La lógica de la fórmula Cristina Kirchner – Roberto Lavagna

febrero 4, 2019

Como ya es hábito en el blog de Abel, empiezo precisando términos / abriendo el paraguas. No estoy haciendo un pronóstico, ni tampoco una promoción (ninguna de las dos personalidades aludidas contrató a mi agencia, lamentablemente). Analizo lo que indico en el título, la lógica detrás de esa fórmula imaginaria, lo que me permite exponer algunas ideas que tengo desde hace tiempo sobre el peronismo que puede venir.

(Eso sí, tengo claro que la ansiedad hará que se lea como un pronóstico, nomás. Como cuando hace un mes escribí en El largo adiós de Mauricio Macri, sobre el desgaste terminal del presi. Bueno, si finalmente Mauricio no está en las boletas en octubre, y sí figuran en una Cristina-Lavagna -eventos plausibles, después de todo- me haré famoso, como Nouriel Roubini, que «predijo» la Crisis de 2008, y daré charlas en la TV y en consulados argentinos en el exterior sobre el horóscopo electoral).

Empiezo con una realidad secundaria pero interesante: la tentativa -muy tentativa, por ahora- candidatura presidencial de Lavagna es funcional a la mucho más establecida de Cristina. ¿Por qué pienso esto? Parto de una realidad evidente: una porción importante de la dirigencia del peronismo, territorial, sindical, tiene reservas -algunos hostilidad- con la candidatura de CFK. No comen vidrio, ven que la de ella es la única candidatura presidencial instalada en el peronismo, en la oposición, con una intención de voto importante. Pero no se van a comprometer en el apoyo hasta, y si, las circunstancias o las encuestas muestren claramente que puede ganar en octubre.

Ahora, se trata de hombres, y algunas mujeres, que tratan de ser sabios y prudentes, como pedía el General. Quieren tener al menos una opción, si al final Cristina no resulta ser la carta a apostar. Pero cualquier candidato peronista -Massa, Urtubey, aún Pichetto- necesariamente sumará apoyos -pocos o muchos- en las provincias. Cualquiera que ha participado alguna vez en una interna, sabe que un candidato siempre puede «armar», en una relación de mutua conveniencia, con los aspirantes que quedan afuera de la lista «oficial». Lo que a su vez complicará a esa lista oficial en la elección provincial (la gran mayoría será meses antes de la presidencial).

Don Roberto no causa ese problema. No hay agrupaciones lavagnistas, ni siquiera unidades básicas (salvo tal vez en la Capital, pero es un lugar muy atípico). Cuando y si los no muchos dirigentes que tienen recursos y aparatos -y algunos pocos, votos- decidan apostar a la carta de CFK, les será mucho más fácil.

Pero esto sólo es de interés para operadores políticos. Hay algo mucho más importante para los argentinos.

El peronismo tiene una identidad muy fuerte. Es tan característico de la Argentina como el tango, o el antiperonismo. Al mismo tiempo, en distintos tramos de su larga trayectoria, ha presentado propuestas muy distintas a la sociedad. No todas eran para entusiasmarse, para ser sinceros.

Es inevitable. La Argentina y el mundo han ido cambiando en los últimos 74 años, y el peronismo también, como todo lo que está vivo. El peronismo fundacional, entre 1945 y 1955, tenía que ver con la sociedad y las relaciones de poder de esa época, al mismo tiempo que levantó banderas y valores perdurables. Y una obra que permanece en la memoria.

En los ´70, Perón retornó a la patria, pero ella, y los peronistas, ya eran muy distintos. Su vida no le alcanzó para afirmar un poder estable y evitar la tragedia.

Cuando, post Malvinas, hubo una apertura política, el peronismo no había encontrado una nueva propuesta, claramente distinta de la memoria de violencia y enfrentamientos y fue derrotado. Con bastante rapidez, menos de dos años, cambió su rostro y sus mecanismos de poder. Un estudioso llamó ese proceso Del partido sindical al partido clientelista, pero, bueno, era un gringo. El resultado final fueron las dos presidencias de Menem, lo que explica la falta de entusiasmo.

El desgaste y el rechazo al menemismo se combinaron para la derrota de 1999. Dos años después, el peronismo tuvo que volver a «ponerse la patria al hombro» -hay un karma persistente, en el ´89 fue la debacle de Alfonsín- y en forma también inesperada el resultado fueron las tres presidencias de Néstor y Cristina Kirchner. Y por todo el antikirchnerismo bastante histérico que hoy levanta una parte de nuestra sociedad, el primer hecho que salta a la vista es que fueron 12 años y medio de estabilidad política, el período más largo desde 1930.

Hice este breve y superficial repaso para marcar parecidos y también diferencias con las circunstancias que forzaron en el pasado transformaciones del peronismo. De los cambios en la región y en el mundo no necesito hablar, en este breve posteo.

Un elemento clave de la situación interna es que quienes reivindican el liderazgo de CFK -que son por lejos primera minoría, si no mayoría entre los que votan alguna versión del peronismo- no ven necesario cambiar.

(Es cierto que algunos escriben o hacen declaraciones en favor de una radicalización que no existió en esas presidencias. Una fantasía chavista -bastante difícil de tomar en serio en un país que no es monoproductor de petróleo, y donde no hay fuerzas armadas politizadas y leales al régimen).

Pero, más allá del revolucionarismo verbal, está la conciencia y la memoria entre los perjudicados por la experiencia macrista, que la «moderación» ha sido con frecuencia una forma de dejar las cosas más o menos como están, para no «dividir a la sociedad», con cambios en los cargos oficiales, eso sí. El «antipersonalismo» contra Irigoyen, el «antiverticalismo» contra Isabel, nunca sumó fervor popular.

De todos modos, ese lado de la propuesta es relativamente más fácil de resolver. Para los peronistas que resuenan con Cristina, para el progresismo que se ha acercado / resignado al peronismo, ella es por su trayectoria una garantía suficiente para que sumen sus votos. (De paso: me sorprende la fe que tienen algunos dirigentes en que su «bendición» transferiría esos votos. Es al menos dudoso).

El otro lado de la propuesta electoral que el peronismo debe construir para triunfar en octubre –según aparece hoy, tengo que remarcar- es cómo sumar a una porción de los votantes que votaron contra las boletas del «peronismo K» o apoyadas por él, en 2009, 2013 y 2015, y lo derrotaron. Elijo esos años porque resulta claro que una parte de ellos no se definía contra el peronismo en su conjunto.

Repito algo que he dicho muchas veces a lo largo de estos años en el blog: no vale la pena esforzarse mucho en sumar dirigentes. No hay en la oposición nadie que haya construido una «marca» tan potente como la de CFK; no son garantía, ya sea por una trayectoria difusa o por no ser tan conocidos. Lo fundamental es sumar votantes.

Una parte sustancial del voto peronista, que lo ha acompañado desde 1946 hasta ahora, corresponde a quien fue bautizado por Fabián Rodríguez como el «pibe Gol»; que si yo tuviera que definirlo ideológicamente -tarea siempre difícil- lo clasificaría como «conservador popular», en un nostálgico homenaje a don Vicente Solano Lima. Nunca asumieron en su totalidad el discurso y los valores de la experiencia kirchnerista, y en los últimos años se alejaron en forma cada vez más definida. Esos turnos electorales que cité dan prueba de ello.

La confianza que tienen algunos amigos «cristinistas» en que el compañero Macri está cumpliendo con la misión de hacerlos votar a CFK me parece, desde lo que percibo en encuestas y en las redes sociales, al menos tan dudosa como la de los que creen que los votos se transfieren.

Claro, vale la pregunta si yo creo que un Roberto Lavagna en la fórmula, por ejemplo, sería suficiente para cambiar el «rostro K» sin desnaturizarlo. En realidad, la pregunta puede ser más amplia: si es posible cambiar el «rostro K» sin desnaturizarlo. Si alguno de ustedes me contrata como consultor, seguramente podré hilvanar algunas tonterías. Aquí, sólo puedo contestar con algo que repetí muchas veces en el blog: El que viva lo verá.