptara.

Por ahora, nuestra preocupación debe ser el destino de Argentina y de nuestra región, la América del Sur, en un mundo donde esta guerra, y otras como esta o más terribles, con el uso de armamento nuclear, serán parte del paisaje. EE.UU. ya no está en condiciones de imponer una «Pax Americana», y una «Chino-americana» no está en el menú previsible para esta década.

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